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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.29 Bogotá ene./abr. 2008

 

Seguridad y libertad: lugar y espacio en las relaciones familia - individuo en Bogotá

Security and Liberty: Space and Place in Family-Individual Relations in Bogotá

Seguridade e liberdade: lugar e espaço nas relações família indivíduo em Bogotá

Oscar Ivan Salazar*

* Profesor Asistente, Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia. Antropólogo y Magíster en Antropología, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Dentro de sus intereses y experiencia en investigación están: historia urbana (Bogotá, siglo XX), vida cotidiana y estilos de vida, cultura urbana, movilidad poblacional, vivienda, representaciones sociales de la ciudad, etnografía urbana, métodos biográficos, memoria oral. Publicó en 2007 su artículo Tiempo libre al aire libre. Prácticas sociales, espacio público y naturaleza en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera (1938-1948) en la revista Historia Crítica, 33 (2007). Correo electrónico: oisalazara@unal.edu.co


Resumen

Algunas de las ideas más generalizadas respecto a la cultura urbana en las ciudades modernas son la fragmentación del espacio y la individualización asociada al anonimato. Este artículo pretende mostrar las maneras como se expresan dichas características en las prácticas residenciales de familias e individuos de clases medias en Bogotá. Las prácticas residenciales de estas poblaciones se configuran actualmente en torno a lo que denomino regiones individuales y regiones familiares. Estas formas de regionalización del espacio urbano son el resultado de procesos sociales de largo y mediano plazo que han fortalecido la individualización de la sociedad, reducido el tamaño de las familias y los hogares, y redefinido los significados, formas y usos de la vivienda. Se argumenta que la fragmentación del espacio está relacionada con la dispersión, antes que con la destrucción de la estructura familiar, y que las regiones familiares constituyen una estrategia de adaptación y configuración de la vida urbana en Bogotá.

Palabras clave: Familia, individualización, vivienda urbana, cultura urbana, sociología urbana, antropología urbana.


AbstractSpace fragmentation, anonymity and individualization are some of the most generalized ideas about urban culture in modern cities. This article shows the expression of those characteristics in dwelling practices of middle class families and individuals in Bogotá. Dwelling practices are configured toward individual regions and familiar regions. Both are regionalization ways of urban space, and are produced by a long and middle term social processes that have strengthen individualization of society, reduced family and home size, and redefined meaning, form and use of urban housing. I argue that space fragmentation is associated to dispersion instead of destruction of family structure; in addition, familiar regions are an adaptation strategy that configures urban life in Bogotá.

Key words: Family, individualization, urban housing, urban culture, urban sociology, urban anthropology.


Resumo

Algumas das idéias generalizadas referidas à cultura urbana nas cidades modernas são: a fragmentação do espaço e a individualização ligada ao anonimato. Este artigo pretende mostrar as maneiras como se expressam ditas características nas práticas residenciais de famílias e indivíduos da classe média em Bogotá. As práticas residenciais destas populações se configuram atualmente em torno do que eu chamo como regiões individuais e regiões familiares. Estas formas de regionalização do espaço urbano surgiram de processos sociais de longo e mediano prazo, que têm fortalecido a individualização da sociedade, reduzido o número de famílias e lares e redefinido os significados, formas e usos da moradia. Argumentase que a fragmentação do espaço está mais relacionada com a dispersão do que com a destruição da estrutura familiar e que as regiões familiares constituem uma estratégia de adaptação e configuração da vida urbana em Bogotá.

Palabras chave: Família, individualização, moradia urbana, cultura urbana, sociologia urbana, antropologia urbana.


Existe un consenso entre los analistas de lo urbano respecto a la configuración de nuestras ciudades contemporáneas: se encuentran espacialmente fragmentadas, y no tienen la unidad que parece haber existido en las ciudades antiguas.1 Como ocurre con muchas ideas, ésta puede llegar a convertirse, a pesar de la evidencia empírica, en un lugar común generalizado que nos impone una mirada homogénea de la ciudad que no nos permite ver las sutilezas y la diversidad humana a las que nos enfrentamos en la vida diaria. Hablar de fragmentación urbana puede generar el temor infundado de que la sociedad asentada en dicho espacio sufra un proceso similar; la palabra se asocia con ruptura, caos, desorden, sinsentido, desconexión, circulación y cambio, más que estabilidad y anclaje a un lugar. No obstante, y a pesar de la convicción académica de que la ciudad contemporánea está fragmentada, las personas en su vida diaria continúan actuando con "actitud natural", confiadas en que las cosas funcionan como deben funcionar, conservando el orden o apostando por crearlo en las prácticas domésticas, y manteniendo relaciones rutinarias y constantes con otras personas. ¿Cómo comprender entonces las relaciones entre la abstracta fragmentación urbana y las prácticas diarias concretas de los habitantes de una ciudad?

Es necesario situarse al nivel de la experiencia cotidiana de los habitantes, a fin de conectar sus prácticas con la configuración más general de la ciudad. El análisis de estas relaciones no puede escapar de la discusión de la situación actual de la familia y los individuos, inmersos en procesos crecientes de individualización que la vida urbana ha fortalecido desde hace más de dos siglos, y tampoco puede desconocer el problema de la integración de prácticas y rutinas a lo largo del espaciotiempo urbano. En este sentido, la propuesta de este artículo consiste en comprender el problema de las prácticas residenciales y domésticas de los bogotanos de clases medias actuales, situando a la familia y a los individuos en los procesos espaciales y temporales de los que ellos hacen parte.2

Ubicados en este nivel, es posible observar las dimensiones micro de la fragmentación del espacio, así como las implicaciones sociales que ella tiene y las tácticas que las personas utilizan para ordenar su vida en un entorno urbano espacialmente discontinuo.

A pesar de tocar temas como el de la familia y los jóvenes, este artículo no parte de las perspectivas que se han desarrollado recientemente respecto a esos asuntos. La llegada a ellos se da por medio de una entrada diferente: la pregunta por las relaciones entre los sujetos y los espacios que habitan, y el significado de tales relaciones en el ámbito doméstico.3 Sin embargo, la emergencia de los temas de familia y juventud a lo largo del proyecto mostró cómo la perspectiva socioespacial adoptada permitía dar luces sobre las relaciones más cotidianas de los miembros de las familias estudiadas. En tal sentido, este trabajo resulta pertinente para mostrar las conexiones materiales, funcionales y simbólicas de las personas con su hábitat más inmediato, y, de este modo, referir los debates sobre familia y jóvenes al problema del espacio urbano.

