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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.26 Bogotá Jan./Apr. 2007

 

 

 

Castro-Gómez, Santiago (2005). La Hybris del Punto Cero:
ciencia, raza e Ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá:
Editorial Pontificia Universidad Javeriana

 

Mauricio Nieto Olarte

Egresado del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia; Magíster en Historia y Filosofía de la Ciencia y Doctor en Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Londres, Gran Bretaña. Actualmente trabaja como Profesor Asociado del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: mnieto@uniandes.edu.co


 

La Hybris del Punto Cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816) es un trabajo ejemplar por varias razones. Es un ejemplo de los evidentes benefi cios que puede tener para la investigación histórica una sólida formación fi losófi ca, y es una muestra de la importancia que tiene para el análisis político los problemas epistemológicos, tradicionalmente relegados al campo de la fi losofía de la ciencia y muchas veces extraños a las refl exiones sobre el poder.

Un primer rasgo del libro de Santiago Castro que vale la pena destacar, es que toma distancia de los frecuentes trabajos sobre la Ilustración americana concebidos desde una perspectiva difusionista. Muchas de las refl exiones sobre la Ilustración suponen que ésta nace y madura en centros culturales europeos y que posteriormente es difundida al resto del mundo sin mayores modifi caciones. Así, quienes estudian la Ilustración fuera de los confi nes europeos se han preocupado por indagar hasta qué punto las ideas europeas contaron o no con fi eles y legítimos voceros en otros continentes. ¿Leyeron y comprendieron los americanos a Isaac Newton o al Conde de Buffon? ¿Llegaron copias de la Enciclopedia Francesa? ¿Cuáles fueron los autores europeos más conocidos, qué obras europeas circularon y cuáles no?

El libro de Castro, por el contrario, argumenta que la Ilustración europea y la misma Modernidad son en parte el resultado de la expansión europea, y en lugar de pretender evaluar qué tan ilustrados fueron los americanos, quiere estudiar los rasgos particulares que conformaron el pensamiento, en este caso, de la elite criolla del Nuevo Reino de Granada.

Si bien las preocupaciones del autor están dirigidas a entender las características particulares del pensamiento ilustrado de los criollos de la Nueva Granada, la obra ofrece novedosas contribuciones para reconocer el carácter político del proyecto ilustrado europeo. En este punto el autor se enfrenta con una aparente paradoja: La idea de ciencia moderna supone un conocimiento que niega su localidad, su “lugar de enunciación”, para así proclamar su neutralidad y universalidad. Éste sería un conocimiento que se construye por fuera de los intereses particulares y que, por lo tanto, debe ser inmune a la política. Y, sin embargo, es precisamente dicha pretensión de autoridad absoluta la que constituye la más radical de todas las posiciones políticas. La aspiración de un conocimiento universal no solamente niega otras posibles formas de conocer y actuar, sino que hace de quien posee la razón y la verdad el legítimo portavoz de todos. Esto es lo que Castro llama la Hybris, la arrogancia del punto cero, de quien no tiene lugar, deshace lo local, niega la subjetividad para hablar en nombre de todos. Esta idea del punto cero, de la tabula rasa, está en el centro del pensamiento moderno y de la hegemonía de Occidente.

Tanto el empirismo de Francis Bacon como el racionalismo de René Descartes buscaron por caminos distintos un método fi losófi co infalible, que permitiera de una vez y para siempre diferenciar entre la mera opinión y la creencia del conocimiento absoluto. De este proyecto son herederos los pensadores de la Ilustración europea y todos aquéllos que quisieron proclamar dominio universal, control absoluto del mundo natural y de otros seres humanos, que parecen estar al margen del mundo de la razón, de la verdad y de la civilización.

De manera tal que, como lo muestra Castro en su libro, ese otro que es objeto de conocimiento y del orden resulta defi nitivo en la constitución del sujeto que se proclama como legítimo agente del orden y del dominio. Las ideas de “blanco”, o de la “pureza racial”, no serían posibles sin sus opuestos de negro, mestizo o indio; así es precisamente como las nociones de civilización y progreso adquieren sentido únicamente frente a sus negaciones, a la barbarie y al atraso.

