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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.32 Bogotá jan./abr. 2009

 

A parar el match: política, deporte y arte*

Carla Macchiavello **

* Investigación independiente

** Licenciada en Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile; Maestría en Historia del Arte y Crítica, SUNY Stony Brook, Estados Unidos. Actualmente cursa estudios de doctorado en Historia del arte y Crítica en la Universidad de SUNY Stony Brook. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El mirar cruzado: conciencia diaspórica en Video Trans A méricas de Juan Dow ney. En : C at álogo exhibición Vide o Trans Américas. Juan Downey, Santiago: Galería Gabriela Mistral, 2008; Between Abstraction and Figuration: The Contradictions of David Alfaro Siqueiros' "Dialectic-Subversive Painting" 1932-1942. Art Criticism, Vol.22, No.2: 51-67, 2008. Correo electrónico: cmmacchiavello@yahoo.com


RESUMEN

Este ensayo explora las relaciones entre representación y política que se gestaron en torno a la Copa Davis realizada en Bastad, Suecia, en 1975, que sirvió de marco para un cruce de ideologías e imágenes visuales en pugna. Durante la competencia deportiva, el artista noruego Kjartan Slettemark realizó un afiche que animaba a detener un partido de tenis, en protesta contra el régimen militar chileno, siendo parte de una polémica visual y escrita que culminó con la derrota del equipo de dobles chileno ante Suecia. Este ensayo indaga cómo un evento deportivo pasó de ser una competencia, a un escenario cultural y político en el que conceptos como nación e ideología entraron en disputa tanto en las canchas como fuera de ellas. Analizando los distintos discursos e imágenes reproducidos en la prensa internacional, se trazarán las tensiones que estaban subyacentes en el ambiente sociopolítico de la época y que fueron impulsadas por este evento deportivo.

PALABRAS CLAVE

Deporte, arte, política, espectáculo, nacionalismo, representación.


Stop the Match: Politics, Sports, and Art

ABSTRACT

This essay explores the relations between representation and politics that arose in conjunction with the Davis Cup celebrated in Bastad, Sweden, in 1975, an event that served as a frame for the crossing of contending ideologies and visual images. During the event, the Norwegian artist Kjartan Slettemark produced a poster that encouraged people to stop the tennis matches in protest against the Chilean military regime and which, as part of a larger visual and written polemic, culminated with Chile's defeat in the matches. This essay delves into the ways a sports competition was transformed into a cultural and political event in which concepts such as the nation and ideologies were disputed. Analyzing different discourses and images reproduced in the media, the tensions underlining the sociopolitical ambience of the epoch, which were triggered by the matches, will be traced.

KEY WORDS

Sports, Art, Politics, Spectacle, Nationalism, Representation.


Parando o match: política, esporte e arte

RESUMO

Este ensaio explora as relações entre representação e política que se gestaram em torno da Copa Davis realizada em Bastad, Suécia, em 1975, que serviu de marco para uma junção de ideologias e imagens visuais confitantes. Durante a competição esportiva, o artista noruego Kjartan Slettemark realizou uma publicidade que incentivava a parar uma partida de tênis, em protesto contra o regime militar chileno, sendo parte de uma polêmica visual e escrita que culminou com a derrota da equipe de duplas chilena diante da Suécia. Este ensaio indaga como um evento esportivo passou de ser uma competição a um cenário cultural e político no qual conceitos como nação e ideologia entraram na disputa tanto nos campos como fora deles. Analisan-do os diferentes discursos e imagens reproduzidos na imprensa internacional, vão se traçar as tensões que estavam subjacentes no ambiente sociopolítico da época e que foram impulsionadas por esse evento esportivo.

PALAVRAS CHAVE

Esporte, arte, política, espetáculo, nacionalismo, representação.


Cuando en 1975 Chile llegó a Suecia a disputar las semifinales de la Copa Davis, lo que iba a jugarse en la cancha era más que un partido de tenis. Tanto para los jugadores como para sus respectivos gobiernos, la arena deportiva se había convertido en el lugar simbólico donde naciones, ideologías e imágenes visuales se disputarían su legitimidad y efectividad. Durante el mes previo a los encuentros, una serie de imágenes y eslóganes circuló por los medios internacionales anticipando la realización de un boicot a los partidos, en repudio al gobierno militar chileno. Esto hizo estallar una cadena de asociaciones imaginarias entre deporte y política, en las que diferentes identidades y nociones de comunidad estaban en pugna. Este ensayo examina cómo un encuentro deportivo se transformó en un espectáculo mediático y una plataforma simbólica para el enfrentamiento entre diversos conceptos de nación y libertad, poniendo especial atención en cómo esta disputa se llevó a cabo en el nivel de la representación. El lugar de la imagen fue crucial durante el encuentro, tanto para la efectividad del boicot a los partidos como para su oposición y contienda en el espacio público, incluido el espacio del arte. Este ensayo propone que el deporte fue más que una instancia social capaz de reflejar un momento político; la cancha se convirtió literalmente en el sitio donde distintas comunidades intentaban modificar efectivamente la realidad.

EL CAMINO HASTA SUECIA: ANTECEDENTES

El año 1975 estuvo marcado por eventos deportivos de importancia mundial. Muhammed Ali venció a Joe Frazier en la lucha por el título de pesos pesados, encuentro que fue llamado por la prensa el "Thrilla Manilla"; Arthur Ashe fue el primer afroamericano en ganar el torneo de tenis de Wimbledon, momento que fue celebrado como histórico entre la población norteamericana; y Junko Tabei fue la primera mujer en alcanzar la cumbre del Everest.

Mientras que el panorama político mundial se encontraba convulsionado por el fin de la guerra de Vietnam, la muerte del general Franco, el inicio de la guerra civil en Líbano y múltiples golpes de Estado y atentados terroristas en África y Europa, el deporte parecía un oasis de entretenimiento y dispersión, donde deportistas de todos los colores y géneros abrían caminos a una mayor representatividad social. Si la Guerra Fría y su complicado sistema de alianzas parecía al borde del colapso y daba sus últimos estertores mientras el sistema colonial seguía un camino de desintegración, la escena deportiva florecía como un campo de disputas controladas que eran seguidas cada vez con mayor atención por los medios de comunicación de masas. A mediados de año, Chile venció en tenis a Sudáfrica y avanzó a semifinales en la Copa Davis. La noticia fue celebrada por la prensa chilena, ya que los jugadores Jaime Fillol y Patricio Cornejo se encontraban en óptimas condiciones deportivas, previéndose un triunfo para Chile en dobles, con el que se alcanzaría por primera vez la preciada copa. El 29 de julio se definió que Chile enfrentaría a Suecia a finales de septiembre, en este último país. Nada parecía fuera de los procedimientos normales para el desarrollo de la copa hasta que el 30 de julio organizaciones suecas como el Comité de Solidaridad en Chile (Chilekommitte) y el Comité Nacional Sueco pidieron impedir la realización del encuentro a toda costa. Suecia debía negarse a jugar contra Chile. Al día siguiente el gobierno sueco anunció que se realizaría una manifestación pacífica en contra del régimen militar chileno durante los partidos de tenis, la cual tendría un "efecto" de mayor alcance que la mera suspensión del encuentro. ¿Por qué la renuencia de Suecia a jugar contra Chile y el deseo de manifestarse durante el partido? ¿De dónde provenía la necesidad de aprovechar un evento deportivo para volver público el rechazo hacia la junta militar?

