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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.21 no.1 Bogotá Jan./June 2019

https://doi.org/10.15446/lthc.v21n1.74868 

Artículos

El criollismo en la América de habla hispana: revisita y reflexiones sobre el patrimonio de una literatura centenaria

Criollismo in Spanish America: Reflections on the Legacy of a Century-Old Literature

O crioulismo na América de fala hispânica: revisita e reflexões sobre o patrimônio de uma literatura centenária

David Rozotto1 

1 University of Waterloo, Ontario, Canadá drozotto@uwaterloo.ca


Resumen

El criollismo fue la literatura regionalista de afirmación cultural mediante la cual los escritores americanos de habla hispana representaron la singularidad étnica, fáunica, vegetal y geográfica de sus países en una época en la cual las nuevas naciones celebraban el primer siglo de su independencia. Este artículo presenta una revisión histórica del criollismo al reflexionar sobre la variedad de contenidos y expresiones que le dieron forma y al postularlo como un movimiento "paraguas" bajo el cual se han acogido diversas narrativas. En el bicentenario de las naciones americanas y a un siglo del inicio del criollismo, se hace necesario revisitarlo para retomar su estudio como una de las literaturas continentales que ayudó a definir esencias autóctonas y forjar identidades nacionales modernas y originales.

Palabras clave: criollismo; literatura regionalista; historia literaria; identidad nacional

Abstract

Criollismo refers to the regionalist literature of cultural affirmation through which Spanish-American writers represented the ethnic and geographic singularity and the diversity of the flora and fauna of their countries, during the period in which the new nations were celebrating their first hundred years of independence. The article provides a historical review of Criollismo, as well as a reflection on the variety of contents and expressions that shaped it, suggesting that it is an "umbrella" movement that includes diverse narratives. Now that these nations are celebrating the bicentennial of their independence and Criollismo is a century old, it is necessary to revisit the movement and study it as one of the continental literatures that helped define native essences and shape modern and original national identities.

Keywords: Criollismo; regionalist literature; literary history; national identity

Resumo

O crioulismo foi a literatura regionalista de afirmação cultural mediante a qual os escritores americanos de fala hispânica representaram a singularidade étnica, faunística, vegetal e geográfica de seus países em uma época na qual as novas nações celebravam o primeiro século de sua independência. Este artigo apresenta uma revisão histórica do crioulismo ao refletir sobre a variedade de conteúdos e expressões que o constituíram e ao postulá-lo como um movimento "guarda-chuva" sob o qual diversas narrativas foram acolhidas. No bicentenário das nações americanas e a um século do início do crioulismo, faz-se necessário revisitá-lo para retomar seu estudo como uma das literaturas continentais que ajudou a definir essências autóctones e forjar identidades nacionais modernas e originais.

Palavras-chave: crioulismo; história literária; identidade nacional; literatura regionalista

LA LITERATURA CRIOLLISTA POSTULÓ LA representación de culturas auténticas, distintas y esencialmente americanas en un momento de reflexión continental y refundación cultural ante el centenario de las nuevas naciones de habla hispana. Estas experimentaban grandes transformaciones económicas, políticas y sociales. El criollismo se desarrolló mayormente en la narrativa, tanto en la novela como en el cuento, mediante una variedad de clasificaciones, lo cual daría paso a una confusión en la definición de esta literatura y afectaría su posterior estudio en los ámbitos académicos. Tal desconcierto, junto al hecho de que la crítica se volcó hacia nuevos movimientos literarios, devino en el casi olvido del criollismo hasta finales del siglo XX. En el bicentenario de los países americanos y a cien años de haber iniciado el movimiento criollista, es pertinente reflexionar sobre su historia: las literaturas que le dieron pábulo, las obras canónicas que asentaron las características que lo definirían, su continuidad en la literatura americana y sus últimas instancias. A través de esta revisión histórica, se presentan nuevas reflexiones sobre el criollismo con el objetivo de contribuir a un mejor y renovado entendimiento de este dentro de las letras americanas; postularlo como un movimiento "paraguas" bajo el cual se acogen varios tipos de narrativas; y afirmar el importante papel que desempeñó en la definición de una esencia autóctona que ayudó a forjar identidades nacionales modernas y originales.

La representación de los jóvenes países del nuevo continente era el objetivo declarado de los escritores del criollismo. Jean Franco define esta tendencia literaria como la expresión de un americanismo para una literatura de integración nacional que toma en cuenta las variantes regionales y presenta nuevos valores para una nueva civilización a partir de la experiencia americana (193-194). Por su parte, Kessel Schwartz afirma que el escritor criollista "intenta presentar el Nuevo Mundo, analizar a sus habitantes en relación al universo americano y dar expresión al espíritu y las aspiraciones nacionales auténticas" (144).1 Más tarde, en The Spanish American Regional Novel. Modernity and Autochthony, obra que marca una nueva atención crítica hacia el criollismo, Carlos Alonso indica que una crisis histórica de identidad fue lo que determinó el surgimiento y la viabilidad de esta corriente como instrumento de afirmación cultural en Latinoamérica (44). Es decir que, al representar las culturas nacionales americanas -su gente, su fauna, su flora, su geografía- como auténticas y singulares, la tendencia criollista vendría a plantear una afirmación cultural como salida a la crisis identitaria del centenario. A un siglo de los albores del criollismo, se presentan en las siguientes páginas algunas reflexiones sobre su trayectoria histórica para proveer una visión sucinta sobre este movimiento y estimular su estudio a la luz de nuevos acercamientos teórico-críticos.2

Antecedentes de la narrativa criollista

El criollismo no surgió espontáneamente de la crisis identitaria del centenario. De hecho, el nativismo que lo caracteriza se remonta al mismo momento fundacional de las repúblicas americanas de habla española. El deseo de introducir lo americano en la literatura surgió desde principios del siglo XIX, cuando las intelectualidades nacionales sintieron la necesidad de representar la historia, las costumbres sociales y el trasfondo paisajístico de los nuevos países como propios y diferentes. Las primeras obras nacionales alcanzaron este objetivo a través de la adopción de las corrientes artísticas heredadas de España y Europa, que luego inspirarían las tradiciones literarias del Nuevo Continente, incluyendo el criollismo.

