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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.22 Bogotá set./dez. 2005

 

La historia de la educación en Bogotá. Olga Lucía Zuluaga Garcés (2002). Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá.

José Antonio Ramírez*

* Politólogo y historiador de la Universidad de los Andes, estudiante de la Maestría de Antropología Social. Profesor del área de Ciencias Sociales del Colegio Gimnasio Moderno.


Un encuentro con Bogotá recorriendo la historia de las diferentes tradiciones, reformas e instituciones educativas que acompañaron la construcción de Colombia como Estado y la consolidación de Bogotá como ciudad y capital del mismo, es la invitación que nos hace Olga Lucía Zuluaga Garcés al presentarnos la obra publicada por la Alcaldía Mayor de Bogotá, en el año 2002, que lleva como nombre La Historia de la Educación en Bogotá. La ambiciosa propuesta, que nos guía desde los claustros coloniales hasta los avatares delineados por la globalización, convoca a un equipo interdisciplinario conformado por educadores, pedagogos, arquitectos, directores de políticas públicas educativas, y científicos sociales. Si bien el amplio margen que caracteriza la convocatoria hace que algunos artículos parezcan islas en medio de la nada, también es cierto que el lector puede encontrar en la diversidad de intereses un archipiélago en común: la inmensa preocupación por el desenvolvimiento de la educación en la historia de Bogotá y de Colombia. De está intención es de donde se deriva la gran importancia que tiene este texto para comprender el lugar de la educación y del maestro en el presente.

Al ser un texto que contempla la dimensión histórica de los procesos educativos es imposible partir sin preguntar por las fuentes que interrogaron los investigadores y por las razones por las cuales se escogieron tanto el espacio como la cronología que guían el texto. El tipo de fuentes es muy variado y concuerda con el interés de cada tema, sin embargo, hay que rescatar tanto la pluralidad heurística con la que algunos autores abordaron sus preocupaciones, usando desde novelas hasta revistas especializadas, como la rigurosa selección con que otros se ciñeron a los decretos, códigos, planes y reformas del campo de la educación.

De igual manera, también se descubren múltiples respuestas al cuestionar por las razones que llevaron a delimitar el estudio a la ciudad de Bogotá. Aún así, se puede decir que el interés general para justificar tal elección se revela al entender el lugar que ocupó la ciudad, al ser capital tanto del Virreinato como del naciente Estado, dentro de la propagación de cada proyecto educativo. Para los articulistas participantes, la gran mayoría de ellos afiliados a universidades públicas que no sientan sus bases en Bogotá, la ciudad es el escenario donde se han concentrado las instituciones y los personajes que han piloteado los proyectos educativos a lo largo de la historia del país. Así mismo, se destacan algunas visiones que, sin caer en un marcado centralismo, entienden el papel que ha jugado la ciudad en determinados periodos como espejo donde todos se miran en busca de perfección, como un eje o punto de fuga, como un lugar privilegiado o foco proyector. En todo caso, no son muchos los artículos que logran entender la compleja relación entre ciudad y educación, siendo más comunes los textos que conciben a la primera como mero escenario donde se implanta la segunda, dejando de lado la inherente relación constitutiva que las une.

La pretensión impuesta por el título de la obra de abarcar la totalidad de la Historia de la Educación en Bogotá, se vuelve dudosa en la misma introducción del texto cuando la directora nos anuncia la ausencia de un período como el que cobijan las décadas de 1950 y 1970, en donde se dio la expansión y modernización del actual sistema educativo. Esto, para no hablar de los varios períodos en estudio en donde la voz de los maestros o maestras y de los o las estudiantes se ve acallada por la elocuente sinfonía de próceres, dirigentes políticos y acontecimientos históricos ya reconocidos. Sin embargo, el principal logro (educativo) de este texto es que suscita más preguntas que respuestas y ofrece múltiples caminos para aquellos lectores perspicaces que decidan recorrerlos.

