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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.22 no.1 Bogotá Jan./June 2020  Epub Apr 13, 2020

https://doi.org/10.15446/lthc.v22n1.82292 

Artículos

Entrenar la mirada. La escritura del viaje en María Sonia Cristoff

Training the Gaze. Travel Writing in María Sonia Cristoff

Treinar o olhar. A literatura de viagem em María Sonia Cristoff

Cecilia Sánchez Idiart1 

1Universidad de Buenos Aires - Conicet, Buenos Aires, Argentina cecisi89@gmail.com


RESUMEN

En el marco del proceso global de flexibilización de las fronteras de los Estados nación, la literatura de la escritora argentina María Sonia Cristoff explora las relaciones entre la narración y el movimiento. En la antología Acento extranjero (2000) y la crónica Falsa calma (2004), se ocupa de la Patagonia argentina para ensayar una aproximación al espacio que destaque su politicidad como escenario de disputas por su uso colectivo y promueva la discusión con otros textos y voces. Más allá de los mitos fundantes de la identidad nacional, la Patagonia se configura a partir de una trama densa de recorridos, prácticas, modos de vida y discursos.

Palabras clave: espacio; lectura; literatura latinoamericana; María Sonia Cristoff; política; viaje

ABSTRACT

In the context of the global process of flexibilization of nation-state borders, the work of Argentinean writer María Sonia Cristoff explores the relations between narrative and movement. In the anthology Acento extranjero (2000) and the chronicle Falsa calma (2004), set in the Argentinean Patagonia, Cristoff attempts an approach to space that highlights its politicity as a scenario of disputes over collective use, and promotes discussion with other texts and voices. Beyond foundational myths of national identity, Patagonia is shaped on the basis of a dense weave of paths, practices, ways of life, and discourses.

Keywords: space; reading; Latin American literature; María Sonia Cristoff; politics; travel

RESUMO

No âmbito do processo global de flexibilização das fronteiras dos Estados-nação, a literatura da escritora argentina María Sonia Cristoff explora as relações entre a narração e o movimento. Na antologia Acento extranjero (2000) e na crônica Falsa calma (2004), ela trata da Patagônia argentina para ensaiar uma aproximação do espaço que destaque sua politicidade como cenário de disputas por seu uso coletivo e promova a discussão com outros textos e vozes. Mais além dos mitos fundantes da identidade nacional, a Patagônia se configura a partir de um conjunto denso de percorridos, práticas, modos de vida e discursos.

Palavras-chave: espaço; leitura; literatura latino-americana; María Sonia Cristoff; política; viagem

EN EL MARCO DEL PROCESO global de flexibilización de las fronteras de los Estados nación y de transnacionalización del capital en marcha a partir de los años noventa, un conjunto de producciones literarias latinoamericanas, desde Salón de belleza (1994) de Mario Bellatin y A cielo abierto (1996) de João Gilberto Noll hasta Sangre en el ojo (2012) de Lina Meruane y Cuaderno de Pripyat (2012) de Carlos Ríos, se ha dedicado a problematizar los desplazamientos y flujos migratorios, los modos de vida errantes y los procesos de subjetivación y de subjetivación que proliferan en un presente signado por el desdibujamiento de las identidades nacionales. Bajo la forma de cartografías discontinuas e inestables, en los términos de Graciela Speranza, de la profanación de los tonos de la nación, siguiendo a Josefina Ludmer, o de localizaciones inciertas y posnacionales, en palabras de Néstor García Canclini, estas narraciones trazan recorridos que cruzan fronteras y producen espacios de límites difusos que ya no coinciden con los territorios de las naciones.

La literatura de la escritora argentina María Sonia Cristoff explora con insistencia las relaciones entre la narración y el movimiento (el viaje, la caminata, el paseo). En dos de sus obras, la autora se ocupa especialmente del espacio de la Patagonia argentina para componer alrededor de ella una densa trama de discursos, saberes, prácticas y dispositivos de poder. Por un lado, Acento extranjero (2000) es una antología que incluye dieciocho relatos de viajeros que, con distintas motivaciones, recorrieron la Argentina entre los siglos XVI y XX, entre quienes se encuentran Alexander Campbell, Florence Dixie, Francis Drake y Richard Burton. La selección, la nota preliminar y las introducciones a cada sección de la antología y a cada texto estuvieron a cargo de Cristoff. Por otro lado, Falsa calma (2004) es la crónica del recorrido por una serie de pueblos fantasma del sur argentino, de las conversaciones que Cristoff mantiene con muchos pobladores y de las investigaciones que lleva adelante en relación con varias de las historias que recoge. Tanto en la antología como en la crónica se ensaya una aproximación al espacio orientada por el diálogo, la confrontación y la polémica con otros textos y otras voces. La Patagonia se configura en Acento extranjero y Falsa calma a partir de la lectura de mucho de lo que se ha escrito sobre ella a lo largo de los siglos, de manera tal que la escritura del viaje narra desplazamientos no solo a través del territorio, sino también de una serie abierta de otros textos. Entre el documento y la narración, entre la ficción, la crónica y el ensayo, la escritura de Cristoff traspasa las fronteras tradicionales de los géneros y hace proliferar, gracias a esta permeabilidad, las conexiones con otras múltiples miradas sobre el espacio, procedentes de informes gubernamentales, catálogos de especies animales, relatos, memorias, testimonios y notas de periódicos, entre otros materiales.1

