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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  n.41 Bogotá oct./dic. 2011

 

El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones

Catalina Muñoz Rojas* y María del Carmen Suescún Pozas**

Este artículo se desprende de la reflexión teórica y metodológica iniciada en la investigación de la tesis doctoral de Catalina Muñoz, y de un trabajo posterior de discusión sobre estos asuntos con María del Carmen Suescún que empezó en el XV Congreso Colombiano de Historia (agosto de 2010).

* Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: catalina.munoz@urosario.edu.co

** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock Universtiy e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: msuescunpozas@brocku.ca


RESUMEN

El presente artículo muestra la manera como el análisis cultural puede contribuir a la historia del siglo XX en Colombia, particularmente de las décadas del treinta y cuarenta, y de la República Liberal. Para tal fin, rescata para la historia cultural el trabajo de quienes consideramos son sus precursores y examina el de autores que han contribuido a darle forma, en perspectiva latinoamericana. Primero, hacemos un recuento de las interpretaciones partidistas que aparecieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y la posterior aparición de análisis disciplinares que desde el estructuralismo en boga propusieron las primeras miradas críticas al período. Luego abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones y que de manera menos o más explícita introdujeron el análisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período. Finalmente, presentamos bibliografía reciente de otros países latinoamericanos para la primera mitad del siglo XX, dado que esta literatura puede servir de modelo para seguir profundizando en aspectos de la experiencia humana de las dos décadas aquí estudiadas que han sido poco explorados hasta el momento.

PALABRAS CLAVE

República Liberal, historia cultural, historiografía, Colombia, siglo XX.


The Value of Cultural Analysis for the Historiography of Colombia in the 1930s and 1940s: The State of the Art and New Directions

ABSTRACT

This article demonstrates the ways in which cultural analysis can contribute to the historiography of twentieth-century Colombia, particularly the 1930s and 1940s and the period of the República Liberal. With this goal in mind, and from a Latin American perspective, it reclaims for cultural history the work of authors we consider precursors and examines texts that have shaped the field. First, we outline the partisan historiography that first examined the República Liberal as an object of historical analysis after 1948, and the later introduction of disciplinary analyses that, from a structuralist perspective, proposed the first critical approaches to the period. We then discuss works that opened up new paths and that, more or less explicitly, introduced the analytical tools and methodologies of cultural analysis, thus expanding the repertoire of historical actors and actions that made up the warp and woof of life during this period. Finally, we map out recent works on the first half of the twentieth century in other Latin American countries that can suggest ways to delve further into the human experience during these two decades, a topic that remains barely studied.

KEY WORDS

República Liberal, Cultural History, Historiography, Colombia, Twentieth Century.


O valor da análise cultural para a historiografia das décadas de trinta e quarenta na Colômbia: estado da arte e novas direções

RESUMO

O presente artigo mostra a maneira como a análise cultural pode contribuir para a história do século XX na Colômbia, particularmente as décadas de trinta e quarenta, e para a República Liberal. Para tal fim, resgata, para a história cultural, o trabalho dos que consideramos que são seus precursores e examina os autores que contribuíram para dar-lhe forma, em perspectiva latino-americana. Primeiro, fazemos uma releitura das interpretações partidistas que apareceram sobre a República Liberal como objeto de estudo histórico depois de seu desmoronamento e o posterior aparecimento de análises disciplinares que desde o estruturalismo em voga propuseram os primeiros olhares críticos ao período. Logo depois, abordamos os trabalhos de autores que abriram terreno para novos horizontes e que, de maneira menos ou mais explícita, introduziram a análise cultural e, como resultado disso, contribuíram com o enriquecimento do repertório de atores e ações que deram forma à urdidura da experiência durante este período. Finalmente, apresentamos uma bibliografia recente de outros países latinoamericanos para a primeira metade do século XX, dado que esta literatura pode servir de modelo para seguir aprofundando nos aspectos da experiência humana das décadas aqui estudadas que têm sido pouco explorados até o momento.

PALAVRAS CHAVE

República Liberal, história cultural, historiografia, Colômbia, século XX.


A pesar de su ubicación en un momento crucial en el siglo XX colombiano, lo que conocemos sobre la experiencia humana de las décadas de 1930 y 1940 en el país es aún exiguo. La narrativa del período nos remite al retorno de los liberales al gobierno o a su permanencia en él. Si bien la "República Liberal" le imprime coherencia, el balance que predomina es el de crisis política en el campo de la ideología y la administración pública, y de eliminación del otro tanto en la prosa como en la práctica (entendida como los intercambios sociales que se dan en la vida diaria y mediante los cuales los individuos construyen sentido). La recuperación de procesos materiales y simbólicos que sirven de fundamento a las esferas de la experiencia en el ámbito global -es decir, la experiencia como constitutiva de los dominios social, político, económico y cultural en sus interrelaciones- ha sido lenta.

La visión que predomina de este período es la de un tiempo crítico, de radicalización de un liberalismo que se quedó corto, de ciega oposición tanto de liberales como conservadores y gestación del período de la Violencia. El balance de los hechos sigue siendo una suma de expectativas que quedaron por ser satisfechas, acciones que no produjeron el cambio deseado, o la imposibilidad degenerarlo, debido a determinantes estructurales. Sin embargo, durante las dos últimas décadas un número considerable de científicos sociales de diferentes campos disciplinares han utilizado nuevas fuentes y herramientas y propuesto nuevas líneas temáticas en sus análisis. Esto ha permitido abrir la historia política, económica y social a nuevas miradas, y avanzar una historia cultural que permita recuperar el período a partir del patrimonio tangible e intangible en su más amplia envergadura.

El nuevo objetivo para quienes la República Liberal sigue siendo asunto de interés ha sido el de dar coherencia al período yendo más allá de historias partidistas, interpretaciones estructuralistas y la historia de la política formal. Con este fin, han propuesto complementar métodos cuantitativos y cualitativos utilizando el método etnográfico y estrategias interpretativas tales como el análisis de discurso. Gracias a esto ha sido posible utilizar nuevos objetos de análisis dentro de la trama de la experiencia (o fuentes para la historiografía) e indagar más a fondo sobre el alcance y significación del período en cuanto a la diversidad de una amplia gama de acciones y procesos tanto individuales como colectivos.

Un elemento central de los avances de las dos últimas décadas es el esfuerzo de los investigadores por integrar la cultura en dos niveles: la cultura como dominio de la experiencia y la cultura como herramienta analítica. ¿Cómo concebimos el análisis cultural? ¿qué pertenece aldominio de la cultura y cuál es su repertorio? Dado que la cultura es un proceso que se reproduce indefinidamente, la pregunta es: ¿qué nos permite historizar este dominio y su repertorio, y, en última instancia, hacer historiografía de la cultura, es decir, trabajar en el campo de la historia cultural? Brevemente, nos remitimos a los elementos que consideramos más sobresalientes, y que, en vista de los retos que nos presenta el período, nos parecen más útiles para su historiografía. Estos elementos reaparecerán en el balance que hacemos de cómo se ha transformando la historiografía de los años treinta y cuarenta, y lo que queda aún por hacer.

