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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.17 Bogotá ene./abr. 2004

 

La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

Ingrid Johanna Bolívar*; Alberto Flórez**

* Politóloga, historiadora. Investigadora del Centro de Investigación y Educación Popular CINEP y del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Universidad Javeriana.

** Profesor de la Universidad de Los Andes e Investigador del Instituto de Estudios Sociales y Culturales - Pensar de la Universidad Javeriana.


Resumen:

El artículo contrasta los resultados del proyecto de "Apoyo al funcionamiento y consolidación del consorcio colombiano de investigación sobre conflicto, violencia y convivencia" con las principales ideas de un libro de reconocidos investigadores extranjeros en el que se hace énfasis en las conexiones entre violencia y subjetividad. Dirige la atención hacia categorías, métodos y preguntas que si bien surgen de las experiencias violentas de otros países, tienen para Colombia una particular importancia en términos de un replanteamiento general del significado y sentido de la violencia. Propone relaciones entre esta y temas tan disímiles como el papel de los medios de comunicación en la posibilidad de un control cultural, las diferentes memorias y narrativas que condicionan el presente y explican el pasado, y la construcción de identidades a partir de sentimientos como el odio y la venganza. Recoge los planteamientos de algunos autores que se preguntan por el impacto estético producido por las imágenes de violencia expuestas en noticieros y periódicos, y problematiza el papel que juega el investigador de la violencia en la construcción de conocimiento y en la producción de imágenes de la sociedad.

Palabras clave:

Violencia, subjetividad, Colombia, conocimiento, métodos.


Abstract:

The article presents a contrast between the results of the project entitled "Supporting the functioning and consolidation of the Colombian consortium of research on conflict, violence, and cohabitation" and the main ideas of a book by renowned foreign researchers in which the connections between violence and subjectivity are stressed. The author focuses on categories, methods, and questions that, in spite of the fact of deriving from violent experiences in other countries, have a particular importance in the Colombian case, in terms of a general re-stating of both significance and sense of violence. The article proposes relationships between violence and different topics such as the role of the media in the possibility of cultural control, the various memories and narratives

that condition the present and explain the past, and the construction of identities starting from feelings such as hate and revenge. In order to face complex phenomena such as excessive violence, the article goes as far as proposing mediations between the act of killing and the aesthetic impact produced by images presented both in televised and printed news. It also claims for a greater interest in the role of the researcher interested in violence, his/her sources, and his role as producer of knowledge and, therefore, of sense and of formal representations.

Key words:

Violence, subjectivity, Colombia, knowledge, methods.


El objetivo de este documento es contribuir a la reflexión sobre la naturaleza y la dinámica de la violencia en Colombia. Más específicamente, el trabajo se esfuerza por explicitar algunas preguntas que tienden a perderse en el tipo de conocimiento o, mejor, de estudios, que predominan en el análisis de la violencia en el país. Para desarrollar este objetivo, el artículo combina dos actividades. Primero, la reseña y caracterización algo esquemática de algunos de los principales resultados del proyecto de "Apoyo al funcionamiento y consolidación del consorcio colombiano de investigación sobre conflicto, violencia y convivencia", financiado por COLCIENCIAS y coordinado por distintas organizaciones, entre ellas CINEP, en el período 1999-2000.1

Y segundo, la discusión de algunos de los principales elementos analíticos planteados en una interesante compilación de artículos publicada en el año 2000 bajo el título de Violence and Subjectivity (Das, Kleinman, Ramphele, Reynolds, 2000), trabajo que fue editado por un grupo de académicos de la India, Estados Unidos, y Sudáfrica, pertenecientes a diversas tradiciones intelectuales como la sociología, la antropología, la medicina social, y los estudios feministas. Esta empresa colectiva y comparada entre varias regiones del mundo presenta aspectos poco estudiados de la articulación entre estructura y agencia individual en contextos de violencia colectiva. Como se verá más adelante, este libro resulta muy útil para reflexionar sobre el caso de Colombia, en donde tradicionalmente se ha producido una literatura local abundante, pero no siempre alimentada o conectada con la literatura comparada sobre el tema publicada en otras regiones del mundo.2 Además, el recorrido por algunas de las propuestas analíticas de ese texto señala posibilidades de trabajo sobre los procesos de violencia que son relativamente nuevas entre nosotros, aunque han empezado a ser exploradas por distintos analistas. 3 El interés por adelantar este artículo partió, además, de la constatación de que algunos de los resultados del Proyecto Consorcio pueden ser ampliamente problematizados y desarrollados desde los planteamientos de los autores compilados en Violence and Subjectivity. En efecto, el informe técnico del Proyecto Consorcioinsiste, de acuerdo con los investigadores consultados y/o que tomaron parte de los diferentes encuentros y talleres planeados por el proyecto, en que es muy difícil la interacción entre ellos, pues su comprensión de la violencia y la convivencia tiende a ser muy diferenciada.

