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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.34 Bogotá sep./dez. 2009

 

Friedrich Schiller: estética y libertad.

Fernando Zalamea

Ph.D. en lógica matemática, University of Massachusetts, Estados Unidos. Entre sus publicaciones más recientes, se encuentran: América: una trama integral. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009; Filosofía sintética de las matemáticas contemporáneas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009; Peirce y el mundo hispánico (con Jaime Nubiola). Pamplona: Eunsa, 2006. Actualmente se desempeña como profesor titular del Departamento de Matemáticas de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: fernandozalamea@gmail.com.


La obra de Schiller, y la de los románticos alemanes en general, emerge cada vez más en su notable complejidad. Superando algunas detalladas elucubraciones de los historiadores de la cultura, los románticos nos interesan realmente por lo mucho que nos dicen aun hoy en día. Resulta difícil, por ejemplo, no asombrarse con la prodigiosa visión de Novalis en su Borrador general, donde, con finísima precisión, se prefiguran no sólo las bases para entender la Modernidad, sino las ramificaciones mismas de esa suerte de Transmodernidad en la que estamos envueltos desde hace unas décadas. De hecho, muy lejos de una altisonante "postmodernidad", invento grosero de la academia y de las avalanchas propagandísticas, muy lejos de supuestos quiebres, altivas rupturas y desvergonzados anuncios de muertes del saber, nos situamos aún plenamente en ciertas complejas transformaciones y reverberaciones de lo Moderno que se plantearon con profundidad en el romanticismo alemán.

De allí el interés no sólo de esta colección de artículos editada por María del Rosario Acosta, sino su programa más amplio de reentendimiento de Schiller y de su entorno (notable tesis doctoral, La tragedia como conjuro: el problema de lo sublime en Friedrich Schiller, publicada en la misma Colección General-Biblioteca Abierta, que acoge la compilación aquí comentada). Se trata de un trabajo que combina erudición y visión, algo difícil de encontrar en nuestros lares, particularmente si esa erudición y visión se ponen a disposición de un transgresor de las disciplinas como lo fue Schiller. Como lo comenta Frederick Beiser en uno de los importantes artículos incluidos en el volumen, "La división académica del trabajo implica que Schiller no es estudiado como un todo viviente, sino que se le diseca y examina en compartimentos" (p. 134). Contra esa tendencia se sitúan tanto la profesora Acosta como los demás articulistas. Se trata tal vez de una tendencia de división, disección y compartimentación más propia de la filosofía analítica anglosajona que de la filosofía continental, y, en efecto, al menos en otros grandísimos maestros críticos alemanes del siglo XX, como Aby Warburg, Ernst Cassirer, Walter Benjamin, Eric Auerbach, Walter Pagel o Hans Blumemberg, se puede apreciar muy claramente cómo la cultura sólo puede entenderse realmente si se la mira como un todo viviente.

Dentro de ese todo viviente, se acentúa en la compilación de la profesora Acosta el enlace entre los dramas concretos de Schiller, su teoría de la tragedia y lo sublime, y sus escritos más propiamente filosóficos sobre estética. La vigencia contemporánea de Schiller en esos cruzamientos y mixturas es observada por todos los comentaristas incluidos en el trabajo: María del Rosario Acosta, José Luis Villacañas, Ezra Heymann, Jaime Francisco Troncoso, Frederick Beiser. Resaltaremos aquí cuatro temas centrales, de una vigencia casi visceral para nuestros atolondrados tiempos: 1) la elevación del ser humano a través de fuertes tensiones que dan lugar a suaves armonías, a lo largo de contrastantes y oscuros viajes que bordean el abismo; 2) la libertad potenciada a la luz de la contingencia humana (dos temas subrayados con fuerza por María del Rosario Acosta); 3) la construcción de una razón sensible, es decir, en palabras de Frederick Beiser, "el desarrollo completo y pleno de todas nuestras capacidades, no sólo de la razón, sino de la sensibilidad, de tal manera que formen un todo completo y armónico" (p. 141) la práctica de un método filosófico, cercano a la dialéctica platónica que, de nuevo en palabras de Beiser, "no sólo analiza el todo en sus partes, sino que sintetiza las partes dentro de un todo viviente" (p. 147).

Como lo muestra María del Rosario Acosta, el conocimiento a través de lo oscuro -los puntos ciegos, el castigo, la pérdida, el conflicto, los crímenes, las sombras- es uno de los firmes sostenes de las tragedias de Schiller. El paso por el abismo genera, en palabras de la profesora Acosta, "la concordancia de todas las fuerzas humanas puestas en juego en la experiencia estética" (p. 36). Las contracciones del sentimiento y de la razón en circunstancias oscuras producen, por contraposición, la luminosidad creativa de los seres humanos. Pero lo más sorprendente no es una dialéctica inversa del descendimiento y el ascenso -que empieza en los griegos y se sublima en el románico medieval, por ejemplo, en la fascinante y aún mal comprendida obra de Ramón Llull- sino la metódica encarnación de esa dialéctica negativa dentro de lo más cotidianamente humano. De allí, un segundo gran tema schilleriano que recalca la profesora Acosta, y que sirve de lazo común a la compilación: la potenciación de la libertad dentro de esa compleja urdimbre de fracasos e ilusiones, pequeñeces y grandezas, instanciaciones de la contingencia y esfuerzos de ruptura, que conforma la experiencia humana. La explosión de lo genérico dentro de lo circunstancial enriquece asombrosamente el panorama schilleriano.