Dentro de los desarrollos más recientes sobre la familia en Colombia, se revela la importancia de las perspectivas de género (Tovar, 2003; Henao, 2004); sus relaciones con la modernización, la violencia y el Estado en Colombia (Zuleta, 2004), y la creciente importancia de la subjetividad contemporánea (Laverde, 2004), entre otros. Las nuevas miradas han renovado nuestros estudios sobre la familia, y han hecho valiosos aportes, sin desconocer la relevancia de los trabajos pioneros de mediados del siglo XX, que tenían una perspectiva más funcionalista. En la actualidad, el tema de la familia demanda la introducción de entradas transdisciplinarias para su estudio, que permiten conectar la dimensión estructural de la familia con las prácticas de los sujetos.

En cuanto a la relación de la familia con la ciudad, diversos autores coinciden en señalar que, en ámbitos urbanos la individualidad de cada uno de los miembros del grupo familiar, nuclear o extenso, se reconoce en todas sus potencialidades. Aparece la mujer trascendiendo la función materna e incluso colisionando con ésta; aparece el joven como protagonista de primer orden, especialmente en el espacio público; aparece el viejo como "resto" desterritorializado del ámbito familiar; e incluso aparece el niño como demandante de espacios propios para su inserción en la sociedad (Henao, 2004, p. 85).

Este texto indaga precisamente en estas particularidades, por medio del análisis del espacio doméstico y la configuración de relaciones socioespaciales a partir de la subjetividad, donde el papel de los jóvenes y los cambios en los ciclos de vida de los individuos constituyen un importante eje de análisis.

Respecto al tema de los jóvenes, que ha tenido un importante desarrollo en Colombia desde la década de 1990, el espacio urbano ha sido estudiado fundamentalmente haciendo énfasis en las relaciones de los jóvenes con el espacio público, dentro de procesos de constitución de territorios, y expresiones culturales vinculadas a las denominadas "culturas juveniles" (Serrano, 2002). Si bien hay avances muy importantes en el campo de estudios sobre juventud y subjetividad, la indagación por las relaciones de los jóvenes con el espacio doméstico no tiene mucho desarrollo en el contexto colombiano. En consecuencia, la perspectiva aquí propuesta permite analizar situaciones y prácticas cotidianas de distintos miembros de las familias, dentro de una perspectiva socioespacial que resalta el papel central de la vivienda y el espacio urbano en el establecimiento de rutinas, significados y relaciones sociales propias de los modos de vida urbanos de las clases medias en Bogotá.

Hacia una perspectiva socioespacial: lugares/espacios, seguridad/libertad

Para comenzar, resulta pertinente repasar algunas de las perspectivas existentes acerca de la relación entre espacio y sociedad en los estudios urbanos en ciencias sociales, así como la postura particular que adoptaré en mi exposición.4 Aunque suene extraño, en nuestro contexto el análisis socioespacial de la ciudad ha sido relativamente débil hasta hace poco. Ello se debe a la importancia otorgada a aspectos políticos y económicos de muchas tradiciones teóricas, que durante décadas relegaron a un segundo plano o desconocieron el problema del espacio (Gottdiner, 1994); pero, también, a la multiplicación de estudios puntuales y de caso que centran su atención en problemas concretos y descuidan la integración de esos asuntos con el universo más general del que hacen parte (Cuervo, 2001). Probablemente, este vacío se debe también a la dificultad que implica la integración de las dimensiones micro y macro de la vida urbana, de manera que resulte iluminadora para la comprensión de la ciudad como un universo complejo.

A pesar de lo anterior, la perspectiva socioespacial tiene una larga historia, y sus orígenes pueden rastrearse en la sociología urbana de la Escuela de Chicago y los planteamientos de Louis Wirth (1964). Este autor se preocupó por el "desorden urbano", dado su interés por intervenir el espacio para mejorar las condiciones de vida de la población. A pesar de su criticado énfasis en el caos, la ecología urbana fue uno de los primeros planteamientos que hizo énfasis en las relaciones entre espacio y sociedad de manera sistemática (Gottdiner, 1994). Más recientemente, propuestas como las de Certeau (1980), Augé (1994) y Delgado (1999; 2002) revaloraron el papel del espacio como un factor determinante en la vida urbana, haciendo énfasis en el carácter inaprensible, fluido e imponderable del comportamiento de los citadinos, y coinciden en señalar cómo resulta más importante la circulación por el espacio que la residencia y el territorio. Parafraseando a Renato Ortiz (2000), el proceso urbano de los últimos dos siglos cambió el énfasis de la vida urbana de la casa a la calle, lo que ayudó a descentrar la vida cotidiana en la ciudad y apuntaló aquello que hoy conocemos como fragmentación.

En la situación de una ciudad en la que los lugares pierden su centralidad de antaño, surge entonces el interrogante de cómo hacer una investigación referida al espacio urbano que no privilegie los lugares, pero que tampoco los desconozca, como si lo único existente fueran circulaciones, fluidos y desvanecimientos. Si el lugar es sinónimo de seguridad, y el espacio lo es de libertad (Tuan, 1977), entonces el lugar permite establecer anclas y los referentes que hacen posible construir confianza, mientras que el espacio privilegia el movimiento, el cambio y el contacto, necesarios para que cualquier sociedad funcione. Teniendo en cuenta estas relaciones, es posible analizar la experiencia urbana de las personas desde la perspectiva del proceso de individualización de la sociedad en relación con el espacio urbano.