Esta tendencia tiene sus antecedentes, por un lado, en las literaturas europeas y, por el otro, encuentra su estímulo en las culturas, motivos y personajes propiamente de la América de habla hispana. La variedad de corrientes literarias y material de inspiración en que se basó el criollismo condujo a la imprecisión de esta tendencia y, por mucho tiempo, se le confundió con el movimiento costumbrista. El costumbrismo en la península, con sus mayores exponentes -Serafín Estébanez Calderón, Ramón de Mesoneros Romanos y Mariano José de Larra-, proveyó el modelo para presentar tipos humanos, ambientes culturales y costumbres del pueblo a manera de crónicas de sociedad, y señalar retazos rápidos de la actualidad ciudadana (Provencio 24). Se cultivó en todos los países americanos, entre cuyos escritores despuntan Fernández de Lizardi en México, Milla y Vidaurre en Guatemala y Ricardo Palma en Perú. Este último, con sus Tradiciones peruanas (1872-1910), apuntaba más allá del costumbrismo habitual para incluir la intrahistoria peruana (Villanes Cairo 39), es decir, la representación de la vida tradicional que no queda inscrita en la historia oficial.

Asimismo, la subjetividad y el individualismo del romanticismo para distinguir al sujeto en el mundo físico y social que lo rodea (Kirkpatrick 20) tuvieron una fuerte influencia en las letras americanas, especialmente en la representación del amor y el sacrificio como máxima expresión del individuo. Esta tendencia se propagó en América desde la tercera década del siglo xix, representando temas generales de interés nacional (legado colonial, independencia y unidad), así como temas más específicos que devendrían centrales en el criollismo, tales como la sociedad, el indígena y el esclavo africano.3 Un clásico ejemplo se encuentra en el cuento "El matadero" (1871), del argentino Esteban Echeverría, que representa la frontera ciudad/campo como el punto de oposición entre civilización y barbarie, introduciendo así una dicotomía que también llegaría a ser tema central en las letras criollistas.4

Al respecto de dicho tema, Domingo Faustino Sarmiento en su Civilización y barbarie: Vida de Juan Facundo Quiroga (1845) hace un esbozo de la estructura social y política de su país con base en la ideología positivista sobre el progreso de la sociedad dentro de un marco evolucionista (Falce 61). Sarmiento representa al gaucho de la pampa, con sus costumbres y forma de vida, como un ente resultante de las tradiciones retrógradas españolas e indígenas que adoptó durante el periodo colonial y como producto de la naturaleza bárbara del suelo americano. Según Sarmiento, no era posible construir una nueva nación bajo la amenaza salvaje de ese elemento indígena (la barbarie), solamente su aniquilamiento y la inmigración europea (la civilización) podrían traer la modernidad y hacer evolucionar a los pueblos americanos. Esta representación -aunque negativa- del componente autóctono en la figura del gaucho también constituye uno de los antecedentes fundamentales del criollismo.

Sin embargo, la figura del gaucho en la literatura precedente al criollismo no es nueva cuando se publica el tratado de Sarmiento. Según lo afirma Ricardo Rojas en su influyente obra Historia de la literatura argentina, la poesía, la música y el baile populares de los payadores gauchos dio pábulo a un tipo de versificación que, durante las guerras de independencia, llega a constituirse como "un nuevo género brotado del alma nativa en el estremecimiento de la emancipación: la poesía popular de asunto heroico y político" (299). De ahí que, alrededor de las décadas de 1810 y 1820, aparece representada la cultura popular gaucha en una poesía política escrita que llega a conocerse como la gauchesca, cuyos inicios se atribuyen al uruguayo Bartolomé Hidalgo (R. Rojas 346; Rama 60). Esta forma literaria, que se extiende a lo largo del siglo XIX, aborda su tema de manera más cercana a lo autóctono al cederle la voz al gaucho desposeído, quien canta sus penas y alegrías. A diferencia de Sarmiento, en la gauchesca no se desea aniquilar al gaucho, sino hacer una denuncia sobre sus condiciones de vida y trabajo, para luego domesticarlo y encaminarlo hacia la modernidad.

La gauchesca alcanza su apogeo en su obra máxima Martín Fierro (1872, 1879), del argentino José Hernández, como lo aseguran varios estudiosos de la materia (R. Rojas 510; Borges 19; Rama 215), cuando la gauchesca deja de ser panfleto político para volverse más un medio de denuncia de las circunstancias de los sectores marginados de la sociedad. En El género gauchesco: Un tratado sobre la patria, Josefina Ludmer argumenta que la literatura gauchesca, al llevar la representación de la sociedad campestre a las urbes, se convierte en un pacto por la nación (73), o sea, una alianza entre dos patrias: la urbana y la rural. Ludmer señala una característica de la gauchesca que resulta sumamente importante para abordar el criollismo la ventriloquía del intelectual que habla por el gaucho (78-80). Dentro de ese pacto patriótico, los agentes letrados de la urbe crean la voz del gaucho del campo y le otorgan la palabra escrita para pedir justicia e igualdad dentro de la nueva nación. Por lo tanto, lo que representan no es una esencia autóctona sino una construcción literaria desde una voz y visión intelectuales citadinas. La gauchesca es también una de las literaturas precursoras del criollismo y, como este, se caracteriza por la construcción de una esencia autóctona que se plantea como fundamento de una diferencia nacional. En el caso de los cultores de la tendencia criollista, estos vendrían a ser intelectuales de la ciudad que abogarían por esas diferencias imaginadas sobre sus respectivas naciones.

La génesis, el canon y las características del criollismo

Al finalizar el siglo XIX la América de habla española se encuentra bajo gobiernos liberales para los que el progreso se modela en Europa -especialmente Inglaterra y Francia- y los Estados Unidos, con los cuales las naciones latinoamericanas sostienen relaciones comerciales (Chasteen 175). Algunos países americanos consideran negativas estas relaciones y ven su influencia como parte de un nuevo tipo de invasión extranjera que constituye una amenaza para las identidades nacionales. Otros las ven como relaciones deseadas al abrir sus puertas a la inmigración europea para colonizar las regiones aisladas del continente, especialmente en Sudamérica. La influencia extranjera llega a ser tan dominante que los historiadores acuñan el término "neocolonialismo" para referirse al periodo de 1880 a 1930 en la historia del continente (Chasteen 182). A través de esta forma neocolonial de relaciones internacionales, los países más poderosos subordinan de manera económica, y militar, a las naciones menos desarrolladas, aunque estas mantengan la apariencia de gozar autonomía y sufran los resultados deplorables de esas relaciones, como la dependencia de productos manufacturados en el exterior y la devastación de sus recursos naturales (French 6). Dentro de este contexto se inicia la representación criollista del nuevo continente con la novela mexicana Los de abajo (1916) de Mariano Azuela y la cuentística del uruguayo Horacio Quiroga.

