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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.23 no.2 Bogotá July/Dec. 2021  Epub July 21, 2021

https://doi.org/10.15446/lthc.v23n2.94899 

Entrevistas

Entrevista a Carlos Riaño

Karen González Castiblanco1 

1 Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia kggonzalezc@unal.edu.co


Introducción

En la charla con Carlos Riaño aprendí que escuchar y estar atento al mundo es indispensable para encontrar nuestro destino y nuestra felicidad. Para el autor es importante que cada uno preste atención a lo que nos dicen las cosas, a los intereses que vamos despertando y a las personas que nos rodean y pueden aproximarnos a nuevos puntos de vista. De igual manera, en esta entrevista, Carlos Riaño menciona la importancia de la universidad como un espacio multicultural en el que hay que aprovechar las posibilidades de encuentro.

KAREN GONZÁLEZ CASTIBLANCO

¿Cómo iniciaste en el mundo de la ilustración de libros infantiles? CARLOS RIAÑO

En primer lugar, reconozco el trabajo que se está haciendo en la Universidad a través de clases que ayudan a impulsar todo lo que pueda realizarse alrededor del libro infantil en Colombia.

Yo empecé a escribir libros escolares por un asunto del azar. Llegué con una historia a proponer unos textos en educación estética y empecé a escribir los libros como propuesta pedagógica, y, por ahí derecho, con la necesidad de estar haciendo el diseño, se dio la oportunidad de hacerlo de manera integral, es decir, todo el contenido hasta la edición del libro. En ese momento me lancé a ilustrar. Yo estaba terminando la universidad, no había terminado la carrera de diseño gráfico, era una opción y me atreví a hacerlo. Me atreví. Yo no he hecho nada profesionalmente, solo unos ejercicios para asignaturas. Es más, en esa época ni siquiera existía la ilustración infantil. Entonces, cuando me preguntaron si sabía ilustrar, yo dije que sí. Ahí resultó que al editor le gustó mi trabajo porque tenía como algo espontáneo y ahí empecé a ilustrar.

Me enfoqué en hacer ilustración y, sobre todo, en mirar muchas ilustraciones y eso me generó un interés muy grande por los libros infantiles.

K. G. C.

Y antes de eso, cuando pequeño, ¿tenías alguna inclinación por el dibujo? C. R.

No, pues antes de eso nada. Yo vengo de un entorno en el que esas cosas no eran centrales, pero tampoco lejanas, es decir, en mi casa solo había libros escolares, pero nunca ocurrió que nos sentáramos a ojear libros o que me dijeran que tomara un curso de dibujo. Entonces no hubo familiaridad temprana. Lo único que había visto en el colegio era dibujo técnico y seguramente eso sembró algunos intereses, pero yo vine a despertar interés artístico cuando empecé a estudiar la carrera de diseño gráfico. Es más, yo empecé a estudiar otra cosa, ingeniería mecánica, pero me arrepentí al cuarto semestre. Yo no nací con el lápiz debajo del brazo, ni tomaba tetero con tinta china ni nada de eso, sino que lo descubrí con la experiencia y con la vida. Abriendo los ojos ante cosas que me iban interesando.

K. G. C.

¿Cómo ha sido tu trabajo y acercamiento al mundo infantil? C. R.

Afortunadamente, pude trabajar en el Museo de Arte Moderno de la Universidad Nacional con una profesora, María Elena Ronderos. Ella coordinaba un grupo de estudiantes interesados en hacer talleres de pintura, modelado en arcilla y otras técnicas que se ofrecían a los niños. Los talleres eran los días sábado, pero los miércoles de 5 a 7 de la noche planeábamos todo lo que se enseñaba a los niños. Yo no tenía mucha cercanía con niños, pero esa experiencia me enseñó sobre pedagogía artística y sobre arte, pues los días que preparábamos el taller leíamos Paul Klee, Herbert Read, es decir, era un espacio de reflexión, de debate y un semillero sobre educación artística. En este espacio participó, por ejemplo, Miguel Ángel Huertas y Martha Combariza.

