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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.27 Bogotá may./ago. 2007

 

Aproximaciones a los estudios de raza y racismo de Colombia*

* Coordinadores del debate: Claudia Leal, profesora del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia); y Julio Arias, profesor del Departamento de Antropología de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia).


Desde la década pasada en nuestro país ha habido un creciente interés por el tema de razas y racismos desde diversas perspectivas. Aunque ya es sentido común insistir en lo racial como construcción histórica y social, consideramos que es útil ampliar la discusión y reflexión en torno a los supuestos, límites e implicaciones metodológicas y conceptuales de las investigaciones que se están realizando sobre el tema. Para ello invitamos a cuatro investigadores a responder cinco preguntas que buscan hacer explícitas sus motivaciones, influencias y metodologías. Buscamos tener un grupo variado, aunque no representativo. De nuestros invitados algunos son sociólogos y se enfocan en el presente, otros son historiadores (uno también antropólogo) y estudian el pasado; dos son colombianos y dos son extranjeras; dos trabajan la costa Caribe y dos el suroccidente (incluyendo Cali y el Pacífico). Ellos son:

Oscar Almario:

Historiador y antropólogo, profesor de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Su investigación se centra en el proceso de etnización de los grupos negros del Pacífico sur y está recogida en varios artículos recopilados en los libros Los renacientes y su territorio (2003) y La invención del suroccidente colombiano, tomos I y II (2005), y en su tesis de doctorado en antropología social, Universidad de Sevilla (2007).

Marixa Lasso:

Historiadora panameña, profesora del Departamento de Historia de Case Western Reserve University, en Ohio, Estados Unidos. Autora de varios artículos sobre el papel de los negros y mulatos en la independencia de Cartagena y la ideología racial del momento, y del libro Myths of Harmony: Race and Republicanism during the Age of Revolution, Colombia, 1795-1831 (2007).

Elisabeth Cunin:

Socióloga francesa, investigadora del Institut de Recherche pour le Development, Francia, e investigadora asociada del Observatorio del Caribe Colombiano. Autora del libro Identidades a flor de piel. Lo "negro" entre apariencias y pertenencias: categorías raciales y mestizaje en Cartagena (2003).

Sociólogo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle, Cali, y coordinador del grupo de investigación CIDSE-COLCIENCIAS, "Migración, urbanización e identidades de las poblaciones afrocolombianas". Los resultados de este proyecto están recopilados en el libro editado por Urrea y Olivier Barbary titulado Gente negra en Colombia: dinámicas sociopolíticas en Cali y el Pacífico (2004).


Como se puede apreciar en las publicaciones de nuestros invitados y en su participación en este debate, los cuatro trabajan sobre grupos negros (sólo en el caso de Urrea sus respuestas incluyen el tema indígena). Esto no es una simple coincidencia: el estudio de lo racial en Colombia ha estado muy centrado en la gente afrodescendiente. Por eso quisimos cerrar este debate con dos estudiosos de temas indígenas; porque, a diferencia de otros países de América Latina, lo indígena no suele ser abordado por los estudios raciales colombianos. Esta pregunta fue respondida por:

Carl Langebaek:

Arqueólogo y Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, autor de un libro actualmente en prensa sobre las imágenes de lo indígena desde el descubrimiento hasta hoy.

Margarita Chaves:

Investigadora y coordinadora del grupo de Antropología Social del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), autora de varios artículos sobre multiculturalidad e identidades indígenas en Colombia.


1. ¿Cuáles fueron sus intereses iniciales en torno a los temas de razas y racismo y cómo ha cambiado su mirada sobre estos temas? ¿En qué sentido considera que sus problemas de investigación caben dentro de los estudios sobre razas y racismo?

Oscar Almario: Mis inquietudes iniciales estaban asociadas a una pregunta histórica en sentido estricto, es decir, si la gente negra del Pacífico sur colombiano (antes esclavos o esclavizados y después ciudadanos de tercera categoría) podía ser analizada desde la perspectiva de la identidad, en un período situado entre las postrimerías del dominio colonial y las primeras décadas del siglo XX. En ese sentido, me preguntaba si las clasificaciones y taxonomías socio-raciales coloniales perduraron, si fueron modificadas por la experiencia republicana y en qué grado, cuáles son esas otras formas de representación de lo propio y lo diferente, y a qué repertorios culturales recurrieron los nuevos dirigentes del proyecto nacional para inventarlas.

Mis búsquedas y hallazgos apuntan a comprender un período escasamente trabajado desde esa perspectiva, a tender un puente entre el pasado colonial y la modernidad contemporánea del país y a ofrecer elementos para posibles comparaciones con otras experiencias del contexto americano o mundial. La conclusión más general me permite señalar que el racismo es incomprensible sin un contexto adecuado (el sistema mundo) y sin tener en cuenta su anclaje en la realidad colonial neogranadina y posteriormente del país independiente. El racismo es una ideología particular que acompaña la expansión occidental en sus objetivos de control, explotación y dominio, pero que no tiene una única forma de presentarse sino que, por el contrario, se adapta, modifica y estructura de acuerdo con geografías específicas, con las características de los pueblos y grupos dominados, y con las condiciones mismas de la dominación, sus imaginarios, dispositivos y agentes. Por esta razón principal, tal vez sea más pertinente hablar de racismos que de racismo. La perspectiva de investigación que en mi opinión se debe estimular de aquí en adelante, entendida como un esfuerzo colectivo y multidisciplinar, se relaciona con dos grandes campos a construir: la historia del racismo y de sus formas sociales en el Nuevo Reino de Granada y sus relaciones con el racismo republicano, moderno y contemporáneo en Colombia.