La necesidad de buscar soluciones prácticas a la tensión entre libertad y seguridad genera lo que Zygmunt Bauman ha denominado una "unión tempestuosa". En este sentido, la civilización occidental, durante los últimos dos siglos, ha privilegiado la individualización como una forma de solucionar la tensión entre libertad y seguridad. Nos encontramos en una sociedad de individuos, ya que "presentar a los miembros como individuos es el sello característico de la sociedad moderna [...]. La sociedad existe en su actividad de individualización, al igual que las actividades de los individuos consisten en la reconfiguración y renegociación cotidiana de la red de sus enredos mutuos llamada sociedad" (Elias, en Bauman, 2001, p. 58). Libertad y seguridad son entonces dos elementos inseparables, presentes en el proceso de individualización de la sociedad. La tensión entre ambos aspectos nos lleva a renunciar a algo de uno para obtener algo del otro, y, en la sociedad occidental, buena parte de esa carga recae sobre los individuos: si apuesto por la seguridad entonces debo restringir mi libertad de acciones, y si busco libertad, me veo obligado a tomar riesgos.

Lugar y espacio son dimensiones de la experiencia humana que se encuentran en una tensión similar: si bien el lugar nos da seguridad, puede convertirse también en una prisión -impuesta por alguien o autoimpuesta por sí mismo-; el espacio permite la libertad de movimiento y de contacto con los demás, pero en la ciudad moderna esta apertura a la circulación y la libertad ha generado también mucha soledad y aislamiento individual. Si bien el anonimato urbano favorece la libertad, está basado en una individualización de la sociedad que hace a las personas responsables casi exclusivas de sus decisiones, aunque la red de relaciones de las que haga parte no sea resultado de sus actos. En este sentido, algunos autores incluso han diagnosticado que nos encontramos en una sociedad "superyoica", en la que han desaparecido los carceleros y el control que antaño era necesario para mantener el orden social, ya que los carceleros y represores de nuestro comportamiento somos nosotros mismos (Jaccard, 1999; Bauman, 2001). Esto implica que el sentido del control y la vigilancia sobre lugares y espacios cambia, ya que la circulación y la movilidad de la ciudad moderna han llevado a formas de poder deslocalizadas e individualizadas.

Desde este punto de vista, propongo retomar y revisar algunos de los enfoques metodológicos clásicos de la antropología y la sociología para estudiar la ciudad.5 El proceso de individualización puede ser una explicación de las debilidades del concepto de comunidad, que, aplicado a los ámbitos urbanos, mostró ser poco operativo.6 Así, enfoques menos dependientes del lugar, como los estudios de redes sociales y, tal como mostraré a continuación, los que indagan acerca de la familia y sus procesos de cambio pueden ser entradas más adecuadas para comprender la manera como se ocupa y significa el espacio urbano. Esto no supone abandonar el estudio de espacios y lugares concretos en la ciudad, sino combinar la perspectiva localizada de la observación y la experiencia, con enfoques más deslocalizados, como el estudio de narrativas y trayectorias de vida. Desde esta perspectiva, a continuación me detendré en lo que he denominado regiones individuales y regiones familiares, como una forma de solucionar la tensión entre libertad y seguridad, para el caso de las prácticas residenciales en familias de clase media en Bogotá.

Regionalización y rutinización en la vida privada

La teoría de la estructuración de Anthony Giddens rebautiza algunas de las nociones básicas de la geografía, como lugar y espacio, en términos de una propuesta que pretende integrar espacio y tiempo, para comprender las prácticas de la vida diaria. La vida cotidiana se encuentra organizada según rutinas que se repiten en ciclos de actividades diarios, semanales o anuales. La rutinización, que se desarrolla en sedes de actividades, son vitales "... en los mecanismos psicológicos por medio de los cuales se sustenta un sentido de confianza o de seguridad ontológica en las actividades diarias de la vida social" (Giddens, 1984, p. xxiii). La posibilidad de predecir o mantener un mínimo control o conocimiento de los resultados de las acciones diarias otorga confianza y hace posible el fluir constante y relativamente organizado de la acción diaria. El conjunto de sedes en las que un individuo actúa, así como las sendas de circulación y comunicación que las conectan, configuran lo que Anthony Giddens denomina regiones. Una región es "una zonificación de un espaciotiempo en relación con prácticas sociales rutinizadas" (Giddens, 1984, p. 152).

En este punto es importante señalar que, para el propósito de este texto, el concepto de territorio, usual en geografía y en estudios regionales, resulta menos pertinente que los conceptos de región y regionalización propuestos por Giddens. El territorio supone la existencia de fronteras físicas relativamente claras y estables, dentro de las cuales un actor o una institución ejercen poder y control. Las regiones, en cambio, se definen según modos más fluidos, ya que denotan un recorrido tanto en el tiempo como en el espacio. Por ejemplo, prácticas localizadas con un alto grado de rutinización y continuidad en el tiempo suelen suponer altos grados de institucionalización, e implican la estructuración de conductas sociales por un largo espaciotiempo (por ejemplo, la compra de una vivienda); no obstante, otras actividades, rutinizadas y localizadas en sedes de actividades pueden ser temporales, trasladarse de un lugar a otro y redefinir la región de los actores, aunque ellas permanezcan siempre dentro de posibilidades concretas de relación con el tiempo y el espacio (por ejemplo, actividades de tiempo libre).

A partir de lo anterior, propongo examinar la constitución de regiones individuales en la cultura urbana contemporánea, como parte de un proceso general de individualización de la sociedad. Dentro de los factores que han intervenido en este proceso, que afectan la vivienda urbana, se encuentran el cambio demográfico de la segunda mitad del siglo XX (Flórez, 1990), en el que se ha consolidado un proceso de reducción de los tamaños de las familias, y hemos pasado de la hegemonía de la familia patriarcal a configuraciones familiares más diversas y complejas (Gutiérrez, 2003). Al mismo tiempo, la vivienda urbana ha experimentado un proceso de reducción en su tamaño y de especialización funcional (Prost, 1999; Salazar, 2004). Además de esto, la estetización de la vida doméstica en clases sociales altas y medias ha reconfigurado también la forma de la vivienda, e incluso se ha difundido como tendencia cultural hacia el diseño de viviendas de interés social. Todos estos factores han reforzado un proceso de individualización del espacio doméstico dentro de la vivienda, y han ayudado a dar a las personas grados de autonomía, libertad e importancia que antaño no tenían. La expresión práctica de este proceso en el tiempo y el espacio es lo que denomino región individual.