En los distintos seminarios-talleres realizados por el proyecto en el año 2000, a los que fueron invitados investigadores de distintas partes del país,4 se discutieron, con insistencia, los criterios que habrían de permitir una adecuada interacción temática y metodológica. Se adelantaron distintos esfuerzos, se agruparon y reacomodaron investigaciones e investigadores según "líneas temáticas", "método" y "preguntas". Los trabajos fueron clasificados y discutidos de la siguiente manera: "violencia familiar y social", "violencia y medios de comunicación" y/o "violencia y cultura", "violencia urbana", "región y violencia" y "violencia política".

Aunque tal clasificación no resultó satisfactoria para los investigadores, tampoco fue posible prescindir de ella o configurar otra. Aquí se encuentra uno de los principales vínculos entre la experiencia del Proyecto Consorcioy la empresa editorial colectiva Violence and Subjectivity. En la evaluación de las distintas actividades del Consorcio y de la clasificación por líneas temáticas los investigadores destacaron la necesidad de reorganizar el trabajo académico y de revisar las categorías de clasificación temática. La difícil interpelación de los de una línea de investigación frente a otra en los seminarios talleres que se adelantaron, se explicó como un problema administrativo o de historia del trabajo académico en el país, pero también como un problema de los supuestos de las categorías.

Varios investigadores insistieron en que las categorías con que se analiza la violencia tienden a suponer una "sociedad pacificada", una intensa separación entre lo público y lo privado, la diferenciación y creciente autonomía entre lo rural y lo urbano, y la centralidad incuestionada de la política, entre otras cuestiones.

Al hacer explícitos los supuestos de las categorías con que usualmente se trabaja, se aclararon algunas preguntas y tareas. Así por ejemplo, se habló de la necesidad de reelaborar los datos de violencia construidos por distintas entidades del Estado y por organizaciones sociales de modo tal que desde ellos, se pueda comenzar a trabajar tipos de familia, cambio de identidades y procesos de duelo. Los mismos investigadores preguntaron por las implicaciones de interrogar la violencia desde las prácticas de muerte, o como actos de una persona identificable. Se preguntó también cómo comprender un conflicto armado que para muchos sectores es sólo un conflicto mediático, cómo trabajar las representaciones de "orden" y de lo "bueno" en las narrativas de los distintos actores involucrados en los conflictos, cómo redescubrir los vínculos entre violencia e identidad, violencia y territorio, violencia y subjetividad y cómo atar violencia política y ciudadanía. Una de las discusiones más importantes giró en torno a las implicaciones de comprender el "sentido de la violencia". Ante la insistencia de algunos sobre la necesidad de superar "el conjuro" y "el rechazo moralista a la violencia" en aras de una mayor comprensión de su sentido, de sus lógicas, y del tipo de actores que produce, se resaltó que la investigación "no puede terminar haciendo comprensible algo que es horrendo".5 En este punto, se enfatizó que la pregunta por "los sentidos de la violencia" puede traer el riesgo de desresponsabilizar a los actores. Al tratar de entender cómo piensan y al entenderlo efectivamente, se puede estar a punto de "justificar lo existente".6

Desde la perspectiva de este documento la experiencia de conversación de los investigadores en el Proyecto Consorcioreviste gran interés, no sólo por cuanto descubren y critican conjuntamente algunos supuestos desde los que arman su propio trabajo, sino porque también desde ahí pueden conectarse con algunas discusiones internacionales. Como se verá más adelante en el escrito, los fenómenos de violencia contemporánea exigen una consideración cada vez más reflexiva sobre las categorías y métodos utilizados, sobre el tipo de conocimiento que se quiere o se puede producir y, de manera quizá más importante, sobre el lugar de la violencia y del conocimiento de ella en la orientación de la vida política y en el despliegue de la vida diaria.