Chile había estado recientemente en la mira del mundo por razones extradeportivas. Pocos días después de la clasificación en la Copa Davis, se filtraron en la prensa internacional algunos avances del informe que preparaba un grupo especial de las Naciones Unidas sobre la condición humanitaria en el país. El grupo ad hoc había sido creado en febrero para revisar las denuncias de violación de los derechos humanos que estaba cometiendo la junta militar chilena tras el golpe de Estado de 1973 que derrocó al gobierno comunista de Salvador Allende. La creación del grupo era en parte fruto de las críticas hechas a la ONU por su falta de acción "visible" en contra de estas violaciones en el nivel internacional (Wright 2007), invisibilidad que era leída como una manera de respaldar las torturas.

El problema de hacer manifiestas las críticas al régimen militar se relacionaba con la estrategia de aislamiento y opacidad de éste. Alegando que lo que sucedía dentro de las fronteras del país era asunto del Estado chileno y que otras naciones no podían inmiscuirse en temas relacionados con su soberanía, el régimen comandado por Augusto Pinochet clausuraba cualquier posibilidad de acción internacional en el país. Si bien los informes de asociaciones religiosas y humanitarias en Chile y el extranjero dejaban constancia de los secuestros, encierros arbitrarios, torturas y muertes que seguían en aumento desde el golpe de Estado, el gobierno chileno permanentemente negaba tales declaraciones o simplemente las obviaba, imponiendo aún con mayor rigor la fuerza de la censura en los medios y en la población. Mientras en Chile se publicaban noticias que funcionaban como pantalla para la ejecución de violaciones humanas, invocando la condición de estado de sitio en el país y la necesidad de erradicar elementos subversivos, los abusos cometidos por el régimen se tornaban conspicuamente invisibles.

Fue en este contexto de visibilidad pública donde se llevó a cabo la amenaza de las manifestaciones durante el partido en Suecia. Y la reacción del equipo chileno no se dejó esperar. El primero de agosto, Chile pidió un cambio de sede y garantías para sus jugadores, argumentando que los partidos serían tomados como "revancha política" por los suecos y, por lo tanto, se necesitaría de un ambiente y un árbitro neutrales. Por su parte, la prensa chilena informaba sobre "manifestaciones incontrolables" que se estarían planeando en Suecia, denunciando incluso una posible amenaza de muerte dirigida contra uno de los jugadores chilenos. La noción del deporte como un evento libre de influencias políticas estaba siendo puesta en duda por el accionar sueco y, de acuerdo a la versión chilena, era necesario mantener la "neutralidad" del encuentro.

LA CANCHA COMO ARENA POLÍTICA: EL "TUMOR MALIGNO"

Los argumentos de la prensa chilena y los deportistas involucrados aludían constantemente a la idea del deporte como una actividad social libre de contiendas políticas. Tal argumentación estaba basada en interpretaciones liberales del deporte moderno, entendido como una actividad no instrumentalizada, libre e incluso capaz de generar espacios emancipadores (Guttman 2003). Un ejemplo de tal visión fue el editorial deportivo escrito por Alfredo Aceituno, publicado el domingo 3 de agosto en el diario El Mercurio, bajo el título "La política y el deporte" (Aceituno 1975). En el editorial, Aceituno se refería a la polémica de la Copa Davis como una prueba de "la capacidad del deporte para resistir los embates de quienes insisten en no ver en su práctica un aspecto puro, limpio y absolutamente exento de intereses políticos, religiosos o raciales". Haciendo referencia a la virginidad y autonomía del deporte, Aceituno evocaba imágenes de cuerpos inmunes e inmaculados cerrados herméticamente en la ejecución de sus facultades innatas. Esta noción de la independencia y neutralidad del deporte no era ni exclusivamente chilena ni nueva. Ideas como el "juego limpio" o el deporte como actividad recreativa donde prima una "sana" competencia son lugares comunes del lenguaje deportivo y de su recepción pública. La mención del aspecto desinteresado del deporte y de su lejanía tanto de la política como de los conflictos raciales revelaba, sin embargo, el terreno resbaloso por el que se jugaba esta defensa de su pureza, pues Aceituno invocaba, sin quererlo, algunos de los fantasmas sociales –diferencias de raza y religión, a las que podrían agregarse las de clase y género– que ese mismo año fueron puestos en entredicho en algunos de los eventos deportivos antes señalados (en la victoria de Ashe, por ejemplo).

No obstante, el fantasma más importante que acechaba al deporte era el de la Guerra Fría y las diferencias ideológicas que aún en los años 70 ésta conllevaba. El espectro del comunismo estaba velado en el caso de Chile por un lenguaje de bordes internos y externos, una gramática del límite y las fronteras que afectaba también a los cuerpos, especialmente el cuerpo político de la nación. Aceituno aludía en su editorial al "tumor maligno" que se habría apoderado del deporte en los últimos años. Con esta metáfora médica el autor se refería a la presencia cada vez mayor de elementos ajenos –y, por ende, nocivos– al cuerpo deportivo, como lo era la política. Aceituno mencionaba la incapacidad de Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional en los años 30, para "extirpar" este tumor del deporte, enfermedad que habría afectado a los juegos olímpicos de entonces, cuando "muchas naciones comenzaron a tomar el evento que cada cuatro años reúne a lo mejor de la juventud deportiva mundial, como una vitrina para exponer ventajas de un determinado régimen de gobierno". Más adelante volveré sobre esta referencia a la "vitrina". Por ahora, me interesa señalar el carácter infeccioso que Aceituno le adjudica a la política, y, pese al esfuerzo del autor de resaltar su pureza, la debilidad o vulnerabilidad que históricamente había demostrado el deporte ante el contagio.

