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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.21 Bogotá maio/ago. 2005

 

La corporalidad de las guerras: una mirada sobre las mujeres combatientes desde el cuerpo y el lenguaje*

Luz María Londoño**

* El presente artículo se enmarca en la investigación Mujeres en tiempos de guerra: Una mirada a lo femenino en el contexto de los grupos armados colombianos, realizada por integrantes del Grupo Cultura, Violencia y Territorio del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia entre el 2002 y el 2003. Constituyeron el grupo de trabajo Elsa Blair y Luz María Londoño (investigadoras); Yoana Nieto, asistente de investigación; Verónica Espinal y Bárbara Galeano, estudiantes en formación.

** Psicóloga Universidad Javeriana. Especialista en teorías, métodos y técnicas de investigación social, Universidad de Antioquia. Investigadora Instituto de Estudios Regionales, INER, Universidad de Antioquia.


Resumen

La incursión de las mujeres en el mundo de la guerra ha sido un fenómeno poco estudiado. Su creciente vinculación como combatientes en las guerras contemporáneas, incluida la colombiana, amerita una reflexión desde la academia, encaminada a develar la compleja significación de este fenómeno. A la luz de corrientes de pensamiento contemporáneas, particularmente del feminismo de la diferencia, este artículo busca aproximarse al fenómeno, colocando en el centro del análisis el cuerpo y la palabra de las mujeres -su corpOralidad-, como lugar e instrumento donde la guerra se vive, se significa y se narra, buscando abrir horizontes interpretativos que permitan recoger y traducir fielmente las voces de las mujeres combatientes, tradicionalmente invisibilizadas tanto en el drama de la guerra como en la búsqueda de la paz.

Palabras Clave: Género, guerra, mujeres combatientes, violencia, cuerpo, lenguaje.


Abstract

The women incursion in the world of war has been a phenomena in which few research have been made. Nowadays, your growing presence as combatants in contemporary wars, in which the Colombian war is included, claims for a academic reflection that seeks to explain the whole meaning of the phenomena. With the support of contemporary trends of thought, particularly the feminism of the difference, the present article aims for an approximation to the topic that places at the core of the analysis woman's speech and body, this as a place and tool where the war is lived, signified and narrated; thus, searching for new interpretative paths that permit recover and translate accurately the combatants' voices. Combatants that have been traditionally diminished both in the war drama and in the searching of peace.

Key words: Gender, war, women combatants, violence, body, language.


Tradicionalmente se ha considerado la guerra como un asunto de hombres. Más aún, la figura del guerrero ha constituido un referente importante de identidad en la socialización masculina, donde características como fortaleza, resistencia, valor, agresividad, riesgo, osadía, han representado sinónimos de virilidad, de hombría. Nada más distante de la figura guerrera que el modelo que prevaleció durante años sobre la mujer, definida como opuesta al hombre a partir de la lógica binaria de complementariedad de los sexos. Dicho modelo, trazado en torno a características supuestamente "femeninas" -como la dulzura, la pasividad, el acatamiento, la ternura, la suavidad, la capacidad para cuidar la vida y protegerla-, encontraba en la figura del hombre guerrero su antítesis por excelencia. Sin embargo, la reconfiguración de identidades, espacios y prácticas de las mujeres, ocurrida durante los últimos cincuenta años, parece haber subvertido el ámbito de los imaginarios sociales sobre el ser mujer. Una de las manifestaciones visibles de ello es la proliferación de imágenes femeninas guerreras en los medios masivos de comunicación. Este auge de figuras de mujeres guerreras pareciera encontrar un referente en la vida real en la creciente participación de las mujeres como combatientes en las guerras modernas y posmodernas. Dicha participación se agencia tanto a través de su incorporación a los ejércitos regulares nacionales, como a ejércitos irregulares vinculados a conflictos armados recientes ocurridos en diversos países. En el caso de Colombia, aunque no se dispone de cifras exactas, se estima que cerca del 40% de las FARC-EP son mujeres (Ferro y Uribe, 2002). Se sabe también de su participación significativa en el ELN y, en menor proporción, en las filas paramilitares. El caso de las niñas es particularmente ilustrativo de la magnitud que tiene la presencia femenina en las filas de combatientes: de acuerdo con cifras aparecidas en el periódico El Tiempo, desde 1999 a mayo del 2003 se habían desmovilizado individualmente 830 menores, de los cuales el 30% eran niñas (Jeré, 2003). Esta realidad, que habla de cambios en imaginarios y prácticas relacionadas con el ser mujer, no puede menos que suscitar una serie de interrogantes acerca de su significación y de sus implicaciones: ¿cómo viven la guerra las mujeres que han participado en ella en calidad de combatientes? ¿Constituye la guerra un espacio masculino por antonomasia y como tal, implica para las mujeres que se desenvuelven dentro de él una renuncia a aspectos centrales de su identidad de género en aras de asimilarse a los varones? O, por el contrario, ¿permite la guerra a las mujeres combatientes inscribirse en ella desde su particularidad como mujeres? ¿En qué medida su identidad como mujeres debe "borrarse" o "suspenderse" para asumir su condición de combatientes? ¿Cómo tramitan las mujeres combatientes los desencuentros y/o conflictos entre los mandatos culturales aún vigentes sobre lo que significa "ser mujer" y su condición como mujeres guerreras? Detrás de estas preguntas y buscando conocer el impacto de su experiencia como actoras de la guerra en su identidad de género, entrevistamos a veintitrés mujeres excombatientes de diversos grupos armados colombianos, con edades comprendidas entre los 15 y los 54 años1.Es muy importante reiterar que todas son excombatientes y están actualmente desmovilizadas. Es a través de este lente de la desmovilización y la salida del grupo desde donde tejen sus relatos y reconstruyen sus memorias2.

