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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.23 no.2 Bogotá jul./dez. 2021  Epub 22-Jul-2021

https://doi.org/10.15446/lthc.v23n2.94904 

Entrevistas

Entrevista a Margarita Londoño

Stephania Ballén Vargas1 

1 Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia sballenv@unal.edu.co


Introducción

Luego de intentar reunirnos por Google Meet y no lograrlo, decidimos migrar -vaya plasticidad la de este verbo- a Zoom, y lo primero que nota es mi foto de perfil, en la que estoy, de hecho, de perfil: "Veo a una chica de perfil [...]". No puedo evitar expresar mi envidia porque escucho el trino de los pájaros y veo los rayos del sol que entran de su lado derecho. Qué buen escenario, no solo por la tranquilidad que puede propiciar en estos momentos de confinamiento, sino qué buen escenario para una escritora que siempre se ha sentido atraída por la fábula como género y quien, además, se considera ambientalista: "Los animales nos enseñan muchas cosas [...]. Siempre he sido una ambientalista y siempre he pensado que uno de los problemas del ser humano es que se crea dueño del mundo".

Se trata de la escritora y periodista colombiana Margarita Londoño, quien habló conmigo en mayo de 2020 desde su finca en Santander de Quilichao. Sus publicaciones para niños y niñas son harto conocidas y las opiniones que aquí trato de reunir y organizar resultan valiosas porque arrojan una mirada al panorama actual de la literatura infantil y juvenil en Colombia.

Margarita Londoño ha contribuido indudablemente a un proyecto de literatura infantil colombiana en construcción. Su concepción de infancia como un mundo lleno de riqueza imaginativa deja a un lado esa falsa idea de los niños y niñas como recipientes que se deben llenar. La calidez con la que respondió a cada una de mis preguntas se acompasó con los sonidos de fondo de su finca en Santander de Quilichao. Esa cercanía en el diálogo es la misma sensación que la escritora logra transmitir por medio de sus textos. Cercanía y profunda reflexión. En tiempos de angustia por una amenaza invisible que se materializa en nuestros cuerpos, leer textos como Los duendes de las horas ayuda a entender que el trato de los temas en la literatura infantil y juvenil de Margarita es un trampolín para el pensamiento y no importa si tienes cinco, veinticinco o cincuenta años. Este trampolín en forma de literatura no discrimina pesos cronológicos.

Desde su primera publicación en Grupo Editorial Norma con el texto Tortuguita se perdió (1997), Margarita ha notado cambios favorables tanto en la concepción de la literatura para niños y jóvenes como en todo el movimiento editorial e institucional (incluidos profesores y promotores de lectura):

Ahora, en esta época de pandemia, he tenido varias reuniones a través de Zoom con colegios en diferentes partes de Colombia. Entonces son épocas muy distintas, yo sí creo que la literatura infantil, pero sobre todo la literatura infantil colombiana, ha dado un salto cualitativo muy grande. Tenemos muy buenos autores y autoras, tenemos mucha oferta (no es suficiente, pero hay mucha); cada año salen, yo diría, más de veinte libros de literatura infantil y juvenil, y eso, indiscutiblemente, no pasaba en mi tiempo.

También me comentó que tiene dos libros en la puerta del horno, pero su proceso de publicación se ha visto afectado por la pandemia. Hablando de todas estas nuevas posibilidades de conexión por medio de internet, se mostró sorprendida cuando le mencioné que una joven lectora suya, que es booktuber, reseñó su novela Los duendes de las horas (2012). Me pidió entonces la información del video para contactarla.

Sobre un libro de fábulas que nunca fue y la creación de personajes animales

MARGARITA LONDOÑO

De hecho, varios de mis libros tienen moralejas, porque yo quería hacer un libro de fábulas que se llamaba Los mundos imposibles, entonces trabajé varios textos, que después se volvieron cada uno un libro aparte [...]. No es que la literatura se vuelva una clase, ni enseñar, pero de todas maneras es para que los niños y las niñas lo lean a uno y puedan discutir esa enseñanza. Puedan discutir si es válida o no.