Tal tipo de discurso biológico en relación con la política sería continuamente utilizado en Chile para referirse a elementos extraños que, si bien están dentro de una comunidad, le son a la vez ajenos. La noción de "cáncer" en particular sería utilizada en los años 70 para referirse directamente al marxismo, el cual debía ser extirpado del cuerpo político chileno, por ser un elemento dañino y foráneo al cuerpo social nacional. Como ha señalado Alice A. Nelson en su trabajo sobre las narrativas literarias en torno al cuerpo en Chile durante la dictadura, el régimen militar habría adoptado el rol de médico que cura a la sociedad de sus enfermedades, restituyendo su salud al extraer el cáncer que lo afecta (Nelson 2002). El marxismo era considerado un agente foráneo y, por consiguiente, debilitador de la salud nacional, y su infección degenerativa debía ser detenida. En su editorial, Aceituno subrayaba esta conexión biológico-política, a la vez que la extendía a la arena deportiva, remarcando el peligro que implicaba imbricar elementos políticos en contiendas recreativas, como se había podido ver en ciertos juegos olímpicos del pasado.

La alusión que hacía Aceituno a Brundage se refiere a la exclusión de los deportistas germano-judíos durante los juegos olímpicos de 1936, celebrados en Berlín, y la resultante expulsión de un deportista estadounidense que había llamado a un boicot contra los juegos.1 (Como Aceituno dejaba entrever, la realización de boicots deportivos no sólo tenía larga data, sino que el deporte había mostrado ser una actividad especialmente favorable para volver visibles internacionalmente diferentes causas políticas). Los ejemplos de los boicots realizados desde 1960 en contra de los equipos sudafricanos de rugby y críquet para manifestar el rechazo al apartheid son casos emblemáticos de la politización del deporte y de la espectacularidad que tales acciones y eventos alcanzan, como cuando en 1969 se detuvo un partido de rugby en pleno juego lanzando bolsas de harina desde avionetas (Nixon 1992). Sólo siete años antes del encuentro con Chile se había cancelado el partido entre Suecia y Rodesia de Copa Davis a celebrarse en Bastad, tras altercados de la policía local con estudiantes que se estaban manifestando en contra de la segregación racial de la emergente nación africana, recuerdo aún fresco en la memoria del gobierno sueco.

La referencia hecha por Aceituno al deporte como una "vitrina" es pertinente, pues alude al alto nivel de atención que éste logra concentrar dentro de espacios y tiempos limitados. La reunión de cuerpos y miradas en unos pocos objetos y sujetos dentro de marcos preestablecidos como una cancha o un estadio permite un enfoque exclusivo de la mirada del espectador y los aparatos que median su visión; desde la ubicación en el estadio, pasando por las cámaras de televisión y procesos de edición del material registrado, hasta los puntos de vista de los comentaristas deportivos. Como ha señalado Jonathan Crary, tales dispositivos mediáticos también facilitan el control sobre los cuerpos que se reúnen a observar –un partido, una función– en un espacio determinado, regulando las miradas y concentrando lo que serían de otro modo miradas dispersas (Crary 2008). Este enfoque espacial y temporal promueve la espectacularización del evento, por cuanto éste involucra la congregación de personas para presenciar una función (la performance de los jugadores); la fascinación con las imágenes que el espectáculo crea –ejemplificada en los jugadores como ídolos– y su transformación en un espacio de exhibición y consumo de estas mismas imágenes, haciendo del deporte un espacio favorable a la comercialización de marcas y empresas. La arena deportiva y los acontecimientos que convergen en ella se convierten en un "mundo aparte", como diría Guy Debord (2003), aparentemente autónomo, aun cuando converjan en él múltiples intereses.

Así como el espectáculo convoca a presenciar un evento, el deporte como suceso de alta visibilidad que atrae la atención de las masas y de los medios opera como una escenografía donde varios tipos de disputas pueden ser re-creadas. Hundiendo sus orígenes en Grecia, el estadio converge con el teatro, en cuanto escaparate para el despliegue de algo más que cuerpos en movimiento. Tal relación entre espectáculo, política y deporte fue llevada quizás a su punto más álgido en la obra de la cineasta alemana Leni Riefenstahl, quien ayudó a forjar parte de la estética nazi como un fenómeno público de masas. Utilizando técnicas modernas de montaje y un formalismo riguroso, las películas de Riefenstahl exhiben cuerpos idealizados y extensas formaciones de cuerpos unidos en un esfuerzo colectivo y en la celebración de una raza pura y fuerte, promoviendo un concepto de nación íntegra y delimitada. A través de su cámara, Riefenstahl demostraba cómo el estadio no sólo funcionaba como un espacio de encuentro de miles de cuerpos, sino que en él los cuerpos saludables que se desplegaban, sufrían y unían en una masa anónima lograban encarnar la ideología nazi. La fascinación de las masas por su líder se reflejaba en la misma fascinación que provocaban las imágenes del efecto de masa: un efecto de unificación y concentración de las miradas y los cuerpos.

Tal efecto ha sido analizado por Rubén Gallo en torno a la asociación entre estadio y vanguardia artística en México durante los años 30. En México, el uso del concreto como material arquitectónico moderno habría sido utilizado por los gobiernos revolucionarios como una aserción visual y concreta del nuevo Estado en construcción, culminando, como estética de planificación urbana, en la construcción de estadios deportivos (Gallo 2005). Sin embargo, estos últimos servirían de plataformas mediáticas para eventos políticos como las inauguraciones presidenciales, dada su capacidad de proveer un escenario vanguardista y aparentemente democrático para la reunión y el despliegue de grandes masas. Populismo y vanguardia, política y deporte nuevamente unirían fuerzas con el estadio como entidad física capaz de concentrar la percepción de las masas.

ESPECTÁCULO Y NACIONALISMO

El nivel de exposición de los encuentros deportivos no sólo ha aumentado desde los años 50, en virtud de la acción de los medios comunicacionales que los siguen y han llegado a transmitir en forma simultánea, sino que se encuentra también ligado a la asociación del deporte con formas de representación identitaria. Por cuanto convoca a los fanáticos a animar a sus equipos favoritos con un fervor que la sociología ha caracterizado como similar a la acción de la religión (Frey y Eitzen 1991), el deporte funciona como un aglutinante populista y popular de corte espectacular. Pero lo que se expone en esta vitrina no son sólo las proezas físicas de los jugadores, sino también imágenes de cooperación y colectividad tanto en los equipos como en sus seguidores.