En efecto, uno de los puntos más importantes del libro Violence and Subjectivity es la pregunta acerca de las diversas maneras como las violencias le dan forma a la subjetividad, y en consecuencia, afectan la capacidad de la gente para "lidiar" con su cotidianidad. Los autores entienden la subjetividad, en sentido amplio, como las experiencias vividas e imaginadas del sujeto, que lo guían en la acción, y que lo sitúan en un campo de relaciones de poder. De ahí que insistan en la necesidad de estudiar, etnográficamente, los procesos a través de los cuales la violencia es "actualizada -en el sentido de que es producida y consumida". En esa dirección, los autores resaltan la necesidad de discutir los límites entre "lo ordinario" y "lo excepcional". Para ellos, las múltiples dinámicas en que la violencia se hace presente en "la vida de cada día" discuten el hábito de pensamiento que identifica a la violencia con una situación excepcional o patológica, al tiempo que hacen borrosos los límites entre violencia, conflicto y resolución pacífica. En la introducción al volumen colectivo, Das y Kleinman señalan que el libro en su conjunto se pregunta cómo las personas viven consigo mismas y con los demás cuando reconocen que los agresores, las víctimas y los testigos de hechos violentos comparten los mismos espacios sociales. Se cuestionan acerca de cómo transcurre en tales condiciones la vida diaria. Preguntas que resultan centrales, pues lo habitual es considerar la "violencia" o el "perpetrador" como algo o alguien venido desde fuera, como una amenaza exterior, como alguien de "ellos", no como "uno de nosotros". Además, esta insistencia indica que la relación colectivo-individuo puede ser estudiada mejor cuando se entiende que la violencia se actualiza en el juego de interacción entre la cotidianidad y la estructuración de los procesos de conflicto a larga escala. Así por ejemplo, Vena Das en su artículo "The Act of Witnessing: violence, poisonous knowledge and subjectivity" se pregunta por la manera como la violencia es introducida en las relaciones de cada día. Ella estudia, "no cómo los eventos violentos se hacen presentes en la conciencia sino cómo los eventos fueron incorporados en la estructura temporal de las relaciones." Insiste en que uno "puede ocupar los signos de injuria y darles un significado no únicamente a través de actos de narración, sino también a través del trabajo de reparación de relaciones y de dar reconocimiento a aquellos a quienes las normas oficiales han condenado"(Das, 2000, p.220). Estos señalamientos son de gran importancia para los nuevos estudios que se hacen en Colombia sobre "resiliencia" y sobre las condiciones que le permiten a distintos grupos sociales "resistir" o "reponerse" a la violencia. Queda claro, con el artículo de Das, y con los otros trabajos que exploran la emergencia de masculinidades, y de diferencias generacionales en relación con la violencia, que esta misma opera como un espacio conformador de distintos tipos de subjetividades, pues actualiza un amplio espectro de emociones y valores en los que comparten escenario el odio y el heroísmo. La autora insiste en que los fenómenos de violencia transforman la manera como se vive y se le da sentido al mundo y que por esa vía, la violencia recoge lo que ella denomina "el carácter proyectivo" de la existencia humana (Das, 2000, p.220). En el mismo trabajo se denuncia la necesidad de descubrir cómo la violencia política sobrevive en las relaciones de parentesco, e incluso, en las relaciones amorosas. En este punto, ella resalta que "la violencia de raíces comunales solidifica la pertenencia de un grupo en un nivel, pero tiene también el potencial para romper las relaciones más intimas a otro nivel". Estos señalamientos resultan de gran interés por cuanto se ha descubierto que, por "sencillo o simple" que parezca, las "promesas" y los "conflictos de amor" tienen un importante papel en la decisión de ingresar a las filas de un actor armado, de desertar o incluso de poner en marcha un tipo específico de accionar (Rubio, entrevista personal; Ferro y Uribe, G., 2003).7

En una dirección algo distinta se orienta el trabajo de Susan Woodward titulado "Violence prone area or international transition? Adding the role of outsiders in Balkan Violence". La tesis fundamental del artículo es que la desintegración interna de la antigua Yugoslavia no se explica satisfactoriamente por las "revueltas" y los desacuerdos internos, sino también por la manera en que sobre tales discrepancias operaron los programas de intervención y mediación internacional. La autora muestra que las representaciones de la zona de los Balcanes como una región "proclive a la violencia" orientaron la intervención de distintos actores internacionales y empujaron más hacia el conflicto la interacción de los actores políticos locales. Más aún, se asume que los criterios para asegurar una "legítima intervención" por parte de la comunidad internacional presionaron hacia la caracterización del conflicto en unos términos que acentuaban la lucha de las partes. La percepción de los agentes internacionales favoreció la lectura del conflicto desde una "cultura de la violencia" y por esa vía el lenguaje de la mediación trastocó y alejó a las partes en conflicto. El trabajo llama la atención sobre las dinámicas políticas que entran en juego cuando se asignan subjetividades peligrosas a los actores implicados y cuando las agencias internacionales atribuyen a las partes en conflicto una "cultura" o una "decisión política" que legitima su propia intervención (Woodward, 2000). En el estudio del conflicto armado colombiano se han ido incorporando las preguntas sobre "la representación" que distintas agencias estatales tienen de las regiones en conflicto. En esa dirección han avanzado los trabajos de Clara Inés García y María Teresa Uribe sobre Urabá, así como el de María Clemencia Ramírez sobre el Putumayo y el de María de la Luz Vásquez sobre Vistahermosa y otros municipios pertenecientes a la zona de distensión que el presidente Pastrana negoció con las FARC (García, 1996; Uribe, M.T., 1992; Ramírez, 1996; Vásquez, 2002).

Ahora bien, en el análisis del conflicto armado interno resulta indispensable incluir el papel de nuevos actores, tales como otros estados nación, agencias internacionales y empresas multinacionales (Wirpsa, 2002; Snyder, 2002). Estos se han convertido en poderosos actores de los conflictos internos, con lo cual se contradice el discurso tradicional de que "el conflicto es nuestro y lo arreglamos entre nosotros". No deja de ser significativo que en el Proyecto Consorcio no existiera ninguna línea de trabajo en relaciones internacionales y que sólo recientemente se haya empezado a consolidar una línea sobre el impacto de la política exterior estadounidense en el conflicto armado colombiano. Una situación similar tuvo lugar en el workshop convocado por el Instituto Santa Fe y la Universidad Javeriana, titulado Obstacles to robust negotiated settlement of civil conflicts. En la sesión de conclusiones Fernán González destacaba "la existencia de una división del trabajo, pues los analistas colombianos se centraron casi de manera exclusiva en los factores internos, mientras que los analistas extranjeros se ocupaban de situar el conflicto en una problemática más global: el acceso a los recursos naturales, así como de introducir una perspectiva comparada y de la posible ingerencia de actores transnacionales en el conflicto" (González, 2002).