Marixa Lasso: Mi interés surge al tratar de entender la influencia de los grupos indígenas y negros en la historia política. Sin embargo, mi experiencia como panameña estudiando el doctorado en los Estados Unidos, hizo que mi interés se volviera también comparativo. Cuando empecé mis estudios de posgrado, a mediados de la década de 1990, la literatura académica sobre el racismo dejaba claro que América Latina no se distinguía de los Estados Unidos por la falta de fuertes prejuicios raciales. Al contrario, la gran cantidad de estudios realizados desde la década de 1950 demostraban que la discriminación informal podía ser tan fuerte en América Latina como en los Estados Unidos. Sin embargo, lo que sí diferenciaba a ambas regiones era el imaginario nacional sobre las relaciones raciales y las leyes nacionales: en un lugar se enfatiza la armonía y la igualdad y en el otro el conflicto y la diferencia. Mi interés, entonces, se centra en investigar y tratar de entender cómo y por qué surgen esos imaginarios históricos diferentes. En otras palabras, qué procesos llevan a la construcción de las ideas raciales modernas en Colombia.

Elisabeth Cunin: A mi llegada en Colombia, en 1997, había un auge en los estudios afrocolombianos: los trabajos se inscribían en el nuevo marco definido por la Constitución de 1991 y se referían a la adopción de políticas multiculturales destinadas particularmente a las "comunidades negras". Pensaba centrar el tema de la tesis de doctorado que estaba comenzando en estas cuestiones de etnicización, recomposición identitaria y políticas de la diferencia. Sin embargo, al escoger trabajar sobre la región Caribe, cuando la gran mayoría de las investigaciones se ocupaban del Pacífico, me encontré en un impasse y me vi obligada a revisar mi enfoque: con la excepción notable del Palenque de San Basilio, no se observaba una movilización relativa a la identidad étnica, y las políticas multiculturales casi no se aplicaban. Sin embargo, en Cartagena, uno de los principales puertos de trata esclavista en las Américas y donde centré mis investigaciones, el conjunto de los procesos sociales (interacciones diarias, memoria colectiva, formas de dominación, etc.) estaba estructurado por relaciones sociales de "raza" que ni la abolición de la esclavitud, ni la afirmación del igualitarismo republicano, ni la adopción de una lógica multicultural suprimieron, aunque contribuyeron a transformarlas. Por ello me enfoqué, no en la construcción de una nueva identidad afrocolombiana, política y cultural, sino en las lógicas de asignación de categorías raciales y en las estrategias para escapar a esta estigmatización. El racismo podría entonces definirse como la construcción social de categorías raciales presentadas como naturales y que legitiman los procesos de dominación.

No comparto que se hable de "razas" en plural. Las disciplinas de las ciencias biológicas des-de hace ya poco más de 60 años han demostrado que no existen las "razas humanas", pues no hay una correspondencia entre genes y rasgos físicos. No obstante, las categorías raciales émicas tienden a ser naturalizadas, como si correspondiesen a atributos biológicos inmutables. Tal es el caso de la categoría de raza, la cual tiene una larga tradición en las ciencias, comenzando por Max Weber. Ésta hace referencia exclusivamente a un tipo de construcción social de las apariencias externas físicas de individuos y colectividades que genera desigualdades. El color de piel y el conjunto de rasgos físicos que aparecen en una interacción social marca variaciones importantes de estatus en la mayor parte de las sociedades. Esto significa que opera un orden social jerárquico racializado.

Mi interés por el tema socio-racial tiene que ver con el problema de las desigualdades sociales en Colombia y América Latina. La historia de las sociedades latinoamericanas está atravesada por las instituciones coloniales de sometimiento y servidumbre de las poblaciones amerindias y esclavismo de las poblaciones negras procedentes del África. En varias sociedades latinoamericanas la esclavitud perduró hasta mediados del siglo XIX, mientras que en Cuba, Puerto Rico y Brasil se extendió hasta finales del mismo siglo. Las sociedades post-esclavistas con un peso significativo de población afrodescendiente conformaron una mayoría negra y mulata que se ubica entre los grupos sociales subordinados. En el caso de las sociedades con un peso significativo de poblaciones amerindias y mestizadas, su inserción a la estructura de clases moderna también está racialmente articulada: en las clases subalternas se concentran los indígenas y los mestizos. En sociedades como la colombiana, donde tienen importancia los dos tipos de poblaciones, negros, mulatos, indígenas y mestizos van a constituir el grueso de los grupos sociales subalternos. En países del Cono Sur la exterminación de las poblaciones amerindias locales y su aislamiento geográfico, una utilización de mano de obra esclava negra muy focalizada y no predominante, y el ingreso de considerables flujos de clases populares procedentes de Europa desde finales del siglo XIX, terminan por conformar países que se representan racialmente como "europeos". En síntesis, la historia de las desigualdades sociales en América Latina pasa por la dimensión socio-racial, que se construye en la larga duración a partir de sus instituciones coloniales y republicanas.

2. En sus trabajos, ¿con qué otros temas se relaciona el estudio sobre lo racial? ¿Qué tan central ha sido este último tema en sus investigaciones?

Oscar Almario: El tema de lo racial está asociado con el de las identidades en sentido amplio, es decir, con la identidad nacional, la identidad regional, la identidad local y con las distintas modalidades de resistencia a la dominación de negros, indígenas y sectores subalternos en general. En el caso colombiano considero fundamental el reconocimiento de complejos fenómenos de diferenciación regional y fragmentación del poder durante la construcción temprana del Estado nacional, que facilitaron la presencia de otras formas de identidad, aunque estas se vieran interferidas por la acción estatal y eclesiástica, carecieran de plena conciencia, de intelectuales propios y de proyectos explícitos. Un nacionalismo fragmentado, simbólicamente débil e institucionalmente precario, por una parte, y una presencia activa de otras fuerzas sociales y étnicas inorgánicas, por otra, condujeron al desencuentro histórico entre el Estado, la Nación y las Etnias. Esta cuestión que se expresa en distintos niveles, desde los conflictos entre las élites dirigentes en torno a los criterios de la identidad, su institucionalidad y discursividad, pasando por los procesos de etnificación forzada de distintos grupos subordinados por parte de los dominadores, llega hasta fenómenos de etnogénesis en los que diversos colectivos sociales construyeron identidades y territorialidades de hecho.