Ya sea que se le considere como una vía de escape de la violencia en una forma regulada, o como un entretenimiento benigno, el deporte aúna a personas diversas en una "comunidad imaginada" (Anderson 1993) de carácter temporal. En su efecto congregante el deporte invita a la formación imaginaria de efectos de identidad, aparentemente homogeneizando bajo el signo de la fraternidad y la lealtad a sujetos heterogéneos que luego son posicionados en bandos opuestos, reforzando así el sentido de pertenencia a un grupo. Si bien las distinciones de género, clase, raza o, como Aceituno aludía, diferencias de religión arraigadas en el deporte son sólo ilusoriamente escindidas por medio de este efecto ecualizador (baste pensar en la referencia al tenis como "deporte blanco" asociado a clases sociales altas), los efectos de comunidad, integración y fidelidad que el deporte invoca tienden a ofuscar posibles hostilidades dentro de un mismo grupo, desplazándolas hacia el otro equipo y sus hinchas.

Es en este efecto de homogeneización que la popularidad del deporte en la sociedad converge con el nacionalismo. Las competencias deportivas internacionales convocan ya no sólo a equipos locales particulares sino a los "mejores" representantes de un país en una categoría, permitiendo la identificación del equipo con la nación a la cual representa. La representación es entendida en este caso como la sustitución de un objeto por otro, o incluso de una idea abstracta por un objeto (nación por equipo). Este desplazamiento permite convertir al evento deportivo internacional en un escenario de legitimación política, una demostración de fuerza, orden, compañerismo, que trasciende a los cuerpos concretos de los jugadores para transformarse en una recreación del "cuerpo político" de una nación (Nixon 1992). La victoria deportiva se transforma en una prueba de superioridad ideológica (como se pudo ver en las competencias olímpicas durante la Guerra Fría), y aún hoy en día actúa como un sustituto de la diplomacia (Frey y Eitzen 1991), como ocurrió con los juegos olímpicos celebrados en China en 2008. Es interesante notar respecto a este último punto que incluso los estadios concebidos para los juegos en Beijing fueron objeto de análisis como representaciones de políticas de Estado. Sean Keller (2008), por ejemplo, analizó en la revista Artforum cómo los estadios creados en Beijing para las competencias de natación y carreras de pista utilizaron lenguajes modernos y fueron producto de compañías occidentales, sugiriendo una expansión de China hacia el oeste como un signo de tolerancia política. Sin embargo, el mismo autor comenta sobre la duplicidad de tal gesto liberalizador, en tanto que otros aspectos de la vida política china permanecen ampliamente coartados y reprimidos, como los mismos juegos pusieron en evidencia. La arquitectura y el evento que ésta celebraba se habrían unido bajo la dirección del gobierno chino para demostrar un aspecto positivo del país, aun cuando ambos puedan ser leídos como meras proyecciones o máscaras que cubren una realidad más compleja. La arquitectura pasaba a ser otro modo de hacer diplomacia o política exterior.

Tal como había sucedido con Rodesia siete años antes, en el caso de Chile esta cadena de sustituciones entre jugadores y nación llevó a la asociación metonímica del equipo ya no sólo con el país sino con su gobierno. "A detener el partido, a boicotear la Junta" se convirtió en la consigna de los manifestantes suecos, equiparando el evento deportivo con una exhibición de fuerzas ideológicas en pugna. La proyección del referente "nación" sobre ciertos individuos transformaba a su vez a los jugadores en embajadores nominativos. A los pocos días de las noticias que confirmaban la realización del encuentro en Suecia, se filtró una carta que habría recibido un cura sueco, en donde se amenazaba de muerte a Fillol. En ella, un exiliado chileno cuya esposa había muerto en manos de los militares se justificaba diciendo que Fillol había dicho públicamente que apoyaba al gobierno militar, lo cual lo hacía cómplice del asesinato de su esposa. Fillol, por su parte, manifestaba ante la prensa que él no estaba representando a un gobierno, sino a un país y su gente, mientras que el entrenador chileno aseveraba en el New York Times que ellos eran "jugadores de tenis, no políticos. Jugamos tenis sin importar quién sea presidente de Chile" (New York Times 1975, 18 de septiembre). Jugadores y técnicos entremezclaban argumentos sobre la independencia del deporte y su asociación nacionalista, introduciendo una cierta distinción entre política y nacionalismo. La política sería definida implícitamente como una acción o decisión llevada a cabo por un grupo determinado de personas, como los gobiernos, mientras que el nacionalismo se definiría como un sentimiento, una cuestión de identidad y comunidad anclada en un ideal de patria.

La capacidad del deporte para unir a la nación bajo la idea de un amor a la patria manifestado a través del amor al equipo fue usada por el gobierno chileno entonces como vehículo de integración nacional. Los medios oficiales favorables a la junta militar aprovecharon la ocasión para aludir a la existencia de una homogénea identidad nacional que apoyaba a sus jugadores, utilizando los sentimientos positivos de pertenencia y afiliación provocados por el deporte, para borrar imágenes de oposición interna y trasladarla a un espacio externo. Así, mientras se denunciaba la presencia en la manifestación de "elementos foráneos marxistas" y "delincuentes" de la extrema izquierda chilena asilados en Suecia, la prensa chilena aseveraría que si bien estos individuos podrían estar resentidos contra el gobierno chileno, en el contexto de "una justa deportiva protagonizada, por una parte, por chilenos, las pasiones se depondrían en forma momentánea" (Editorial, El Mercurio 1975). Al aludir simultáneamente a la pureza deportiva, al sentimiento nacionalista y a la agitación marxista, los medios dejaban entrever la imposibilidad de separar deporte de política, aun cuando el primero debía por su naturaleza aunar y acallar bajo el signo de "nación" todas las pasiones extradeportivas.

LA BATALLA DE LA REPRESENTACIÓN

Durante las semanas previas a los encuentros en Bastad comenzó a aparecer en la prensa internacional una serie de artículos y caricaturas que dan cuenta de lo imbricados que se encontraban deporte y política, y el rol central que la imagen ocupaba en esta relación. Mientras que en la prensa más liberal de Suecia y Estados Unidos se publicaban extensos artículos sobre las rígidas políticas económicas impuestas en Chile, la extrema pobreza que habían creado y la condición precaria de los derechos humanos bajo la junta militar, a comienzos de septiembre el periódico conservador y sensacionalista New York Daily News se centraba en las polémicas del U.S. Open, donde participaba Fillol (Verigan 1975).

Enfocándose en la amenaza de muerte, el diario caracterizaba a Fillol como un hombre de familia, gentil y suave, con cabellos rubios y "ojos oscuros en vez de negros", creando una imagen angelical que promovía una cierta identificación física y anímica entre el público norteamericano y el deportista como víctima de las amenazas.

