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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.38 Bogotá jan./abr. 2011

 

Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones. Memoria presentada en el Congreso Pedagógico Hispano-Lusitano-Americano reunido en Madrid en 1892

Soledad Acosta de Samper


¿Cuál es la misión de la mujer en la época actual? He aquí una de las cuestiones más debatidas en los últimos cincuenta años, y una de las que más han apasionado los espíritus, sobre todo entre las razas sajonas y anglo-sajonas, en donde la mujer manifiesta más independencia, y es también más perita y más capaz de hacer uso de ella.

La mujer española-americana ha heredado aquel sentimiento de dependencia semioriental, que es indudablemente uno de los principales atractivos que tiene el bello sexo con respecto al fuerte, cuando éste prefiere la belleza a la inteligencia. Pero ya con las luces que se han difundido al fin de este siglo es preciso que la educación que reciba la mujer sea más adecuada a las necesidades de la época, al grado de civilización de que se disfruta y a las obligaciones que nos impone la patria.

"El porvenir de la sociedad (dice un escritor1 que se ha ocupado de estas materias) se halla en manos de la mujer, y ella será el agente de la revolución moral que hace tiempo empezó y que aún no ha concluido".

Se trata aquí de averiguar si la mujer es capaz de recibir una educación intelectual al igual del hombre, y si sería conveniente darle suficiente libertad para que pueda (si posee los talentos necesarios) recibir una educación profesional.

La mujer del siglo que expira ha transitado por todas las veredas de la vida humana; ha sabido dar ejemplos no solamente de virtud, de abnegación, de energía de carácter, sino también de ciencia, de amor al arte, de patriotismo acrisolado, de heroísmo. Pero aún le falta mucho por cumplir la misión salvadora que le tiene señalada la Divina Providencia, y si deseamos hacerla comprender e instruirla en lo que se aguarda de ella, conviene enseñarle el camino que han llevado otras para que sepa escoger el que concuerde mejor con el carácter especial de cada una.

La educación es en el fondo una serie de ejemplos que se da al hombre cuando su cerebro se halla como un libro en blanco, sobre el cual se puede escribir lo que se desea no olvide jamás. Pero allí mismo está el peligro: las enseñanzas no deben ser ni demasiado adelantadas, ni demasiado atrasadas, de manera que se hallen en armonía con el espíritu de cada nación, para que las fuerzas morales no se desequilibren, y los jóvenes lleguen hasta el ideal que ha hecho nacer en ellos la instrucción que reciben.

Tan impropio es despertar en el alma de los jóvenes una ambición de glorias y conocimientos que no podrán alcanzar, como es funesto dejar a las generaciones que se levantan en una completa ignorancia de los adelantos y progresos del siglo; deberíase graduar el calor intelectual que necesita cada pueblo para que germine en él una sana y verdadera civilización, y por consiguiente saberse de una manera evidente hasta qué punto debe llevarse la educación de la mujer, en cuyas manos se encomendará la enseñanza de las generaciones venideras.

En los países hispanoamericanos las costumbres son tan diferentes de las francesas, alemanas e inglesas que es preciso que el sistema de educación sea adecuado a sus necesidades morales y a los elementos físicos de que dispone. Así como sería una empresa absurda edificar en la helada Siberia una ciudad cuya construcción fuera propia sólo para los ardientes climas de la India, así sería locura procurar aclimatar en Hispanoamérica sistemas de educación que sólo han tenido buenos resultados en Alemania, en Suiza, en Inglaterra.