Las raíces históricas de la individualización del espacio pueden rastrearse en dos cambios paralelos de largo plazo operados a través de los últimos dos o tres siglos en el mundo occidental: primero, el paso de una sociabilidad centrada en la familia a una enfocada en el individuo como célula social, jurídica y productiva; y segundo, el avance de la privatización y la intimidad como valores culturales cada vez más arraigados. Estaríamos ante todo en una "sociedad de individuos", donde la conquista y el respeto del espacio propio de los individuos se están naturalizando socialmente como necesidad y como práctica.

Philippe Ariès (1999) señala que la aparición de la privacidad y su avance en el mundo occidental tuvieron origen en el surgimiento del Estado moderno. Tras las conquistas del Estado en el control político de la población, quedó relegada la vieja sociabilidad comunitaria de la Edad Media, centrada en las agremiaciones y las relaciones de protección y servidumbre entre los señores feudales y el vulgo. En este proceso, la familia dejó de ser únicamente una unidad de producción económica y se convirtió en un refugio para los individuos y ámbito de separación de la esfera pública -ahora bajo control del Estado-, con la que antes tenía una comunicación abierta y permanente. De esta forma, la esfera privada surgió como contraparte de la pública, cooptando aquellos ámbitos que el Estado no alcanzaba a cubrir y que eran intermedios entre la vida pública y los individuos; los ámbitos íntimo y social quedaron cobijados por la vida privada, que hasta bien entrado el siglo XX era, además, sinónimo de vida familiar (Pedraza, 1999).7

Para el caso colombiano, y específicamente el bogotano, la casa de familia era una forma concreta de regionalización de la vida privada, y no simplemente un emplazamiento físico. En esta perspectiva, "la casa es imposible de comprender si la concebimos solo como vivienda o como familia. Como categoría, aparece primero entre los nobles del medioevo europeo para luego extenderse hacia otros segmentos de la población en los períodos siguientes". Su existencia estaba en función de factores intangibles como los títulos, la nobleza y el honor, propios de la sociedad colonial, y su permanencia en el tiempo dependía del parentesco y las alianzas matrimoniales (Therrien y Jaramillo, 2004, p. 23). De esta manera, el hábitat de una familia es inseparable de los habitantes, y en el proceso de formación del Estado moderno, la casa se convierte en la sede colectiva -familiar- de la privacidad.

Pero el proceso de privatización no se detuvo allí; una vez consolidada la casa familiar, los individuos comenzaron a competir entre ellos por el acceso a una privacidad individual. En este sentido, Prost (1999) se refiere a la conquista de la intimidad individual durante el siglo XX, como parte del proceso consolidado durante el siglo anterior. Esto implicó el cuestionamiento de la autoridad absoluta del padre de familia, dueño de casa, a favor de un mayor equilibrio de poderes entre los individuos (Gil, 2001), y el reconocimiento del derecho a la intimidad individual, aunque se permaneciera en el seno de la familia. Gradualmente, tanto la ley como los hábitos culturales han otorgado al niño un estatus que antes no tenía, y en cuanto a la estructura y el orden de la casa, el acceso a una cama individual fue seguido de la habitación propia, completamente separada del resto de cuartos y salones.

Aunque a primera vista esta situación tenga la ventaja de ser más democrática e igualitaria, supone nuevos conflictos, que se expresan en la vida doméstica y en angustias personales, por cuanto muchas de las responsabilidades que antaño asumía el padre de familia comenzaron a ser transferidas a los individuos desde pequeños. La autonomía individual genera nuevas fuentes de conflicto: la juventud se erige como una condición política que reta la autoridad paterna y el mundo de los adultos; al investir a los hijos de una autosuficiencia que antes no tenían, el individuo debe cargar con la responsabilidad de "hacerse a sí mismo" (Bauman, 2001); queda disuelta la "doble hélice" de trabajo y familia, que antes funcionaba como eje del sentido de la vida individual y colectiva, lo que implica una búsqueda constante de significado, que genera angustias personales que antes eran solucionadas por la institución familiar (Gil, 2001). Además de ello, las condiciones del trabajo y el empleo en el mundo contemporáneo dejan sin piso la seguridad que antaño otorgaban los empleos estables y la seguridad social.

Regiones individuales: intimidad y estilo de vida

Al situarnos en la escala intermedia del ciclo de vida de los individuos, es posible ver cómo las regiones individuales tienen una génesis doméstica, asentada en el proceso de socialización primaria en el seno de la familia. La privatización se ha basado en el moldeamiento del cuerpo de los individuos de una manera tal, que el valor de la autonomía individual se incorpora desde muy temprano en prácticas como tener una cama propia desde niño, y si es posible, una habitación independiente. Exploremos a continuación cómo ocurre el proceso, deteniéndonos en la gradual incorporación de la necesidad de espacio propio a través de la habitación y los objetos individuales, que culmina en la salida de la casa de los padres como hito en la vida personal.

Tener un espacio propio en la casa paterna y la propiedad individual de objetos que aprendemos a apreciar son formas de constituir referentes de seguridad individual. Además del establecimiento de la confianza básica en las relaciones entre los niños y sus cuidadores (Giddens, 1984, pp. 77-126), objetos y lugares son formas de anclar la experiencia a referentes materiales constantes que otorgan seguridad. No obstante, la necesidad de tener una habitación propia de ninguna manera es algo que demande un niño de forma autónoma, ni una exigencia biológica impuesta naturalmente a los padres. La dedicación de los padres de clases medias a inculcar esta necesidad en los hijos es tal, que la habitación de los hijos llega a ser, temporalmente, uno de los lugares más importantes de la vivienda, incluso por encima del cuarto de los adultos (Salazar, 2004). Este esfuerzo por inculcar la individualización en los hijos hace parte del carácter de la infancia como una edad donde la identidad es otorgada, antes que construida de manera autónoma (Gil, 2001, pp. 53-76).

De la misma manera, la separación de las habitaciones de los hermanos, cuando la vivienda lo permite, es una necesidad convencional que hace posible reproducir y adaptar esquemas de comportamiento y configuración del espacio doméstico que son heredados o imitados. Tanto la separación espacial de los hijos pequeños de sus padres como la separación de cuartos entre hijos varones e hijas mujeres son patrones culturales reproducidos en la familia. Cuando se trata de hermanos de distinto sexo, el componente de género refuerza aún más el proceso, gracias al asiento corporal de la intimidad y el avance cultural del pudor y los valores asociados a la feminidad y la masculinidad, que también están en proceso de incorporación.