Es claro que un análisis transnacional de la violencia debe pasar por las formas en que los estereotipos son producidos y las formas como sus imágenes son consumidas a nivel local. Tales imágenes son desplazadas de sus contextos locales en procesos dirigidos de circulación. De ahí que no se pueda ignorar más el hecho de que los medios y los poderes internacionales por sí mismos pueden ser vistos como generadores de contextos, con versiones de autoridad, de los diferentes mapeos espaciales sobre los que se basan las visiones individuales de las condiciones globales y locales de la violencia.

Ahora bien, otra interesante consideración que se desprende del trabajo de Woodward es que las representaciones de la gente como "inherentemente violenta" afectan también las relaciones cara a cara de esas propias poblaciones. Aquí es preciso recalcar lo que se decía arriba en torno al trabajo que distintos analistas colombianos han adelantado sobre la forma en que las políticas estatales caracterizan a ciertas regiones y a ciertos grupos de pobladores. Faltaría extender estos análisis al uso que los pobladores hacen de esas imágenes en sus relaciones cotidianas y con el Estado. Y es que desde este punto de vista, la peor clase de violencia en la guerra parece tener que ver con la distorsión que las relaciones cotidianas, las relaciones cara a cara y las identidades de larga escala producidas por los poderes (Appadurai, 1996), sufren en el marco de las representaciones de la violencia y la socialización de la misma. Así por ejemplo, María de la Luz Vásquez muestra que el establecimiento de la zona de distensión en el sur del país acentuó los conflictos que algunos municipios tenían con la capital del departamento e introdujo severas modificaciones a las rutinas de transporte y movilización de personal y de bienes. Además, los nativos de los municipios cubiertos por la zona de distensión tuvieron que empezar a desplazarse a otros municipios a "sacar los papeles" (cédula y registro civil) para no ser estigmatizados por los actores regionales y nacionales (Vásquez, 2002).

También Arthur Kleinman muestra cómo "las imágenes de violencia" y la representación de los grupos como más o menos proclives a la violencia altera la vida diaria de diversos grupos sociales. Para este importante autor no es posible dibujar una línea clara entre experiencias colectivas e individuales de la violencia social. La conexión entre ellas se traduce en la imposibilidad de separar procesos morales y condiciones emocionales. "La violencia crea, sostiene y transforma la interacción entre ellos (procesos morales y condiciones emocionales) y por lo tanto pone al día los mundos interiores de los valores vividos tanto como el mundo externo de los significados contestados"8 (Kleinman, 2000, p.5). El mismo autor insiste en que la violencia social tiene múltiples formas y dinámicas, y que la etnografía de la violencia social implica hacer de la dinámica de cada día el sitio apropiado para entender cómo largas cadenas de fuerza social se articulan con microcontextos de poder local para darle forma a los problemas humanos, de una manera tal que resistan las aproximaciones estandarizadas de políticas y programas de intervención (Kleinman, 2000, p.227). Estos planteamientos le permiten plantear que las violencias sociales desplegadas en el día a día son centrales en el orden moral: éstas orientan las normas y la normalidad. De ahí que el mismo autor llame la atención sobre la necesidad de una crítica cultural de lo normal en tanto orden social normativo, naturalizado, reificado. Y de ahí que insista también en la necesidad de ver la violencia no como un conjunto de eventos discretos, sino como un complejo proceso de ordenamiento de la vida social.

En un desplazamiento analítico, que es menos familiar en los estudios adelantados en Colombia, se indaga por "la violencia"que va más allá del daño físico infringido sobre los cuerpos. Los autores se preguntan por las formas sutiles de violencia perpetradas por "instituciones de la ciencia y del Estado". En este caso se hace alusión a la manera en que distintas agencias del gobierno, prácticas científicas o dinámicas sociales como la producción mediática, "representan" e "intervienen" a los distintos grupos sociales. En este punto, la discusión sobre la violencia retoma la insistencia de diversos autores y en especial de Bourdieu sobre "la violencia simbólica" que estructura y caracteriza los marcos cognitivos.

En esta dirección puede leerse el novedoso artículo de Allen Feldman titulado "Violence and Vision: the prosthetics and aesthetics of terror". El trabajo analiza la violencia política en Irlanda del Norte y llama la atención sobre "la ideología visual" que permea y estructura la experiencia de violencia en esa parte del mundo. Dicha ideología se analiza en detalle a partir de la referencia al tipo y uso de imágenes fotográficas, el uso creciente de cámaras de video y vigilancia en distintos espacios sociales, los sobrevuelos de helicópteros y la disposición arquitectónica de los cuartos de interrogatorio. El texto pregunta insistentemente qué tipo de sujeto político se forma en estos circuitos "visuales", qué se fabrica y qué se oculta como "políticamente visible" y "políticamente invisible", y cuáles son los nexos entre la formación de ese sujeto y su determinación espacial en un marco conocido y también visualizado.9 El uso creciente de cámaras de video para adelantar tareas de vigilancia por parte de las agencias políticas, le permite al autor destacar los vínculos entre el espacio doméstico, la regulación política y la penetración de la vigilancia en el cuerpo. De esta manera, la violencia política irrumpe en el espacio privado y no se deja capturar como un evento "excepcional". Según el texto, la resistencia a la cohabitación del Estado y la vida privada toma lugar en la forma de rumor.