Todas las naciones no se encuentran, aunque lo parezca en la superficie, igualmente maduras para recibir la misma educación: su situación geográfica, su historia, su sistema de Gobierno, sus costumbres, las fuerzas físicas y morales de los individuos que las componen, todo en ellas es diferente; y se necesitaría una gran perspicacia y conocimiento íntimo de todas las capas sociales que componen la población de cada país, para lograr plantear en cada uno de ellos la clase de educación que le conviene. Aún mayor delicadeza demanda el sistema de enseñanza que se debe dar a la mujer española y americana. Para dar fuerza, valor y emulación a las mujeres cuyas madres y abuelas han carecido casi por completo de educación, en mi humilde concepto creo que debería empezarse por probarles que no carecen de inteligencia y que a todas luces son capaces de comprender lo que se les quiera enseñar con la misma claridad que lo comprenden los varones. Además se les debería señalar con ejemplos vivos y patentes, dado que, en el presente siglo al menos, muchísimas mujeres han alcanzado honores, y distinguídose en todas las profesiones a las cuales se han dedicado con perseverancia y ánimo esforzado; debería demostrárseles que si hasta ahora las de raza española son tímidas y apocadas en las cosas que atañen al espíritu, la culpa no es de su inteligencia sino de la insuficiente educación que se les ha dado.

Centenares de mujeres se han distinguido en este siglo por los servicios de toda suerte que han prestado a la humanidad, a saber: desde la Reina en la excelsitud de su posición hasta la artista en su taller; desde las Bienhechoras que han legado inmensas fortunas a los pobres, hasta las abnegadas Hermanas de la Caridad, que encierran en sí mismas los tesoros de su alma; desde la gran Señora hasta la humilde sirvienta; desde la dama de educación más culta, hasta la sencilla labriega. En todas las naciones las mujeres han señalado su huella haciendo el bien en todas las carreras, de manera que las niñas desde su más temprana edad podrían escoger alguna de ellas, según se sientan con más o menos fuerza, con mayor o menor disposición para tal o cual carrera.

Si el buen ejemplo es el arma más poderosa para promover el progreso ¿por qué no se ha de hacer uso de él señalando a la presente generación cuáles han sido en este siglo las mujeres que más bien han hecho a la humanidad? Podríamos nombrar a aquellas que activas siempre, y animosas, han sabido abrirse campo por sí solas hacia la fama; dar a conocer a las que se han distinguido en el camino de una virtud benéfica para la sociedad; señalar a las que se han hecho notables en las profesiones y artes liberales, en los oficios remunerativos y sobre todo en las obras que tienden a aliviar y mejorar a sus hermanas.

Desearíamos, pues, inculcar a las jóvenes que la mujer es capaz de transitar por todas las veredas que conducen al bien; que se han visto en el siglo que concluye ya miles que han desempeñado brillantemente todas las profesiones, todas las artes, todos los oficios honorables; que en todas partes se han manifestado dignas del respeto y de la estimación general, sin que por eso hayan tenido que renunciar a la Religión de sus mayores, a las dulces labores de su hogar, al cuidado de sus familias y a la frecuentación de la sociedad.

"¡Ah!", me dirían acaso, "todo eso es imaginario y teórico, una cosa es decir que las mujeres se han distinguido en todas las profesiones y que son capaces de elevar su inteligencia hasta las ciencias y las bellas artes, y otra es probarlo con hechos; se ha reconocido ya que ellas carecen de ánimo y valor personal; de perseverancia; de juicio; de seriedad en las ideas; que la imaginación las arrastra siempre; que no saben dominar las situaciones difíciles, sino que al contrario se dejan llevar siempre por las impresiones del momento, y que con el vaivén de sus sentimientos cambian sin cesar, y nunca tienen fijeza sino cuando obedecen a su capricho".

A estos cargos me limitaré a contestar con ejemplos recientes, fundados en hechos llevados a cabo por personas vivas actualmente, lo que prueba hasta la evidencia que el talento no es patrimonio exclusivo de los hombres, como quieren creer en España y en algunas de sus hijas de ultramar.

Sería imposible citar a todas las mujeres distinguidas que mencionan las historias, las artes y los anales científicos de los últimos cien años; necesitaría escribir muchos libros para hablar de una parte de las obras importantes en que han dejado huella las inteligencias femeninas. Permítaseme, empero, estampar los nombres de las más notables.

