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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.43 Bogotá mayo/ago. 2012

 

Los desplazados internos: entre las positividades y los residuos de las márgenes

Juan Ricardo Aparicio

Este artículo es producto de la investigación titulada "Estudios críticos del posconflicto", financiada por el "Fondo para la promoción de la investigación de profesores asistentes y asociados con doctorado" de la Facultad de Ciencias sociales de la Universidad de los Andes.

Ph.D. en Antropología, The University of North Carolina at Chapel Hill, Estados Unidos. Profesor Asistente del Departamento de Lenguajes y Estudios socioculturales de la Universidad de los Andes, Colombia. Correo electrónico: japarici@uniandes.edu.co


RESUMEN

En este artículo propongo una conversación entre los resultados de una etnografía desarrollada alrededor del problema de los desplazados internos y una discusión sobre la pertinencia y potencial explicativo del concepto foucaultiano de la biopolítica en nuestra contemporaneidad. El artículo comienza por trazar la atención que prestará Foucault para comprender la transformación de un Estado Providencial y omnipresente propiamente biopolítico en uno que se contenta con introducir una tecnología ambiental que ya no gobierna a través de la sujeción de los individuos, sino a través de una 'desinversión' que crea las condiciones para que sean los mismos sujetos, ahora como emprendedores, los encargados de resolver los conflictos y las contradicciones. Utilizo algunas viñetas etnográficas para entender la actualización de esta "desinversión" que termina por producir y mantener "las zonas de abandono social". En particular, me interesa entender cómo esta "desinversión" ocurre dentro de una transformación del Estado, que ahora, bajo los mandatos de la participación y la descentralización, convierte a los sujetos en gestores y responsables de su desarrollo. Por último, dejo entrever que estas mismas "zonas de abandono social" pueden ser también zonas de pulsión y deseos que van más allá de lo que podríamos denominar como una biopolítica de baja intensidad. Para esto, utilizo el ejemplo de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y sus prácticas antagónicas, que, justamente, están desafiando estas mismas tecnologías.

PALABRAS CLAVE

Foucault, biopolítica, zonas de abandono social, desplazados internos, participación.


The Internally Displaced: Between the Positivities and the Residues of the Margins

ABSTRACT

In this article I present a dialogue between the results of my ethnographic fieldwork on internally displaced persons and a discussion about the relevance and potential of the Foucauldian concept of biopolitics in contemporary times. The article starts by tracing the attention that Foucault gave towards the transformation of the Providential, omnipresent, and biopolitical State, to one that is satisfied with introducing an environmental technology that no longer governs through the subjection of individuals, but through a "disinvestment" that creates the conditions for the same subjects, now as entrepreneurs, to be in charge of resolving conflicts and contradictions. I use some ethnographic vignettes to understand the actualization of this "disinvestment" that ends up producing and maintaining "zones of social abandonment." Specifically, I am interested in understanding how this "disinvestment" occurs within a State transformation that through the mandates of participation and decentralization, makes these subjects into agents responsible for their own development. Lastly, I suggest that this "zones of social abandonment" can also be zones of desire that go beyond what might be called a low intensity biopolitics. I use the example of the Peace Community of San José de Apartadó and their antagonistic practices that are currently challenging these technologies.

KEYWORDS

Foucault, Biopolitics, Zones of Social Abandonment, Internally Displaced, Participation.


Os refugiados internos: entre as positividades e os resíduos das margens

RESUMO

Este artigo propõe um diálogo entre os resultados de uma etnografía desenvolvida ao redor do problema dos refugiados internos e uma discussão sobre a pertinência e potencial explicativo do conceito foucaultiano da biopolítica na contemporaneidade. O artigo começa por traçar a atenção que prestará Foucault para compreender a transformação de um Estado Providencial e onipresente propriamente biopolítico em um que se contenta com introduzir uma tecnologia ambiental que já não governa por meio da sujeição dos indivíduos, mas sim por meio de uma "desinversão" que cria as condições para que sejam os mesmos sujeitos, agora como empreendedores, os encarregados de resolver os conflitos e as contradições. Utilizam-se algumas vinhetas etnográficas para entender a atualização dessa "desinversão" que acaba produzindo e mantendo "as zonas de abandono social". Em particular, busca-se entender como essa "desinversão" ocorre dentro de uma transformação do Estado, que agora, sob os mandatos da participação e da descentralização, converte os sujeitos em gestores e responsáveis de seu desenvolvimento. Por último, deixou entrever que essas mesmas "zonas de abandono social" podem ser também zonas de pulsão e desejos que vão mais além do que se pode denominar como uma biopolítica de baixa intensidade. Para isso, utilizam-se o exemplo da Comunidade de Paz de San José de Apartadó e suas práticas antagônicas que, justamente, estão desafiando essas mesmas tecnologias.

PALAVRAS CHAVE

Foucault, biopolítica, zonas de abandono social, refugiados internos, participação.


En unas notas nunca leídas del manuscrito de la conferencia del 21 de marzo de 1979 dedicada a entender las diferencias y continuidades del neoliberalismo ordoliberal y el neoliberalismo norteamericano, Foucault vislumbra detrás de esta última formación-dispositivo la borradura del sujeto criminal y la intensificación, no de una intervención directa y uniformadora sobre los individuos, sino de una de "tipo ambiental", "abierta a los albures y los fenómenos transversales" (Foucault 2007, 304). Durante este particular año, Foucault mismo trazó las rupturas y continuidades que el neoliberalismo americano ha marcado con respecto al ordoliberalismo alemán, cuyo eje central era la organización de una política de economización de la sociedad. Brevemente, y repasando conferencias anteriores, sugirió que este ordoliberalismo alemán se caracterizó por una concepción donde el mercado se definía como un principio de regulación para hacer "de él un modelo de las relaciones sociales, un modelo de la existencia misma, una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, el entorno, el futuro, el grupo, la familia" (Foucault 2007, 278). Pero cuando repasa lo que será el neoliberalismo americano, insiste en que éste se presenta con un carácter mucho más riguroso o mucho más completo y exhaustivo. En esta subsunción real, si se me permite, sólo por recordar a Marx, se encuentra justamente la emergencia ya no de un Homo penalis, sino la entrada a la reconfiguración de un Homo economicus como la interfaz del gobierno y el individuo (Foucault 2007, 292).