Al trabajo de precisión óptica de la vigilancia se suma la creciente racionalización de la sujeción política, la "imprecisión" y la "cualidad flotante" del rumor. Se dice entonces que el "rumor comienza a ser un vehículo para evadir la racionalización de la existencia bajo la vigilancia estatal"10 (Feldman, 2000, p.48). El mismo artículo llama la atención sobre la necesidad de estudiar "los modos de ver" y "los objetos visuales" que son promovidos por los regímenes políticos y que van orientando la percepción de los grupos sociales en una dirección particular. Opuesta al supuesto realismo vivido en las zonas de terror y que se transmite de manera visible por las cámaras de los medios y por los escritos que transmiten miradas externas, la capacidad de sobrevivir en tales zonas no consiste en la claridad óptica, sino más bien en la capacidad para esconderse, disimular, y hasta desaparecer la presencia individual. Sin embargo, son las fotografías, las transcripciones, los documentos o los números, los que autorizan lo real y le permiten circular hasta que finalmente naturalizan una mirada autorizada y construida en contextos contradictorios de poder (Das, 2000). La discusión sobre la "credibilidad" de los actos visuales y los modos de ver y de mirar que son "políticamente correctos" es de gran importancia entre nosotros, pues como se recordará, importantes medios de comunicación nacional, especialmente noticieros, han avanzado en la "autocensura" de algunas imágenes del conflicto que consideran demasiado perturbadoras. Sin embargo, la discusión sobre los criterios con que tal "autocensura" se adelanta continúa pendiente, así como la reflexión sobre sus implicaciones técnicas, políticas y morales. En el artículo ya citado de Arthur Kleinman se avanza un poco en esa dirección. El autor caracteriza la "violencia de las imágenes". Desde su perspectiva, la mediatización de la violencia y del sufrimiento crea una forma no auténtica de experiencia social. Así por ejemplo, los espectadores se han acostumbrado a consumir "actos de testimonio" de las víctimas, sin que se ponga en marcha un nuevo compromiso moral. En su investigación, Kleinman encuentra que las imágenes de violencia son crecientemente normalizadas y que por esa vía las experiencias morales son investidas con usos comerciales y políticos y apropiadas con propósitos de control cultural.

En Colombia, la discusión sobre la mediatización de la violencia es aún muy incipiente. Una investigación reciente sobre la relación que las audiencias construyen con la información sobre el conflicto armado producida en los noticieros nacionales de televisión muestra que tal conflicto tiende a ser reducido a un problema entre los actores armados legales e ilegales. Al noticiero se le adjudica la función de mantener "alerta" a la población y de avisar cómo transcurre lo que se llamó "la ruleta de la muerte". Los investigadores encuentran que el noticiero de televisión tiene una gran centralidad en la vida cotidiana y en las rutinas de socialización de las audiencias por cuanto se convierte en un "dispositivo" para vivir en una sociedad marcada por la guerra. La mediatización de la violencia pasa en el país por la sensación de que estar informado es parte del autocuidado con el que se puede establecer de qué hablar y con quiénes (Barón, Bedoya, Valencia, 2002).

En este punto, los señalamientos de Kleinman sobre "el control cultural" por la vía de la mediatización resultan interesantes. Otro punto destacado por los investigadores y que aparece también en el texto de Kleinman tiene que ver con "el uso del testimonio". La investigación encuentra que el testimonio está ahí para mostrar "cómo son de malos los malos" cuando se trata primordialmente de una acción de la guerrilla, pero en otros casos se cuenta con una información escueta de lo sucedido y sin darle voz a las "víctimas" (Barón, Bedoya, Valencia, 2002, p.103).

Por otro lado, habría que insistir en que la cuestión de las "imágenes" y de la "ideología visual" no se agota en el problema de la vigilancia o la sensibilidad, sino que remite a una problemática más amplia que cruza y articula los distintos textos recogidos en el volumen. Se trata de la pregunta por cómo se conoce la violencia y qué le hace la violencia a las formas de conocimiento. En el caso específico de Feldman, el interrogante es el siguiente: "¿cuáles son las posibilidades perceptuales que emergen durante y después de la violencia?" El punto de partida para este cuestionamiento es que los sentidos se forman históricamente y que por esa misma vía la violencia produce, al tiempo que expresa, formas específicas de pensar y vivir en el mundo. De ahí que se pregunte cómo perciben los agresores, cómo perciben los heridos, qué tipo de conocimiento emerge desde las zonas de terror, qué emerge como fenómeno visible con la violencia, qué "visibilidades" crea ella, entre otras preguntas. Es así como el autor insiste en que la eficacia política de la violencia en Belfast está relacionada con normas de realismo visual y con los "circuitos preceptúales" de visibilidad e invisibilidad. Más aún, el texto plantea que la eficacia política del acto de violencia es también una eficacia estética que provee placeres de consumo y recepción y que sitúa las posiciones de agresor y víctima en el marco de unas relaciones icónicas y estilizadas. El énfasis de Feldman en que los actos de estetización son intrínsecos al poder puede convertirse en una útil orientación en los trabajos colombianos que se preguntan por qué los actores armados recurren con frecuencia a la sevicia y por qué no basta la muerte instrumental.