¿Nombrar la guerra en femenino?

En la búsqueda de referentes teóricos desde los cuales abordar esta reflexión, los desarrollos del feminismo de la diferencia ofrecen posibilidades muy sugerentes. Inicialmente, porque tanto la teoría como la práctica feminista tienen como principio orientador desnaturalizar el carácter pretendidamente natural del "orden de las cosas", tal como ha sido concebido en la cultura patriarcal. Y dentro de este propósito, develar la construida invisibilidad histórica de las mujeres en los ámbitos públicos, particularmente en lo que se refiere a la construcción del conocimiento y a la política. En lo que atañe al conocimiento, la propuesta del pensamiento de la diferencia nos impulsó a profundizar en un tema que tomaba cuerpo a medida que avanzaba nuestra investigación: la posibilidad de construir un horizonte femenino de significación de la guerra. De hecho, la guerra siempre ha sido contada por los hombres; ellos han construido "la historia oficial" sobre la misma, y es su historia la que hace parte del conocimiento reconocido como tal, del cual las mujeres han sido excluidas en virtud de un orden simbólico patriarcal, donde el sujeto del pensamiento y del discurso ha sido un ser masculino declarado universal y proclamado representante de toda la humanidad (Rivera, 1998, p. 82). En este sentido, asomarse al significado que tendría la guerra para las mujeres -particularmente para aquellas que al participar como combatientes desafían abiertamente los roles de género tradicionales-, significó en primer término cuestionar de entrada lo que se ha caracterizado como "lo femenino", en la medida en que tal referente aparece como una construcción "en espejo" de lo masculino, que no corresponde a lo que las mujeres son o han sido en el pasado, sino a lo que algunos hombres han dicho que ellas son (1998, p.82). Es en este marco de reflexión donde inscribimos nuestra intencionalidad inicial al abordar la investigación sobre las mujeres combatientes: cuestionar ese femenino definido desde afuera, en busca de un femenino y un ser mujer que seguramente tendrán que ser reinventados por las mujeres mismas, instalando su palabra como referente central en la construcción de una nueva -y siempre mutante- identidad. Al respecto, un campo de indagación que nos suscitó un interés particular desde el inicio tuvo que ver con la significación otorgada al ejercicio de la violencia por parte de las mujeres (en nuestro caso particular, de las guerreras): negación/magnificación, rechazo/fascinación, ocultamiento/provocación, miedo/excitación, emergen como significantes de la violencia femenina. ¿Qué dice de la cultura esa extraña manera de significarla? Pareciera que, una vez más, la identidad femenina sólo pudiera inscribirse en un orden bipolar: virgen o prostituta; o, como lo recoge Michelet, hada o bruja (1987, p. 31). Una clave al respecto nos la brinda el propio Michelet, para quien la exaltación de la pureza femenina "ha contribuido a consagrar el desprecio hacia la mujer real" (1987, p.16). En concordancia con lo anterior, el estereotipo de la mujer concebida como no violenta por naturaleza -que María Cristina Rojas vincula al mito de "las almas bellas" (1998, p.39)- y la ideología que pretende sustentarlo -el carácter antinatural de la violencia femenina- lleva a preguntarse si cuando las mujeres son catalogadas como particularmente violentas o crueles, más que el comportamiento en sí, lo que determina la utilización de ese calificativo es la percepción que se tiene del mismo como algo no natural en ellas3(Ver Barth, 2002; Bennet, Bexley y Warnock, 1995; Farr, 2002). En este sentido apunta Franca Ongaro Basaglia cuando afirma que, a raíz de la asimilación que ha hecho la cultura patriarcal entre mujer y naturaleza, los comportamientos de las mujeres que no se ajustan a un orden natural que las define como pasivas, dulces y sumisas son condenados con particular severidad, ya que, a diferencia de los varones, en el caso de ellas no es la norma social la que se transgrede sino la natural (Ongaro Basaglia, 1979, p.167). De allí el empleo común del vocablo "desnaturalizadas" para referirse a las mujeres -no a los hombres- que exhiben determinados comportamientos violentos. Así pues, ese mito de "las almas bellas" ha significado, sin duda, un impedimento para acercarse al fenómeno de la violencia de manera más desprevenida, o si se quiere más imparcial, buscando abordarlo como un fenómeno humano, no privativo de los varones, que, como cualquier otro comportamiento, está teñido también por las diferencias de género. En esta línea, diversos estudios realizados en Colombia empiezan a introducir la categoría de género en el análisis de la violencia. Como resultado de ello, comienza a perfilarse la necesidad de realizar nuevos abordajes que permitan diferenciar la violencia no sólo en razón de su especificidad -la violencia de la guerra, la conyugal, la urbana, etc.- sino también en virtud de la impronta que le confiere el género: la manera diferencial en que hombres y mujeres la ejercen y la sufren (ver Serrano, 2001; Jimeno, 2001).