De manera general, análisis cultural es el análisis de la forma en que los dominios social, político y económico se constituyen como tales dentro de la trama de las relaciones humanas entendidas como prácticas y que responden tanto a factores internos o propios del individuo (su subjetividad, autopercepción), como externos o propios del entorno (ya sea como el individuo lo percibe o como éste obra sobre él). Esta definición nos permite trabajar con los elementos estructurales -es decir, los que imponen limitaciones a la acción humana- y la agencia, entendida como la capacidad que tienen los individuos de actuar de manera independiente y tomar decisiones libremente dentro de sus circunstancias y posibilidades. Ambas entidades son cambiantes en sí mismas, y debemos historizar su inte-rrelación en condiciones de continuidad, transformación y/o cambio. El objetivo último es exponer la forma o los patrones de significación en que las distintas esferas de la experiencia se constituyen e interrelacionan -esto es, "lo cultural" en la experiencia humana-, y siempre que sea necesario, pertinente, deseable y/o posible explicarlas en función de relaciones de causalidad.1

La mirada cultural se enfoca, además, sobre el repertorio extenso de la acción del individuo hacia sí mismo y su entorno, y su participación en la trama social orientada por ella. La acción comprende, entre otrascosas, el mundo de las ideas, de las emociones, del universo mental tanto consciente como inconsciente, y el cuerpo. Desde el punto de vista de la etnografía, la interpretación se apoya en el análisis de la acción que inevitablemente debe remitirse al discurso (representaciones). Desde el punto de vista de la lingüística, se toma como premisa que la acción está estructurada como lenguaje, y por ende, que se presta para el análisis semiótico. En este orden de ideas, el individuo es actor social en una trama de relaciones y contextos específicos significativos; a la vez sujeto y objeto de la acción; capaz de generar cambio o participar activa o pasivamente en él, en distinta medida, según sus intenciones, motivaciones y deseos, y dependiendo de los contextos que privilegiemos en el análisis.

En vista de lo anterior, consideramos que el análisis cultural permite a los historiadores matizar la visión de que las políticas de gobierno y los esfuerzos del liberalismo por generar cambios, calificados como "revolucionarios" en la época o "reformistas" retrospectivamente, tuvieron corto alcance, y que, por ende, nada cambió realmente.2 El énfasis se hace, en cambio, sobre lo que sí ocurrió; por ejemplo, los diversos procesos mediante los cuales el Estado tomó forma, la participación de los gobernados en las relaciones de poder y los cambios en la trama de las relaciones sociales, políticas y económicas, por más sutiles que éstos hayan sido. También podemos indagar sobre las distintas maneras en que tanto gobernantes como gobernados concibieron sus actividades políticas, sociales y económicas, y en las distintas formas como se reprodujeron las condiciones de desigualdad, particularmente, sociales, de género y étnicas (o de representaciones raciales). Hace posible, además, dar cuenta de las contradicciones, ambigüedades y matices del período, sin que éstos tengan que tener, de entrada, una connotación negativa.

Utilizando categorías orientadoras del análisis cultural, tales como identidad, subjetividad, género, representaciones, hegemonía, prácticas o experiencia, un creciente grupo de investigadores ha abordado experiencias diversas, tanto circunscritas a localidades como en perspectiva global nacional. Éstas han incluido el funcionamiento y lógica de los programas de gobierno y su verdadero alcance, los discursos estéticos y el rol de las prácticas artísticas en la construcción de la modernidad, la profesionalización de intelectuales y artistas y su participación en los procesos de negociación de poder, el ascenso de la vida privada en la pública y su creciente interdependencia, el papel de las subjetividades y las emociones en algunos de los más importantes procesos de las dos décadas, las transformaciones en el campo de la sexualidad y los roles de género, la interacción de marcos de significación seculares y religiosos, y la expansión de las moralidades. Todos tienen en común el intento de disolver las dicotomías que estructuran el pensamiento -y, por lo tanto, las descripciones y valoraciones que hacemos de la realidad-, a saber, la conceptualización de la cultura como superestructura o supeditada a la economía y la política, y las visiones de progreso en las cuales algunos Estados aparecen como "rezagados" en un mundo dividido entre países desarrollados e independientes y países en vías de desarrollo y dependientes. También problematizan categorías de análisis utilizadas a priori, tales como la clase, el progreso y la nación, y la oposición entre la cultura élite y la popular, lo moderno y lo tradicional, lo conservador y lo liberal, lo nacional y lo extranjero, historizándolos.

En las próximas páginas haremos un balance de los trabajos historiográficos que han avanzado el análisis cultural para las décadas de nuestro interés, lo que este análisis aporta a su revalorización, y en particular, para el campo de acción de la República Liberal (y de la oposición tanto liberal como conservadora) y su relación con la historiografía cultural existente para el resto de América Latina y el Caribe.3 En la siguiente sección hacemos un recuento de las primeras interpretaciones que aparecieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y el surgimiento posterior de las primeras miradas analíticas a partir de las teorías desarrollistas que tomaron fuerza entre los estudiosos de América Latina. Luego de hacer un balance de esta historiografía, abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones, y que de manera menos o más explícita introdujeron elementos del análisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período. Finalmente, exploramos la historiografía cultural producida para otros países latinoamericanos y los trabajos más novedosos para Colombia que iluminan nuestras aproximaciones a la República Liberal abriendo campos diversos como la formación del Estado y de identidades de clase, el papel del género en la estructuración de jerarquías políticas, sociales y económicas, y las relaciones internacionales.

En el Congreso Colombiano de Historia de 2001, el historiador Jaime Jaramillo Uribe (2001) expresó la necesidad que había aún de avanzar la historia moderna de la cultura. El objetivo de nuestro balance es rescatar el trabajo de quienes consideramos sus precursores, es decir, lo que se había venido haciendo hasta el momento, y el de autores que en la última década le han dado forma de manera explícita, en perspectiva latinoamericana.


De la historia partidista a la historia disciplinar

Los primeros recuentos sobre el significado histórico de estas décadas fueron producidos en el período inmediatamente posterior por políticos e intelectuales que habían participado en los hechos. Con fines celebratorios o acusatorios, quisieron dar cuenta del manejo que los liberales habían dado al gobierno durante los 16 años que fueron identificados como "La República Liberal". Así, el significado histórico atribuido inicialmente a este período fue eminentemente político, privilegió las acciones y omisiones de hombres públicos prominentes sobre otros aspectos de la experiencia humana del momento. Su forma de presentación fue más cronológica que analítica, y la diferencia fundamental entre unos y otros estaba en quiénes eran señalados como héroes y quiénes como villanos.

Entre los trabajos acusatorios se puede resaltar el libro De la revolución al orden nuevo del intelectual y político conservador Rafael Azula Barrera (1956). Para Azula, la llegada de los liberales al poder en 1930 había sido una "catástrofe irremediable" que había dado al traste con la "obra portentosa de sabiduría política, de formación cristiana de la sociedad, de reconstrucción moral y material del país" que representaban para él los gobiernos conservadores anteriores (Azula 1956, 22-23). En su interpretación, el liberalismo era minoría en un país mayoritariamente conservador, tradicionalista y católico. Si había logrado llegar al poder era a causa de la habilidad de sus líderes para usar la propaganda procurándose el apoyo popular urbano de masas caóticas, anárquicas y violentas de resentidos sociales.

