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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.24 Bogotá May/Aug. 2006

 

SOBRE EXPERIENCIA Y DISCURSO *

ON EXPERIENCE AND DISCOURSE

Aníbal Ford  

Aníbal Ford es escritor, periodista, investigador. Durante años ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires. Director de la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación (Editorial Norma). Entre sus obras más recientes están La marca de la Bestia, Oxidación, Navegaciones.

Eliseo Verón

Eliseo Verón es doctor en lingüística por la Universidad de París. Dirigió el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de París VIII y actualmente dirige la carrera de Comunicación de la Universidad de San Andrés. Entre sus libros más recientes están: Esto no es un libro, Efectos de agenda, y El cuerpo de las imágenes.


Resumen

Conversando a través de El Tigre, Eliseo Verón y Anibal Ford, hacen del viaje una oportunidad para reflexionar sobre la constitución del discurso, el referente que presupone el signo y las tensiones entre discurso y experiencia.

Palabras clave

Discurso, referente, Peirce, navegar.

Abstract

While traveling across the El Tigre river, Eliseo Verón and Anibal Ford, discuss about the constitution of discourse, the reference existent in the sign, and the tensions between discourse and experience.

Keywords

Discourse, reference, Peirce, travel.


El fracaso de transformar la experiencia en escritura
Aníbal Ford

En el pequeño camarote vuela un vaso y me corta una ceja. Al mismo tiempo un enorme armario se cae sobre nosotros y cubre con carpetas y papeles a mi compañero de viaje, Carlos Masotta. Trato de quedarme quieto para controlar los efectos de los cabeceos y rolidos del aviso Sobral que va cuerpeando la mar gruesa del Estrecho de Lemaire, cementerio de barcos para los antiguos y entrada frecuente al Pacífico cuando no existía el Canal de Panamá. Estamos escribiendo un libro sobre el Faro del Fin del Mundo, pero también estamos navegando el referente. ¿Cuáles son los límites entre la experiencia y el discurso? ¿Qué diferencia hay entre el hundir las botas en los turbales que cubren las empinadas montañas de la Isla de los Estados, ultimo fragmento de los Andes, y relatar esa experiencia? ¿Sólo la retórica, el verosímil del yo estuve allí de Clifford Geertz?

A veces las distinciones o los hermanajes entre experiencia y discurso o entre diversos tipos de discurso no son tan claros como quisiéramos. Cuando vamos entrando en la estructura del libro, en los testimonios y en los registros sobre el Faro y sobre la Isla, vemos que no es fácil separar, por ejemplo, la cultura marítima de la expansión imperialista de la segunda mitad del siglo pasado—con sus versiones científicas y comerciales, o duras como las de los loberos, piratas de naúfragos (raqueadores), balleneros que la habitaron—de aquello que Edgar Morin llamó, en El Método, la pulsión exploradora. Es decir, de ese afán del hombre de ir más allá de los límites de lo conocido, de superar las fronteras. O también de la atracción que sobre él ejercen los arquetipos—no lo digo en sentido junguiano—o los mitos que subyacen en ese territorio del fin de la tierra (finis terrae), de la tierra desconocida (terra incognita) o de nadie (res nullius) que aún hoy forman parte del fuerte y persistente imaginario universal sobre la Patagonia. Tampoco de lo que significa el faro como índice y señal, como realidad y metáfora en la noche oscura de los océanos o del alma. Julio Verne, que aún hoy figura entre los diez escritores más traducidos del mundo, fue muy hábil al fundir todo esto en una floja novela, que hasta retomó Hollywood, cuyo mayor valor está en el título: El Faro del Fin del Mundo. Y lo fue porque aún en los testimonios de aquellos que enfrentaron los extremos australes con un objetivo científico, político o comercial, aparecen, se filtran con frecuencia los rastros arcaicos del imaginario humano, las pulsiones oscuras e indecibles. O el crudo fracaso de transformar la experiencia en escritura o, tal vez, la necesidad de romper el cerrojo del lenguaje y de los discursos educados y formalizados.

