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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.18 Bogotá May./Aug. 2004

 

La acción moral. Contraste entre las explicaciones motivacionales dadas por la filosofía y la psicología

María Cristina Villegas de Posada*

* Profesora Titular del Departamento de Psicología, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.


Resumen

La pregunta de por qué actuamos moralmente ha sido respondida de diferentes maneras tanto por la filosofía como por la psicología. La filosofía presenta explicaciones que pueden agruparse en tres tipos de posiciones: a) internalista o racionalista, derivada de Kant; b) externalista o emotivista, derivada de Hume; c) racionalista y externalista, o combinación de posiciones. La psicología, por su parte, ofrece explicaciones que pueden corresponder a las de la filosofía, pero con una primacía del tipo c). Un análisis crítico del fundamento de las distintas posiciones, así como de la evidencia empírica disponible en lo moral y en otros campos de la psicología, permite rechazar las dos primeras explicaciones a favor de la tercera.

Palabras clave:

Acción moral, explicaciones motivacionales, perspectiva psicológica y perspectiva filosófica.


Abstract:

The question about why we act morally, has been answered by philosophy as well as by psychology. Philosophy offers explanations that could be grouped in three types of positions: a) internalism or rationalism, derived from Kant; b) externalism or emotivism, derived from Hume; c) combination of positions. These positions are also present in psychology, although c) predominates.A critical analysis of the suppositions underlying the different positions, as well as the empirical evidence in morality and related fields of psychology, allows us to reject the first two positions in favor of the third.

Key words:

Moral action, motivational explications, psychological perspective, philosophical perspective.


¿Por qué somos morales, es decir, por qué asumimos la moralidad y actuamos de acuerdo con ella? La pregunta comprende dos aspectos: el primero hace referencia al por qué adquirimos conceptos morales, y el segundo al por qué nos comportamos de acuerdo con esos conceptos. En lo que sigue se abordará únicamente el segundo aspecto, el cual nos remite a averiguar por la motivación moral, la cual ha sido considerada tanto por la filosofía como por la psicología. Las explicaciones dadas por ambas disciplinas serán confrontadas, y el apoyo o crítica a dichas explicaciones se hará considerando la evidencia empírica disponible. El peso dado a la evidencia radica en el hecho de que la pregunta acerca del comportamiento, llámese moral o de otra clase, es una pregunta para la psicología. Adicionalmente, los filósofos han acudido al hecho real, al cómo se comportan las personas o dejan de hacerlo, para apoyar o refutar algunas de las explicaciones ofrecidas por la filosofía.

Explicaciones filosóficas

La filosofía restringe sus respuestas a tres tipos de aspectos: 1) la de los internalistas, quienes consideran que los juicios morales son los que motivan la acción, en una posición directamente derivada de Kant (1761/1961). 2) La de los externalistas, quienes concuerdan con Hume (1739/1981) en que hay un deseo o una pasión que mueve a la acción moral, mientras que los juicios son incapaces de hacerlo. 3) Una mezcla de las dos anteriores.

Posición internalista o racionalista

De acuerdo con Kant y los internalistas, el reconocimiento del deber, expresado en los juicios morales, es intrínsecamente motivante y debe llevar a un comportamiento moral. Esta postura se fundamenta en varias consideraciones. Por un lado, en que ser racional es actuar de acuerdo con la ley moral. En segundo lugar, en que actuar moralmente es actuar por deber y no por inclinación, es decir, en que una acción tiene carácter moral si se realiza por deber. De acuerdo con esto, todo lo demás que pueda contribuir a la acción moral, incluidos los sentimientos, es algo externo a la moralidad. La unión de estos dos presupuestos da lugar a que lo único bueno es querer actuar moralmente, es decir, actuar conforme a la ley universal (al imperativo categórico) y que esto motiva a la acción. En términos simples, uno se siente motivado a actuar por deber debido a su carácter de tal, y porque no hacerlo sería irracional. En la posición internalista, también conocida como racionalista, todo lo que sea diferente a la razón, es externo a la moralidad.