Entre la piel y la palabra

La pregunta por un horizonte de significación diferente al que se ha tenido sobre la participación de las mujeres en la guerra, que no se agote en la pretendida igualdad de los sexos, nos permitió introducir algunas problemáticas que se destacaron en el desarrollo de la investigación como especialmente relevantes: la del cuerpo femenino en la guerra, y la del lenguaje o la palabra de las mujeres en y desde la guerra, como ejes desde los cuales aproximarnos a la pregunta por la identidad de género de las combatientes en la guerra.

Esto es importante resaltarlo, por la frecuencia y el peso que tienen las representaciones y los imaginarios sociales sobre un fenómeno como éste, lo que no ocurriría si se tratara de la participación masculina en la guerra. En el caso de las mujeres combatientes, diversos estudios coinciden en señalar la percepción que suele tenerse de ellas como más violentas y/o crueles que los hombres, lo cual determina que sus comportamientos en la guerra se enjuicien más severamente que los de los varones y la existencia de una mayor dificultad para reincorporarse a sus comunidades una vez abandonan las armas a causa de la estigmatización social que ello conlleva.

Cuerpos femeninos para esculpir en la guerra

Desde el feminismo de la diferencia, el cuerpo adquiere una importancia fundamental, pues constituye en última instancia la diferencia irreductible, que marca indeleblemente la experiencia de hombres y mujeres. De allí que esta propuesta feminista se centre, en palabras de María Milagros Rivera, en "pensar en otros términos la experiencia personal de vivir en un cuerpo sexuado en femenino" (1998, p.61). La problemática del cuerpo femenino resultó entonces enormemente sugerente e importante de abordar frente al fenómeno que nos ocupaba, ya que el mismo es el escenario de la identidad -tanto en varones como en mujeres4- y también el soporte de las prácticas guerreras. La participación femenina en la guerra nos confrontó entonces a la problemática del cuerpo en su doble dimensión: física y simbólica, ambas con una enorme significación. Para las mujeres combatientes es obvio que todo su entrenamiento militar, así como la posibilidad de combatir, pasan por una preparación física del cuerpo que les deje vivir la cotidianidad de la guerra desde la capacidad física de respuesta al combate y a la guerra misma. No resulta extraño entonces que en las entrevistas realizadas abunden testimonios a través de los cuales destacan la dificultad que representó para ellas la dureza del entrenamiento militar. Un entrenamiento orientado a hacer del cuerpo femenino, definido ancestralmente como cuerpo para la maternidad, "un arma que sirve de instrumento a la guerra" (Sánchez, 2000, p.13)5: cuerpos imbatibles, cuerpos impenetrables6, cuerpos duros y resistentes. Esas prácticas guerreras, dirigidas a moldear y reconfigurar el cuerpo, a tallarlo para la guerra, dejan una impronta que lleva a las combatientes a redefinir su relación con él y, en consecuencia, a modificar su imagen de sí mismas y a recomponer sus identidades7. Enfrentar situaciones que sometían su cuerpo a las más duras exigencias e igualar a los hombres en este campo constituyó un reto de primer orden, en la medida en que se veían constantemente obligadas a demostrar que eran tan aptas como ellos para pertenecer a un colectivo guerrero. Medirse con ellos en este campo y resultar airosas es una cuestión que las entrevistadas rescatan permanentemente como fuente de estima personal y grupal.