I

A los que pretendan probar que las mujeres son de ánimo apocado siempre y que carecen de valor personal, bastará recordarles la multitud de mujeres que arrostraron con más serenidad que los hombres la guillotina en Francia, a fines del siglo pasado; y a principios de éste la heroica conducta de la mujer española y americana durante las guerras llamadas de la Independencia. No es preciso citar nombres, cada cual recordará a la santa hermana de Luis XVI, a María-Antonieta, a las mujeres de las familias más aristocráticas de Francia que murieron unas como heroínas cristianas, y combatieron otras personalmente en la Vendea para defender su causa. ¡Y qué diremos de las españolas en la época de la invasión francesa, y de la magna guerra de la Independencia! ¿Se olvidarán jamás los nombres de Agustina Zaragoza, y de Mariana Pineda, y de las muchas que se distinguieron en Hispanoamérica en las guerras allí habidas? Todas éstas, inspiradas por el patriotismo se condujeron con ánimo, un valor sereno digno en todo de las virtudes de su raza.

Ahora, si queremos recordar a las mujeres que se han distinguido por sus dotes administrativas, podríamos citar a muchas que han hecho fortuna en Francia, en Inglaterra, en todas partes del mundo; pero no quiero aquí ocuparme sino de las que han dedicado sus talentos y su fortuna a grandes obras de Caridad. De paso mencionaré a la Baronesa Burdett Coutts en Inglaterra, a la Marquesa de Pastoret y a otras muchas en Francia; en Italia a la Condesa de Bellini, a la Marquesa de Barol, la primera protectora de Silvio Pellico y ambas fundadoras de los principales establecimientos de Caridad de Turín y de varias otras ciudades de Italia. Y en España, ¡cuántas grandes damas de la Corte y cuántas Señoras no se han constituido en Mayordomos de sus haberes para distribuirlos juiciosamente entre los pobres!

A muchas mujeres que no poseen rango, influencia ni riquezas las vemos dedicarse en cuerpo y alma a alguna reforma social, como Isabel Fry, Dorotea Dix y Florencia Nightingale en Norte América e Inglaterra. Éstas pasaron largos años visitando una a una las prisiones, las casas de locos y los hospitales del Antiguo Mundo y de los Estados Unidos para estudiar lo bueno y lo malo de ellas. Propusieron enseguida Memoriales a los Parlamentos y Congresos y trabajaron en todo sentido hasta cambiar la legislación de los establecimientos de corrección y de caridad en pro del desagraciado y del ignorante. Otras han seguido estas huellas, cuyos nombres no menciono por no alargar demasiado este escrito, pues me falta mucho que decir en honor de la mujer útil y benéfica.

¿Y qué me diréis de las mujeres Misioneras? Mujeres realmente misioneras apostólicas que han recorrido los países salvajes del mundo para llevar la luz del Evangelio entre los paganos. Algunas han muerto en África (como las Hermanas Josefina Fabriani y Magdalena Caracassiani) en el ejercicio de la misión que se habían impuesto; otras han perecido en la China, en el Japón, en la India, en la Oceanía a manos de los infieles que ellas procuraban convertir. Quiero citar a una más, a la brasilera Damiana Cunha, quien se dedicó en su país a mejorar la suerte de los indios salvajes de la provincia de Goyaz.

Hoy mismo existe en Londres un establecimiento llamado Escuela Médica y Zenana, en la cual se preparan las mujeres que quieren dedicarse a cristianizar a las Indianas y a enseñarles prácticamente artes y oficios. En la época en que Lady Dufferin, esposa del actual Ministro de Inglaterra en París, era Virreina de la India, protegió y fundó nuevas escuelas para llevar a cabo esa empresa de civilización.

Quisiéramos citar algunas siquiera de las muchas damas inglesas que han pasado a la India con el objeto de dedicarse a la enseñanza de las mujeres asiáticas, así como de las que han fundado establecimientos filantrópicos para moralizar al soldado, al marinero, al obrero inglés. Aunque en menor escala, muchísimas mujeres de todas partes del mundo han dedicado su tiempo, su fortuna y sus desvelos a moralizar al pueblo de su país. No alcanzaría por cierto un grueso volumen para referir siquiera una parte de lo que han hecho las mujeres en esta vía.