Algunos internalistas aceptan la existencia de un deseo o una actitud para que ocurra la acción moral, pero suponen que este deseo es inherente al juicio moral, es decir, que todo juicio moral implica el deseo de actuar de manera racional. De acuerdo con lo que Brink (1997) señala, en el campo moral esta versión parece requerir dos condiciones recíprocas: que lo que es obligatorio (lo moral) es racional, es decir que hay una razón para hacerlo, y que lo racional es obligatorio.

Otra posición internalista, pero ligada a ciertas características del agente es la representada por Korsgaard (1996, 2000). Esta autora supone que uno se pregunta acerca de por qué debe aceptar una norma. Esta pregunta da lugar a un acto de "asentimiento reflexivo" es decir, a un examen y a una aceptación voluntaria de la norma como una ley que debe regir la conducta. La aceptación voluntaria como ley supone que se está dispuesto a que rija para uno y para otros, y constituye un acto de autonomía. Korsgaard, aunque también acepta la existencia de los deseos, supone que estos deben pasar la prueba del asentimiento reflexivo para convertirse en razones. Tras este asentimiento reflexivo es imposible desacatar la norma sin perder la propia identidad. En otras palabras, una vez que una norma se acepta, se actúa de conformidad con ella para mantener la identidad personal.

Posición externalista

El más radical dentro de esta perspectiva es Hume, quien niega que las razones jueguen algún papel motivante en la acción moral, posición que ha sido asumida por los no-cognoscitivistas. De acuerdo con esta posición externalista, la acción moral se da por la participación de los deseos o sentimientos que son extrínsecos o externos a las normas morales, y de ahí su nombre de externalismo. La afirmación de que la moralidad no está ligada con la razón es una conclusión que extrae Hume a partir de su consideración de que aquella ejerce gran influencia para impulsar o frenar la acción, lo cual no puede hacer la razón, ya que ésta carece de fuerza. Por otro lado, la moralidad tampoco puede ser objeto de estudio: "La moralidad no consiste en ninguna cuestión de hecho que pueda ser descubierta por el entendimiento" (p. 688). Adicionalmente, ella no puede derivarse de la razón ya que lo moral es la aprobación de lo que produce placer (virtud) o el rechazo de lo que produce dolor (vicio). Las pasiones o sentimientos que surgen al considerar ciertas cualidades o rasgos de carácter, en nosotros mismos o en otros, son las que dan origen a la acción. Estas pasiones son el amor-odio, orgullo-humildad, compasión, simpatía, las cuales operan como motivos de la acción.

En Hume hay pues una noción de lo moral que surge de la experiencia emocional y congruente con esa noción están los motivos para la acción: las pasiones suscitadas por la contemplación de ciertas cualidades o rasgos.

A los modernos seguidores de Hume se los denomina no-cognoscitivistas y emotivistas en la medida en que rechazan el papel de la razón en la moralidad, y consideran que los juicios morales son simplemente expresiones de gusto o disgusto frente a los hechos o acciones morales. Lo que nos produce gusto nos aproxima a la acción y lo que nos produce disgusto nos aparta de ella. Otra forma de la visión externalista acerca de la motivación moral consiste en suponer que lo que nos mueve a la acción moral es algún tipo de deseo: el de mantener la auto-identidad o la imagen de uno como persona buena o el deseo de ser consistente. En este caso, llamar externalista a esta posición parece discutible, pues como señalaba Dewey (1965), los deseos son los de un agente o yo que actúa como una unidad y por tanto dichos deseos y sentimientos pertenecen a esa unidad.

Combinación de posiciones

Los que combinan la posición externalista con la internalista aceptan la existencia de las razones morales pero suponen que ellas, sin la existencia de una emoción o un deseo, no llevan a la acción. Representantes de esta posición son Brink (1997), Copp (1997), Tugendhat y Savater (1988), entre otros. Para Savater el deber moral consiste en querer lo que es mejor para uno mismo, por lo cual el deber está cargado de afecto y no habría deber desprovisto de éste. Mientras que en las posiciones internalistas se debe llegar a querer lo que se debe, en la posición de Savater se convierte en deber lo que se quiere: "Lo que estamos aquí dejando sentado es que el deber moral no es sino la expresión racionalmente consciente del querer (ser) humano" (Savater, 1998, p. 30).