Estos temas resultaron fundamentales para mi trabajo de investigación. En tanto la Gobernación de Popayán se convirtió en una sociedad esclavista durante el segundo ciclo del oro, su frontera minera del Pacífico fue la principal fuente de riquezas del virreinato, dando lugar a una esclavitud sui generis en medio de la selva húmeda tropical. Con la República, la gran región derivó hacia el autonomismo, se mantuvo anclada a los privilegios de antiguo régimen, pretendió perpetuar la esclavitud y la servidumbre, y sumó sus propios conflictos a los nacionales. Por su parte, la frontera minera del Pacífico devino en marginal respecto del proyecto nacional. Por ello pasó a ser representada como una frontera natural, a ser vencida por la civilización, y sus moradores negros, indígenas y mestizos raizales, como resistentes al progreso. No obstante, desde este hiato estos moradores desplegaron una gesta colectiva de ocupación dispersa y de asentamientos ribereños por la llanura aluvial del Pacífico.

Marixa Lasso: En mis trabajos el tema racial se relaciona directamente con la historia política, la historia social, la historia intelectual y las teorías sobre el nacionalismo. En mi caso el tema racial es central, ya que es una historia de la construcción de las ideas y relaciones raciales modernas en el Caribe colombiano. Considero que en las Américas no se puede estudiar ningún tema sin tomar en cuenta la cuestión racial, ya que ésta ha afectado la historia política, las relaciones laborales, las relaciones de género, la historia cultural, la historia económica e incluso la historia urbana. Para dar un ejemplo concreto, la historia de los orígenes de la democracia y las elecciones en Colombia no se puede entender a cabalidad sin incorporar lo racial. Las conspiraciones patrióticas republicanas fueron todas multirraciales. El miedo de las élites decimonónicas a la democracia y a la movilización popular está relacionado con la dimensión racial. El miedo al protagonismo político de los negros y mulatos explica el miedo de Bolívar a la democracia. Sus ataques constantes en contra de los abogados supuestamente enamorados de ideales políticos inalcanzables parecen absurdos e incomprensibles si no se incorpora esa clave racial. Los vaivenes de las leyes electorales del siglo XIX tampoco se pueden entender a cabalidad sin comprender los conflictos raciales de la época.

Elisabeth Cunin: Estas preguntas remiten a un debate clásico de las ciencias sociales en América Latina referente a la relación entre "raza" y clase. Hoy los aportes de los trabajos de las feministas, que invitan a añadir la dimensión de género, enriquecen este debate. No hay sustitución entre "raza", clase y género, sino articulación, como lo sugiere el concepto de "interseccionalidad", el cual muestra las relaciones que existen entre varias formas de discriminación. Más que categorizar las experiencias sociales como exclusión de género o "raza" o clase, el reto actual es analizar cómo estas dimensiones se superponen y se cruzan. Sin embargo, no creo que sea posible, a nivel de los trabajos empíricos, estudiar las tres dimensiones al mismo tiempo (de hecho, hay muy pocas etnografías convincentes); por eso mi objetivo es estudiar los procesos de racialización del orden social, teniendo en cuenta que estos procesos cambian según el género y la clase.

Lo socio-racial tiene que ver con la estructura social en las sociedades latinoamericanas, en donde las clases sociales tienen colores de piel. También hay que advertir que, especialmente en países como Colombia, la racialidad interactúa con la etnicidad, pues ambos son factores de la desigualdad social: mientras la primera tiene que ver más con las formas de clasificación social arbitraria (émica) de las apariencias de los cuerpos, la segunda lo hace con las diferencias que conllevan marcas culturales también construidas socialmente. Los indígenas son excluidos en dos sentidos: por su aspecto físico y por sus manifestaciones culturales. Aquí opera el racismo corporal y cultural. La gente negra del Pacífico también es excluida por su color de piel y por sus tradiciones culturales que son consideradas como "exóticas" por la sociedad mayor. En el caso de las poblaciones afrodescendientes en Colombia la dominación trabaja más vía color de piel, especialmente para las poblaciones urbanas negras/mulatas por fuera del Pacífico, mientras que para las poblaciones indígenas pasa por relaciones interétnicas de subordinación.

El estudio de la racialidad y la etnicidad son fundamentales en las investigaciones dentro del campo de la sexualidad y de las relaciones sexos/géneros, a partir de los aportes de la teoría feminista contemporánea; ya sea desde los desarrollos más recientes de la filosofía política en diálogo con el psicoanálisis (Judith Butler) o desde el feminismo negro en sociología (Patricia Hill Collins) o afrolatino en filosofía (Linda Martín Alcoff). Para estas autoras es impensable el estudio social de los cuerpos y el deseo sin pasar por la "materialidad" de sus apariencias y manifestaciones "externas" (colores de piel, expresiones culturales de los cuerpos, etc.). Otra socióloga feminista americana, Joana Nagel, apunta en una dirección similar: el sexo y el deseo están marcados socialmente por lo racial y lo étnico. Se trata del paradigma analítico de la racialización y etnización de la sexualidad y de la sexualización de la dimensión étnico-racial.

En mis trabajos de los últimos cinco años, tanto en la línea de las desigualdades sociales como en la de sexualidades, masculinidades y feminidades, con referencia geográfica a la ciudad de Cali y a la región del Valle del Cauca y del Pacífico, ha sido fundamental el análisis articulado de clase social, racialidad/etnicidad, sexos/géneros, ciclo de vida y generación.

3.¿Cuáles son las consideraciones e implicaciones metodológicas que tiene trabajar sobre estos temas? ¿Con qué tipo de fuentes ha venido trabajando usted y qué retos le han generado?

Oscar Almario: Lo racial y las identidades deben ser tratadas mediante una combinación de estrategias de investigación y no desde una sola perspectiva de análisis. En particular, considero fundamentales las siguientes: la historia para darle fondo a los problemas, la etnografía para describir y explicar los grupos étnicos, su reproducción, sus relaciones y el funcionamiento de dispositivos de racialización y resistencia, y lo geoecológico con el objeto de comprender los paisajes, los recursos implicados, las tecnologías de producción y las formas de adaptación y apropiación de la naturaleza.

