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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.31 Bogotá Sep./Dec. 2008

 

La ciencia norteamericana se vuelve global: el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York en Colombia

Camilo Quintero Toro

Historiador de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. M.A. y Ph.D. en Historia de la Ciencia, Universidad de Wisconsin, Madison, Estados Unidos. Actualmente se desempeña como profesor asistente en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: cquinter@uniandes.edu.co


RESUMEN

Entre 1910 y 1915 el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York llevó a cabo varias expediciones en territorio colombiano. Tomando como base estudios recientes del imperialismo cultural norteamericano y la ciencia y el imperialismo, este artículo estudia las colecciones de aves de estas expediciones, para explorar el rol del imperialismo norteamericano en la ciencia, así como el rol de la ciencia estadounidense en la expansión de Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX. El artículo ilustra cómo algunas teorías de raza y migración moldearon la manera en que los naturalistas norteamericanos se apropiaron y comprendieron la naturaleza colombiana. Así mismo, el artículo estudia la perspectiva de los naturalistas colombianos frente a las expediciones, concluyendo que, lejos de ser simples marionetas de los intereses norteamericanos, los colombianos usaron la relación con naturalistas estadounidenses para cumplir con sus propios programas.

PALABRAS CLAVE

Historia de la ciencia, Estados Unidos, Colombia, imperialismo, expediciones, museos.


North American Science goes Global: New York’s American Museum of Natural History in Colombia

ABSTRACT

Between 1910 and 1915 the American Museum of Natural History carried out several expeditions in Colombian territory. Taking into account recent studies on U.S. cultural imperialism and science and imperialism, this paper analyzes the collections of birds from these expeditions to explore the role of North American imperialism in science, as well as the role of North American science in the expansion of the United States in the first decades of the twentieth century. The paper illustrates how theories of race and migration shaped the way in which North American naturalists appropriated and comprehended Colombian nature. Likewise, the paper explores the perspective of Colombian naturalists towards the expeditions, concluding that, far from being mere puppets of North American interests, Colombians used the relationship with U.S. naturalists to pursue their own agendas.

KEY WORDS

History of science, United States, Colombia, imperialism, expeditions, museums.


A ciencia norte-americana torna-se global: o Museu Americano de História Natural de Nova York na Colombia

RESUMO

No transcurso de 1910 a 1915, o Museu Americano de História Natural de Nova York realizou várias expedições no território colombiano. Tomando como base os estudos recentes do imperialismo cultural norteamericano e a ciência e o imperialismo, este artigo estuda as coleções de aves destas expedições, para explorar o papel do imperialismo norte-americano na ciência, assim como o papel da ciência americana na expansão dos Estados Unidos nas primeiras décadas do século XX. O artigo ilustra como algumas teorias da raça e migração moldaram a maneira pela qual os naturistas norte-americanos se apropriaram e compreenderam a natu-reza colombiana. O artigo estuda também a perspectiva dos naturistas colombianos perante as expedições, concluindo que, longe de serem simples fantoches dos interesses americanos, os colombianos usaram a relação com os naturistas americanos para cumprir com seus próprios programas.

PALAVRAS CHAVE

História da ciência, Estados Unidos, Colômbia, imperialismo, expedições, museus.


Visitar los grandes museos de historia natural en Estados Unidos es una experiencia abrumadora. Caminar por los pasillos del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York, la Academia de Ciencias Naturales en Filadelfia o el Museo Nacional de Historia Natural en Washington nos recuerda la enorme diversidad de vida en nuestro planeta. Los dioramas que representan la vida de las aves en el sudeste asiático son completamente diferentes de aquellos que representan la avifauna de Suramérica. Las exhibiciones sobre mamíferos de Norteamérica tienen poco parecido con la vida animal en Australia. De lo que muy pocos visitantes se dan cuenta es que los especímenes que están exhibidos representan sólo una pequeña fracción de las vastas colecciones de plantas y animales que están guardados a puerta cerrada. Más de dos millones de especímenes de historia natural de todas partes del mundo residen en los museos de Nueva York, Washington y Filadelfia. Los millones de ejemplares de aves, reptiles, mamíferos, peces, entre otros, que fueron recolectados con fines investigativos son en buena medida el resultado de las relaciones globales y la influencia internacional que desarrolló Estados Unidos a lo largo del siglo XX.

Entender cómo se formaron estas colecciones revela una historia sobre imperialismo, relaciones científicas internacionales y estructuras de poder en la ciencia. Este artículo se enfoca en las colecciones de aves que los ornitólogos estadounidenses del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York (MAHN) recolectaron en Colombia a través de expediciones científicas en las primeras décadas del siglo XX, como pretexto para explorar el rol del imperialismo norteamericano en la ciencia. Al mismo tiempo que Estados Unidos expandía su influencia económica, política y cultural sobre Latinoamérica, los naturalistas norteamericanos, quienes ya habían empezado a mirar por fuera de sus fronteras en su búsqueda por entender el mundo natural, extrajeron de Colombia miles de aves y las llevaron consigo a Estados Unidos con la idea de desarrollar mejores estudios sobre la historia natural y los orígenes de la vida en América Latina.

Este estudio de caso nos permite expandir nuestra visión de la historia de la ciencia y el imperialismo, introduciendo a Estados Unidos como un actor importante, un país que por lo general ha estado ausente en los debates sobre la historiografía de la ciencia y el colonialismo. A pesar de que los estudios sobre ciencia e imperialismo han ganado un enorme terreno en las tres últimas décadas mostrando cómo la ciencia tiene un inmenso poder para ejercer control sobre colonias y expandir imperios, estos estudios se han centrado en su mayor parte en la interacción de los imperios europeos y sus colonias en Asia, África y América Latina (Arnold, 1993; Lafuente, Elena y Ortega, 1993; MacLeod, 2000; Petitjean, Jami y Moulin, 1992). De hecho, la literatura sobre la importancia científica de los imperios parece detenerse a comienzos del siglo XX, en la época en que el imperialismo europeo comenzó a decaer y cuando las grandes colecciones de historia natural fueron supuestamente reemplazadas por las prácticas de laboratorio como los pilares del trabajo científico (Grove, 1996; Hunt, 1999; Secord, 1996; Storey, 1997). Este artículo busca argumentar que, al tomar a Estados Unidos como una potencia imperial, la relación entre imperialismo y ciencia continuó siendo muy fuerte, por lo menos durante la mayor parte del siglo XX (Anderson, 2006; Cueto, 1994; McCook, 2002; Quintero, 2006).