De estos talleres surgió Arte Libre. En este proyecto trabajé con Edgar Nieto, Marcela Tristancho y Gary Muriel. Siento que estos talleres y Arte Libre consolidaron mi vocación por la ilustración infantil. Además, por esa época pude conocer a Rodez, a Alekos, a Esperanza Vallejo, Olga Cuéllar, a Ivar Da Coll, a Diana Castellanos y a toda esa generación tan maravillosa que ya llevaba, al menos, diez años haciendo ilustraciones infantiles.

K. G. c.

Arte Libre estaba enfocado en pedagogía artística. En ese sentido, ¿por qué y para qué es importante la educación artística?

C. R.

Cuando comenzamos con este proyecto, en Colombia los libros para enseñar arte se limitaban a esos libros para colorear en los que el único objetivo era no salirse de las líneas. Entonces, luego de ese espacio que se dio en los talleres del Museo, nosotros empezamos a reflexionar la estética y el arte como un proceso que contribuía a la construcción personal, diferente al conocimiento científico. Queríamos una visión estética amplia que fuera más allá de solo aprender técnicas, es decir, como una instancia fundamental para la compresión de la vida diaria, de lo social, de lo político, de todo lo humano. Por ejemplo, la autoestima es una dimensión estética que nos acompaña a diario.

K. G. C.

¿Qué crees que te une o une a los adultos al mundo infantil? C. R.

Estaba pensando en eso, porque siento que lo que nos une es la capacidad de asombro. El asombro es lo que nos lleva al deslumbramiento, a la incertidumbre, a la imaginación, a la curiosidad; la capacidad de una mirada renovada del mundo que no está contaminada por la costumbre. El niño es una provocación a dislocar, a romper la cotidianidad y el orden. No comprender ni lidiar con este aspecto puede derivar en abandono, en maltrato o abuso. Sin embargo, a pesar de eso, y a lo largo de mi experiencia, me di cuenta de que por más problemas el niño siempre se deja llevar por el juego, es decir, aún conserva algo de alegría. El arte puede hacer que el niño olvide, por un momento, sus problemas; puede ser un camino de luz para el niño. Claro está que no creo que el arte deba ser visto únicamente como una terapia, sino más bien como una posibilidad de expresión y de reconocimiento.

K. G. C.

Con respecto a tu experiencia de trabajo con niños y niñas, ¿qué te sorprende de ellos?, ¿qué te han enseñado?

C. R.

Su disposición a la dislocación. La capacidad de asombro, de maravillarse ante aquello con lo que uno ha generado hábitos. La frescura y la inmediatez. Claro que han cambiado. Si cambia el mundo ellos también cambian. Por ejemplo, el acceso a la información, las relaciones con el mundo adulto, la escolaridad. La familia, la escuela y el entorno son tres factores fundamentales que nos muestran los cambios en los niños y en la idea que tenemos de ellos. Los niños ahora reciben mucha información (imágenes, cuentos, noticias) de manera inmediata y sin restricción, porque muchas veces los papás trabajan todo el día. Los niños no son sordos y viven lo que nosotros vivimos, como dicen Les Luthiers "casi podríamos decir que los niños son seres humanos". Es un chiste.

K. G. C.

Sobre la imagen de la niñez en las ilustraciones, ¿cómo podemos, a través de las imágenes, comprender esos cambios en la idea de niñez?

C. R.

Esta era una reflexión muy breve que hice para la convocatoria de una revista1 en la que trato cómo en el dibujo se expresan nociones de infancia, es decir, qué tipo de niñez vemos en las ilustraciones. Por ejemplo, en algunas imágenes, el niño aparece como un ser que "necesita" ser orientado o llevado de la mano a entender el mundo con ayuda de otro, para luego pasar a representaciones en las que la experiencia del niño cuenta y es central. Con esto, mi intención era interrogar al ilustrador y a las visiones que expresan a través de su trabajo y expresar la importancia de que el adulto se acerque a la experiencia infantil. Eso no es algo nuevo, lo encuentro en un libro de hace 360 años, en el Orbis Sensualium Pictus.