Del discurso privado al discurso público
Eliseo Verón

La lancha cabecea sobre las ondulaciones que deja la estela de la colectiva interisleña: uack, uack, uack...y uack. Mi amiga le tiene mucho miedo al agua, y su presencia en la isla sólo se explica por mi poder de persuasión. Casi me arrepiento de haberla convencido, pero recapacito: sus gritos, guturales y breves en los momentos del cabeceo, tienen un claro ritmo sexual. Además, es bien sabido que en los momentos de peligro, el hombre debe proteger a la mujer rodéandola con sus brazos.

El Tigre es para mí una experiencia muy difícil de describir. No es pura naturaleza (no es el delta amazónico) y las marcas humanas, aunque se trate de una espléndida casa isleña sobre sus sólidos pilones, tienen siempre un aire de conmovedora precariedad. Es como un encuentro sosegado, respetuoso, entre la naturaleza y la cultura. En el Tigre, es muy difícil la ostentación de una socialidad de la riqueza. Por suerte, los viejos y los nuevos ricos se encierran en los countries. (Ellos, que creen estar protegiéndose de los demás, en realidad nos están protegiendo). Por ahora, en la isla, sólo tenemos que soportar el paso de alguno que otro yate de superlujo, cuya presencia me ha parecido siempre incongruente (aunque más no sea por su tamaño).

Juntando material para el segundo volumen de Efectos de agenda, guardé el número de la revista Viva del 7 de noviembre de 1999. La tapa está atravesada por el sugestivo título: Tigre. El nuevo Miami; y ocupada por una foto que muestra la marina y una de las torres de Marinas Golf. La imagen es periodísticamente perfecta: representa la quintaesencia de la barbarie civilizatoria del dinero. Sigo pensando que tenemos todavía una sociedad que admite la coexistencia simbólica de varios mundos posibles. Y sin embargo, la riqueza tiene una furia incontenible, como si no admitiera espacios para los otros. Los demás, como su nombre lo indica, estamos de más. Como si su ideal fuera un país constituido por una red infinita de barrios privados, club houses, canchas de tenis y campos de golf. Una anticipación, en suma, del infierno. No dejo solo a Aníbal en su aviso Sobral. Quiero decir que el proyecto de escritura que a veces nos habita, hace difícil diferenciar la experiencia del discurso, pensar que la primera precede al segundo. A partir de ese proyecto de texto sobre la isla, antes de que lleguen los dólares de Rockefeller, mi experiencia del Tigre está ya invadida por sensaciones, ruidos, colores y olores más intensos, tal vez, que antes. Como si respirara un aire condenado a desaparecer. Mi experiencia está ya impregnada de bronca, de anticipada nostalgia, de impotencia, es decir, de discurso potencialmente público. Pienso que pasa lo mismo con el viaje de Aníbal al Faro del fin del mundo: su experiencia es inseparable, indistinguible, del libro que ya estaba escribiendo (en su cabeza) sobre él.

Es lo que ocurre en el enamoramiento: cuando uno está lejos de la amada y vive experiencias intensas (estéticas, intelectuales, laborales o lo que fuere) esas experiencias están marcadas, en el momento mismo en que ocurren, por el relato que él le hará después a ella. Es la misma razón, en un plano más prosaico, por la cual los turistas sacan fotos de sus viajes.

El mundo es nuestro
Eliseo Verón

Releyendo esos dos textos, no puedo menos que subrayar una frase de Aníbal: Estamos escribiendo un libro sobre el Faro del Fin del Mundo, pero también estamos navegando el referente. Esa frase, si se me perdona el juego de palabras a propósito del mar, echa agua para mi molino. Realismo epistemológico: un referente no se puede navegar. Si el mar del que se trata es el referente del término 'mar', nunca se va a poder navegar. O, como está de moda decir ahora, se lo podrá navegar sólo en forma virtual. Y salvo que el dispositivo virtual utilizado ande muy mal, los vasos virtuales no te cortan una ceja. Una cosa es el mundo, otra cosa es el discurso sobre el mundo. Si se fracasa en transformar la experiencia en escritura, es porque ambas cosas son bien diferentes. El realista evita frases como navegar el referente, con lo cual coincide con el sentido común:

- Hola, por favor, ¿me da con fulanito?
- No, fulanito salió. Se fue al referente.