Si, como sugiere Michel de Certeau, la consideración del espacio exige tener en cuenta "el conjunto de movimientos que ahí se despliegan", "los vectores de dirección, las cantidades de velocidad y la variable del tiempo" (129), la Patagonia leída y narrada por Cristoff, lejos de la abstracción que representa el mapa, se configura a partir de los recorridos que se trazan sobre ella, de las prácticas y modos de vida que allí se encuentran, de los discursos que la nombran y codifican. La politicidad del espacio se sitúa en el centro de una escritura que, al mismo tiempo que desmonta los mitos fundantes de la identidad nacional, delinea la Patagonia como escenario de luchas políticas y de disputas por su uso colectivo.

En efecto, a lo largo de la historia han cobrado consistencia ideas muy diversas del sur argentino, imaginado alternativamente como desierto improductivo y como fuente de riquezas inconmensurables, en relación con diferentes luchas de poder y saberes producidos en torno a este espacio. Como sugiere Ernesto Livon-Grosman en su lectura de los relatos de viajes a la Patagonia escritos entre los siglos XVI y XIX, este corpus de narraciones fabrica un doble mito: "el de la región como un territorio primigenio y tierra de nadie, y el de ese territorio como parte integral de la nación" (10). En las primeras crónicas escritas por viajeros europeos se yuxtaponen y ensamblan saberes, disciplinas, tonos y observaciones heterogéneas que van "desde la descripción de los hábitos alimenticios de los guanacos [...] hasta el juicio moral sobre las costumbres indígenas" (11). Mientras que la motivación intelectual de los cronistas británicos y españoles reside en el interés por expandir los límites de un saber científico asociado con los poderes coloniales europeos, las narraciones de los viajeros argentinos ponen el relevamiento científico del territorio al servicio de la constitución del Estado y la consolidación de la soberanía nacional.

Desde una perspectiva complementaria, el historiador Ernesto Bohoslavsky ha señalado que, hasta fines del siglo XIX, el grado de desconocimiento del territorio dio lugar a un proceso de exotización que facilitó una construcción literaria y mitologizada del espacio patagónico por parte de viajeros europeos que exaltaban la superficie en apariencia infinita de las planicies y la experiencia sensorial casi sobrenatural que estas ofrecían. Las motivaciones que, desde el siglo XVI, impulsaban a estos viajeros a internarse en la Patagonia eran diversas -científicas, comerciales, etnográficas, misionales-, pero en muchos de sus relatos y crónicas el deseo de conocer el territorio se corresponde con una voluntad de apropiación y ocupación. En un primer momento, la imagen de la Patagonia que se desprende de las narraciones de estos cronistas europeos es la de un espacio inhabitable, infértil e improductivo, una tierra maldita y aterradora, "un desierto sin mayor atractivo económico" (Bohoslavsky 36). Tanto el paisaje como sus pobladores eran percibidos por la mirada europea como "bestiales, primitivos, desoladores y feroces" (37). Como ha observado Silvia Casini, en estos textos fundadores el espacio patagónico se describe y configura a través de una adjetivación preponderantemente negativa que fue dando forma a un imaginario que todavía perdura en algunas narraciones del siglo XX. Durante el proceso de surgimiento del Estado nación, la Patagonia comenzó a identificarse con el progreso y a aparecer como un espacio promisorio, un "reservorio de recursos naturales inexplorados" (Bohoslavsky 41) que es preciso incorporar al territorio argentino. Aquellas tierras antes malditas e inhóspitas se convirtieron, a partir de 1870, en una región civilizable y disponible que encontraría su prosperidad en la expansión del capitalismo ganadero. Este futuro soñado de progreso tenía como condiciones el avance militar sobre la frontera y el exterminio de las poblaciones indígenas. Para ello, como sostiene Claudia Torre, la figura del indio se delinea en la narrativa expedicionaria, no simplemente como un enemigo de los estancieros de Buenos Aires, sino como "un problema de carácter nacional que involucraba a todos los sectores de la sociedad y a poderes políticos de varias provincias" (42). El nomadismo, las creencias religiosas y el sistema productivo de los indígenas se perfilaban como serias amenazas para el programa modernizador y civilizatorio del Estado.

Si buena parte de los relatos incluidos en Acento extranjero fueron escritos antes de la consolidación del Estado nación y son leídos por Cristoff en serie con los procesos de expansión territorial de las coronas europeas o del incipiente poder estatal, Falsa calma se enfrenta al declive de la soberanía nacional sobre el territorio en el contexto de la implantación a escala global del neoliberalismo. De esta manera, en Acento extranjero, la Patagonia todavía no ha sido codificada definitivamente como territorio, esto es, como espacio controlado por alguna clase de poder y aprehendido por medio de una serie de discursos del saber (Foucault 125). Sobre su extensión se tensan sentidos y temporalidades en conflicto: la fatalidad de la condena y el futuro de promesa. Por su parte, en contraste con la pretensión de los viajeros europeos de producir un saber sobre el espacio funcional a los intereses del poder, el recorrido por la Patagonia que se narra en Falsa calma no va en busca de ningún sentido de lo nacional, sino más bien de sus restos y fantasmas. Atendiendo a la capilaridad de los modos de vida, a la marginalidad de historias mínimas de sujetos que ya no cuentan en los cálculos del Estado, la crónica se desmarca del íntimo lazo con el poder característico de los informes gubernamentales o las cartas de relación para producir un contra-saber sobre el espacio que lo abre a nuevas posibilidades tanto estéticas como políticas.