[... ] Tratar de hacer una fábula que no fuera moralista...

STEPHANIA BALLÉN VARGAS

¿Cómo desarrollaste el gusto por la lectura?

M. L.

Vengo de una familia muy grande, somos ocho hermanos y yo soy la séptima. Entonces a mí nadie me paraba bolas, ni se sentaban a leerme. Yo vivía muy refugiada en la lectura. Mis hermanas decían que antes de saber leer, me inventaba los diálogos. Entonces, por ejemplo, llegaba el periódico los domingos y siempre traía muñequitos, los cómics y la fascinación era acostarme al lado de mi papá y, mientras él hacía el crucigrama, me prestaba las tiras cómicas y yo me las inventaba.

Cuando en el colegio le comienzan a pedir a uno que lea El lobo estepario, por ejemplo, ahí se acaba la dicha por la literatura porque empiezan a poner tareas. Leí por tercera vez hace poco La vorágine: la primera vez que la leí fue en el colegio y la odié, y la última vez que la leí la amé y considero que es uno de los libros más importantes de Colombia y, tal vez, de América Latina. Entonces, sí, logré hacer el salto con garrocha de esa literatura infantil, que eran cómics, a volverme una muy buena lectora de adulta, ya en la universidad [...]. La literatura infantil no la volví a encontrar, sino ya después de muchos años, cuando tuve mis hijos y empecé a leerles todos los días y a comprarles libros.

S. B. V.

¿Qué motivó ese salto, de empezar a escribir literatura infantil? ¿Tuvo que ver con el hecho de convertirte en mamá?

M. L.

Sí, siempre he sido muy amiga de los niños. Antes de tener a mis hijos, tuve muchos sobrinos y me encantaba hablar con ellos y contarles historias: me encantaban las historias de fantasmas porque mi mamá también nos contaba historias de fantasmas para que nos fuéramos a dormir. Nos pegaba primero una asustada bien dura y nos mandaba a dormir, pero yo seguía fantaseando con la Patasola y todas esas cosas.

Realmente, cuando me convierto en mamá, la cosa se me vuelve una actividad muy importante. No solamente leerles, sino buscar buena literatura. Siempre que viajaba, me paraba en las librerías a ver qué había de nuevo en literatura infantil. En ese momento, el Grupo Editorial Norma había sacado su Torre de papel y entonces yo compraba Torre de papel permanentemente, las nuevas publicaciones.

Luego pasa una tragedia en mi vida: mi hijo mayor muere a los diez años, y yo decido (no sé si lo hice muy consciente o no) empezar a escribir algunas de las historias que yo le contaba a él para que se fuera a dormir. La primera historia que publiqué, Tortuguita se perdió, era la historia que yo le estaba contando en esos días, precisamente.

Gabriela estudió literatura en la Universidad de los Andes, pero ahora se dedica al periodismo. A Gabriela sí que le leí cuentos, fue mi conejillo de indias para todas las historias: se las contaba antes de publicarlas. [...] Todavía lo sigue siendo: le cuento la historia, ella me critica, me hace recomendaciones. Es mi mejor lectora.

S. B. V.

¿Cómo ves el panorama de la literatura infantil en el país? M. L.

Mi papá no tenía literatura infantil porque no había. En Colombia, la oferta de literatura infantil era nada. Había unas colecciones de libros, casi que enciclopédicos, y por ahí traían historias, algunas fábulas y eso. Pero, por ejemplo, en el colegio, lo que nos ponían de literatura infantil era mínimo.

Hoy, yo creo que es distinto. Creo que la labor que están haciendo las editoriales es maravillosa: van a los colegios, hablan con los docentes, les llevan sus ofertas. Claro que es una labor comercial, pero es realmente lo que ellos llaman promoción de lectura. Entonces van a los colegios, les muestran las novedades, los libros viejos [...]; nos ponen en contacto a los autores con los profesores.