Este diálogo es poco plausible.

Desde un punto de vista realista, decir estamos navegando el referente es un error epistemológico. Porque la noción de referente reenvía al discurso, el referente no es algo del mundo, es algo-del-mundo-designado-por-algún-signo. El referente, pues, presupone el signo. Si el mundo se reduce a la referencia, el realismo está equivocado. Porque entonces [el mundo] = [el mundo del cual se dice algo]. No hay residuo no referenciable. Justamente, el realismo necesita un residuo, necesita presuponer que el mundo desborda la referencia: hay más mundo que mundo referenciado. Con lo cual caemos en el objeto absoluto: si el mundo no coincide con el mundo referenciable, hay algo del mundo que es por definición indesignable, que escapa a todo lenguaje. Sobre este punto, no es que no valga la pena discutir; no se puede, por definición, discutir.

Creo que la expresión estamos navegando el referente no es un error epistemológico por parte de Aníbal, sino más bien un índice de que Aníbal no es realista. Aunque pienso que el fracaso de transformar la experiencia en escritura es una frase ambigua, que presta a confusión. La tensión entre experiencia y discurso no es una dificultad entre un mundo a-semiótico y su semiotización, es una tensión (punto aclarado en conversación telefónica entre dos textos) entre dos semiosis: la primeridad (que corresponde a la experiencia e incluye, entre otras cosas, a los inefables qualia de las discusiones de los cognitivistas) y la terceridad (orden del discurso propiamente dicho). Esta es nuestra tensión y nuestro problema. Y en términos de la jerarquización peirciana de las categorías, la terceridad presupone la primeridad pero no a la inversa (sin olvidar que, claro, en otro nivel la primeridad es ya un tercero). No olvidemos que Bateson emparentó lo que él llamaba códigos analógicos (primeridad de Peirce) al inconsciente freudiano. La primeridad no es reductible a la terceridad, resiste. Pero no es el mundo que resiste, somos nosotros.

¡Qué importa el retrato si la moza está en París!
Aníbal Ford

2.1.Escribo sobre un mundo sobre el cual hay posibilidades de discurso o no las hay (Verón: no sabría cómo expresarlo). Son la 7.30. Las brumas cubren o emergen del río y se van diluyendo. En la orilla opuesta el sol brilla entre las casuarinas. Paró la sudestada y el río comenzó a bajar. Pasa un bote isleño. Lo sé por su estructura y porque tiene un motor Villa. Los isleños dirían que comenzó la bajamar aunque estemos en un río. (He evitado toda metáfora aunque, con seguridad, una investigación etimológica y filológica pondría en evidencia que muchos de los términos que utilizo tienen origen metafórico. ¡Qué sería del ser humano sin su capacidad isomórfica! Una aclaración: tendría que haber dicho detrás y no entre las casuarinas).

2.2. Jakobson en Dos tipos de afasia y dos tipos de lenguaje estudió ciertas alteraciones mentales que impiden reconocer una metáfora. Entonces yo imagino un sujeto, semejante a los sujetos reales de Oliver Sakcs, que no tiene capacidad de reconocimiento metafórico, que está atado a lo literal—-pero que ha tenido, antes de enfermarse, cierta formación en filosofía analítica y en historia cultural—y lo enfrento a la afirmación de Verón que dice que mi frase navegar el referente... echa agua para su molino. La primera pregunta que este sujeto haría a Eliseo es: ¿Cuando usted dice que un frase echa agua a un a un molino me puede decir qué me está diciendo? Porque:

2.2.1. Es absolutamente imposible que una frase eche o lleve agua a un molino. Aunque se cure con palabras sería de una perfomatividad escandalosa.