Las fuentes que he venido utilizando son históricas (archivos coloniales y republicanos en España, Ecuador y Colombia), etnográficas, geográficas, demográficas, administrativas y eclesiásticas. He utilizado también fuentes orales en sus dos orígenes, es decir, aquellas que se han convertido en escritas a raíz de su conservación y algunos testimonios y leyendas recogidas en trabajo de campo en distintas zonas de la región estudiada. Como siempre, los retos más importantes en relación con las fuentes tienen que ver con dos grandes problemas: su recuperación de entre una maraña de documentos hasta convertirlas en un archivo nuevo y su adecuada inscripción en un horizonte significante desde lo histórico-social. En el caso del que me ocupo, alcanzo a identificar una tensión entre las dinámicas de la identidad y la etnicidad y las formas de representación que las acompañaron o, en otras palabras, entre dinámicas identitarias reales y formas imaginarias de entenderlas, de lo cual deduzco que, en adelante, se trata de recabar la mayor información posible sobre acontecimientos y procesos que nos permita refinar progresivamente una idea acerca de la cuestión racial como algo central en la historia americana y colombiana.

Marixa Lasso: Las fuentes presentaron un reto grande. Para empezar, las fuentes sobre el periodo de las guerras de independencia son pocas y suelen estar desorganizadas. Además, los archivos locales del Caribe, como el de Cartagena, no guardan casi documentos sobre esa época. Esto obliga a trabajar con los documentos que llegaron a la sede del gobierno en Bogotá y con los que se enviaron a España entre 1810 y 1821. Pero, además del problema de la escasez de fuentes, mi estudio enfrentaba el problema metodológico de cómo acceder a las ideas de los grupos populares, ya que éstos, a diferencia de las élites, no suelen dejar escritos sobre sus experiencias. Inspirada en los estudios ingleses sobre historia, crimen y sociedad, busqué en los juicios criminales fuentes para acceder a la ideología política de los negros y mulatos. Además, mi trabajo se enfocó en acusaciones criminales en contra de estos mismos por fomentar la guerra de razas, lo que me permitió acceder a aspectos de las relaciones raciales de la época que no estaban presentes en otro tipo de documentos. Al combinar los juicios criminales con otras fuentes –como los debates del Congreso, los periódicos, la correspondencia gubernamental y otros documentos oficiales– me fue posible ver cómo las relaciones raciales modernas se construían en diferentes niveles y espacios políticos, y cómo se creaba un espacio y un lenguaje racial legítimo y uno ilegítimo.

Elisabeth Cunin: Existen varias dificultades específicas a la investigación sobre las cuestiones raciales: el racismo actúa como una naturalización de las jerarquías sociales que vuelve invisibles los mecanismos de la dominación; los problemas raciales no son decibles en un país que suprimió oficialmente las categorías raciales; las asignaciones raciales – hegemónicas y dolorosas – son objeto de un tabú; etc. La primera inquietud del investigador es de carácter epistemológico: ¿al trabajar sobre la "raza", se corre el riesgo de legitimar la utilización del término y de favorecer su objetivación? Más que en otros ámbitos, es necesario recordar que la "raza" es una categoría popular (folk category) para la cual se estudian sus interpretaciones y usos, y no una categoría científica (aunque los científicos del siglo XIX, en particular, contribuyeron a su difusión). Por esta razón utilizo el término "raza" entre comillas: para poner de manifiesto que se trata de un objeto de estudio y no de un concepto científico. Una segunda dificultad aparece a nivel de las fuentes: ¿cómo escribir sobre lo racial cuando las referencias raciales están ausentes del lenguaje ordinario a causa de la imposición y naturalización de un orden racista? La solución es doble: por una parte, buscar las situaciones de "ruptura de marco", para retomar la expresión de Goffman, en las cuales lo invisible se vuelve visible (la victoria de una reina negra, Vanessa Mendoza, en el concurso nacional de belleza; el rechazo en los años noventa de la champeta, considerada como una "música negra"; el nombramiento de una Ministra de Cultura calificada de "negra"; entre otros) y, por otra parte, trabajar sobre los fenómenos de incorporación de las asignaciones identitarias y los mecanismos de dominación, que pasan por la puesta en escena de sí (el juego sobre las apariencias, el desvío de significación) más que por la palabra.

Para el estudio de las desigualdades sociales y el papel que en ellas juega la dimensión étnicaracial es determinante la existencia de estadísticas étnicas y raciales que permitan un estudio comparativo con las demás poblaciones. Así, es posible evaluar el impacto de fenómenos de discriminación en diversos campos de la vida social (educación, vivienda, mercado de trabajo, ocupaciones, ingresos, consumos, etc.) y sus impactos en materia de pobreza y el bloqueo sistemático a la movilidad social ascendente de las clases medias negras e indígenas. En el caso colombiano, el censo del 2005 logró un mejor acercamiento al asunto de la visibilidad estadística, a través de la pregunta de autoreconocimiento étnico; en particular para las poblaciones negras, en la medida en que dicha pregunta incorpora en su fraseo la dimensión de los rasgos físicos y hace equivalente las expresiones afrocolombiano-a, negro-a, mulato-a, afrodescendiente. Es decir, el mismo DANE ha terminado por aceptar que para la mayor parte de la población negra su visibilidad estadística tiene que ver más con el fenotipo que con una pretendida etnicidad. Según este censo, el 10,6% del total de la población colombiana se autoreconoció bajo algunas de las categorías anteriores, más Raizales y Palenqueros. Sin embargo, las estimaciones del proyecto pionero CIDSE-IRD de la Universidad del Valle se mueven entre el 18% y 20%. Estos valores diferentes revelan que los resultados estadísticos no son los mismos al utilizar una metodología de autoreconocimiento identitario, válida en un ejercicio censal, versus otras aproximaciones vía clasificación fenotípica externa por el empadronador, sólo aceptables en encuestas experimentales. En otras palabras, ambos resultados son válidos.

En segundo lugar, en una perspectiva cualitativa desde la etnografía, la investigación de la dimensión étnico-racial ha sido fundamental en los estudios que he realizado sobre masculinidades, feminidades y sexualidades de jóvenes de sectores populares y clases medias en Cali. Trabajos recientes que hemos adelantado muestran que los estereotipos sexuales raciales afectan a mujeres y hombres hetero y homosexuales en un espacio interracial como Cali. En esa medida racismo, homofobia y sexismo van de la mano en los múltiples espacios de sociabilidades urbanas.