En contraste con esta interpretación, la Breve historia constitucional y política de Colombia del liberal Gustavo Samper Bernal (1957) describe el gobierno conservador anterior a 1930 como una república teocrática, y a los gobiernos liberales -en particular, el de Alfonso López Pumarejo-, como una revolución pacífica tanto económica como social. Otra obra del mismo corte fue el libro editado por Plinio Mendoza Neira bajo el título El liberalismo en el gobierno, 1930-1946 (Mendoza 1946). Esta obra compiló artículos cortos de intelectuales y políticos liberales de la época y una serie de fuentes primarias, cuyo objetivo era dar testimonio del servicio de los liberales a la patria durante el período. Documentos que contenían mensajes presidenciales, discursos de ministros y fotografías de obras públicas -incluidos los modernos edificios del campus universitario, inauguraciones de barrios de vivienda popular, escuelas de alfabetización, restaurantes escolares y granjas agrícolas, entre otros- apoyaban el argumento de que el régimen liberal había sido el gobierno más eficaz en la historia de Colombia.

Después de estas obras, encontramos una ausencia de trabajos históricos sobre la República Liberal durante el período del Frente Nacional (1958-1974). Es probable que, bajo el espíritu de conciliación por parte de los líderes de ambos partidos, los intelectuales y políticos que se habían dado a la tarea de rescatar la historia del período dejaran sus plumas quietas. Cuando retomaron la escritura, las obras escritas por los políticos que participaron en el proceso siguieron teniendo el mismo corte que habían tenido en la década de los cincuenta. Entre 1974 y 1976, por ejemplo, Carlos Lleras Restrepo publicó en su periódico Nueva Frontera una serie de artículos semanales bajo el título Historia de la República Liberal. A partir de sus recuerdos personales, y no de documentación, Lleras Restrepo presentó nuevamente una historia celebratoria de eventos protagonizados por los líderes políticos, cuyas fotografías ilustraron las páginas de su texto (Lleras 1974-1976).

Estas historias y memorias políticas se han seguido produciendo hasta hoy. Algunas incluso han sido reeditadas, como la obra de Azula Barrera, con prólogo de Mariano Ospina Hernández (Azula 1998). Sin embargo, en paralelo a ellas empezaron a aparecer obras mucho más complejas que, superando las memorias partidistas y las explicaciones a partir de voluntades individuales, presentaron las primeras interpretaciones analíticas del período haciendo uso de las teorías marxistas o estructuralistas en boga en los estudios latinoamericanos, y más en general, enfatizando los factores socioeconómicos en el cambio histórico. En particular, se interesaron por la particular relación que se dio durante la República Liberal entre las clases dominantes y las clases obreras, y entendieron el período a partir del proceso de consolidación de una economía capitalista insertada en el sistema económico mundial.

Pionero en este sentido fue el trabajo del sociólogo francés Daniel Pécaut. En su trabajo Política y sindicalismo en Colombia, Pécaut se acercó a la República Liberal como el período en que se formó el sindicalismo colombiano, constituyéndose en un elemento político importante pero falto de autonomía (Pécaut 1973). Con una mirada estructural, Pécaut buscó entender la relación entre las formas de organización social de la clase obrera colombiana, la mediación del Estado y las determinaciones externas impuestas por la dinámica del capitalismo. El autor utilizó la noción de dependencia de Fernando H. Cardoso para articular las especificidades de las relaciones sociales internas de las sociedades dependientes con la dominación externa. El análisis de Pécaut ya no se interesaba por las acciones de individuos (como ocurría en las narrativas partidistas) sino por las relaciones, tanto económicas como políticas, entre clases sociales.

En Orden y violencia: Colombia 1930-1954, Pécaut examinó el período 1930-1954 tratando de explicar la contradicción inherente al hecho de que, al mismo tiempo que el Estado promovió la legislación social con el objetivo de lograr la unificación nacional, también instigó una intensa violencia partidista (Pécaut 1987). En una interpretación que integra la mirada al Estado con la exploración de su relación con la sociedad civil remontándose al siglo XIX, Pécaut entiende la República Liberal como un período de consolidación de la burguesía agroexportadora. De manera paralela a su interés por las condiciones materiales, este autor hizo un primer esfuerzo por atender también a las representaciones que de las mismas produjeron las élites económicas para consolidarse en el poder. Así, el autor exploró el discurso social y de unidad nacional que promulgaron los líderes de la República Liberal de manera novedosa, resaltando que este discurso no hizo desaparecer las desarticulaciones sociales sino que, muy por el contrario, convivió de manera paralela con lo que él describe como orden oligárquico.

Dentro de la tendencia historiográfica que enfatizaba las condiciones materiales de la existencia como fuerza histórica primordial por encima de las voluntades individuales y del ejercicio formal de la política, podemos ubicar la obra del economista Jesús Antonio Bejarano (1979). En su explicación sobre la transición en Colombia de una economía preindustrial a una industrial, Bejaranose opuso a interpretaciones que consideraban las reformas institucionales de la República Liberal como fundamentales para explicar dicho proceso. Para el autor, estas explicaciones no tenían en cuenta los cambios en las relaciones sociales en que se fundamentaba la mecánica política y que eran necesarios para la acumulación capitalista. La política liberal que había favorecido la industrialización en la década de los treinta era el "componente superestructural de modificaciones en la estructura social" (Bejarano 1979, 15) y su papel había sido sólo el de catalizadora coyuntural de una transformación más profunda. Por eso, el foco de su investigación fue la transformación de las relaciones sociales del régimen terrateniente, pues a partir de allí surgieron las nuevas formas de acumulación de capital, el proceso de proletarización y la formación de un mercado interior necesarios para la industrialización.

Otro análisis agudo del período, también de corte estructuralista, es el de Charles Bergquist (1986). Este historiador explicó la debilidad del movimiento laboral colombiano a partir de la estructura de la economía de exportación cafetera en Colombia. El estudio de Bergquist demostró que, si bien los trabajadores cafeteros lograron constituirse en pequeños propietarios, la burguesía capitalista mantuvo el control de las finanzas y de la exportación del grano, y por medio de ellas, la explotación de los pequeños productores y trabajadores. Adicionalmente, para Bergquist el fenómeno político de la lealtad sostenida de los trabajadores cafeteros a los partidos tradicionales no podía explicarse a partir de una "tradición"; era el producto de las condiciones materiales impuestas por la estructura exportadora cafetera, que no les permitió organizar una acción colectiva efectiva como clase.

Estos autores cuestionaron la imagen de la República Liberal como régimen progresista y revolucionario interpretando más bien el período como uno de consolidación de la oligarquía capitalista mediante la manipulación política y explotación de las clases trabajadoras. Sus trabajos han sido tremendamente reveladores y han despertado miradas críticas muy necesarias frente al discurso político y social del liberalismo de la época.

Contemporáneo a estas miradas que desde el estructuralismo económico relegaban lo político a un segundo plano (en función de intereses capitalistas de clase) surgió un trabajo que, si bien centraba su atención en los aspectos políticos del primer gobierno de López Pumarejo, no lo hacía a la manera de las memorias partidistas sino desde un análisis metodológico disciplinar. En una apuesta por alejarse de estudios de temas muy amplios, Álvaro Tirado Mejía (1981) realizó un estudio muy bien documentado sobre el pensamiento de López Pumarejo y la relación de su régimen con las fuerzas políticas de la APEN, la UNIR, el Partido Conservador, el Partido Comunista, la Iglesia y los "caciques" regionales, entre otros. Tirado argumentó que el aspecto más importante del período no estuvo en el orden material sino en el ideológico, y que López Pumarejo fue un verdadero innovador comprometido genuinamente con la mejora de las condiciones de vida y la participación política de los campesinos y obreros colombianos. Con un tono apologético, concluía que los límites de la "Revolución en Marcha" no debían ser atribuídos a su presidente sino a la intensa oposición de los conservadores, la jerarquía católica, los intereses terratenientes, los "caciques" y la facción de centro del Partido Liberal.