¡Cuántas mujeres han dedicado su pluma a influir sobre las cuestiones sociales que tanto se discuten en el mundo! La más conocida entre todas y la que llevó a cabo una de las obras más trascendentales de este siglo, fue Enriqueta Beecher Stowe, la autora de La cabaña del tío Tom . La lectura de ese libro produjo una impresión extraordinaria en los Estados Unidos y en todo el mundo civilizado. Jamás escrito alguno de mujer tuvo una popularidad semejante. Tradújose en todos los idiomas y en los últimos cuarenta años se han vendido millones de ejemplares.

Por no alargarme demasiado no cito a muchas otras que han imitado a esta americana, en todos los países cristianos en donde las mujeres escriben para la prensa. Sólo haré una excepción en honor de una española, la digna señora Doña Concepción Arenal de García Carrasco, quien de un salto se puso a la cabeza de todas las escritoras filántropas y moralistas. Ella ganó con un brillo extraordinario, en 1873, el primer premio que la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid había ofrecido al autor de la mejor Memoria acerca de los caracteres de la Beneficencia, la Filantropía y la Caridad. Bien sabido es que después la señora Arenal ha escrito varias obras cuyas tendencias elevadísimas y moralizadoras le han dado uno de los primeros puestos entre los escritores españoles del presente siglo.2

Lo he repetido hasta la saciedad: las mujeres de la época actual han ejercido todas las profesiones y se las ha visto brillar en todos los puestos que antes eran reservados a los hombres no más.

En las grandes capitales europeas y de Norte América encuéntranse a pesar de la repugnancia de los aferrados a las ideas antiguas, multitud de Doctoras en medicina que tienen numerosa clientela y ganan una renta más o menos crecida. La primera que en este siglo se entregó públicamente al estudio de la medicina fue una americana hija de padres ingleses: Isabel Blackwell. Podría citar a otras muchas, como Isabel Garret, Ana Kingford, Isabel Morgan Hoggan, Marta Putnam, Raquel Littler, la belga Van Drest, la española Doña Martina Castillo, la colombiana Doña Ana Gálvez, la rusa Nadeejda Souslowa, la polaca Tomasrewiez Dobrska, la austriaca Rosa Welt, la señorita Verneuil, francesa, etc. Pero sería imposible alcanzar a citar las más notables siquiera; mayor número aún contarían las ciencias en su seno si no fuera por la guerra que en las familias se le hace a toda niña que pretende salirse del camino trillado.

En Londres las mujeres tienen una Escuela de medicina propia y un Hospital que rigen solas, con grande éxito.

Doctoras en leyes las hay en los Estados Unidos quienes ejercen la profesión de Abogados, y en el presente año se graduó en París una señorita que alcanzó con particular brillo los honores universitarios. Y que son capaces de seguir esa carrera las mujeres de raza española, lo han probado algunas que se han dedicado a esos estudios: no solamente en la Madre Patria, sino también en Hispanoamérica.

II

No hay nada que alargue tanto la vida como una existencia consagrada a las ciencias naturales: parece como si la Naturaleza premiase a sus admiradores dándoles largos años sobre la tierra para que tengan tiempo de estudiar a fondo las maravillosas creaciones de Dios. Gran número de sabios contemporáneos han vivido más de ochenta años y otro tanto ha sucedido con la mujer de más ciencia que ha brillado en este siglo, a saber, María Fairfax Sommerville. Era astrónoma y matemática de primer orden, miembro de la Academia de Astronomía de Londres y de otras muchas sociedades científicas. Murió en 1872 a los noventa y dos años de edad.

Una norteamericana, María Mitchell, tenía a su cargo en los Estados Unidos un Observatorio astronómico. Desde allí descubría cometas y hacía cálculos astronómicos que llamaban la atención de los sabios europeos. Dos rusas, las señoras Kovalevsky y Litonova, también se han dedicado con provecho al estudio de la astronomía: la primera de éstas es profesora de matemáticas en una universidad de Suecia.