Los valores se establecen a partir de lo que el hombre quiere y se quiere de acuerdo con lo que se es, en una cadena ser-querer-valores. Los valores éticos presentan una superioridad frente a los valores del derecho o la política porque ellos no requieren el apoyo de ninguna coacción exterior para ser elegidos y apreciados, diferente a la necesidad de auto-afirmación. De acuerdo con esta concepción, y aunque Savater no aborda explícitamente el tema de la acción moral, ésta estaría guiada por lo que uno quiere y por el deseo de obtener para uno mismo lo que es más conveniente, como una forma de autoafirmación.

La autovaloración es el motor de la acción para Tugendhat (1986,1990), quien presenta una posición algo más difícil de clasificar, pero que comparte con Korsgaard la referencia a la identidad. Para aquel, las normas morales, las que conforman el deber, son aquellos estándares que le permiten a la persona evaluarse como tal. La violación de estas normas va acompañada de sanciones internas: pena o culpa, y su cumplimiento de satisfacción o elogio. Si una persona sólo puede ser obligada a comportarse moralmente debido a las sanciones externas, decimos de ella que le falta "un sentido moral". Para este autor dado que las sanciones son parte intrínseca de las normas morales, ellas motivan la acción y estar motivado por la sanción es lo mismo que estar motivado por lo moral. En este sentido puede decirse que su posición es internalista, aunque difiere de Kant y de su énfasis en la razón. Sin embargo, la emoción, ligada con la sanción, la haría externalista, de acuerdo con la clasificación dada al principio.

Explicaciones psicológicas

Las explicaciones psicológicas para la acción moral han sido cercanas a las filosóficas antes discutidas, aunque no se han usado los términos internalista-externalista.

Explicación internalista

El juicio moral

Kohlberg (1984,1992), el psicólogo más influyente en el tema, consideró que lo más importante en relación con la acción era el juicio moral, ya que detrás de la misma acción las personas podían diferir en sus juicios morales. De acuerdo con su teoría del desarrollo moral, las formas de razonamiento cambian en todas las personas en una secuencia invariante. Esta secuencia comprende tres niveles, cada uno con dos etapas. En las dos etapas del primer nivel lo moral es lo que evita el castigo o produce beneficios. En las dos etapas siguientes, lo moral es lo que corresponde a las expectativas de otros o de la sociedad.

En las dos últimas lo moral es aquello que corresponde al contrato social y a los principios de conciencia. Kohlberg supuso inicialmente que había una relación directa entre el razonamiento moral y la acción. De acuerdo con este supuesto, ciertas acciones requerirían un nivel elevado de desarrollo moral. Sin embargo, en sus análisis parecería haber una falacia lógica pues según sus supuestos, un razonamiento moral elevado debe llevar a una acción del mismo tipo; sin embargo, de ahí no puede concluirse que un razonamiento primitivo lleve a una acción inmoral o incorrecta. Más aún, abundan los casos de un razonamiento moral poco desarrollado pero de un comportamiento moral correcto.

Posteriormente, Kohlberg (1984) introdujo la noción de juicios de responsabilidad, los cuales son los que llevan a la acción moral. De acuerdo con dicho autor, las personas primero determinan qué debe hacerse y luego si es responsabilidad de uno realizar la acción, caso en el cual ella debe realizarse para mantener el sentido de auto-congruencia. Con la introducción de este sentido podría decirse que Kohlberg se aparta de la perspectiva internalista.

A pesar de que la explicación inicial de Kohlberg para la acción moral fue asumida por la psicología y se desarrolló mucha investigación acerca de la relación entre juicio moral y acción, los resultados son descorazonadores. Así, en un análisis crítico de Blasi (1980) acerca de los estudios realizados sobre la relación entre juicio moral y conductas de diverso tipo, el común denominador en las correlaciones reportadas era la existencia de una modesta relación entre juicio y conducta. Aunque un análisis como el realizado por Blasi no se ha repetido, los estudios aislados que aún se realizan reportan resultados similares a los hallados por el autor mencionado.