Modos de leer

En "El cosmopolitismo de las literaturas periféricas", María Teresa Gramuglio se refiere al comparatismo como perspectiva que permite situar las literaturas nacionales en el marco de redes transnacionales de circulación cultural y, de este modo, iluminar "relaciones por fuera o más allá del ensimismamiento en lo nacional" (165). En un sentido similar, la antología Acento extranjero pone en evidencia la permeabilidad de los sentidos y tonos de la nación, atravesados inevitablemente por la mirada del extranjero y por las mediaciones que el viajero introduce para aproximarse a culturas y tierras desconocidas. Así, algunas particularidades de la mirada sobre el espacio que se despliega en los relatos de los cronistas europeos contribuirán significativamente a modelar la imaginación del territorio argentino. Acento extranjero se presenta como una suerte de diario de lectura que ofrece una aproximación al relato de viaje en la que se ponen de relieve tonos y miradas, políticas del saber y de la escritura. Los modos de leer que pueden relevarse, tanto a partir de la selección de textos como de las notas introductorias escritas por Cristoff, subrayan la condición intersticial del viajero como mediador o traductor entre culturas y la politicidad de un espacio que se recorre y narra desde el cruce de diferentes motivaciones, intereses y prácticas.

Una de las primeras claves de lectura que propone la antología señala hacia la proximidad entre la mirada del viajero y la del traductor. Afirma Cristoff en la nota preliminar: "en el relato del viajero en tierra extranjera yo encontraba los recursos, los tormentos y los goces del traductor en su viaje a la lengua extranjera" (18). La traducción se comprende como un tránsito entre lenguas que renuncia a toda relación de propiedad con el texto, como un "oficio que pone en juego la extranjería no solo sobre lo ajeno sino también sobre lo propio, el pasaje entre dos mundos, la fatalidad y la celebración de las diferencias irreductibles" (17). En varios de los relatos de la antología se pone en marcha, efectivamente, todo un "sistema de paralelismos" (39) que traza comparaciones entre lo familiar y lo desconocido. Así, para Rosita Forbes, inglesa que viaja por América del Sur durante 1932, las estancias de Buenos Aires se asemejan a las casas de campo inglesas, mientras que "el norte de la Patagonia no difiere mucho de las colinas blanqueadas de Sussex" (28). Edmondo de Amicis, por su parte, señala el parecido entre el mapa de la provincia de Santa Fe y el de Italia, y encuentra entre los colonos "un nuevo sentido del orgullo italiano, nacido de encontrarse allí, en país extranjero, en medio de colonias de otros pueblos" (60). De este modo, el viajero se apropia del espacio que recorre por medio de una mirada que va en busca de analogías y continuidades entre el país natal y la tierra extranjera.

Además de recurrir a la traducción como método, el relato de viaje, afirma Cristoff, adopta y entrecruza múltiples géneros: informes de enviados gubernamentales, memorias de misioneros, textos científicos, observaciones de campo de antropólogos, cartas, testimonios y diarios. Sin embargo, antes que interesarse por dictaminar la pertenencia genérica de los textos, el modo de leer que pone en práctica Cristoff se dirige a desentrañar el punto de vista, la mirada sobre el espacio que se construye en cada relato. Un rasgo compartido por las narraciones compiladas es una "forma de contar marcada por la distancia de lo ajeno" (20): se trata del intenso extrañamiento que se apodera del viajero que desembarca en una tierra radicalmente otra.

Cada relato, además, enuncia un "pacto explícito inicial" (19) del que se desprenden motivos que delimitan tanto lo que el viajero percibe y registra como lo que ignora u oculta. Los dieciocho relatos de viaje incluidos en la antología son organizados, así, bajo seis motivos que definen el motor principal de las narraciones: la experiencia, la expedición, la naturaleza, la compañía, la religión y el ocio.

Por otro lado, los prólogos que Cristoff dedica a cada autor apuntan a relevar interrogantes, debates y problemas que preocupan al viajero y articulan su relato. Así, la mirada inquisidora de Rosita Forbes, que incursiona en la política y no vacila en tomar posición, contrasta con el tono sentimental y la "predisposición al patetismo" (52) de Edmondo de Amicis. Comprendiendo que la narración de cualquier viaje conlleva un proceso de investigación, Cristoff se interesa también por los saberes y los materiales a los que recurren los viajeros en sus relatos: Richard Burton, por ejemplo, consulta una sólida documentación sobre la Guerra del Paraguay, realiza entrevistas en los campos de batalla y exhibe un amplio conocimiento acerca de estrategia militar.