La separación en el uso de la ropa, los objetos y la habitación no tendría éxito sin un proceso de significación de estas dimensiones materiales de la individualidad. Si tener objetos y lugares propios en la casa constituye anclas de seguridad, la preocupación por la dimensión estética permite incorporar el valor de la libertad individual junto con sus formas culturales y sociales específicas; es el principio de la estructuración de espacios propiamente dichos. Esta parte de la estructuración de las regiones individuales tiene mayor impulso en la juventud, cuando las decisiones sobre la ropa, los gustos y el lugar propio comienzan a tomarse autónomamente, e incluso en contravía de los patrones estéticos familiares. Esta confrontación de poderes era impensable en la familia patriarcal o era fuertemente reprimida. En las condiciones actuales, la búsqueda de un estilo individual se ha convertido en una práctica de exploración de la subjetividad, aunque también de confrontación entre distintas generaciones.

Tener un cuarto propio hace posible una experimentación con el orden de los objetos y estimula la formación de criterios estéticos propios que van cambiando a lo largo de la juventud. Aunque el estilo de decoración inicialmente sea el que los padres deciden en la infancia de los hijos, en poco tiempo éste puede cambiar mucho más de lo que cambian otras partes de la vivienda. La obediencia y la desobediencia de los hijos y las tensiones de cambio y permanencia son ahora mediadas por diferencias de gustos. Una joven de 14 años asegura lo siguiente:

"El lugar más importante para mí es mi cuarto, pues ahí permanezco casi todo el tiempo; hago tareas, escucho música y me siento bien ahí porque tengo mis cosas y yo las ordeno. Tiene más o menos mi estilo. Yo puedo hacer lo que quiera con él, aunque entre comillas, porque mis papás no me dejan. Quiero cambiar la pintura pero no les gusta la idea [...]. Quiero rayos de pintura en una pared, en la otra quería negra y no me dejaron; para que uno pudiera escribir sería blanco y las colchas rojas o negras, pero no me dejaron; y cuadros de músicos que me gustan a mí: Charlie García, los Beatles, Beethoven y Bach, a cambio de esos angelitos, pero no les gusta mucho la idea".

De esta manera, la propiedad de objetos y lugares, unida al estilo propio, configura la célula inicial de una región individual, que en la juventud suele circunscribirse a la habitación propia como sede principal, que concentra y condensa el sentido de las acciones que se realizan: allí se materializan los gustos, compartidos, copiados, creados junto con los amigos; la habitación es una región posterior frente a la puesta en escena social que demanda la vida familiar cuando ésta se abre a la familia extensa, por ejemplo, en las fiestas y celebraciones.8

Un hito importante en la regionalización del espacio individual es la salida de la casa de los padres. Si en la infancia y la adolescencia la regionalización individual sentaba sus bases en la conquista del lugar propio en la vivienda familiar, la decisión de abandonar la casa es vista como sinónimo de liberación. No obstante, no puede verse este momento como una ruptura radical con la familia; si bien cobra mayor valor la libertad que la seguridad, es gracias a una seguridad ontológica inculcada y reforzada desde la infancia. Los dilemas que implica esta decisión y su carácter a veces inexplicable para las personas se expresan en la dificultad de definir el encanto intangible de la libertad, a pesar de las presiones y conflictos que genera en el individuo:

Yo no quisiera volver a la casa de mis padres, no tanto por las normas ni nada de eso, sino [porque] ya sé lo que es tener un sitio en donde nadie me pregunta para dónde me voy ni qué voy a hacer. Aunque el que era mi cuarto está disponible todavía en la casa de mis padres, fue por cuestiones de independencia que salí de la casa, y por eso mismo no regresaría.

Regiones familiares: cercanía, conveniencia y nuevas rutinas

Gracias a los cambios sociodemográficos de las últimas décadas y a la democratización de la familia, las formas de la independencia espacial pueden ser mucho más variadas que en la sociedad patriarcal, y cada vez más abiertas tanto a hombres como a mujeres: vivir solo(a), alquilar un apartamento con amigos, casarse. En este punto es posible encontrar similitudes en los procesos de cambio de la familia en la mayoría del mundo occidental. No obstante, hay variantes locales del hito biográfico de la salida de la casa de los padres que nos diferencian.9 Mi argumento al respecto es que, para nuestro caso, la regionalización individual del espacio no es posible en el mediano plazo del ciclo de vida individual, sin su integración con una regionalización familiar que la sustente.

Comenzaré con la ilustración del tipo de dilemas cotidianos que debe enfrentar un matrimonio recién constituido. La decisión de salir de la casa de los padres no es tan sólo un cambio de residencia, sino una práctica que exige reordenar el mundo individual y colectivo. Para comprender este proceso, la indagación por el problema de la ropa sucia ha sido utilizado por Kaufmann (1997) como entrada metodológica para comprender la manera como se resuelven en la práctica las luchas de poder implícitas en las parejas contemporáneas, en su esfuerzo por constituirse como matrimonio. Al respecto, señala que "la pareja ya no se forma como una o dos generaciones atrás, sino que la integración conyugal se ha convertido en un proceso lento y mucho más complejo", debido al proceso de individualización de la sociedad. La relación con la ropa sucia sería entonces un indicador del "grado de conyugalidad alcanzado por la pareja" (1997, p. 195). En su estudio, detalla las diversas maneras en que se acuerda la realización de las tareas domésticas, unas veces individualizando las responsabilidades, otras, colectivizándolas, pero siempre mediadas por prácticas y rutinas de intercambio.

En cuanto a la relación de la nueva familia con sus familias de origen, la ropa sucia también permite ilustrar el precio de la independización espacial. Una pareja joven de recién casados, en una entrevista hablaba del lavado de la ropa y la familia. A pesar de que no tenían empleada doméstica ni lavadora, la mujer no quería llevar a lavar su ropa a la casa de sus padres, quienes vivían muy cerca y tenían lavadora. La mujer estaba ya con dolores por lavar la ropa a mano, tarea a la que no estaba acostumbrada en casa de sus padres. Habían explorado alternativas como las lavanderías comunales, pero en ocasiones habían tenido que aceptar la ayuda ofrecida por los papás de ella. Para explicar su rechazo inicial a la ayuda, la mujer comentó que si había salido de la casa paterna no era para depender ahora de ellos en cosas como el lavado de la ropa, y resaltó la importancia de la independencia del matrimonio.