Los valores

Estos forman parte de la explicación popular para la conducta moral o inmoral, según la cual, la primera se daría por la presencia de valores fuertes y la segunda por su ausencia.

Si consideramos que los valores representan algo deseable, y en cuanto a los morales, algo deseable desde el punto de vista moral, proponerlos como explicación nos lleva a otras de las explicaciones dadas. O bien los valores motivan la conducta porque la creencia acerca de que algo es deseable motiva, aunque de hecho aún no se desee; o los valores representan lo deseado y tendrían entonces un papel motivante como deseos, como propone la posición externalista. En el primer caso se remite a la posición internalista: los valores representan las creencias morales y éstas de por sí deben motivar la acción. En el segundo caso la opción sería coincidente con la de Savater (1988). Otros proponen, como se verá más adelante, que los valores motivan porque forman parte del yo o de la propia identidad.

Para Kohlberg los valores son los aspectos de contenido de los juicios morales, contenido que puede ser similar en las distintas etapas, mientras que lo que difiere es la forma de razonamiento, por lo cual sería éste el decisivo en la acción moral, unido a los juicios de responsabilidad ya mencionados.

En el caso de los valores como representación de lo deseado, su vínculo con la acción sería más claro que en el caso de las creencias.

Sin embargo, la relación entre valores y acción moral es poco clara tanto desde el punto de vista conceptual como desde el punto de vista empírico. Así, Kristiansen y Hotte (1996) consideran que los valores afectan la conducta dependiendo del razonamiento moral y del tipo de orientación moral (de justicia o de benevolencia). Schwartz (1996), por su parte, señala que los valores están ligados con distintos tipos de beneficios, de manera tal que los valores sólo intervienen en la conducta cuando hay un conflicto entre valores, es decir, entre los tipos de beneficios. En este caso los valores se activan, se toma conciencia de ellos y pueden ser usados como principios guía, pero en la ausencia de conflicto, los valores pueden recibir poca atención. En este último caso, según Schwartz, lo habitual, las respuestas prescritas, pueden bastar y los valores no representan algo consciente ni necesario para guiar la conducta.

El autor mencionado también considera que no son los valores aislados, sino grupos de valores que representan una orientación motivacional más amplia, los que se relacionan con la conducta.

Wojciszke (1989), por su parte, asume la organización de valores como parte del yo ideal. Ellos son una representación cognoscitiva de un factor o estado subjetivamente deseado del propio yo. Según este autor, los valores son capaces de regular la conducta sólo en aquellas personas que han desarrollado el ideal del yo o el sistema de valores personales como una estructura distinta e internamente organizada. Estas personas en términos del autor mencionado, podrían llamarse "idealistas" y deben exhibir unas preferencias valorativas más estables y menos propensas a las influencias situacionales que las "no idealistas". Para los primeros, las situaciones auto-referidas deben estimular al máximo el sistema valorativo. En efecto, este autor encontró que las personas idealistas fueron menos susceptibles a una manipulación experimental del valor de la honestidad y que en una situación de copia en exámenes, la proporción de los que copió fue afectada por el rango dado a "honestidad" sólo en el caso de los idealistas que encararon la situación de copiar como altamente auto-focalizada.

En conclusión, los psicólogos que proponen los valores como explicación de la acción moral tienen variadas perspectivas, según las cuales los valores motivan hacia la acción como creencias, porque lo que se busca son los beneficios ligados con determinados valores o porque ellos forman parte de un yo ideal que debe verse reflejado en la acción.

En cuanto a los valores como creencias y su papel en la acción moral, hay poco reporte empírico, debido a que la investigación ha sido escasa, o a que los resultados no han sido los esperados y por lo tanto no se han publicado. Este último parece ser el caso, a juzgar por la propuesta de Schwartz (1996) de que son ciertas agrupaciones de valores las que se relacionan con la conducta y no valores aislados. La relación de los valores con el yo aparece más clara cuando los valores se evalúan en términos de la importancia que tienen para el sentido personal o para la definición del yo, y no simplemente como guías para la acción.