Foucault mismo caracterizará esta tecnología de gobierno de manera contrastante con sus previas conferencias sobre los anormales y sus respectivas positividades, sobre la razón de Estado fundamentada en el eje de seguridad, territorio y población, así como sobre el racismo, el nazismo y el estalinismo. Será entonces este neoliberalismo norteamericano el que bajo los problemas del capital humano y de las externalidades, por ejemplo, renuncia de manera absoluta a la anulación exhaustiva del crimen y propone un tipo de regulación que se contentará con producir una mera intervención del mercado del crimen con respecto a la oferta del mismo. Aún más, y aquí me permito citarlo extensamente, propone que lo que aparece en el horizonte de este tipo de análisis

    [...] no es de ningún modo el ideal o el proyecto de una sociedad exhaustivamente disciplinaria en la que la red legal que aprisiona a los individuos sea relevada y prolongada desde adentro por mecanismos [.] normativos. No es tampoco una sociedad en la que se exija el mecanismo de la normalización general y la exclusión de lo no normalizable.

    [.] tenemos, por el contrario, la imagen, la idea o el tema-programa de una sociedad en la que haya una optimización de los sistemas de diferencia, en la que se deje el campo libre a los procesos oscilatorios, en la que se conceda tolerancia a los individuos y las prácticas minoritarias, en la que haya una acción no sobre los participantes del juego, sino sobre las reglas del juego, y, para terminar, en la que haya una intervención que no sea del tipo de sujeción interna de los individuos, sino de tipo ambiental (Foucault 2007, 302, 303).

Y paradójicamente, cuando el mismo Foucault anuncia que todas estas "cosas" las desarrollará en la próxima clase, contamos tan sólo con las conferencias dictadas en el mismo año y con otra intervención en 1978 en la Universidad de Vincennes (Foucault 1991), donde explicará y desarrollará con algún detalle este mismo programa de tipo ambiental que operará más sobre las reglas de juego que sobre los mismos participantes o a través de la sujeción interna de los individuos. 1 En ambas intervenciones, Foucault mismo llamó la atención sobre la necesidad de diagnosticar qué hay de nuevo en este mismo orden de seguridad con respecto a órdenes anteriores, para poder entender cuáles son sus continuidades, diferencias y especificidades. Así, en el texto de Vincennes subraya la modificación de un Estado Providencial que sí ha tenido la posibilidad de gestionar, dominar y controlar toda una serie de problemas tanto de orden económico como social. Buscando una economización de su mismo ejercicio del poder, nos enfrentamos entonces con un Estado que ya no puede ejercer su poder de forma puntillosa y omnipresente; este Estado literalmente "desinvierte" energía y permite la localización de "zonas vulnerables" donde realmente no quiere que suceda absolutamente nada (Foucault 1991, 165). Además, describe que ahora existe una especie de tolerancia con respecto a los controles policiales, donde se deja a la sociedad un cierto porcentaje de delincuencia, ilegalidad e irregularidad, que adquirirían así un carácter regulador. En tercer lugar, argumenta que para que puedan funcionar estas zonas vulnerables se requiere la puesta en marcha de un sistema de información general que no tenga como objetivo "la vigilancia de cada individuo, sino, más bien, la probabilidad de intervenir en cualquier momento justamente allí donde haya creación o constitución de un peligro" (Foucault 1991, 165-166). Y por último, y de gran importancia para mi argumento, requiere la constitución de un consenso que va a hacer que el orden se autoperpetúe a través de sus propios agentes, de forma que el poder tendrá la posibilidad de intervenir lo menos posible y de la forma más discreta, "incumbiendo a los propios interlocutores económicos y sociales el resolver los conflictos y las contradicciones [...]" (Foucault 1991, 166).

Sin duda, se trata de una problematización lejana de conferencias anteriores donde justamente habló de un normalización positiva que opera bajo los ejes del individuo-disciplina y población-regulación (Foucault 2000a, 2000b, 2000c, 1997a y 1997b). Es bien conocido el giro que hizo Foucault en sus conferencias en años siguientes alrededor del tema de la ética, las tecnologías del yo, los procesos de subjetivación, la amistad, y también, sobre el coraje de la verdad (Foucault 2005 y 2010). Pero este particular giro del Estado disciplinario al Estado de seguridad dejó enormes perplejidades sobre cómo sus proyectos y perspectivas de investigación podrían darnos luces sobre esta poderosa, sutil y contemporánea configuración. Pero claramente, y al contrario de la visión que ubicaría a un Foucault en el siglo XVIII, actualiza su pensamiento de cara a fenómenos y transformaciones propias de los siglos XX y XXI. Varios comentaristas en los cuales no me detendré acá han retomado justamente esta tarea para indicarnos la vigencia de tal análisis en el contexto de las reformas neoliberales llevadas a cabo en distintas geografías, para analizar la emergencia de técnicas de tipo ambiental, en el caso del multicultura-lismo, la flexibilización laboral, los derechos humanos, la sociedad civil y los mismos cambios constitucionales (Castro-Gomez 2010; Lemke 2001; Ong 2006).

En este artículo quiero instalarme en esta singular dirección de Foucault para quizás describir o dejar algunas anotaciones, a fin de problematizar también el uso y la actualización del régimen biopolítico en aquellas locaciones marcadas como marginales en la contemporaneidad. Así, me interesa analizar la relevancia de las mismas para conceptualizar la producción en el contexto colombiano de estas mismas "zonas de vulnerabilidad". No quiero insinuar que una tecnología biopolítica ha sido reemplazada del todo por una tecnología de tipo ambiental. Como el mismo Foucault nos lo plantea, lo que tenemos es una variedad de tipos de tecnologías que operan de forma simultánea, que por lo menos deben alertarnos sobre la necesidad de actualizar nuestras categorías para hacer mejores análisis del presente. Se trata, justamente de actualizar la cartografía de estos dispositivos y sus contingencias, donde tecnologías en apariencia disímiles pueden convivir con otras. Y también, donde estas tecnologías disciplinarias o aquellas de tolerancia y de seguridad son posibles por la conjunción y reconfiguración de distintas trayectorias provenientes tanto del mundo colonial como del Estado liberal y neoliberal. En parte, este artículo es una provocación para alertarnos sobre el poder explicativo de estos conceptos, de cara a nuevos contextos y transformaciones. En particular, y para situarme en las mismas prácticas que siempre enfatizaría el mismo Foucault a lo largo de sus análisis, propondré una conversación entre una etnografía desarrollada como parte de mi proyecto de investigación sobre los desplazados internos y esta discusión alrededor del concepto mismo de biopolítica y su pertinencia en la actualidad (Aparicio 2005, 2009 y 2010).

