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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.20 no.2 Bogotá jul./dez. 2018

https://doi.org/10.15446/lthc.v20n2.72066 

Notas

Citas, notas y comentarios

David Jiménez1 

1 Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia


1

LOS GRANDES CAPITALISTAS DE COMIENZOS del siglo XX vieron ya en las universidades de los Estados Unidos un conjunto de valores fundamentales y un estilo de administración antitéticos a los suyos. No solo se pusieron en contra de la educación superior, sino que obligaron a los académicos a ponerse a la defensiva. Los defensores de la universidad, como Thorstein Veblen y Upton Sinclair, ya estaban preocupados por la significativa intrusión de modelos empresariales en el funcionamiento de la academia y en la vida laboral de los profesores, y se hicieron pocas ilusiones con respecto a la preservación de los valores fundamentales de la academia" (Frank Donoghue. The Last Professors. The Twilight of the Humanities in the Corporate University, 2008).

Uno podría pensar que los desacuerdos entre universidades y grandes empresas estuvieran centrados en cuestiones de dinero y que la queja desde principios de siglo fuera la escasa rentabilidad de los establecimientos de educación superior. Donoghue no lo niega, pero encuentra algo más decisivo: "Los grandes capitalistas de Estados Unidos estaban motivados, ante todo, por una ética basada en el antintelectualismo que iba más allá del interés financiero". Había una gran desconfianza en el ideal de conocimiento como valor en sí mismo y en la investigación sin fines lucrativos. La conclusión fue: si la universidad está interesada en su sobrevivencia, debe comenzar a operar con fines y valores diferentes de los que prevalecen en las artes liberales.

Es una especie de clásico en su género este veredicto del famoso multimillonario Andrew Carnegie: "El tiempo gastado en estudiar a Shakespeare y Homero es un desperdicio". La cita está en su tristemente célebre discurso académico dirigido a los estudiantes del Pierce College of Business and Shorthand de Filadelfia, en 1891. Y añade Carnegie: "Yo me alegro de saber que vuestro tiempo no ha sido desperdiciado en lenguas muertas, sino plenamente ocupado en obtener un conocimiento de la taquigrafía y la mecanografía". Veinte años más tarde, otro gran hombre de empresa, Richard Teller Crane, con algo de comicidad quizá no del todo intencional, escribió esta solemne tontería: "Ningún hombre que tenga un gusto por la literatura tiene derecho a ser feliz, porque los únicos con derecho a la felicidad en este mundo son los hombres útiles". Hay que tener demasiada admiración por la propia ignorancia para escribir algo así. Sucede a menudo con este tipo de prohombres de los negocios: creen que hacer una fortuna equivale a una sabiduría trascendental, trasladable con éxito a cualquier campo del conocimiento.

2

Thorstein Veblen pensó subtitular su libro The Higher Learning in America con estas duras palabras: "A Study in Total Depravity", para señalar abiertamente el papel de los grandes capitales en la guerra declarada contra las humanidades en la universidad. El texto, escrito en 1904, fue publicado en 1916, y es el mismo Veblen quien advierte, en el prefacio, que esas páginas recogen las experiencias del autor durante los años en que se desempeñó como profesor en la Universidad de Chicago. Cualquier investigación sobre los cambios recientes en la educación superior, afirma, tendrá que poner en consideración los efectos nocivos que la ideología empresarial ha representado para los ideales, fines y métodos de la esfera académica. La adaptación a los hábitos laborales del mundo empresarial se traduce en un esquema lógico que gobierna la búsqueda del conocimiento y que se acepta convencionalmente como saludable en la conducción pecuniaria de los negocios. Esta adaptación dejará necesariamente su marca en los ideales, fines y métodos de la ciencia y la academia.

Hay en The Higher Learning in America una expresión muy fuerte para referirse al daño que la mentalidad empresarial le ha hecho a la educación superior en los Estados Unidos de comienzos del siglo XX: el cambio de los fines e ideales por "la búsqueda habitual de la ganancia". Veblen, por el contrario, define la universidad como "un lugar de refugio y de encuentro, confluencia y diseminación, para aquellas visiones e ideas que viven y se mueven y tienen su ser en el más alto aprendizaje". Veblen, dice Donoghue en The Last Professors, concibe la búsqueda del aprendizaje como "una especie de ocio", "una forma de actividad que no posee finalidad o equivalencia económica y que, más particularmente, carece de fin pecuniario".