Muchas mujeres europeas y de Norte América se han dedicado al estudio de la botánica. Entre otras la inglesa Mariana North, quien recorrió toda Europa, Asia, Australia, Norte América, etc., con el objeto de formar una colección botánica, la más completa que se conoce, a la cual añadió una serie de seiscientos paisajes hechos por ella a la aguada. Hoy se encuentra esta colección en Kew-Gardens, cerca de Londres. Febe Lankester ha escrito libros y dado conferencias con el objeto de demostrar que los conocimientos de botánica y de las virtudes de las plantas puede mejorar el estado sanitario de las ciudades y de la clase pobre, proporcionando a ésta medicamentos baratos. Una holandesa, Emy de Leeuw, es redactora de un periódico científico y además ha escrito una obra de mérito sobre botánica.

La Real Sociedad de Agricultura de Londres cuenta entre sus más afamados profesores a Leonor Ormerod, la cual estudia a fondo los insectos y sus costumbres para enseñar a los agricultores la manera de precaverse de ellos.

Arabela Buckley fue durante once años secretaria del famoso geólogo Carlos Lyell, y es autora de varias obras de la Historia Natural. Las austriacas Von Enderes y Ostoie se han dedicado también al estudio de la Historia Natural, a la Arqueología, y a las lenguas orientales.

Amelia Edwards, inglesa, miembro de muchas sociedades sabias, se ha dedicado a la Arqueología. Ha viajado en Oriente con el objeto de hacer descubrimientos en los monumentos antiguos, cuyos secretos sabe interpretar, y al mismo tiempo escribe interesantes novelas que le han proporcionado una notable fortuna.

Todas estas damas no son aficionadas no más a estudios serios, sino profesoras cuya opinión es acatada por los sabios.

La políglota más notable del sexo femenino que se conoce actualmente es una rusa, Elena Blavatsky, parienta de dos escritoras conocidas en el mundo de las letras, de Madama de Witt (hija de M. Guizot), y de la Condesa Hahn-Hahn. La señora Blavatsky conoce a fondo cuarenta o más lenguas antiguas y modernas.

Varias mujeres contemporáneas se han dedicado al estudio de la Economía Política y de la marcha de la cosa pública en la actualidad, a saber: las francesas Clementina Royer y Julieta Lamber (Madame Adam), la inglesa Garret Fawcett, la española Emilia Pardo Bazán y otras no menos importantes en los países más civilizados de Europa y América.

Entre las más notables viajeras es preciso contar a Ida Reyer Pfeiffer, la cual recorrió casi todo el globo terráqueo, sin compañero masculino que la protegiese. Durante toda su juventud y parte de su edad madura estuvo atesorando ciencia y dinero para llevar a cabo su deseo de viajar. Contaba ya cerca de cincuenta años cuando empezó a recorrer el mundo. No regresaba a Europa sino a dar a la estampa los libros que escribía para dar cuenta de sus aventuras, y con el producto de aquellos emprendía nuevos viajes. Varias veces dio la vuelta al mundo hasta que rendida con tantas fatigas murió a los sesenta y tres años de edad en Viena, su ciudad natal. Ya sabemos cuál es entre las inglesas el amor que tienen a los viajes: encuéntranse éstas en todas partes del globo y las librerías están llenas de los libros que escriben refiriendo sus aventuras. Una rusa, Lidia Paschkoff, ha paseado su original talento por el Oriente, Japón, China y América y sus obras han sido publicadas en París. Una española, la señora Baronesa de Wilson, ha recorrido América, escrito sus impresiones en libros interesantes, y ha hecho gráficas descripciones de lo que ha presenciado.

¡Y qué diremos ahora de las mujeres políticas!

En esta época de transición de una faz de la civilización a otra que aún no podemos entender, en que, como en una vasija llena de licor efervescente, como lo ha dicho no recuerdo qué escritor elocuente, se encuentran todos los elementos de lo futuro reunidos y mezclados; en que el bien y el mal aparecen enlazados; en que no es posible prever si el mundo podrá regenerarse o si se perderá por entero en el caos de ideas que suelen obscurecer hasta los espíritus más claros; en esta sociedad actual tan llena de contradicciones, se ha levantado una voz que ha hecho estremecer a muchos hombres, ha movido a risa a unos, a odio a algunos y a generosa defensa a unos pocos: hablo de la decantada emancipación política de la mujer. Hoy esta idea nos parece absurda (quizá no sea sino prematura), y nos parece absurda porque las mujeres que la han patrocinado se han puesto en ridículo por sus exageraciones, sus malas ideas morales y religiosas, sus discursos extravagantes y el fervor temerario de que han hecho alarde.