Las críticas a la Ilustración y las refl exiones sobre conocimiento y poder tienen ya una larga y sólida trayectoria que no es oportuno reseñar aquí; desde la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, de manera destacada en la obra de Michel Foucault y desde luego en los trabajos de historia y sociología de las ciencias de las últimas décadas, el eje central de las investigaciones sobre el conocimiento occidental ha dejado de lado el tono apologético, y se han visto obligadas a hacerle frente a preguntas sobre el carácter político del conocimiento. El trabajo de Castro se enmarca dentro de una tradición crítica ya madura, sin embargo, se inscribe de manera más directa dentro de la corriente de estudios poscoloniales. En forma más específi ca el autor se reconoce como parte de un grupo de escritores latinoamericanos, entre quienes podemos mencionar a Enrique Dussel, Walter Mignolo y Anibal Quijano, entre otros, y quienes han sumado esfuerzos para repensar la teoría poscolonial desde América Latina.

Así la infl uencia de Edward Said, en particular de su paradigmático libro Orientalismo, es visible y reconocida de manera explícita por Castro. Said es convincente, nos recuerda el autor, en mostrar que la dominación occidental, en este caso de sus colonias orientales, es en parte el resultado de formas específi cas de representación del Otro que al mismo tiempo consolida una imagen de lo propio, la cual facilitó y presentó como naturales relaciones de dominio y control.

Dentro de marcos de refl exión similares, Castro se suma al esfuerzo de estos pensadores latinoamericanos para construir nuevas categorías a fi n de pensar el pasado y el presente latinoamericano y hacer evidente el carácter eurocéntrico de las tradicionales miradas sobre la realidad americana. De manera similar a Said en su trabajo sobre Oriente, autores como Dussel, Mignolo o Quijano han querido mostrar la indisoluble relación entre modernidad y colonialidad, relación en la que la Europa moderna no podría ser comprendida sin entender sus relaciones políticas y culturales con el resto del mundo y, en especial, con Hispanoamérica. Es en estos términos que Santiago Castro busca reconstruir los vínculos entre el proyecto colonial y las prácticas científi cas de la Ilustración, tanto en manos de viajeros y exploradores europeos como de los hombres de letras de la elite criolla; en este caso, la del Nuevo Reino de Granada.

Las refl exiones del autor giran alrededor de los discursos ilustrados sobre la población y la naturaleza americana, para mostrarnos cómo las prácticas científi cas de las elites criollas constituyeron poderosas formas de legitimación de un orden natural y una jerarquía social. Así, Castro hace evidentes las relaciones entre la autoridad epistemológica y la diferenciación racial y social.

Estas reflexiones sobre poder y conocimiento son oportunas, tanto para una mejor comprensión de la historia política americana como de la historia de las ciencias en la América española de fi nales del siglo XVIII e inicios del XIX, en el periodo de la Independencia. Sus señalamientos sobre el carácter político de los discursos ilustrados nos permiten pensar de manera renovada el papel que jugaron las elites blancas y los criollos en la construcción de las nuevas naciones americanas. Tradicionalmente se ha visto a la ciencia y a la Ilustración como formas de liberación e, incluso, ha sido muy frecuente ver en la Ilustración el germen de un pensamiento revolucionario y una causa de la independencia política. El trabajo de Castro nos invita a revisar estos supuestos.

El proyecto absolutista de los Borbones de crear un gobierno imperial más efi caz, encontrará en las elites americanas no sólo cierta resistencia, sino también poderosos aliados que se vieron a sí mismos como los legítimos voceros de un proyecto político de dominación blanca. El discurso europeo de la pureza de sangre y aun las tesis europeas sobre la infl uencia del clima sobre los seres vivos fueron apropiados por la elite criolla y útiles en su empeño de diferenciación sobre el resto de la población americana.

Uno de los campos científi cos en el que se hace más evidente la relación entre saber y poder es en el de la salud, ya que es en términos de prácticas médicas y políticas de higiene y salubridad que se reconoce la autoridad europea ya no únicamente sobre las almas, sino también sobre los cuerpos. Así, la noción foucaultiana de la biopolítica es utilizada por el autor para darle mayor fuerza a su tesis central, a saber, hacer evidente la identidad entre los discursos científi cos y coloniales.