K. G. C.

¿Crees que aún se impone una idea de infancia? C. R.

Sí. Algunas instituciones en estado de inercia recrean modelos viejos, pero creo que eso está viviendo simultáneamente con nuevos modelos como el homeschooling que pone en duda o lo hace a uno interrogarse, por ejemplo, acerca de la función del colegio. En resumen, lo que yo veo es la convivencia de distintos modos de educar al niño que se van permeando mutuamente. Ahora, la escuela tradicional ha tenido que mirar otras alternativas, como la virtualidad, para poder llevar a cabo las clases.

K. G. C.

¿Alguna vez tuviste que cambiar alguna ilustración porque una editorial la consideró inapropiada para el público infantil?

C. R.

Sí. Eso pasa mucho y, por eso, es un tema que trato con mis estudiantes de diseño gráfico. Los editores son personas que tienen visiones de mundo muy definidas, como todos. Por ejemplo, una vez hice un león y un editor me dijo que las garras estaban muy salidas y que eran muy agresivas para el niño, o, en otro caso, yo presenté una propuesta sobre la noche y el editor me dijo que ese tema no pegaba mucho en los niños. Lo que quiero decir con estas dos situaciones es que se pueden resolver mediante el diálogo y unos buenos argumentos que respalden la imagen de un león que es de naturaleza feroz o de la noche como un espacio para la imaginación. Son naturales las tensiones porque permiten que escuchemos en qué podemos fallar, los editores saben mucho de su oficio. Lo más importante es que debemos entender que el hecho de que haya una crítica o sugerencia a nuestro trabajo no quiere decir que sea personal. En la única instancia que no accedería sería si me pidieran ilustrar algo que va en contra de lo que pienso.

K. G. C.

¿Qué textos te han permitido acercarte al mundo infantil?

C. R.

Yo no leo libros de psicología ni de pedagogía. No me gusta Piaget, no estoy de acuerdo con la división por edades. Claro está que yo respeto ese trabajo y para algunos campos es muy útil.

La verdad lo que me ha permitido acercarme y revivir la infancia son los libros ilustrados. Tengo muchos libros ilustrados infantiles. Amo esos libros; son como juguetes. Siempre los estoy viendo. Cada vez que los veo y leo recobro la infancia, esa época en la que salía a la calle y jugaba.

K. G. C.

¿Un libro no ilustrado que te haya permitido acercarte a la infancia? C. R.

Gianni Rodari. Él es un profesor del que todos hablamos. Es un clásico. También me gustan algunos filósofos de la escuela de Frankfurt, por ejemplo, uno de Walter Benjamin que es sobre los juguetes y educación infantil. También Paul Klee y sus escritos sobre arte e infancia.

K. G. C.

¿Qué escritores (críticos o teóricos) que reflexionen acerca de la literatura infantil lees y recomiendas?

C. R.

Leo textos de Teresa Colomer, Beatriz Helena Robledo, Zully Pardo y otra producción crítica y textual que reflexiona acerca de los textos infantiles o ilustrados. Uri Shulevitz o Martin Salisbury, es decir, textos que me sirven para mi trabajo y aprender sobre los procesos de creación.

K. G. C.

¿Qué opinas de la clasificación por edades en la literatura infantil? C. R.

Yo creo que puede ser útil para las personas que trabajan en educación, investigación o conocimiento de la infancia. Sin embargo, que yo no me acerque a los libros desde este enfoque no quiere decir que considere innecesaria esa clasificación, pues es útil para docentes o editores. Pero mi aproximación, inclinada hacia lo artístico, me lleva a pensar que los libros son universales y que obras como, por ejemplo, La gran pregunta de Wolf Erlbruch no está dirigida solo a los niños, sino que nos habla de la vida y, por supuesto, han contribuido a la formación de visión de mundo que tengo.

K. G. C.

¿Cómo ha sido el proceso de ilustración de los libros en los que has trabajado? ¿Cómo fue el proceso con los escritores?