4. ¿Con qué tradiciones del conocimiento dialoga usted en sus estudios sobre lo racial? ¿Considera usted que este es un tema inspirado por los debates de la academia estadounidense?

Oscar Almario: Creo haber establecido algunos diálogos con dos grandes tradiciones académicas, la francesa y la anglosajona (británica y norteamericana) que, como es conocido, se diferencian en los énfasis respectivos: lo cultural, lo colectivo y lo social de un lado; y el sujeto, la acción social y la iniciativa de los agentes del otro. La academia norteamericana es inevitable al respecto, porque tiene la capacidad de reverberar debates y reflexiones de muy distinto origen y relanzarlos permanentemente. Así, por ejemplo, los estudios subalternos, los estudios culturales y los estudios poscoloniales, están en la base de las nuevas lecturas de fuentes históricas y de la reinterpretación teórica sobre los racismos en el contexto americano. Sin embargo, pienso que la influencia norteamericana es más bien tangencial en nuestro país, en razón de varios asuntos, como la marginalidad que caracterizan la historiografía y la etnografía colombianas, al parecer doblemente condenadas: por no ser parte sustancial de las reflexiones sobre "el otro" por excelencia, es decir, del indio o lo indio (por lo general enfocadas en Mesoamérica o los Andes centrales) y del consiguiente universo de lo mestizo; y porque nuestra experiencia histórica tampoco se puede inscribir del todo en el gran epicentro del problema del negro o de lo negro, es decir, el mundo atlántico, en don-de se concentraron la trata, la esclavitud y la experiencia de la abolición. En efecto, tanto nuestra inserción en la economía mundo como el tipo de racismos, carecen de un modelo analítico consistente, lo que en cierta forma nos aísla de las grandes discusiones continentales. Cuestión que, más allá de generarnos una sensación de vacío, nos debe convocar a construir un modelo abierto, flexible y ojalá basado en suficientes evidencias.

Marixa Lasso: Mi trabajo sobre lo racial se inspira en tres tradiciones que a veces suelen verse como contradictorias, pero que en mi estudio fueron complementarias e indispensables. Primero, me inspiré en el interés de la historia social por entender la experiencia e influencia histórica de la gente común. Segundo, las teorías sobre análisis del discurso me proporcionaron herramientas indispensables para entender el uso y la evolución del lenguaje sobre lo racial. Tercero, las teorías sobre nacionalismo, en particular el trabajo de Benedict Anderson, me ayudaron a conceptualizar el mito de democracia racial como un mito nacionalista cuya construcción tiene una historia que es necesario entender.

En mi caso, la influencia de la academia estadounidense fue formativa, ya que allí realicé mis estudios de posgrado. Cuando llegué a los Estados Unidos yo era, por supuesto, conciente de los enormes prejuicios raciales que caracterizan a mi país, ya que los veía en el día a día de las relaciones sociales. Sin embargo, sólo hasta que llegué a los Estados Unidos vi el prejuicio racial como tema de estudio. Además, fue allí donde escuché por primera vez el término "mito de democracia racial." Toda mi vida había vivido lo que ese término describe, pero no sabía que tenía ese nombre. Obviamente, para esa época muchos países de América Latina habían producido estudios sobre raza y racismo, pero fue en los Estados Unidos donde los vine a leer y a entender lo importante que era el tema racial para la historia de América Latina. Debido a la importancia que la raza ha jugado en la historia y en el imaginario estadounidense, los estudios sobre raza hechos en los Estados Unidos son sumamente sofisticados y tal vez una de las grandes contribuciones de la academia norteamericana al conocimiento global. Dicho esto, mi trabajo y las preguntas sobre las que se basa no hubieran sido las mismas sin mi experiencia como latinoamericana. Creo que fue esta experiencia la que me llevó a cuestionar la tendencia de la academia norteamericana a ver en el mito de la democracia una de las causas de la continuación de los prejuicios raciales en Latinoamérica. Esta generación de académicos estadounidenses había experimentado los movimientos de los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos y sus muchas conquistas sociales, y, al no ver nada similar en la América Latina, algunos concluyeron que era el poder ideológico del mito de la democracia racial lo que explicaba la falta de organizaciones políticas negras que lucharan en contra de la discriminación en Latinoamérica. Esa explicación me parecía muy problemática, ya que era similar a decir que los prejuicios contra las mujeres se deben al sufragio femenino y a las ideologías de igualdad femenina. Pensaba que más bien tenían que ser otros los procesos que llevaron a silenciar el tema de la discriminación en Latinoamérica, y era mi experiencia como latinoamericana en Estados Unidos no me dejaba aceptar que fuera preferible tener ideologías racistas basadas en la separación y en la exclusión a tener mitos nacionalistas de armonía e igualdad.

Elisabeth Cunin: Un artículo de Bourdieu y Wacquant ("Sur les ruses de la raison impérialiste", publicado por primera vez en francés en 1998, rápidamente traducido al inglés y ampliamente comentado en las revistas científicas americanas) pretende contestar estas preguntas: los conceptos científicos, supuestamente objetivos, son la expresión de una dominación conceptual de los Estados Unidos, el reflejo de una "McDonaldización" del pensamiento. Denuncian la utilización de las categorías raciales norteamericanas para describir y analizar la situación brasileña y, en términos generales, latinoamericana. Este análisis, criticado por su débil conocimiento del campo científico latinoamericano, nos muestra sin embargo hasta qué punto es necesario favorecer un análisis reflexivo de estos "conceptos en diáspora", y estar atento a los contextos científicos, políticos, culturales en los cuales se ubican. La complejidad es que las mismas palabras ("raza" o "negro" en el caso que nos interesa) no tienen el mismo sentido en Estados Unidos, en Francia y en Colombia, tanto en los usos de los actores sociales como en el lenguaje científico. Por eso es importante concebir el diálogo entre disciplinas y entre tradiciones académicas (regionales y nacionales) como un elemento fundamental que permite deconstruir las propias nociones con las cuales estamos trabajando; si bien la ruptura con el esencialismo es uno de los enfoques más fuertes de la antropología contemporánea, también tendría que aplicarle este enfoque a sus propios conceptos. En mi caso, he tenido la suerte de formarme en la academia francesa (con la corriente de la sociología de Bourdieu, y también la introducción de los estudios de la "escuela de Chicago" o las primeras reflexiones sobre racismo), de hacer mi trabajo de campo en Colombia y familiarizarme así con las teorías colombianas y latinoamericanas, y por supuesto de tener la influencia de la academia norteamericana, dominante en el campo científico; la superposición de estos distintos enfoques permite contextualizar los conceptos y favorece un análisis reflexivo y comparativo de las teorías.