La estructura del texto se puede dividir en dos partes. De un lado, se distingue la preocupación por la consolidación de Bogotá como una capital que impulsa, en medio de los dilemas partidistas que turban y enriquecen el debate, los proyectos educativos que van a permitir al país romper con el caparazón colonial durante el siglo XIX. De otra parte, se comprende la inquietud tanto por los procesos de modernización a los cuales se enfrenta la ciudad y el país en el siglo XX, como por las repercusiones que han tenido estos procesos en las transformaciones educativas hasta la actualidad. Las dos partes, que siguen el devenir del tiempo, se enfrentan a temas como el lugar y significado de la educación dentro del proceso de independencia y construcción del Estado Nacional; las relaciones entre centro y periferia; entre el partido liberal y el conservador; entre la elite y sectores “alternativos”; y entre la iglesia y el estado. Al mismo tiempo describen tanto las tensiones entre la educación pública y la privada, como las principales instituciones femeninas o masculinas, las revistas especializadas, los métodos educativos en práctica, las influencias extranjeras, los personajes involucrados, la cobertura del servicio, etc.

La primera parte comienza con un estudio de Jorge Orlando Castro y Carlos Ernesto Noguera en donde se aprende la forma como “La educación en la Santa Fe Colonial” experimentó el paso, como un esfuerzo más de las reformas borbónicas por controlar la sociedad colonial y conseguir la transformación racional de la sociedad, de la escuela pía a la Escuela Pública de primeras letras.

Este artículo, el único sobre la educación en la colonia, nos muestra cómo la enseñanza en Santafé pasa de las manos de la iglesia a los funcionarios reales y a las prácticas de policía. De la educación guiada por las cátedras de derecho, teología y latín en el Seminario de San Bartolomé, se pasó al predominio de las ideas racionales de la ilustración que promovieron el estudio de las ciencias útiles, el surgimiento del manual y del título de maestro. Se resalta en este trabajo el estudio de Don Agustín Joseph de Torres que con su “Cartilla Lacónica de las cuatro reglas de la aritmética práctica” ya mostraba la pelea por un salario justo que va a librar el maestro hasta nuestros días.

Los siguientes artículos van a trabajar las idas y vueltas que dio la educación en la pugna partidista del siglo XIX. En la investigación de Jesús Antonio Echeverri, que presenta el “Surgimiento de la instrucción pública de Bogotá entre 1819-1842” con el Plan Santander de 1826 y el código impulsado por José Ignacio Márquez en 1834, el lector podrá encontrar la forma como se buscó reinterpretar las contribuciones educativas de la colonia al intentar copar las posiciones de derecho y de verdad por medio de un repliegue hacia la sociedad en vez de dirigirse a los poderes locales. Así mismo, comprenderá cómo en medio de la fragmentación de la Gran Colombia, el Estado, siguiendo los postulados utilitaristas de Jeremias Bentham, va a controlar al patronato y a suprimir los conventos menores, para posibilitar el ascenso del nuevo actor político: el ciudadano. Una idea central de este artículo permite dilucidar la forma como la instrucción pública, como proyecto homogeneizador, se fue haciendo ciudad desde lo físico y lo simbólico. Siguiendo el interés por mostrar la rivalidad partidista, el artículo de Diego Bernardo Osorio trabaja en “La reforma de Ospina 1842-1845” la reorientación que sufre la educación tras la guerra de los Conventos o de los Supremos, cuando el conservador Ospina reintroduce el culto a las aulas y retoma las cátedras tradicionales de medicina y teología. Se recalca también el fortalecimiento del centralismo en la prestación del servicio educativo y el reconocimiento de títulos en Bogotá, Popayán y Cartagena.