3

En su célebre tratado sobre el antintelectualismo en Estados Unidos, Richard Hofstadter sostiene que fue el macartismo de los años cincuenta el que desató la campaña de odio contra el pensamiento crítico y el menosprecio por los intelectuales y profesores universitarios de humanidades. "La campaña presidencial de 1952 dramatizó el contraste entre intelecto y filisteísmo encarnado por los candidatos en contienda. De un lado estaba Adlai Stevenson, un político de rara inteligencia y estilo; del otro, Dwight Eisenhower, de mente convencional y poco articulada, en cuyos discursos se oía menos su propia voz y más la de sus asesores Nixon y McCarthy". La victoria de Eisenhower, según Hofstadter, fue interpretada como una muestra del repudio que la opinión pública estadounidense sentía por los intelectuales.

Arthur Schlesinger Jr., en un artículo escrito poco después de la victoria electoral de Eisenhower, se refirió a la situación de los intelectuales en los Estados Unidos, en estos términos, parafraseados por Hofstadter: después de veinte años de régimen democrático durante el cual los intelectuales habían sido, por lo general, entendidos y respetados, "los negocios volvieron al poder, trayendo con ellos la vulgarización que ha sido la consecuencia casi invariable de la supremacía de los negocios". Ahora el intelectual, despedido como una rareza, será controlado por un partido que tiene poco interés por él o escasa comprensión de su oficio, y se convertirá en el chivo expiatorio para todo, "desde el impuesto a la renta hasta el ataque a Pearl Harbor". "El antintelectualismo", subraya Schlesinger, "ha sido, desde hace tiempo, el antisemitismo del hombre de negocios".

Stevenson fue quien acuñó la frase, citada por Hofstadter, sobre el reemplazo de los "New Dealers" por los "Car Dealers", en alusión al New Deal de Roosevelt, época de reformas y de atmósfera favorable para intelectuales demócratas, reemplazados luego por "vendedores de automóviles": otro episodio del conflicto entre el antintelectualismo de las grandes corporaciones y los valores del pensamiento crítico.

4

"Por lo menos durante tres cuartos de siglo la mentalidad empresarial ha sido estigmatizada por la mayoría de los intelectuales estadounidenses como el clásico enemigo del intelecto. Los empresarios mismos han aceptado este título desde hace tanto tiempo que su enemistad parece hoy algo natural. No hay duda de que existe una cierta medida de disonancia inherente entre la empresa de negocios y la empresa intelectual: dedicadas a sistemas de valores diferentes, están atadas al conflicto. El intelecto es siempre potencialmente amenazante para cualquier aparato institucional o para los centros de poder. Sin embargo, esta enemistad, determinada por una cierta dependencia mutua, no necesita tomar la forma de una guerra abierta permanente. Tan importante como los fundamentos generales que constituyen la enemistad son las circunstancias históricas que la han acentuado o atenuado. Las circunstancias de la era industrial en Estados Unidos dieron al empresario una posición tan central y tan poderosa entre los enemigos de la inteligencia y de la cultura que multitud de antagonistas se quedaron por fuera de la foto" (Richard Hofstadter. "Business and Intellect". Anti-intellectualism in American Life).

5

Las palabras clave que utiliza Hofstadter para definir el antintelectualismo son: resentimiento y sospecha. La sospecha con respecto a todo lo que podría denominarse "vida intelectual" y un resentimiento contra aquellos que son socialmente considerados sus representantes. El resentimiento antintelectual sería la disposición constante a minimizar el valor de tal clase de vida.

En un momento de su exposición, Hofstadter considera útil introducir una diferencia tomada de Morton White entre antintelectual, aquel que es hostil a los intelectuales, y antintelectualista como aquel que es crítico de los supuestos del intelecto racional en el conocimiento y en la vida.

En otro lugar hace Hofstadter una larga disquisición sobre la diferencia entre inteligencia e intelecto, con el fin de explicar la impopularidad, incluso el odio, del estadounidense promedio en contra del intelectual. Si el valor de la inteligencia parece incuestionable, ello se debe a que la inteligencia es considerada una cualidad mental de excelencia, pero en el marco de lo inmediato, de lo estrecho y lo predecible. La inteligencia es manipulativa, práctica: una cualidad que se atribuye con frecuencia al animal, por su condición más entrañable y comunicativa. El intelecto, por el contrario, es el lado contemplativo, teórico, crítico, creativo de la mente. La distinción así definida ayuda a entender por qué la inteligencia siempre es elogiada, mientras el intelecto es considerado no confiable, superfluo, inmoral y subversivo. La inteligencia del intelectual es, a menudo, puesta en duda bajo la sospecha de que detrás de su saber hay mucho de impostura y poca autenticidad.