En el contexto de las contiendas políticas que se estaban batallando en el U.S. Open, la imagen de los jugadores y su representación tenía amplia importancia. Un ejemplo tuvo lugar al final de la serie femenina, cuando la checoslovaca Martina Navratilova declaró la defección de su país natal y su naturalización como ciudadana estadounidense. En una caricatura realizada por Dick Hodgins en el New York Daily News del 9 de septiembre aparece la tenista con una raqueta de tenis en la mano saltando feliz un muro cubierto de alambrado. El texto que acompañaba la imagen decía "Desde Praga con amor", invirtiendo el explícito rechazo de la tenista al régimen comunista de su país con una frase sentimental típica de tarjetas postales. La imagen de cruzar el borde y saltar el muro iba más allá del cambio de nacionalidad de la tenista, aludía a una disputa ideológica entre este comunista y oeste democrático, que se traducía visual-mente en la división física de la cancha de tenis. El rayado de la cancha, la malla y la demarcación territorial que instaura y permite a distintos equipos nacionales disputar una superioridad deportiva estaban siendo equiparados con campos políticos enfrentados en una batalla simbólica. La cancha se volvía no sólo un mapa de territorios nacionales sino de dos grandes ideologías en pugna durante la Guerra Fría, con el muro como elemento simbólico principal que demarca un límite entre sus zonas de influencia.

Por otra parte, los periódicos internacionales dieron gran cobertura a la militarización y división geográfica de Bastad que los partidos habían provocado. Como el gobierno sueco había aceptado las manifestaciones pero deseaba evitar la suspensión de los partidos, se había previsto la construcción de un muro que separase el área aledaña al estadio y al hotel donde se alojarían los jugadores chilenos, protegida por un extenso despliegue policial. Mientras que el periódico sueco Svenska Dagbladet del 18 de septiembre (1975) publicaba fotos aéreas del recinto cercado y mapas de los lugares en torno a la fortificación donde se realizarían las manifestaciones, el New York Times (1975) del 19 y 20 de septiembre comentaba la transformación de una ciudad turística "pintoresca" e "idílica" junto al mar en un "fuerte de hierro". Las asociaciones con el Muro de Berlín y la "Cortina de Hierro" rondaban las espectaculares imágenes publicadas del "fuerte" y las descripciones hechas por la prensa del contingente policial armado de gases lacrimógenos, pistolas, perros, helicópteros, y hasta un barco que patrullaba desde el agua los acontecimientos. Mientras que la prensa opositora al partido llamaba la atención hacia el despliegue teatral de las medidas de seguridad, enfatizando su calidad de espectáculo, la construcción del muro volvía concreta la metáfora de una barrera impenetrable, sugiriendo que el deporte sería defendido de la penetración política como una fortaleza.

La imagen de una cancha como campo militarizado de batalla fue también utilizada por los periódicos suecos para hacer referencia directa al régimen militar chileno y sus abusos humanitarios. La imagen más polémica publicada en Suecia fue una fotografía alterada en la cual aparece, dentro de lo que asemeja ser una cárcel, una cancha de tenis cuyo suelo tiene inscrita una bandera chilena. A un lado de la cancha, y cerca de donde se encuentra la estrella en la bandera chilena, hay un hombre vestido de blanco arrodillado (presumiblemente un tenista) y detrás de él una figura con atuendo militar que se encuentra a punto de ejecutarlo. Mientras tanto, el público observa la acción desde las galerías a un costado, como testigos presenciando la ejecución en un patíbulo.

Como lugar cerrado donde se concentran cuerpos humanos, rodeado de luces y guardias, el estadio deportivo ofrece similitudes físicas y simbólicas con una prisión. Así como se lo puede asociar con un lugar de congregación casi ritual, de jolgorio y recreación, el estadio es también un espacio institucional disciplinario (Foucault 2002) donde los cuerpos son entrenados, observados, y la multitud es controlada en sus movimientos. La relación entre estadio y presidio tenía una resonancia política fuerte tanto en el contexto chileno como en el internacional, ya que desde el 12 de septiembre de 1973 el Estadio Nacional y el Estadio Chile en Santiago habían sido ocupados por el régimen militar como espacios de detención de prisioneros políticos donde se realizaban torturas (por su parte, el estadio de tenis francés Roland Garros también había sido usado como centro de detención durante la Segunda Guerra Mundial). La intensidad de la imagen publicada provenía tanto de estos referentes históricos como de la inmediatez de la ejecución creada a través de un punto de vista elevado desde donde el lector "observaba" los hechos,como los asistentes de un partido y como testigos involuntarios y pasivos de este "espectáculo"), y el uso de la bandera chilena como su emplazamiento. El concepto de victoria deportiva nacional quedaba aquí suplantado por la ejecución punitiva contra un individuo anónimo, sobre un simbólico cuerpo-político chileno. A su vez, la ejecución deportiva es reemplazada por otro tipo de ejecución: una sentencia de muerte. El "match point" contra el enemigo en la cancha se articulaba en la imagen como una decapitación: la pelota reemplazada por la cabeza del jugador.

La imagen de la cárcel-estadio fue reproducida en Chile como prueba de las hostilidades internacionales en contra de la nación. Bajo el título "Testimonio directo sobre la campaña antichilena en Suecia", el corresponsal chileno Juan Enrique Lira apareció en El Mercurio desplegando la imagen magnificada como "evidencia" del "desprestigio" que estaba sufriendo el país en el exterior (Lira 1975). Si la pasión por el deporte no había sido suficiente para amainar las visiones políticas divididas de los chilenos, el agravio a la imagen nacional simbolizado por la bandera debía ser razón suficiente para unir a la población. Dentro del discurso nacionalista chileno, la bandera representaba valores que sobrepasaban el nivel individual de afiliación política a un partido, siendo tratada como un objeto casi religioso cuya sacralidad no podía ser tocada ni cuestionada. El diario verificaba esta injuria a la noción de patria simbolizada por la bandera a través de fotografías de jóvenes "marxistas" que habrían formado parte de las manifestaciones esforzándose en "enlodar una competencia deportiva" y "ensuciar con el mismo barro a Chile". Mientras que el discurso y el actuar del gobierno dentro de Chile aún se sostenían sobre la presencia extremista de izquierda como un agente nocivo que debía ser erradicado de la nación, la misma imagen de contaminación era utilizada por los periodistas deportivos chilenos para señalar los efectos perjudiciales de la intromisión de la política en el deporte. Infección que llegaba tan lejos como para señalar que la división entre "nosotros y ellos" ya no existía solamente entre la nación chilena y los "otros" suecos, sino que el germen marxista habitaba en la misma noción patriótica del "nosotros".