En una línea similar, el trabajo de Richard Stoller (1995) retomó el análisis de lo político como dominio separado de lo económico. En su análisis sobre el primer gobierno de López Pumarejo se alejó de las explicaciones de clase. Para Stoller, López no era un representante o aliado de la clase industrial, y su llegada al poder no fue asunto de clase sino de estrategia política. Enfatizó el uso de un nuevo lenguaje en la arena pública y la sensibilidad frente a la importancia de la afiliación partidista y su carga emocional. De esta manera, entendió el período 1934-1938 como uno de transformación político-ideológica, y no socioeconómica.

La interpretación de Stoller es muy similar a la ofrecida por Marco Palacios. Según este historiador, López Pumarejo constituyó un reto para la vieja generación de líderes liberales al proponer una forma de liberalismo con un importante contenido social que redefinía los objetivos del partido y del Estado. Sin embargo, Palacios nos recuerda que debemos tener cautela, pues el reformismo liberal fue modesto si consideramos sus resultados efectivos (Palacios 2003, 137-163). A pesar de las limitaciones de las acciones reformistas de esta nueva generación de liberales, Palacios enfatiza el significado político e ideológico de la República Liberal al afirmar que éste fue el período de mayor actividad política, redefinición ideológica y confrontación en el siglo XX colombiano (Palacios 2002, 285).

En cuanto a la historia política, vale la pena mencionar los trabajos realizados desde la ciencia política de Robert Dix (1967), quien se interesó por los esfuerzos de la élite política a partir de 1934 por hacer frente a los retos de la modernización, y de Paul Oquist (1980), quien explicó la Violencia a partir del colapso parcial del Estado colombiano trasperder la capacidad para mediar en conflictos. Ambos estudios son análisis que contribuyeron a compleji-zar nuestro entendimiento de las dinámicas políticas "desde arriba".

Dentro de esta línea de historia política podemos resaltar también los libros de Gerardo Molina sobre las ideas liberales y socialistas en Colombia (Molina 1971, 1987), en los que, aunque hace un trabajo histórico documentado y metodológico, se percibe la inclinación partidista del autor; los trabajos de James Henderson (1985, 2001) y el de Thomas Williford (2005b), en que exploran el poco estudiado pensamiento conservador por medio del caso particular de Laureano Gómez, y el de César Ayala Diago sobre Gilberto Alzate (Ayala 2007); y la historia del Partido Comunista Colombiano escrita por Medófilo Medina (1980). Finalmente, están los trabajos que se han aproximado a la Iglesia católica como un actor político fundamental durante el período (Abel 1987; Bidegain 1985; La Rosa 2000).


Nuevas aproximaciones: precursores del análisis cultural

A mediados de los ochenta empiezan a publicarse trabajos que indagan sobre el papel que desempeñó un creciente número de actores sociales buscando un equilibrio entre los determinantes estructurales y su agencia. En estos trabajos se vislumbran aspectos propios del análisis cultural, tales como la importancia del estudio de la formación de identidades de clase, raza y género, así como de las prácticas religiosas. Ya para los noventa y la primera década de este siglo, la cultura aparece en muchos trabajos como un elemento constitutivo de la economía y la política.4

Un primer ejemplo de cómo podemos arrojar luz sobre las aparentes contradicciones del período y visibilizar nuevos actores sociales proviene de la historia social agraria. En su libro Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1850-1936, Catherine Le Grand (1986) aborda el estudio de la economía, con énfasis en procesos y relaciones sociales de clase, y recobra la historia del sector rural a partir del análisis de las protestas agrarias en siete regiones "de frontera", con perspectiva global nacional. La autora estudia las relaciones y el conflicto entre los campesinos, los empresarios agrarios y el Estado, dirigiendo su atención al problema de la redistribución de la tierra y al conflicto entre colonos y terratenientes. Sus fuentes incluyen la correspondencia entre las distintas zonas rurales y el Gobierno nacional sobre terrenos baldíos, solicitudes de préstamos, reportes de inspectores de tierras y representantes del Gobierno, y peticiones de los colonos que describen sus condiciones de vida y retos. Lo novedoso es que combina la información "blanda" con la que se considera "dura" (intercambios comerciales, demografía), para complementar lo cuantitativo con un análisis cualitativo atento a motivaciones, percepciones, deseos, y a la transformación desde abajo para el análisis de procesos sociales en el sector rural. Su análisis interpreta las regiones rurales como entidades en transformación, en vez de estáticas e incapaces de movilizar el cambio, incluso si en el balance final se beneficiaron de manera limitada de la política agraria del gobierno de López Pumarejo (LeGrand 1986). Un importante aporte de este trabajo es, en última instancia, introducir implícitamente la agencia de los colonos en el estudio del crecimiento económico y sus beneficios durante la República Liberal.

La historia social se enriqueció, además, con el estudio de la formación de identidades obreras que conjuga procesos socioeconómicos, las experiencias obreras y los intereses de élites. En su libro Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945, Mauricio Archila (1991) analiza la construcción de identidades obreras y sus condiciones materiales introduciendo el concepto de cultura, y a través de él, la experiencia -entendida como dinámicas internas de relación entre grupos que conjugan adaptación y resistencia tanto material como simbólicamente-, sin hacer de lado "condicionamientos estructurales" (Archila 1991, 27). Para Archila, la "clase obrera" no es la imaginada por la élite o producto de la industrialización sino que resulta de su autodefinición. Los obreros (todos los trabajadores, urbanos o rurales, que trabajan directamente los medios de producción) no son individuos que responden de manera pasiva a la acción de líderes o partidos o determinantes económicos. Por el contrario, son agentes en la construcción de sus destinos que responden a un proceso histórico, y lo hacen de modo no uniforme (de la misma manera que no lo es tampoco la élite, si tenemos en cuenta que ésta también resulta de la combinación de procesos de formación identitaria y condiciones materiales tales como la economía de exportación y los conflictos sociales). El uso de la historia oral y la atención a la vida cotidiana y al uso del tiempo libre, además de los procesos de organización, son aspectos de su trabajo que se deben resaltar. Archila subraya el rol de los sindicatos y empresas, la Iglesia, las élites, y los obreros mismos, demostrando que el Estado no tiene injerencia exclusiva en ese proceso.