Según Hofstadter, en la cultura estadounidense, y particularmente en la educación, el desarrollo de la inteligencia ha sido una meta fundamental. En cambio, el valor intelectual como una de las metas de la educación no parece claro y es motivo de controversia con opositores que, por lo general, son los que ejercen poder predominante en el campo de la educación pública.

6

Un proceso de cambio acelerado en estos últimos decenios ha terminado por convertirse en un asalto deliberado contra la autonomía de las universidades, sostiene Stefan Collini en su libro What Are Universities For? (2008). La manera como se han transferido los fondos de investigación a dependencias del Gobierno que toman las decisiones sobre lo que vale la pena investigar, según sus prioridades y las de algunos sectores empresariales privilegiados, no según los investigadores dedicados a esos temas, constituye una directa interferencia. De manera similar, la imposición de prioridades comerciales y los requerimientos para que las universidades respondan a las necesidades de las empresas reflejan la seguridad creciente de quienes hablan en nombre de la economía y los negocios, como si poseyeran una legitimidad indiscutible que, según ellos, ningún otro sector, ya sean representantes de la cultura, de la intelectualidad o de la educación, podrían igualar.

7

Lo que llaman "impacto" en las actuales condiciones de investigación académica, como requisito para la aprobación de un proyecto, no es, según Collini, un modesto y sensible intento de demostrar el interés de la universidad por el valor social de la investigación. Representa más bien otro intento por priorizar los criterios no intelectuales por encima de los criterios intelectuales en la tarea de evaluar la investigación en las universidades. Collini señala que hay "un propósito deliberado de redirigir la investigación futura hacia actividades que brinden resultados económicos y sociales mensurables".

8

En Inglaterra, dice Collini, el debate acerca de los fines y valores de la universidad como institución se agita y se repite en términos de conflicto interminable entre dos polos: lo útil y lo inútil, dentro de un esquema que, según él, se reproduce en forma de parodia. Desde mediados del siglo XIX, críticos y reformistas, lo mismo que los gobiernos y los poderes económicos, habían concluido que los estudios universitarios eran anacrónicos, irrelevantes, en una palabra, inútiles, y que deberían ajustarse de manera más efectiva y directa a las necesidades nacionales. Valdría la pena, afirma Collini, preguntarse no solo por qué el debate es tan repetitivo y simplista, sino por qué el lado que defiende lo útil como finalidad del estudio y la investigación académica no sale victorioso de una vez por todas, de manera clara y definitiva, por la fuerza de sus argumentos. Al fin y al cabo, tanto el poder económico como el político han estado casi siempre de su lado. E, incluso, la opinión del ciudadano común es atraída con más frecuencia por el argumento de la utilidad.

9

Collini menciona la fuente clásica más importante sobre el tema en lengua inglesa: The Idea of a University (1852) del cardenal John Henry Newman. Y lo primero que advierte es el riesgo de esgrimir en los debates contemporáneos sobre la universidad una definición de su identidad y destino mediante la reducción a un solo propósito, sobre todo si se trata de un ideal premoderno. La otra advertencia de Collini se refiere a la transición de una educación superior para las élites a la universidad masiva de hoy y la tentación de identificar sin más la primera con "el ideal de lo inútil" y la segunda con la educación superior útil. Los nostálgicos de "lo inútil", de lo que llaman "los buenos tiempos de antaño", tienden a reunirse en torno a las enseñanzas de Newman, pero Collini pone muy en duda las posibilidades de incorporarlo a un debate contemporáneo. Sin embargo, lo cita largamente y no está muy lejos de convertirlo en protagonista de la controversia, sobre todo en el capítulo titulado "The Useful and the Useless. Newman Revisited".