Posición externalista

En psicología no parece haber una posición externalista al estilo de Hume o de los no-cognoscitivistas, en la medida en que se acepta que el juicio moral juega un papel en la determinación de la acción. Algunas posturas se pueden clasificar como externalistas en la medida en que le dan prioridad a la emoción o a otros factores ligados con características personales como determinantes de la acción, y con la salvedad, hecha anteriormente, de si las acciones determinadas por dichas características pueden considerarse como motivadas externamente.

Emociones

El afecto sólo ha jugado un papel central en las explicaciones de la acción altruista o prosocial. Hoffman (1978, 2000) y Eisenberg (2000) consideraron inicialmente la empatía, y posteriormente la simpatía, como el factor motivacional que desencadena la acción prosocial. El primero de los autores mencionados considera que a la conducta de ayuda subyace la vivencia de una aflicción empática, la cual consiste en sentir lo que siente el otro, aflicción que lleva a la ayuda. Otros autores, sin embargo, han señalado que la empatía no necesariamente da lugar a la conducta de ayuda ya que si la activación que produce la empatía es muy grande, la persona prefiere huir o retirarse más bien que ayudar. (Eisenberg, Zhou, Soller, 2001). En el caso de la simpatía, la persona reconoce un estado de sufrimiento en el otro y decide ayudarlo. La simpatía se origina en la empatía, pero a diferencia de ésta, en la cual hay un malestar personal, en la simpatía se reconoce que es otro el que sufre. Algunos prefieren más el término de compasión que simpatía. No obstante, tanto en el caso de la empatía como en el de la simpatía se ayuda para reducir la incomodidad que produce el estado del otro. Esta visión es emotivista ya que la conducta de ayuda surge de una emoción como la empatía o la simpatía y coincide con la propuesta de Hume.

Aunque Eisenberg considera también el papel del juicio moral como una variable que interviene en la conducta prosocial, el juicio es posterior al surgimiento de la empatía (Eisenberg, Zhou, Soller, 2001) y no es claro si se ve modificada por ésta.

Pizarro (2000), por su parte, planteó un modelo para explicar no tanto la acción moral sino más bien el papel de la empatía en el juicio moral. Según él, hay unos juicios morales iniciales, basados en un sistema de creencias, los cuales activan la empatía y ésta a su vez interviene para dar lugar al juicio moral. Estos dos momentos del juicio serían similares a los juicios intuitivos y a la etapa de deliberación propuesta por Dewey (1965). En cuanto a la empatía, bajo este nombre Pizarro considera también la simpatía y la compasión.

El autor mencionado no puede considerarse un emotivista, ya que hay unas creencias o juicios previos que dan lugar a la empatía, y por el contrario, su propuesta es una reacción al emotivismo. En este aspecto difiere de Eisenberg. Pizarro, por otra parte, hace una defensa de la empatía como una emoción importante que le señala a la persona la necesidad de actuar y la induce a hacer juicios adecuados en relación con la situación. La empatía se ve afectada por el sistema de creencias de la persona, por lo cual la reacción emocional (la empatía) es un indicador confiable de las prioridades morales de un individuo y no es una respuesta refleja, no cognoscitiva. En Pizarro, sin embargo, no es claro si el juicio moral que se da después de la intervención de la empatía basta para motivar la acción o si intervienen otros factores.

Otras emociones tales como la pena, la culpa y el orgullo, y a las cuales Hume les concedía el papel motivante exclusivo, raramente han sido consideradas por la psicología como el factor motivante de la acción. Ello se puede deber a que las tres surgen como resultado de una acción, y no previas a ella, por lo cual, las dos primeras podrán conducir, en el mejor de los casos, a una acción reparativa para aminorar el daño provocado, mientras que el orgullo por la buena acción no parecería tener consecuencias posteriores. Bandura (1991), sin embargo, considera que la anticipación de esas emociones es un factor motivante ya que lleva a evitar acciones que produzcan pena o culpa y a preferir las que pueden producir orgullo.

Para otros, como Montada (1993), las emociones morales son motivantes porque ellas representan la fuerza de la norma moral. Este planteamiento parece cercano al de Tugendhat (1986, 1990), para el cual, como ya se dijo, esas emociones representan la sanción por la violación de la norma, y al de Bandura, en el sentido de que para que esas emociones actúen como motivadoras tienen que ser anticipadas.