Al igual que el artículo de Feldman, el trabajo de Jonathan Spencer (2000) permite retomar y desarrollar una de las discusiones que los investigadores colombianos sobre la violencia dejaron planteadas en las reuniones del Proyecto Consorcio.Se trata de la discusión referida antes sobre el hecho de que la investigación no puede "hacer comprensible lo horrendo". En su texto titulado "On Not becoming a "terrorist". Problems of memory, agency and community in the Sri Lankan Conflict", Spencer muestra que en los análisis de la violencia, su desarrollo y cronología, ésta suele aparecer como algo "irreversible".

Un pasado violento, en forma de memorias de muerte, constriñe las posibles opciones de acción para el futuro. De ahí que la mayoría de los análisis de la violencia colectiva tienda a construir sus explicaciones a partir de condiciones históricas y actores que reaccionan ante las circunstancias. Poco se sabe, sin embargo, de por qué en condiciones históricas similares otros actores "no reaccionan" tomando las armas. Estas preguntas conducen al autor a recalcar la necesidad de estudiar y diferenciar los vínculos entre violencia y memoria y entre agencia, violencia y comunidad. A partir del estudio de la evolución del conflicto en Sri Lanka, Spencer reconstruye lo que él llama las "precondiciones generales" que hacen que el terrorismo parezca la única posibilidad política y moral de ciertos grupos sociales. Pero al tiempo que reconstruye tales "precondiciones", el autor encuentra que el uso de la violencia tiene diferentes consecuencias morales según el grupo, y que en ocasiones, lo que uno persigue contradice precisamente lo que el otro grupo también anhela. Tal situación no parece ser, ni es, un malentendido, aún cuando el sueño de consenso propio de la sociedad burguesa así lo pretenda. Más bien, ciertas dimensiones del conflicto ponen de manifiesto la simple y pura estructura conflictiva de la sociedad11 (Foucault, 1996).

Uno de los puntos más interesantes en el texto de Spencer es la referencia a la vida de un joven que enfrenta el conflicto sin convertirse en terrorista. Esta historia le permite ver que "más allá de las precondiciones" de la violencia, se sitúa el problema de la agencia, y por esa vía, de la moral. Se insiste en que "la agencia política no es dada sino obtenida", que es más un producto que un rasgo del autor de la practica social. De ahí que la reconstrucción de las relaciones de poder local que, en retrospectiva, crean las posibilidades para actos de violencia, sea también el campo para seguir la configuración de agencia, que se puede expresar en el momento de incomprensión de los fenómenos de violencia y de las "razones" de los actores implicados. A partir del caso que estudia, Spencer insiste en que la incomprensión del conflicto no es necesariamente una falla que puede representar un rechazo intencional a la violencia y por esa vía proveer un espacio para resistirla. En este punto es importante recordar que para autores como Bourdieu y Foucault el conocimiento de algo no se traduce en su comprensión / aceptación. Bourdieu habla de los "desreconocimientos", Foucault insiste por su parte en que "saber" incluso en el orden histórico, no significa "encontrar de nuevo", ni sobre todo "encontrarnos": "el saber no ha sido hecho para comprender, ha sido hecho para hacer tajos, para zanjar" (Foucault, 1992, p.20). Este punto es de importancia para la discusión con los investigadores colombianos por cuanto los distintos esfuerzos por "entender" el sentido y la lógica de la violencia no pueden traducirse en la "desresponsabilización" de los actores. Cómo superar la condena moralista y antihistórica de la violencia sin caer en los cinismos de distinto cuño, es algo que está por resolverse. Un camino que está pendiente en esa dirección es el análisis de las relaciones entre moral y política, con lo que ahora se sabe de la sociedad y de los "agentes humanos" y con el nuevo rol que se asigna al conocimiento en la orientación de la vida social contemporánea (Bauman, 1998; Agamben, 1996).12

En una trayectoria algo similar se orienta el trabajo de Deepak Mentha (2000), quien discute cómo las estructuras locales del sentir proveen un campo discursivo dentro del cual la verbalización de las revueltas puede tener lugar. Al estudiar el caso de una comunidad musulmana en la India y sus ritos de circuncisión, la autora insiste en que el rito, más que en una transformación física, se convierte en un cambio verbal. La circuncisión fortalece la diferencia entre hindú y musulmán en un contexto de conflicto abierto.