Esta división política fue parte importante de la contracampaña visual y textual que tomó la eventual derrota chilena en los partidos como un efecto proveniente del "odio" promovido por los izquierdistas en Suecia. El día 25 de septiembre, El Mercurio reprodujo una caricatura del New York Daily News titulada "Mira quién habla", realizada por Warren King, donde Fidel Castro y Leonid Brezhnev aparecen vestidos como ángeles sobre el edificio de las Naciones Unidas, con unos grandes carteles que reclaman la libertad de los presos izquierdistas en Chile. Detrás del edificio suben por unas escaleras más ángeles, junto a un texto que decía "bloque rojo". Si el mismo periódico había caracterizado a Fillol como una figura angelical de ojos claros, ahora la imagen del ángel era empleada como burla de la inocencia con la que líderes comunistas clamaban justicia, cuando ellos mismos abusaban de los derechos humanos en sus respectivos países. El periódico chileno aseveraba que en Suecia, esta imagen había circulado por la "mayoría silenciosa" de ese país, dejando indefinido quiénes exactamente conformaban esta mayoría. Sin embargo, se sugería que existía un rechazo internacional hacia aquellos que enarbolaban hipócritamente las banderas de la libertad y desprestigiaban a la nación, una mayoría que no se manifestaba mediante altoparlantes y explosivos, pero que hacía sentir su presencia a través de las imágenes.

A un costado de la caricatura se publicó en El Mercurio una entrevista con el dirigente de tenis chileno recién llegado de Suecia, donde aseveraba que Chile había perdido justamente. El presidente aseguraba que la manifestación no había influido en los resultados, pese a la insistencia del periodista en asociar los dos hechos. Al día siguiente el periódico testificaba que la presencia en los diarios, televisión y radio suecos de imágenes en contra de Chile, sumada a los ruidos y altercados de la manifestación, había sido uno de los factores que habían provocado el fracaso nacional. El editorial del martes 23 de septiembre de 1975 explicaba la derrota de los tenistas por "el ambiente contrario a su concentración y porque habían pasado varios días en un encierro-protección que equivalía a una prisión". ¿Qué había sucedido efectivamente en la manifestación y cómo había afectado la realización de los encuentros? ¿Qué rol habían cumplido las imágenes en ella?

APARAR EL PARTIDO: EL SIGNO DE TRÁNSITO DE KJARTAN SLETTEMARK

El eslogan que guiaba a los manifestantes se reducía a la consigna "A detener el match". La política oficial de las autoridades suecas era que los partidos debían realizarse a toda costa, pues no se dejaría que la junta militar chilena triunfara ideológicamente si se demostraba que en Suecia no se podía siquiera hacer deporte tranquilamente y la libertad de reunión era atacada. En cambio, los manifestantes provenientes de toda Suecia consideraban que la victoria política sólo se encontraría en la detención absoluta de los partidos. El boicot era para ellos la única opción de demostrar tangiblemente el repudio al gobierno chileno. Y se manifestarían, literalmente, con bombos y platillos.

Entre los manifestantes en Bastad se encontraba el artista de origen noruego Kjartan Slettemark (1996).2 En los días previos al encuentro, Slettemark había realizado una obra que daba cuenta de su oposición a los partidos y que se convertiría en el estandarte de los manifestantes. Slettemark era entonces un artista que llevaba más de una década realizando arte y, desde fines de los años sesenta particularmente, acciones políticas. Influido por el arte Pop y el expresionismo nórdico, Slettemark había comenzado haciendo pinturas expresionistas cargadas de materialidad pictórica y gestos violentos, para luego centrarse en esculturas e instalaciones hechas con plástico, materiales naturales y prefabricados, donde el cuerpo humano y su sustitución a través de dobles recordaban los primeros objetos embadurnados de pintura de Claes Oldenburg. Pero en las obras de Slettemark existía una crudeza en la utilización y combinación de los materiales que evidenciaba una descarga física personal más acorde con el dinamismo y vitalidad que se estaba promoviendo entonces en el arte sueco (Sandquist 2002).

Este ambiente experimental formaba parte de la creciente atención internacional hacia el cuerpo, la experiencia física del arte, la interacción con el espectador y, en medida creciente, su actuar político. Las revueltas de Mayo del 68 habían ocurrido recientemente y, mientras la revolución y la militancia iban de la mano, la experimentación artística alrededor del mundo encontraba en la política una zona para cambiar la superficie de lo sensible y lo social. Vanguardia política y radicalidad artística intentaban redefinir el orden existente, y el arte conceptual, las acciones de arte, el video y otros medios alternativos a la pintura se prestaban con fuerza como distintos caminos para criticar y cambiar las estructuras sociales existentes.

Hacia fines de los sesenta Slettemark realizó una serie de acciones involucrando su cuerpo, en un intento por unir arte y vida. El artista vivió por unos días junto a sus objetos y una cama, en el Moderna Museet en 1970, mandó hacer unos dientes de colores que se puso en la boca y utilizó durante varios años, y cuando fue considerado un caso sicótico por la policía sueca, realizó una exposición con todas las declaraciones médicas, píldoras y remedios que se le habían recetado (Petterson 1982). Pero fue una serie gráfica de 1971 la que lo llevó a la luz pública internacional y marcó el camino cada vez más político de sus experimentaciones. La serie gráfica Nixon-Visions comenzó con la intervención de un afiche de la campaña presidencial de Richard Nixon, un retrato frontal del presidente estadounidense vistiendo un sencillo traje negro y camisa blanca, al cual Slettemark añadió una mano sosteniendo una taza de café. Pronto, Slettemark estaba empapelando galerías y los muros de la ciudad con distintas versiones del collage, recortando la imagen icónica de Nixon como padre de la patria acogedor y familiar, y asediando su imagen al descomponerla en motivos geométricos abstractos que aniquilaban la coherencia y unidad de la cara.

La imagen fue reproducida por manifestantes suecos en contra de la guerra en Vietnam, tras la masacre de My Lai y la condena de los oficiales norteamericanos a cargo de ella. El collage de Slettemark fue intervenido con pintura roja chorreada sobre la taza de café, la boca y las ropas de Nixon, más el texto: "¿Azúcar?". Si la imagen de un Nixon de camisa y corbata, mirando directamente a la cámara, había sido utilizada en la campaña presidencial como un signo de la honestidad de la clase media, la inclusión de la taza de café hecha por Slettemark reforzaba esta idea de cotidianidad estadounidense, resaltando al mismo tiempo el status quo y la banalidad con que la guerra era tratada. La apropiación del collage por los manifestantes políticos y su propia intervención en el afiche era a su vez un efecto de la conjunción entre las esferas del arte y la política, demostrando la cercanía de ambas como productoras de imágenes y su capacidad creativa.