Tanto la vivencia del abismo como la emergencia de lo libre dentro de lo contingente tienen mucho que ofrecernos hoy en día. En efecto, insertos dentro de un mundo consistentemente aplanado (por ejemplo, lleno de alabanzas a lo light, u orientado sin ningún tipo de jerarquías creíbles por Google), los caminos cercanos al abismo constituyen una imprescindible forma de resistencia en nuestra época. Es el interés que presentan el erudito y el visionario, quienes trascienden la falta de perspectivas de los mundos planos que nos circundan. La joven y brillante María del Rosario Acosta combina con felicidad la visión del novel creador y la acidez del erudito, caso raro en nuestra acartonada Academia, y encarna en sí misma la explosión de inteligencia y de inventiva de los jovencísimos románticos alemanes: magnífica correspondencia de forma y fondo, espléndida transgresión de los tiempos, que nos hacen aún creer en sólidas perspectivas para el saber. El estudio de Schiller no hace más que acercarnos a esas resistencias, erudiciones, visiones, y, en palabras del propio Schiller, "con gozo creciente seguimos el camino progresivo de una pasión hasta el abismo" (p. 182, en uno de dos amplios fragmentos de textos de Schiller incluidos al final de la compilación). Por otro lado, la honda inversión conceptual según la cual las ideas más genéricas de libertad se consiguen a través de su tesonera encarnación en circunstancias acotadas y locales muestra cómo debe ser (y de hecho es) aún posible pensar en universales en nuestro mundo transmoderno, unos universales que ya no pueden vivir en un ficticio absoluto, pero que pueden construirse en cambio como universales relativos, vía complejos procesos relacionales y asintóticos dentro de lo contingente.

Un tercer tema apasionante para el ámbito contemporáneo es la construcción de una cuidadosa arquitectónica de la razón sensible, que permita toda suerte de pasajes y mediaciones entre los extremos. LasCartas sobre la educación estética del hombre de Schiller constituyen una piedra liminar para esa arquitectónica. Su lectura, a fines del siglo XIX, por el mayor pensador de América, Charles Sanders Peirce, y por uno de los mayores pensadores del subcontinente latinoamericano, Carlos Vaz Ferreira, impulsó tanto el asombroso sistema de obstrucciones y transferencias de Peirce entre los más diversos campos del saber como la invención de la "razonabilidad" en Vaz Ferreira, articulación léxica de razón y sensibilidad que constituye una de las firmes tradiciones de la ensayística latinoamericana. En Schiller, y a lo largo de los diversos artículos de la compilación, se resalta esa mixtura de sentimiento y de razón, único modo del conocimiento que puede llevar a fragmentos de armonía dentro de la disonancia natural de las empresas humanas. En una época, como la nuestra, que ha exacerbado el sentimiento, y que ingenuamente pretende descartar la razón, el péndulo pascaliano -recuperado y desbrozado en profundidad por los románticos- debe servirnos de importante antídoto.

El pensamiento sintético es otra característica schilleriana conscientemente abandonada por las tendencias dominantes de la filosofía a lo largo del siglo XX. Pero todo dogmatismo es pasajero, y la filosofía analítica ha demostrado ya fehacientemente sus limitantes. Para comienzos del siglo XXI, un equilibrio más justo entre análisis y síntesis es de nuevo requerido, y la lectura de los Maestros está en ese sentido a la orden del día. Deseamos escapar de las literaturas secundarias y de las infinitas citas endogámicas entre colegas de un mismo ramo. Deseamos huir de los círculos cerrados de académicos subespecializados. Deseamos, por ejemplo, evitar ciertas dudosas disquisiciones lingüísticas sobre la lógica de los colores, y nos interesa ahora más, por contraste, el pensamiento visual sobre la matemática de los bordes de los colores. Un monstruo intelectual contemporáneo como Jean Petitot, por ejemplo, requiere de un renacimiento del pensamiento sintético, imprescindible en un Novalis o en un Schiller. Como indica Beiser, se trata de una recuperación de la dialéctica platónica, pero desde perspectivas no trivializadas, ajenas a un supuesto mundo de Ideas absolutas, y mucho más cercanas en cambio a un platonismo dinámico original, atento a las transmutaciones de ideas variables. La coincidencia romántica en esa lectura dinámica del Mundo -no bipolar, continua, mediadora- resultará ser crucial para la Modernidad.

Nunca es poca la insistencia en volver a releer los clásicos. Como indica Italo Calvino, "es clásico lo que persiste como ruido de fondo, incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone". Debemos agradecer a la profesora Acosta -y, más en general, a los utópicos eruditos y visionarios que trabajan en Colombia- el recordarnos esos ruidos de fondo, esos modos universales de la inteligencia, esos respiros profundos, sin los cuales la desesperanzadamente incompatible actualidad política y social colombiana terminaría ahogándonos.

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