Muchas mujeres inglesas, francesas, alemanas, rusas, italianas, han enarbolado su bandera de la emancipación política; pero en los Estados Unidos es en donde aquel partido ha tomado cuerpo; hay allí un semillero de mujeres que piden a gritos libertad completa, recorriendo calles y plazas, teatros y salones y levantando en torno suyo una espesa polvareda dentro de la cual desaparecen todas las cualidades más delicadas de la mujer. Inútil será mencionar nombres, pues son muchísimos, y en un Congreso femenino tenido en este año en París se habló abundantemente sobre el asunto de la emancipación política de la mujer sin que se lograse convencer a nadie de la actual necesidad de ello.

Ya hemos visto que hay oradoras públicas, pero también hay en los Estados Unidos predicadoras religiosas, las cuales tienen a su cargo sectas protestantes que las acatan y las siguen.

Siempre que se trata de la facultad artística de la mujer se dice que hasta ahora no ha habido ni un Mozart o un Rossini femenino, ni entre las pintoras y escultoras descuella ninguna mujer que pueda compararse a Murillo, a Rubens, a Thorwaldsen. Pero si hasta ahora no se señala ninguna mujer maravillosa como artista, las ha habido y las hay famosísimas, cuyas obras no son las menos apreciadas entre las de los artistas modernos. De ello, pueden ser testigos cuantos han visitado las últimas exposiciones artísticas de las Capitales europeas.

En una revista del último Salón de los Campos Elíseos en París, leemos las siguientes líneas:

    Uno de los retratos de cuerpo entero más completos que se admira allí por su ejecución viril, es el de Kossuth; lo ha ejecutado una mujer, una Húngara, la señora Parlaghy [...] Esta dama no es una aficionada a la pintura, entendida y hábil no más, como las hay en las escuelas de pintura de Austria-Hungría, sino una artista llena de originalidad y de mérito.3

El autor del artículo menciona a otras muchas artistas que han brillado en la Exposición de París de 1892, así como en todas las que ha habido en los últimos cincuenta años. En Madrid se han distinguido también varias artistas de mucho mérito; en Bélgica, Berlín, en todas partes las mujeres dejan su huella en las artes.

En cuanto a música, también han brillado las mujeres en ese ramo.

Luisa Bertin, hija de un notable periodista francés, compuso tres óperas que fueron representadas en París a mediados de este siglo y otras han compuesto operetas que se han representado con aplauso. En 1885 se representó en Moscovia una ópera, Uriel Acosta, obra de una dama rusa.

En cuanto a Oratorios, Sonatas, Nocturnos, y otra clase de composiciones musicales, podríamos presentar una lista crecida de obras compuestas por mujeres de varios países. Entre las naciones europeas Suecia es una de las más privilegiadas por el amor a las artes que profesan hombres y mujeres, y multitud de éstas se han dedicado a la música y al canto. Entre las Repúblicas americanas descuella Venezuela por el sentimiento músico que se ha desarrollado allí hace años. Una señorita de Caracas, Teresa Carreño, se hizo aplaudir por su ciencia musical en salones europeos. Entre las bogotanas aficionadas al arte de Euterpe debemos mencionar a la señora Teresa Tanco de Herrera, que es autora no solamente de piezas musicales sino también de operetas.

Entre las españolas mencionaremos de paso unos pocos nombres como los de la hija del Duque de la Torre, de Margarita de Hevia, de Clotilde Cerda y de otras muchas.

Críticas de música notables también las hay en la falange artística femenina. Entre otras, una discípula de Liszt, Maria Lipsius (que firma La Mara), la cual ha escrito libros que se consideran como obras clásicas de crítica musical.

¿Sería preciso probar que hay mujeres que en España se han distinguido en las letras, en las artes y en todas las ciencias, cuando en este recinto no más se encuentran tantas damas que se han coronado unas con la aureola de Clío, y otras con las de Melpómene y Calíope?