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Para Newman, en principio, todas las ramas del saber están conectadas entre sí, porque la materia del conocimiento posee una unidad que proviene del Creador. El carácter universal del conocimiento en la universidad tal como la concibe Newman tiene fundamento en la idea misma de unidad de la creación divina, más allá de la rivalidad entre las disciplinas científicas y entre los científicos mismos. Estos aprenden a conciliar las exigencias y relaciones de sus respectivas materias de investigación: "aprenden a respetarse, a consultarse, a ayudarse mutuamente. Así se crea una clara y pura atmósfera de pensamiento, que también respira el estudiante, y por medio de la cual se apropia de la tradición intelectual". Esta unidad en medio de la diversidad de las materias de aprendizaje y el estudio de las grandes líneas del conocimiento, los principios en que descansa, sus divisiones, sus luces y sombras: esto es lo que el Cardenal Newman entiende por "educación liberal". Sus fundamentos, sin duda, son teológicos.

11

El resultado de la educación liberal, según Newman, sería: "la formación de un hábito mental que dura toda la vida y cuyos atributos son: libertad, equidad, moderación, sensatez, hábito filosófico". Aunque su insistencia va dirigida, ante todo, a la idea del conocimiento como un fin en sí mismo, fórmula que se repite con variaciones como "el conocimiento tiene su recompensa en sí mismo", Newman encuentra un fin práctico en la educación liberal: "la formación de buenos ciudadanos". Según él, la educación universitaria se propone elevar el nivel intelectual de la sociedad, cultivar la mentalidad pública, depurar el gusto nacional, proveer principios auténticos al entusiasmo popular y metas ideales a sus aspiraciones, dar grandeza y sobriedad a las ideas de la época, facilitar el ejercicio del poder político y refinar las relaciones de la vida privada. Ella le enseña a ver las cosas tal como son, a ir derecho al punto, a desenredar la madeja del pensamiento, a detestar lo sofístico y a descartar lo irrelevante. Es la educación la que da al hombre una visión clara y consciente de sus propias opiniones y juicios, una verdad al desarrollarlos, elocuencia y fuerza al expresarlos.

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El autor de The Idea of a University, en estos capítulos, defiende un concepto de educación opuesto al de educación profesional. No es extraño que Collini ironice al respecto: "Newman se infiltra en la mente del lector menos por argumentación directa y más por las cadencias y resonancias de un estilo que combina lo oratorio, lo litúrgico y lo poético. A través de una secuencia de seductoras variaciones, la música de su prosa retorna a un solo estribillo, a saber: el logro que tal educación se propone es la liberación del estudiante de todas las formas de unilateralidad".

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Sin embargo, el mismo Collini acepta la contemporaneidad de Newman cuando se trata de la utilidad o inutilidad de la educación universitaria. En esos capítulos centrales, dice Collini, la intención de Newman es "espantar a los partidarios de la utilidad". Y lo hace con un "virtuosismo retórico" admirable. En la siguiente cita de The Idea of a University regresa la historia, tantas veces contada, de la rivalidad entre la gran empresa capitalista y los defensores de la educación como un fin en sí misma:

"Ellos proponen que la Educación sea confinada a una particular y estrecha finalidad y que debería materializarse en algún trabajo definido cuyos resultados se puedan pesar y medir. Argumentan como si cada cosa, lo mismo que cada persona, tuviese su precio, y que allí donde haya habido un gran gasto, ellos tengan el derecho a esperar una gran ganancia. Esto es lo que ellos llaman educación útil, instrucción útil, y la palabra Utilidad se convierte en su consigna. Con un principio fundamental de esta naturaleza, van más allá y con toda naturalidad preguntan qué hay para mostrar a cambio de los gastos de una universidad, cuál es el valor real en el mercado del artículo llamado 'Educación Liberal', bajo el supuesto de que ella no nos enseña en definitiva cómo desarrollar nuestras manufacturas o cómo mejorar nuestras tierras o nuestra economía civil".