En México, el gobierno dictatorial de Porfirio Díaz y su vinculación neocolonial con EE. UU. y potencias europeas precipita la Revolución Mexicana (1910-17). Esta gesta se ve plagada de conflictos internos que terminan dejando el poder en las manos de la facción más urbana y de clase media (Chasteen 221-222). En Los de abajo, además de iniciar la tradición del relato de la Revolución Mexicana, Azuela da voz al protagonista campesino, Demetrio Macías, así como a otros personajes que representan el sector rural del país -emulando lo que habían hecho con el gaucho los escritores de la gauchesca- como participantes de una experiencia americana propia y les asigna diferencias culturales, sociales y lingüísticas. En esta obra, considerada aquí como pionera del criollismo, hay que resaltar también la relevante denuncia social que se hace de los resultados de la revuelta nacional que dejaron a "los de abajo" igual o en peores circunstancias.

En la América del Sur, el influjo de inmigrantes europeos incita la expansión territorial en Argentina, Uruguay y Chile, lo que los coloca como colonos en la frontera entre progreso y naturaleza. Las tierras del Cono Sur los atraen por su similitud a las condiciones de producción en Europa y por haber escapado a los peores legados de explotación colonial, como la servidumbre por deudas y el monocultivo extenso (Chasteen 211). A diferencia de Los de abajo, Quiroga hace de la naturaleza inexplorada de América un protagonista más en el desarrollo de sus cuentos. A partir de su cuarto libro, Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), según Rodríguez Monegal, aparece "el precursor de toda una literatura de la tierra americana" (106); en otras palabras, surge la simiente sureña de la narración criollista. Con esta colección de relatos, Quiroga inicia una tradición narrativa sobre la conquista de la geografía del nuevo continente, en la que el colono civilizado lucha contra la naturaleza bárbara, añadiendo así otra dimensión a la dicotomía civilización y barbarie. Este tema se propaga hasta llegar a ser parte central de las novelas de los sudamericanos que se volvieron las más representativas del criollismo en el canon de la literatura latinoamericana.

En los años veinte aparecen las obras criollistas por excelencia. En Colombia La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, narra en primera persona el viaje de Arturo Cova por las llanuras colombianas y la selva amazónica, hacia las cuales ha huido de los preceptos sociales de la ciudad. Durante su travesía se relatan la violencia de la naturaleza y las desgracias que acosan a los extractores de caucho. Doña Bárbara (1926), del venezolano Rómulo Gallegos, es el arquetipo de la narrativa sobre el conflicto entre civilización y barbarie. Es la historia de Santos Luzardo que regresa de la ciudad al campo para hacerse cargo de la hacienda familiar. Su intención es llevar el progreso al llano venezolano, labor que obstaculizan el caciquismo, los gobernantes corruptos y los abusos de la intervención extranjera. El gaucho es el protagonista de la novela argentina Don Segundo Sombra (1929), de Ricardo Güiraldes, en la que el narrador, Fabio Cáceres, cuenta la manera en que escapa de su vida de huérfano y aprende a vivir como gaucho bajo el apadrinamiento de don Segundo Sombra. Este es la personificación de las destrezas y valores gauchos: honrado, paciente, trabajador y amigo. Contrario a lo que hace Hernández en su obra Martín Fierro, en la que se da a entender que el gaucho debe domesticarse para ser parte de la nación, el gaucho de Güiraldes se representa como un ser legendario que deambula las pampas en busca de trabajo y sobrevive a las contrariedades de su entorno, es decir que, aunque no se ha domesticado, se concibe como un ente nacional.

Estas tres narrativas fundadoras del criollismo son similares en cuanto al espacio en el cual se desenvuelven sus tramas. La interpretación de la naturaleza americana hace que la misma sea otro personaje más: un personaje gigantesco contra el cual el hombre sostiene una lucha para moldearlo, domarlo y hacerlo producir para beneficio propio. En Don Segundo Sombra el gaucho sobrevive en la aridez de la pampa y trabaja en la doma de caballos cerreros. En Doña Bárbara el llano es el entorno natural en el que se arrea ganado vacuno montaraz. La selva es el medio en el que se desarrollan las actividades caucheras en La vorágine. En todas se consigue la representación del medio agreste a través de una descripción detallada que hace hincapié en la belleza seductora de la naturaleza bárbara y la amenaza que constituye para los seres humanos civilizados que se compenetran con ella.

En La vorágine, por otro lado, se realiza una denuncia social cuando el protagonista, mediante la técnica de la caja china, cede la palabra a un trabajador rural, Clemente Silva, quien describe las circunstancias deplorables en las que viven y laboran los caucheros colombianos. En Doña Bárbara también se imputa a los caciques del llano venezolano la explotación del peón llanero. En esta misma novela, Gallegos plantea una crítica del neocolonialismo en la figura de Mr. Danger, el estadounidense que se beneficia de sus relaciones con la clase alta del llano y de la corrupción de los políticos locales para apoderarse de tierras y ganado. La influencia extranjera se representa también en Don Segundo Sombra, en la que se identifica a los dueños de estancias en la figura de un "inglés acriollado" a quien hay que agraciar para conseguir trabajo. Como este británico en la novela de Güiraldes, en las otras dos obras también se encuentran personajes que se asocian con la propiedad privada y la explotación de la naturaleza como expresión de la modernidad.

La vorágine, Doña Bárbara y Don Segundo Sobra constituyen el canon del criollismo y, dadas sus características diferenciadoras, se establecen como los referentes básicos para valorar críticamente a todas las demás. Luis Harss indica que, a comienzos del siglo XX, se juntaron muchas corrientes en la narrativa, más específicamente en la novela, "que navegó el flujo de la indecisión" (13). A este respecto, Alonso afirma que la proliferación de la narrativa criollista dio paso a su propia desintegración en temas separados y especializados, hecho que no ha dado lugar a un conocimiento más preciso sobre las obras de esta tendencia (39-40). La diversidad de propuestas narrativas del movimiento criollista se debe a sus características internas, las cuales se pueden discernir al considerar lo que se ha denominado antecedentes y génesis de esta tendencia, así como las obras criollistas modelo. Para considerar el criollismo como un movimiento "paraguas", que acoge a esa diversidad de narrativas y contribuir así a desarrollar un conocimiento puntual sobre el mismo, se identifican tres grandes divisiones temáticas que a la vez agrupan las distintas características que a lo largo del tiempo se han observado en esta producción literaria: 1) la naturaleza como protagonista, 2) la denuncia social y 3) el rechazo del neocolonialismo.