2.2.2. Eliseo no tiene molino y si lo tuviera seguramente este sería eólico, como sucede con la tradición económica argentina, y no hidraúlico. (En este sentido el refrán pareciera referirse a la cultura europea. Pero este es otro problema.)
3. Acotación: en el tomo cinco de los Collected Papers de Peirce este afirma lúcido, ingenuo y esperanzado en el progreso del conocimiento (en el subcapítulo 4, titulado REALITYE, del capítulo Cómo hacer nuestras ideas claras):... We have, hitherto, not crossed the threshold of
scientific logic. It is certainly important to know how to make our ideas clear, but they may be ever so clear without being true. How to make them so, we have next to study.

How to give birth to those vital and procreative ideas which multiply into a thousand forms and diffuse themselves everywhere, advancing civilization and making the dignity of man, is an art not yet reduced to rules, but of the secret of which the history of science affords some hints.

4. Vuelvo a la metáfora. La frase navegar el referente que proviene seguramente de cuando tuve que escribir un artículo sobre Sudeste de Haroldo Conti y decidí navegar en bote todos los recorridos del personaje de la novela, del Arroyo Anguilas al Bajo del Temor, es, lo reconozco, una semimetáfora. Su condición de verdad parcial, como en la lógica fuzzy, proviene de que si bien como dice Eliseo el referente no es algo del mundo, es-algo-del-mundo-designado-por-algún-signo (subrayado mío). Mi frase tiene una pata sobre el mundo aunque yo haya puesto las dos. El problema es que si experiencia y escritura (o lenguaje) son cosas bien diferentes corremos el riesgo de gritar ¡socorro! (o help me! o aiúdenme!, como traduce la televisión) y que nadie venga a salvarnos. Es cierto que una cosa es el mundo y otra eldiscurso sobre el mundo. Yo he afirmado en otro texto: una cosa es el hambre y otra cosa es el discurso sobre el hambre. Pero esto no impide tomar como ciertas esas formas de discurso tan especiales como las estadísticas que nos indican que hay gente que, aunque no la veamos, se esta cagando de hambre en la aldea global.

5. Es cierto que el referente presupone al signo. También que esto origina malentendidos y coartadas. Si hay un tema que aparece claro cuando se trabaja sobre exploraciones o historias del descubrimiento geográfico, como el viaje al Faro que relato en la primera reflexión, es
que hay más mundos que mundos referenciados (aunque se lo referencie por la negativa: terra ingnota, resnullius, etc). Entre el mundo referenciado y el indesignable, que escapa a todo lenguaje (aquí estoy de acuerdo con Verón yWittgenstein) hay siempre un designable aún no designado. Esto está claro en el afán toponímico o en sus flujos y reflujos, evidente en la Isla de
los Estados o en todos los archipiélágos del sur como lo testimonian las historias y las luchas para nombrar a la res nullius. ¿Quién sabe que el Cabo Hornos se llama así por la ciudad holandesa de Hoorn?

6. Pero este no es problema central. Y además yo no me refiero a un mundo a-semiótico y su semiotización— terminaría diciendo que Colón no descubrió sino que semiotizó a América—sino a la tensión que bien señala Verón entre la primeridad y la terceridad. Tal vez a lo que pierde, más que al fracaso, la primeridad al ser reducida a la terceridad. Pero no lo hace sólo porque nos resistamos (Verón) ante tal malestar (Freud) sino por la sospecha que ha caído para siempre sobre el lenguaje y también sobre la cultura. ¿Qué quiere decir hoy esa persona no tiene palabra? ¿Es que ya no se puede decir, como en El Padrino II: Don Corleone es un hombre de palabra?