Cuerpos guerreros: "escaparates de signos"

Con respecto a la dimensión simbólica del cuerpo, su importancia no es tan evidente, pero no es por ello menos importante. Como lo enuncia Marc Augé (1983), el cuerpo es en todas las culturas vehículo de representación, signo y significante; superficie de inscripción y también portador y emisor de signos capaces de producir una significación.Asumido por Viveros y Garay (1999) como "escaparate de signos", el cuerpo está siendo en la guerra portador de un sinnúmero de significaciones. En este sentido, France Borel, citado por Blair (1998, p.143), ilustra la significación que tienen sobre el cuerpo el vestido o los artificios culturales, expresando que, a diferencia de lo que reza el adagio popular, "el hábito sí hace al monje". Y "el hábito" en este caso hace referencia tanto al uso de los masculinos uniformes militares -como factor homogeneizante, como evidencia de pertenencia a un colectivo guerrero y como elemento configurador de identidad (Blair, 1999)-, como al hecho de portar armas, donde éstas terminan por asimilarse como parte de sí8.

¿Qué implicaciones tiene entonces para las mujeres esta pertenencia a un "cuerpo colectivo-uniformado-armado"? Como sus colegas masculinos, ellas experimentan vivencias propias de quienes hacen parte de una institución total 9y lo que ello reporta en términos de "borramiento" de la identidad individual en nombre de "la causa" y la identidad colectiva10(Castro, 2000). Pero a diferencia de los varones, para quienes la experiencia armada constituye en muchos aspectos un reforzamiento de su socialización de género, para las combatientes representa una ruptura profunda con el modelo tradicional de ser mujer en el que fueron socializadas. La reflexión del cuerpo como espacio significado y significante (Augé, 1983), nos obliga en el caso de la guerra a identificar y a desentrañar esos espacios (los de la guerra) como lugares de producción de sentido. Cuando el cuerpo es algo más que su materialidad y se significa, la lectura por hacer es bastante más compleja, pero no menos importante, como expresión de las representaciones y los imaginarios que acompañan las acciones físicas. Es en esta dimensión donde cobran fuerza preguntas como: ¿qué puede significar la presencia del cuerpo femenino en los campos de batalla? ¿De qué habla esa presencia? ¿Cómo se asume? ¿Por qué aparece como transgresora y antinatural? Por otra parte, la dimensión física y la simbólica se unen inexorablemente en la reflexión sobre el cuerpo femenino como espacio y posibilidad de construcción de la otredad. Desde diversos desarrollos teóricos del feminismo de la diferencia, se identifica como dimensión central de lo femenino la posibilidad que tiene el cuerpo de la mujer de acoger a otro sin destruirlo ni ser destruida por él, donde "la diferencia entre el "sí misma" y el otro es continuamente negociada" (Irigaray, 1992, p.38). Es a partir del reconocimiento de esta posibilidad de aceptación de la otredad, desde donde diversas teóricas de la diferencia no sólo ubican el cuerpo como centro de la subjetividad femenina, sino desde donde invocan la necesidad de "feminizar la cultura", entendiendo como tal la urgencia de "corporizarla", de "encarnarla´, de "darle cuerpo". Es allí desde donde el feminismo de la diferencia se acerca a otras corrientes contemporáneas de pensamiento, en la búsqueda de una manera de entender el mundo que permita "espiritualizar"11 la vida, pero no a costa de lo que justamente tendría que ser su base: el respeto profundo por la naturaleza, la consagración de los cuerpos, el reconocimiento y la aceptación de la diferencia -la de los sexos, en primera instancia- y la búsqueda no ya de la igualdad, sino de la equivalencia12. Si esa particularidad y posibilidad del cuerpo femenino de "llevar en sí un otro" confiere identidad y facilita a las mujeres un registro diferente de la otredad; y si, adicionalmente, la cultura les ha asignado espacios y roles que las dejan relacionarse más directamente con el cuidado de la vida, entonces la guerra -entendida como hecho donde la eliminación del otro cobra toda su dimensión -obliga a pensar en la significación que ese hecho tiene para las mujeres combatientes. Los relatos de las entrevistadas abundan en referencias alusivas al dolor emocional experimentado frente a la pérdida de vidas humanas como un referente central que marcó la significación otorgada por ellas a su experiencia guerrera. La muerte está siempre presente en sus relatos: la omnipresencia de la muerte en la guerra, la crueldad de la muerte en la guerra... No obstante, hay evidencias en los testimonios de varias de las mujeres que muestran cómo, a pesar de la dureza impuesta a los guerreros frente a la muerte, hay algo en ellas que se resiste frente a la aceptación de ese código guerrero, algo que, no obstante la dureza de la situaciones vividas, se "cuela" por algún resquicio de la sensibilidad, movilizado por lo que implica para ellas el dolor y el sufrimiento del otro, la mutilación y la destrucción de los cuerpos en la guerra13. Lo anterior deberá ser objeto de mayor indagación, pues no pretende afirmarse que esa sea una postura exclusiva de las guerreras, como tampoco sugerir que las mujeres no puedan ser tan crueles como los hombres o menos despiadadas que ellos a la hora de "guerrear". Se quiere sí señalar la importancia de realizar una aproximación al conflicto, la violencia y la guerra que atienda la forma como son registrados por hombres y mujeres. Tanto la literatura revisada como el trabajo de campo sugieren que hechos como la muerte, el dolor, el sufrimiento y la crueldad14 tendrían también que leerse "en clave de mujer", con miras a desentrañar la diferencia15 como una constante siempre presente, que marque con su especificidad la urdimbre de significación de lo humano, en una vasta trama tejida a dos manos, en una polifonía que registre dos voces: la de los hombres y la de las mujeres. Sin duda, el cuerpo femenino en la guerra deberá ser mirado desde distintos ángulos: desde las mujeres combatientes, desde sus "enemigos", desde los otros que las miran. También resultará preciso interrogarlo desde miradas abiertas, capaces de articular significaciones aparentemente contradictorias, pero siempre posibles si se trascienden las respuestas que propugnan por instalar "lo uno o lo otro" como única posibilidad, para dar campo a lo paradojal, a lo múltiple, a lo complejo: adquisiciones y pérdidas, ganancias y concesiones, tejidas sobre un cuerpo femenino que, como lo señala Elvira Sánchez-Blake, "obra como el eje alrededor del cual gira la conciencia política y la búsqueda de identidad de la mujer" (2000, pg 11).

Discursos, narrativas, lenguajes...