El primer tema, el más obvio, ya había preponderado en el romanticismo americano sin más intención que presentar el paisaje natural como fondo poético. En el criollismo se convierte en el tema de civilización y barbarie y se centra específicamente en la lucha del hombre contra la naturaleza para hacerla producir a su favor y asentar de esta manera las bases de la modernidad. Esta dualidad que introduce Quiroga se consolida en Doña Bárbara, en la cual se plantea la lucha del ente civilizado proveniente de la ciudad -Santos Luzardo- en contra de las condiciones primitivas de la naturaleza y del caciquismo bárbaro del llano venezolano, que se personifican en doña Bárbara. Además, dada la fuerte influencia del entorno sobre sus habitantes, la naturaleza también se representa como parte fundamental de la identidad americana. Es una temática sobresaliente en toda la narrativa criollista que se concentra más en la relación del ser humano y el ambiente natural americano -aquellas obras que se denominan novelas de la tierra, relatos de la selva o narrativas telúricas-, y que da un valor de protagonista a la naturaleza hasta el punto de humanizarla.

Seguidamente está la cuestión de los desposeídos, es decir aquéllos que se encuentran en la base de la pirámide social, derivada de las tendencias literarias indianistas y antiesclavistas del siglo XIX, cuyos textos fundadores son obras como Sab y Aves sin nido. Alonso argumenta que los escritores criollistas adoptaron una voz narrativa similar a la de los etnógrafos y lingüistas dentro de un esfuerzo para representar las costumbres e identidades nacionales como culturalmente auténticas (77-78). De esta manera se repite lo que ya habían hecho los escritores de la gauchesca y Azuela: darle voz "escrita" a aquel cuya voz "oral" no se escuchaba. Es un intento de representar la esencia autóctona de esos segmentos sociales, como lo hace Rivera en La vorágine al darle la palabra al cauchero Silva para que describa sus condiciones laborales. Bajo este tema se agrupan las narrativas rurales, campesinas, gauchescas, negristas e indigenistas; o sea toda narración que describe la vida, las costumbres y las condiciones de aquellos seres humanos que, aunque desarticulados de la médula social hegemónica nacional, sirvieron más forzosa que voluntariamente para modernizar las nuevas naciones y realzar las economías nacionales. La denuncia social enlaza esta temática con la siguiente, en la cual aparece la preocupación por la intervención extranjera.

A diferencia de la fascinación por lo europeo que se percibe en las corrientes anteriores, en el criollismo se observa el rechazo al extranjero. En Doña Bárbara resuena la ya comentada lucha del terrateniente local, Luzardo, y sus peones en contra de Mr. Danger, como encarnación de los intereses neocoloniales por la materia prima y las tierras nacionales. Se puede observar otro ejemplo en el inglés de Don Segundo Sombra, quien no solo representa al terrateniente inmigrante que conduce a la modernidad al establecer la propiedad privada, como ya se explicó, sino que también muestra la manera en que trata de someter al gaucho, tradicionalmente nómada, al sedentarismo del forastero. De aquí que surja la narrativa antiimperialista que condena el abuso y la explotación por parte de residentes foráneos con base en el argumento de la superioridad cultural y económica; o sea que en el criollismo se manifiesta el rechazo al sistema neocolonial.

Esta división, como toda clasificación de la literatura, no es rígida ya que la combinación de estas características confluye en la corriente criollista en general. En otras palabras, es posible encontrar elementos de las tres, o al menos dos, de estas temáticas en las obras del criollismo, salpicadas todas de cuadros costumbristas, tradiciones culturales y episodios claramente regionales que diferencian y marcan la individualidad de cada país. Esta tendencia literaria se enmarca, en términos generales, entre los finales de las dos guerras mundiales (1918-1945) -un periodo de aproximadamente veinticinco años-, aunque no hay que olvidar su temprana aparición en México y el Cono Sur, así como tampoco se debe dejar de tener en cuenta el hecho de que se extiende hasta la década de los sesenta en la región centroamericana y el Caribe, como se verá más adelante.

Continuidad de la corriente criollista

A partir de la tercera década del siglo XX, los escritores americanos de habla hispana toman los modelos continentales de Gallegos, Güiraldes y Rivera y se esfuerzan por emularlos mediante una narrativa de corte nacionalista. Los criollistas, indica Franco, ven en la narrativa el instrumento cultural capaz de efectuar un impacto positivo en sus respectivas naciones, a través de su papel integrador al llamar la atención hacia regiones y personajes nacionales olvidados (208, 224). Es así como, a la par del intento por representar la topografía nacional con su flora y fauna, los escritores regionalistas tratan también de hacer -al entender el concepto de mímesis como imitación y no como poiesis- una representación realista de la geografía humana de sus países. Se empieza a escribir sobre otros segmentos de la sociedad que no han sido parte central de la narrativa americana anterior, tal como lo hacen las obras fundadoras con el llanero, el cauchero y el gaucho (aunque este último ya es parte de toda una tradición literaria). Aparecen entonces personajes de otros estratos como el peón, el campesino, el indígena y el afroamericano, tanto en las regiones rurales como urbanas.