Finalmente, en tanto que el paradigma de la literatura de viajes instaurado en Argentina por Sarmiento en el siglo XIX la inscribe irreversiblemente como un "género fuertemente ligado a un proyecto político" (39), otro aspecto que Cristoff destaca en los relatos compilados es su vinculación particular con el poder. En los relatos de viaje de los religiosos, la palabra propia se impone para desterrar las creencias ajenas y derribar los ídolos paganos, mientras que ya Francis Drake en el siglo XVI "utiliza la fe como eufemismo para hablar de la propagación del poder" (81). Por otro lado, en tanto que el relato oficial de un viaje expedicionario, encargado por el gobierno o la corona que lo organizó, es "la única versión que puede negar su condición de tal y plantearse como verdad única" (67), un cronista como Alexander Campbell "aprovecha los beneficios de lo marginal" (69) y evita justificar las acciones o enumerar los logros de la corona para intentar defenderse de la acusación de haberse intentado pasar a las filas de Pizarro. El registro de la justificación y de la "responsabilidad minuciosa" (81) propio de los relatos oficiales contrasta con el tono de desacato, denuncia o desagravio de las versiones opositoras. Amigos o enemigos del poder, los viajeros de Acento extranjero intervienen inevitablemente en las luchas políticas de su tiempo.

Territorios en disputa

El espacio que se narra en los relatos de la antología dista de presentarse como vacío u homogéneo y se imbrica, en cambio, con discursos, saberes y políticas que delimitan fronteras y territorios, condicionan modos de vida y definen prácticas de apropiación.2 Así, por ejemplo, el contexto social y político es central en las crónicas que escribe Rosita Forbes sobre su viaje por América del Sur en 1932. La viajera reflexiona continuamente sobre "el sistema social argentino" (28) y sus diferencias con el inglés, y sobre las particularidades de los modos de vida que descubre. Para Forbes, la sociedad argentina, pensada por y para los hombres, está fuertemente marcada por las desigualdades de género, que se expresan con claridad en la distribución de los espacios y las tareas: "Los hombres tienen sus oficinas y sus clubes. Las mujeres están rodeadas por sus niños, su vida social, sus vestidos [...], su bridge, sus tés y sus charlas familiares" (30). La Argentina aparece, de este modo, como un "espectáculo sorprendente de autoridad masculina y obediencia femenina" (35). También le llaman la atención las hondas diferencias entre las clases sociales y, en particular, los contrastes "entre la clase alta hereditaria y los colonizadores o trabajadores comparativamente educados, de origen extranjero" (32).

Algunas décadas antes, hacia fines del siglo XIX, Edmondo de Amicis se enfrentaba a la llanura interminable y desierta de "las pampas salvajes" (54), tierras inhóspitas recorridas por vacas y caballos, y amenazadas por las frecuentes correrías de indios. Sin embargo, los colonos italianos se imponen allí a fuerza de "trabajo incansable" y "audacia desesperada" (57) para aprovechar la notable fertilidad de las tierras. En el relato de De Amicis, la pampa se presenta primero como "vasta llanura inculta" (57), como espacio sumido en la barbarie y habitado solo por animales e indios, para convertirse más adelante en un territorio nutridamente poblado de familias y puesto al servicio de la explotación económica:

Ahora es una de las colonias más prósperas del país, rica en hermosos edificios y en molinos, riquísima en máquinas agrícolas y habitada por gran número de familias que han pasado en pocos años de la pobreza al desahogo y casi a la opulencia. (57)

De modo similar, ya en el siglo XVIII Alexander Campbell describía el trayecto entre Mendoza y Buenos Aires como desolador y despoblado, recorrido por tigres salvajes y multitudes de indios, "siempre en guerra con los Españoles" (76). Se trata, en ambos casos, de una operación de despojamiento que, como ha señalado Fermín Rodríguez, tras identificar los cuerpos del animal y el indio como desechables e improductivos para el orden de la nación, codifica el espacio como vacío y disponible para su captura por el Estado y el capital.

De Certeau afirma que "todo poder es toponímico e instaura su orden de lugares al nombrar" (142). En la crónica de Francis Drake, el poder de nombrar a través del lenguaje cobra especial relevancia en relación con la mirada que se despliega sobre los pobladores indígenas. El explorador narra que Fernando de Magallanes, al descender en Puerto Saint Julian, llamó "Patagous" o "Pentagours" a los habitantes del sur americano "por su enorme tamaño y proporcional fuerza" (Cristoff, Acento 84). Pero la experiencia del contacto con las poblaciones indígenas, tal como la narra Drake, no confirma simplemente lo ya observado por Magallanes, sino que pone de manifiesto una ambivalencia sugerente entre el espanto y la familiaridad, entre la distancia y la cercanía. Los patagones aparecen como monstruosos por su gran estatura y su fuerza física, pero no son tan gigantes "como se había informado, existiendo ingleses tan altos como el más alto de ellos que llegamos a ver" (86). Su ferocidad y hostilidad son, según supone Drake, en buena parte consecuencia del trato que recibieron por parte de los españoles.