Es importante aclarar que la idea de ver a Estados Unidos como un imperio informal no es un tema reciente dentro de la academia. Durante los años setenta y ochenta, diversos académicos, tanto en Estados Unidos como en Latinoamérica, explicaron las relaciones entre ambas regiones como de tipo imperial. En particular, varios estudios argumentaron que como la región latinoamericana tenía una fuerte dependencia económica respecto a Estados Unidos, los estadounidenses tenían un inmenso poder para definir el curso político y social de la región (Cardo-so y Faletto, 1969; LaFeber, 1967; Williams, 1972). Aunque esta visión ayudó a mostrar el desequilibrio de poderes entre Estados Unidos y Latinoamérica, su análisis se centró en el estudio económico, dejando de lado otros aspectos históricos importantes. Además, estos académicos miraron las relaciones internacionales estadounidenses desde una perspectiva dicotómica. Es decir, entendieron las relaciones entre Estados Unidos y una gran parte del mundo como una relación entre opresores y oprimidos, sin tener en cuenta los diversos niveles de complejidad, en los que de lado y lado había actores intermedios que no se podían ubicar claramente de un lado o del otro.

La idea del imperialismo estadounidense ha sido retomada recientemente bajo nuevas perspectivas. Más que ver los encuentros entre Estados Unidos y el mundo como una historia de la relación entre conquistadores y subordinados o explotadores y victimas, nuevos estudios han argumentado que es importante entender los diversos niveles que han caracterizado las relaciones internacionales norteamericanas. En el caso latinoamericano, el imperialismo norteamericano fue en buena parte un imperialismo invitado que les convino a muchos sectores de la sociedad. Tanto latinoamericanos como norteamericanos sacaron provecho de esta relación, y son estos matices los que le dan complejidad a la relación entre ambas regiones. Más aún, es importante entender que la política expansionista estadounidense tuvo una fuerte influencia no sólo en la cultura de aquellos lugares en donde hubo intervención norteamericana, sino también sobre la cultura nacional de Estados Unidos, en donde el imperialismo ha sido una parte central de la forma de vida. A medida que Estados Unidos fue expandiendo su influencia por el mundo, la cultura norteamericana dentro de su territorio fue cambiando a su vez. Por último, estos estudios han enfatizado que el imperialismo norteamericano no ha sido exclusivamente económico, sino que también ha afectado áreas como la educación, la cultura de consumo o la ciencia, entre otros (Joseph, LeGrand y Salvatore, 1998; Kaplan y Pease, 1993; Stoler, 2006).

La ciencia y la medicina acompañaron y ayudaron en la expansión global estadounidense. Desde el desarrollo de enclaves como la United Fruit Company o la Tropical Oil Company hasta los sondeos de historia natural financiados por el Estado y las expediciones científicas de los grandes museos, la ciencia norteamericana extendió su alcance por todo el mundo. El sueño de recolectar, clasificar y guardar todo el mundo natural en un solo lugar, un sueño que supuestamente se perdió con la caída de los imperios europeos, se convirtió en el anhelo de ornitólogos, paleontólogos, entomólogos, etc., en instituciones de Estados Unidos. Diversos museos, acuarios y zoológicos estadounidenses en el siglo XX, tal y como lo hicieron sus homólogos europeos en el siglo XIX, se convirtieron en monumentos a la fuerza y la visión del mundo norteamericanos (Cain, 1993; Smocovitis, 1996; Winsor, 1991). Este estudio de cómo estudiaron y recolectaron los norteamericanos la avifauna colombiana en la primera mitad del siglo XX espera dar otro paso para entender el problema del poder en las relaciones científicas entre Estados Unidos y Colombia.

HACIA LAS EXPEDICIONES CIENTÍFICAS

Durante el siglo XIX, la ornitología norteamericana ganó mucho terreno como disciplina. Ayudados en buena parte por miles de aficionados que cada año reportaban y enviaban nueva información sobre avistamientos y posibles nuevas especies, los ornitólogos profesionales habían clasificado hacia finales del siglo casi la totalidad de la avifauna de Estados Unidos. Además, con la creación de la Unión de Ornitólogos Americanos (American Ornithologists’Union) en 1883, los ornitólogos lograron crear a su alrededor una institución poderosa que les permitió proponer novedosas teorías que ganaron aceptación no sólo en Norteamérica sino también en Europa (Barrow, 1998).

A comienzos del siglo XX los ornitólogos estadounidenses dieron un siguiente paso al enfocarse en aves de otras regiones del mundo, especialmente en Latinoamérica. Como lo explicó Frank Chapman, el curador del departamento de ornitología en el MAHN y uno de los ornitólogos más reconocidos en Estados Unidos en ese momento, al recordar en su autobiografía esta expansión:

Los ornitólogos norteamericanos, con pocas excepciones, no habían salido de los límites de su propio país […] En vista de las relaciones cercanas que existían entre las aves de Norte y Suramérica, y debido a la importancia de estas relaciones, el problema del origen, la distribución y la migración, nos pareció obvio que estábamos en la obligación de viajar al extranjero a estudiar las aves de nuestro propio hemisferio (Chapman, 1933, p. 205).