Estos personajes del criollismo y sus rasgos culturales, basados en tipos humanos nacionales, devienen parte de tradiciones imaginadas. Eric Hobsbawm, en referencia a la invención de tradiciones, indica que la meta de tales construcciones es inculcar en generaciones presentes y futuras aquellos valores y normas sugerentes de una continuidad con el pasado (8). De esta manera se puede afirmar que, como una respuesta a la crisis del centenario, la representación criollista de estos personajes nacionales es hacerlos parte de una tradición inventada sobre el folklore y la autenticidad, y contribuir así al patrimonio ancestral con la creación de un imaginario colectivo nacional. Entonces, la representación de esos personajes está encaminada hacia aquellos que desconocen su existencia -principalmente los inmigrantes- a través de la descripción de sus particularidades físicas, la reproducción fonética de su habla con sus peculiaridades lingüísticas y sus características psicológicas, y a darles voz para expresarse y pronunciarse sobre temas de interés local, regional y nacional. Se observa que la literatura del continente da un giro con respecto al siglo anterior puesto que las obras que antecedieron al centenario condenaban con su eurocentrismo estas figuras autóctonas por considerarlas un obstáculo al progreso (El Facundo de Sarmiento es el ejemplo perfecto). Al llegar la época del criollismo, la literatura transforma en esencia cultural o en tradición aquello que antes había condenado como inviable para la nación imaginada. Los autores criollistas quieren que los ciudadanos urbanos y los inmigrantes se identifiquen con una tradición que están inventando a través de sus narrativas.

Dado que las producciones regionalistas tienen que ver principalmente con las áreas rurales y sus habitantes, la mayoría de los cuales se encuentran en situaciones de pobreza, surge el tema de la necesidad de cambio social. En esta tendencia sobresale el uruguayo Enrique Amorím, cuya producción literaria, como su obra La carreta (1929), representa las transformaciones del campo del Uruguay debido a la inmigración, la industrialización, las luchas políticas, la pobreza y la explotación (Franco 228). Este tipo de criollismo prevalece durante los años treinta y se extiende hasta las últimas instancias de esta corriente. En Centroamérica, sobresale Salvador Salazar Arrué (Salarrué) con Cuentos de barro (1933), relatos de la vida rural de El Salvador, país que estaba bajo un régimen dictatorial de fuerte censura a sus intelectuales. En la novela boliviana Aluvión de fuego (1935), el escritor Óscar Cerruto da cuenta de las penas que sufren los soldados del ejército de Bolivia durante la entonces recién terminada Guerra del Chaco (1932-35) contra Paraguay y también denuncia tanto los abusos cometidos contra los indígenas del altiplano, como la deplorable situación de vida y trabajo de los mineros bolivianos. Asimismo, las narrativas realistas del Ecuador y Chile profundizan sobre el tema de denuncia social, lo cual da lugar a contenidos que tratan la lucha de clases y la dominación extranjera. Entre estas se tienen como ejemplos la novela chilena Lanchas en la bahía (1931), de Manuel Rojas, sobre los vicios sociales que genera el capitalismo moderno entre los lancheros del puerto de Valparaíso, y La isla virgen (1942), del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, en la que se representa la manera en que la modernización afecta la identidad de los habitantes de una isla.

Ya no se trata solamente de representar la naturaleza y la gente, sino también las diferentes realidades sociales que surgen en el plano continental desde finales del siglo XIX, debido a las relaciones neocoloniales con naciones más desarrolladas y el afán modernizador de los gobiernos. El criollismo coincide con una etapa de industrializaciones nacionales en el continente que, como lo indica Jorge Larraín, produjo una necesidad de cambio para "afirmar una identidad latinoamericana contra la modernidad" (321). Es decir que, a la inversa de considerar la autoctonía como obstáculo al desarrollo, los esfuerzos modernizadores se perciben como una amenaza para aquellas tradiciones inventadas que estaban contribuyendo a forjar las identidades nacionales.

Como parte de esta construcción identitaria, florece la narrativa indigenista que, a diferencia de la indianista, es una narrativa realista de denuncia social sobre las condiciones de vida y trabajo del indígena en las áreas rurales (Prieto 139).5 Obviamente sobresalen narrativas de países con mayor población indígena -México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú-, aunque los escritores de este tipo de literatura no son indígenas (como no eran gauchos los escritores de la gauchesca). Entre las obras criollistas que mejor representan la tendencia indigenista se encuentran Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge Icaza, que trata sobre la explotación del indio serrano; El mundo es ancho y ajeno (1941) del peruano Ciro Alegría, sobre el problema de tenencia de la tierra que afronta una comunidad indígena andina; Entre la piedra y la cruz (1948) del guatemalteco Mario Monteforte Toledo, que relata la vida de los indios zutuhiles y aborda la problemática alrededor de la diferencia racial entre indígenas y no indígenas; y la novela sociológica mexicana Juan Pérez Jolote (1952) de Ricardo Pozas, en la que el tema central es la identidad del indio chamula, la cual se deteriora por la influencia no indígena que viene del exterior de sus comunidades.

La denuncia de la influencia y explotación por parte de entes ajenos a la cultura, ahora en el plano nacional, es el tema central en el criollismo antiimperialista. Este tipo de narrativa encuentra sus antecedentes en Sub terra (1904), una colección de cuentos naturalistas de Baldomero Lillo en la que se describen las condiciones laborales de los mineros, víctimas de la explotación en las minas chilenas que operan los británicos a finales del siglo XIX y principios del XX. Al denunciar y condenar los abusos que perpetran las compañías extranjeras con el apoyo tanto de sus gobiernos como de los gobiernos locales, los escritores de este tipo de criollismo impugnan las relaciones neocoloniales que se forjan entre los países del continente y naciones económica y militarmente más poderosas.

El argentino Benito Lynch, en su novela El inglés de los güesos (1924), contemporánea de La vorágine, hace una representación de la influencia imperialista inglesa y sus efectos en la clase trabajadora argentina. El tungsteno (1931) de César Vallejo denuncia las injusticias perpetradas contra los trabajadores peruanos, con una mayoría indígena, en una mina de administración norteamericana y el despotismo de los representantes nacionales a su servicio. En Mancha de aceite (1935), el colombiano César Uribe Piedrahita representa el inicio de la era petrolera en Venezuela y la explotación del campesinado por parte de las transnacionales inglesas, estadounidenses y holandesas en las regiones petrolíferas de Zulia y Falcón. Se destacan en este tipo de criollismo las novelas que forman la trilogía bananera del guatemalteco Miguel Ángel Asturias: Viento fuerte (1950), El papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960). Todas juntas relatan los abusos que sufrió la nación guatemalteca a manos de la multinacional estadounidense United Fruit Company. Por su fecha de publicación, estas novelas de Asturias, especialmente la última y otras narrativas de sus coetáneos centroamericanos, se deben incluir en las etapas postreras de la corriente criollista.