En los colegios, ya el índice de lecturabilidad ha subido. Yo encuentro colegios en los que leen hasta tres libros por periodo o, incluso, más. Además, cuando podía, recorría el país visitando colegios y ya lo que uno encontraba eran niños y niñas deseosos de lectura, que habían leído los libros de uno con amor, con interés, que lo reciben a uno como a estrella de rock.

Creo que los niños hoy están leyendo más, y tienen una literatura infantil cercana a su realidad. Porque si yo leía literatura infantil en mi época, me hablaba de los renos, de la nieve; me hablaba de los gnomos, de cosas que aquí uno ni conocía, ni sabía, ni entendía. Era, sí, interesante, por supuesto, pero era un mundo muy extraño para uno.

En cambio, hoy encontramos cantidades de libros, montones que están hablándote de la cotidianidad colombiana o suramericana, o, por lo menos, están poniendo una oferta mucho más cercana a la realidad de nuestros niños y nuestras niñas.

Sobre Los goles de Juancho y la apuesta por algo local pero universal

M. L.

Es extraño porque, por ejemplo, cuando yo leí El lazarillo de Tormes, sentí que sería importante o interesante tener un personaje que recorriera el país. Son historias muy distintas, El lazarillo de Tormes y Juancho, pero dije por qué no tenemos algo como nacional, sin querer ser folclórica, ni nacionalista, ni nada. Entonces empecé a trabajar la idea de Juancho como un viajero y una mamá viajera que nos mostraran a Colombia desde otra perspectiva. También de un niño pobre, de un niño lleno de dificultades [...]. Me propuse no quedarme en el enfoque paisajista, pero sí tener una visión de Colombia. Me quedé tanto ahí, que se vende muy bien en Colombia y muy mal fuera de Colombia, porque la editorial lo presenta como un libro muy colombiano, pero yo pensaría que es un libro que podría ser más universal porque no pretende mostrar a Colombia, sino mostrar un recorrido en un territorio que es Colombia. Pero es un recorrido más espiritual, más de lucha que físico.

S. B. V.

¿Hay temas específicos para la literatura infantil? ¿Crees que hay que restringir ciertos temas en la literatura infantil?

M. L.

Pienso que ningún tema es vedado y menos para los niños, como en el caso de Juancho, en el que la madre se muere. He tenido múltiples reuniones en las que los niños y las niñas me dicen llorando: "A mí se me murió mi mamá" o "Se me va a morir mi hermano, mi hermana", pero es la muerte y uno cómo no habla de eso. ¿Cómo no hablar de la discriminación, por ejemplo? Traté de hacerlo en La liga anti-pop.

Hay tantos temas que uno tiene que tocar y que, si no los toca la literatura infantil, los van a tocar las redes sociales, los van a tocar en el colegio. La sexualidad, a mí me gustaría trabajar más la sexualidad, me parece más difícil y creo que tengo una deuda con este tema. Tal vez, está apenas insinuado en La magia del amor o en Rescate en internet en los que se aborda claramente el tema del abuso infantil a través de las redes sociales.

Las editoriales en La magia del amor (2015)

M. L.

En un primer envío, me dijeron: "Nosotros no publicamos nada que tenga que ver con secuestro" y nosotros estábamos viviendo en Cali una época de secuestros, muy dura. Habían cogido a los diputados, el secuestro de La María y yo creía que era importante tocar el tema del secuestro. Así no fuera un libro dedicado al secuestro, pero que tuviera la temática del secuestro.

No acepto ni creo en ninguna restricción. Otra cosa es cómo la trabaja uno, desde qué ángulo y si tiene la capacidad de hacerlo con un lenguaje adecuado, que sea capaz de ser entendible al nivel infantil que uno esté trabajando.

S. B. V.

La cuestión de las edades como criterio en los textos ¿es una decisión que se toma antes de la creación del libro?

M. L.

Yo hago el texto, claro, y va como metiéndose en esa lógica: "Esto definitivamente no va a ser para niños de diez años", pero no lo hago pensando en la edad, sino que cuando uno se mete en el tema, uno pretende tener claro quiénes van a ser sus lectores. Entonces trata de hablarles a esos lectores.