La investigación acerca de la emoción como motivadora de la acción moral ha sido escasa, pero la poca realizada muestra su relevancia. Así, la atribución a un protagonista de emociones positivas o negativas por su acción, apareció como un predictor fuerte de la acción moral en estudios realizados con niños por Nunner-Winkler y Sodian (1988) y por Rodríguez (2003). En adultos, la anticipación de la culpa por la acción apareció como el aspecto de más peso en las acciones (Villegas de Posada, 1994,1998).

El yo y la identidad

El yo, entidad que organiza las percepciones e ideas acerca de uno mismo, ha cobrado especial importancia en la explicación de la conducta moral ya que se supone que hay una necesidad de mantener un auto-concepto positivo. Así, para Rokeach (citado en Grube, 1994), quien le dio el mayor impulso al estudio de los valores, el ímpetu primario para el cambio o para la estabilidad en las creencias y conducta es la necesidad de mantener y aumentar las auto-concepciones positivas y la auto-presentación de moralidad y competencia. En la medida en que los individuos son conscientes de que aquello que han hecho o dicho corresponde a la auto-concepción del ideal y a la auto-presentación, experimentan satisfacción consigo mismos. Este estado afectivo positivo sirve para aumentar la estabilidad de las creencias y conductas que lo producen.

En cuanto a la identidad, Blasi (1984) menciona la necesidad de su mantenimiento como lo que proporciona la fuerza motivacional para la acción moral. Los rasgos que conforman la identidad y la forma en que se experimenta difiere de acuerdo con las distintas personas. Según él, y retomando la distinción hecha por Damon (1984), la identidad moral puede ser central o periférica, dependiendo de qué tan relevantes y conscientes son los rasgos morales en la constitución del yo, lo cual debe tener implicaciones en la acción, según Blasi. También debe tener implicaciones el que la persona considere que los ideales morales o exigencias son algo que está ahí, dado por la naturaleza, o que estos ideales son algo libremente escogido y de cuya realización uno es responsable.

Resumiendo lo anterior, la acción moral se ha visto relacionada con: la incorporación tanto de rasgos morales como de metas morales en la descripción del yo (Colby y Damon, 1993; Hart y Fegley, 1995), la autorrelevancia concedida a la acción moral (Piliavin, 1989), el sentimiento de identidad personal (Blasi, 1993) y la fuerza de los sentimientos autoevaluativos (Villegas de Posada, 1994, 1998).

Situación

La situación podría explicar actos ocasionales de conducta moral o inmoral, y de ella la que más se ha destacado es la relacionada con costos/beneficios. Sin embargo, los resultados no son conclusivos, pues aunque los costos y beneficios afectan la decisión moral, las personas no siempre se comportan en búsqueda del mayor beneficio, dejando de lado las normas morales. Por otra parte, el nivel de moralidad de la persona puede ser algo que afecte su forma de considerar los costos/beneficios, y por tanto su acción, pero éste aspecto ha pasado desapercibido en los estudios sobre el tema, aunque en los trabajos de Villegas de Posada, arriba mencionados, sí se constató la relación moralidad-costos/beneficios.

Combinación de posiciones

De lo expuesto hasta ahora puede verse que prácticamente todos los planteamientos psicológicos acerca de la motivación para la acción corresponden a una mezcla de posturas, por lo cual aquí sólo se expondrá en algo más de detalle lo planteado por Bandura (1991). Este autor propone un modelo que denomina de motivación moral, según el cual, el sujeto construye a lo largo de su vida unos estándares morales para evaluar las situaciones. La conducta transgresiva de estos estándares es controlada por la anticipación de dos tipos de sanciones: las sociales y las auto-internalizadas. Cuando la persona se refrena de actuar inmoralmente por miedo a la sanción social, prevé tanto la censura como otras consecuencias adversas. Si la motivación está anclada en el control autorreactivo, la persona se comporta de manera prosocial porque le da un sentido de satisfacción y autorrespeto y evita la transgresión porque da lugar a autorreproches. Las reacciones autoevaluativas constituyen el mecanismo mediante el cual los estándares regulan la conducta: "La anticipación del orgullo o de la censura por las acciones que corresponden a los estándares personales o que los violan sirven como influencias regulatorias. La gente hace cosas que le proporcionan satisfacción y un sentido de auto-valía y ordinariamente evita comportarse en forma que viole sus estándares morales porque le traerá auto-condenación" (Bandura, p. 142).