Últimas instancias del criollismo

Hacia la mitad de la década de los años cuarenta, como se indicó, el criollismo empieza a perder fuerza en la mayor parte del continente. La mengua de la narrativa criollista no se debe a que el deseo de tratar el tema de la identidad nacional haya mermado, o a que se piense que los países han superado los obstáculos de la modernidad y la prosperidad económicas, ni que se comience a hacer caso omiso de la influencia mercantil y cultural del extranjero, o que se crea que esta ha disminuido o desaparecido. El criollismo aparentemente cede ante la búsqueda de nuevas formas de narrar del llamado boom de la ficción americana, sobre la cual vierte inmediatamente su interés la crítica literaria.

Como argumentos principales, los escritores del boom afirman que antes de los años cuarenta no habían encontrado precursores dignos en la pobre tradición narrativa americana (Alonso 38, 40) y rechazan el realismo mimé-tico del criollismo para sustituirlo por la fantasía y la imaginación creativa (Shaw 5). En efecto, como asegura Harss, a esas alturas del siglo XX los escritores están indigestos de realismo y se vuelcan a una nueva ficción innovadora, más interiorizante, con la cual hacen evolucionar y profesionalizan la narrativa latinoamericana (22, 34-35). Aunque algunos críticos han considerado la reclamada orfandad del boom como una argucia promocional para abrirse campo en la literatura universal (Sommer 1), el hecho es que esa transición entre tendencias literarias en la América de habla hispana contribuye a un marcado desinterés de los círculos críticos por las obras criollistas. Es decir que la proyección internacional de los escritores del boom a mediados del siglo XX viene a eclipsar las corrientes literarias anteriores en el continente.

La demora en materia de emancipación en algunos países y el atraso general en el proceso de democratización y modernización en otros conllevan al rezago en el surgimiento y desarrollo de un sistema literario pleno y, consecuentemente, a la persistencia de la tendencia criollista. En el caso de Centroamérica y el Caribe de habla hispana, con excepción de Costa Rica y Panamá, las largas dictaduras militares que rigen los países de ambas regiones, avaladas por el Gobierno estadounidense en defensa de sus intereses comerciales, obstaculizan las publicaciones literarias consideradas subversivas.6 Con el advenimiento de las doctrinas socialistas, cualquier ataque a las hegemonías nacionales es calificado de comunista (Foster 202). Estos hechos provocan, por un lado, una fuga de cerebros hacia un exilio autoimpuesto o forzoso y, por el otro, una censura de toda literatura que tenga la mínima intención de denuncia, retrasando el surgimiento de una narrativa criollista nacional.

En los países del Caribe, a pesar de sus tardías independencias, se cultiva también un criollismo plasmado mayormente en una narrativa corta y que, como el continental, tiende a representar las particularidades de sus respectivas naciones en proceso de consolidación cultural, política y social. Cuba, que recién se había independizado en 1898, presenta un caso inusitado de criollismo paralelo al continental en la narrativa de Lydia Cabrera y sus Cuentos negros de Cuba (1940), relatos en los que representa una nación que se distingue por su geografía insular y por comportamientos humanos de fuerte arraigo afrocubano. En Puerto Rico, autónomo en 1897 y anexado por los EE. UU. en 1898, descuella el escritor puertorriqueño Abelardo Díaz Alfaro con su antología cuentística Terrazo (1947), la cual trata sobre los abusos que sufren los afropuertorriqueños a manos de una mayoría blanca. Entre estos cuentos de Díaz Alfaro debe mencionarse como ejemplar "El Josco," puesto que presenta una alegoría del impacto que ha tenido la intervención de los EE. UU. en este país caribeño. La República Dominicana, independiente en 1865 luego de varias décadas de turbulencia política, cuenta entre sus narradores criollistas a Juan Bosch, quien aborda los problemas sociales que aquejan a las clases bajas en su libro Cuentos escritos en el exilio (1962); conviene aquí citar el cuento "Los amos" en el que el escritor refleja la triste realidad del obrero indefenso ante los terratenientes explotadores. En las narrativas de estos escritores del Caribe es posible observar la manera en que se desbordó, hacia las naciones hermanas menores, ese deseo de afirmación cultural de los escritores de países centenarios que apuntaban a la representación auténtica y singular de sus culturas nacionales.

Cuando los sistemas dictatoriales centroamericanos empiezan a derrumbarse en 1944, vuelve a aparecer la figura de Salarrué con Cuentos de cipotes (1945) de narrativa costumbrista. Ese mismo año es derrocado también el dictador guatemalteco a raíz de una revolución socialista y consecuentemente ascienden al poder gobiernos democráticos, dando todo esto paso a "un ímpetu nacionalista [... que] se encarna en la práctica literaria", como lo señalan Francisco Albizúrez y Catalina Barrios (5). Durante esta época florece en la región un criollismo de pertinaz denuncia social que se centra en los sistemas dictatoriales y la intervención extranjera. De ahí que, simultáneamente a Viento fuerte de Asturias, el costarricense Joaquín Gutiérrez publica Puerto Limón (1950), novela que, como su homóloga guatemalteca, tiene un fuerte vuelo antiimperialista que iguala los modelos continentales anteriores como El tungsteno y Mancha de aceite.

Por otra parte, los países centroamericanos se caracterizan por el rezago en materia de educación. Por ejemplo, el índice de alfabetización en la década de 1920 no llega al 3% en la región centroamericana -sin incluir Belice y Panamá (Foster 188)-, lo que significa un público lector extremadamente reducido. Asimismo, predominan las condiciones rurales hasta ya avanzado el siglo XX. En el caso de Guatemala, Albizúrez y Barrios señalan que este país sigue "siendo esencialmente agrario, pese a los resplandores de una falsa y endeble industrialización" (37). En Costa Rica, la economía nacional continúa basándose en los pequeños latifundios familiares de la oligarquía cafetalera (Foster 184). Si generalizamos estos casos en el istmo, se puede afirmar entonces que los escritores centroamericanos siguen tomando sus temas de las realidades campestres nacionales, por lo que el criollismo se extiende en esta región hasta fechas en las que se llega a considerar anacrónico y tardío en relación con el resto del continente.