En definitiva, y en presencia de la evidencia etnográfica, y producto de la recolección de archivo que presentaré a continuación, quiero argumentar que hoy en día necesitamos complicar estos conceptos para quizás entender los dispositivos que, más que producir a la víctima como objeto y sujeto de conocimiento, vigilancia y disciplinamiento, ahora la toleran, para abrir paso a intervenciones distintas donde precisamente emerge la figura de un emprendedor. Pero, incluso, de un emprendedor que bajo los nuevos esquemas de flexibilización ya no tiene asegurado un futuro y es abandonado a su propia suerte. Me interesa pues cómo esta misma técnica ambiental permite también la actualización de lo que João Biehl (2005) llamó la producción de "zonas de abandono social", haciendo referencia a aquellas locaciones donde poblaciones o individuos serán excluidos y direccionados, y que se convertirán en innombrables, donde dejarán de contar; y donde literalmente, siguiendo el argumento anterior, "el Estado no quiere que pase absolutamente nada" (Foucault 1991, 165).

Y en el esfuerzo por contextualizar estas transformaciones en América Latina, no sobra mencionar que históricamente, como lo recuerda Harvey (2005), la región fue una de las primeras áreas donde se experimentó este tipo de políticas neoliberales. La llegada de los famosos y célebres "Chicago boys" influenciados por las teorías neoliberales de Milton Friedman (Premio Nobel de Economía en 1976), para asesorar y reconstruir la economía chilena durante la dictadura de Pinochet, cobra especial importancia en este sentido. También, con la creciente deuda generalizada en la década de los ochenta en América Latina, se prepararon las condiciones para la entrada de las famosas reformas de ajuste estructural dictaminadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con efectos ya conocidos. Como bien lo argumenta Harvey, "no fue la primera vez que un brutal experimento [las recetas neoliberales] que fue llevado a cabo en las periferias se convirtió en un modelo para la formulación de políticas en el centro" (Harvey 2005, 9). 2

Y aunque se podría debatir si en algún momento América Latina estuvo cerca del famoso Estado de bienestar que Von Hayek (Premio Nobel de Economía en 1974) y Friedman tanto atacaron al tomar el ejemplo de Brasil y México y sus economías nacionales populistas ("desarrollo hacia adentro") de las décadas de los cincuenta y sesenta (Cardoso y Faletto 1978), es evidente que la región fue especialmente condicionada a recibir este paquete de reformas sin alguna resistencia por parte de sus gobiernos. Como el mismo Harvey (2005) lo plantea, fue en 1984 cuando por primera vez el Banco Mundial le otorgaría un préstamo a un país (México) a cambio de reformas neoliberales estructurales. Es justo en este contexto latinoamericano donde los pactos por la preeminencia del Estado interventor son abandonados, sin importar las consecuencias que pueden existir para la formación de empleo o el aumento de la pobreza. La consecuencia concreta de estas transformaciones es clara para Harvey: "todas las formas de solidaridad social son disueltas a favor del individualismo, la propiedad privada, la responsabilidad social y los valores familiares" (Harvey 2005, 200). 3 Fue pues en este contexto de desregulación y de imposición de reformas estructurales donde América Latina -desde la década de los setenta, y más adelante con el famoso "Consenso de Washington" de los noventa- pudo experimentar esta transformación de un Estado desarrollista e interventor -con todas sus particularidades y especificidades- a un Estado neoliberalizado productor tanto de esas tecnologías ambientales (desregulación, descentralización, privatización, preeminencia del mercado, etc.) como de las mismas "zonas de abandono social" (ver discusión más adelante).

Es en este contexto, y siguiendo a Ong (2006) y su trabajo sobre los estados de excepción y la flexibilización laboral en China, donde llama la atención la emergencia de la figura del emprendedor, que aparece luego de la crisis y la excepción del Estado pastoral, del Estado de bienestar y del Estado biopolítico. Indudablemente, emprendedores serán tanto los altos ejecutivos de las corporaciones como los cuerpos residuales que deben responsabilizarse de su propio futuro bajo esquemas de flexibilización laboral y de la privatización del gobierno de lo social. Se trata entonces de una tecnología ambiental que reconfigura el dispositivo biopolítico para dar cabida tanto a la figura del emprendedor como, justamente, a estas "zonas de abandono social" producto de la desinversión de energías del Estado en estas locaciones. Así, más que un reemplazo de este dispositivo, lo que busco en este artículo es iniciar una cartografía de esta misma tecnología, para entender mejor las sutiles y poderosas transformaciones que, siguiendo a Foucault, se encargarían simple y tenazmente de hacer producir estas intervenciones de tipo ambiental y no disciplinarias. Pero primero, un necesario repaso de la noción clásica de la biopolítica.