Y si esto es en España, en donde, según el dicho de Don Juan Valera, se hace guerra cruda a las mujeres que se dedican a la literatura, y en donde, asegura la distinguida escritora Doña Concepción Gimeno de Flaquer, los laureles que alcanzan las literatas están rociados de lágrimas, ¿qué diremos de los otros países europeos y americanos en donde la carrera literaria es honorífica y respetabilísima, pero llena de abrojos y de espinas?

Se cuentan por docenas, por centenares, las mujeres literatas de nombre conocido que publican sus obras en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Suecia, en Dinamarca, en Bélgica, en Italia, en España, en la América del Norte y también en la del Sur. Las hay en Oriente y en la China, en todas partes en donde una conveniente educación ha desarrollado los talentos latentes en los cerebros femeninos.

III

No se puede negar, pues, que la mujer es perfectamente capaz de seguir las carreras profesionales, así como todas aquellas en que se necesita ejercitar el entendimiento.

Si con frecuencia hemos visto a muchas mujeres extravagantes que se han puesto en ridículo cuando han abrazado las carreras literarias, científicas y artísticas, esto no probará jamás que la mujer carece de aptitud para consagrarse a ellas. No; no debemos juzgar a todas por unas pocas que en lugar de ser realmente doctas son presuntuosas, bachilleras y marisabidillas, y que, ignorantes en el fondo, están llenas de tontas pretensiones. Pero ya esa época ha terminado; las preciosas ridículas no son de este siglo; en adelante la mujer española e hispanoamericana sabrá situarse con dignidad en el lugar que le tiene señalado la Divina Providencia. Las mujeres que se encuentren con fuerza para ello se podrán entregar a estudios serios, y si poseen dotes adecuados seguirán carrera en las profesiones al igual de los hombres. Entretanto la gran mayoría continuará dedicada a las labores femeninas, al cuidado de su hogar y a hacer la dicha de la humanidad, ejerciendo las cualidades que les son propias. Así como no todos los hombres han nacido para las carreras profesionales, literarias y artísticas, no todas las mujeres pueden abrazarlas con buen éxito; pero la educación pone en evidencia las inclinaciones naturales de cada ser humano; ninguno debe carecer de aquello que le permita cultivar su entendimiento, dejándolo después en libertad para consagrarse a la carrera que más le incline.

Queda pendiente ahora la cuestión de si será conveniente, si será justo, si será razonable, si será discreto, dar a la mujer la libertad suficiente para que ejercite sin trabas la inteligencia que Dios le ha concedido.

Muchos preguntan si la mujer que se pone en la misma línea con el varón no perderá acaso los privilegios excepcionales de los que ha gozado hasta el día. Creo que lo justo, lo equitativo será abrir las puertas a los entendimientos femeninos para que puedan escoger la vía que mejor convenga a cada cual. Ellas podrán entonces elegir entre dos caminos igualmente honorables sin duda, pero muy diferentes. Unas continuarán bajo la dependencia casi absoluta de la voluntad del varón, y en cambio cosecharán aquellas consideraciones, aquel respeto que rinde el Caballero a la mujer y al niño, con la generosidad con que todo ser fuerte trata al débil.

Otras penetrarán a los recintos científicos que hasta el día sólo frecuentaban los hombres, y allí al igual de ellos ganarán las palmas del saber humano. En cambio, empero, de ese privilegio, de esa independencia de acción, perderán indudablemente las prerrogativas que en premio de su sumisión y humildad habían gozado en el mundo civilizado desde la Edad Media.

En el siglo que en breve empezará la mujer tendrá libertad para escoger una de esas dos vías; pero jamás será respetable, nunca será digna del puesto que debe ocupar en el mundo, si renuncia a ser mujer por las cualidades de su alma, por la bondad de su corazón, y si no hace esfuerzo para personificar siempre la virtud, la dulzura, la religiosidad y la parte buena de la vida humana.

París, Agosto de 1892


Comentarios

1Aímé Martín.

2Cuando esto escribíamos aún no había muerto esta notabilísima escritora gallega.

3Revue des Deux Mondes, 1er juin 1892.

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