C. R.

No he tenido ningún problema con los escritores. Cuando ilustré Koku-yo, lamentablemente el escritor, Leopoldo Berdella, ya había muerto. Considero que fue una pérdida muy grande para la literatura infantil en Colombia.

Cuando ilustré Colombia, mi abuelo y yo, no traté mucho con la escritora. Fue más una comunicación con la editorial, pero fue un trabajo en el que se me permitió trabajar con libertad. Y ahora que lo pienso, ese es un libro que me gustaría ilustrar de nuevo, de otra forma.

Un trabajo muy interesante fue Dame la mano y te cuento, que fue un texto para una ONG llamada Save the Children, porque era recrear temas sobre desplazamiento. En este trabajo, pude hacer unos homenajes a, por ejemplo, Morella Fuenmayor.

Actualmente, trabajo con Alejandra Jaramillo. El trabajo con ella es chévere porque es muy dialógico, siempre estamos conversando. También tengo proyectos con Dipacho. Vamos en la maqueta.

Yo pienso que siempre debe haber una relación de respeto mutuo entre escritor e ilustrador. Una simbiosis y convivencia sana, en la que los dos están en la capacidad de poner o quitar cosas, es decir, de tomar decisiones en equipo y de negociación.

K. G. C.

Además de los libros ilustrados, ¿qué otros objetos o materiales culturales te sirven como estimulación en tu proceso creativo?

C. R.

Escucho música. The Beatles y el blues. Curiosamente, escuchando la música de The Beatles me gustó Bach; no sé nada de música, en cuanto a técnica, pero encontré relaciones entre estos dos tipos de música. Pero me gusta de todo, el bolero, la ranchera, la plancha. Y con mis amigos tengo conversaciones acerca de música y aprendo escuchando cosas nuevas. No sé si uno es consciente, cuando ilustra, de todo eso, pero, es decir, uno ilustra con el ser, entonces, algo debe aparecer cuando uno crea... Yo llevaría música en vez de libros a una isla desierta.

Con el cine no estoy muy juicioso. Ahora que soy papá, veo muchas películas que les gustan a mis hijos. Con mis hijos toca ver Charlie y la fábrica de chocolates diez veces, Up y otras películas. No soy cinéfilo, pero tuve épocas en las que vi mucho cine. Una película que siempre me ha gustado es Las cosas del querer, otra es La casa de mi amigo, La ley de Herodes, Isla de perros y Relatos salvajes. Me gustan también las películas de Woody Allen y todo Studio Ghibli.

En un trabajo que estoy haciendo ahorita, que es sobre aislamiento, he recurrido a Hopper. Me gusta lo que hace Anthony Browne, las referencias y el uso a otros artistas y obras de arte.

K. G. C.

¿Qué pintor colombiano te gusta? C. R.

Me gusta mucho Lorenzo Jaramillo. David Lozano, él es conocido por el performance, pero también tiene dibujos y pinturas. Sergio Trujillo, es inevitable pensar en él. También me gusta Beatriz González por su paleta de color y porque su arte es muy provocador, refresca. Ignacio Gómez Jaramillo. Las acuarelas saturadas de Débora Arango.

En la universidad uno odiaba a Fernando Botero, tal vez por todas esas dinámicas del mercado que lo rodean, pero cuando veo sus dibujos me parecen muy bonitos e interesantes.

K. G. C.

¿Tienes alguna paleta de color que te defina? C. R.

Con el tiempo uno se va haciendo preguntas sobre eso. Yo empecé con una paleta primaria, amarillos fuertes, y luego, poco a poco, uno ve más cosas y deja de ser tan básico. Pero sí creo que las paletas cálidas son más afines a mí.

K. G. C.

¿Tienes una técnica plástica favorita? C. R.

En realidad, no. Me gusta de todo. Con el lápiz, el grafito, me divertí un tiempo. Quisiera retomarlo. El lápiz de color me fascina. La acuarela la trabajé mucho, viví mucho tiempo de la acuarela y, ahora, lo digital o el collage. Lo que pienso es que cada proyecto exige su propio lenguaje y uno debe estar abierto a cambiar y a usar diferentes técnicas que, por supuesto, estén al alcance de uno.