Biopolíticas y positividades

Durante el siglo XVIII, como lo indica el ya clásico argumento de Foucault (1997b), la teoría clásica de la soberanía reconocida por el derecho de la espada y que vinculaba al soberano con la víctima se complementó con el poder de "dejar vivir" o "hacer morir" (Foucault 1991; Rabinow y Rose 2006). De hecho, la relación entre el Estado republicano europeo y este tipo de poder merece un análisis mucho más profundo en el futuro (Rose y Valverde 1998). Otros investigadores, por su parte, han complicado esta trayectoria describiendo estas formas de poder en el contexto de la historia colonial (Castro-Gómez 2005; Stoler 1995). Para dichos autores, e incluso para el mismo Foucault, 4 muchas de estas técnicas de poder, como la organización de espacios y la disciplina del cuerpo, fueron introducidas por primera vez por los europeos en los sistemas de plantaciones en el Caribe. Castro-Gómez (2005) señala que las reformas borbónicas del siglo XVIII en América establecieron una estructura hospitalaria orientada hacia la prescripción de la salud moral y física de una parte de la población. Estas reformas eran piezas de un vasto proyecto de racionalización de la estructura económica y administrativa del imperio. Sin embargo, si analizamos el sistema de plantaciones del Caribe, las reformas borbónicas o los nuevos hospitales de Francia del siglo XVIII, lo relevante para nosotros es la forma en que este tipo de organización de poder se dirigía a la población como objeto empírico y como sujeto trascendental en relación con el nacimiento y la expansión del capitalismo industrial. Lo que resulta claro para nuestros propósitos es la manera en que estos diagramas de poder se centraban precisamente en las poblaciones marginales improductivas y problematizadas por medio de diversos mecanismos y técnicas que seguían esa dirección y buscaban la optimización de la población. Este procedimiento reconfigurado del "poder pastoral" fue difundido a través de hospitales, talleres, reformas escolares y leyes de los pobres, así como por el movimiento de cercamiento de tierras (enclosure movement) y las leyes contra los vagabundos (Castro-Gómez 2005; Foucault 2000a, 2000b, 2000c; Marx 1976; Polanyi 2001; Rose 1999).

Aquí, las dos facetas clásicas del rey como represor y como persuasor se unieron para organizar la materia tal y como requería esta nueva coyuntura que tenía como objetivo maximizar la eficiencia de la población. En América Latina, Castro-Gómez (2005), Pedraza (1999) y Rojas (2002) demuestran que esta eficiencia se organizó en torno a la defensa de la "pureza de la sangre" y el proceso de civilización y utilizó diferentes técnicas, desde las más sutiles hasta las más violentas, para lograr el "blanqueamiento" de la población. De esa forma, la utilización de este diagrama fue posible gracias a la articulación de dos tecnologías de poder bajo la configuración de la soberanía del Estado desde el siglo XVIII: una centrada en el eje cuerpo-organismo-disciplina-instituciones, y la otra, en el eje de los procesos y mecanismos regulatorios biológicos de la población (Foucault 1997b). Entonces el imperio, el Estado o las élites civilizadas del país fueron los encargados de cuidar de sus ciudadanos (no sólo de los "extraños que sufren") mediante prácticas que introdujeron mecanismos como las previsiones, las estimaciones estadísticas y medidas de todo tipo que interrelacionaban la voluntad de gobernar con la producción de la verdad (Foucault 2000a, 2000b, 1997a y 1997b). Para Rose (1999), con la introducción de estas técnicas, la característica geometría triangular moderna compuesta por la disciplina, la gubernamentali-dad y la soberanía quedó finalmente ensamblada.

Pero una vez compuesta esta geometría, como diría Foucault en las últimas dos frases de su libro Vigilar y castigar -más dirigido a entender la producción de la serie disciplina e individualización que la serie de regulación/ población-, es justamente ahí, "en esta humanidad central y centralizada, efecto e instrumento de relaciones de poder complejas, cuerpos y fuerzas sometidos por dispositivos de 'encarcelamiento' múltiples, objetos para discurso que son ellos mismos elementos de esta estrategia, [donde] hay que oír el estruendo de la batalla" (Foucault 1998, 314). Así como con las frases de la conferencia de 1978, nunca han dejado de llamarme la atención estas últimas frases de Vigilar y castigar alrededor de la necesidad de todavía escuchar el estruendo de la batalla. Tampoco debe sorprender -como han señalado varios autores (Fergusson 1994; Mosse 2005a y 2005b; Redfield 2000) siguiendo la observación fundamental de Foucault (1998) relativa al "fracaso" del sistema penitenciario para la recuperación de "criminales"- que los resultados de su actualización nunca se hubieran previsto en el plan de acción elaborado inicialmente por Bentham y sus seguidores. Por el contrario, según estos autores, los resultados de estos programas y esquemas diseñados para aportar prosperidad, participación, desarrollo o rehabilitación tuvieron en realidad "efectos colaterales" muy diversos: la intensificación del sistema burocrático, nuevos procesos de sometimiento y subjetivación y la creación de regímenes de verdad totalmente nuevos, entre otros. Sin embargo, el argumento según el cual estas operaciones nunca son estables o coherentes no se refiere sólo a sus "efectos colaterales" imprevistos. En realidad, como indica Das (2007), es importante tener siempre presente que las formas de gobierno se constituyen por medio de contactos esporádicos e intermitentes y no mediante un sistema eficaz de supervisión de los sujetos.

Ruinas y abandono: intervenciones etnográficas

En efecto, muchas de estas técnicas en coyunturas contemporáneas marcadas por las reformas neoliberales analizadas por Foucault pueden haberse visto afectadas por lo que Stoler (2008) ha denominado proceso de "arruinamiento", o por lo que afirmamos arriba sobre esa "desinversión", cuyos restos aún podemos analizar hoy en día. Siguiendo el estudio de Biehl (2005) sobre las áreas marginales en las que se sitúa a los enfermos, a quienes no tienen hogar, a las prostitutas y los enfermos mentales (y los desplazados internos) en el Brasil contemporáneo, podríamos preguntarnos de qué forma estos mismos conceptos de biopolítica y gubernamentalidad pueden seguir siendo útiles para analizar la producción de estas "zonas de abandono social". A este respecto, cabría plantear diversos interrogantes. ¿Qué sucede cuando se olvidan las promesas de tratamiento, recuperación y curación, y cuando las técnicas de poder no ofrecen alivio sino simplemente abandono o desinversión? ¿Qué sucede cuando se crea todo un entorno en el que los desplazados internos son abandonados a su propia suerte? Como lo cuestiona Biehl, ¿qué sucede cuando "la dignidad de la propia existencia y el derecho a la propia vida [...] están condicionados por lo que en un momento determinado se considera ser humano y cuando ya no existen más respuestas, promesas ni expectativas"? (Biehl 2005, 41). En realidad, podría decirse que enfrentamos a los residuos o fantasmas de aquellos primeros programas diseñados para mejorar y aliviar la condición humana en contextos de crisis y sufrimiento.