A pesar del cambio literario continental que incuban, entre otros, el cubano Alejo Carpentier y el argentino Jorge Luis Borges en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, persiste en Centroamérica un criollismo que insiste en el relato de denuncia social y continúa literaturizando temas telúricos y vernáculos, baste mencionar los siguientes criollistas tardíos centroamericanos. En 1950 sale de imprenta Prisión verde, novela del hondureño Ramón Amaya Amador, sobre la vida del obrero asalariado en las plantaciones bananeras de Honduras. En la novela Donde acaban los caminos (1953), de Monteforte Toledo, se representa la manera en que la brecha racial entre indígenas y blancos en Guatemala se agranda por las diferencias socioeconómicas. De una diferenciación similar, ahora entre la blancura hegemónica y la minoría negra, se ocupa el relato negrista Ébano (1954) del nicaragüense Alberto Ordóñez Argüello. El panameño Julio Bautista Sosa publica en 1957 la novela En la cumbre se pierden los caminos, en la cual narra la vida rural en las montañas del distrito de Boquete. El salvadoreño Ramón González Montalvo publica en 1960 la novela Barbasco, que trata sobre una revuelta rural y describe las costumbres del campesinado.

Esta insistencia estética en la región de Centroamérica se extiende hacia la década siguiente, cuando otros literatos americanos de habla española -Marco Denevi, Juan Rulfo, García Márquez, por mencionar algunos- ya están experimentando con nuevos estilos narrativos. Si bien se percibe el deseo de varios escritores centroamericanos por cambiar la expresión prosística, siguen produciéndose obras criollistas bastante extemporáneas. En Guatemala, sale a luz en 1963 la novela Guayacán, de Virgilio Rodríguez Macal, en cuya trama sobresalen las representaciones de la naturaleza y de los gremios laborales en la selva guatemalteca. El costarricense Joaquín Gutiérrez publica La hoja de aire en 1968, más costumbrista que criollista puesto que el narrador describe costumbres de su país de origen cuando se encuentra en el extranjero. La gran trascendencia del movimiento criollista en América Central, especialmente en Guatemala, continuará marcándose aun en el siguiente decenio con la aparición de Lo que no tiene nombre (1974) de Raúl Carrillo Meza y La semilla del fuego (1976) de Miguel Ángel Vázquez, pero para ese entonces el criollismo ya tiene alrededor de treinta años de haber concluido como tendencia literaria en el resto del continente.

Conclusiones de la narrativa criollista

El movimiento criollista, como se ha ilustrado, con su objetivo primordial de representar culturalmente diferentes a las naciones que cumplen un siglo de independencia, se extendió por toda la América de habla hispana, con la triste excepción de Paraguay.7 Se ha afirmado que la meta del criollismo era tratar de resaltar la identidad cultural del continente y que, para lograrlo, hizo uso de todas las herramientas literarias europeas que le precedieron y todas las fuentes americanas de inspiración a su disposición.

Harss indica que "[n]uestra literatura, crónicamente en busca de sí misma, siempre fue una amalgama de muchos metales" (37), mientras que Alonso señala que el criollismo fue un repositorio de toda la literatura producida en América Latina (41). En otras palabras, como ya se ha indicado, el criollismo se basó en las corrientes anteriores -costumbrismo, romanticismo, realismo, naturalismo- para lograr representar las realidades americanas. Es a partir del criollismo que, desde el tratado de Sarmiento como antecedente hasta las novelas telúricas, se representa el vínculo de la naturaleza del continente con la identidad americana. Se puede afirmar también que esta corriente almacenó gran parte de la tradición oral en formato escrito al reproducir fonéticamente el habla de las clases populares, como lo hicieron anteriormente los escritores de la gauchesca. Asimismo, sirvió para recopilar la intrahistoria, como lo realizaron los costumbristas americanos, no solo en lo relacionado a costumbres y tradiciones, sino también en lo que toca a los males sociales que afectaban a los sectores desposeídos, tanto en el plano local o nacional, como en cuanto a relaciones internacionales.

A pesar de que el boom vino a ensombrecer al criollismo, con su reclamada orfandad literaria y su rechazo a los temas rurales y de compromiso social, la reevaluación reciente de la crítica sobre la producción cultural y literaria de las primeras décadas del siglo XX ha establecido que el boom le debe su inspiración y tiene afinidades temáticas con el criollismo. La búsqueda de la identidad a través de las características de la narrativa criollista no se perdió con la nueva corriente, más bien se continuó expresando a través de técnicas narrativas más sofisticadas (Shaw 4-5). En efecto, si tomamos como ejemplo la novela más famosa del boom, Cien años de soledad (1967) del colombiano Gabriel García Márquez, se pueden ver esas mismas características: la conexión con la naturaleza al escoger el patriarca Buendía el lugar más indicado para fundar Macondo, el conflicto civilización y barbarie en la tensión entre campo y ciudad cuando el gobierno central envía a un delegado para administrar Macondo, la representación de las clases bajas en el reclamo de mejores condiciones laborales y de vida para los empleados de la compañía bananera, y el rechazo y la denuncia de las acciones del elemento foráneo avalado por los gobiernos locales en la masacre de los obreros. Es decir, entonces, que con la narrativa criollista se inició la representación de las naciones americanas como auténticas y únicas, práctica que heredarían consciente o inconscientemente los escritores posteriores al criollismo.

A este respecto, sobre el calificativo "de la tierra" en referencia a la narrativa criollista, Alonso argumenta que "el término también podría interpretarse metafóricamente para describir la posición que se estima que ocupan estas obras en la construcción de las letras contemporáneas latinoamericanas [... una] base de la estructura cuya función principal es dar soporte al edificio que se levanta sobre ellas" (38).8 Efectivamente, el criollismo sentó las bases para representar el continente de manera diferente al resto del mundo a partir de las experiencias americanas, ya que, como lo señala Mempo Giardinelli, una de las figuras centrales del posboom, "sin criollismo, nuestra América no se hubiera narrado a sí misma" (61) o, mejor dicho, no se hubiera podido representar a sí misma. De igual manera, sin criollismo, las literaturas posteriores a este movimiento, como el boom, no habrían tenido base para continuar la tradición de narrar las identidades nacionales, el tema recurrente en la literatura americana escrita en español.

