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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.20 no.2 Bogotá July/Dec. 2018

https://doi.org/10.15446/lthc.v20n2.70338 

Reseñas

Bauerlein, Mark y Adam Bellow, editores. The State of the American Mind: 16 Leading Critics on the New Anti-Intellectualism. West Conshohocken, Templeton Press, 2015, 260 págs.

Marloly Manrique Arcila1 

1 Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia


En 1987 el profesor y filósofo Allan Bloom, en su obra más polémica, The Closing of the American Mind, da cuenta de la decadencia de la universidad y la sociedad moderna durante la segunda mitad del siglo XX. La tiranía de lo políticamente correcto y el relativismo académico no solo significaban para Bloom un declive para el sistema educativo, sino también para la sociedad. Según Bloom, para mediados de los años ochenta los valores fundacionales que antaño habían caracterizado la sociedad, el pensamiento y la educación norteamericana habían sido reemplazados por un pensamiento falsamente inclusivo y acrítico: su rasgo principal es la openness o la apertura de puntos de vista. Los famosos ensayos de Ralph Waldo Emerson, "Selfreliance" y "The American Scholar", que eran un llamado a escuchar el propio pensamiento, un grito de independencia y un paso hacia la construcción de la identidad americana, ya no significaban nada para la academia y, por consiguiente, para la sociedad estadounidense. Según Bloom, los arrasadores mandamientos de la diversidad, el multiculturalismo y el relativismo cultural han deshecho toda la posibilidad de articular o definir la identidad americana, concepto que ya carece de poder en las esferas de la educación y la crítica cultural. Bajo estos principios, cualquier discurso académico que asuma la idea de unidad entre la nación o insinúe siquiera la unidad en la sociedad estadounidense es considerado marginalizador, machista, patriarcal y xenófobo. En el prefacio a The Closing of the American Mind, Mark Bauerlein y Adam Bellow resumen la paradoja de la nueva academia multiculturalista, en sintonía con Bloom, con una afirmación contundente: "la diferencia debe ser respetada, y la única manera de hacerlo es negando cualquier síntesis y desplazando la herencia común" (XI).1

De acuerdo con Bauerlein y Bellow, el libro de Bloom constituye una "denuncia de la vida contemporánea" (VII). Por eso, puede decirse que The State of the American Mind ha nacido bajo la sombra patriótica y conservadora de Bloom treinta años después. El libro está compuesto por dieciséis ensayos de intelectuales, en los que se revisitan estos mismos problemas, agudizados por las políticas de la identidad, y se analiza su incidencia en la vida social y cultural del país durante las últimas décadas. Siguiendo como modelo The Closing of the American Mind, el libro está dividido en tres partes dedicadas respectivamente al estado actual de la mente estadounidense, los hábitos antintelectuales de la población y las consecuencias que estos traen para la sociedad y la organización política de la nación. Los ensayos, que abordan temas diversos que van desde la educación hasta el narcisismo de la sociedad en Estados Unidos, están vinculados por la pregunta por la identidad norteamericana y el bienestar de la nación. La hipótesis que subyace a ellos es la misma de Bloom: que las diversas manifestaciones del antintelectualismo que se cristalizan en las políticas públicas han acabado con el ideal de nación. Por eso, junto a los análisis y las propuestas concretas de los autores, el lector encontrará en él discusiones políticas caracterizadas por un ferviente radicalismo que, a veces, resulta reaccionario.

El texto introductorio del profesor, crítico y teórico de la literatura E. D. Hirsch, "The Knowledge Requirement", es una defensa acérrima del conocimiento como motor de la prosperidad de la nación. Según Hirsch, una educación basada en el mero desarrollo de métodos de estudio y no en la adquisición de conocimiento en sí amenaza la hegemonía cultural. Renegar de la cultura letrada y de la tradición, acusarlas de constituir un discurso retrógrado, eurocéntrico, monocultural y racista, es no darse cuenta de la importancia de la adquisición de conocimientos culturales generales -o cultural literacy, como la denomina el autor- para el conocimiento del pasado. Sin ella, no es posible desarrollar un pensamiento crítico ni fortalecer la identidad de los ciudadanos y lograr una verdadera movilidad social en pro de la igualdad (15). La introducción de Hirsch marca el tono de todo el libro, pues además de insistir en la necesidad del ejercicio del pensamiento crítico y de una educación consecuente con él, plantea el argumento central del libro: al desvincular a los ciudadanos del pasado nacional, el antintelectualismo actual impide que los Estados Unidos se erijan como una nación poderosa y prospera.2