El análisis cultural también fue inicialmente aplicado al estudio del proceso de industrialización, que nos permite comprender la formación de identidades de la clase trabajadora. El conocimiento que tenemos sobre el desarrollo industrial y el alcance y los límites del control social fue ampliado por Ann Farnsworth-Alvear (2000) para el caso de la industria textil. En su libro Dulcinea in the Factory: Myths, Morals, Men, and Women in Colombia's Industrial Experimenta 1905-1960, la autora examina los factores culturales y las dinámicas sociales locales que dieron forma al sector. Las fuentes utilizadas incluyen los archivos de Coltejer, Fabricato y Tejicon-dor, archivos personales, documentos del Patronato de Obreras e historias orales, entre otras. En ellas, la autora busca leer lo que el trabajo significó para los trabajadores, así como sus experiencias, poniendo en cuestión argumentos que dan preponderancia al control de los trabajadores por parte de los industriales, a la hora de comprender las relaciones entre obrero y patrón en el espacio industrial. Para entender más a fondo el proceso de industrialización local, Farnsworth-Alvear introduce la historiografía de este período al análisis de género y las subjetividades examinando el papel que cumplieron la sexualidad, los códigos morales que moldeaban la autopercepción y los roles tanto de hombres como de mujeres, y más particularmente, la castidad en el caso de las mujeres, en la forma que adoptan jerarquías de raza y clase (Farnsworth-Alvear 2000). En este trabajo, discurso y práctica son las dos nociones que permiten a la historiadora estudiar las representaciones dominantes que dan forma o informan la manera como las personas piensan, sienten y dicen sobre sí mismas y los otros miembros de la sociedad, así como la vida cotidiana, las relaciones o intercambios interpersonales en el hacer y el actuar, lo cual hace que el sentido nunca permanezca inmutable (Farnsworth-Alvear 2000). De especial importancia para estudiosos del régimen liberal durante los años cuarenta es la invisibilidad de las trabajadoras en el activismo radical del período -a los ojos de los medios y los industriales mismos- y la masculinización del espacio de trabajo como resultado de las medidas que se tomaron para desincentivar la protesta.

A partir de mediados de los ochenta, el estudio de la política de masas y la cultura política arroja una nueva mirada sobre un campo que ya había sufrido varias transformaciones en las décadas de los sesenta y setenta.Utilizando como fuentes grabaciones de la época, entrevistas, memorias, biografías y materiales de archivo convencionales, Herbert Braun recupera para la historiografía al líder político Jorge Eliécer Gaitán y "el pueblo" o la "masa", los cuales hasta la fecha seguían siendo difícil objeto de estudio. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia (Braun 1987) ofrece un estudio de los comportamientos, creencias, emociones, decisiones, acciones, en respuesta tanto a situaciones predecibles como impredecibles, y patrones de vida de líderes políticos y de la clase popular urbana. Braun propone una nueva aproximación al estudio del cambio y conflicto durante las décadas del treinta y cuarenta revalorizando actores polémicos; reconstruye el repertorio de acciones significativas examinando acción y subjetividad, y construye un nuevo repertorio que permite reconstruir el patrimonio histórico inmaterial. Particularmente importante es el énfasis que hace el autor en la vida privada y su ascenso en el espacio público como producto del proceso de secularización en el capitalismo. Braun evita así echar mano de la tradición paternalista y corporativista católico-ibérica como modelo explicativo para leer la cultura política y la relación entre líderes y seguidores.

En sus textos Estado laico y catolicismo integral en Colombia: la reforma religiosa de López Pumarejo (2000) y El episcopado colombiano: intransigencia y laicidad (1850-2000) (2003), Ricardo Arias hace una importante contribución al estudio de la Iglesia católica, el clero, los católicos y la política en Colombia al revalorar una institución cuya historia aún escapa de lecturas desapasionadas. Si bien su trabajo podría enmarcarse dentro de la historia de las ideas, de interés para nosotros es la exploración que hace el autor del proyecto de laicización de la "Revolución en Marcha", que recupera las prácticas religiosas como constitutivas del dominio de la política. Utilizando fuentes tales como cartas pastorales, comunicados, sermones, prensa, revistas, obras literarias y fuentes orales, cuestiona el proyecto de laicización en el proceso de "modernización". Arias hace un balance del rol del episcopado en el freno de la laicización y del proyecto liberal. Contrario a lo que se pensaba, Arias demuestra que el liberalismo no fue lo "revolucionario" que se creía a este respecto: no trató de prohibirle al clero seguir con sus tareas educativas, no intentó acabar con la educación confesional sino ofrecer una alternativa, y tuvo limitaciones económicas para implementar una educación laica gratuita que, de todas formas, no era del todo autónoma. Arias argumenta que el "el proyecto que buscaba redefinir el rol de la Iglesia católica en el seno de la sociedad era quizá menos ambicioso de lo que pretendía el gobierno" (Arias 2000, 71). El proyecto fracasó no sólo por la oposición sino por la poca firmeza y el escaso compromiso con que los partidarios del laicismo defendieron su causa. Por otro lado, sin quedarse en la oposición discursiva del clero a la reforma religiosa, Arias elabora a partir de sus instrumentos y estrategias para responder a las reformas que podían potencialmente reducir su papel en la sociedad, tales como la fundación de colegios y universidades católicas, la Acción Católica, la organización de juventudes obreras, sindicatos católicos, cooperativas locales y grupos de devoción. Aparte de contribuir a la historización de la Iglesia católica como importante actor en el dominio público, estos estudios introducen la religiosidad como práctica constitutiva del dominio de la política.

La exploración de formas novedosas de acercarnos a la historia política y económica del país se enriquece con el estudio de la educación como instrumento del proyecto político de modernización y la modernización educativa misma en perspectiva global nacional. En su libro La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política, Aline Helg (1987) combina el análisis cuantitativo con el cualitativo implementando de esta manera un elemento importante para el análisis cultural. Helg nos muestra cómo enriquecer la información cuantitativa, en este caso la compilada en la década de los sesenta por Ivon Lebrot y dirigida por el padre Louis Lebrat de la Misión Economía y Humanismo, con análisis cualitativo y utilización cuidadosa de legislación educativa, memoria de los ministros de Instrucción Pública y Educación, revistas, periódicos, y su sección editorial. Además de esto, Helg realizó entrevistas con personas que participaron de distinta manera en los procesos. Según Helg, el período 1935-1938 representó un quiebre con las políticas de los gobiernos conservadores anteriores, por su carácter secularizante, democratizante y nacionalista. Si bien pareciera que los cargos eran otorgados en función de la política para equilibrar el poder, los aspectos sociales del Gobierno en lo que respecta a su función social efectivamente se ven reflejados en la relación entre políticas culturales y los niveles y modalidades de educación. Hay, sin embargo, más similitudes que diferencias entre conservadores y liberales, y en su última instancia el proyecto de modernización fue más bien moderado.

Nuestra comprensión del dominio de la política durante el período liberal ha sido enriquecida por estudios de las políticas de Estado en el ámbito de su imple-mentación y de su relación con procesos de formación de identidades de clase, género, raciales y/o étnicas, y los múltiples medios que distintos actores sociales utilizan para construir la nación. Un estudio que en este sentido contribuye a la historiografía del período es el libro Música, raza y nación: música tropical en Colombia de Peter Wade (2002). En este estudio etnográfico de la música, Wade indaga sobre cómo se transformó en música nacional la música de raíces afrocolombianas de la clase trabajadora de la costa Caribe y del Pacífico durante la década de los cuarenta. En su exploración de la conformación de identidades nacionales a través de la música desde una perspectiva racial, incluye el importante papel que cumplió la industria musical. En este trabajo, la producción musical aparece no como reflejo sino como constitutiva de la formación de la nación. Wade se apoya en fuentes de prensa, revistas culturales, entrevistas, textos escolares, textos literarios y observación etnográfica en círculos intelectuales y artísticos, y grupos de la clase media y trabajadora. El autor arroja luz sobre el proceso de modernización en Colombia en cuanto a la creación de audiencias, la apreciación musical, la diversificación que permiten los sistemas de comunicación y las nuevas tecnologías tanto de lo que se disfruta como de quienes lo disfrutan, más allá de las limitaciones geográficas.