Para Chapman, explorar el continente suramericano parecía ser el paso que la ornitología estadounidense debía dar a continuación. Los intereses expansionistas norteamericanos en Latinoamérica se extendieron mucho más allá de las aves. Desde finales del siglo XIX Estados Unidos ya había comenzado a ver a América Latina no sólo como un potencial comprador de bienes manufacturados sino también como una excelente fuente de materias primas. Para ese entonces los norteamericanos estaban produciendo muchos más artículos industrializados de los que se podían consumir dentro del país. Líderes políticos y dirigentes de las nuevas grandes corporaciones tuvieron que volcar sus ojos hacia otras regiones como América Latina y Asia, en busca de nuevos mercados. En ese tiempo, los gobiernos latinoamericanos habían enfocado sus economías en la producción y exportación de bienes sin procesar, y dependían en buena parte de las importaciones para suplir la demanda de bienes procesados. Los estadounidenses quisieron sacar ventaja de esta situación, y a través de fuertes guerras de precios comenzaron a reemplazar a Europa como el socio comercial más importante de la región (Gilderhus, 2003).

La guerra Hispano-estadounidense de 1898, en la que Estados Unidos derrotó al ya débil imperio español y tomó el control de Puerto Rico, Cuba y Filipinas, no sólo debe entenderse en este contexto sino que dejó muy en claro los deseos expansionistas de los norteamericanos (Pérez, 1990, 1998). Para 1904, los intereses imperialistas sobre Latinoamérica se hicieron aun más explícitos, cuando el presidente Theodore Roosevelt no sólo tomó control absoluto de la zona donde se construiría el canal de Panamá sino que también estableció el llamado Corolario de la Doctrina Monroe. Roosevelt argumentó en ese entonces que Estados Unidos tenía el derecho y el deber de intervenir en América Latina si esto implicaba ayudar y civilizar a sus vecinos del sur. Además de este intervencionismo político, durante las primeras décadas del siglo XX Estados Unidos expandió drásticamente su influencia económica sobre el continente. Los grandes préstamos de los bancos privados norteamericanos a los gobiernos latinoamericanos, así como una creciente presencia de corporaciones y enclaves norteamericanos en la región incrementaron y solidificaron los vínculos políticos, comerciales, sociales y culturales entre ambas regiones (Brands, 1997; Cooper, 1983; Lemaitre Román, 2003).

La ciencia y la exploración fueron aliados importantes en esta expansión norteamericana desde el comienzo. Por ejemplo, dos años después de fundada la National Geographic Society (Sociedad Geográfica Nacional), su presidente, Gardiner G. Hubbard, presentó a Suramérica como una región que merecía atención especial, y utilizó su discurso anual para explicar y analizar algunos de sus aspectos geográficos, políticos, económicos y antropológicos más importantes. El discurso –el cual se publicó un año después en el National Geographic Magazine, la revista oficial de la Sociedad– fue un llamado para usar la ciencia como una forma efectiva de ayudar los intereses norteamericanos en el extranjero a través de expediciones y sondeos científicos que documentaran los recursos y la vida suramericanos. Los intereses comerciales eran uno de los temas que Hubbard tenía en mente, como él mismo lo explicó:

La reciente reunión del Congreso Panamericano ha llamado la atención hacia Suramérica, una parte de nuestro continente bajo formas republicanas de gobierno y rica en productos de los que carecemos, mientras que depende de otros países para obtener productos que nosotros manufacturamos. Norte América y Suramérica deberían estar unidas de manera más cercana, pues la una es el complemento de la otra (Hubbard, 1891, p. 1).

La National Geographic Society no estaba sola en este nuevo interés en la región. Muchas organizaciones científicas en Estados Unidos, como el Museo Americano de Historia Natural en Nueva York, el Smithsonian Institution en Washington, el Museo de Zoología Comparada en la Universidad de Harvard y el Museo Carnegie en Pittsburgh, también empezaron a enfocar su atención en Suramérica, a medida que una nueva era de expansión económica, cultural y científica se abría con la llegada del nuevo siglo.

Al mismo tiempo que Estados Unidos reemplazaba lentamente a Europa como la principal fuerza política y económica en diferentes países latinoamericanos, los ornitólogos estadounidenses también empezaron a reemplazar a los europeos en el estudio de la avifauna de la región. Parte de este cambio se dio con el énfasis que dieron los norteamericanos a las expediciones científicas. Hay que recordar que durante el siglo XIX las aves colombianas eran una de las muchas mercancías que colombianos y europeos extrajeron de territorio colombiano para exportar a países como Inglaterra o Francia. Las aves y sus plumas eran cazadas por recolectores comerciales que las vendían en el comercio de Londres y París, donde no sólo naturalistas reconocidos sino también entusiastas y sombrereros las podían comprar (Camerini, 1996). Para comienzos del siglo XX, los norteamericanos cambiaron este modelo comercial de la ciencia europea al volcar su atención más en expediciones científicas y no en la compra de especímenes de historia natural disponibles en el mercado, un cambio que les permitió tomar control del estudio natural latinoamericano (Quintero, 2007).

LOS ANTECEDENTES DE LAS EXPEDICIONES

A comienzos del siglo XX, Frank Chapman fue uno de los primeros naturalistas en Estados Unidos que promovió la realización de nuevos estudios que complementaran los datos de las grandes colecciones del Museo de Historia Natural de Nueva York. Chapman decidió enfocar sus esfuerzos en Suramérica. Las colecciones del MAHN mostraban que Suramérica tenía una enorme variedad de especies de aves. Sin embargo, era poco lo que se conocía sobre ellas. Chapman estaba convencido de que un estudio minucioso de éstas podía revelar grandes conclusiones sobre temas tan importantes como el origen y la evolución de la vida suramericana.

Con este propósito en mente el MAHHN lanzó en 1910 un proyecto para sondear las aves suramericanas, y escogieron a Colombia como el punto de partida (Chapman, 1917). Colombia ya era reconocida dentro del mundo de la ornitología como uno de los países más ricos en cuanto a diversidad de especies de aves. A finales del siglo XIX, cuando en Europa y Estados Unidos muchas mujeres comenzaron a usar plumas y aves como decoración en sus sombreros, los recolectores comerciales encontraron en Colombia (así como en otros países como Papúa-Nueva Guinea) una fuente que parecía ilimitada de aves "exóticas". Las famosas "pieles de Bogotá" inundaron los mercados de Nueva York, Londres y París. Aunque muchas de estas pieles acabaron adornando las cabezas de mujeres, otras terminaron en manos de naturalistas que empezaron a ver a Colombia como un país de una rica diversidad en aves.