En esta época en que ya se han empezado a celebrar los bicentenarios de las independencias de los países latinoamericanos y que se vuelve a reevaluar el tema de la identidad nacional y continental, no cabe duda de que es un buen momento para retomar el estudio de la hoy centenaria corriente criollista como literatura pionera de la representación identitaria americana. Esta breve mirada que se le ha dado a la historia del criollismo, junto a las diferentes reflexiones que ha suscitado la revisión de sus orígenes, obras canónicas, características definitorias y prolongación, demuestran un renovado potencial que dicha tendencia puede representar para el estudio de las literaturas, identidades y culturas continentales. Las narrativas comentadas, tanto las más notorias como aquellas no tan conocidas y algunas que no se habían considerado parte de esta tendencia, corroboran el papel del criollismo como movimiento "paraguas" que acoge toda una diversidad de narrativas -costumbrista, regionalista, telúrica, rural, campesina, gauchesca, negrista, indigenista, antiimperialista, de la tierra, de la selva, de denuncia social-, todas ellas encaminadas a representar esencias autóctonas nacionales.

En el presente afán de proveer una mejor comprensión del criollismo dentro de las letras americanas en español y dentro del marco de nuevas perspectivas teóricas y críticas, se vuelve imperativo reevaluar la literatura criollista en cuanto a producciones nacionales y regionales (por ejemplo, la región andina y Centroamérica). En este sentido, junto al ya citado estudio de Alonso de renovada crítica literaria sobre el criollismo y a algunos artículos publicados en los últimos veinte años en varias revistas académicas, se pueden mencionar la reevaluación que Doris Sommer hace en su Foundational Fictions de las obras canónicas criollistas de Gallegos y Rivera, al examinarlas como romances conciliatorios nacionales basados en los discursos populistas de la época, y el original análisis de relaciones neocoloniales y activismo ecológico que Jennifer French realiza en Nature, Neo-Colonialism and the Spanish American Regional Writers. Estos pocos escritos son originales e innovadores y dan fe de la enorme viabilidad de releer la corriente criollista a la luz de teorías más recientes para aproximarse críticamente a las diferentes representaciones de las identidades nacionales y recalcar una vez más el papel del criollismo como literatura patrimonial americana.

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1 La traducción es mía. Original: [El escritor criollista] "attempts to present the New World, interpret its inhabitants in relation to the American cosmos, and give expression to authentic national spirit and aspirations".

2Para lograr esto, brevemente cito varias fuentes críticas, históricas y teóricas, y comento rápidamente numerosas obras literarias, tanto del criollismo como aquellas que lo antecedieron. Por esta razón, a pesar de parecer exagerada, la bibliografía que aparece al final es ilustrativamente necesaria, aunque solo se mencionan los textos que se consideran más sobresalientes de la literatura criollista y sobre la misma.

3Temas tratados en obras como Sab (1841) de la cubano-española Gómez de Avellaneda sobre la situación de la mujer en la sociedad y la esclavitud en las colonias españolas; Soledad (1847) del argentino Bartolomé Mitre, con tema de identidad nacional; María (1867), la novela romántica latinoamericana por excelencia, del colombiano Jorge Isaacs; Cumandá (1871), del ecuatoriano Juan León Mera, que trata del contacto entre indígenas y europeos en tiempos postcoloniales; y Aves sin nido (1889), la primera novela indianista, de la peruana Clorinda Matto de Turner.

4Echeverría escribió este cuento entre 1838 y 1840, pero no se publicó sino hasta 1871.

5Se separa la narración indigenista realista de aquellas que abordan el tema del indígena desde su cosmogonía, creencias y leyendas, como Balún Canán (1957) de la mexicana Rosario Castellanos, Hombres de maíz (1949) del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y Todas las sangres (1954) del peruano José María Arguedas.

6Los dictadores de este periodo fueron el Gral. Rafael Trujillo en la República Dominicana (19301961), el Gral. Jorge Ubico en Guatemala (1931-1944), el Gral. Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador (1931-1944), en Honduras el Gral. Tiburcio Carías Andino (1933-1949), el Gral. Anastasio Somoza en Nicaragua (1934-1956) y el Gral. Fulgencio Batista en Cuba (1940-1944, 1952-1959). Panamá estaría bajo la tutela estadounidense desde su independencia de Colombia en 1903 y posteriormente tendría un largo periodo dictatorial militar de 1968 a 1989.

7Desde la independencia de esta nación sudamericana, su historia estuvo plagada de guerras, dictaduras y golpes de estado hasta principios de la década de 1990. El autoritarismo político y las pobres condiciones socioeconómicas de Paraguay durante la primera mitad del siglo XX imposibilitaron el surgimiento del criollismo. Como explica Teresa Méndez-Faith: "La circunstancia histórico-social dificultó entonces la aparición de una novela indigenista o criollista paraguaya" (39).

8La traducción es mía. Original: "the term could be interpreted metaphorically as well to describe the position these works are deemed to occupy in the edifice of contemporary Latin American letters [... a] foundation of the structure, whose principal function is to give support to the building erected on them".

Cómo citar este artículo (MLA): Rozotto, David. "El criollismo en la América de habla hispana: revisita y reflexiones sobre el patrimonio de una literatura centenaria". Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 21, núm. 1, 2019, págs. 117-141.

Sobre el autor

David Rozotto es catedrático, cuentista, investigador y traductor, originario de Quetzaltenango, Guatemala. Se doctoró en Filología Hispana en la Universidad de Ottawa. Se dedica a la historia literaria, el criollismo y las literaturas centroamericana y latinoamericana. Ha hecho ponencias y ha sido invitado a hacer presentaciones en diferentes conferencias e instituciones en Canadá, Centroamérica, España y los Estados Unidos. Sus cuentos y artículos literarios han aparecido en diversas antologías y revistas académicas. Ha publicado los libros Virgilio Rodríguez Macal. El hombre, el escritor y el intelectual (Piedra Santa, Guatemala, 2016) y Modernización y territorialización en Guatemala: La novelística de Virgilio Rodríguez Macal (Biblos, Buenos Aires, 2018), en los cuales aborda la vida, obra y visión de una de las figuras más notorias de las letras guatemaltecas. Ha publicado un poemario en traducción The Faces of Fear (Julio Torres-Recinos, Lugar Común, Ottawa, 2017) y ha coeditado el volumen Narrativas del miedo: terror en obras cinemáticas, literarias y televisivas de Latinoamérica (Peter Lang, Nueva York, 2018). Es Assistant Professor del Departamento de Español y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Waterloo, Ontario, Canadá.

Recibido: 11 de Agosto de 2017; Aprobado: 04 de Enero de 2018

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