Al observar cómo circulan los signos en este caso, Mentha establece los recursos de bestializacion de parte de los hindúes hacia los musulmanes, los cuales se cristalizan en el lenguaje de los enfrentamientos colectivos. Las transformaciones lingüísticas que implican animalización de actores de un conflicto son comunes a distintas culturas que experimentan procesos violentos. Lo que resulta más interesante es que según la misma autora, las relaciones cara a cara en comunidades locales pueden estar cargadas con un potencial para la violencia, que se expresa a través de las identidades que se afianzan frente a los diferentes grupos en conflicto. Identidades que pueden retomar, en contextos de agresión, comportamientos del otro grupo para situarlos en contextos negativos que potencian su victimización.

El efecto de bestializar absolutamente el comportamiento violento del otro niega la posibilidad de la negociación y la reconciliación, al plantear como inconcebible el diálogo con el no humano. El discurso de la incapacidad moral y la deshumanización del oponente se convierte en refuerzo de la intolerancia que parte de los supuestos políticos y se materializa en la incomodidad individual, y a menudo, en la expectativa de la desaparición física del otro. El contexto se complica cuando estos opuestos no son únicamente grupos armados y por el contrario la polarización se extiende y se atribuye a personas que conviven en un espacio civil cotidiano, lo cual genera todo tipo de adaptaciones negativas de las relaciones entre vecinos. Es clara la conexión que este trabajo tiene con algunas de las investigaciones sobre el desarrollo de la violencia política de los cincuenta y con el trabajo que María Victoria Uribe lideró sobre las masacres.

Por su parte, los interesantes ensayos de Pamela Reynolds (2000), y Mamphela Ramphele (2000), a partir del caso sudafricano, muestran cómo las relaciones entre los sexos y las conexiones intergeneracionales en donde el flujo de la vida cotidiana se fundamenta, fueron destruidas bajo las políticas del apartheid.13 Por ejemplo, la definición de lo que significa "ser un niño", se moldea fuertemente por la experiencia de la violencia en la que los niños tienen una presencia importante. Como una informante del estudio decía a los investigadores: "¿qué es peor -dejar a los niños manejar los cadáveres, y presidir funerales o hacerlos que participen en resolver peleas familiares?" Prácticas como estas imponen nuevas responsabilidades y un nuevo régimen de socialización entre este grupo de actores. Se trata de una lenta erosión a través de la cual las conexiones entre generaciones y la pérdida de confianza en el mundo que cada uno conoce, suceden a la sombra de la violencia (Das, 2000). Estos señalamientos resultan interesantes a la luz de los estudios actuales sobre las historias y trayectorias de los menores vinculados y desvinculados del conflicto y de las dificultades, tanto del ICBF, como de los programas de reinserción, para diseñar políticas al respecto (Ferro y Uribe, G., 2003; Bolívar, 2003). Otro punto llamativo en la lectura de Violence and Subjectivity es la constatación de que las instituciones de la vida cotidiana, como la familia, cuando ella sobrevive, pueden ofrecer un último refugio ante una ecología dominante de miedo y odio. Los casos típicos de los sicarios con su extraordinaria devoción por la figura materna, los desplazamientos forzados de familias que se mantienen unidas, las redes de amigos y familiares en toda circunstancia, son espacios en donde falta una mirada más atenta de cómo grupos de individuos pueden encontrar protección y aún resistir las tendencias colectivas creadas a través de presión social para involucrarse en la violencia.

La pregunta general que aparece es sobre la forma como circulan y se reproducen las ideas de la venganza y el odio en los distintos espacios de interacción social. Es importante reconocer que hay varias formas de imaginar la violencia que articulan de diferentes modos los individuos de una comunidad, incluyendo la de los grupos armados. En otras palabras, la identidad del individuo no puede ser subsumida por la identidad del grupo a pesar de las presiones hacia la totalización y la clara demarcación de los grupos en tiempos de terror. De ahí que haya que preguntarse, ¿cómo esos individuos reasumen su biografía y tramitan su propia historia personal? ¿Apelando a qué recursos?

Consideración final

El recorrido aquí presentado actualiza la pregunta acerca de cómo el acto de escribir sobre la violencia puede ser conceptualizado. ¿Es posible quitar la autoridad a los relatos de ciertos grupos pertenecientes a los medios o aún a la academia? ¿Es posible una lectura, subalterna si se quiere, que reflexione sobre la violencia presente para entender las herencias del pasado? ¿Sobre los racismos, los sexismos, los determinismos que tienden a expresarse en dichos relatos? ¿Cuál es el deber ser del relator de la violencia? ¿Cuáles sus elementos interpretativos? ¿Su análisis lee los datos de la violencia como si hablaran por sí mismos? ¿Se puede sufrir de una especie de "síndrome de Estocolmo" al convivir con los informantes hasta reconocerlos como tan humanos, que se minimizan sus comportamientos violentos? ¿Hacia dónde se apunta la cámara? Es inevitable optar. Pero, ¿qué lugar analítico y político se da a lo que el actor proclama de sí?

