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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.42 Bogotá jan./abr. 2012

 

Porque la guerra nos importa: esclarecer desde la escucha y la empatia*

María Emma Wills O.

Ph.D. en Estudios Latinoamericanos de Texas University (Austin), Estados Unidos. Profesora Asociada del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes y coordinadora de la línea de investigación Mujeres, Género y Guerra del grupo de Memoria Histórica de la CNRR. Correo electrónico: mwills@uniandes.edu.co


Quiero dedicar estas palabras a todas las gestoras de memoria que participaron en este proyecto; a ellas, por vencer el miedo y el silencio, y por construir con su testimonio y su sabiduría estas memorias de horror y despotismo; a ellas también porque con su ejemplo mantienen viva la esperanza de un país mejor.

A Malu, Vivi, Camila, Chucho, Pilar y Martha Nubia, integrantes del equipo de Mujeres, Género y Guerra de Memoria Histórica, gracias por hilar con inteligencia y sensibilidad estos relatos del horror. A colegas, estudiantes, instituciones, academia, periodistas, gracias por todos los respaldos brindados para que este trabajo salga a la luz pública.

Primero: esclarecer desde la escucha

Hoy, el país confronta una encrucijada. Como en el pasado, puede dejar de nombrar lo que acontece en las regiones para convencerse de que Colombia ya se encamina hacia la paz. Mientras unas voces anuncian, optimistas, que la concordia ya empieza a reinar, en las sociedades locales las amenazas, la persecución y las armas siguen prosperando. Cierto es que la guerra no se libra en los mismos términos que antaño, pero cierto también que el proyecto democrático-liberal agenciado desde la Presidencia no ha logrado desbancar redes armadas afincadas aún en turbias alianzas entre mafias, agentes del Estado, funcionarios públicos y políticos y empresarios inescrupulosos.

Tenemos que aceptar que las mujeres reclamantes de restitución de tierras y denunciantes de violencia sexual son aún objeto de persecución, o peor aún: en este mismo año han visto caer asesinados a algunos de sus familiares. La paz añorada y tantas veces mencionada, está lejos de ser una realidad.

Como le ocurrió a mi generación, podemos hoy ser incrédulos ante estas historias que nos confrontan con el hecho de que el desafío de esas redes armadas sigue vivo. O podemos, como bien lo señaló Pastora, líder de la comunidad de San Carlos, recorrer, con cuidado y esmero, los pasos de nuestra historia reciente para aprender de ella y reconocer las condiciones que propiciaron y siguen propiciando que muchos ciudadanos y ciudadanas de este país vivan aún en medio del miedo, la desolación, el desamparo, el desplazamiento y la amenaza.

¿Cómo reconstruir esos contextos que dieron origen al horror y al terror? Si somos académicos, lo podemos seguir haciendo sólo desde la recopilación de las cifras y aferrarnos a la idea de que, por ejemplo, la disminución en la tasa de homicidios es indicativa de que vamos por el buen camino. Si somos periodistas, podemos seguir recurriendo, sin imaginación, a las mismas fuentes. Pero estas rutas están plagadas de trampas.

Por eso, desde las universidades, desde las instituciones y desde los medios de comunicación tenemos que aprender a escuchar las otras voces de este país, esas que son muchas veces discriminadas por no pertenecer a un género, a una raza, a una opción sexual, a unas élites intelectuales, políticas o económicas, pero que resguardan en su memoria una historia distinta. Tenemos que salir de la comodidad de nuestro mundo familiar y asumir el trabajo de campo regional con la convicción de que para captar esta Colombia turbulenta es imprescindible saber escuchar a conciudadanos y conciudadanas que viven en circunstancias muy distintas a las nuestras.

Segundo: impugnar

Pero a veces no son las cifras las que nos llevan a visiones tramposas de la realidad. Hay, quien lo puede negar, voces incapaces de reconocer, o peor aún, dedicadas a desinformar sobre lo acontecido. Entre los grupos armados, claro, se llevan a cabo batallas por la memoria y por la historia. Por ejemplo, hombres para-militares han proclamado en sus versiones ante justicia y paz que ellos nunca ordenaron a sus reclutas vejar mujeres y que si ellos o sus comandantes sostuvieron relaciones con jóvenes de las regiones bajo su dominio, lo hicieron con su consentimiento. Ellos afirman que "ellas, las muchachas, los buscaban". Ésa es la versión oficial de estos grupos.