Lalo el ciempiés es una fábula sobre un ciempiés al que los pies no le obedecen. Es una fábula que uno sabe que la va a escribir, pero que no la van a leer niños de once años, que seguramente va a estar catalogada entre cinco y siete años. Por la estructura del relato, por el lenguaje, por las circunstancias que se narran, entonces se va creando ese encajonamiento en la edad, pero eso no quiere decir que niños más chiquitos no puedan leer libros de más grandes.

He encontrado muchos niños en el sector oficial que empiezan a leer tarde. Entonces, son niños que en el sector privado estarían leyendo libros de diez, once años, pero en el sector público están leyendo libros de siete. Eso también depende del nivel de desarrollo cognitivo y del nivel de la escuela o el colegio donde estén. [...] Por supuesto uno no piensa: "Ahora voy a escribir para los de tal edad y mañana para los de tal otra".

S. B. V.

Vi a una niña booktuber que reseñó tu libro Los duendes de la horas, ¿qué opinas de las redes sociales y estas plataformas como conexiones con los lectores?

M. L.

A mí me encantan. Me encanta que haya una nueva forma de conversación, que los niños y las niñas, desde muy temprano, estén intercambiando opiniones, a veces cosas superficiales, pero uno también hablaba pendejadas cuando era niño, cuando era joven, entonces uno no tiene que estar siempre en modo seriedad. A mí me encanta, eso hace que estén leyendo más. Eso hace que estén escribiendo más, así escriban de otra manera. El solo hecho de tener que escribir un mensaje y tratar de que ese mensaje sea interesante para quien va destinado y, si es un chat para varias personas más, me parece que es un esfuerzo de generación de textos y eso es muy bueno.

Me parece que las redes sociales tienen que ser aprovechadas, no hay que tenerles miedo. Hay que incentivar. Hay, incluso, personas que han intentado ya escribir historias a través, por ejemplo, de WhatsApp, a través de imágenes, de textos. Entonces son mecanismos muy novedosos que me encantan.

S. B. V.

¿Cómo es tu proceso de creación? M. L.

El proceso creativo no es lineal, no es racional. A mí no me surge primero el tema, sino la historia, los acontecimientos, los hechos, y después se desarrollan en un tema. Los duendes de las horas sale de una conversación con un par de sobrinitos muy pequeños -mi mamá debía cuidarlos y tenía que salir, así que me los endosó a mí-, tenían ocho años o algo así, y yo me puse a contarles cuentos. En algún momento, que a qué hora llega la abuela, que a qué hora viene mi mamá, entonces se me ocurrió hablarles de las horas, del reloj, de la invención de las horas. Así salió el tema (cómo se hacen los relojes), me tocó inventarme los personajes y las circunstancias.

Si se me ocurre una historia o una idea, la tengo que escribir rápido o la grabo en el celular para que no se me olvide.

Pero como ahora sí estoy confinada y no por el coronavirus, sino por la silla de ruedas, entonces se me ha ido formando una metodología para escribir que no tenía antes. Yo era muy desordenada, tenía portátil, escribía en el baño, donde fuera, [...] pero ahora sí me tengo que sentar frente al computador, ponerme estos audífonos para dictarle a la computadora y esperar que me traiga aquí, quien me ayuda, un cafecito, un agua o lo que sea.

S. B. V.

¿Cómo incide ser periodista y tu incursión en la política en el proceso de creación literaria?

M. L.

Yo pienso que todo incide, porque a través del periodismo conocí muchas regiones de Colombia. El periodismo también me llevó al ambientalismo, al animalismo; entonces he tenido muchas oportunidades de ver el medio ambiente desde muchas caras, en eso me ha ayudado mucho el periodismo.

¿La política? Digamos que la política me hizo más daño que bien porque lo que no atrofia, lo desbarata. La política es un ejercicio en el que uno termina perdiendo, pero termina perdiendo sensibilidad. Me retiro de la política bastante desilusionada, estuve por ahí unos seis años en la política activa. Sigo opinando de política, pero no creo que la política me haya ayudado mucho en la creación, pero el periodismo sí me ayudó muchísimo.