A continuación, quiero pues instalarme en algunas viñetas etnográficas producto de mi investigación, para dar cuenta de lo que significa esta desinversión o la misma producción de las zonas de abandono social. No se trata tanto de disciplinar a los sujetos, sino de crear todo un entorno en el que sucedan "cosas", como es el caso de aquellos inmundos colchones que observé en noviembre de 2003 en casa de una pareja de ancianos llegada de una provincia limítrofe con Bogotá y desamparada a su suerte. El piso de la casa estaba hecho de barro y los ancianos habían excavado en el patio un hoyo que hacía las veces de escusado. No podían trabajar, debido a su avanzada edad, y vivían gracias a la caridad de sus vecinos. Durante la entrevista les pregunté si habían recibido alguna ayuda de las instituciones del Gobierno. La anciana, casi ciega a causa de unas visibles cataratas, se dirigió a la habitación contigua y trajo dos finos colchones como los que yo había visto antes en el almacén de la oficina de la reconocida organización católica Minuto de Dios en Ciudad Bolívar (de hecho, en aquellos años había visto muchos colchones parecidos). Sonriendo, la mujer me dijo "sí": el Gobierno le había otorgado el reconocimiento de desplazada interna y la había ayudado, por lo que le estaba muy agradecida. Los dos colchones eran la prueba de la ayuda prestada.

Permanecí en silencio mientras contemplaba los colchones ya gastados y descoloridos. Durante el resto de la entrevista no supe qué decir. No podía dejar de mirar los dos colchones, los únicos residuos de todo el aparato de atención a los desplazados internos que encontré allí. Salí de la casa y caminé en silencio por las calles improvisadas, desordenadas y embarradas de Ciudad Bolívar, en la periferia de Bogotá. No importa que los colchones no sean una respuesta eficaz al desplazamiento forzoso de la pareja: lo que importa es que recibieron los colchones, y de esa forma el Estado hacía notar su presencia fantasmal en este lugar de la periferia. Lo que importa es que los colchones "estaban allí".

A lo largo de los últimos años, he podido ver en muchas ocasiones cómo estas personas se ven obligadas a entrar en un juego de declaraciones de "falsedad" o "veracidad" para demostrar ante las instituciones y ante los conductores que se detienen en las esquinas de las calles de Bogotá que son realmente desplazados internos. Llevan consigo las carpetas llenas de documentos para demostrar la "veracidad" de su situación. 5 De forma simultánea, tienen que preparar y presentar sus proyectos a las instituciones estatales utilizando todo el vocabulario y los razonamientos propios de los procedimientos de preparación de proyectos, esperar en fila a la puerta de las oficinas institucionales desde las primeras horas de la mañana para recibir ayuda humanitaria, adaptarse a las diferentes "fases" en las que son clasificados, para poder beneficiarse de determinadas intervenciones (kits de emergencia, kits humanitarios, proyectos productivos, etcétera) y, por último, recibir unos colchones como única ayuda de las instituciones. De manera contrastante, en la región de Urabá, lugar de mis investigaciones recientes, las casas prefabricadas abandonadas a lo largo de las carreteras constituyen una de las respuestas más importantes que ofrece el Estado para aliviar a la población desplazada. Junto con los carteles de Apartadó que anunciaban los proyectos productivos de cacao, todos estos objetos materiales se han convertido sin duda en dispositivos clave representativos de la presencia espectral del Estado en la región.

Dentro de la política pública oficial establecida para dar respuesta a este problema, una gran parte de la ayuda del Gobierno está destinada (y se limita) a promover y financiar los denominados Proyectos Productivos (Aparicio 2005). Los proyectos deben ser diseñados y remitidos por los desplazados internos a las instituciones, con el fin de solicitar y obtener la concesión de pequeños préstamos y microcréditos para capitalizar nuevas iniciativas de negocios destinadas a mejorar sus condiciones cuando regresen a sus lugares de origen. Muchas de las actividades que pude contemplar en las oficinas de Bogotá en las que realicé mi trabajo de campo estaban relacionadas con cursos de tejido, repostería, carpintería y electrónica, entre otros. En las visitas que efectué a diversas instituciones que prestan asistencia a los desplazados era habitual escuchar los sonidos de las máquinas tejedoras industriales y ver a hombres y mujeres en sus puestos escuchando con atención al instructor. En noviembre de 2008 también pude ver unos carteles enormes situados a lo largo de la carretera asfaltada de 10 kilómetros que une la ciudad de Apartadó con la comunidad de San José de Apartadó, en los que se anunciaban los nuevos proyectos productivos de cacao, financiados por Usaid (la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional).

Uno de los más grandes y visibles avisos vistos durante mis visitas a lo largo de estos años fue el del anunciado arreglo y pavimentación de la carretera que conduce desde Apar-tadó hasta San José de Apartadó. Lo vi durante una de las más recientes visitas a San José, en febrero de 2010. Aparecían instituciones como Usaid, Acción Social, la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. Sólo que esta vez, y como nunca lo había visto, aparecía dentro de la población beneficiada la Comunidad de Paz de San José de Apartadó (ver más adelante). De forma similar a la línea seguida por Nelson (2005) en su argumentación sobre las políticas de desarrollo de infraestructuras en el período posterior a la guerra civil en Guatemala, no debemos preguntarnos si las estrategias que vinculan la ayuda humanitaria con el auxilio para el desarrollo son represivas o liberadoras. Lo que debemos preguntarnos es cómo es posible que llegaran a formularse estrategias tan poderosas como ésta. ¿Por qué el Estado ofrecía cursos de tejido a los desplazados internos? ¿Cuáles eran las posibles opciones? ¿Por qué la necesidad de incluir a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó como población beneficiada, si se conoce su radical rechazo a estas ayudas estatales? (Aparicio 2009). Como dato curioso, apuntemos que también se ofrecían cursos sobre "Derechos Humanos" y de "Inglés".