Finalmente, queremos destacar los trabajos de Renán Silva, República Liberal, intelectuales y cultura popular (2005) y Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia (2006), como ejemplo de una historia social y de la cultura del período que nos permite ahondar en la política cultural del Gobierno más allá del estudio de las instituciones educativas. Los libros de Silva reúnen estudios empíricos rigurosos sobre aspectos puntuales de la política cultural liberal. En ellos muestra el esfuerzo material que hizo el Estado liberal al utilizar mecanismos de diseminación y construcción de audiencias tan diversos como las escuelas ambulantes, patronatos, radio, cine, prensa, libros, ferias y espectáculos. Silva resalta el hecho de que durante este período el Ministerio de Educación se convirtió en lugar de llegada de intelectuales que compartían intereses y estaban comprometidos con el proyecto modernizante del gobierno liberal. Así, la política cultural liberal involucró actores diversos, incluidos ministros, sus asistentes, secretarios de Educación y maestros. Esto se ve particularmente en el rico estudio preliminar de una fuente novedosa: la Encuesta Folclórica Nacional de 1942, diseñada por el Gobierno para conocer la población, sus costumbres y necesidades, y aplicada por los maestros a lo largo y ancho del país. Silva nos invita a matizar visiones sobre el alcance de los avances durante este período mediante su estudio de instituciones emblemáticas como la radio y su enriquecedor y continuo funcionamiento.


Nuevas direcciones en perspectiva latinoamericana

El análisis cultural como campo de producción teórica y metodológica ofrece muchas posibilidades que han atraído la atención de estudiosos de la historia latinoamericana. A continuación presentamos algunos estudios de otros países latinoamericanos -que de ninguna manera son exhaustivos-, así como adiciones recientes a la historiografía colombiana, con el objetivo de señalar nuevas rutas posibles y despertar curiosidades entre los investigadores. Lo que estos trabajos señalan son las inmensas posibilidades que presenta el análisis cultural para que profundicemos nuestra comprensión del período adentrándonos en aspectos de la experiencia humana poco explorados hasta el momento.

Para comenzar, hay una amplia bibliografía que ha acudido al análisis cultural para iluminar nuestro entendimiento de la formación del Estado. El caso particular de la Revolución Mexicana ha sido muy sugestivo. El análisis cultural ha sido una herramienta prolífica para escapar del callejón sin salida al que había llevado la historiografía revisionista desde la década de 1970. Para el revisionismo, la Revolución no había sido un movimiento popular efectivo (como se suponía hasta la masacre de Tlatelolco de 1968), sino que había sido traicionada por elementos burgueses que desde el Estado postrevolucionario consolidaron un Estado centralizado, autoritario y capitalista alejado de los principios por los que lucharon los mexicanos de 1910. Lejos de encarnar la revolución, el PRI había sido un instrumento de intereses capitalistas que profundizó la desigualdad y cerró las vías de participación popular.

Desde finales de la década de 1980 se despertó un interés por sobrepasar esta lectura, sin que ello implique regresar a lecturas románticas de la Revolución. Cuestionando imágenes del Estado posrevolucionario y de las élites capitalistas como fuerzas de dominio absoluto, ha surgido una preocupación por rescatar de la inconsecuencia la participación popular durante la Revolución, así como las relaciones y negociación entre gobernantes y gobernados después de ella. Estas interpretaciones han ido de la mano con un nuevo interés por las subjetividades, por la agencia de grupos como los indígenas, campesinos y trabajadores urbanos, y por las formas cotidianas de acción política (incluida la cultura como terreno de luchas por el poder), en contrapeso a los análisis estructuralistas que enfatizaban el peso de las condiciones materiales de la existencia sobre los individuos. Adicionalmente, estudios empíricos regionales y locales han iluminado las dinámicas de la hegemonía en la formación del Estado revelando a este último ya no como un ente homogéneo, centralizado y de poder formidable, sino heterogéneo, sujeto a pugnas con las élites locales y en constante formación y negociación de su poder.5

Tenemos mucho que aprender de estos estudios. Así lo demuestran los análisis que han empezado a preguntarse por la formación del Estado colombiano con perspectivas similares. Esto se ha dado especialmente en la bibliografía sobre el siglo XIX, y un buen ejemplo es el trabajo de James Sanders sobre la participación política popular en el Cauca (Sanders 2004 y 2009). Ampliando la mirada sobre lo político más allá de la acción de las élites, Sanders examina las maneras como los afroco-lombianos e indígenas caucanos utilizaron el lenguaje del republicanismo para defender sus propios intereses y lograron consolidar posiciones de negociación eficaces.

Para el siglo XX, Renán Silva ha sugerido que el estudio empírico de la política cultural de la República Liberal permite cuestionar la tesis generalizada del Estado ausente en la historia de Colombia (Silva 2005). Aunque Silva no profundiza en esta propuesta, pues su trabajo no gira en torno al problema de la formación del Estado, su observación es muy sugestiva. Los mecanismos de acción y formación del Estado colombiano durante la República Liberal que han recibido la mayor parte de la atención son los intervencionismos económico y laboral, pero poca atención hemos prestado a fenómenos como las políticas culturales como estrategias de fortalecimiento estatal. En el caso mexicano, la historiadora Mary K. Vaughan ha rescatado el papel fundamental que tuvo la política educativa de la Revolución Mexicana, en cuanto permitió que en el diálogo entre gobernantes y gobernados se forjara un lenguaje compartido de expectativas, derechos, valores e identidades (Vaughan 1997). Vaughan hace esto examinando el nodo en el cual se entrelazaron las iniciativas del Estado, las personas encargadas de implementarlas y las comunidades a las que iban dirigidas, estudiando en detalle los casos de Puebla y Sonora. El trabajo que Silva ha iniciado, en general podría llevarse más allá al entrar en diálogo con miradas como ésta, y emprender el estudio de la implementación regional y local de las políticas culturales de la República Liberal.

El papel en este período de medios de comunicación como el cine, la radio y la reportería gráfica en la formación tanto del Estado como de la nación también es un campocon gran potencial. Algunos esfuerzos iniciales en este sentido se pueden encontrar en el dossier sobre historia de los medios de comunicación de la revista Historia Crítica, editado por Fabio López de la Roche (2005). La historiadora Mary Roldán también está por publicar un trabajo muy prometedor que relaciona la tecnología de la radio con la formación nacional.