Después del interregno expuesto con Ospina y de algunos intentos de Mosquera, apenas expuestos en el libro, de acercar las instituciones educativas al poder militar, se registran tres artículos dedicados a estudiar las reformas liberales de mediados del siglo XIX. El primero de ellos sobre las “Instituciones educativas y libertad de enseñanza 1845-1868” de Olga Lucía Zuluaga Garcés, argumenta la influencia del ideario liberal dirigido por José Hilario López para la educación. Además de la abolición de la esclavitud y de los monopolios, de instituir la libertades de imprenta, palabra, religión e industria en la Constitución de Rió Negro de 1863, los liberales promueven la libertad de enseñanza para terminar con las barreras con las que el título académico coartaba la libertad de trabajo y afirmaba los privilegios del “doctor”. Al mismo tiempo muestra cómo se impusieron los métodos de enseñanza mutua de Lancaster y la gramática de Pestalozzi sobre la educación religiosa que sufrió las dos expulsiones de los jesuitas en 1850 y 1861. La idea central de este artículo propone entender tanto la disminución de la calidad académica pública como la consolidación del monopolio de la educación de las también disminuidas instituciones privadas para este período. El cenit de las reformas de lo que se llamó el “Estado docente” queda consignado en el trabajo de Stella Restrepo, “La Universidad Nacional: vicisitudes y enmiendas del proyecto académico 1868-1886”, en donde se deja claro que gracias a la institución en mención y a la promulgación del Decreto Orgánico de Instrucción Pública por Eustorgio Salgar, en 1870, la instrucción pública estará orientada para la consolidación de la unidad nacional. La nueva centralización administrativa de la educación difundida por el “Olimpo” radical, según la autora, buscará la uniformidad y obligatoriedad de los textos de estudio no sin encontrar resistencias religiosas como lo dejó expreso la renombrada insurrección de los “Bartolinos” o de las “Escuelas”.

La propuesta de entender la instrucción pública como una herramienta de cohesión social también será trabajada por Jorge Enrique Gonzáles Rojas en el apartado titulado “La Reforma Instruccionista de 1870 en Bogotá”. El autor pone a consideración la pretensión que guió a los liberales de disminuir el peso que tenía la educación privada al volver la educación pública gratuita, obligatoria, y al asignarle un mecanismo de control como lo fueron las inspecciones. Sin embargo, también contempla el descuido que tuvieron los radicales de no asegurar “la indispensable articulación entre el movimiento de transformación cultural, las estrategias de participación política y la adecuación al sistema productivo”.

Las reformas educativas de finales del siglo XIX estarán acompasadas por una profunda reorganización del Estado y la Sociedad. Así lo deja claro Vladimir Zapata en “La reforma de Núñez en Bogotá”, cuando en el período conocido como la Regeneración, Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez intentan, por medio de la constitución de 1886, limitar al “Estado Docente” propuesto por lo liberales. El aporte decisivo para el lector apunta a señalar cómo la instrucción fue cooptada por el poder regenerador ya que renovó el papel de la iglesia con la firma de un Concordato y exacerbó el centralismo para lograr un “encuadramiento dócil de los actores sociales”. Para los regeneradores, dice el autor, el estado solo debe proteger, acompañar y fomentar la educación en un mundo en donde ser feligrés y ciudadano es prácticamente lo mismo. De igual forma, Luis Arturo Vahos Vega, con su texto “La reforma educativa de 1893: epilogo de una estrategia”, dilucida cómo el Plan Zerda no solo fue una estrategia más por la recuperación del control eclesiástico de la educación y la sociedad, sino que también constituyó parte de un acto civilizatorio que proponía la reorientación moral.

El panorama al que se enfrenta el lector sobre la educación en Bogotá y Colombia en el siglo XIX, es bastante sórdido. Se registra un estado naciente en donde la cobertura nunca alcanzó los mínimos, las escuelas fueron ocupadas numerosas veces por los cuarteles, y sobresalió la ausencia de la infraestructura y el dinero para impulsar la educación. Esta última se vislumbra como un parapeto ideológico de las facciones partidistas que durante el siglo XIX enfrentaron dos grande modelos: el propuesto por los radicales con la constitución de 1863, que impulsaba la educación gratuita y laica, y el estimulado por los regeneradores con las constitución de 1886, que propugnaba lo contrario. Ambos modelos no dieron visibilidad a la mujer y dejaron por fuera a amplios sectores de la población.