Aparte de este mecanismo autorregulatorio, Bandura considera que en las reglas de decisión moral con las que se encaran los dilemas, la gente debe extraer la información relevante para la situación, pesarla e integrarla. De esta manera, los factores que tienen gran peso en una situación pueden no tenerlo en otra. Hay pues una consideración de las circunstancias.

Esta inclusión de las circunstancias le permite a Bandura aplicar su modelo para explicar la conducta destructiva o agresiva. Así, a pesar de la existencia de los estándares morales mencionados, en una situación dada la persona justifica la conducta reprobable, bien sea minimizando o ignorando las consecuencias negativas, deshumanizando a la víctima, etc., tal como ha sido documentado extensamente en la literatura sobre motivación para la agresión. Estos mecanismos evitan la aparición de la autosanción ya que la acción reprobable deja de serlo. Según Bandura, la gente ordinariamente no actúa de manera reprobable hasta que no justifique para sí misma la moralidad de sus acciones. Hay por tanto una reconstrucción cognoscitiva.

El autor mencionado ofrece pues un modelo que se centra en la conducta y en la motivación para ella y que integra el razonamiento y la afectividad con las circunstancias. Una limitación de este modelo es, sin embargo, la falta de una consideración explícita de las consecuencias objetivas para otros o para el yo, no solamente en términos de autoevaluación. A pesar de la riqueza del modelo, el autor no ha ofrecido una prueba empírica.

Crítica a las distintas posiciones

Las distintas explicaciones tanto filosóficas como psicológicas pueden ser analizadas desde el punto de vista psicológico para determinar en qué medida corresponden a la realidad de un agente moral y cuál es la evidencia empírica a su favor.

En la perspectiva internalista o racionalista hay varios problemas: la noción de racionalidad, el suponer que somos perfectamente racionales, que la razón y sus productos (las creencias) son motivantes y finalmente que la razón actúa sin componentes afectivos.

En cuanto a la noción de racionalidad, pareciera que para Kant y para los internalistas recientes sólo existe la racionalidad moral, pero existen razones de otro tipo (técnicas, de prudencia) que pueden llevar a actuar de manera inmoral pero no irracional. Por otra parte, se ha encontrado que hay desviaciones de la racionalidad sin que ello signifique irracionalidad (Kahneman y Tversky, 2000). Por otra parte, la racionalidad de las personas es limitada por deficiencias en su capacidad de procesamiento de información y por sesgos en la capacidad de juicio. Así, Baron (1994) en su estudio sobre las decisiones morales señala que en éstas se presentan los mismos sesgos que en otros campos.

En cuanto al papel motivante de las creencias, el cual constituye el punto central de la posición internalista, ha sido criticado por Brink (1997) y Copp (1997) quienes señalaban que uno puede creer algo y no sentirse motivado a hacerlo, tal como es el caso del psicópata. Este, conoce lo que es moral, pero no actúa moralmente. En la misma línea, aunque en casos menos extremos, la investigación psicológica ha mostrado que ni las creencias ni las actitudes son un buen predictor de la conducta. Por otro lado, los estudios empíricos ya mencionados, acerca de la relación entre juicio moral y acción, hacen dudar del poder motivante de las creencias o los juicios morales.

En cuanto al supuesto de que la razón procede desligada de lo afectivo, es algo que pocos mantienen en psicología, ya que cada vez hay mayor investigación que muestra una interacción entre los procesos cognoscitivos y afectivos. Incluso autores preocupados esencialmente por lo cognoscitivo, señalaban que no hay cognición sin afecto, ya que en todo proceso cognoscitivo hay un aspecto de interés y de valoración (Piaget, 1976). En conclusión, la posición internalista parece insostenible a la luz de lo analizado.

