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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.42 Bogotá jan./abr. 2012

 

Palabras a Álvaro Camacho

Hugo Fazio Vengoa

Doctor en Ciencia Política de la Université Catholique de Louvain, Bélgica. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: hfazio@uniandes.edu.co


Conocí a Álvaro Camacho en la Universidad Nacional de Colombia hace un par de décadas. Acababa yo de ingresar al Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) y él ya era parte integrante de ese cuerpo docente. Ése era, en aquel entonces, un medio académico nada fácil. En los noventa, el Iepri era la institución más prestigiosa de las ciencias sociales en el país y estaba compuesto por una pléyade de destacados intelectuales. Yo sabía que mi ingreso no sería un asunto fácil porque, si bien había ganado un concurso académico, era un extranjero, desconocido en el medio intelectual colombiano. Pero, para fortuna mía, ahí estaba Álvaro, quien, con su gran calidez humana, terciaba para que todo recién llegado se sintiera como en casa. Me introdujo en los intersticios del Instituto y me enseñó las claves para una adecuada compenetración con el resto del equipo docente. Entre cientos de tintos, miles de cigarrillos y largas conversaciones, en las cuales la buena literatura siempre ocupó un lugar destacado, se fue forjando nuestra amistad. Después, cuando Álvaro fue nombrado director del Iepri, tuve la fortuna de trabajar codo a codo con él en la creación de la Maestría en Estudios Políticos.

Al capítulo de la Nacional le siguieron los años que pasamos juntos en la Universidad de los Andes. Álvaro fue designado director del Centro de Estudios Socio cutlurales e Internacionales (CESO) de la Facultad de Ciencias Sociales, cargo que desempeñó a lo largo de una década, y por un período similar representé al Departamento de Historia en el Comité del Ceso. En esta nueva experiencia comprendí que las instituciones y el medio académico podían cambiar, que las funciones podían ser otras, pero que Álvaro siempre era el mismo.

Si bien debe reconocérsele el importante papel que desempeñó al frente del Ceso, institución a la que ayudó a encumbrar como uno de los principales centros de investigación del país, no lo recuerdo por su apasionamiento por las tareas administrativas o directivas. Las hacía, pero creo que no era algo que lo entusiasmara de modo particular. Lo reconozco más en la función de director-amigo, es decir, como un hombre al que le encantaba conversar, discutir las tesis, la metodología o la literatura empleada, es decir, lo recuerdo como un académico que ejercía su liderazgo a través de la incitación a perfeccionar los argumentos y a refinar las evidencias.

Huelga decir que de mí tuvo que padecer la lectura de un montón de libros. Retengo la imagen de cuando llegaba a su oficina con un nuevo manuscrito. Hacía una mueca peculiar, balbucía entre dientes alguna frase en la que me inculpaba de la feroz tala de bosques, cogía un lápiz y comenzaba la lectura para corregir mis innumerables "horrores" idiomáticos. Como bien saben quienes lo conocieron de cerca, a Álvaro le gustaba fingir una apariencia de cascarrabias, pero a todos trataba con la mayor cordialidad y calidez. Fueran estudiantes, miembros del personal administrativo, profesores o directivos, todos recibían el mismo trato.

Creo no malinterpretar a Álvaro si digo que le gustaba más ser un amigo que un jefe. Su amistad no estaba focalizada; se repartía por igual en todas las direcciones. Con todo el mundo departía y siempre tenía algún tema para compartir. Dependiendo de la audiencia o del momento, le gustaba hablar de sociología, de literatura, de fútbol, o simplemente contar cuentos, sobre todo de políticos y de curas. Álvaro, empero, no sólo era un buen conversador. Otra faceta sin duda menos conocida, porque le gustaba acometerla de manera sigilosa, muestra una vez más su gran calidez humana. Lo recuerdo en más de una ocasión organizando colectas para ayudar a un mensajero o a un auxiliar de la Facultad en sus estudios universitarios. Era tal su preocupación, que siempre andaba preguntándoles cómo iban en los estudios, y cuando el semestre se acercaba a su fin, siempre estaba pendiente de organizar la nueva colecta hasta que la meta se alcanzara.

De Álvaro aprendí algo, que creo que siempre ha estado en mí, pero que ahora lo practico de manera consciente. En el medio académico y universitario, como seguramente en cualquier otro, un buen entorno humano es tan importante como la elaboración de directrices claras. Empero, mientras estas últimas se establecen, el entorno debe ser cultivado en el día a día. Esto requiere tiempo, esfuerzo y paciencia. La mejor manera de honrar la memoria de Álvaro es continuar cultivando esa semilla por él sembrada y mantenernos apegados a ese terco esmero por hacer de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes un bello proyecto universitario en donde amigablemente se adelanten las funciones docentes, investigativas y administrativas. Gracias Álvaro por contribuir a forjarnos como comunidad y por ayudarnos a comprender el valor que encierra la dimensión humana en todo proyecto institucional.