Ah, bueno, no. Tengo que reconocerle a la política una cosa y es que cuando yo estaba de senadora, me tocó ser parte de la Comisión de Paz del Senado y hubo un motín en la cárcel de Picaleña, en Ibagué. Entonces dijeron que tenía que ir alguien de la Comisión de Paz y nadie quería ir, y ¿a quién nombraron? ¡A la boba recién llegada, Margarita Londoño! Entonces yo me fui a la cárcel de Picaleña y allá los presos se habían tomado la cárcel y tenían retenida a la subdirectora por allá en el último patio, y ahí estuvimos toda la noche negociando hasta que afortunadamente pude lograr que la soltaran. Lo importante es que, a partir de ahí, mucha gente en las cárceles me pidió que fuera a visitarlos. Entonces visité cárceles de mujeres y me acerqué a muchas historias. [... ] Sí tengo que reconocerle ese aporte a mi vida política.

Lo que hay que ser, sobre todo, cuando uno es escritor o quiere serlo, es ser muy observador. Uno tiene que ser un poquito psicólogo, un poquito sociólogo, un poquito antropólogo, un poquito historiador. Tener varios lentes, pero ser capaz de observar la realidad y ser capaz de construirla o reconstruirla en historias.

S. B. V.

Ya que mencionas disciplinas, ¿tienes en tu biblioteca textos de psicología? ¿Te nutres de otras disciplinas para entrar en este mundo de los niños y las niñas? ¿O es observación pura?

M. L.

De psicología he leído muy poquito y debo confesar que, no sé si es bueno o malo, le tengo pereza. Sí he leído más lingüística, semiología, por mi misma formación de periodista y de comunicadora social. He vuelto a leer a Foucault, a Habermas. He leído más sociología, historia. Psicología, poquísimo.

Mas leo otras cosas, leo literatura de adultos, muy poca literatura infantil leo. Ahora, por ejemplo, en esta etapa de coronavirus, me he reencontrado con Borges y estoy feliz, absolutamente dichosa, de poder leer a Borges otra vez y entenderlo, porque antes tenía momentos en que decía "ay, qué pereza este señor que no hace sino mencionar cosas que yo no entiendo". Ahora lo estoy entendiendo más y estoy feliz con Borges.

S. B. V.

Hablabas de tu gusto por la caricatura, ¿cómo ha sido ese trabajo con los ilustradores de tus textos?

M. L.

Por lo menos conmigo, las editoriales separan muy bien los espacios. No sé si es porque uno como creador empieza a molestar: "Que la ilustración así no, que asá". [...] Por lo general, yo mando los textos en Word y ellos, según la historia, buscan en un stock de ilustradores y decide la editora o el editor qué ilustrador le gustaría para este texto. Le piden muestras y a uno lo que le mandan son las muestras de lo que están proponiendo.

Tengo la gran fortuna de tener como amigo a un ilustrador que se llama Gusti Rosemffet que escribió un libro maravilloso que se llama Malko y papá, y después otro que se llama No somos angelitos. Ha venido varias veces, él vive en Barcelona, y hace dos años o tres años vino a Colombia y vino hasta acá, a Santander de Quilichao, y yo tenía un texto que se llamaba El pirata Pat Trax y le dije: "Gusti, ¿por qué no me ilustrás este texto?". Entonces, como estaba de vacaciones, no me paró muchas bolas, y después cogió la guitarra y se puso a inventar una canción para el pirata Pat Trax y, de pronto, empezó a pintar al pirata.

Entonces ahí empezamos. El Pirata es la historia de una niña que se hace pasar por pirata, pero realmente es una mujer. Es un tema muy recurrente en la literatura universal, pero bueno. Además, yo lo había hecho en verso, en rima. Entonces, por ejemplo, decidimos dejar la cosa ambigua de que la niña es lesbiana o, por lo menos, tiene una inclinación sexual diversa. ¿Cómo lo hicimos? Si en el texto no estaba, en la ilustración ella mandó a hacer una bandera de piratas y en lugar de calavera y los dos fémures así cruzados, pues hizo una bandera multicolor.