Estudiar el proyecto cultural de la República Liberal (sin asumir que se trataba de un proyecto ni de un Estado monolítico, ni que tuvieran un alcance y poder excesivos) en relación con el contexto de cambios económicos y políticos que conocemos mejor, puede dar luces no solamente sobre el nacionalismo cultural sino sobre la relación entre el Estado liberal y la sociedad civil, y los mecanismos de dominación y resistencia. Además, los debates y negociaciones en torno a estas políticas constituyen un lugar importante para observar la práctica política de colombianos ordinarios que se vincularon con ellas y, por ende, con el Estado. Cabe preguntarnos, por ejemplo, por la manera como diferentes sectores sociales (los intelectuales y artistas, los empresarios de la cultura y los consumidores) contestaron o reforzaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar en las políticas culturales. El caso de las políticas culturales es sólo una de las posibilidades que surgen cuando consideramos la eventualidad de estudiar el funcionamiento del poder más allá de la acción política formal y de la dominación económica.6

La aplicación del análisis cultural para aproximarnos a la pregunta sobre la formación del Estado como el resultado de procesos de oposición y negociación ejemplifica la importancia que tiene no limitarnos a estudiar percepciones desde lo discursivo sino más bien ponerlas en diálogo con la forma como éstas son integradas en la práctica a un conjunto de otras percepciones y acciones. Esta preocupación por las subjetividades -las cuales son constituidas desde la experiencia material y, al mismo tiempo, constitutivas de sí mismas- ha producido trabajos muy valiosos sobre la formación de identidades. Para el caso colombiano, los estudios de identidad de clase fueron iniciados por Mauricio Archila con su trabajo sobre la formación de la clase obrera. Archila hace énfasis en la importancia de atender a la experiencia obrera y sus expresiones culturales, sin omitir las posibilidades de acción que la estructura misma permite en un espacio y tiempo particulares (Archila 1991).

Más recientemente, Abel Ricardo López se ha concentrado en la poco estudiada clase media colombiana, buscando encontrar un equilibrio entre los factores estructurales que posibilitan o limitan la acción y las experiencias de vida cotidianas. Utilizando fuentes que van desde estadísticas y documentos oficiales hasta diarios, archivos personales, novelas e historias orales, López explora la manera como los empleados de oficina construyeron su identidad de clase durante las décadas de 1930 y 1950 (López 2001). Posteriormente, se concentra en la formación de la clase media en Bogotá enmarcándola en el contexto interno del Frente Nacional y en el contexto transnacional de la Guerra Fría (López 2008). La importancia que tiene la interacción entre los universos mentales y los universos vividos para el estudio de la formación de identidades de clase media empieza a dar sus frutos en la historiografía de varios países latinoamericanos, incluido Colombia (Adamovsky 2009; Barr-Melej 2001; Owensby 1999; Parker 1998).

En la última década han proliferado estudios de género que nos permiten ver la manera en que éste constituye las jerarquías de poder en distintas esferas. Trabajos como los de Donna Guy (1991 y 2009), Karin Alejandra Ro-semblatt (2000), el volumen editado por Gabriela Cano, Jocelyn Olcott y Mary K. Vaughan (2009), el editado por Daniel James y John French (1997) y el editado por Karina Inés Ramacciotti y Adriana Valobra (2004), entre otros, han demostrado, además, que las estructuras de género no son ni autónomas ni derivativas del poder económico y político. Para el caso colombiano, la literatura se ha ampliado desde unos primeros trabajos descriptivos sobre la mujer y su experiencia hasta análisis mucho más ricos que tienen en cuenta las relaciones de poder implícitas en experiencias de vida -en el trabajo, la vida privada, y en la vida pública y política- que son atravesadas por el género (Farnsworth-Alvear 2000; Suescún 2005 y 2007).

En cuanto a la construcción de identidades y jerarquizaciones raciales, la historiografía colombiana para este período ha sido muy escasa. Aparte del trabajo de Peter Wade (Wade 2002) -cuyo énfasis no es la República Liberal pero se aproxima al período-, poco es lo que se ha examinado sobre la forma como las percepciones y acciones de individuos y grupos bajo la República Liberal estuvieron informadas por nociones de raza. Si bien el análisis de las relaciones raciales es incipiente, podemos llamar la atención del lector sobre el trabajo de autores como Roberto Pineda Camacho, quien examina la manera como se definió el problema indígena durante la República Liberal, así como los inicios de la política indigenista en ese período (Pineda 2009). La historiografía de la construcción de identidades raciales en Colombia puede enriquecerse, además, siguiendo el ejemplo de autores como Robin Moore (1997) sobre la experiencia musical de la población de ascendencia africana perteneciente a la clase trabajadora, entre 1920 y 1940, y su lugar en la cultura nacional cubana, y Alexander S. Dawson (2004), quien analiza la construcción de identidades raciales y el proyecto de nación en México durante el mismo período.

El análisis cultural que Moore (1997) y Dawson (2004) ofrecen sobre las ideologías y construcción de identidades raciales en Cuba y México es también útil a la hora de ampliar nuestro conocimiento sobre la formación de la nación en el caso colombiano. La presión de la movilización popular que venía aumentando desde la década de 1920 obligó a los líderes de la República Liberal a proponer un proyecto nacional más incluyente. Como podemos recordar, la historiografía de los setenta y los ochenta tendió a desechar ese proyecto como simple manipulación populista (ésta es la visión con perspectiva estructuralista). Evidentemente, los líderes liberales utilizaron el discurso del nacionalismo incluyente de manera estratégica. Sin embargo, a nuestro modo de ver, desechar ese discurso de manera tajante limita la posibilidad que tenemos de aproximarnos a dicho proyecto como un campo de resistencia y negociación en el que participaron también otros sectores de la sociedad. Por ejemplo, sabemos que empleados del Gobierno, intelectuales, artistas, maestros, empresarios y consumidores, entre otros, reforzaron y cuestionaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar del nacionalismo promovido por el régimen, ya sea porque creían en sus postulados, o porque lo movilizaban como resultado de su participación en los proyectos del Estado (Cortés 2004; Díaz 2005; Muñoz 2009b y 2010; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997; Silva 2005 y 2006; Suescún 2005). Estas discusiones son fundamentales para dar cuenta de las ambigüedades, las contradicciones y los matices del período que nos alejan de lecturas en blanco y negro. Para continuar complejizando nuestras aproximaciones a la República Liberal, podríamos seguir el ejemplo de los estudios posrevisionistas de la Revolución Mexicana, los cuales han producido trabajos muy enriquecedores sobre el nacionalismo cultural (Béjar y Rosales 2005; Joseph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Pérez 2003; Vaughan y Lewis 2006).

Finalmente, dado que la formación de nación resulta de procesos que traspasan las fronteras políticas, sería muy interesante desterritorializar la noción de nación e incorporar su formación en procesos transnacionales. Desde las artes hasta la política, los procesos nacionales son filtrados por corrientes y eventos de escala internacional.

Para el caso de la política, Thomas Williford ha mostrado cómo la clase política, tanto liberal como conservadora, dialogó con corrientes ideológicas transnacionales y las utilizó en el contexto de las décadas de los treinta y cuarenta para hablar del otro y dar sentido a la realidad nacional y sus tensiones políticas (Williford 2005a, 2005b). Esto es tan sólo un ejemplo de la medida en que procesos nacionales no se pueden circunscribir a dinámicas internas excluyendo la perspectiva transnacional.