Por medio del recurso a las prácticas y los discursos del saber científico, el lenguaje también se inviste en estos relatos de un poder clasificatorio ejercido sobre el espacio y los fenómenos que lo afectan. Alejandro Malaspina narra una expedición científica que se propone cartografiar el territorio americano, medir sus costas, hacer observaciones astronómicas, determinar meridianos y latitudes. Se trata de producir un saber sobre el espacio a través de un discurso analítico que traza clasificaciones y delimitaciones para aprehender, a través de la precisión de la cifra y del lenguaje científico, la heterogeneidad de lo que se ofrece a la mirada del viajero: "Pasado el sol del meridiano, el viento tomó algún leve incremento y se declaró favorable al norte, con el cual navegábamos [...] conservando un fondo igual de 22, 20 y 18 brazas" (95). Por otro lado, a partir de sus viajes por América, Félix de Azara elabora un complejo sistema de clasificación de especies animales que entrecruza supuestos bíblicos, observaciones geográficas e ideas que luego serían retomadas por la teoría evolucionista de Darwin. En el afán de producir un saber al servicio de la Corona, levanta también la carta geográfica de la frontera con Brasil y diseña incluso un plan de colonización para "afianzar el dominio español" (111) sobre la región. Por último, el botánico Carlo Spegazzini enumera las formas del archivo y el registro que recopilan los resultados de su largo viaje: colecciones zoológicas y antropológicas, un catálogo botánico y una extensa lista de palabras de las lenguas indígenas acompañada de apuntes sobre reglas gramaticales. Son, en efecto, como afirma Cristoff en el prólogo al relato de John Ball, "tiempos en que las coronas necesitaban clasificar, develar el contenido de esas tierras que eran una conquista pero todavía una incógnita" (134).

La última sección de la antología, dedicada al viaje de ocio, reúne narraciones donde se pone en práctica una "capacidad de no hacer nada" (225) que marca un quiebre con respecto a las motivaciones científicas, políticas y religiosas presentes en los demás relatos de Acento extranjero. Más allá del "tiempo libre entendido como opción del mercado" (225), viajeros como Florence Dixie o W. R. Kennedy son vagabundos y ociosos, y van en busca de momentos placenteros para huir del mundo del trabajo y las obligaciones cotidianas. Esta falta de motivación clara y la inclinación a dejarse llevar por lo que ofrece la experiencia del viaje anticipan la receptividad y cierta pasividad que caracterizarán a la narradora de Falsa calma.

Entre lenguas, entre patrias

Si en la mirada sobre el espacio que se configura en la mayor parte de los relatos incluidos en Acento extranjero resulta central el problema de la apropiación y organización del territorio bajo el régimen de un poder colonial o estatal capaz de asegurar su productividad económica, en Falsa calma Cristoff explora las posibilidades de una escritura del desarraigo que apunta a desmontar los mitos y artificios de lo nacional. De esta manera, un primer interrogante que la crónica plantea refiere a la condición intersticial del viajero, siempre fuera de lugar, en el cruce entre culturas, territorios y discursos. Desde esta posición incómoda, Cristoff descubre en la Patagonia un espacio habitado por diferentes lenguas y patrias. En el prólogo del libro, la narradora-autora cuenta que su padre, nacido en la Patagonia, creció en una familia en la que todos hablaban búlgaro, ya que su abuelo se había dedicado a "refundar su propia Bulgaria" (Cristoff, Falsa 7) en el sur argentino. El padre de Cristoff hablaba también galés con los vecinos con los que jugaba al fútbol, y se enfrenta recién al castellano cuando a los seis años comienza a ir a la escuela.

Muy pronto la narradora advierte que esta convivencia entre culturas implica toda una serie de mezclas y contaminaciones entre lenguas, patrias y modos de vida. Así, en la patria búlgara del abuelo de Cristoff se va infiltrando de a poco el rasgo típicamente patagónico del aislamiento, condición que la narradora presenta como problema central de todo lo que ella ha leído sobre la región y también de la crónica que se propuso escribir. Se trata de un término que se carga, a lo largo de Falsa calma, de numerosos sentidos (políticos, económicos, subjetivos). El prólogo ya señala una primera ambivalencia: mientras que para los viajeros europeos el aislamiento remite a la posibilidad ilimitada de extender sus dominios, para los exploradores argentinos supone el peligro de una tierra indómita que no quiere someterse al orden de la nación. De manera análoga, para la propia narradora la vida en el pueblo de su abuelo significó, durante la infancia, la posibilidad de subvertir el tedio de la rutina con la experiencia de nuevos olores, horarios y comidas, pero más adelante se convenció de que habitar la Patagonia la alejaba "del país donde ocurrían las cosas" (8) y de la vida que ella quería tener.

Antes que ir en busca de un fundamento de la identidad nacional, la mirada nómada de Cristoff encuentra en la Patagonia relatos de migrantes y viajeros. El capítulo cinco de Falsa calma transcurre en una zona de Río Negro donde se asentaron, durante las primeras décadas del siglo xx, muchas familias que emigraban desde el Levante, área que hoy corresponde a los territorios de Líbano y Siria. Aquí ya se introduce un equívoco con respecto a la pertenencia nacional, ya que estos habitantes de la Patagonia eran llamados "turcos", cuando en realidad provenían de regiones que habían sido sometidas durante siglos a la dominación turca. Estos pobladores se dedicaban a recorrer la meseta truequeando mercadería que cargaban en una carreta y transportaban con la ayuda de un peón. La crónica se interesa por narrar la difícil adaptación a un nuevo modo de vida signado por la soledad, el movimiento continuo y el aislamiento: los libaneses estaban habituados a pasar mucho tiempo en sus casas rodeados de sus familias y se habían cruzado el océano para recorrer el desierto con un peón con el que apenas podían entenderse. En este punto, la narración se torna prácticamente una crónica policial porque se centra en la desaparición de más de cien comerciantes árabes en cinco años a manos de una banda que asesinaba y les robaba las mercaderías a los vendedores.

