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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.18 Bogotá mai./ago. 2004

 

Tomado de: Castro, A. (1920). Degeneración Colombiana. Medellín: Imprenta J.L. Arango.

Degeneración colombiana Introducción

El Dr. Miguel Jiménez López, en un estudio presentado al Tercer Congreso Médico, reunido en Cartagena y titulado: Nuestras razas decaen, l lega a esta grave conclusión: "nuestro país presenta signos indudables de una degeneración colectiva; degeneración física, intelectual y moral".

Entre los signos de degeneración psíquica que trae el Dr. Jiménez López en su estudio, figura en primer término "lo escaso de nuestro aporte intelectual a la gran labor humana".

El hecho en sí es cierto, pero ni con mucho puede tomarse como una manifestación degenerativa. Lo sería si en otras épocas hubiéramos enriquecido la ciencia y el arte universales, con producciones originales, exponentes de una cultura avanzada; más nada de eso ha habido. Nuestra producción siempre ha sido escasa, tímida, esporádica, como la de todos los países de la América, inclusive la Argentina hasta hace unos pocos años.

Y ello es muy explicable y natural. Somos un pueblo cuya formación apenas se está consolidando, en que todo es embrionario, vías de comunicación, industrias, ciencias, artes. Pobres somos, a pesar de las riquezas naturales del suelo; nos faltan bibliotecas, museos, colecciones de toda clase, gabinetes de experimentación; nuestro personal docente apenas empieza a formarse, y eso con mil tropiezos y dificultades; las ciencias especulativas y experimentales aún no reciben el culto a que son acreedoras, porque los profesionales, antes que pensar en la verdad desinteresada, tienen que preocuparse de la diaria subsistencia; el ambiente científico y artístico aún no está constituido, y por lo tanto no existen verdaderos intelectuales ni hay interés mayor por cuestiones de pensamiento. Vivimos demasiado preocupados por el mendrugo tirano y por las inquietudes del porvenir, y no tenemos tiempo para las bellas cosas del espíritu.

Estamos creando primero la riqueza, para más tarde, una vez adquirida, sentarnos a gozarla tranquilamente y a pensar en los elevados problemas intelectuales. Estamos poniendo las bases de nuestra futura civilización. "En países como los nuestros, no puede, no debe haber más culto que el de la acción, por lo mismo que urge organizar y construir. Y la acción es naturalmente silenciosa".1

Procedemos como han procedido todos los países en sus comienzos, como ha procedido la humanidad entera: de lo simple a lo complejo. Las grandes concepciones de la mente, los avances científicos, los inventos portentosos, los refinamientos en las artes, la aparición del genio, no se han presentado jamás en pueblos incipientes. Son producto siempre de pueblos viejos, llegados a un alto grado de desarrollo en todo sentido, con el porvenir a salvo y con clases selectas, capaces de crear un ambiente intelectual, cuyas necesidades físicas están satisfechas.

La alta producción ideológica no es nunca labor de un hombre, por más que aparentemente así le parezca. Es labor de todos y en ella influyen de modo indirecto las más modestas clases sociales. Pero influyen cuando ya los apremios físicos satisfechos, aparece la inquietud benéfica por el acrecentamiento de los conocimientos, por el aumento de sensibilidad, por las exigencias de nuevas necesidades siempre más elevadas que trae la cultura, por el ansia de disfrutar, en una palabra, los sutiles goces del espíritu, voraz una vez despierto y cultivado. Hay, pues, una correlación íntima entre el productor y el público. Existe producción porque el público la reclama y la paga, preparado por una larga educación, que lo hace apto para dar de su seno al productor. Los mármoles griegos que hoy admira el mundo esteta, en los museos de Europa, son de este o del otro escultor, pero en ellos se advierte, ante todo, el hálito divino de un pueblo amamantado en belleza, y que necesitaba como alimento indispensable para la satisfacción de vida noble, las obras de un arte insuperable. Son raros, exóticos puede decirse, en países nuevos, los ingenios dedicados a ciencias o artes que no tengan un interés inmediato aplicable a algo práctico, que no se traduzca en valores efectivos de fácil cotización en los mercados. Y cuando por casualidad aparecen esos raros u exóticos, el medio los rechaza y el público los mira con hostilidad, considerándolos como inadaptados e impotentes para ganarse la vida, hasta el punto de hacérselas amarga a fuerza de privaciones, de aislamiento y de incomprensión. No será muy grato el recuerdo que guarde la sombra de Edgar Allan Poe de los industriales de los Estados Unidos: como tampoco el espíritu de José Asunción Silva debe mantenerse estremecido de agradecimiento por los favores de sus compatriotas...