Sin embargo, como muchas de estas pieles eran destinadas a mercados comerciales, sólo en raras ocasiones llevaban información sobre el lugar en que habían sido recolectadas. Aunque muchos ornitólogos asumieron que la mayoría provenía de regiones cercanas a Bogotá –debido al nombre "pieles de Bogotá"–, Chapman se dio cuenta rápidamente de que éste no parecía ser el caso. Las colecciones del Museo parecían indicar que las aves "de Bogotá" provenían de lugares muy diversos. En el caso colombiano esto parecía ser de vital importancia, en especial por la compleja geografía del país. Para Chapman, en términos de historia natural, parecía fascinante estudiar un lugar en donde los Andes se dividían en tres cordilleras diferentes, cada una con posibles faunas endémicas. Además, la presencia de una costa sobre el Pacífico y otra sobre el Caribe, de zonas selváticas y de llanuras extensas completaba un panorama que parecía explicar la gran diversidad de especies de aves en Colombia.

Aparte de esta diversidad, hubo otra razón que motivó a Chapman a empezar su estudio de Suramérica por el caso colombiano, y que nos permite seguir entendiendo la relación entre ciencia y el contexto expansionista norteamericano del momento. Colombia estaba situada en la base del istmo de Panamá, un factor que para Chapman podía traer importantes conclusiones sobre relaciones intercontinentales en el mundo natural. A comienzos del siglo XX varios naturalistas norteamericanos comenzaron a preguntarse no sólo por las relaciones entre las faunas de diferentes continentes sino que buscaron explicaciones sobre la manera en que los animales migraban de un continente a otro y por qué ciertos continentes habían seguido caminos evolutivos muy diferentes. El MAHN fue un centro importante en el desarrollo de estas preguntas. W. D. Matthew, el paleontólogo más reconocido del museo en ese momento, argumentó que el mayor foco de evolución de los vertebrados había tenido lugar en los continentes del norte. Siguiendo líneas darwinistas, Matthew también argumentó que las formas menos aptas tuvieron que migrar y establecerse en el sur del planeta. Como el mismo lo explicó:

Ha sido reconocido ya desde hace tiempo que la distribución actual de los mamíferos se debe primordialmente a la migración de la gran masa terrestre del norte […] En cualquier período determinado las especies más avanzadas y progresistas de la raza son aquellas que habitan esta región; las especies más primitivas y retrógradas son aquellas aisladas de este centro (Matthew, 1915, pp. 178, 201).

La perspectiva de Matthew sobre la biogeografía parecía reflejar y apoyar los intereses expansionistas de Estados Unidos hacia Latinoamérica en ese momento. Si las civilizaciones del norte eran naturalmente más aptas que aquellas del sur, también las primeras tenían un derecho natural a controlar estas últimas.

Chapman hizo parte de este tipo de discusiones en el MANH y desde el principio vio a Colombia como un laboratorio para responder preguntas importantes, no sólo sobre distribución y evolución, sino también alrededor de las formas de migración, y las relaciones y las conexiones entre las faunas de Norte y Suramérica. Con este propósito en mente, entre 1910 y 1915 el MANH llevó a cabo ocho expediciones científicas en territorio colombiano. Chapman dirigió personalmente dos de ellas. Las otras contaron con la participación de reconocidos naturalistas asociados al museo, como Louis Agassiz Fuertes, William B. Richardson, Leo Miller y Arthur A. Allen. Al final del proceso se recolectaron 15.775 aves y cerca de 1.600 mamíferos, especímenes que hoy en día complementan las enormes colecciones de aves del MAHN en Nueva York.

Estas expediciones fueron posibles gracias a la relación cercana que tenían los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. A pesar del resentimiento que el gobierno colombiano sentía hacia los norteamericanos por su apoyo en la secesión de Panamá, también tenía una relación muy abierta y amistosa con Estados Unidos. Para cumplir el sueño de la modernización en Colombia que la élite buscaba en ese momento, era imperativo cultivar una relación cordial con los norteamericanos. Con este objetivo en mente, el gobierno fomentó la inversión norteamericana a través de subsidios, exenciones fiscales y permisos para la fácil extracción de recursos naturales. De esta manera, en esta época Colombia abrió sus puertas a las grandes corporaciones norteamericanas para que comenzaran a extraer bananos o petróleo, al mismo tiempo que los colombianos empezaron a comprar grandes cantidades de productos manufacturados en Estados Unidos. A Chapman mismo, al llegar a la zona del canal de Panamá en su viaje a Colombia, lo sorprendió este intercambio comercial:

El muelle en el que atracamos nos da una lección en el fascinante mundo del intercambio de materias primas por productos terminados. En su camino al norte, el cobre de Chile y Perú; el cacao y las nueces del Ecuador; los cueros de Colombia; se encuentran y pasan los automóviles, las máquinas de coser, los zapatos y la ropa que van en su camino hacia el sur (Chapman, 1921b, p. 357).

De lo que Chapman no se daba cuenta era que las expediciones científicas del MAHN hacían parte de las mismas conexiones. Él y sus hombres cazaron y recolectaron millares de animales que fueron llevados a Estados Unidos para convertirlos en conocimiento científico. Un conocimiento científico que posteriormente, como muchos otros productos manufacturados, volvería a Colombia por la misma ruta, para ser analizado y apropiado por científicos colombianos.