K. G. C.

¿Qué es para ti la literatura infantil? C. R.

Para mí la literatura infantil es literatura. No es un género menor. Pienso que entiende y se acerca a las necesidades de cierto público lector, pero es literatura, es decir que es un producto que debe ser respetuoso con la inteligencia y la sensibilidad del público lector. La literatura infantil, al igual que la demás literatura, puede abordar muchos temas y hacerlos asequibles. Lo que creo y pienso es que un escritor solo debe querer contar bien una experiencia, antes que ponerse a pensar si es para un niño o no. Obvio hay experiencias distintas entre el niño y el adulto, pero pienso que eso no debería condicionar la creación. Yo creo que es legítimo que haya gente que piense en que debe haber una literatura dirigida a los niños, pero eso no debe poner en riesgo la calidad literaria ni la honestidad con la que se narra y escribe a un lector implícito. Por ejemplo, yo prefiero los libros que se van por el lado de narrar algo, de decir "mira lo que me pasó" y no me agradan esos libros con tufillo y tono instructivo o moralizante. Tomi Ungerer es un autor capaz de narrar temas difíciles y situaciones descarnadas, es un autor honesto.

K. G. C.

¿Cómo has visto el cambio de la academia (universidades, escuelas de formación de escritores e ilustradores) frente a la literatura infantil?

C. R.

Pienso que no es gratuito que cada vez haya más espacios dedicados a esas áreas. Por ejemplo, está el diplomado en Literatura infantil de la Javeriana, el diplomado en Libros infantiles de la Tadeo, del que yo hice parte y también Rodez. Esas cosas indican que cada vez hay más interés social que permite que surjan estas escuelas o programas. De los 2000 para acá ha resurgido ese interés por el libro infantil que se dio en los ochenta, un auge que ha permitido que se establezcan nuevos proyectos, editoriales independientes que han ampliado el panorama estético y de contenidos. Está Cataplum con María Fernanda Paz, Babel con María Osorio, Tragaluz, proyectos con mucho criterio y muy organizados que favorecen el interés, la difusión y el desarrollo de la literatura y la ilustración infantil. Espero que todo esto tenga mucha continuidad y mucho impulso. Hay muchas librerías, escritores, ilustradores y editores que muestran ese interés. Tal vez lo que falla son las políticas que no permiten una continuidad; por ejemplo, los impuestos a los libros estancan mucho el consumo de literatura.

El papel de la universidad es importante porque permite formar un grupo de personas especializadas en la literatura infantil. Solo necesita un poco de convergencia. Pero también hay pedagogías invisibles, como la que lleva a cabo Lucas de Mr. Fox, en la que promociona las ilustraciones y los libros infantiles.

K. G. C.

¿De qué carece el campo de la literatura infantil? C. R.

Como te venía diciendo carece de políticas públicas claras, consistentes y continuas que permitan su consolidación, el encuentro y convergencia entre todos los interesados. Digo todo esto porque cuando hubo el Día Internacional del Niño, por allá en los setenta, la literatura infantil de Latinoamérica tuvo un impulso que permitió la creación del Cerlalc, de la incursión en la ilustración infantil de Alekos, es decir, había políticas que permitieron ese florecimiento de la literatura infantil que hubo en los ochenta. Aun no entiendo por qué se diluyen esos proyectos. Por ejemplo, cuando se publicó la revista Rin había políticas públicas que apoyaban eso. Si en este país se tomara la decisión de incentivar a los creadores de literatura infantil, estaríamos publicando y promocionando, por ejemplo, semilleros y un montón de cosas alrededor de la cultura y del arte.

En cuanto a la crítica, también hay muchas iniciativas como las de Beatriz Helena Robledo o Zully Pardo, pero lo mismo, están dispersas y no hay políticas que les garanticen un espacio y un reconocimiento que les permita continuar con esa labor.