Ahí sí logré ver lo que él tanto me hablaba del libro álbum. No había hecho nunca un libro álbum o no lo he hecho porque El pirata Pat Trax no es exactamente un libro álbum, pero lo trabajamos muy juntos.

S. B. V.

¿Cuál es el papel de esos juegos del lenguaje, como la apuesta de El pirata Pat Trax, en la construcción de un libro para niños y niñas?

M. L.

Ay, usted me hace unas preguntas como para maestría en escrituras creativas. Bueno, yo he sido una estudiante del lenguaje, eso es lo que somos los periodistas. Pienso que el lenguaje es muy rico y, al escribir para niños, si uno no tiene cuidado, lo puede empobrecer. Puede caer en la escritura, perdón, estúpida: que el niño no va a entender, que las palabras tienen que ser sencillas. Es la lucha contra esa idea perversa de que el niño no va a entender, pero también es la lucha por entender que el lenguaje cambia, que el lenguaje todos los días es distinto. Que los niños y las niñas hoy hablan muy distinto.

Cuando escribí Rescate en Internet, me tuve que sentar con otros dos sobrinos -que tenían en ese momento diez u once años- para pedirles que me dijeran cómo escribían ellos a través del WhatsApp. Ahí aprendí todas las cosas que ponen: el "bn", la "q". Otras formas de escritura, mucho más modernas. Yo no podía escribir diálogos de WhatsApp como escribe una viejita, tenía que hacerlo de manera que lo sintieran real. Entonces el lenguaje es un reto. El lenguaje no se queda quieto.

Escribir es aprender todos los días o reaprender el lenguaje. Yo no sé si eso contesta lo que me estabas preguntando. Si el lenguaje no les pega, entonces cierren el libro y que la mamá les haga la tarea, pero ellos no se lo leen si no les gusta.

La otra cosa son los lenguajes regionales: hablan muy distinto los niños de Cali a los de la costa, entonces ahí hay que hacer un sutil viaje por el filo de la navaja entre un lenguaje que sea universal, que lo puedan entender los niños de varias regiones y un lenguaje que les llegue al alma, que les toque el sentimiento.

S. B. V.

¿Cuáles serían los retos para la literatura infantil en Colombia? M. L.

A ver, tendríamos que tocar temas de la modernidad, que tienen que ver con las ciudades, la construcción de la vida en ciudad (que es especialmente difícil para los niños) y también el reto de explicar, de alguna manera, la violencia en un país que vive tanta violencia, que mata gente, como acá en el Norte del Cauca, todos los días por razones políticas absurdas.

Habría que tratar de trabajar esa violencia y esa vida en la ciudad de otra manera. Hay un libro muy lindo de Alejandra Algorta que se llama Nunca se olvida que hace, por ejemplo, un trabajo muy lindo sobre la ciudad de Bogotá. Entonces creo que hay mucho reto en eso, en la ciudad moderna, en la modernidad nuestra [...], mostrar al lado de esa modernidad, ese mundo de persecución y de violencia sin que sea cerrarles la utopía y cerrarles ese sueño de cambio.

Sobre la entrevista La entrevista se hizo el día 21 de mayo de 2020, a través de la plataforma Zoom.

Sobre la entrevistada Margarita Londoño Vélez es una autora colombiana cuyo proyecto literario se ha centrado en la creación de textos para niños y jóvenes. La escritora también ha publicado columnas de opinión y se ha desempeñado como directora de medios de comunicación y como docente. Es comunicadora social de la Universidad del Valle y cuenta con una maestría en periodismo de la Universidad de São Paulo. Dentro de sus publicaciones más destacadas se encuentran: Tortuguita se perdió y Los goles de Juancho.

Sobre la entrevistadora Stephania Ballén Vargas es Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad Javeriana y estudiante de la maestría en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia.

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