PERCIBIR A COLOMBIA A TRAVÉS DEL PAISAJE

La primera impresión de Chapman al pisar territorio colombiano no fue la mejor. Poco tiempo después de llegar al puerto de Buenaventura, en el Pacífico, en mayo de 1911, le escribió a su amigo, el reconocido biólogo y etnólogo, C. Hart Merriam:

Buenaventura es –junto con toda la porción tropical de la costa oeste– un hueco podrido habitado solamente por negros y con una pluviosidad de unas 400 pulgadas. Quedarse una noche aquí puede significar contraer alguna forma desagradable de malaria, la cual, tarde o temprano, nos ataca a todos.1

Para Chapman, sin embargo, enfrentar cualquier adversidad en el trabajo de campo valía la pena por el valor científico que prometía tener el territorio colombiano, gracias a sus condiciones geográficas.

Otros miembros de la expedición compartieron en algún punto esa impresión de Chapman. En septiembre de 1911, poco tiempo después de que Chapman partiera para Nueva York, Arthur A. Allen le escribió una carta diciendo que ésta "no era una región en la cual pudiera vivir un hombre blanco".2 Así mismo, en 1913, George Cherrie, un recolector reconocido por su trabajo en expediciones de varios museos de historia natural, expresó un sentimiento muy parecido mientras navegaba por el río Magdalena. Sus referencias constantes a los mosquitos y al calor insoportable durante el día le hicieron preguntarse en varias ocasiones cómo era posible que las personas pudieran habitar a lo largo del río.3

Estas impresiones de corte racista hicieron parte de la retórica que usaron muchos norteamericanos para legitimar su expansión sobre países como Colombia. Sólo razas más salvajes podrían vivir en estos lugares y era deber del hombre blanco enseñarles a dominar esa naturaleza. Aunque Chapman constantemente expresó admiración por los paisajes que encontró a su paso y disfrutó la jovialidad de muchos colombianos, siempre percibió a Colombia como una civilización retrógrada con mucho que aprender de la ya civilizada cultura estadounidense. Como le expresó una vez más a su amigo Merriam:

Nos hemos topado con raras costumbres pero siempre con mucha cortesía –aunque somos de la odiada nación de los "Yanquis"–, y hemos adquirido, eso creemos, algo de entendimiento del carácter de los nativos, que es, ante todo, infantil, carente de balance y valores, impresionable y excitable. Veo pocos prospectos para un verdadero desarrollo de este país.4

Chapman atribuyó esta falta de civilización al clima. En 1921, al escribir un artículo para el National Geographic Magazine sobre sus viajes a Colombia, hizo mucho énfasis en los cambios climáticos y las implicaciones que esto tenía en su gente:

Con la energía acumulada de nuestros ancestros nacidos en zonas de clima templado en nuestras venas, nosotros podemos mantener nuestros estándares de progreso en el trópico por un tiempo, pero esto no es razón para que esperemos que la gente que ha sido criada en condiciones climáticas menos favorables esté a la altura de éstos (Chapman, 1921b, p. 357).

Chapman continuó su relato aconsejando al lector que dejara cualquier prejuicio atrás. El clima había afectado a los latinoamericanos mental y corporalmente y el viajero desprevenido podía impresionarse por la diferencia en las culturas.

Chapman, como muchos otros norteamericanos, desarrolló su ideología racial con base en teorías como la eugenesia que estaban en boga en el momento. En el MAHN en particular, las ideas sobre raza se convirtieron en un tema prominente de discusión con Henry Fairfield Osborn, el director del Departamento de Paleontología de los Vertebrados. Osborn se convirtió en un fuerte opositor de la in-migración a comienzos del siglo XX y usó las exhibiciones del museo sobre neandertales, el hombre de Cro-Magnon y el neolítico para comunicar la idea de que algunas razas eran superiores a otras, que las razas superiores tenían un derecho natural de dominar a otras y que la mezcla racial no era deseable. Para Osborn, la habilidad de una persona de color negro proveniente del África subsahariana o incluso de un inmigrante italiano que venía del mundo mediterráneo no se comparaba con la superioridad intelectual de la gente que habitaba el norte de Europa o Estados Unidos (Rainger, 1991). Las primeras impresiones que Chapman se llevó de Colombia reflejaban esta perspectiva racial prominente en muchos círculos académicos norteamericanos del momento.

Sin embargo, estas primeras impresiones de Colombia como un lugar estrictamente tropical cambiaron rápidamente en todos los miembros de la expedición. Precisamente porque Colombia tenía una geografía accidentada, el clima cambiaba drásticamente después de solo unas horas de viaje, especialmente cuando las expediciones viajaban por las regiones montañosas. Después de un par de días de viaje a caballo, los expedicionarios veían cómo las regiones húmedas y cálidas cerca de las costas y a lo largo del río Magdalena se convertían en regiones de clima templado y frío. Para Chapman en particular, este cambio repentino de clima y ambiente tendría una influencia importante no sólo en su visión sobre el grado de desarrollo del país en general, sino también en las conclusiones científicas sobre las aves en Colombia.

Uno de los primeros logros de Chapman mientras estudiaba la avifauna colombiana fue un primer análisis de las zonas de vida en los Andes. Chapman concluyó que había cuatro en particular: la zona tropical, que variaba entre el nivel del mar y los 5.000 pies (1.524 metros) de altura; la zona subtropical, entre 5.000 pies y 9.000 pies (2.743 metros); la zona templada, de los 9.000 pies a los 12.000 pies (3.657 metros) y la zona del páramo, entre 12.000 pies y 15.000 pies (4.572 metros). Cada zona tenía un grupo de aves fundamentalmente diferente del otro y las aves de una zona sólo en raras ocasiones vivían en la otra.

Chapman, sin embargo, no sólo quería establecer los límites de cada zona de vida. También quería entender el origen de las aves que vivían en cada una de éstas. Pronto concluyó que las aves habían poblado los Andes desde abajo hacia arriba. Es decir, los ancestros de las aves en la región subtropical se encontraban en la región tropical, y las aves que se encontraban en la región del páramo eran descendientes de aquellas en la región templada. Al mismo tiempo, sin embargo, Chapman fue un paso más allá y argumentó que no necesariamente las aves de la región del páramo en Colombia eran descendientes de las aves en la región templada. En otras palabras, los Andes deberían estudiarse como un todo, y gracias a las habilidades de las aves, era probable que muchas de las aves del páramo colombiano se hubieran originado en lugares como la Patagonia o el mismo territorio norteamericano y de allí se desplazaron a territorio colombiano (Chapman, 1933, p. 211).