La narradora contrasta algunos planteamientos del libro Partidas sin regreso de Elías Chucair, que trata sobre la desaparición de estos comerciantes, con sus propias hipótesis al respecto. Donde Chucair ve un conflicto de nacionalidades entre Argentina y Chile, Cristoff subraya que la idea de pertenencia a una nación entre parias de la frontera no podía ser sino precaria e imprecisa y que, en todo caso, el interés del incipiente poder estatal por atribuir estos crímenes a los chilenos respondía a la búsqueda de que no se contaminara la imagen de un país abierto a la inmigración europea que se delineaba hacia el Centenario. Otra operación reconstruida y visibilizada por la narradora remite a los modos en que los periódicos de la época caracterizaban a estos bandidos como caníbales salvajes que hacían necesaria una inmediata intervención estatal y, concretamente, policial para lograr expulsarlos del orden de la civilización que se estaba intentando fundar. Estas reflexiones, junto con la lectura de otros relatos de caníbales, impulsan a la cronista a redefinir aquella "voz bifronte" (91) que ella misma pone en práctica como una escritura caníbal que se nutre de las palabras e historias de los otros. Tomando partido por las mezclas y contagios antes que por la pretendida pureza de las identidades nacionales, el canibalismo de la escritura de Cristoff funciona como una potente máquina de lectura que traza relaciones entre discursos, prácticas y modos de vida que se despliegan sobre el espacio.

En el capítulo cuatro, que transcurre en Cañadón Seco, pueblo ubicado en la provincia de Santa Cruz, la narradora indaga específicamente la posición dislocada y ambivalente del cronista como extranjero. Refiere, en particular, al momento de quiebre del encanto en el que el lugar y sus habitantes pasan de recibir al viajero con una lengua hospitalaria y un intenso deseo de contar, a percibirlo como un intruso y sentir la necesidad de expulsarlo. Se trata de un momento casi imperceptible "en el que la malla que conforma al lugar empieza a cercarlo" (52), y tras el cual la cronista comienza a ser observada con sospecha por todos, al punto de ser mordida por un perro callejero. Sin embargo, a pesar de la resistencia que le oponen el espacio y sus pobladores, la narradora se niega a irse y persiste en esa posición incómoda, "obstinada en la molestia" (56-57), para convertirla en motor de la escritura y en el estímulo de una mirada que se desliza entre el estado de alerta y el embotamiento.

Andar y ver

"Leo, más de lo que escribo" (58), afirma la narradora en el cuarto capítulo de Falsa calma. A lo largo de toda la crónica, se citan o parafrasean pasajes de otros múltiples textos, muy heterogéneos entre sí: memorias, biografías, testimonios, relatos de viaje, artículos de revistas, notas de periódicos, expedientes y resoluciones gubernamentales. La profusa referencia a otras lecturas que convierte la narración en una especie de archivo es un procedimiento recurrente en la escritura de Cristoffy apunta en Falsa calma a poner en escena el proceso de investigación requerido para la preparación de la crónica. La lectura se inscribe como un modo de entrenamiento de la percepción, como un ejercicio exploratorio que impide volcarse hacia una mirada ingenua sobre el espacio, ya que, a través de la inmersión y el recorrido de la intrincada masa textual que se ha ido configurando en torno a la Patagonia a lo largo de los siglos, el espacio se carga de densidad discursiva, estética y política.

En el prólogo a la reedición de Falsa calma, Cristoff reflexiona sobre el género de la no ficción y sostiene que en él lo que se pone en juego "no es esa entelequia llamada verdad objetiva, chequeable, sino la articulación de una hipótesis -las estrategias a partir de las cuales está construida [...], las lecturas con las que dialoga, las posturas con las que discute" (15). Se trata de una escritura que se produce a través de la composición de materiales heterogéneos -lo autobiográfico, el trabajo documental, la experimentación literaria- y que construye una figura del narrador ante todo como lector.3 Este lento trabajo de recolección y puesta en serie de relatos y materiales es precisamente lo que se escenifica en Falsa calma. En varios casos, la historia de los pueblos que la narradora recorre solo puede ser reconstruida a partir de fragmentos, entrevistas y recortes dispersos: "No hay ningún libro al respecto: la historia de Las Heras hay que leerla así, en fascículos, en recortes de diarios, en folletos, en documentos oficiales, en fragmentos" (Cristoff, Falsa 197). La crónica avanza hilvanando relatos de origen diverso, confrontando voces y deslizándose entre el ensayo y la narración, entre la formulación y discusión de hipótesis y el desenvolvimiento de la trama.