La repercusión de estas estrategias parece confirmar y al mismo tiempo cuestionar la idea de Agamben (1998) sobre la biopolítica, según la cual el poder soberano parece tener la facultad no sólo de reproducir la vida o acabar con ella sino, específicamente, de reproducirla al mínimo nivel mediante la asignación de kits humanitarios, colchones y carpetas que certifican la condición de desplazado interno. Pero siguiendo a Ong (2006), aquí quiero alejarme de la visión plana del "campo" de Agamben para cualificar el concepto y acercarme justamente a la noción de "desinversión", tan central en el argumento de Foucault. La idea plana del "campo" de alguna manera evita adentrarse en las diferentes texturas, heterogeneidades y materialidades del mismo momento de la "desinversión", que opera en muchos y diversos registros. Por ejemplo, el hecho de que un desplazado interno disponga de un certificado no sólo implica que el Estado lo reconozca como tal sino, también, la posibilidad básica y teórica de recibir los kits humanitarios necesarios para su supervivencia en la ciudad o utilizarlos frente al ciudadano común como prueba de su condición, para luego recibir una limosna. Pero la naturaleza y el poder de estos certificados han hecho de ellos objeto de falsificación y controversia no sólo en el caso de Colombia con los desplazados internos, sino también en otros lugares con los refugiados (Fassin y D'Halluin 2005).

Ha sido una "biopolítica de baja intensidad", por la que se ofrece un reconocimiento mínimo a esas personas, con el fin de mantenerlas "vivas" y que puedan desplazarse a través de los canales burocráticos, una de las consecuencias más habituales de esos diagramas (Redfield 2008). En lugar de las promesas de alivio y protección, esos diagramas terminan en los pocos colchones que he visto entregar a los desplazados internos desde que comencé mi trabajo de campo en el año 2000. No se trata de unos kits humanitarios completos, sino sólo de unos colchones, como los que pude ver en la aldea de San José de Apartadó, a cuya plaza se acercaban los desplazados a recogerlos. La única diferencia entre las escenas actuales y las que contemplé hace casi diez años, como me lo indicó un directivo de Acción Social, entidad estatal encargada de coordinar la ayuda humanitaria a las víctimas, es que ahora los funcionarios se encargan de que los desplazados internos reconocidos como tales -porque es ahora cuando se les ha entregado su certificado- firmen el documento oficial por el que reconocen haber recibido los colchones bajo el paraguas de una nueva cultura de auditoría humanitaria.

En la misma línea de problematizar la noción del campo, varias de las imágenes más impactantes en relación con los desplazados en Colombia son las de aquellas personas que se pueden ver en las esquinas de las calles con sus carpetas de documentos, el debate en torno a las cifras oficiales de desplazados internos en el país, el famoso "orden de cosas inconstitucionales" declarado por la Corte Constitucional en la sentencia T-025 de 2004 alrededor de la respuesta del Estado a la población desplazada que todavía permanece hasta hoy, como consta en los sucesivos autos de seguimiento que se realiza a las respuestas del Estado, y el famoso enunciado de la "disponibilidad presupuestal" en las leyes y decretos que justamente condicionan las ayudas a estrictos cálculos económicos. "Ya viene un auto más", me insinuó con ironía una funcionaria de una agencia internacional en febrero de 2011, quizás refiriéndose al incesante debate que desde 2004 han iniciado alrededor de esta sentencia la Corte y el Gobierno colombiano. Cada tanto, las partes se reúnen para reportar los avances en la atención; de manera contrastante con el argumento que he construido hasta el momento, no quiero insinuar que esta "inversión de energía" presente en estos diálogos entre la Corte y el Gobierno no haya sido también productiva. Quiero insinuar más bien la perplejidad por la cual hasta hoy en día, a pesar de los sucesivos autos y sesiones que enfrentan al Gobierno y a la Corte, este "estado de cosas inconstitucionales" todavía permanece hasta un punto donde ya el aviso de un próximo auto de seguimiento recuerda la condición absurda de aquellos personajes de Esperando a Godot de Samuel Beckett (1970) que ponen sus energías cotidianas y sus diálogos a la espera de este personaje que en realidad nunca va a llegar, para condenarlos a esta constante condición día tras día.

Desinversión y participación: engranajes de la tecnología ambiental

Pero lo que es llamativo de estos esquemas y prescripciones, sin duda alguna, es que son modelados y movilizados por un modelo participativo propuesto para abordar estos problemas y diseñar sus soluciones. Y este llamado a la participación no es una coincidencia. En mi propio trabajo sobre las instituciones y agencias encargadas de proteger al extraño que sufre en Colombia, empiezo a encontrar estos llamados a la participación y la sociedad civil desde las primeras agendas presidenciales encargadas de proteger a las víctimas de la violencia y la pobreza estructural de los noventa (Aparicio 2009). Me refiero, por supuesto, a los sucesivos proyectos y agencias, que van desde el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) hasta la Red de Solidaridad Social y Acción Social, programas dedicados a la paz, la reconciliación y el desarrollo como respuesta a las violencias estructurales y políticas del país. Tampoco es una coincidencia encontrar estos enunciados en los documentos base del PNR implantado durante los gobiernos de Belisario Betan-cur (1982-1986) y Virgilio Barco (1986-1990). Coinciden, por supuesto, con el ya mencionado Consenso de Washington y sus llamados a la descentralización, la participación popular, la autogestión, la emergencia de una sociedad civil en los asuntos públicos y los cambios constitucionales (Ál-varez 2008; Gros 1997; Rose 1999). Un breve repaso a estos proyectos puede servir de insumo a la argumentación.

Desde el principio, se transmitió el mensaje de que "el Plan Nacional de Rehabilitación tiene una relación directa con la política de paz que impone una rigurosa definición del papel del Estado frente a la sociedad civil. Esta debe elaborarse bajo la perspectiva sólida y activa participación de la comunidad en la toma de decisiones que lleva a cabo en los procesos institucionales" (PNUD 1990, 12). En efecto, se manifiesta que el plan contempla un enorme proceso de descentralización político, administrativo y financiero. Para la Presidencia, "el Plan Nacional de Rehabilitación es pionero al poner en marcha mecanismos descentralizados para la toma de decisiones y para la ejecución de obras no sólo en beneficio de los más pobres, sino con la participación activa de la comunidad a través de los Consejos de Rehabilitación" (Presidencia de la República 1988, 1). Precisamente, dentro de estas modalidades discursivas, en esta misma descentralización propuesta por el Plan se modificaría "el comportamiento de Estado hacia la población, al reconocer que esta última tiene derecho a solicitar atención" (Presidencia de la República 1988, 22). La víctima ahora tendría derechos a solicitar su atención y autogestionarla dentro del nuevo paradigma de participación tramitada por ese fetichismo de la ley. Como lo reconoció el mismo documento, "[...] En otras palabras, se trata de modificar el comportamiento de Estado hacia la población, al reconocer que esta última tiene derecho a solicitar atención" (Presidencia de la República 1988, 22).