7. Puntos para la próxima:

7.1) hay una relación estrecha entre lo que plantea Eliseo sobre la resistencia de la primeridad a la terceridad que está emparentado con los excesos de formalización y control social que se producen en nuestra época (algo de esto trabajé en La Marca de la Bestia);

7.2) frente a irreductibilidad de los discursos que analiza Verón en el prólogo a la última edición de Conducta, Estructura y Comunicación yo pongo en escena, como zona a aclarar, la simultaneidad, también mentada por Verón, entre primeridad, secundidad y terceridad y que es con lo que me encuentro al estudiar los diversos registros del Faro del fin del Mundo que mencioné en la primera reflexión. ¿Desde qué nivel lógico se resuelve esta paradoja?

De escollos, residuos y cíclopes
Eliseo Verón

Un escollo, se me ocurre, es un malentendido cuando uno está navegando. Esquivemos los escollos, primero. Yo dije (cf. 'El mundo es nuestro' ZE 46): Una cosa es el mundo, otra cosa es el discurso sobre el mundo. Aníbal parece estar de acuerdo. Recuerda haber escrito: una cosa es el hambre y otra cosa es el discurso sobre el hambre (cf. '¡Qué importa el retrato si la moza está en París!', ZE, loc. cit.). Pero mi frase, con la que no estoy de acuerdo, yo la puse en boca del realismo. Es mucho más dramático en el caso de la frase de Aníbal: si uno dice no estar de acuerdo con la frase 'una cosa es el hambre y otra cosa es el discurso sobre el hambre' uno es un hijo de puta. Aquí hay un primer problema: el que reivindica la lucha contra el hambre, la exclusión, la marginación y la miseria humana en general, o se condena al realismo o es un hijo de puta. Esto es una trampa. Ni realismo ni constructivismo; como diría Varela, enacción.

Otro escollo. Aníbal dice reconocer que la frase 'navegar el referente' es una semi metáfora. ¡No! No es ni metáfora ni semi. ¿Dónde están la homología y sus cuatro términos, explícitos o implícitos? Pero como ocurre muchas veces con la retórica, la cuestión no tiene mayor importancia. Ahora navegamos en aguas calmas.

[Polémica:consenso::aguas agitadas:aguas calmas]. Partimos del tema: escritura y experiencia. Propuse que las dificultades para pasar de la experiencia a la escritura (¿quién no las ha conocido?) son las dificultades para pasar de la primeridad a la terceridad. (En realidad, la primeridad es el aspecto afectivo de la experiencia; la experiencia pone en juego también la secundariedad). Cuando el actor enfrenta esas dificultades, está enfrentándose a sí mismo, en lo que respecta a la puesta en discurso que está buscando (el mundo es nuestro). Esto en cuanto a la experiencia subjetiva de las dificultades. Por supuesto que éstas no se reducen a un obstáculo interno, a un escollo que podríamos tratar de esquivar navegando acompañados (por un psicoanalista, por ejemplo). No, la conciencia subjetiva de las dificultades para pasar de la experiencia al discurso es sólo, como su nombre lo indica, la cara subjetiva del asunto. Por otro lado, esas dificultades nos recuerdan que, en la semiosis infinita, no estamos solos. La cara otra que la cara subjetiva no es una cara objetiva (realismo), es la cara de la semiosis, no sólo infinita sino colectiva, con sus instituciones, sus intereses, sus ambiciones, sus miedos, sus egoísmos, sus crueldades y muchas cosas más. Ah, por suerte, por suerte: también con sus zonas erógenas. Aunque como puede verse, dentro de este conjunto el Lets fuck! (o, si se prefiere el Make love, not war), tiene una pertinencia bastante limitada. El error de los que hoy protagonizan lo que una amiga mía que vive en París (espero que no sea la moza de Aníbal) llama el papiboom, fue olvidar que se puede hacer la guerra y coger. Bueno, esto del coger me hizo derivar, porque no tenía el ancla echada.