Esto implicaba que existía una relación directa entre latitud y altitud, un factor que tendría gran influencia no sólo en sus conclusiones científicas de la región, sino también sobre la gente que habitaba esas regiones. Para Chapman, cada zona de vida tenía una barrera invisible que explicaba las grandes diferencias en la historia evolutiva de una y otra. Como él mismo lo explicó, "Las aves que han extendido su rango de la zona tropical a la zona templada han experimentado un cambio tan pronunciado en su medio ambiente como si, digamos, hubieran pasado de Ecuador a Ontario, y su diferenciación se pronuncia de manera correspondiente". (Chapman, 1933, p. 212). Si una especie de ave se había trasladado de Patagonia a Colombia, la especie había cambiado simplemente de una zona templada determinada por la latitud a una zona templada determinada por la altitud.

Las conclusiones científicas que Chapman desarrolló sobre aves reflejaban también su visión del clima y la distribución de razas en Colombia. En varias ocasiones, mientras ascendían los Andes, él y sus expedicionarios sintieron que el clima cambiaba y parecía ser mucho más apropiado para la vida del hombre blanco. Para Chapman, pasar de una región tropical a una región de clima templado implicaba un cambio en el grado de civilización de los habitantes. Mientras más arriba, más civilizada parecía ser la gente. Bogotá, en particular, llamó la atención del naturalista:

Usualmente un naturalista no tiene tiempo ni inclinación por el estudio de la vida citadina. Siempre he considerado el tiempo que paso en las ciudades como tiempo perdido. Pero Bogotá fue mi primera ciudad suramericana en una zona templada y, como naturalista, noté con interés la ausencia casi absoluta del elemento negroide que forma parte de una gran parte de la población en zonas más bajas, donde se sienten como en casa (Chapman, 1933, p. 245).

La ciudad estaba poblada en su mayoría por los descendientes de los chibchas, una tribu indígena, "quienes, al permanecer en ella, habían obedecido de manera inconsciente las leyes de la distribución" (Chapman, 1933, p. 245). Para Chapman, los indios eran claramente superiores a la población negra que había encontrado en su paso por Buenaventura.

En otras palabras, así como era natural que un ave proveniente de climas más civilizados pudiera vivir en la parte alta de los Andes colombianos, también era natural que los habitantes más civilizados estuvieran en la parte alta de las montañas. Sin embargo, Colombia no dejaba de ser un lugar altamente tropical, y era claro que ellos como norteamericanos blancos de paso por el país tenían una clara superioridad sobre la población colombiana en general. La visión europea del siglo XIX que usó las teorías del mundo natural y la evolución para argumentar una superioridad europea sobre lugares como África fue apropiada a comienzos del siglo XX por naturalistas norte-americanos para justificar la superioridad norteamericana sobre los latinoamericanos, así como posibles intervenciones en territorio latinoamericano.

EL MAHN Y LOS HERMANOS DE LA SALLE

Poco tiempo después de su primera llegada a Bogotá en 1913 y antes de partir hacia los Llanos Orientales en busca de nuevos especímenes de aves, Chapman conoció a Nicholas Seiler, más conocido entre la comunidad de naturalistas colombianos como el hermano Apolinar María. Apolinar, un cura francés miembro de la comunidad de los hermanos de La Salle, llegó a Colombia en 1904 para apoyar la misión educativa de los lasallistas. En 1910 se convirtió en el director del Instituto de La Salle, uno de los centros educativos más prominentes de la capital en ese momento, y desde allí promovió el estudio de la naturaleza en Colombia. Apolinar fundó el Museo La Salle –el cual fue hasta 1948 el museo de historia natural más importante del país–, así como la Sociedad de Ciencias Naturales del Instituto de La Salle y el Boletín de la Sociedad de Ciencias Naturales del Instituto de La Salle (López López, 1989; Obregón Torres, 1992). El trato que desarrollaron Chapman y Apolinar nos permite entender cómo las relaciones entre un científico estadounidense y un científico en Colombia refle-jaban aún más la problemática de las relaciones de poder y el problema del expansionismo norteamericano sobre América Latina.

Uno de los objetivos de Apolinar en Colombia era descubrir nuevas especies desconocidas para la ciencia. Los pocos estudios sistemáticos que se habían hecho sobre la avifauna colombiana y su aparente diversidad hacían de este país un lugar ideal para cumplir el sueño de cualquier naturalista de encontrar especies de animales nunca antes clasificados en la ciencia occidental. Sin embargo, rápidamente Apolinar se dio cuenta de que identificar una nueva especie de ave era una tarea mucho más complicada de lo que él creyó en un principio. La identificación de un pájaro poco común requería de un trabajo meticuloso que podía tardar días, meses o incluso años. Después de cazado y preparado, el pájaro debía ser comparado con otros ejemplares similares para determinar si podía ser clasificado como una nueva especie para la ciencia. Algunas veces este trabajo podía llevarse a cabo usando libros que incluyeran muchas ilustraciones de la familia de aves correspondiente. Pero en la mayoría de los casos era necesario recurrir a grandes colecciones de especímenes. Aún más, una vez un naturalista concluía que el espécimen recolectado parecía ser una nueva especie, debía revisar las más recientes publicaciones mundiales en ornitología para descartar que otro naturalista no lo hubiera descubierto antes. Como regla general, el primer naturalista que describiera una especie nueva en las páginas de alguna publicación se llevaba todo el crédito científico y se le consideraba su descubridor.

A comienzos del siglo XX sólo unas pocas instituciones en el mundo tenían los recursos e instalaciones para este proceso, tales como el Museo de Historia Natural en Londres, el Jardin de las Plantas en París o los crecientes museos de historia natural en Estados Unidos, en particular, el MAHN y la Academia de Ciencias Naturales en Filadelfia. Colombia estaba lejos de tener la infraestructura adecuada. Afortunadamente, Apolinar encontró en Chapman la solución de este problema.