Con una marcada tendencia a responsabilizar a las poblaciones de su propio futuro, el proyecto del PNR en la ciudad de Apartadó, locación central de mis investigaciones, celebró la participación satisfactoria de diversos sectores en la creación y promoción de empresas colectivas y au-togestionadas para el asfaltado de carreteras y la creación de mercados de alimentos locales (PNUD 1990). En efecto, tales programas eran acordes con la transformación de la relación entre el Estado y las comunidades bajo las prerrogativas de la descentralización y la participación, dos enunciados básicos que se encuentran en todos los documentos consultados. Como lo argumenta un documento de la Presidencia, esta reorientación en los programas de asistencia es "una expresión del vigoroso programa de descentralización que se ha empezado a implantar en el país. Se trata de darles a las comunidades regionales una real capacidad de decisión sobre los programas de gobierno que las benefician" (Presidencia de la República 1988, 151).

El aspecto más importante de este vector para nuestra historia es el hecho de que el PNR fuera reemplazado posteriormente en sus funciones por la Red de Solidaridad Social (RSS), que amplió su ámbito de actuación. La RSS surgió como complemento de la política social del gobierno de Ernesto Samper, denominada Salto Social. Con la Red -la cual también involucra a distintos actores, sectores y escalas en el cumplimiento de sus objetivos, y concebida como "un conjunto de programas y estrategias de acción estatal que complementan y fortalecen los otros componentes de la política social" (Presidencia de la República 1995, 1)- se procura mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos más pobres y vulnerables. Fue precisamente este organismo estatal, en dependencia directa de la Presidencia, el responsable de dirigir las políticas y respuestas del Estado para hacer frente al problema creciente de los desplazados internos en el país en los últimos años de la década de los noventa. En 2002, la RSS fue reemplazada en sus funciones por Acción Social, y actualmente coordina y controla el Sistema Nacional de Protección y la respuesta a los problemas de los desplazados internos. Según el Director de la región de Urabá, con quien tuve la oportunidad de entrevistarme en junio de 2008, la agencia ha pasado a ser un importante actor político que atiende y gestiona las cuestiones relacionadas con los más de 150.000 desplazados internos de la región.

Durante la entrevista mencionó en varias ocasiones el enunciado de "la deuda que tiene el Estado colombiano con la población" como la razón de existencia de su oficina misma, encargada ahora de responder frente a este mandato. En línea con la llamada inclusión de la sociedad civil como gestora de sus propio desarrollo, argumentó: "Nosotros vamos a organizarnos como asociaciones de desplazados, vamos a hacer una corporación de desplazados de la zona de Urabá, y efectivamente empezamos a trabajar en ese tema y hoy hay veinte o treinta organizaciones de desplazados acá, con fuerza, con representación en el Comité Departamental y con representación en la Mesa de Trabajo Nacional". 6 Luego de nuestra entrevista -al analizar las intervenciones más visibles de Acción Social en la actualidad en la región de Urabá, centradas en el impulso de cooperativas y organizaciones de desplazados internos y en la construcción de puentes, hospitales, escuelas y otras infraestructuras- resultó evidente la marcada continuidad entre el programa del PNR y el de Acción Social. Como ya se mencionó, la única diferencia que el funcionario sostenía con respecto a los anteriores programas era su convencimiento de que debían convertirse en una "fuerza de poder, [pues] nosotros no podemos estar mendigando al uno y el otro y el otro". 7

Como lo dejó entrever al final de nuestra entrevista, en contraposición con los esquemas anteriores, donde "no se llevó un registro de las ayudas que se hizo en el momento de los desplazamientos masivos", ahora "[...] les estamos sacando su cartica a cada uno de los desplazados por familia, hemos ido a todos los municipios en ocho días de jornada: 'Tráigame todos los listados de los desplazados, la cartica, firme y tenga su carta aquí para que usted realmente pueda ir al hospital, pueda ir allí, pueda ir allá y hacer sus vueltas, con el código ahí'". 8 En conclusión, la relación entre los programas de paz, desarrollo y derechos humanos mediante la acción conjunta de actores estatales y de la sociedad civil dentro de esquemas de auditoría y corresponsabilidad podría considerarse como uno de los vectores más importantes del "gobierno de lo social" (Álvarez 2008; Rose 1999) en el país en los últimos años. En este punto, el discurso sobre la paz estaría influido por el desarrollo, la participación y el empoderamiento de las comunidades como herramienta de gobierno. Pero también, por la disponibilidad presupuestal y la participación dentro de unas reglas de juego dictadas por el mercado, en donde justamente las externalidades van dejándose a su propio abandono. Las cifras entregadas en 2008 por la "Comisión de seguimiento a la política pública para el desplazamiento", creada por la Corte Constitucional dentro de la ya nombrada sentencia T-025 de 2004, nos dan un panorama de este abandono: sólo el 0,2% de los grupos familiares registrados en el censo nacional ha recibido la primera ayuda humanitaria inmediata, sólo un 7,5% de la población desplazada habría obtenido una casa digna según determinados estándares, y sólo un 40,9% de la población no presentó signos de insuficiencia alimentaria, entre otras muchas cifras alarmantes (Comisión de Seguimiento 2008). Y ni hablar de las inundaciones y de Colombia Humanitaria.