Finalmente, el análisis cultural también está haciendo posible el avance de interpretaciones enriquecedoras en el campo de las relaciones internacionales. La historiografía reciente sobre Colombia ha ido más allá del enfoque político-económico tradicional que por mucho tiempo limitó su observación a los intercambios diplomáticos y comerciales (Bushnell 1967), para incorporar la cultura no solamente como tema sino como herramienta de análisis, de tal manera que podamos así tener en cuenta la agencia y diversidad de actores en procesos de intercambio de ideas, productos, e ideologías y/o relaciones de poder en perspectiva internacional. Así lo demuestran la presencia en Colombia de científicos, filántropos, turistas, misioneros, e innumerables productos de consumo que también hacen parte de la historia, tales como el cine de Hollywood, y que hemos examinado muy poco. Por ejemplo, en el caso de las relaciones Estados Unidos-Latinoamérica durante el siglo XX, el intercambio ha sido profuso y continuo. La colección de artículos reunidos en el volumen Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations (Joseph, LeGrand y Salvatore 1998) es un excelente ejemplo del uso de nuevas fuentes y de la relectura de fuentes tradicionales desde el análisis cultural, para rescatar la participación de actores que no habían sido considerados. Los autores hicieron un esfuerzo por ver la cultura no sólo como elemento discursivo sino como herramienta para observar su funcionamiento práctico y sus efectos sobre las estructuras materiales de la sociedad. Los escasos trabajos que hay en este sentido para el caso colombiano, además de dos contribuciones al libro Close Encounters of Empire (LeGrand 1998; Suescún 1998), examinan las expediciones científicas extranjeras a Colombia y su papel en la configuración de relaciones de poder transnacionales (Quintero 2007 y 2011; Quevedo 2004; Muñoz 2009a).


Conclusión

El presente artículo es el primer intento que se ha hecho de brindar a lectores en las ciencias sociales y las humanidades una síntesis analítica de la literatura que hasta la fecha ha desplegado elementos propios del análisis cultural y ejemplificado lo que la historia cultural puede ofrecernos para el estudio del siglo XX en Colombia. Consideramos fundamental que se continúen esfuerzos como éste por poner en conversación de manera explícita a autores contemporáneos y sus antecesores, dado que ésta es la única manera de comprender el modo como este campo multidisciplinar crea su dominio de análisis.

Brevemente, queremos ofrecer al lector un balance general del aporte que el análisis cultural puede hacer, muy especialmente, a la historiografía del período y la República Liberal. En primera instancia, como lo demuestran los estudios presentados en la segunda y tercera sección, nos permitiría continuar increpando las dicotomías que organizaron la experiencia y constituyeron el discurso de la modernidad durante el período. El cuestionamiento de estas dicotomías es fundamental, pues inadvertidamente los investigadores corren el riesgo de reproducirlas en sus análisis e interpretaciones. Tal es el caso de las dicotomías liberal/conservador, tradicional/moderno, nacional/extranjero, resistencia/dominación y cultura de élite/cultura popular (Muñoz 2009b; Suescún 2005).

De igual manera, haría posible aliviar el período de la carga emocional que le ha sido impuesta, porque ha sido leído retrospectivamente como preámbulo de la Violencia (Suescún 2005). Además, nos recuerda que el cambio se manifiesta de muchas formas, y que no necesariamente está condicionado por el conflicto, la crisis o la violencia tanto individual como colectiva (Suescún 2010). En este sentido, sería útil, además, para abrir las fronteras de estas dos décadas y articular las continuidades y el cambio con las décadas que las antecedieron y las posteriores. Finalmente, utilizar la cultura como categoría de análisis debe presentar a los investigadores el reto de entender la manera en que ésta genera procesos más amplios de transformación, y no sólo los refleja o corre paralela a éstos (Sommer 2005).

A título de recomendación, queremos enfatizar que, si bien el análisis cultural llama la atención sobre algunas limitaciones de las miradas estructuralistas, esto no significa que se pueda deshacer de dichas miradas o que no reconozca sus propios límites. El reto es integrar ambas tendencias en una síntesis más rica: atender a la manera como las percepciones, las subjetividades, los símbolos y la agencia dan forma al mundo social y a sus relaciones de poder, pero sin pasar por alto las condiciones materiales que también son determinantes. Igualmente, no se trata de estudiar ideas, narrativas, valores, actitudes y aspiraciones de manera independiente de las prácticas, las instituciones y la materialidad; se trata de ver cómo éstas se constituyen mutuamente en cuanto prácticas en sí mismas. El análisis cultural debe escapar del riesgo de quedarse en el análisis del discurso o sobrestimar el poder de los subalternos, o ignorar los límites que puede imponer la estructura (si bien ésta está en continua transformación), intentando al menos buscar algún equilibrio entre la estructura y la agencia.

Además, es deseable que el análisis cultural se concentre en procesos, y no exclusivamente en la cristalización del cambio. Por ejemplo, al estudiar la República Liberal buscando únicamente expresiones de cambio, nos podemos enfrascar en discusiones que sólo tienen dos salidas: triunfo o fracaso. Son los procesos los que nos acercan a la trama de la experiencia humana.


Comentarios

1 Nuestra percepción del análisis cultural constituye un esfuerzo por escapar de las polarizaciones entre el determinismo económico y el determinismo cultural; entre objetividad y subjetividad; entre el positivismo y el constructivismo. Por supuesto, esta propuesta no es novedosa y se viene generando hace un tiempo desde las diferentes ciencias sociales. Entre quienes han nutrido nuestra reflexión histórica se encuentran Michel-Rolph Trouillot (1995), Chartier (1988 y 1997), los textos de Emilia Viotti da Costa, Steve Stern, Barbara Weinstein y Florencia Mallon, incluidos en Joseph (2001); los autores que participaron en el libro editado por LeGrand y Salvatore (1998), y el número especial del Hispanic American Histórica] Review titulado "Mexico's New Cultural History: Una Lucha Libre" (Gilbert 1999). Estos debates tampoco se han dado en el vacío, y es importante resaltar a los precursores: Raymond Williams (1997), Thompson (1963 y 1971), y antes de ellos, por supuesto, Gramsci (2001).

2 Esto abre la pregunta de si una de las causas pudiese haber sido una posible debilidad o ausencia del Estado.

3 Para efectos de este balance historiográfico, hemos utilizado los libros que resultaron de tesis doctorales de autores como Daniel Pécaut, Mauricio Archila, Catherine Le Grand, Herbert Braun, Aline Helg y Anne Farnsworth-Alvear, entre otros. Sabemos que la obra publicada difiere en mayor o menor medida de la tesis doctoral de muchos autores. Nuestra decisión de trabajar con obras publicadas y no tesis doctorales no desconoce la importancia de la tesis. Para efectos de este artículo, consideramos que los argumentos principales presentados por los autores permanecen como una constante tanto en la tesis como en su posterior publicación. Además, es importante reconocer que en Colombia es aún limitado el acceso a las tesis doctorales escritas en el exterior.

4 Queremos anotar que en esta sección no examinaremos tesis de pregrado o maestría sobre las décadas de 1930 y 1940 que puedan utilizar una aproximación cultural. Muy seguramente, este examen podría arrojar luces sobre los caminos que abrieron los precursores que discutimos aquí.

5 La literatura es muy amplia para desglosarla aquí, pero se pueden encontrar balances extensos en Gilbert Joseph y Daniel Nugent (2002), en Mary Kay Vaughan (1999) y en Florencia Mallon (2003).

6 Existen estudios para otros países latinoamericanos que han demostrado la fecundidad de esta mirada (Barr-Melej 2001; Ciria 1983; Joseph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Plotkin 2002; Rubenstein 1998; Vaughan 1997; Vaughan y Lewis 2006; Williams 2001).


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Fecha de recepción: 2 de junio de 2011,Fecha de aceptación: 27 de julio de 2011 y Fecha de modificación: 6 de septiembre de 2011

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