La primeridad es el aspecto más irreductible de la experiencia (la secundariedad se puede contar). Irreductible quiere decir aquí: toda transposición (por ejemplo verbal) de una primeridad (por ejemplo, una emoción) deja un residuo. Pero ese residuo no es inefable, no es la emoción absoluta o pura. Porque esa primeridad-residuo es ya un signo. Lo interesante de Peirce es que permite pensar que hay semiosis (primeras) irreductibles a otras semiosis (terceras) y viceversa.

Esa amiga mía que vive en París me dijo enfáticamente que la famosa navegación del referente por Aníbal Ford era una licencia poética (sic) y que yo soy incapaz de percibir esa función del lenguaje. Llegó hasta citar a Jakobson: estaba muy enojada. A esa amiga habrá que darle un derecho a réplica en ZE. Yo le contesté: ¡No me rompas la bola! (respuesta del cíclope a su hijo que le preguntaba por qué tenían un sólo ojo, según Umberto Eco). Y pensé (sin decírselo, porque me pareció demasiado pretencioso): siguiendo su costumbre, Jakobson le puso un nombre al problema; yo prefiero tratar de pensarlo, y para eso un ojo sobra.

¿Cómo hacer entonces para escribir (terceridad)? Decir, por ejemplo: yo no soy de aquellos que hablan cuando hacen el amor. O como decía Enrique Muiño en aquella vieja película: donde mueren las palabras…

El loro y la semiosis infinita
Aníbal Ford

Eliseo se mueve en el ring como Nicolino Loche. De un round a otro me hace pasar de idealista ingenuo, a realista sádico. Peor, a binarista, cuando es sabido que soy un viejo tercerista. Optimista en la acción, pesimista en el pensamiento, cómo diría don Antonio Gramsci. Dejo para más adelante, la tríada que Verón construye: realismo/constructivismo/enacción porque me parece que tenemos diversas concepciones de esta (faire-émerger según el traductor al francés de Conocer de Varela) y también su crítica a Jackobson por nombrador. Lo dejo a Eliseo pensando o enactuando. Con una aclaración: si es con un sólo ojo, y éste no es el ojo panóptico del cíclope, puede sucederle lo que le pasó a la burra tuerta que descubrieron los hijos del rey de Serendipo—antecesores de Colmes—porque iba por el sendero comiendo del lado en que el verde era de peor calidad. (Serendipo=Ceilan; de ahí viene serendipity, un concepto o procedimiento cognoscitivo muy relacionado con la enacción.) También dejo entre paréntesis qué tropo es navegar el referente. En esto difiero con Eliseo no sólo por la amplia serie de metáforas que hay en el eje paradigmático, sino porque la retórica es importante. Y digo esto aunque uno de los objetivos de mi vida haya sido destruir tópica(s) y retórica(s). Pero no quiero dispersarme sino detenerme en una hermosa afirmación de Eliseo: en la semiosis infinita no estamos solos. (Además, acerca de esto es de lo que vengo preguntándole desde el principio).

Sí señor. La semiosis infinita es como esas procesiones medievales que iban a Santiago de Compostela y donde en el peregrinaje se juntaban príncipes, leprosos, prostitutas, duquesas, pajes, apestados, niños cagados hasta las patas y muchos otros seres de la viña del señor a la manera de un cuadro de Bruegel. Pero eso sí: la semiosis infinita no es binaria. No tiene dos caras como el signo de Saussure que critica Eliseo. Tiene múltiples caras, lo que no quiere decir que no haya que reconocer que la vida nos exige en cierto momento tener una sola cara. Y a bancárselas. Por suerte Eliseo, que ha luchado contra el imperialismo semiótico—se rumorea que luchado cuerpo a cuerpo hasta con el propio Greimas—está diciendo de alguna manera que la semiótica es una disciplina humilde y humana. (O que necesita ayuda: por eso piensa y piensa.) Mientras tanto afirma: la primeridad es irreductible pero deja un residuo (cosa que se ve bien en los boleros); hay semiosis primas y terceras que son irreductibles entre sí. Y, en otro lado, nombra ¡por fin! a la secundariedad. Que no deja de ser algo que también estaba al principio de esta conversación y que quedó a la deriva. Estamos en el Delta. Entramos a una casa atorranta de un ex corredor de motos. De esas que tienen la mitad de los muebles debajo del alero. Cuelga un loro en la entrada y cuando Eliseo pasa al lado, el loro dice: Adiós papito, adiós papito. Cuando paso yo, sólo me ronronea (pura primeridad). Pero mi relato es secundariedad que inevitablemente me arrastra a abducciones e hipótesis que debieran ser discutidas en un congreso (terceridad) de animal behaviour:

1- ¿el loro rompió la semiosis social?
2- en la semiosis infinita ¿el loro está solo?
3- ¿por qué a Eliseo le habló y a mí me ronroneó?
4- ¿el loro está fuera o del otro lado de donde mueren las palabras? (Donde mueren las palabras es una película cuyo guión soñó Homero Manzi la noche en que vio a los famosos títeres de Podrecca).

¿Cómo hacer entonces para escribir (terceridad) sobre todo ahora que todos tercerean para no pagar las cargas sociales? Verón: decíme la verdad. Dale, vos que te la sabés lunga. ¿Esto de lo primero, lo segundo y lo tercero no lo inventó Peirce para levantarse a Lady Welby? Pensalo. Mientras tanto yo me pongo la campera y me voy, para gratificarme, a comprarme una escalera.

Triangulaciones
Eliseo Verón

Self 1: Lo que escribís es verdad, es lo que sentís, ¿o no?
Self 2: Vos sabrás, pero ¿a quién le importa?

Self 1: A nadie, de acuerdo. Pero eso está bien.
Self 2: Yo no dije que esté mal.

Self 1: Pero entonces ¿para quién escribís?
Self 2: Para vos seguro que no.

Self 1: Ya sé, escribís para tu interpretante. Eso dejalo para tus seminarios. Además, como nosotros somos uno, necesitamos dos más.
Self 2: Con Aníbal Ford ya tenemos un lector. No me digas que Zona Erógena no la lee por lo menos el director…
¡Somos tres!

Self 1: Sos un marketinero. Lo único que te importa es la cantidad de gente que te lee. Además, se nota que hace tiempo que no venís a mis seminarios. Eso no tiene nada que ver con el interpretante.
Self 2: Empiezo a pensar que lo del triángulo de Peirce no es más que una sublimación. Lo que a vos te gusta, como dirían tus amigas del otro libro, son las fiestitas.

Self 1: Mirá, yo escribí, en una respuesta a Aníbal Ford, que
en la semiosis infinita, no estamos solos. A él le gustó.
Self 2: Sí, claro, pero él, que había entendido todo, te pidió que le dijeras la verdad, te preguntó si no pensabas que eso de lo primero, lo segundo y lo tercero, en realidad Peirce lo había inventado para levantarse a Lady Welby. ¿No le pensás contestar?

Self 1: ¿Estás insinuando que a Peirce también le gustaban las fiestitas?
Self 2: ¿…?

Self 1: El problema con lo de Peirce y Lady Welby es el mismo que se plantea con la Expedición Robinson. Lo único que les interesa a los periodistas es: ¿Hubo sexo o no hubo sexo en la isla? (es el vocabulario que usan los periodistas). Bueno, ¿hubo sexo o no hubo sexo entre Peirce y Lady Welby? Yo sospecho que no. Pero en ambos casos, nunca se sabrá.
Self 2: Tal vez porque a Peirce sólo le interesaba la semiótica. Vos no corrés ese peligro.

Self 1: ¡Estamos salvados! Como diría esa amiga que a vos te gusta: los que sólo se interesan en la semiótica son
unos huevones.
Self 2: Ford no hablaba de sexo, sino de género, ¿entendés? Género. No es lo mismo. Ford seguramente se acordó de la frase de Peirce: El hombre es un signo que se desarrolla en el tiempo ¿Te acordás? Bueno, la mujer no es un signo que se desarrolla en el tiempo. Pero tampoco es el objeto, ojo. Para el hombre, la mujer es siempre e interpretante, o mejor dicho, es la depositaria del interpretante. Eso es lo que nos pone tan nerviosos a los hombres.