De varios de los textos referidos a lo largo de Falsa calma se desprenden claves de lectura productivas para aproximarse a algunos problemas centrales planteados por la crónica. En los relatos de Jean-Paul Kauffmann sobre su experiencia en cautiverio, la narradora subraya "el desencaje del punto de vista, la distorsión de la mirada" (61) que produce el encierro, operaciones análogas al extrañamiento en la percepción que introduce el aislamiento como rasgo patagónico. La cuestión del punto de vista se vincula, a lo largo de la crónica, con una pregunta por la posibilidad de construir una mirada a la vez estética y política sobre el espacio. Se trata tanto de desmontar los relatos sobre la Patagonia que vieron en ella un desierto que debía ser integrado al orden de la civilización como de situarla como territorio en el que se disputan modos de vida y políticas que quedan al margen de los marcos de inteligibilidad del Estado.

Ya desde el prólogo, la entrega a un estado de sopor generado por el exceso de luz, de viento o de silencio se inscribe para la cronista como la condición de una receptividad intensificada: "Sentada ahí, casi sin preguntar ni moverme, sin hacer ningún esfuerzo, me convertí en una especie de pararrayos, de antena receptora. Los cuentos llegaban a mí, la atmósfera me tomaba de ventrílocua" (9). Se trata de lograr que el espacio hable a través de ella y de dejarse llevar por una "fuerza poderosa y no del todo definida" (9) que vuelve borrosa la figura del yo -aunque esta nunca desaparezca por completo- para otorgarles protagonismo a la atmósfera patagónica y a las voces de quienes la habitan. En ocasiones, el oficio de cronista exige una disposición a enmudecer y escuchar más que a poner en palabras: "Estoy por preguntar si los perros no ladran cuando aparece el colectivo pero algo me indica que lo más prudente es adherir a la política de silencio de León y de los perros" (16). Más allá de la búsqueda de cualquier verdad pretendidamente objetiva o comprobable, la crónica apunta a elaborar un punto de vista extrañado que puede incluso llegar a ser confundido con la locura: "La cantidad de veces que se trata de loco a alguien simplemente porque se toma su tiempo para ver más de cerca las cosas, porque tiene una sensibilidad más fina que la de todo el mundo" (23). Esta mirada atenta no apunta a descubrir algo ya prefigurado, sino que reinventa lo observado a través de la escritura tanto como lo registra: "me siento un poco como el detective que recorre la escena del crimen, aunque en este caso no se puede esperar de mí ninguna resolución" (117). La mirada errante de Cristoff se desplaza "sin ningún camino trazado" (124) por los pueblos fantasma de la Patagonia.

En Acento extranjero, Cristoff señalaba una paradoja que caracteriza a la literatura de viajes: la incompatibilidad entre la experiencia del movimiento y la calma del escritorio, el estado de suspenso que exige la escritura. Falsa calma se dedica precisamente a explorar la tensión productiva entre el desplazamiento constante del viajero y la quietud que demanda la escritura a través de una narración en movimiento. A lo largo de unos "diarios de circulación" incluidos en el capítulo siete de la crónica, se narran en tiempo presente caminatas y paseos, itinerarios y observaciones hechas al paso: "Al rato sigo caminando y me parece que bastante más allá hay una laguna. Decido convertirla en un rumbo, en una dirección definida hacia la cual avanzar, aunque camino y la laguna me resulta cada vez más remota" (125). Por medio del uso del tiempo presente, que fabrica una simultaneidad entre el movimiento y la narración, la crónica va en busca de "ese mecanismo por el cual el pulso de la caminata se entrelaza con el de la escritura" (125).

En estos desplazamientos, la mirada de la viajera descubre encuentros, contigüidades, tránsitos afectivos y estados variables antes que sujetos u objetos formados: "A esta hora, desde mi banqueta, ya no le distingo los rasgos. Lo veo más bien como una silueta negra en su lucha mecánica, rodeado por aviones que revolotean alrededor de su cabeza como si fueran pájaros rapaces" (44). De la figura del hombre a la sombra indiferenciada, de la máquina al animal, el punto de vista elaborado por Cristoff privilegia el movimiento y los deslizamientos inestables antes que lo permanente. En el mismo sentido, muchas de las vidas que protagonizan los distintos relatos de Falsa calma se narran como una sucesión fracturada de estados momentáneos y transiciones mínimas: además del estado de sopor que afecta a la propia cronista, los movimientos rápidos y automáticos de Angélica en el kiosco; el "estado de suspensión absoluto, literal" (41) en que queda sumido Francisco cada vez que se sube a un avión; "la sensación de inadecuación, la necesidad de huir de todo" (49) y el sinsentido que agobian a Ramiro, aspirante al sacerdocio; el aturdimiento que invade a Federico cada vez que tiene que recorrer el campo durante horas controlando los pozos de petróleo, y a Sandra cuando escucha los relatos con que los miembros de una secta en Las Heras buscan atraer a nuevas víctimas; la hipnosis, en fin, que provoca en cualquiera la "mezcla compuesta por la aparente monotonía del paisaje, el viento constante y la brutal presencia del cielo" (198). Si el viajero, para Michel Onfray, se sumerge en una experiencia sensorial intensificada y desarrolla una verdadera "aptitud para la visión" (69), la escritura del viaje que Cristoff pone en práctica se concibe también como un ejercicio de la sensibilidad y una experimentación estética que se orienta a renovar los modos en que un cuerpo puede afectar y ser afectado.