Al hacer un balance sobre la primera parte de la obra se descubren dos artículos que van a recompensar al esmerado lector. Por un lado está el texto de María Solita Quijano y Marlene Sánchez Moncada, “La escolarización de niños y niñas y jóvenes en Bogotá 1870-1920”, que pregunta por las diferencias que tuvieron los procesos educativos entre las niñas y los niños, entre las maestras y los maestros. La reflexión arguye que mientras el corazón del niño fue fuente de disputa, el de la niña se gestionó bajo los requerimientos que la sociedad machista imponía. El argumento deja latente que la invisibilidad que resigna a la mujer a la educación religiosa y a las “enseñanzas propias de su sexo” va a prevalecer hasta que los procesos de modernización y urbanización demandaron su profesionalización. De otro lado, se devela la importante propuesta de Humberto Quiceno Castrillon nominado “De la metáfora del centro a la metáfora de lo abierto. 1900-1930” que va servir de pivote o bisagra para articular las permanencias y discontinuidades en el cambio de siglo. El autor, tomando como base una amplia variedad de fuentes, enseña cómo se dio una transformación profunda al comenzar el siglo XX, en donde se pasa de la instrucción como plan para saber sin contemplar el espacio público ni la ciudad, a la educación como un plan para vivir que si los incorpora. Al mismo tiempo, le propone al lector, a manera de hipótesis, que la instrucción pública enunciada por Antonio José Uribe en 1904 se puede leer como una escritura que ordena y asigna funciones gravitando en torno a un centro. Ese punto de partida orienta el ritmo de transición de la ciudad a su modernidad específica, en donde Bogotá destruye a Santa Fe, y se dibuja “otro mapa de la ciudad que incluyera al país y otro mapa del país que incluyera la ciudad”.

La segunda parte de la obra registra los distintos procesos de modernización de la ciudad y de la educación y sus respectivos problemas o discontinuidades. Se encuentra, en primera instancia, una serie de artículos que contemplan la renovación educativa de la primera mitad del siglo XX. El texto “Los niños de la calle: Bogotá: 1900-1950” deAlejandro Álvarez Gallego propone una mirada sobre las mudanzas de la imagen que se tenía de la infancia, comprendiendo el cambio de imaginario de los “niños de la calle” como aventureros románticos a su encuadramiento dentro de la óptica delincuencial. El autor también se centra en el surgimiento de una cantidad de prácticas y disciplinas, incluyendo la estadística, que inciden en las condiciones higiénicas, educativas y morales de los “infantes”. Aparecen en escena desde los jueces de menores hasta los maestros especializados en la niñez dejando explicito un interés por el concepto de biopolítica, trabajado por Foucault, aplicado para entender los discursos educativos. Esta dimensión que cobija la influencia biológica en la educación también se contempla en el artículo “La Reforma Educacionista en Bogotá 1920-1936 ¡Instruir, educar o higienizar el pueblo” de Carlos Ernesto Noguera. Este texto, se expone una profunda relación entre los cambios de las concepciones y prácticas educativas, mantenidos por la llegada de la segunda misión alemana y la influencia de la llamada generación del “Centenario”, con el debate sobre la supuesta urgencia de mejorar la raza ante el riesgo de su degeneración. De igual forma, el texto de Oscar Saldarriaga y Javier Sáenz Obregón, “La Escuela Activa en Bogotá en la primera mitad del siglo XX: ¿un ideal pastoril para un mundo urbano?”, presenta la manera como el ámbito urbano comenzó a ser el laboratorio de experimentación y producción de las nuevas estrategias de gestión de la población. La ciudad se vuelve un ámbito de educación que transforma el panóptico en jardín. Así, los pilares de la Escuela Activa, implantados en el Gimnasio Moderno, y ejemplificados con el auge de las excursiones, forman un sujeto que, por medio de su experiencia, se lanza a hacer hipótesis del mundo.

Finalmente dentro de esta primera etapa se encuentra el interesante trabajo de Martha Cecilia Herrara titulado “La Escuela Normal Superior 1936-1951. Avatares en la construcción de un proyecto intelectual”. En él, sintetiza el lugar que asumirá la educación dentro de la “Revolución en marcha” impulsada por Alfonso López Pumarejo. El lector encontrará que con la llegada al país de una corriente de intelectuales extranjeros, se refrescó la árida y clerical atmósfera educativa del país y se concibieron instituciones como la Escuela Normal Superior, que encarnaba el espíritu modernizador de la época al ser laica, dar admisión a las mujeres y gestar elocuentes debates desde las Ciencias Sociales y las humanidades. La visión de la autora propone que la Escuela Normal Superior se fue desvaneciendo en la medida en que quedó enfrascada dentro de la creciente polarización política que asolaba al país a mediados del siglo XX.