La primera parte del libro, "States of Mind: Indicators of Intellectual and Cognitive Decline", constituye un diagnóstico sustentado con estudios científicos del antintelectualismo actual de los estadounidenses. Los primeros dos ensayos, "The troubling Trend of Cultural IQ" de Mark Bauerlein y "Biblical Literacy Matters" de Daniel L. Dreisbach, insisten en la necesidad de la adquisición y dominio de ciertos conocimientos culturales generales, entre ellos una sólida cultura bíblica, que permitan entender "el centro de los componentes culturales de la civilización occidental y las raíces intelectuales del experimento político americano" (37). Sin estos conocimientos no es posible adquirir el vocabulario cultural necesario para discutir sobre los problemas de la nación estadounidense. Aunque hay cierta ingenuidad al ver la formación cultural como la principal solución a las demandas de la participación política en Estados Unidos y aunque, por momentos, estos dos ensayos parecen un lamento patriótico nostálgico, su valor está en la medida en que contribuyen a una de las discusiones actuales más polémicas: la importancia o utilidad de las humanidades.

Pero los dos ensayos siguientes son mucho más acertados. "Why Johnny and Joanie Can't Write, Revisited" de Gerald Graff y "College Graduates: Satisfied, but Adrift" de Richard Arum ponen en tela de juicio la calidad de los procesos académicos en las universidades actualmente. En el primero, Graff muestra que las deficiencias de los estudiantes en la escritura tienen como consecuencia el deterioro del discurso en la esfera cívica y la baja participación política de los ciudadanos. "Si los estudiantes no aprenden a escribir bien, están incapacitados para pensar con claridad y argumentar responsablemente, lo que lleva a un detrimento en la prosperidad de la nación" (50). Estas deficiencias son, según el autor, producto del método tradicional en la enseñanza de la escritura, que no produce escritores argumentativos sino expositores. Por su parte, Arum no solo cuestiona los métodos pedagógicos tradicionales, sino todo el sistema educativo: las universidades, al estar inmersas en el mercado como cualquier otra empresa, no brindan conocimiento; más bien, se concentran en el bienestar y la vida social activa de los estudiantes y hacen que, con el ingreso a la universidad, estos no busquen aumentar su conocimiento o su productividad intelectual, sino que se interesen por tener contactos en el mundo laboral (68). Las instituciones académicas se han convertido en clubes sociales de moda, dice Arum, y con ello han perdido rigor académico y capacitan cada vez más pobremente a los estudiantes para las demandas del mundo laboral y la participación activa en la sociedad. El autor continúa sugiriendo que la decadencia en los planes de estudio universitarios es la decadencia de la civilización y la cultura. La universidad convertida en empresa y el estudiante en cliente afectan el desarrollo del pensamiento crítico. El principal logro de esta sección del libro está en la manera en que encara la necesidad actual de reflexionar acerca de las implicaciones culturales y educativas de la incursión de las instituciones de educación en el mercado, y la consiguiente evaluación, a veces absurda, de los productos investigativos.