Hay que reconocer que estos efectos colaterales, como la vulnerabilidad permanente de esta población, no fueron buscados ni por Bentham ni por los tomadores de decisiones en el país, sino que quizá sobrepasan a la propia problemática de los desplazados internos. Puedo aventurarme a lanzar una hipótesis, en el sentido de que estos efectos colaterales proceden de lo que Rabinow (2005) denomina las problematizaciones actuales de anthropos, y más concretamente, en relación con la pregunta de qué significa ser humano o la humanidad en general. Me refiero a una maquinaria que produce sujetos (neo)liberales responsables de su propio futuro, encargados de redactar proyectos utilizando un lenguaje muy técnico y homogeneizado, de escribir la verdad sobre sí mismos, y de resultar en extremo normalizados gracias a una red de inteligibilidad (Rose 1999). Pero, paradójicamente, se trata también de una máquina que produce al mismo tiempo esas "zonas de abandono social" (Biehl 2005) donde las poblaciones vulnerables, aun incluidas dentro de los programas descentralizados de asistencia social que promueven su activa participación, son dejadas a su propia suerte. Me refiero también a una poderosa maquinaria que despoja a los sujetos de su vida política y que se empeña en gobernar la vida reducida a sus niveles mínimos (Agamben 1998 y 2000). Sin duda, esta maquinaria no está "bien engrasada", pero sus efectos colaterales son claros y evidentes, aunque impredecibles en cuanto a sus resultados: los colchones y las carpetas de documentos son algunos de estos efectos colaterales. Sin embargo, también podemos plantear la pregunta en el sentido contrario: ¿No estarán respondiendo esos colchones y esas carpetas de documentos precisamente a la pregunta de lo que significa ser "humano" en esos lugares marginales?

Podríamos preguntarnos, haciéndonos eco de la cuestión planteada por Redfield (2000) sobre la colonia penal de la Guayana Francesa, si han fracasado las iniciativas o estrategias para responder a este problema. La respuesta es definitivamente negativa; como en el caso de la prisión de Foucault (1998), los desplazados internos ya forman parte de nuestro imaginario, de nuestras estrategias y de nuestra forma de pensar; son una positividad creada por prácticas discursivas y no discursivas (Aparicio 2010). El "fracaso" no nace del hecho de que se ofrezca o no ayuda humanitaria o de que el Estado no cumpla con el derecho internacional y con los acuerdos que ha ratificado. La problemática de los desplazados internos, sus programas, sus tecnologías, regímenes y aparatos, forman parte de instituciones nacionales e internacionales, despachos, conferencias, libros, cobertura mediática, carpetas de documentos, y de este artículo. Utilizando los términos de Foucault (1998), es este efecto el que determina la solidez y flexibilidad del producto resultante. No podemos permitirnos no pensar en este problema; quizá podamos hacerlo en el futuro. Al final, ahí reside el efecto positivo y casi mágico de la biopolítica dentro de la compleja red de actores humanos y no humanos, por heterogénea, frágil e inconexa que pueda ser su configuración. Y también, a pesar de su "desinversión".

Conclusiones

Por último, no puedo dejar de enunciar cómo estas mismas poblaciones excluidas y despojadas también pueden participar en prácticas sociales antagónicas (Mouffe 2005). No tengo el espacio en este artículo para indicar estas posibilidades. Pero también, y en un registro más cotidiano y usual, para demostrar cómo estas mismas "zonas de abandono social" son también zonas de deseo y de pulsión. No se trata tampoco de caer en el romanticismo académico de señalar puntos de fuga y de escape de estas tecnologías. Se trata quizás de complejizar nuestros análisis y entender también cómo nuestras categorías no siempre pueden entender lo que está pasando, al sobredeterminar los dispositivos tanto de disciplinamiento como de abandono, en este caso. Mi propia investigación me ha llevado a seguir los itinerarios de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó (CPSJA), localizada justo en medio de una ne-cropolítica que sigue matando a sus líderes y una bio-política de baja intensidad del dispositivo humanitario que ahora incorpora a las víctimas dentro de esquemas de autogestión y participación (Aparicio 2009). Así, he cartografiado la creación de una posibilidad compleja y multidimensional, para ir más allá de los marcos establecidos por el "buen gobierno" y la "responsabilidad del Estado" que controlan, dirigen y diseñan gran parte de las operaciones humanitarias y de derechos humanos que se llevan a cabo en Colombia. La CPSJA, aunque continúa moviéndose dentro de los circuitos de la burocracia estatal, está llevando adelante genealogías alternativas para atender al "extraño que sufre", configuradas de acuerdo con los Convenios de Ginebra y con la teología de la liberación, el marxismo y la tradicional lucha campesina en Colombia. En este complejo espacio pleno de fricciones y tensiones, la Comunidad ha sido capaz de construir un espacio autónomo que se enfrenta a los deseos de los Estados y paraestados de masacrar, desplazar o aliviar a las poblaciones. Al mismo tiempo, está levantando con grandes esfuerzos una "economía comunitaria" cuyos beneficios se distribuyen de forma colectiva entre toda la Comunidad. Por medio de todas estas articulaciones tan complejas y diferentes, la CPSJA afirma valientemente un espacio de diferencia derivado de una concepción particular del ser "humano", diferencia que nace de las políticas "relacionales", en las que los muertos no sólo no desaparecen de sus vidas tras ser enterrados para dar paso a las carreteras y el desarrollo, sino que participan y tienen un gran protagonismo en la vida cotidiana y en los grandes modelos de movilización.


Comentarios

1 Agradezco al evaluador anónimo por haberme señalado este texto de singular importancia para mi argumento.

2 Traducción del autor.

3 Traducción del autor.

4 Los anormales. Clase del 15 de enero de 1975: "En efecto, ¿de dónde se toma esta idea, esta especie de concepción del poder para la cual éste pesa en cierta forma desde afuera, masivamente, según una violencia continua que algunos (siempre los mismos) ejercen sobre los otros (que también son los mismos)? Del modelo o la realidad histórica, como lo prefieran, de una sociedad esclavista" (Foucault 2000a, 58).

5 Véanse Fassin y D'Halluin (2005) para conocer situaciones similares de los refugiados.

6 Comunicación personal, noviembre de 2009.

7 Comunicación personal, noviembre de 2009.

8 Comunicación personal, noviembre de 2009.

Fecha de recepción: 24 de octubre de 2011 Fecha de aceptación: 2 de mayo de 2012 Fecha de modificación: 29 de mayo de 2012


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