K. G. C.

Hablemos de los niños como críticos. ¿Has tenido opiniones valorativas con respecto a tus ilustraciones por parte de los niños?

C. R.

Los niños son certeros en decirte si lo que haces les gusta o no, o si les interesa. Creo que a veces hay etapas que irrumpen el encuentro entre un niño y un libro. Por ejemplo, cuando te obligan a leer un texto que en ese momento no es de tu interés, se afecta ese encuentro armónico y de disfrute entre un lector y una obra literaria.

Pero algo sí es cierto, es que uno nunca hace un libro para satisfacer. Además, es muy difícil que a todos los lectores les guste lo que uno hace.

Yo he visto booktubers y youtubers, que he compartido en mis clases, sobre todo, que se interesan por leer a los niños. Hay cosas divertidas, videos muy buenos. No recuerdo nombres porque yo voy buscando por los libros y una cosa me lleva a la otra. Recuerdo uno que lee "Los tres cerditos", otro Rosie's Walk de Pat Hutchins, otro Vamos a cazar un oso. Otros videos se inclinan por lecturas melosas que, sinceramente, no me gustan.

K. G. C.

Siguiendo ese hilo y teniendo en cuenta el texto que ilustraste, Sopa de soles, ¿cuál es tu relación con los libros inclusivos?

C. R.

Con ese libro se amplió un gran panorama para mí. Me di cuenta de que muchos temas difíciles o que abordan la discapacidad son tratados en la literatura infantil, es decir, me hizo consciente de que en la literatura infantil hay muchos personajes que abordan, por ejemplo, lesiones permanentes que dan cuenta de cómo fueron abordados en un momento específico. Lo que veo actualmente es que los libros están inclinados a hablar desde una perspectiva de inclusión y de derechos en los que se tiene en cuenta la experiencia. En Colombia tenemos El regalo de Pipe de Gerardo Meneses, El flamenco calvo de Amalia Low, Mil orejas de Pilar Gutiérrez y Samuel Castaño.

Hay temas muy complejos que se están abordando, como la discapacidad. Y, por supuesto, surgen formas de aproximarse y tratar este tema, por ejemplo, cuando se quiere explicar la discapacidad, cuando se quiere mostrar la diversidad de la discapacidad o capacidades diversas, cuando aparece la discapacidad como tema paralelo o cuando se narra desde la primera persona.

Te cuento que en uno de los proyectos de libro álbum que tengo ahora, la discapacidad es un tema importante. Me gusta el formato de libro álbum porque es muy completo y en él puedo poner a jugar la imagen, el texto y el diseño del libro. Espero tener ese proyecto listo pronto. Claro está que, como dice la primera frase del Orbis, "las cosas fluyen por sí mismas, la violencia es contra la naturaleza". Por cierto, la vez pasada estaba leyendo la biografía de Will Eisner, que es un maestro y el premio de novela gráfica tiene su nombre. La primera obra que hizo fue cuando tenía sesenta años, así es que tengo mucho tiempo.

K. G. C.

¿Qué enseñanzas nos dejó (a libreros, a editores y a autores) ese boom editorial que se dio en Colombia en los años ochenta?

C. R.

Esa pregunta me parece muy bonita porque es justo reconocer todas las constelaciones que han estado en juego, es decir, rescatar la labor de librerías o autores que se arriesgaron a la publicación de libros infantiles. Por ejemplo, David Consuegra se gastó el dinero de toda su familia haciendo cosas quijotescas hasta Carlos Valencia Editores y, obviamente, los proyectos actuales. Entonces, mirando esto, pienso que una de las enseñanzas que nos dejó es, primero, darse cuenta de que existe un público que muestra ciertos intereses, por ejemplo, la mirada del niño que expresa sus propias inquietudes y vivencias. En segundo lugar, los cambios en el panorama de las familias pusieron a la vista unos espacios en los que los niños estaban solos y permitieron una movida editorial que, entendieron, debía llenar esos espacios.

En ese sentido, las editoriales de ahora pueden aprender de esas experiencias para emprender y atender un proyecto como el de Carlos Valencia, por ejemplo.