La mirada dislocada de la cronista que se posa sobre la Patagonia devuelve un territorio desierto y silencioso que, a pesar de que "el transporte y el telégrafo fueron dos de las obsesiones de los primeros blancos que se asentaron en el Sur" (Cristoff, Falsa 28), sigue oponiendo dificultades al desplazamiento y engendra sueños de fuga. Abandonada activamente por las políticas estatales, la región se ubica al margen del campo de la ciudadanía e incluso más allá del régimen de la persona: "acá, que hay más perros que personas, a quién se le va a ocurrir pensar en los ciudadanos y sus derechos. Apenas llegan a reconocer que hay personas" (22). En los años noventa, el declive del capitalismo nacional marca el fin de una época de cierta prosperidad económica para la región y de seguridad social para sus pobladores, bienestar que implicaba someter la vida entera al régimen de la empresa: "La paga era buena, le daban casa, seguro social, y la empresa se encargaba de todo [...]. Le organizaba la vida, lo cuidaba" (27). Tras la privatización y reestructuración de la empresa petrolera ypf en el contexto de la consolidación a escala global del capitalismo neoliberal, "ahora no queda nada: ni del Aeroclub ni de nada" (43). El asiento en la zona de empresas multinacionales es signo de la transición hacia un capitalismo transnacional fundado en la flexibilización y precarización laborales.

La Patagonia parece sostenerse sobre la inminencia de una catástrofe:

Desde esta esquina [...] se ven los límites de Cañadón, el punto exacto en el que la última casa se rinde frente al desierto. La meseta circundante parece una lava volcánica gris y espesa que en cualquier momento va a terminar de sepultar al pueblo. (55)

En el prólogo a la crónica, Cristoff afirma que lo fantasmal de estos pueblos "no implica el vacío" (9). Como se evidencia en el pasaje anterior, la mirada de la cronista descubre, en efecto, una cantidad de relatos, matices y modos de vida que a otros observadores podrían pasarles desapercibidos. En un territorio donde, en apariencia, no pasa nada, el punto de vista adoptado -antes que representar- captura, anticipa o inventa un pliegue en ese espacio producido por la inminencia del movimiento. Más allá de la voluntad de apropiación y explotación económica del territorio que se perfilaba en muchos de los relatos de Acento extranjero, en Falsa calma, bajo la quietud ilusoria del espacio patagónico, la escritura bifronte de Cristoff se nutre de múltiples prácticas, textos y lenguas, y encuentra en el continuo movimiento y la dislocación de la mirada posibilidades de percibir y narrar de otra forma.

Obras citadas

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1 A partir de la lectura de un conjunto de novelas argentinas sobre la Patagonia publicadas durante la década de los noventa, Luciana Andrea Mellado elabora una hipótesis cercana: narraciones como Fuegia (1991) de Eduardo Belgrano Rawson o La costurera y el viento (1994) de César Aira contribuyen a "la construcción de una versión de la Patagonia, de una composición no natural ni dada que forma parte de una trama de discursos donde se ponen en juego imágenes del espacio que se reiteran y permanecen, pero que, en cada contexto, se resignifican y muestran diferentes tensiones entre lo dicho y lo no dicho" (11).

2Para Henri Lefebvre, las prácticas espaciales son modos de apropiación del espacio por parte de una sociedad que definen la organización del proceso productivo (los circuitos de distribución de mercancías, las redes de transporte, los flujos de materia y energía). En varios relatos de Acento extranjero se construye una mirada sobre el territorio interesada especialmente en su potencial productividad económica.

3Florencia Garramuño sostiene en su lectura de Falsa calma que, por medio del entrecruzamiento de géneros (la crónica, la autobiografía, el testimonio) y del descentramiento del punto de vista, la literatura de Cristoff apuesta por la inespecificidad y refuta toda idea de pertenencia.

Cómo citar este artículo (MLA): Sánchez Idiart, Cecilia. "Entrenar la mirada. La escritura del viaje en María Sonia Cristoff". Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 22, núm. 1, 2020, págs. 51-69.

Sobre la autora Cecilia Sánchez Idiart es licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Cursa la Maestría en Literaturas Española y Latinoamericana y el Doctorado en Literatura en la misma universidad. Es becaria doctoral del Conicet con un proyecto titulado "Reinventar lo común. Configuraciones de la vida, la política y los afectos en la literatura latinoamericana contemporánea" Sus últimas publicaciones son "La captura de lo imperceptible. Vida, política y afecto en las ficciones de Alan Pauls" (Anclajes, 2018), "Error de cálculo. Vida y enfermedad en la literatura latinoamericana" (Kamchatka. Revista de Análisis Cultural, 2017) y "Después de la derrota. Temporalidades y estéticas de la vida común en Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit y El Dock de Matilde Sánchez" (Celehis. Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, 2016).

Recibido: 14 de Mayo de 2018; Aprobado: 19 de Mayo de 2019

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