Después de este diagnóstico inicial, los autores de la segunda sección, "Personal and Cognitive Habits/Interests", se ocupan de los hábitos y los intereses cognitivos y personales de la población de Estados Unidos que se han desarrollado por la influencia de la internet, el agitado ritmo de vida y la publicidad. Dos ensayos se destacan aquí, pues abren líneas de reflexión posibles acerca de los medios de comunicación y la industria cultural. David T. Z. Mindich en "A Wired Nation Tunes Out the News" reflexiona sobre la importancia de un hábito determinante para el ejercicio de la democracia y la educación política de los ciudadanos, el cual ha perdido su razón de ser: leer, ver o escuchar las noticias. Los ciudadanos han caído en la ignorancia política debido a que los medios, al estar controlados por intereses económicos, no se interesan en informar sino en publicitar. Según el autor, es paradójico que en pleno siglo XXI, donde toda la sociedad está conectada virtualmente y se puede acceder rápidamente a cualquier información, la juventud esté desinformada en temas políticos, pero actualizada en las tendencias recientes de la moda.

Junto a la desinformación, los medios de comunicación, en especial aquellos dirigidos a la juventud norteamericana, intentan demostrar constantemente que "la clave del éxito académico no es estudiar o leer [...] sino creer en ti mismo" (123). Frases como "cree en ti mismo" y "eres especial", que se repiten sin cesar en los medios y alimentan el narcisismo y el individualismo, son el tema central del ensayo de Jean M. Twenge, "The Rise of the Self and the Decline of Intellectual and Civic Interest". Hoy, los estudiantes tienden a pensar, alentados por la filosofía de la autosuperación característica de la cultura mainstream norteamericana, que pueden ser buenos académicamente solo por el acto de creer en sí mismos. Según Twenge, este mito es alimentado en las instituciones educativas por un sistema de calificaciones que, al fomentar la inflación de estas -aunque la calidad académica del estudiante no la refleje-, favorece la confianza del estudiante en sus capacidades académicas y oculta su desempeño académico real. El self-focus que caracteriza a los jóvenes de hoy, la sobrestimación de sus capacidades, los vuelve inmunes a la crítica con respecto a su formación y esto, a largo plazo, hace que pierdan interés en la vida intelectual y política de su país (132).

El reemplazo de la cultura política por la cultura mediática, las falsas ilusiones que crean los medios, la publicidad y el sistema educativo en los jóvenes son temas de discusión que van más allá de las quejas sobre la apatía política y el bienestar de la sociedad estadounidense. Los hábitos que los autores describen en esta sección del libro pueden enmarcarse en discusiones mucho más amplias, como el sistema de evaluación en los colegios y universidades, el papel actual del intelectual y la influencia de los medios en la academia. Las conclusiones a las que llegan los autores, sin embargo, son a veces simplistas, pues su interés por demostrar la decadencia de la nación estadounidense los hace olvidar que estos problemas se deben, principalmente, a razones económicas concretas.

Si los ensayos de las dos primeras secciones del libro son sobre todo descriptivos, los de la tercera parte, "National Consequences", se concentran en los efectos que los hábitos antintelectuales tienen para la nación estadounidense. En esta sección, las preocupaciones de los editores y autores del libro acerca de la apatía política se agudizan, como lo muestra el ensayo de Ilya Somin, "Political Ignorance in America" -que es, además, el menos conservador y más propositivo de todos, al ampliar la perspectiva del problema y sugerir soluciones que se escapan del enjuiciamiento y la propaganda política-. Según Somin "para la mayoría de personas, la ignorancia política es actualmente un comportamiento del que se está plenamente consciente" (166), y esto tiene consecuencias nefastas para la nación al dificultar el ejercicio adecuado de la democracia. La solución que da el autor para cambiar los hábitos antintelectuales de los votantes que están entorpeciendo el ejercicio político es la educación política impartida con patrocinio del Estado.