Este ejemplo ilustra el dilema de la libertad de la pareja en tiempos de individualización: la constitución de una nueva familia supone libertad respecto a la familia de origen, pero también implica asumir cargas y riesgos antes inexistentes. El valor ideal de la libertad sólo puede realizarse renunciando a una parte de la seguridad que representaba la familia de origen, en este caso, respecto al lavado de la ropa sucia. Lograr una plena autonomía de pareja supone un complejo proceso de adaptación no sólo entre los recién casados, sino también del matrimonio en relación con la familia extensa. En este proceso, la práctica de vivir cerca y buscar viviendas en barrios cercanos o zonas de la ciudad ya conocidas cumple un papel fundamental para equilibrar seguridad y libertad. En el caso del ejemplo, el vivir cerca no está dado en función del lavado de la ropa, pero es un indicio de la lógica que siguen las personas para salir de la casa de los padres.

Es en este punto donde la forma local de regionalización del espacio urbano muestra diferencias con procesos de individualización más acentuados. Establecer sedes de actividades cercanas al barrio y las regiones conocidas desde la infancia y la juventud es un patrón cultural que orienta la escogencia de la nueva residencia. La vivienda de quienes se independizan suele establecerse cerca de la casa paterna o materna, lo que, si bien configura a su vez nuevas sendas de circulación en la ciudad, mantiene la movilidad cotidiana en el espacio dentro de parámetros relativamente similares a los aprendidos con los padres. Este tipo de ocupación y práctica de la vivienda y la ciudad constituye una forma de regionalización complementaria a la regionalización individual aprendida en la infancia: se trata de la regionalización familiar.

La regionalización familiar del espacio urbano puede verse en varios estudios sobre vivienda en Bogotá, que permiten señalarlo como un patrón cultural importante en nuestro medio. Uno de dichos estudios señala, desde una perspectiva demográfica, cómo las áreas de residencia de las familias en un municipio como Soacha son seguidas por las generaciones posteriores, lo que muestra la importancia de las relaciones familiares como factor decisivo en la escogencia de un lugar de residencia (Dureau y Delaunay, 2005). En el caso de las clases medias, este patrón residencial se repite, y constituye una práctica colectiva que facilita la acumulación de un conocimiento colectivo del espacio urbano, el apoyo económico y práctico, y reconfigura las redes familiares. Esto ocurre de tal manera que las redes familiares se mantienen activas como estrategias de adaptación cultural, aunque alineadas con las lógicas de la individualización y la independencia espacial.

Revisemos un par de ejemplos del funcionamiento de las regiones familiares, para identificar los aspectos que las caracterizan. La primera característica de las regiones familiares es que integran las regiones individuales, a la vez que permiten mantener separadas distintas sedes de residencia y actividades entre los individuos. Su constitución depende de la historia residencial familiar, y de las representaciones y experiencias colectivas -familiares- de la ciudad y sus diferentes zonas. La práctica de vivir cerca de la familia es una manera de integración, y puede verse en el siguiente caso, de una mujer cabeza de hogar que en el momento de la investigación vivía en el norte de la ciudad junto con dos hijos jóvenes, estudiantes universitarios:

"Nosotros vivíamos en la calle 26 con 42, en frente de la Universidad Nacional, en un apartamento en un octavo piso. [...]Yo vivía en ese sitio porque mis padres vivían muy cerca; [dos cuadras más adentro, en frente de la Feria Exposición, en Quinta Paredes]. Cuando a mí me dieron el préstamo yo podía comprar un apartamento, entonces empecé a buscar, pero yo había vivido siempre a tres cuadras de mis papás. [...] Mi papá y mi mamá tenían ahí su casa, que era la casa donde habíamos vivido desde que yo tenía ocho años. Pero entonces en ese momento ya mi hermano se había casado, ya estaban ellos dos solos con mi hermana, que era chiquita. Y ellos dicen: "no, pues vamos también cerca para donde tú te vayas". Ya ellos querían cambiar también, vivían hacía veinte y tantos años ahí y entonces empezamos a buscar. Este conjunto [de edificios donde vivo ahora] lo construyó el hermano de mi cuñada [...]. Habíamos buscado muchos sitios pero apareció esa coyuntura de que [él] era el constructor. [...] Entonces yo compré este apartamento y mi mamá compró el del edificio del frente, donde [actualmente] vive".

La ubicación de las nuevas sedes residenciales puede ser muy cercana, como en este caso, o más distante y dispersa, en el mismo barrio o en barrios contiguos.10 Como puede observarse en el ejemplo, la integración de la familia en sus relaciones es tan importante que la decisión de una hija ya casada y con vivienda propia puede motivar una decisión de movilidad residencial análoga en los demás miembros de la familia extensa. Aunque, en este caso, la decisión de la hija y su esposo motiva el cambio de residencia de los padres de ella, en otros casos ocurre al contrario, más acorde con el modelo de la familia patriarcal extensa.

La segunda característica de las regiones familiares es que funcionan de manera conveniente y convencional. Su sentido está relacionado con el apoyo económico y práctico en aspectos como el cuidado de los niños por parte de abuelos y tíos, las rutinas diarias y semanales de mantenimiento de la vivienda,11 y la existencia de referentes espacialmente situados de seguridad psicológica colectiva e individual. Una de las prácticas relacionadas con la conveniencia de las regiones familiares se ve en el caso de la empleada doméstica, común a muchas familias de clases medias y altas de la ciudad. En una de las familias entrevistadas existía un contrato colectivo con una misma empleada del servicio, que trabaja en tres viviendas de la familia en días diferentes de la semana. La empleada trabajaba por días en la casa de los padres de familia -que viven ya solos en un apartamento-, en la del hijo mayor -casado y con una hija- y en la de la hija -que vive sola en un apartamento cercano al de sus padres-.