Mi acercamiento a la temática racial proviene más de las ciencias sociales brasileras, que desde sus inicios han estado atravesadas por el tema de las relaciones raciales y que desafortunadamente son bastante desconocidas en Colombia. Figuras como Gilberto Freyre, Antonio Candido, Luiz de Aguiar Costa Pinto, Florestan Fernandes, Caio Prado Júnior, Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso, Octavio Ianni, entre los clásicos de la sociología y la economía política de ese país han tenido una importante influencia en mis lecturas sobre la temática racial desde los años ochenta. A esto se suman los trabajos del francés Roger Bastide, quien tiene una enorme influencia después de posguerra en las ciencias sociales brasileras, al igual que varios alumnos de la Escuela de Chicago, entre ellos Edward Franklin Frazier y Donald Pierson, fundador de la Escuela de Sociología de la Universidad de São Paulo en 1940, pero sobre todo Robert Parker, profesor de Pierson y director de su tesis doctoral sobre los negros en Salvador de Bahia. Entre los sociólogos contemporáneos brasileros y de otros países, pero con trabajos sobre Brasil, particularmente con estudios cuantitativos sobre la desigualdad socio-racial están Antônio Sérgio Guimaraes, Mary Castro, Carlos Hasenbalg y Edward Telles. Entre los economistas hay que destacar los trabajos de Ricardo Henriques y Marcelo Paixao. Entre los antropólogos europeos, pero con residencia o una larga experiencia en este país, menciono a Michel Agier, Livio Sansone y Peter Fry. En la tradición antropológica brasilera a Lilia Moritz Schwarcz y el científico político brasilero Marcos Chor Maio. Incluso un historiador americano cuya obra ha sido dedicada al Brasil, como Thomas Skidmore, ha sido fundamental para entender el eje socio-racial de la sociedad brasilera en la larga duración. En esta lista de autores se encuentran puntos de vista y perspectivas metodológicas muy diferentes, pero en todos ellos la raza constituye una problemática común.

Ahora bien, en la dirección de las relaciones raza, etnicidad y sexualidad sí he tenido más interacción con las lecturas del feminismo negro y afrolatino (Hill Collins y Martín Alcoff) y la escritora americana Toni Morrison, pero también los trabajos en filosofía política posmoderna de Judith Butler y Nancy Frazer, al igual que la socióloga feminista Joana Nagel. Tampoco puedo desconocer las lecturas que hice de hace ya muchos años del sociólogo e intelectual negro William Du Bois. No puedo tampoco desconocer el aporte del trabajo del antropólogo social inglés Peter Wade, pionero en los estudios raciales modernos en el país en los años ochenta.

5. ¿Considera que sus investigaciones, o que el tema de lo racial, las razas y los racismos en general, tienen unas implicaciones políticas particulares?

Oscar Almario: En la actualidad sí, aunque en forma muy contradictoria. Por una parte, porque con el fortalecimiento de las disciplinas académicas se ha tomado distancia de la figura predominante hace unas décadas: los llamados "intelectuales orgánicos" comprometidos con las causas sociales y políticas de los grupos étnicos (básicamente indígenas, porque lo negro fue "descubierto" más tarde). Al hacerse más profesionales las disciplinas sociales se hicieron también menos políticas. Por otra parte, los movimientos étnicos y sociales contemporáneos están generando voceros e intelectuales salidos de sus propias entrañas, lo que hace que exista más celo en la posible influencia de la academia en sus postulados, objetivos y acciones. No obstante, existe un importante sector académico que piensa que su trabajo debe tener consecuencias éticas y políticas. Esto se refleja en temas como el examen de las nuevas formas de racismo, discriminación y exclusión; la pobreza y la calidad de vida de poblaciones indígenas y afrodescendientes; el desplazamiento y la guerra; los contextos urbanos y las migraciones; y las manifestaciones artísticas, culturales y musicales que expresan sentidos de identidad y etnicidad.

Marixa Lasso: La implicación política más obvia es que estos estudios ayudan a combatir la exclusión racial y contribuyen a que el tema de la discriminación deje de ser un tabú.

Elisabeth Cunin: Como toda investigación que busca sacar a la luz relaciones de dominación inscritas en el orden social, el tema de lo racial, las razas y los racismos tiene implicaciones políticas fundamentales. Sin embargo, me parece que la cuestión no es tanto la del vínculo entre ciencia y política como, por una parte, la del lugar a partir del cual se produce el discurso científico e interviene en la política (por ejemplo, ante la creación de un "Ministerio de inmigración, integración, identidad nacional y co-desarrollo" por el Presidente Sarkozy en Francia, ¿de que manera pueden pronunciarse los investigadores, como investigadores, lo que no impide su compromiso como ciudadanos, actores del sector asociativo, etc.?) y, por otra parte, la de los efectos de la articulación entre ciencia y política sobre nuestra propia práctica de investigadores (en particular, en términos de acceso al terreno y de interacción con nuestros informantes).