Al plantear una reflexión que va más allá del contexto exclusivamente norteamericano y al ahondar, más que cualquier otro ensayo del libro, en los desafíos que afronta la labor intelectual en la sociedad contemporánea, "In Defense of Difficulty" de Steve Wasserman es quizás el ensayo más lúcido de la colección. Según el autor, "hoy, los tradicionales órganos de la crítica popular han sido aplastados por la embestida de los medios digitales" (179), la popularización de la internet no ha hecho posible una crítica seria, sino solamente "ha provisto a la sociedad de la posibilidad de postear un manifiesto" (180). En los medios impresos, la crítica cultural actual ha terminado reducida a media página publicitaria en cada periódico para facilitarle la lectura al público. "Todo lo demás hiede a 'elitismo', un pecado que debe ser evitado a toda costa" (182). Hoy, en nombre de la democracia, la crítica seria ha quedado prohibida por el reinado de lo irracional: paradójicamente, intentando ser incluyente, la crítica actual le niega al público la posibilidad de pensar críticamente. Esto, por supuesto, repercute en la población que, al ser educada para ser alérgica a la dificultad, difícilmente puede identificar y desarrollar un argumento complejo. Este análisis de las relaciones entre la opinión pública y la cultura intelectual enriquece la trama argumental del libro y permite comprender el antintelectualismo en un marco global.

"We Live in the Age of Feelings" de Dennis Prager, "How Colleges Create the 'Expectation of Confirmation'" de Greg Lukianoff y "The New Antinomian Attitude" de R. R. Reno realizan una reflexión, a veces un tanto maniquea, sobre el actual predominio de los sentimientos y el deseo sobre la razón en la toma de decisiones políticas, las discusiones académicas y la vida social en general. De acuerdo con Prager, la "era de los sentimientos" se inició en los años sesenta y setenta; a partir de entonces, los sentimientos personales se convirtieron en el factor determinante de los juicios morales y estéticos. Pero "la era de los sentimientos no se limita a la vida personal y a los gustos culturales: ellos también guían la mitad de las políticas públicas" (196). Un ejemplo de esto se da en la política: los candidatos -especialmente los de izquierda, según Prager- justifican sus decisiones y propuestas en los sentimientos particulares de ciertos grupos sociales, ganando así votos a costa de la exaltación de emociones y la división de la nación.

El ensayo de Lukianoff, por su parte, se ocupa de la manera en que los sentimientos han llegado a imponerse sobre la razón en la vida universitaria. Con la instauración del "discurso libre" en los años sesenta, argumenta el autor, los estados emocionales, tanto del público como del orador, comenzaron a usarse como argumento en el debate académico. Así, quien argumenta se sostiene en las emociones positivas y negativas del público, pero no está dispuesto a modificar sus opiniones, pues toma como una agresión todo punto de vista opuesto que no considere los sentimientos de él o del sector social al que apela (212); además, al buscar una identificación con las emociones de un grupo social particular, aumenta su radicalismo. Para Lukianoff esta pérdida de la capacidad argumentativa y crítica en los estudiantes es auspiciada por las nuevas prácticas académicas: la imposición del multiculturalismo ha producido, paradójicamente, una mayor intolerancia en el campus.

El ensayo de R. R. Reno complementa estos argumentos y arroja luz sobre su orientación política: esta nueva cultura que privilegia la espontaneidad y el sentimiento -y, por lo tanto, aborrece la ley y la tradición- se funda en el imperio del deseo. Para Reno, tal imperio está "amparado por el vocabulario terapéutico del empoderamiento, la pedagogía del multiculturalismo y nuestro código moral dominante y paradójico de no enjuiciamiento ha llegado a dominar la mente estadounidense" (218). La revolución moral reciente, que nació con la revolución sexual en la década de 1960, fue una reacción contra la represión de la moral y los valores tradicionales de la sociedad occidental. Por eso se fundamentó, afirma el autor siguiendo a Freud, en la abolición de la represión: fue una gran prohibición contra las prohibiciones. En estos ensayos finales, los autores parecen apelar a la represión del deseo a favor del pensamiento, lo que termina por oponer la razón y el deseo, la mente y el cuerpo, y caen en el maniqueísmo. Aunque es cierto que la defensa moralista de lo inclusivo y lo políticamente correcto ha terminado por convertirse en una censura violenta de los opositores, y la falsa igualdad que justifica esta defensa ha impuesto una nueva forma de prohibición social, la solución que ofrecen Prager, Lukianoff y R. R Reno es, de igual manera, una forma de censura.