La conveniencia es extensiva a actividades cotidianas imponderables, como el préstamo de objetos, la ayuda mutua con los hijos y nietos, o el mantenimiento de los lazos afectivos. No obstante, su estructuración puede ser transitoria y bastante frágil, pues no depende de la existencia de normas estandarizadas, sino de convenciones colectivas que se negocian entre individuos y entre familias. Estas convenciones consolidan lo que algunas personas denominan "tradiciones familiares", que sólo pueden existir en la medida en que las prácticas se rutinizan y conectan con sedes de actividades y flujos de circulación -de información, de objetos, de dinero, de personas- a través de la regionalización. El carácter convencional de las prácticas familiares no podría estabilizarse si no se da la tercera característica: las relaciones con y en el espacio definido por la región familiar operan en torno a sedes principales y sedes secundarias que se conectan a través de los flujos de actividades.

Las sedes principales en las regiones familiares están determinadas por las viviendas, entre las que suele existir una en torno a la que se organizan las demás. Como vimos en el ejemplo del cambio de residencia, los padres siguieron a la hija mayor y su familia en el cambio de residencia en los años 80. Actualmente, el patrón de regionalización se mantiene, aunque comienza a ser reconfigurado por los hijos: uno de ellos se fue a vivir al centro de la ciudad, muy cerca de su lugar de trabajo y antigua sede de estudio, pero luego de unos años cambió de vivienda y se acercó a la vivienda de su madre. Esta movilidad, no obstante, se mantiene dentro de un eje constituido por la casa materna y el lugar de trabajo. Del mismo modo, las actividades de tiempo libre se estructuran en torno a las sedes de residencia, lo que refuerza aún más la constitución de la región familiar, gracias a la existencia de patrones de movilidad.

Finalmente, un ejemplo de la manera como se conectan las sedes a través de los flujos de información y actividad. Juliana, una mujer que trabaja en el centro de la ciudad, se encuentra en su oficina revisando el correo electrónico. Al mismo tiempo habla por teléfono con su mamá, que se encuentra en su casa, a un par de kilómetros de distancia, en el barrio Modelia. Hablan de las cosas triviales de las que todos hablamos, como definir lo que harán el fin de semana, o qué pedirle a Graciela, la empleada de servicio, que prepare para el almuerzo. Juliana vive sola en un apartamento propio ubicado a tres cuadras del de sus padres, y algunos días de la semana le dejan la comida lista en su apartamento para que cuando llegue de trabajar no tenga que cocinar. Me asombra su capacidad para revisar el correo electrónico al tiempo que conversa por algo más de quince minutos con su madre; no se "desconecta" ni de una ni de otra cosa, e incluso me hace señas para que no salga de su oficina y la espere para que podamos conversar.

De acuerdo con Giddens, la integración de los sistemas tecnológicos de comunicación electrónica en la sociedad moderna independizaron por primera vez en la historia humana los medios de transporte de los medios de comunicación. Esto hizo posible algo que en el pasado resultaba imposible: la interacción en condiciones de no copresencia. Hasta antes de la invención del telégrafo y la difusión del teléfono, comunicarse implicaba trasladarse, o que alguien llevara físicamente el mensaje por uno, por ejemplo, correo, periódico (Giddens, 1984, p. 101). No puede afirmarse que la aparición de estos medios electrónicos haya producido por sí misma los cambios en la configuración de las familias y las relaciones entre los individuos pero, sin duda, gracias a ellos, el proceso de individualización ha podido acentuarse a lo largo de la última mitad del siglo. Aunque la independencia espacial que genera la salida de la casa de los padres conlleva una ruptura con el grupo familiar, ya no implica aislamiento. Hoy es posible mantener interacción y comunicación constantes, sin necesidad de copresencia ni de movilización entre sedes de actividades, tal como lo muestra el ejemplo de Juliana.

De lo anterior puede concluirse que las regiones familiares actuales dependen, en gran medida, de dos procesos contrarios: la fragmentación en el uso del espacio urbano gracias a prácticas culturales como la independencia de individuos y familias, y la integración a través de lazos de comunicación que favorecen los medios electrónicos, y prácticas colectivas rutinizadas como las reuniones familiares, las actividades de fines de semana o las celebraciones periódicas. Estas rutinas permiten preservar la privacidad y la intimidad de los individuos, así como equilibrar y solucionar parcialmente la tensión entre libertad y seguridad que se expresa en el establecimiento del "espacio propio", que otorga libertad respecto a la familia, y la definición de regiones familiares que dan seguridad al preservar conocimientos, y relaciones con lugares conocidos donde son predecibles y relativamente controlables las consecuencias de las actividades cotidianas.

Observaciones finales

Los cambios de las últimas décadas en los usos y sentidos de la vivienda urbana son reflejo de un proceso que ha sido señalado por varios autores respecto a la relación de los seres humanos con la ciudad: el lugar -la casa de familia- que representaba seguridad ha sido reemplazado por flujos y lazos cambiantes, por múltiples sedes que deben estar interconectadas. Por su parte, la libertad, antes pautada institucionalmente de manera excluyente por el orden patriarcal y restringida a los hombres cabeza de hogar, hoy es un derecho de todos, que genera competencias internas individuales dentro de la familia por el acceso a los recursos que la hacen posible: tiempo, espacio, dinero, objetos, gustos propios. La región familiar parece ser una solución cultural a la tensión entre espacio de los individuos y espacio de las familias, en una sociedad que sigue valorando los ideales de la unión familiar. Puede afirmarse que la vieja casa de familia del orden señorial patriarcal ha sido reemplazada en la ciudad por la región familiar.

Lo anterior nos lleva a pensar que lo que hay es una dispersión de la familia extensa, en lugar de una fragmentación, y su desaparición absoluta como institución social aún podría estar en entredicho. Por lo menos en nuestro caso y momento histórico concreto, el correlato de la fragmentación espacial de la ciudad no es la atomización de la sociedad en mundos individuales aislados, sino la dispersión espacial de las redes familiares y sociales, que se constituyen en mecanismos de adaptación característicos de nuestros modos de vida urbanos. Esta dispersión es dependiente de una integración social ahora deslocalizada, que incluso depende de altos grados de interacción, y de una integración sistémica más fluida y menos "pesada" que la de las instituciones sociales de antaño, tan ancladas al lugar y a la constitución de territorios.