Otro de los ejemplos tratados en el libro es el de la historia natural, el problema de nombrar y clasificar plantas y animales. El uso de una nomenclatura de un sistema como lo fue el del sueco Carlos Linneo, es una poderosa forma de apropiación europea del resto del planeta, y la adopción de éste por parte de los viajeros españoles y posteriormente de naturalistas criollos contribuye a la integración de América y todas sus criaturas dentro de un orden occidental, que de manera radical y violenta excluye cualquier otro lenguaje y cualquier otra manera de leer el orden de la naturaleza. Además de las clasifi caciones y descripciones de la población, de las ciencias de la salud o de la historia natural, tal vez el campo científi co con una relación más directa y explícita con la política es el de la geografía. Sin duda, aquí también, como lo explica Castro, la búsqueda de un marco de referencia absoluto, el punto cero, fue un cometido de la Modernidad europea. La cartografía con todo el rigor que implica el uso de instrumentos calibrados y de mediciones astronómicas, hace posible la representación del territorio dentro de un orden racional, en el cual el observador parece desaparecer. Los criollos de la Nueva Granada muestran un particular interés por la geografía; un caso notable es el de Francisco José de Caldas, quien describe “los conocimientos geográfi cos como el termómetro con el que se mide la Ilustración…” y la “geografía económica” como “la base fundamental de toda especulación política” (p. 248). De hecho, el Semanario del Nuevo Reino de Granada, editado por Caldas entre 1808 y 1810, dedica la mayor parte de sus páginas al problema de la geografía del Virreinato. La geografía económica, tal y como la entiende Caldas, es inseparable del estudio del clima, de los recursos naturales y de la población, tres aspectos claves para el gobierno y la planeación.

El contenido político de la geografía es ilustrado por el autor en referencia al tema de la población y su clasifi cación jerárquica en relación con el clima, de tal manera que en los discursos geográfi cos se hace visible una vez más el esfuerzo criollo de distinción y diferenciación frente al resto de la población.

Las tesis de reputados naturalistas europeos como las de Buffon o De Paw suponían que el clima defi ne las características físicas y morales de los seres vivos. El trópico y sus excesos de calor y humedad producen animales y hombres débiles y degenerados, de tal modo que para ellos el “Nuevo Mundo” es visto como un continente inmaduro y un lugar poco apto para la civilización. Los criollos de la Nueva Granada, Caldas, Lozano Ulloa por ejemplo, reconocieron la infl uencia del clima; sin embargo, al mismo tiempo señalan con insistencia lo que los autores europeos no podían reconocer, a saber, la diversidad climática del continente americano y las diferencias de temperatura en el trópico que varían con la altura y no con la latitud. Así, en los Andes son las tierras altas y menos calurosas las que permiten el fl orecimiento de la civilización. De manera que gracias a las montañas, a su altura y a la diversidad de climas en el Nuevo Reino de Granada, las mismas tesis de autores como Buffón serán fundamentales en tanto mecanismos de diferenciación racial y social.

Una consecuencia de enorme importancia en la construcción de un punto de vista neutral, en el cual unos pocos pueden proclamar la vocería de todos, es la consecuente negación de otras posibles formas de conocimiento, de clasifi cación y de nomenclatura del mundo natural y del orden social. Es más: así como el imaginario blanco de pureza de sangre se construye frente al otro, frente al mestizo, negro o indio, la idea de un saber puro, racional y verdadero, sólo es posible en la medida en que se contrapone a la diversidad de opiniones “irracionales” que caracterizan al resto de la población. La esencia de la identidad de la elite blanca reside en la superioridad de sus conocimientos, en la razón. Aquí se abre otro conjunto de preguntas que indaga sobre la relación, poco enfrentada por los historiadores, entre pensamiento ilustrado y los saberes locales. Sería muy difícil imaginar que el conocimiento europeo de la naturaleza americana, de las plantas, sus usos medicinales, las serpientes y sus venenos, o sobre geografía pueda haberse construido en un espacio social vacío y sin relación con las prácticas y saberes propios de las culturas nativas, de los afroamericanos o de los campesinos. Si bien el autor no nos ofrece estudios detallados sobre el papel que jugaron las tradiciones locales en la conformación de la ciencia europea, deja planteado el problema con claridad.

La Hybris del Punto cero, está muy lejos de ser una simple recopilación de fuentes, de hecho este no es su gran mérito; pero sí es una obra que está en diálogo con los actuales debates historiográfi cos, que asume una posición que en el panorama de la historiografía nacional resulta polémica, seguramente no del gusto de muchos, pero que, sin duda, se trata de un proyecto valeroso y poco frecuente que toma distancia de algunos de los supuestos más sagrados de la historia nacional y sobre el papel de las elites en la construcción de una nación independiente. Castro no lo hace de manera explícita, pero creo que es un texto de interés para pensar el país hoy. En él podemos aprender sobre una nación que sin duda debe mucho de su historia a las elites letradas que protagonizaron su creación a comienzos del siglo XIX, pero una nación construida sobre poderosos mecanismos de diferenciación y exclusión. Así, resulta refrescante conocer un lado menos apologético y esplendoroso de la Ilustración y de sus representantes neogranadinos.

Por último, vale la pena destacar que la riqueza teórica de la obra no es un obstáculo para la claridad; es un libro escrito con cuidado y respeto por el lector, con una trama que hace de su lectura un ejercicio a la vez refl exivo y entretenido.

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