A partir de este punto la obra cambia de rumbo centrándose más en balances generales o estudios específicos ligados a la ciudad y la educación. El primero de ellos, escrito por Nohra Pavón Fernández y Yolanda Castro Robles trabaja, como su título lo indica, las “Políticas para la Educación Superior”, realizando “una primera aproximación a su impacto en Santa Fe de Bogotá”. Resalta la falta de continuidad del planeamiento de las políticas educativas, que quedan atrapadas en los intereses del gobierno de turno, y la marcada tendencia hacia la privatización del servicio que subsiste hasta nuestro días. Por otro lado, se encuentra un pertinente trabajo de Jorge Orlando Castro, “El proyecto Bogotá. Apuntes sobre la extensión de la tecnología educativa y el modelo curricular en el Distrito”, que estudia la incorporación de la tecnología, desde los años 50, a la práctica educativa en algunos planes distritales como el PIDUZOB. Si bien el autor entiende la relación de este acontecimiento con fenómenos como la globalización y el auge del pensamiento instrumental económico, no abarca ni las consecuencias de esta implantación en los procesos educativos, ni los profundos cuestionamientos que han hecho a esta los críticos de las teorías del desarrollo. Aún así, hay que resaltar su llamado a reinterpretar las formas de enseñar y aprender, dentro de la necesidad de adaptarse al mundo actual.

El lector encontrará un atrayente aporte de este compendio en el apartado dedicado a estudiar “La arquitectura escolar en Bogotá”. El contenido trabajado por Rafael Maldonado Tapias sostiene que las características de las edificaciones educativas dependerán de las políticas del Estado y de los métodos educativos puestos en práctica. A manera de ejemplos expone las características del panóptico para las escuelas de enseñanza mutua, el eclecticismo para las comunidades religiosas y el papel del movimiento moderno en la ciudad universitaria. Resulta muy sugerente la relación que se teje entre el espacio físico y el orden de las mentalidades.

Si se habla de la historia de la educación en Bogotá o en Colombia es ineludible no tratar el tema de la asociaciones y sindicatos de profesores. Así lo perciben Martha Cárdenas Giraldo y María Mercedes Boada Eslava quienes en su artículo “El movimiento pedagógico 19821998” dan testimonio del recorrido histórico que ha caracterizado la lucha de los profesores en consonancia con las problemáticas del país. Su idea principal plasma las múltiples contribuciones del movimiento pedagógico a la educación colombiana al mismo tiempo que resalta algunas de las que han sido sus principales dificultades como son las tensiones entre lo sindical y lo pedagógico, lo nacional y lo local.

Esta historia, aunque como lo anuncian sus autoras es una “historia desde abajo” que no está hecha por historiadoras, sería más fructífera si aumentara el espacio designado a las voces de los protagonistas. Para finalizar encontramos el artículo trabajado por Jesús Hernando Pérez, “La ley General de Educación y su aplicación en Santa Fe de Bogotá 1995-1997”, que resulta ser un testimonio, de un profesor y funcionario público, que invita a conocer la forma como se instituyó, por mandato de la Constitución de 1991, la ley 115 de 1994 en Bogotá. El autor hace un seguimiento de los desafíos que experimentó el Plan de desarrollo Formar Ciudad, durante la administración Mockus, con la nueva reglamentación.

Al terminar el vasto recorrido histórico por el desenvolvimiento de la historia de la educación en Bogotá, queda la sensación de haber seguido los pasos de parte de la historia del país. Cada reforma, cada plan educativo, cada misión extranjera parece invocar la necesidad de la educación para orientar la reconstrucción de una sociedad, que independientemente del momento histórico, es descrita por sus protagonistas como a punto de resquebrajarse. El que la obra reseñada no le ofrezca conclusiones al lector no hace más que confirmar que este amplio y sugerente trabajo busca suscitar preguntas y enriquecer el debate antes de dar respuestas absolutas.

Fecha de recepción: Mayo de 2005 • Fecha de aceptación: Septiembre de 2005

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