Chapman visitó el Museo de La Salle y tanto él como otros expedicionarios quedaron sorprendidos del trabajo que había realizado Apolinar en Colombia. Aunque no se comparaba con las colecciones de los museos norteamericanos, su colección de aves les pareció admirable (Chapman, 1933, p. 246). Poco tiempo después del regreso de la expedición a Nueva York, Apolinar le escribió a Chapman, para revisar si tenía bien su dirección y para preguntarle si podría enviarle algunas aves que había recolectado el museo para su identificación. Chapman le respondió diciéndole que estaría encantando de poder ayudar. Para Chapman, cualquier ave extraña que le enviara Apolinar tenía el potencial de ser un espécimen nuevo para la ciencia y no quería desaprovechar la oportunidad de presentarle a la ciencia posibles nuevos "descubrimientos".

Desde el principio, sin embargo, la balanza de poder se inclinó claramente hacia el lado de Chapman. Influenciado seguramente por su visión de una superioridad norteamericana sobre la gente que habitaba el mundo latinoamericano, su relación con Apolinar –y con otros científicos en Suramérica– fue muy diferente de la que estableció con naturalistas en Europa o Estados Unidos. En particular, la visión de Chapman sobre quién tenía los derechos sobre un descubrimiento de una nueva especie de ave variaba considerablemente. Un ejemplo nos permite ilustrar mejor este punto. A comienzos de 1914 Chapman le escribió una carta a Outram Bangs, un naturalista del Museo de Zoología Comparada en la Universidad de Harvard, pidiéndole que le prestara varios de los especímenes de este museo para compararlos con las colecciones que el MAHN había traído de Colombia. Bangs le respondió inmediatamente que sería un gusto cooperarle en este asunto, y poco tiempo después le envió a Chapman la caja con los especímenes. Chapman le escribió de vuelta:

Muchas gracias a usted por enviarme sus series de Dysithamus y Elainopsis del occidente de Colombia. Me alegrará compararlas con las nuestras, pero en caso de que alguna resulte ser nueva preferiría que usted la describiera, pues éstas estaban en su colección antes de que las recibiéramos.5

Esta cita revela varias conclusiones importantes. Para Chapman el lugar de Bangs y de Apolinar en la ciencia era diferente. Si las aves que enviaba Bangs a Chapman resultaban ser especies nuevas para la ornitología, Chapman no consideraba apropiado sacar ventaja de la situación y describirlas él en publicaciones, para llevarse todo el crédito del descubrimiento. Por el contrario, pensaba que las aves le pertenecían al Museo de Harvard, y deberían ser los ornitólogos de esa institución los que las identificaran como nuevas. Esta perspectiva contrastó drásticamente con la relación que entabló Chapman con el museo de los hermanos de La Salle. Si los especímenes que enviaba Apolinar a Nueva York resultaban ser especies nuevas, él nunca asumió que Apolinar tenía el derecho de describirlas y presentarlas a la comunidad científica por primera vez. En los ojos de Chapman, él tenía el derecho científico e intelectual sobre las aves que le enviaban de Colombia, una posición que nunca asumiría con aves que le enviaran de otras instituciones en Estados Unidos o en Europa.

Así mismo, Chapman no sólo se reservaba el derecho de publicar si la especie era nueva, sino que buscaba quedarse con algunos ejemplares para las colecciones del MAHN. Por ejemplo, cuando el hermano Nicéforo, otro miembro de la comunidad lasallista en Colombia y naturalista muy cercano al trabajo de Apolinar, le escribió a Chapman pidiéndole ayuda, Chapman le respondió explicándole que el museo por lo general se quedaba con especies en duplicado.6

Sin embargo, aunque se puede argumentar que la balanza de poder se inclinó claramente sobre el lado de Chapman, sería simplista pensar que los naturalistas en Colombia fueron simples títeres del imperialismo norteamericano. Como han argumentado contundentemente los historiadores de la ciencia y el imperialismo, la ciencia no sólo fue adoptada en las colonias sino que fue apropiada siguiendo intereses locales (Lafuente, Elena y Ortega, 1993; MacLeod, 2000; Petitjean, Jami y Moulin, 1992). Más aún, como han argumentado recientemente algunos académicos, aunque las relaciones culturales entre Estados Unidos y Latinoamérica fueron desequilibradas en términos de poder, éstas sirvieron intereses de ambos lados (Joseph, LeGrand y Salvatore, 1998).

En el caso de Apolinar, éste no sólo obtuvo información científica que de otra manera no hubieran podido recopilar, sino que, más importante aún, recibió un reconocimiento mucho mayor dentro de la comunidad científica colombiana. Tener correspondencia directa con un científico extranjero y poder demostrar que gracias a su labor de naturalista la ciencia mundial había podido descubrir nuevas especies de animales lo convertían dentro de la sociedad colombiana en uno de los grandes naturalistas del país. Dentro del Instituto de La Salle, una de las instituciones educativas más prestigiosas de la Bogotá de comienzos del siglo XX, estos vínculos le permitían corroborar su posición como director, sobre todo ante las familias de élite que se-guían vinculando a sus hijos con esta institución.