Con todo, si nada nuevo hemos aportado al haber intelectual humano, sí hemos procurado mantenernos al corriente de la intensa vida de otros países, de acuerdo con nuestros recursos, hasta el punto de que, sin un falso sentimiento de patriotismo, podemos exhibir representantes de alta cultura en ciencias, artes, industrias, comercio, espíritu público. Nombres meritorios saltan a mi pluma en estos momentos, nombres de ciudadanos que honran al País, y si no los menciono es porque en trabajos de la índole del presente no quedan bien las individualizaciones. Pero que cada lector medite unos instantes en el círculo de sus conocidos, para que se convenza de que no todo es vana palabrería, ni pachequismo, en estas tierras de trópico.

Por otra parte, hay que entrar en algunos distingos cuando se trata de la influencia que un pueblo o sus representantes puedan ejercer en la civilización mundial. A ese respecto dice el ilustre catedrático de la Universidad de Madrid, Rafael Altamira, lo siguiente: "Una cosa es trabajar, crear, hacer obra útil, y otra influír en las gentes. No creo que en esto "todas las cartas que se pierden se deban de perder", es decir, que sólo triunfen o influyan en su tiempo los que debían triunfar o influir. Mucha vida laboriosa se pierde en el vacío o en un círculo muy limitado de difusión, y cuando la posteridad viene a reparar la injusticia, ya es tarde.

Además la división de aptitudes y de funciones que, al parecer, se produce históricamente en los pueblos, como seguramente se produce en los individuos, hace que cada cual tenga su característica y que ésta sea la que imprima el sello de su mayor influencia en el mundo, en cada tiempo. Pero el resto de las cosas ¿deberá despreciarse? ¿no vale nada, no significa nada, el trabajo de los filósofos que no han sido Descartes, de los matemáticos que no fueron Newton, para apreciar las cualidades de inteligencia, de laboriosidad de un pueblo, y la posibilidad de sus frutos en Filosofía y Matemáticas?. El éxito, por otra parte, depende de muchas condiciones que no son siempre las de originalidad o las de esfuerzo propio. La historia de las ciencias y de las letras abundan en ejemplos de este género.

El éxito y la influencia en el desarrollo de una disciplina han correspondido, no infrecuente, a hombres de gran mérito sin duda, pero cuya obra carecía de originalidad substancial, hallándose basada en los trabajos de otros, menos felices que ellos. La ocasión, el medio en que se trabaja, la brillantez, la fuerza de generalización y condensación, explican ese fenómeno, cuyo efecto es obscurecer el valor de los precedentes, con gran injusticia".

Como un ejemplo de adelanto cultural, de labor comunicativa y modificadora, se me ocurre en estos momentos el del periodismo nacional. Creo que nuestros diarios, con ligeras excepciones, pueden exhibirse con ventaja en cualquier parte, si por las cuestiones que abordan, si por la forma adecuada con que lo hacen. Es indudable que en ellos ha ascendido el nivel moral y que los asuntos se han elevado por sobre los hombres y los modestos detalles de campanario, para ventilarse en la atmósfera serena de las ideas. Hay que ver la prosperidad considerable de esos diarios, muy diferentes a los que veían la luz a fines del pasado siglo y al principio del presente, y hay que pensar en que son los voceros de un gran público, que mucho se preocupa por las ideas expuestas y que económicamente bien sabe corresponder al esfuerzo de los periodistas. Ese solo hecho es una muestra de que el ambiente intelectual sube. Hoy es el diario de rápida información, desflorador de ideas, mensajero de progreso; mañana, la revista maciza de sólidos ensayos, plasmadora del pensamiento nacional; después, el libro investigador de los grandes problemas, el consejero y el maestro; más tarde, ya el espíritu inquieto, nutrido y ambicioso, vendrá la era de la creación, que fije bajo forma imperecedera las ideas, los anhelos y las luchas del pueblo. Son procesos estos fatales de la mente.


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1 Cultura científica en los Países Hispanoamericanos. Alfredo Colmo.