O, también, pueden dejar enseñanzas en la toma de decisiones, de comprender ese mercado que está en desarrollo y expansión. Por otro lado, permite comprender que había con quien emprender proyectos, es decir, que había gente interesada en crear y publicar material de calidad para la infancia, además, de estancias como la dirección editorial. Eso se aprendió a hacer en los ochenta con Diana Castellanos y su dirección de arte en editorial Norma y Kapelusz.

K. G. C.

Como docente y lector, ¿cómo ves el futuro del libro ilustrado en Colombia? C. R.

Yo lo veo prometedor, soy optimista. Y si estoy trabajando en ello es porque creo que va muy bien. Yo veo a diario en mis clases a gente muy buena, ilustradores muy buenos y creativos. Obvio, y como ya te había dicho, muchas cosas dependen del mercado y de las políticas públicas, pero a la gente con la que trato, a las personas que ilustran y escriben, les doy mi fe absoluta.

K. G. C.

Podrías mencionar algunos autores colombianos actuales que te gusten mucho C. R.

Dipacho y Juan Camilo Mayorga han movido mucho este escenario, por ejemplo, todo el catálogo de Tragaluz. Me gusta ver los artículos de Bacánika sobre ilustradores colombianos en los que ha salido Paula Bossio. Otros menos conocidos como Gabriela Otálora, Luis Fernando Mora, quienes son estudiantes míos. También nombraría a Alekos porque me parece atemporal y muy vigente.

K. G. C.

¿Te gusta leer cómics o novelas gráficas? C. R.

He leído más novelas gráficas, por ejemplo, Richard McGuire. También unas publicaciones de novelas iraníes que publicó editorial Sinsentido. Sé de la importancia del cómic, pero no soy fanático.

K. G. C.

Menciona algunos de tus libros favoritos. C. R.

El dragón rojo de Max Velthuijs, Donde viven los monstruos de Maurice Sendak, Toro rojo y El viaje de los elefantes de Dipacho. Me ha gustado mucho un libro, Siete cuervos & ocho cuentos de Jairo Buitrago y Juan Camilo Mayorga. Los libros de Gusti, por ejemplo, Mallko y papá. Los payasos de Dora Alonso que ilustró Eduardo Muñoz Bachs. Los libros de Tomie de Paola, el libro Un pasito y otro pasito me parece maravilloso. Miro con mucho gusto las ilustraciones de André François. Los libros de Kvéta Pacovská y los de Ziraldo.

1 El artículo es "La imagen de la niñez en las ilustraciones" (2009).

Sobre la entrevista Esta entrevista se llevó a cabo el 30 de mayo del 2020 a través de la plataforma Google Meet.

Sobre el entrevistado Carlos Riaño (Bogotá, Colombia, 16 de mayo de 1966) es un ilustrador de libros infantiles y docente en la Universidad Nacional de Colombia, institución en la que estudió Diseño Gráfico, una maestría en diseño multimedia y una especialización en diseño multimedia y en diseño gráfico. Sus ilustraciones en libros de literatura infantil y carteles le han permitido ser conferencista en eventos de ilustración y diseño en Colombia, España, Argentina, Cuba, República Dominicana y México. Ha trabajado en organizaciones como Unicefy Save The Children. Para el Teatro Libélula Dorada ha realizado varios carteles relacionados con festivales de jazz, danza contemporánea y títeres. Como docente ha investigado sobre la relación entre las imágenes y la inclusión del público invidente o de baja visión. Además, formalizó la asignatura Imágenes de la Discapacidad en la Maestría en Diseño y la Maestría en Discapacidad e Inclusión Social de la Universidad Nacional de Colombia, en las que se reflexiona sobre el papel de las imágenes en la creación de los imaginarios sobre la discapacidad.

Sobre la entrevistadora Karen González Castiblanco es Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente estudiante de la Maestría en Estudios Literarios y docente ocasional del seminario de investigación "Pensar la literatura y el teatro de América Latina y el Caribe desde los estudios decoloniales" en la Universidad Nacional de Colombia.

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