Finalmente, el ejercicio de observar la relación de familias e individuos con el espacio en el mediano plazo del ciclo de vida muestra ser una entrada metodológica pertinente para comprender los modos de vida urbanos. La investigación urbana debe considerar el espacio como una variable fundamental en la comprensión de lo humano, pero debe integrarla con el estudio de las redes de relaciones, la interacción y los cambios históricos. En este aspecto, las propuestas metodológicas de Lewis para estudiar las maneras de adaptación de las personas a la vida urbana siguen vigentes, y la mirada a la familia resulta ser relevante, incluso, para comprender nuestras formas locales de individualización. A pesar de la importancia de procesos como la mundialización de la cultura y la individualización de la sociedad, persiste la familia, en cualquiera de sus múltiples configuraciones contemporáneas, como el eje fundamental "... del que se desprenden todas las versiones posibles sobre el individuo y la sociedad, sobre lo privado y lo público, sobre lo cotidiano y lo trascendente" (Henao, 2004, p. 87).


Comentarios

1 Las referencias sobre esta discusión pueden ser bastante extensas; a manera de ilustración sobre esta discusión, pueden verse Lezama (1993); MartínBarbero (1994); Ortiz (2000); Pérgolis (1998).

2 Este artículo expone y reelabora algunos de los resultados de mi investigación sobre vivienda y clases medias en Bogotá, realizada como parte de la tesis de Maestría en Antropología de la Universidad de los Andes entre 2002 y 2004 (Salazar, 2004). Una versión anterior de este mismo documento fue presentada como ponencia en la mesa de Cultura en el IX Congreso Nacional de Sociología, y en el simposio Fricciones sociales en ciudades contemporáneas, en el XII Congreso de Antropología en Colombia, en octubre de 2007.

3 El objetivo original del proyecto del cual se deriva este artículo apuntaba a comprender las maneras como la vivienda de clases medias en la ciudad adquiere diferentes significados a lo largo del ciclo vital de sus habitantes, y la conexión de tales significados con modos de vida urbanos.

4 No sobra aclarar que no pretendo aquí realizar estado del arte a este respecto, ya que ello desbordaría los alcances de este artículo. Hago esta revisión únicamente para situar el problema y definir mi perspectiva sobre la relación espaciosociedad, dada su pertinencia para comprender distintas dimensiones de lo urbano de una manera integrada.

5 Manuel Delgado (1999; 2004) ha hecho propuestas metodológicas recientes sobre etnografía urbana que son aplicables al estudio del espacio público. No obstante, la vida doméstica es un campo de indagación en el que parece haber poco avance en nuestro contexto. Algunos de los referentes clásicos obligados a este respecto son las propuestas metodológicas de estudio de la familia urbana migrante hechas por Oscar Lewis (1959) para el caso de Ciudad de México, así como las de Foster y Kemper (2002). Para una revisión reciente del problema de la interpretación de la cultura urbana basada en los planteamientos clásicos de este campo, ver Charry, 2006.

6 La Escuela de Chicago, y Louis Wirth (1964) hicieron bastante énfasis en la identificación y estudio de comunidades urbanas, pero su énfasis recayó sobre grupos humanos marginales que fueron "exotizados" por la mirada científica (Vidich y Lyman, 2003). Estudios posteriores demostraron que la noción de comunidad no era aplicable de la misma manera a grupos asentados en la ciudad, y se hicieron más pertinentes los estudios de redes sociales, consumo, clases sociales (Gottdiner, 1994).

7 Para el problema de la "domesticidad" en relación con la vivienda moderna, y las relaciones entre familia y vivienda en el caso europeo y norteamericano, ver Rybczynski (1986), Bushman (1993) y Löfgren (2003).

8 Los conceptos de región anterior y región posterior son propuestos originalmente por Goffman (1959) al plantear el problema de la interacción social entre personas en la vida cotidiana como una puesta en escena que podría estudiarse a partir de la metáfora del teatro. Las regiones anterior y posterior son interdependientes, por cuanto la existencia de la región anterior, donde los actores se "ponen en escena", asemeja al escenario, donde se presenta la cara pública y donde se da la interacción, mientras que las regiones posteriores sustentan la existencia de las regiones anteriores, a la manera de la región que se encuentra "tras bambalinas", donde se soportan la escenografía y las motivaciones profundas de la acción social. Los conceptos son revisados por Giddens (1984) al plantear los conceptos de rutinización y regionalización, por cuanto permiten comprender el carácter dinámico de la estructuración social.

9 Lo que denomino aquí hito biográfico es trabajado por la perspectiva de la biografía comprensiva de Norman Denzin (1989) como epifanías, y por Gil (2001) como encrucijadas vitales. De acuerdo con Denzin, el estudio de estos eventos cruciales en la vida de las personas hace posible acceder al sentido que tiene el relato de la vida de los individuos, y así, comprenderlos desde su propia perspectiva. Hago aquí una extensión de esta idea a la comprensión de los vínculos entre biografía personal y espacio, referido a la vivienda; de este modo, la salida de la casa de los padres es un patrón o evento culturalmente relevante que marca las historias personales, su relación con otros relatos individuales y con el espacio doméstico.

10 Un estudio posterior podría indagar por las maneras como se conforman estas sedes de residencia, las distancias y características de la ocupación de las viviendas, y la influencia del gusto y las representaciones de ciertas partes de la ciudad como factores importantes en el proceso. La investigación permitió identificar la importancia de los factores, pero no aportó información suficiente para agotar una caracterización completa de los tipos de prácticas asociadas al proceso.

11 "Mantener el espacio" es una categoría bajo la que se agruparon en el estudio actividades diversas como el aseo diario de la vivienda, la organización y reorganización del espacio, las remo delaciones y modificaciones en el orden de los muebles y objetos, etcétera. Denota el conjunto de prácticas que permiten lidiar con el desorden producido por las actividades cotidianas, y que a su vez se convierte en una actividad altamente valorada para mantener el orden y controlar el espacio doméstico (Salazar, 2004, pp. 62-79).


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Fecha de recepción: 13 de septiembre de 2006 • Fecha de modificación: 10 de septiembre de 2007 • Fecha de aceptación: 31 de octubre de 2007

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