En el epílogo del libro, Bauerlein y Bellow concluyen con algunas reflexiones sobre la tarea de los intelectuales norteamericanos en el presente. Ante la urgencia de una ciudadanía crítica, capaz de cuestionar los gobiernos, las políticas económicas y el sistema educativo, los intelectuales y educadores están llamados, como siempre, a "estudiar, interpretar, sondear, alabar y condenar, hacer memoria y revisar constantemente nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro como nación" (234). Los editores del libro sostienen que, sin embargo, los intelectuales más jóvenes -embebidos en las actuales tendencias académicas de la diversidad y el multiculturalismo- solo ven racismo, sexismo y explotación en cualquier defensa de la nación, y que para ellos la idea de una identidad estadounidense es algo significativamente negativo, pues la noción tradicional de excepcionalísimo estadounidense margina y excluye ciertos grupos sociales, étnicos o culturales. Irónicamente, las políticas de la diversidad y la openness de las que hablaba Bloom quiebran la unidad de la sociedad, pues el resultado de la multiplicación de identidades no es "una cultura más rica con ciudadanos más comprometidos, sino ciudadanos más desconectados con una perspectiva parroquial" (241). Esta reflexión final, que pretende confirmar las predicciones de Bloom, es acertada en cuanto diagnóstico de la situación actual de la academia y las consecuencias negativas que las recientes tendencias académicas incluyentes han traído para la vida intelectual. Empero, el rol que Bauerlein y Bellow le imponen al intelectual en la sociedad hace que el argumento, como en muchos momentos del libro, se aleje de la crítica y caiga en la apología política.

The State of the American Mind ha sido bien acogido por la derecha norteamericana, gracias a su conservadurismo y sus críticas a la izquierda y a los anteriores mandatos demócratas. Es un libro que busca ofrecer soluciones a ciertos problemas políticos y sociales del país; además, al plantear el problema del antintelectualismo desde una perspectiva nacional y posicionarse abiertamente en una postura política concreta, el libro cierra la posibilidad de convertirse, como en su tiempo lo hizo The Closing of the American Mind, en objeto de profundas reflexiones sobre la modernidad y la falsa comprensión de esta que ha propagado el antintelectualismo. Su respuesta a la pregunta sobre cómo reaccionar ante los retos que imponen los cambios culturales descritos en el libro -el objeto obligado de cualquier texto dedicado a un tema tan actual y apremiante- no permite pensar estos asuntos en una perspectiva más global, una perspectiva que entienda, por ejemplo, la incidencia crucial que tienen las relaciones económicas globales en el fomento del antintelectualismo.

A pesar de ello, el valor del libro está en la amplitud de temas y problemas que aborda, lo cual ofrece, sin duda, elementos de análisis y datos importantes que enriquecen e invitan a los lectores a participar en las discusiones actuales sobre el antintelectualismo. Las conductas antintelectuales de la sociedad, propagadas y perpetuadas por un sistema educativo mediocre, por medios de comunicación poco críticos y por un uso inadecuado de la internet, han terminado por anidar completamente en la academia, no solamente en los Estados Unidos. Las disciplinas humanísticas en general se han transformado con estos cambios, junto a la universidad como institución y a la sociedad misma. The State of the American Mind es una invitación a pensar los nuevos problemas y desafíos que enfrentan nuestras sociedades ante la actual imposición del antintelectualismo como forma predominante de asumir la vida política.

1Todas las traducciones son mías.

2En líneas generales, esta tesis, que se desplegará a lo largo del libro y que comparten todos los ensayos, obedece a una postura política concreta: la del partido republicano. Si bien no todos los opositores estadounidenses al antintelectualismo son republicanos o conservadores, algunos de ellos —empezando por el mismo Allan Bloom— se han caracterizado por esa filiación política. Mark Bauerlein ha declarado públicamente en varias ocasiones su apoyo al partido republicano y al gobierno de Donald Trump. Adam Bellow, hijo del escritor Saul Bellow no se ha declarado abiertamente republicano; sin embargo, siempre se ha definido a sí mismo como conservador y ha mostrado afinidad con algunos miembros del partido.

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