La investigación sobre la violencia tiene que comprender mejor la relación entre violencia y subjetividad y articular las varias líneas de conexión y exclusión establecidas entre la memoria cultural, la memoria pública, y la memoria sensorial de los individuos. La fusión de la memoria y la representación no es sólo la de la autenticidad de las memorias, como si ellas estuvieran escritas en la roca, sino la lucha por producir la historia de uno con relación a las representaciones que buscan imponer una clase diferente de verdad en ellas. El informante dirá siempre lo que se espera de él en términos de gestos dramáticos de heroísmo, coherencia, victimización o reconciliación, dependiendo del estado del proceso al que su relato del pasado alimente. Por lo tanto, la presión por crear una clase diferente de pasado, no es sólo el tema de cómo el relato se maquilla para aparecer como lo que interesa, sino también cómo cada uno, incluyendo el analista, lidia con la violencia de las memorias en el presente.

Otro gran tema sobre el que la investigación tendrá que avanzar es el de la rutinización y domesticación de las experiencias de la violencia, a menudo a través de los procesos de normalización aplicados por los procesos burocráticos. El efecto que se observa allí es el de la desarticulación de los actores de dichos procesos a través de imágenes de que "así son las cosas", de que "mañana ya lo habremos olvidado", y de que efectivamente "los escritos sobre estos fenómenos son una variación sobre los mismos temas" y competen al ámbito del Estado. Es común ver, por ejemplo, cómo los periódicos ni siquiera se miran pues ya parecen haberse leído hace años, quizás con algunos pequeños cambios en números y nombres, pero repitiendo de manera inercial la información, sin proposiciones nuevas, lo que indica una atemporalidad de la violencia sobre la que no habría nada que hacer.

El recorrido aquí presentado recuerda que las distinciones entre subjetividad y estructura, entre guerra y violencia civil, y entre tiempos de paz y tiempos de violencia, resultan contraproducentes y equivocadas. Las líneas que dividen estos temas son muy tenues. La reconceptualización de la violencia, concluyen los editores del libro revisado, debe acompañarse de las nuevas prácticas del trabajo etnográfico y la producción textual. De otro modo, los mismos recuentos cíclicos seguirán enfatizando modelos y estereotipos generales que no han contribuido suficientemente a la renovación del sentido, y por lo tanto de la acción, de los actores violentos en sociedades como la colombiana.


Comentarios

1 En lo que sigue la referencia a este proyecto será Proyecto Consorcio (Convenio 024.98).

2 Un primer trabajo en elaboración que ofrece una mirada comparada entre Sri Lanka, Irlanda y Colombia, es la tesis doctoral en curso de la antropóloga e historiadora María Victoria Uribe (ICANH). El trabajo promete inaugurar una etapa en los estudios comparados acerca de la violencia que trascienda el localismo interpretativo.

3 Se destacan aquí algunos trabajos que esperan su publicación. Referimos entre otros los de Roberto Suárez Montañez, del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, La lucha contra el dengue un esfuerzo de construcción de orden social entre gobierno, soldados y policías; l a investigación Las metáforas de la guerra. Un estudio de los lenguajes políticos presentes en las guerras civiles del Siglo XIXde la investigadora María Teresa Uribe de Hincapié, de la Universidad de Antioquia; y el trabajo de Angela María Estrada del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, Regulación y control de la subjetividad bajo el orden paramilitar en Colombia(Estrada, Ibarra y Sarmiento, 2003).

4 Las reuniones generales se adelantaron en la sede del CINEP en septiembre y diciembre del año 2000. Se contó con la participación de investigadores de la violencia de la Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Antioquia, Universidad del Valle, Universidad de Caldas, Universidad Central, Universidad del Norte, Universidad de Los Andes, Universidad Konrad Lonrenz, así como de investigadores adscritos a organizaciones estatales y organizaciones sociales: ICANH, Corporación Región, ILSA, CINEP, entre otras.

5 La expresión es de María Victoria Uribe. La respaldamos con su propio y antiguo interés por "entender" las masacres y el tipo de heridas y de muertes que caracterizaron La Violencia.

6 Maria Victoria Uribe y Daniel Pécaut fueron especialmente enfáticos en este punto.

7 En el trabajo de Ferro y Uribe, G. (2003) se reseñan algunas de las diferencias y dificultades que hombres y mujeres combatientes de las FARC enfrentan en su vida afectiva. Las mujeres no pueden relacionarse con no combatientes, mientras los hombres si pueden buscar mujeres no guerrilleras. Recuerda además los distintos episodios en que mujeres son "ajusticiadas" por "meterse" con policías o con guerrilleros respectivamente, así como los comentarios en torno a los "líos de faldas" que en ocasiones están vinculados a decisiones militares.

8 Traducción libre.

9 Este punto sobre la afinidad entre "visualización y dominación política" se aclara un poco si se recuerda la discusión de Benedict Anderson sobre lo que significa el mapa en la construcción de nación.

10 Traducción libre.

11 Entender este señalamiento implica recordar que la sociedad se constituye también por el conflicto y que querámoslo o no, sepámoslo o no, somos siempre el enemigo de otro.

12 Tanto Bauman (1998), como Agamben (1996) trabajan "la violencia" y descubren la necesidad de revisar la comprensión predominante de la moral como un "producto social".

13 Véase la obra sobre culturas juveniles en Colombia, especialmente la de Pilar Riaño, Carlos Mario Perea y José Fernando Serrano.


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