Pero hay que llevar este argumento un paso más allá. Aunque hay que entender que Apolinar claramente sacó ventaja de su relación con el MAHN, también es importante ver que él también se encargó de perpetuar las relaciones de poder que para Chapman se inclinaban naturalmente sobre el lado norteamericano. En otras palabras, Apolinar invitó al imperialismo norteamericano a su Sociedad de Ciencias Naturales. Por ejemplo, la sola visita de Chapman en 1913 a Bogotá fue suficiente para que Apolinar y el resto de miembros de la Sociedad lo nombraran como gran miembro honorario. Así mismo, las cartas que enviaba Chapman a Bogotá se recibían con gran entusiasmo y se leían ante la Sociedad como una distinción que honraba no sólo al grupo de naturalistas alrededor de Apolinar, sino también a la ciencia colombiana (Mutis Dávila, 1915). En otras palabras, Apolinar –como muchos otros científicos y académicos colombianos a lo largo del siglo XX– se encargó de glorificar la ciencia norteamericana. El imperialismo científico norteamericano de principios del siglo XX respondió, pues, no sólo a que a ojos de los científicos norteamericanos existía una superioridad inherente de ellos sobre los colombianos, sino también a que fueron los mismos colombianos los que reprodujeron estas relaciones de poder. Mientras que Chapman veía a Apolinar como un entusiasta más de los muchos aficionados que en Estados Unidos le mandaban preguntas y especímenes sin identificar, Apolinar enalteció su relación con Chapman.

La relación entre los lasallistas y los norteamericanos comenzó a atenuarse después de 1917. En ese año Chapman terminó de escribir sus conclusiones sobre las expediciones del MAHN en territorio colombiano (Chapman, 1917). Durante un par de años más, Apolinar siguió mandando aves a Nueva York pero rápidamente se dio cuenta de que el MAHN había perdido todo interés. Después de 1917 el museo se alejó del caso colombiano como parte central de su trabajo científico. Chapman se ocupó entonces de llevar a cabo estudios en otros países como Perú, Ecuador y Panamá (Chapman, 1921a, 1926). Mientras que los lasallistas, así como otros naturalistas en Colombia de ese momento, continuaron con la labor de entender el mundo natural colombiano dentro de las fronteras políticas nacionales –y posteriormente recurrirían a otras instituciones en Estados Unidos como la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia o el Smithsonian Institution para complementar sus trabajos–, los científicos norteamericanos se interesaron más por una aproximación diferente del estudio de la ornitología y, así como lo harían diplomáticos o políticos norteamericanos, entendieron a Suramérica más como una región que como un conjunto de países (Quintero, 2007).

CONCLUSIÓN

Las expediciones del MAHN en territorio colombiano a comienzos del siglo XX presentan un estudio de caso que nos permite explorar la naturaleza de las relaciones científicas norteamericanas con Latinoamérica. Los estudios sobre ciencia e imperialismo han reconocido el poder que tiene la ciencia para expandir imperios. Sin embargo, Estados Unidos ha estado ausente de estos estudios que se han centrado, por lo general, en el imperialismo formal europeo y sus colonias. El proyecto expansionista norteamericano de comienzos del siglo XX recibió un fuerte apoyo de las expediciones que científicos norteamericanos llevaron a cabo en ese momento. Hacer un análisis de las relaciones de poder que desarrollaron los norteamericanos con regiones como Latinoamérica es una buena herramienta para que los historiadores continúen enriqueciendo el estudio de las interacciones científicas entre culturas diferentes.

Desde esta perspectiva, este artículo argumentó que las características de las relaciones económicas entre Estados Unidos y Latinoamérica, así como los debates sobre la de-generación de la raza en el trópico, la migración entre norte y sur, y la eugenesia, son variables clave para entender la relación entre ciencia e imperialismo norteamericano. No sólo legitimaron –a ojos de los norteamericanos– la expansión de Estados Unidos sobre América Latina, sino que también tuvieron una fuerte influencia en las conclusiones a las que llegaron ornitólogos reconocidos como Frank Chapman sobre la vida animal suramericana.

Así mismo, no podemos mirar esta historia sólo desde el lado norteamericano. Tomando nuevas perspectivas sobre el imperialismo cultural norteamericano, este escrito argumentó que debemos evitar discursos hegemónicos en Latinoamérica. Naturalistas como el hermano Apolinar María en Colombia usaron los vínculos con Estados Unidos para ganar un fuerte reconocimiento en la sociedad colombiana en general, así como para ganar algo de reconocimiento en el mundo internacional de la ciencia. Dentro del contexto económico de la época, Apolinar –como muchos otros colombianos– se benefició de enviar materias primas a Estados Unidos, buscando a cambio productos científicos manufacturados.

Quedan varios temas por mirar para complementar estudios que busquen analizar la problemática alrededor de las relaciones científicas entre Estados Unidos y Colombia. La importancia de los saberes locales, en particular, debe mirarse con más cuidado en el futuro. Es muy probable que las expediciones del MAHN hayan utilizado ayudantes de campo colombianos. ¿De qué manera estos personajes ayudaron al éxito del trabajo de campo en estas expediciones? Más aún, muchos naturalistas en Colombia también usaron la ayuda de recolectores y cazadores locales para mejorar sus colecciones y conocimiento sobre aves y otros animales. ¿Cómo percibieron los científicos colombianos a estos ayudantes? ¿En qué se diferenció la perspectiva de los norteamericanos sobre estos saberes locales con la de los colombianos? Hacer estudios sobre estos personajes históricos que no muchas veces tienen una voz clara en la historia de la ciencia no sólo traería una perspectiva más amplia sobre las relaciones científicas entre Estados Unidos y Colombia, sino que también ayudaría a ampliar nuestra visión de la construcción del conocimiento científico en general.


Comentarios

1 Frank M. Chapman a C. Hart Merriam, 28 de mayo de 1911, Correspondencia general, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN.

2 Arthur A. Allen a Frank M. Chapman, 29 de septiembre de 1911, Folder Colombian Expeditions 1910-1915: Misc. Corresponden-ce, Caja Colombian Expeditions 1910-1915, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN.

3 George K. Cherrie, “Field Journal,” Folder: Cherrie, George K. Colombia 1913, Box: Cherrie, George Field, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN.

4 Frank M. Chapman a C. Hart Merriam, 28 de mayo de 1911, Correspondencia general, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN.

5 Frank Chapman a Outram Bangs, 17 de abril de 1914, Correspondencia General, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN

6 Frank Chapman al hermano Nicéforo María, 11 de diciembre de 1914, Correspondencia General, Archivo, Departamento de Ornitología, MAHN.


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