Una segunda problemática importantísima y novedosa para abordar el fenómeno de las mujeres en la guerra tiene que ver con el lenguaje: el discurso o la palabra utilizados para contar la guerra. Este problema remite, en primera instancia, a los lenguajes con los cuales se ha contado la historia -más concretamente la narración histórica (Contursi y Ferro, 2000)- y el papel de las mujeres en ella. Pero remite, en segundo lugar, al problema del lenguaje en términos de interrogar la existencia de un lenguaje femenino, lo cual resulta muy sugerente en tanto que nos obliga a navegar por aguas turbulentas. ¿Existe un lenguaje femenino capaz de contar la historia de las mujeres y de la guerra con otros ritmos, con otras palabras, con otras categorías de análisis? Creemos que la posibilidad de contar su historia y su participación en la guerra es posible, si las mujeres encuentran un lenguaje propio, que permita decir lo que aún no ha sido dicho, quizás simplemente porque las palabras no han sido "buscadas/encontradas" por los hombres; o tal vez sencillamente porque ellos no podían hacerlo, ya que, como lo confirma Irigaray en sus estudios lingüísticos, el discurso también es sexuado y también en él se instaura la diferencia16. Este último planteamiento obliga a preguntarse ¿cómo cambia la pregunta acerca de la guerra en términos de una mujer?, ¿no sería necesario construir nuevas categorías analíticas cuando se trate de realizar una mirada femenina sobre la guerra?, ¿no le introduce la mirada femenina a la guerra otras connotaciones aún no narradas?17. De alguna manera, parecería que la investigación en género y violencia se agota en la inclusión de las mujeres en la historia que narran sus autores y autoras, una historia que sigue siendo contada desde el horizonte masculino de significación. Pero ¿qué supone, en términos del lenguaje, narrar la historia femenina de la guerra?, ¿cambia la mirada sobre ella desde este ángulo, y con ella, las formas de narrarla?, ¿las palabras?, ¿el discurso que se hace sobre ella? Narrar la historia femenina de la guerra es ponerle otras palabras para contarla; esto es, que la inclusión femenina en esta historia pase primero por la construcción de un lenguaje femenino (hoy inexistente) para narrarla. Así, este nuevo lenguaje tendría contenido en función de las significaciones -o del horizonte femenino de significación- que le pondrían las mujeres mismas a la guerra. Apoyadas en los dos grandes referentes teóricos que sostuvieron nuestro trabajo -la guerra y el género- mostramos cómo el análisis que se ha hecho del conflicto político armado en Colombia -salvo excepciones- ha invisibilizado a las mujeres. Su participación en la guerra no ha sido ni siquiera registrada por estos análisis. Mostramos también como no sólo los académicos, sino también los medios de comunicación invisibilizan esta presencia. Las excepciones a esta ultima situación -todas, hasta donde conocemos, en manos de mujeres- son bastante más recientes y, aunque todavía pocas, ellas jalonan la reflexión sobre el conflicto armado en Colombia en perspectiva de género. Como por la "novedad" del análisis, la ausencia de las mujeres en las guerras podría parecer real -y en alguna medida justificaría su ausencia en la reflexión académica colombiana- mostramos que ni la guerra actual ni el conflicto colombiano inventaron a la mujer combatiente, y que su invisibilización es más bien la expresión de una cierta concepción de lo femenino y de lo masculino que asiste tanto a los análisis académicos como a los de los medios de comunicación. Mostramos, a modo de antecedentes históricos de nuestra reflexión, que desde tiempo atrás las mujeres colombianas han participado en las guerras, y que simplemente esta es una historia que no nos han contado (Blair y Nieto, 2004). Nuestro trabajo, sin embargo, pretendió ir más allá, en el sentido de no reducirse a introducir a las mujeres en el análisis -es decir, a cambiar el "objeto de estudio de la historia" (Fisher, citado por Rivera, 1998, pg 190)- sino más bien adentrase en la mirada y la palabra femeninas sobre la guerra. A partir de éstas y como resultado del trabajo de campo realizado, interrogamos