En vista de la polémica sobre los partidos Chile-Suecia, Slettemark decidió realizar una acción-objeto de arte llamada "Stoppa Juntan". Slettemark tomó un signo de tránsito "STOP" octogonal rojo de grandes proporciones y le añadió una raqueta de tenis cuyo marco se sobreponía al espacio conformado por la "O". En vez de una malla, el marco estaba formado por un alambre de púas en el cual se encontraba atrapada una pelota de tenis amarilla. Sobre la superficie inferior del signo "STOP", Slettemark inscribió con gesto expresionista las palabras "¡A boicotear la Junta! ¡A parar el match contra Chile!" (el original en sueco dice: Bojkotta Juntan! Stoppa Chilematchen!). El artista realizó una performance en conjunto con la producción del objeto, fotografiándose desnudo detrás del cartel, sustituyendo con su propio cuerpo el poste que sostendría el cartel.

Mientras que el texto aludía a la consigna específica de la manifestación, "A parar los partidos", el uso de una señal de tránsito puesta en la conjunción de dos caminos reunía códigos visuales internacionalmente reconocidos, cuyos significados tienen la intención de ser claros y rápidos de comprender. El mensaje de universalidad y autoridad presente en estos signos cotidianos era reforzado aquí por el texto y la idea de detener el movimiento, ya no de vehículos sino de la competencia deportiva misma.

Pero la apropiación de la autoridad del signo y su interferencia por medio del texto y la raqueta interrumpía la unidireccionalidad aparente de la señal y su significación en las vías de circulación. A través de la usurpación de su lenguaje absoluto el cartel de Slettemark aludía a la noción del control ejercido sobre el espacio público por medio de señales de tránsito, remarcando un control cotidiano que despliega una forma "invisible" de violencia y represión del movimiento a través de su naturalización como elemento racional que guía el desplazamiento. Sin embargo, el dominio y la reglamentación del espacio público se hacían aún más patentes en Bastad con la división de la ciudad en zonas protegidas por muros y policías. La división y regulación espacial habían creado un adentro y una afuera de la ciudad que demarcaban una zona aparentemente apolítica: el estadio y los sucesos que acontecerían dentro.

Pero en cuanto el texto de Slettemark simulaba la traza de un graffiti que sobrepasaba los bordes del cartel, el lenguaje visual de la calle se hacía presente en su aspecto dual.

La marca personal de Slettemark se apropiaba de la acción del graffiti como signo de subversión del espacio público y la propiedad privada, acaparando su estética gestual rápida, que se opone a la regulación tipográfica homogénea de los signos del tránsito. Desdibujando los límites de la propiedad privada, el graffiti como "marca" espontánea y única evidencia formas de resistencia a los controles gubernamentales impuestos sobre los paisajes urbanos; inscripciones que en la obra de Slettemark eran rearticuladas como lugar de encuentro entre protesta política y estrategias de habitación en el espacio público. Ante la normativa del signo compartido, uniforme y declarado universal, Slettemark oponía el gesto individual que habla de un cuerpo real ocupando y viviendo el espacio de la ciudad, recuperando el espacio urbano como soporte de signos, anhelos y proyecciones de diferentes ideales. El uso de la marca individual como apropiación del espacio urbano recuerda el concepto de espace vécu de Henri Lefebvre, el espacio vivido cotidianamente por habitantes y usuarios, un espacio actual de transformación constante que une el plano empírico (el espacio que se percibe) y el plano de la representación espacial (el espacio representado o las ideas racionales sobre el espacio creadas por urbanistas y científicos, por ejemplo) con una noción de práctica (Lefebvre 1991). Este tercer dominio, o espacio vivido, está marcado por la actuación de los agentes que lo experimentan diariamente, que participan de él, y que a través de esa participación lo transforman en relación dialéctica con las otras representaciones dominantes existentes.

Slettemark también enfatizaba en su obra el carácter participativo del lenguaje y sus efectos sociales. El cartel del artista también hacía referencia a la serie de sustituciones semánticas y simbólicas que tanto los medios de comunicación como los gobiernos habían hecho de lo que parecían ser conceptos unívocos. Al poner las palabras "Junta" y "partido" paralelamente, éstas se volvían signos intercambiables, apuntando a la maleabilidad de sus significados.

Detener el partido podía equivaler a detener los efectos de la junta de gobierno chilena o, al menos, interceptar, como en una malla de tenis o en un alambre de púas, la atención del público internacional. Así como el término "nación" podía ser empleado por los gobiernos como un comodín que abrigaba múltiples contradicciones y diferencias en un concepto aparentemente homogéneo, mutando sus formas y participantes según los intereses cambiaban, Slettemark sugería que el arte también se apropiaba de estos signos cotidianos y los reutilizaba para abrir otras posibilidades en la relación entre imagen e identidad.

Si bien en el signo de tránsito alterado Slettemark invocaba el carácter artificial del espacio público y su construcción a través de leyes que organizan las actividades y comportamientos cotidianos en sectores específicos, esta transparencia o aparente inteligibilidad de las imágenes era puesta en tensión. La imagen del alambrado, por ejemplo, daba no sólo un carácter ominoso y tétrico al deporte aludido, invocando tanto las rejas protectoras con que se habían cubierto los muros del "fuerte" que rodeaba al estadio como las mallas que protegían incluso las canchas de proyectiles, sino que también, y tal como lo había hecho la imagen de la cárcel, hacía referencia a la dualidad del concepto de protección y la separación agresiva del espacio. ¿Qué era, pues, lo que se estaba protegiendo?

Así como la malla en el tenis es el punto de encuentro y división entre dos lados en disputa en el contexto de un partido, el alambrado es a la vez signo de seguridad y riesgo. En cuanto el borde indica con una marca gráfica o una serie de líneas visibles e imaginarias la división entre un adentro y un afuera, entre lo seguro y lo inseguro, asegura también su contacto en y por el borde. Lo diferente, lo peligroso, lo otro allá afuera que el borde anuncia, se había convertido en Suecia en una señal de división interna, pues la presencia de rejas que separaban a la propia población reconvertía el espacio público en un presidio, en una curiosa inversión de la imagen publicada del estadio/cárcel. La reinscripción hecha por Slettemark de estas marcas visuales sugería una manera de desestabilizar la continuidad entre conceptos como "nación" y su significación, al indicar su ambigüedad. Esta dualidad quedó ejemplificada en el cartel mismo, que instigaba a la acción de los manifestantes, su movimiento y participación, a través de un signo contrario (STOP), el cual dentro del tránsito implica la detención de un vehículo.