Self 1: Desde aquí veo la cara de sorpresa de Aníbal con tu interpretación…
Self 2: Te voy a decir una cosa. Esa amiga que a mí me gusta, hizo una interpretación perfecta de la cuestión del sexo en Expedición Robinson.

Self 1: A ver…
Self 2: Una de las cuestiones que se plantea es la confusión entre ficción y realidad. ¿De acuerdo? Entonces, ¿qué les pasó a esos dieciséis individuos por la cabeza sobre este tema? ¿Estaban viviendo algo o estaban actuando? Ya sé, ya sé que la alternativa es conceptualmente errónea, pero la gente funciona así. Nosotros también. Entonces, si en sus mentes predominó el sentimiento de la ficción, no hubo sexo. Si predominó el sentimiento de la experiencia vivida, hubo sexo. De todas maneras, no sabremos qué sentimiento predominó, ni sipredominó el mismo en todos.

Self 1: Yo veo posible otra hipótesis: tendió a predominar el sentimiento de ficción, y justamente por eso, por lo menos algunos necesitaron el sexo para contrarrestar esa sensación insoportable de experiencia virtual.
Self 2: Si a algunos les pasó eso, es fantástico. ¿Te das cuenta? Tenían millones de espectadores que podían ser los depositarios del interpretante pero no, necesitaban a uno solo, indispensable: el otro género. En tu hipótesis, los millones de espectadores no les servían para nada, porque reforzaban el sentimiento de ficción. Necesitaban al otro género como operador de realidad. Self 1: Los hombres lo necesitaban, las mujeres no. Esa es la hipótesis de Aníbal, ¿entendés?

Verón: entre Pokémon y Betinotti
Aníbal Ford

1. Como en los dibujitos japoneses—ejemplo paradigmático Pokémon—Verón se dividió y empezó a atacar desde diversas posiciones. Pienso que de ahora en adelante voy a tener en cuenta su capacidad de mutación. Ya va a venir un self 4 o un self n. Una maniobra que no recuerdo que figure en la Retórica de Aristóteles ni de Quintiliano.

2. Parafraseando a Jorge Luz ( ...como mujer y argentina...) digo que como varón y argentino me ofende que se atribuya sólo a la mujer el rol de depositaria del interpretante. (Aunque las mujeres sean las que bancan la crisis en los hogares latinoamericanos). Tampoco es que me prenda a la ley del padre función que según dicen ya no es necesariamente masculina. Y aunque haya tenido que jugar el papel de padre muchas veces en mi vida. Cómo operador de la realidad.

3. Tangos sobre la mujer o la mamá: cita: Volver con mamá otra vez (Discepolo) También Tengo miedo del Negro Cele. O Como abrazado a un rencor. Un montonal de Betinotti en adelante.

4. Hay técnicas para averiguar lo de LadyWelby y Peirce. Pero es medio macabro.

5. Creo que, por lo contrario, la mujer es un signo que se desarrolla en el tiempo. Y que es esto lo que pone nervioso al hombre.

6. ¿Estaban viviendo algo o estaban actuando? dice Verón. ¡Idolo! Ya casi pareces Shakespeare. Son oscuros los caminos de la semiótica. Alguno de los verones anda ceca del obispo de Berkeley o del fundamentalismo constructivista.

7. Hay sexo virtual ¿no sabes? Un amigo decía que era bueno para evitar el SIDA.

8. Yo no creo que sea insoportable esa sensación de experiencia virtual sino esa sensación de experiencia simbólica. Por eso uno a veces tiene ganas de meter el cuerpo como te contaba en el 1º round. Vos sabes—perdón Sapir / Whorf—que no solo pensamos con el lenguaje. Soy translingüístico viejo.


Comentarios

*Publicados en Zona Erógena, enero, agosto y octubre de 2000.

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