y reconstruimos lo que hemos llamado el horizonte de significación de la guerra como fenómeno cultural, y lo ubicamos como el marco interpretativo de la significación y/o el sentido que ésta tendría para las mujeres combatientes en el caso colombiano. En el grupo entrevistado y pese a su diversidad18, hay aspectos que son comunes a todas las mujeres y que, en distintos grados, se convierten en los ejes temáticos de su narración, en la columna vertebral de su relato, aún cuando el peso y la significación no sea la misma para todas ellas. Aspectos como la familia, la maternidad y los hijos, las relaciones con el "otro", las experiencias de muerte, el dolor de la guerra, marcan cada historia, aunque, sin duda, de diferentes maneras. Tópicos como el conflicto y la guerra misma, o como la experiencia más reciente de la desmovilización, también aparecen permanentemente. Dentro de estos costos asociados a su condición de guerreras, la palabra de estas mujeres sobre la guerra permite dimensionar como particularmente significativos la vivencia traumática de la maternidad y/o la renuncia a ella; la represión y/o renuncia a expresiones emocionales profundas; las agresiones de las que algunas fueron objeto por su condición de mujeres (como es el caso de la violación o el aborto forzado); el daño sufrido en los vínculos y afectos familiares, para algunas aún hoy irrecuperables; la descalificación de que fueron objeto frecuente por parte de los varones de sus puntos de vista y sus formas "particulares" de realizar el trabajo; la exigencia permanente de demostrar y demostrarse a sí mismas su capacidad; la discriminación en el reconocimiento de los méritos para ascender a posiciones de mando. Y, como un gran costo de su experiencia guerrera, ellas destacan el dolor y el sufrimiento experimentados frente a la pérdida de vidas, acontece r de la guerra que reviste aún hoy para ellas una dimensión central en su manera de significarla. No obstante lo anterior -y de allí el carácter altamente complejo de su experiencia- la mayoría de ellas le otorgan un alto valor y la rescatan como un evento que generó cambios sustanciales en su vida. Este aspecto resulta particularmente interesante: no sólo en la guerra, sino en otros contextos, pareciera que para las mujeres existe una vinculación profunda entre lo privado y lo público, y cuando logran a través de cualquier medio acceder a espacios de lo público, se produce un impacto visible en la esfera de lo personal. Este hecho podría explicarse por la relación inmediata que las mujeres establecen entre el proyecto político y el proyecto personal, sin que se registre una división entre ambas dimensiones. Para los varones, en cambio, pareciera existir una separación más tajante entre ambas esferas de la vida. De ello podrían dar cuenta testimonios de algunas de las mujeres entrevistadas que, refiriéndose a sus compañeros de lucha armada -en varios casos, sus parejas- aluden a la profunda escisión que existía en las vidas de éstos entre el hombre público y el compañero del mundo privado. Ellas, aún en los momentos más difíciles de la guerra, mantienen el contacto con sus hijos, con sus familias, mientras los hombres lo rompen más fácilmente, escinden ambos espacios. Retomando una consigna central de las luchas feministas, podría pensarse que dada la profunda vinculación existente para las mujeres entre ambas esferas -la pública y la privada- no sólo "lo personal es político", sino que "lo político es personal". Por último, no es posible aludir a la significación que ha tenido la participación en la guerra para las mujeres combatientes en relación con su identidad de género sin hacer alusión al papel que juega la desmovilización como factor reconfigurador de su identidad femenina. Dejar el colectivo armado, instalado como un significante identitario de primer orden, para asumirse nuevamente como sujetos individuales, con todo y el costo que ello pueda tener en términos de los ajustes por realizar, representa para las mujeres excombatientes la posibilidad de contactarse de nuevo con su ser más femenino y recuperar aspectos de su identidad como mujeres profundamente afectados por su experiencia armada19.