A propósito de la idea de universidad expresada en la obra citada de John Henry Newman y de algunas de sus contundentes expresiones al respecto, como la de la educación superior confinada en una estrecha finalidad, a manera de cárcel, parece un chiste cruel lo publicado en la revista Semana, el 27 de marzo del 2017, con este ignominioso título: "Los colombianos estudian más de lo que los empleadores necesitan". Newman ya alcanzó a ver, hacia 1852, año en el que pronunció sus famosas conferencias, cómo la universidad inglesa comenzaba a ser definida en términos de empleo y en busca de resultados tangibles, esto es, monetarios. Los empresarios poderosos de su época pensaban lo mismo que los de hoy: no han cambiado un ápice, solo han empeorado la situación. Pero la idea de medir lo que se estudia en la universidad para adecuar milimétricamente lo que deben aprender los alumnos con lo que demandan las empresas ya no parece un tema debatible sino una pesadilla orwelliana o una pieza de teatro del absurdo. Aparece en el artículo la palabra "sobreeducado" para calificar, supuestamente, al que llega al mercado de trabajo con más conocimiento y mejor formación de lo requerido por los patrones. De hecho, no es así, pues el mercado no mide conocimientos sino títulos y el contenido del título no es el saber sino el requisito formal. El artículo supone que hay un poder que posee la legitimidad para marcar los límites y estos son los que impone el mercado. La universidad debe adecuarse, sin más, a esas leyes heterónomas. El articulista emplea una curiosa expresión que pretende sintetizar la nueva realidad: "desajuste educativo". Significa que es la educación la que debe ajustarse. Todo esto suena mucho más a una especie de totalitarismo de mercado que a una idea de educación para la democracia: es el antintelectualismo en su forma más simplificada y autoritaria. Como dice Newman: ya no sabemos cuál es el valor real, en el mercado, del artículo llamado "Educación".

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La enumeración de metas y logros de la educación universitaria en la obra de Newman sería parte de lo que Stefan Collini denomina, en el epílogo de su libro, "a complex inheritance". Desde luego, la "compleja herencia" solo puede ser recibida parcialmente, con una alta dosis de crítica, diferentes puntos de partida y más apropiadas formas de expresión verbal para la querella de hoy.

Collini destaca la importancia de las tareas críticas, no necesariamente negativas. La crítica puede ser el medio para abrir un espacio más amplio y adecuado al debate público e infiltrar en él maneras más persuasivas que las meramente dogmáticas y repetitivas, si bien existen continuidades no descartables y testimonios del proceso de cambio que ha terminado por convertirse en un atentado contra los valores y la autonomía de las universidades.

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Una de las conclusiones enfáticas del libro de Collini es la siguiente: "Una discusión sobre lo que tiene importancia e interés para las universidades no debería confinarse al tópico de cómo van a financiarse. Esta cuestión prácticamente monopoliza el debate público actual. Y trae también consigo un peligro: el de mantenerse casi inconscientemente en el hábito de considerar la actividad intelectual exclusivamente desde la perspectiva de justificar su financiamiento público, sin lograr despojarse de la postura defensiva y siempre a la espera de una reacción hostil". La segunda conclusión tiene que ver con los medios de comunicación, cuyo comportamiento es uno de los aspectos más desalentadores del debate. Los comentarios de periodistas y políticos se orientan, casi siempre, a considerar la universidad como un lujo cuya posibilidad de sobrevivencia es cada día más precaria, y miran a los profesores como vividores de clase media que sostienen sus aficiones a expensas del Estado.

Cualquier intento serio de comprender los problemas de la universidad y debatirlos con altura, dice Collini, implica tener en cuenta, como prioritarios, los valores no económicos. La mayoría de la gente reconoce la importancia de tales valores en sus propias vidas, pero se ha vuelto difícil apelar a ellos en una esfera pública cuyo discurso está enmarcado por la combinación de individualismo e instrumentalismo.

Las universidades, según él, no son solo excelentes lugares para emprender tales cuestionamientos de fondo. Ellas encarnan también, en su propio fundamento, una serie alternativa de valores. La consideración de estos valores puede ayudarnos a recordar, entre dificultades y circunstancias distractoras, que nosotros somos solo guardianes, para la presente generación, de una compleja herencia intelectual de la cual no fuimos creadores y cuya destrucción no nos corresponde apresurar.

Sobre el autor

David Jiménez se licenció en Filosofía y Letras en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín y se graduó de magíster en Sociología de la Literatura en la Universidad de Essex (Inglaterra). Es profesor titular jubilado de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado los siguientes libros de historia y crítica literaria: Rafael Maya (1989), Historia de la crítica literaria en Colombia (1992), Fin de siglo. Decadencia y modernidad: ensayos sobre el modernismo en Colombia (1994), Poesía y canon: Los poetas como críticos en la formación del canon de la poesía moderna en Colombia 1920-1950 (2002). También ha publicado ensayos sobre el romanticismo, la literatura colombiana de los siglos XIX y XX, y la teoría y crítica de Walter Benjamin, Theodor Adorno y Harold Bloom. Su primer libro de poemas, Retratos, ganó el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1987; el segundo, Día tras día, obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Colcultura en 1997.

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