La perspectiva externalista, por su parte, presenta el problema del no-cognoscitivismo, es decir, de pensar que desarrollamos deseos o emociones sin ninguna representación cognoscitiva. Así, se ha señalado que si frente a lo moral no existieran sino emociones, las personas no argumentarían frente a los hechos morales, ni esperarían que sus juicios tuvieran un carácter prescriptivo.

Por otro lado, suponer que los deseos o los sentimientos nos mueven sin ninguna representación cognoscitiva es suponer que somos una especie de máquina, activada por una fuerza de la cual no tenemos ni noción ni control. Sin embargo, los deseos son aspiraciones, fines o cosas que uno quiere lograr, y en esa medida tienen un aspecto de atracción, de valoración positiva pero también representacional. Los deseos existen en relación con fines o metas: tener un deseo es querer algo que se valora. La valoración ya implica una evaluación y por tanto un proceso cognoscitivo. Por otra parte, la satisfacción del deseo también implica que se establezca una relación medios-fines, lo cual es un proceso de representación. Finalmente, el sujeto controla sus deseos y establece prioridades entre ellos.

En los estudios sobre motivación se ha visto que el sujeto evalúa las situaciones en función de su deseo, de manera que sólo algunas de ellas lo motivan. Así, el individuo con un deseo de logro elevado no se involucra en todas las situaciones que exigen logro sino sólo en aquellas que le plantean un reto. En relación con el deseo hay pues una serie de aspectos cognoscitivos, de expectativas y creencias que forman parte del deseo por lo cual es equivocado considerarlo separado de lo cognoscitivo.

También puede existir el deseo de ser moral y para ello se necesita alguna representación de qué es ser moral y cuándo se logra, es decir, se necesitan estándares. En cuanto a los sentimientos o pasiones, éstos implican una evaluación o proceso cognoscitivo. Así, en el análisis que hace Hume (1981) de los sentimientos morales, aunque los reconocemos por el placer o dolor que producen, surgen de la contemplación de una cualidad que nos parece bella, en el caso de los positivos, o censurable en el caso de los negativos. Debe darse pues un proceso de interpretación y de atribución y no simplemente una percepción para que se experimente la emoción correspondiente. En psicología, el proceso evaluativo como arte de la emoción, ha sido considerado por la mayor parte de los autores que trabajan sobre el tema.

Los sentimientos morales, por otro lado, surgen en relación con un estándar, y esa evaluación frente al estándar es un proceso cognoscitivo. Adicionalmente es necesario considerar que no sólo reaccionamos, sino que también anticipamos los sentimientos que podemos experimentar y esta anticipación motiva a realizar o evitar la conducta. Esta representación corresponde a la creencia de que se va a dar o se va a experimentar determinado sentimiento, la cual motiva la acción.

Por otro lado, las personas necesitan razones para actuar y el deseo puede convertirse en una razón, pero razón al fin y al cabo.

Finalmente, autores que han sido tan radicales acerca de la primacía del afecto, como Zajonc (1980, 2000), no descartan la interacción entre afecto y cognición. Esta interacción es considerada por Forgas (2001), quien en la introducción al libro que analiza la relación del afecto con diferentes aspectos cognoscitivos señala que la evidencia recogida en el libro sugiere que los estados afectivos pueden influir sobre la atención, la memoria, el aprendizaje y las asociaciones, pero que a su vez las estrategias cognoscitivas de procesamiento de la información juegan un papel crucial en los estados afectivos. La evidencia recogida en dicho libro apoya la interacción afecto-cognición. Aunque allí no hay estudios sobre lo moral, ésta no tiene porque ser la excepción.

En cuanto a los otros factores explicativos incluidos en la perspectiva externalista psicológica, la mayor evidencia se da en la relación entre elementos del yo y la identidad con la acción.

En síntesis, se puede concluir que hay una unidad de lo cognoscitivo y lo afectivo y que estos dos aspectos motivan la acción, por lo cual una perspectiva internalista al estilo de Kant o externalista al estilo de Hume debe rechazarse y aceptarse una visión más integrativa de la motivación moral.


Bibliografía:

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