No se trata de confundir los registros de intervención (por ejemplo, a través de una "coproducción" del saber), ni de pretender dar soluciones políticas "a nombre de una verdad científica": la validez de una investigación, en primer lugar, es dada por el reconocimiento de la comunidad científica y no por su utilidad política. Al contrario, me parece fundamental hacer uso de nuestras propias herramientas y llevar a cabo un análisis reflexivo y crítico de la relación entre política y ciencia, tomándonos así como nuestros objetos de análisis: ¿qué nos enseña la posición adoptada por los antropólogos brasileños en favor o en contra de la política de cuotas en la universidad? O ¿qué papel han tenido los antropólogos colombianos que participaron en la Asamblea Constituyente sobre la definición misma del "grupo negro" y de las políticas multiculturales?

La investigación académica sobre el tema racial y de la etnicidad tiene hoy implicaciones en materia de políticas públicas, sobre todo por el contexto político del multiculturalismo. Por ejemplo, las denominadas políticas de acción afirmativa están en el orden del día en varios países de la región y en las agendas de los movimientos sociales étnico-raciales, de las agencias multilaterales y de las fundaciones y ONGs. Las cuotas en educación superior para la población negra e indígena en la actualidad dividen a la academia y a las ciencias sociales brasileras, mientras que en Colombia apenas comienza el debate. Ciertamente el problema político consiste en cómo abordar la inclusión social de las clases subalternas racializadas y etnizadas (negros e indígenas) por el orden social jerarquizado.

De cualquier manera, sería un error separar en términos de las políticas públicas la dimensión étnica-racial de las de clase social y sexos/géneros. En las clases populares y medias están presentes las múltiples dimensiones (étnica-racial, de sexualidades y géneros) y como grupos subalternos requieren articular alianzas y propuestas que permitan espacios democráticos para que esas múltiples identidades, hasta el presente subordinadas y excluidas, se expresen y neutralicen todas las formas de discriminación (por clase, por raza y etnicidad, por sexos/géneros, ciclo de vida, generaciones). Entiendo que la dimensión étnica-racial requiere de políticas específicas, pero no debe olvidarse que hay puntos de convergencia con otros intereses de actores individuales y colectivos. Esta perspectiva puede parecer utópica, pero creo que a la academia le corresponde abrir el debate para no restringirse a los discursos de lo "políticamente correcto" con exclusiones de unos u otros actores.

6. ¿Por qué los estudios sobre los indígenas en Colombia, por lo general, no han sido abordados desde la perspectiva de lo racial?

Carl Langebaek: Propondría tres razones por las que los estudios sobre razas y los estudios sobre indígenas no son mutuamente excluyentes:

Primero, el papel del indígena en el desarrollo mismo de la noción de raza durante la Ilustración. En el siglo XVIII la naciente noción de raza de la modernidad implicaba la jerarquización de grupos humanos, pero no estrictamente de acuerdo con criterios hereditarios y biológicos. La idea fundamental consistió en hacer un equivalente con las especies animales, entre las cuales se diferenciaba entre domésticos, salvajes y carniceros, de acuerdo con el grado de influencia humano sobre ellos. Las razas humanas descendían de un prototipo inicial, blanco, del cual se habían degenerado vertientes humanas de acuerdo con el clima, cada una de ellas con diferente capacidad para aceptar la civilización, equivalente en sociedad a la domesticación. América, de acuerdo con el esquema clásico de Buffon que tanta influencia tuvo sobre los criollos neogranadinos, estaba ocupada por una sola raza (que podríamos llamar la raza indígena), independiente del clima. Eso no ayudó a la conformación de la idea de una estirpe originada en un clima específico, como sí sucedió con la raza blanca y la negra. Si se lee detenidamente a Jorge Tadeo Lozano y muchos otros criollos, la ilustración en la Nueva Granada diferenció indígenas de acuerdo con su condición de civilizados o no civilizados, sin que la diferencia biológica hereditaria fuera el principal criterio. Las características del negro se fijaron en la imaginación ilustrada mucho más ligada con el clima cálido y rasgos anatómicos que tenían su correspondiente en el comportamiento y moral.

Segundo, el indio ha sido espejo del criollo. Es decir, siempre ha sido un poderoso capital simbólico que se ha utilizado como referente en el juego de espejos que distancia y aproxima al criollo con su referente europeo. Lo anterior quiere decir que la apropiación del indio ha seguido la lógica de la representación criolla; sobre el indio ha seguido una lógica mucho más amplia que la que permite la categoría de indio desde el punto de vista biológico. Con el barroco americano el criollo se adueñó de la imagen del indígena para diferenciarse del peninsular. No era, por supuesto, una identidad libre de ambigüedades: los criollos de Bogotá impusieron el nombre de Cundinamarca como reivindicación de lo indígena pero al mismo tiempo juraron lealtad a Fernando VII y Bolívar proclamaba hacer la guerra a los nuevos conquistadores en nombre de los muiscas, aztecas e incas, pero no tenía problema alguno en usar a los indios como carne de cañón. No obstante, el hecho es que el criollo encontró grandes civilizaciones indígenas en tiempos de la Ilustración, profundas y misteriosas huellas del pasado remoto durante el auge del romanticismo, razas fuertes y vigorosas durante el predominio de las ideas higienistas, ejemplos de sabiduría ambiental a partir de la segunda mitad del siglo pasado y paradigmas de vida pacífica a partir de la Constitución de 1991 y la agudización del conflicto interno. En ese sentido el carácter que se le da al nativo no permanece anclado en la realidad biológica sino que adquiere un carácter ejemplarizante y de índole moral moldeable de acuerdo con el contexto. Lo anterior contrasta enormemente con el carácter más o menos fijo que se le da al negro desde el siglo XVI hasta hoy: su fuerza física, su sentido del ritmo y su sexualidad desenfrenada son estereotipos que se encuentran desde el siglo XVI hasta hoy. En fin, resulta notable el carácter neutro del negro en contraste con el papel activo del indio en términos de capital simbólico para el criollo.

Tercero, agregaría que el "problema del negro" se analiza más desde la óptica de la situación norteamericana, don-de las teorías puramente biológicas arraigaron más que en Colombia. La teoría en torno al negro, y por supuesto las estrategias para discriminarlo, se han desarrollado más en torno a la esclavitud del siglo XIX que en relación con el sentido del admiratio con el cual se trató de comprender al indio en el siglo XVI y en general el contexto en el cual musulmanes y cristianos esclavizaban africanos. Por eso, resulta particularmente interesante que sean los colegas norteamericanos quienes al analizar los problemas de Colombia en los siglos XIX y XX insistan con mayor frecuencia en el uso de categorías raciales.