Comentarios

1 Cabe señalar que todas ellas hicieron parte de grupos insurgentes y la mayoría se desempeñaron como combatientes entre 1970 y 1995. Sólo unas pocas –todas entre los 16 y 22 años– se desvincularon más recientemente de la lucha armada.

2 Es bastante probable que mujeres que aún viven la experiencia guerrillera piensen de otra manera, pero este grupo narra una experiencia de guerra que las ha marcado en un antes y un después que no pueden dejar de contemplar desde estas dos "temporalidades´.

3 Esto es importante resaltarlo, por la frecuencia y el peso que tienen las representaciones y los imaginarios sociales sobre un fenómeno como éste, lo que no ocurriría si se tratara de la participación masculina en la guerra. En el caso de las mujeres combatientes, diversos estudios coinciden en señalar la percepción que suele tenerse de ellas como más violentas y/o crueles que los hombres, lo cual determina que sus comportamientos en la guerra se enjuicien más severamente que los de los varones y la existencia de una mayor dificultad para reincorporarse a sus comunidades una vez abandonan las armas a causa de la estigmatización social que ello conlleva.

4 Especialmente para estas últimas, para quienes –siguiendo a Ongaro Basaglia– toda su historia pasa por la historia de enajenación de su cuerpo como objeto para otros o en función de otros (1979, p.162), en tanto que para los varones, en palabras de Luce Irrigaray, las relaciones con su cuerpo y con el cuerpo de los otros "permanecen sin cultivar" (1992, p. 32).

5 Este concepto es tomado de Elvira Sánchez Blake (2000, pg 13).

6 Teniendo como punto de referencia la guerra americana en Vietnam y considerando el cuerpo como objeto de estrategias discursivas, Alsina y Borrás analizan el papel que juega el cuerpo para los soldados. Afirman que para ellos el cuerpo corresponde a un ideal de masculinidad vinculado a un cuerpo impenetrable, indestructible y total, entendido como vehículo de potencia y heroicidad. Las autoras citan a Michael Bibby, para quien, de acuerdo con este estereotipo de masculinidad, el cuerpo herido del soldado se feminiza, en la medida en que la unidad corporal es rota al ser penetrada (por balas, etc.), en una clara relación entre masculinidad = cuerpo que penetra, y feminidad = cuerpo penetrado (2000, pg 98).