El Comité de Chile en Estocolmo tomó una fotografía del signo intervenido por Slettemark y lo reprodujo como una serie de afiches que serían utilizados durante las manifestaciones. El cartel se convirtió en el símbolo y en el motor de los manifestantes, que hicieron suyo el afiche, reapropiándose de su presentación como objeto de arte, para hacer uso de él en las calles. Si Slettemark había tomado el eslogan de los manifestantes, "a parar el match", y creado con él una obra de protesta, ésta realizaba un camino de regreso hacia el conjunto de personas que le habían dado vida, reinsertándose ampliada y transformada. Haciendo uso de una estrategia de desvío o détournement similar a las acciones situacionistas de los años 60 y 70 (Debord 1981), Slettemark invitaba a participar activamente en el desmantelamiento y reapropiación del espacio público y su gramática. El espacio de lo visible y de lo público, del arte y de la política, mostraba su permeabilidad y capacidad de transmutación, sugiriendo así espacios para la transformación de lo posible.

¿MATCH POINT O BREAK POINT? A MODO DE CONCLUSIÓN

Como ya se ha mencionado, los partidos se realizaron en Bastad pese a la manifestación, y Chile perdió finalmente ante Suecia 4-1. La manifestación fue considerada como una victoria tanto por el gobierno como por la policía suecos, argumentando que la manifestación había sido ejemplar, por cuanto no se habían producido actos de violencia notorios y los manifestantes habían podido expresar sus opiniones en un ambiente de libertad. La prensa sueca celebró un tanto desilusionada la "disciplina" casi escolar que habían mostrado los opositores (Svenska Dagbladet, 1975, 20 y 21 de septiembre), notando la ausencia de desmanes y excesos. Éstos habían sido obligados por el gobierno sueco a realizar su marcha sólo un día (el 20 de septiembre, el día del partido de dobles) y no los tres que duraba el encuentro; se les había negado a último momento la posibilidad de instalar una de las pancartas que decía "¡A boicotear la Junta! ¡A para el match!" dentro del estadio, y sus movimientos habían sido reducidos al espacio circundante a la plaza principal de la ciudad y sus calles aledañas, ampliamente vigiladas por la policía armada.

Sin embargo, 6.500 personas se presentaron desde distintas regiones de Suecia ese día, sacando afiches, banderas, estandartes, micrófonos, megáfonos, sirenas, tambores, globos y fuegos artificiales. Estos dos últimos fueron lanzados durante el partido de dobles, generando, por una parte, una invasión aérea de color rojo con eslóganes en contra de la Junta y, por otra, estrepitosos sonidos de explosiones que se podían oír desde la cancha de tenis. Sólo hubo un minuto de silencio, que se produjo entre los manifestantes para honrar a las víctimas de la junta militar. Tras la finalización del encuentro ese día, los manifestantes volvieron a sus buses y desocuparon en gran medida la ciudad de Bastad.

Si bien, como declaraba el New York Times del 21 de septiembre de 1975, los manifestantes no habían cumplido su objetivo principal de "parar el match", pese a haberse logrado oír en la cancha, la visibilidad alcanzada por la manifestación en los medios de prensa alrededor del mundo fue arrolladora. Durante todo septiembre, y con diferentes niveles de intensidad, circuló en la prensa de Chile, Estados Unidos y Suecia todo tipo de imágenes y palabras describiendo la realización de los encuentros de Copa Davis y sus conflictos. A través de metáforas, fotografías y caricaturas se construía un panorama bélico que anticipaba la disputa en las canchas (en el Svenska Dagbladet de los días 17, 18, 19 y 22 de septiembre); las caricaturas de Dagens Ander se centraron, por ejemplo, en la pelota de tenis, que cada día aparecía en un estado distinto (vistiendo gorra militar, como globo terráqueo amenazado por una nube negra) y lograba llevar a la luz pública internacional posiciones políticas diversas.

Si en los medios de comunicación las opiniones en torno al fracaso o victoria de la manifestación estuvieron divididas y teñidas a su vez de sus respectivas asociaciones políticas, la pregunta sobre su efectividad es también válida para las imágenes que fueron creadas en torno a ellas. ¿Hasta qué punto fueron estas imágenes políticamente eficaces?

Tal vez la propia estrategia de Slettemark provea algunas señales que dirijan la mirada hacia diferentes alternativas para actuar en el espacio social y cambiarlo. Así como un signo regulador y autoritario podía ser reutilizado (por un artista) para conferir un significado doble a una estructura aparentemente estable, y una obra de arte era luego reapropiada por los manifestantes en múltiples contextos, se podría entrever en estos actos la capacidad de actores diversos para transformar ciertas imágenes, roles y posiciones predeterminados, y darles sentidos nuevos y específicos a sus luchas. Si la campaña del boicot a la Junta se había transformado en una pugna visual batallada a través de los medios de comunicación donde imágenes de bordes, muros, fuertes, naciones, deportistas e ideologías se mezclaban en una cadena de asociaciones imaginarias y semánticas, tanto este espacio mediático como los signos que definen prácticas y espacios públicos se mostraban como espacios abiertos a las contiendas, manipulaciones y traslaciones de sentido por cada lado.

Aun cuando hoy en día la acción de Slettemark parezca una estrategia demasiado asociada a la utopía situacionista de recuperar el espacio público a través de la reapropiación de los medios de masas, siguen teniendo relevancia la batalla por la representación cultural que su acción pone de manifiesto y la necesidad de rescatar el espacio público como un espacio de comunicación transformable. Los recientes juegos olímpicos en China han dado amplia razón para seguir pensando en las relaciones entre política, deporte, arte y vida cotidiana, y cómo actividades deportivas y espacios públicos son utilizados para crear imágenes de comunidades homogéneas, aun cuando éstas revelan sus propias fisuras.


Comentarios

1 Es interesante notar que Aceituno no menciona que la compañía constructora de Brundage se adjudicaría el contrato ofrecido por la Alemania nazi para construir su embajada en Estados Unidos, pocos años después.

2 Kjartan Slettemark nació en 1932 y murió en diciembre de 2008.


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Fecha de recepción: 19 de marzo de 2008 Fecha de aceptación: 14 de octubre de 2008 Fecha de modificación: 1 de diciembre de 2008

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