Margarita Chaves: El problema es complejo y no podría brindar una respuesta completa en un espacio tan reducido. Sin embargo, voy a señalar algunos factores que ayudan a explicar esta ausencia. El primero tiene que ver con la naturaleza y las dinámicas de un orden racial como el colombiano, en el que las prácticas e ideologías de mestizaje y blanqueamiento, heredadas del periodo colonial, determinan la presencia de mecanismos de inclusión/exclusión en la base de las adscripciones raciales. En este orden racial, la fluidez y la ambigüedad de las fronteras entre las categorías raciales hace que la adscripción dentro de las mismas se encuentre sujeta a posibles negociaciones de acuerdo con la posición social de los sujetos que las reclaman, o del contexto en el que son atribuidas. Es decir, las inscripciones/adscripciones en categorías como la de indio, negro, o incluso la de blanco, nunca se presentan como absolutas sino en relación con otros atributos como poder, riqueza, estatus y otros valores, y dependientes de los contextos y las intenciones con las que se las utiliza. De allí que resulte no sólo difícil, sino incluso inconveniente, aprehender a los indígenas en términos específicamente raciales, pues su inscripción en categorías clasificatorias y diferenciales no se hace exclusivamente a partir de la pigmentación y los rasgos asociados con ella, sino también articulada con significaciones pertenecientes a diferentes sistemas (clase, etnicidad, raza), que se deslizan del uno al otro de acuerdo con las posiciones de enunciación del sujeto que las reclama.

Este contexto, además, dificulta la identificación de situaciones de clara discriminación racial – que por supuesto las hay –, situación que se agrava por la tendencia tan fuerte que existe de parte de los sujetos racializados como de la sociedad en general, a evitar tocar los temas raciales. Esta situación constituye un obstáculo en el desarrollo de una perspectiva racial en los estudios sobre indígenas. Ahora bien, en la medida en que la discriminación racial se relaciona de manera directa con los cambiantes contextos sociales y políticos en los que se producen las ideologías racistas que sustentan las jerarquías raciales, es importante tener en cuenta que en años recientes la proclamación de la nación multicultural ha operado un cambio en la valoración del blanqueamiento que, sin invertirlo completamente, ha promovido el camino de la (re)indianización como vía para la inclusión social de sectores mestizos desfavorecidos. Señalarlo es importante porque este cambio obviamente nos remite a la historia de los grupos sociales, tanto dominantes como subordinados, y a las transformaciones que se pueden estar operando en lo que ellos reconocen en términos de "raza" y la manera como actúan al respecto. Si los reclamos de una identidad indígena, por parte de individuos y comunidades carentes de los elementos culturales comúnmente asociados con la identidad y la etnicidad indígena (lengua, atuendo, prácticas rituales y vínculos comprobables con un determinado locus rural), se hace mediante la enunciación de sus rasgos físicos, esto significa que hoy algunos subalternos de color están dispuestos a romper su largo silencio sobre experiencias de subordinación social y racial. Más aún, y por paradójico que parezca, buscan su inclusión mediante la enunciación de las que hasta hace poco eran sólo marcas de exclusión en la nación mestiza. En mis trabajos he sugerido que la naturalización de la identidad indígena en apariencias físicas racializadas ha sido una hábil respuesta de los sujetos reindigenizados para superar el cuestionamiento sobre sus mezclas, al tiempo que pone al descubierto la racialización como el sustrato privilegiado de la memoria indígena sobre su subordinación política y diferenciación/exclusión social.

Un tercer factor es el que se relaciona con los marcos conceptuales desde los cuales se ha abordado el estudio de los grupos y las identidades indígenas —y, por obvias razones, estoy pensando principalmente en la antropología. En este caso encontramos que buena parte de los estudios sobre indígenas en la antropología colombiana se han inscrito una larga influencia de teorías culturalistas norteamericanas, carentes de una perspectiva de análisis histórico sobre las relaciones de dominación en las que se produce la taxonomía racial. Estas corrientes antropológicas, que tuvieron influencia en el país hasta bien entrados los años 1980, se aproximaron a los grupos indígenas como sociedades "tradicionales" culturalmente diferenciadas, con poca tendencia al cambio pero en riesgo de desaparición, por lo cual privilegiaron su estudio en términos de "repertorios culturales". Estas fueron contrarrestadas con algunos análisis inspirados en un marxismo de corte estructuralista que enfatizaba la dominación y la asimetría en la articulación de las sociedades indígenas a los contextos (coloniales) nacionales. Si bien estas corrientes prestaron mayor atención al estudio de las relaciones y las prácticas de discriminación asociadas con factores económicos, políticos y culturales a que estaban sometidos los pueblos indígenas, estuvieron sesgadas por un marcado reduccionismo de clase que prestaba poco o nulo interés al análisis de los referentes discursivos con los que se construía la diferencia que justificaba las relaciones de explotación de la mano de obra indígena o la expropiación territorial a que estaban sometidos y sobre la que estos estudios volcaban su atención. Las limitaciones de ambos marcos para dar cuenta de las complejas articulaciones que caracterizaron el panorama de los pueblos indígenas en los años siguientes, marcadas por la reivindicación de sus identidades diferenciadas, el fortalecimiento de sus movimientos sociales y sus redes nacionales y transnacionales, obtuvieron una respuesta en los análisis y estudios étnicos. Pero este marco conceptual tampoco es unitario ni homogéneo, y en él es posible identificar análisis en los que se mantiene una tendencia de corte culturalista al lado de tendencias cuyo enfoque constructivista, más histórico, relacional y político, efectivamente ha abierto las puertas hacia una comprensión radicalmente diferente de estas sociedades. Sin embargo, aún en estos casos, y por los factores que señalé arriba, persiste la tendencia a soslayar los componentes eminentemente raciales del posicionamiento y la construcción de las pertenencias e identificaciones indígenas.

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