7 En este sentido, llama mucho la atención que varias de las entrevistadas mencionaran haber sufrido de amenorreas prolongadas durante su estadía en la guerra. Al respecto dice una de ellas: "eso sí, hasta el cuerpo de uno cambia, tanto que ni siquiera la menstruación le viene a uno [...] porque claro, es que en la guerra la menstruación estorba, como un embarazo, como todo eso, y hasta eso me pasó a mi, que seis, ocho meses y no tenía menstruación. [Entrevista No. 6]. Independientemente de que ello pudiera tener explicaciones diversas de orden médico, lo que resulta muy sugerente en relación con la pregunta por la identidad es la manera en que vive el hecho esta mujer.

8 Aunque la mayoría de las entrevistadas manifestaron no sentir gusto hacia las armas, varias hicieron alusión al desarrollo progresivo durante su vida como combatientes de una relación profunda con su arma de dotación: "sin yo ser la más afiebrada por las armas, uno empieza a sentirse que sin eso está desprotegido y entonces el arma empieza a ser una extensión del cuerpo, hasta el punto que llega un momento en que tú ya ni te das cuenta que la cargas, ya ni te pesa, ya ni te estorba, ya simplemente la llevas" [Entrevista No. 4].

9 En su trabajo sobre mujeres combatientes de las guerras africanas, Elise Barth retoma este concepto de Erving Goffman y analiza desde una perspectiva de género las implicaciones diversas que tiene para hombres y mujeres la pertenencia a un grupo armado (Barth, 2002).

10 Para profundizar en este campo ver Castro, 2000.

11 Luce Irigaray emplea este término no como contraposición a lo sensible, a lo natural, sino justamente como resultante de cultivarlo: "No es cuestión de renunciar a lo sensible, de sacrificarlo a lo universal, sino de cultivarlo hasta que se convierta en energía espiritual" (1994, pg 43). Más adelante afirma: "[...] lo natural no debe abolirse ya en lo espiritual, sino que lo espiritual concreto consiste en una cultura de lo natural" (1994, pg 80).

12 El concepto de equivalencia es tomado de Irrigaray, quien lo emplea para hablar de lo derechos y las mediaciones que la sociedad tendría que ofrecer a las mujeres: no iguales, sino equivalentes (1992, pgs 82-83).

13 Como se refleja en las palabras de una de las entrevistadas al referirse al impacto que le causó ver los estragos que le ocasionó a un compañero la explosión de un artefacto: "Esas son las cosas que lo traumatizan a uno, porque yo como mujer no puedo dejar pasar eso en vano y decir como decían allá: ah no, pues eso ya pasó y pare de contar; no, yo no puedo con eso porque a mí sí me causó algo muy berraco ver a un compañero sin mano, sin ojo, todo ensangrentado... era un pelado hermoso, un indio de pelo negro, crespo, muy lindo, muy lindo... [silencio]... y entonces yo decía: ay no, Dios mío, verlo ayer bueno y sano y hoy encontrarlo así!" [Entrevista No. 19].

14 Si bien estos temas son poco abordados en Colombia, constituyen hoy en día en otros países un terreno privilegiado de indagación de las ciencias sociales. De hecho, toda la literatura recaudada en este campo es extranjera. 15 Diferencia que, como lo expresa Irigaray, "se sitúa en la confluencia de naturaleza y cultura" (1992, pg 18).

15 Diferencia que, como lo expresa Irigaray, “se sitúa en la confluencia de naturaleza y cultura” (1992, pg 18).

16 Véanse al respecto: Irigaray, 1992; Irigaray, 1994.

17 La primera inquietud surgió al interrogarnos si la violencia que contaban las académicas que han escrito sobre la guerra, era la misma que contaban los hombres. Esto es, si a la hora del análisis unos y otras utilizaban las mismas categorías para pensar la guerra y la violencia.

18 En términos de edad, nivel educativo, grupos a los cuales pertenecieron y procedencia (rural o urbana).

19 De allí que en el momento actual estemos trabajando en un nuevo proyecto de investigación, que busca profundizar en el significado que ha tenido la reinserción para mujeres excombatientes de los grupos armados colombianos y hacer un balance con perspectiva de género de lo que han representado para ellas los programas oficiales de desmovilización y reinserción llevados a cabo en el país entre 1990 y 2003.


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Fecha de recepción: Agosto de 2004 • Fecha de aceptación: Febrero de 2005

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