Que ellos lo digan para mantener su buena conciencia como hombres que se pretenden irresistiblemente conquistadores, vaya y venga. Pero que esta versión se repita en boca de fiscales, periodistas o investigadores académicos, sin acotación alguna, lo confieso, me indigna. ¿Qué tipo de libertad pueden tener chicas que crecen en pueblos y veredas donde ellos fueron y siguen siendo la autoridad? ¿O es que acaso imaginamos posible que Hernán Giraldo iba, en su dominio, a aceptar la negativa de una joven virgen al que él ya había escogido como su próxima "compañera"? Sí, cierto: los padres llevaban a sus hijas; y sí, seguramente algunas jóvenes lo buscaban.

Pero contentarse con esta versión es ocultar ese déficit democrático que prima en esas sociedades locales donde las niñas no son percibidas como sujetos de derechos y pueden, sin remordimiento alguno, convertirse en la mercancía que se intercambia en una relación clientelista armada con "El Patrón" a cambio de seguridad y otro tipo de prebendas.

La mayoría de comandantes dice no haber ordenado el ejercicio de la violencia sexual ejecutada sobre habitantes bajo sus dominios. Y sin embargo, esos mismos hombres que niegan haber fomentado esa violencia fueron los encargados de actualizar visiones enormemente despectivas y patriarcales de la feminidad. Las mujeres señaladas por "chismosas", "infieles", "transgresoras", "desobedientes", sabían que serían castigadas y que probablemente el castigo tendría que ver con el ejercicio de una violencia sexual acompañada de apelativos humillantes que las despojaban, en últimas, de su humanidad.

Hoy se ha instalado en la conciencia nacional que en esta guerra está en juego la codicia, expresada en ese afán de hacerse a tierras, recursos naturales, presupuestos públicos, territorios. Estamos menos preparados a aceptar que en este conflicto también estuvo y aún está en disputa cierto tipo de masculinidad. Luego de la socialización por largos años de muchachos en estas estructuradas armadas, estos jóvenes han incorporado una forma de actuar como hombres que no suele ser vista como un desafío para las políticas públicas que pretenden afianzar la democracia en el país y desbancar la guerra.

Quizás lo que a los colombianos y colombianas nos cuesta aún reconocer es que la perfidia de la que fueron capaces los paramilitares contó con la legitimación de muchos sectores de la sociedad. Esos hombres, capaces de las peores crueldades, no nacieron en la guerra sino que se hicieron en ella y en estructuras organizativas que planificaron el horror y que lamentablemente prosperaron en ciertas regiones del país a ojos vistas. ¿Dónde estaban entonces la Fuerza Pública, los jueces, las autoridades electas, los políticos, los periodistas o los académicos para impedirlo? ¿Dónde estábamos nosotros para denunciarlo? ¿Por qué parecen ellos haber ganado la batalla?

Nuestra indolencia, nuestra indiferencia, nuestros miedos, nuestra parálisis, nuestra pereza, sin lugar a dudas, coadyuvaron, con otros factores, a que estos grupos prosperaran y se convirtieran en el monstruo de mil cabezas que aún sigue desafiando el proyecto de una Colombia democrática y en paz.

Tercero: proponer

Detrás de este esfuerzo por reconstruir lo peor de la guerra está un sueño. Quisiéramos que el conocimiento del horror, que tiene, al decir de una amiga, una dimensión tóxica porque invade nuestros sueños y deja huellas indelebles en nuestra piel, nos lleve a cada uno y cada una de nosotros a la convicción de que nuestro concurso es necesario para que estos eventos no se sigan repitiendo. Quisiéramos que reconocer el horror de lo acontecido a otros congéneres en nuestro país nos lleve a la indignación, y que esa indignación sea la inspiración para motivarnos a algún tipo de acción. Ésa es la apuesta que inspira el trabajo de reconstrucción de memoria histórica del grupo de MH.

Creo que la ciudadanía, además de ser un principio ético político fundado en garantías individuales, es también un sueño de vinculación con los otros. Ese lazo, más que ser una proclama abstracta bien intencionada, se expresa ante todo en un actuar con y por otros. La ciudadanía se asemeja en ese sentido más a un vínculo de amistad porque supone que las experiencias por las que atraviesan otros, distintos a mí y que en principio no conozco, me conciernen también a mí.

Todo el esfuerzo de memoria histórica está animado por la esperanza de que, al salir a la luz pública, estas historias de sufrimiento humano y de vejación fomenten, no la empatía pasiva sino el surgimiento de una ciudadanía actuante que expresa su condición política en la acción persistente por la no repetición.


Comentarios

* Palabras pronunciadas durante el lanzamiento de los informes Mujeres y guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano y Mujeres que hacen historia: tierra, cuerpo y política en el Caribe colombiano del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 17 de noviembre de 2011, en la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Los informes pueden ser consultados en http://www.semanaporlamemoria.com/index.php/informes/mujeresguerra