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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.45 Bogotá ene./abr. 2013

 

¿Por qué externalizar las tareas domésticas? Análisis de las lógicas desigualitarias que estructuran la demanda en Francia*

François-Xavier Devetter

Doctor en Ciencias Económicas, Université de Lille, Francia. Investigador del Clersé (Centre Lillois d'Études et de Recherches Sociologiques et Écono-miques) y docente de la Université Lille 1 - Telecom, Francia. Correo electrónico: devetter@telecom-lille1.eu

DOI : http://dx.doi.org/10.7440/res45.2013.07


RESUMEN

Desde hace veinte años, los empleos domésticos muestran un nuevo desarrollo. Numerosos estudios han señalado la mala calidad de estos empleos, caracterizados por fuertes desigualdades entre empleadores y asalariados. Otros trabajos se centraron en el análisis de los factores que, desde la demanda, sustentan la elección de externalizar las tareas domésticas. Estos trabajos han puesto en evidencia el peso de las desigualdades de género, de raza y de clase. A partir del estudio del caso francés, este artículo busca analizar tres lógicas desigualitarias que estructuran la externalización de tareas domésticas. La primera se relaciona con el principio de especialización. La segunda tiene que ver con el lugar de la negociación en las parejas. Por último, la tercera lógica se apoya en la voluntad de delegar las tareas juzgadas como ingratas. Cada una de estas motivaciones implica desigualdades específicas que constituyen obstáculos para el mejoramiento de los empleos domésticos.

PALABRAS CLAVE

Servicio doméstico, desigualdad social, lógicas de demanda, Francia.


Why Outsource Domestic Tasks? Analysis of the Unequal Logic Behind Demand in France

ABSTRACT

For twenty years, the number of domestic jobs has been considered to be increasing in many countries. Several studies have highlighted the bad quality of these jobs, characterised by a high level of inequality between employers and employees. Other studies have looked at the other side of the market, focusing on the demand factors supporting the choice of outsourcing domestic tasks. These documents have made evident the importance of gender, race and class inequalities. Through the study of French data, this article aims to present three different ways to understand these inequalities: the first is based on a principle of specialization, while the second gives the spotlight to negotiation within the household. The third approach is based on the willingness to delegate menial tasks. Each of these motivations involves specific inequalities which are obstacles to the improvement of domestic job quality.

KEY WORDS

Domestic service, social inequality, demand logic, France.


Por que externalizar as tarefas domésticas? Análise das lógicas desigualitárias que estruturam sua demanda na França

RESUMO

Nos últimos vinte anos, os empregos domésticos vêm mostrando um novo desenvolvimento. Numerosos estudos indicam a má qualidade desses empregos, caracterizados por fortes desigualdades entre empregadores e assalariados. Outros trabalhos se centraram na análise dos fatores que, da demanda, sustentam a escolha de externalizar as tarefas domésticas. Esses trabalhos evidenciaram o peso das desigualdades de gênero, raça e classe. A partir do estudo do caso francês, este artigo busca analisar três lógicas desigualitárias que estruturam a externalização de tarefas domésticas. A primeira se relaciona com o princípio de especialização; a segunda, com o lugar da negociação nos casais; por último, a terceira lógica se apoia na vontade de delegar as tarefas julgadas como ingratas. Cada uma dessas motivações implica desigualdades específicas que constituem obstáculos para o melhoramento dos empregos domésticos.

PALAVRAS CHAVE

Serviço doméstico, desigualdade social, lógicas de demanda, França.


En los países de la OCDE, hasta la Primera Guerra Mundial, el servicio doméstico representó una proporción esencial de la mano de obra: cerca del 5% de la población activa, y más del 10% de las mujeres (Higman 2002). La segunda mitad del siglo XX vio, por el contrario, una contracción muy fuerte de este tipo de empleos y la casi desaparición del modelo tradicional del servidor (Coser 1973; Piketti 1997). Sin embargo, las investigaciones relativas a los gastos de los hogares muestran que la externalización de ciertas tareas1como la limpieza y el lavado de ropa, lejos de desaparecer, tiende a aumentar (Marbot 2009). Investigaciones recientes, que han estudiado la evolución del servicio doméstico en el largo plazo, han subrayado su resurgimiento (Pasleau, Schopp y Sarti 2005).

En los países anglosajones y en Francia, la creación de empleos declarados ha aumentado tanto bajo la forma tradicional de empleo directo como bajo formas modernizadas; es decir, a través de empresas de limpieza a domicilio que han "industrializado", en parte, estas actividades (Devetter y Rousseau 2009; Mendez 1998). Esto ha dado lugar a numerosas investigaciones (Andall 2000; Anderson 2000; Lutz 2008; Meagher 2003; Parrenas 2001; Romero 2002). Entre estas, aunque menos desarrolladas, se encuentran aquellas centradas en la demanda, que utilizan marcos de análisis econométricos (Baxter etal. 2009; Tijdens etal. 2003).

Este resurgimiento tiene que ver, en parte, con las políticas públicas que buscan al mismo tiempo "explotar esos yacimientos de empleos" -creando actividades o "blanqueando" trabajo informal- y favorecer la conciliación de los tiempos profesionales y familiares (Cancedda 2001; Pour la Solidarité 2012). En Francia,2 este tipo de políticas se desarrollan desde 1994, con la creación del "cheque empleo-servicio".3 Pero se profundizan en 2005 con el plan de "servicios a la persona",4 más conocido como "plan Borloo".5 A partir de ese momento, este sector se transforma en uno de los pilares de la política de empleo; por lo tanto, se le adjudican distintas medidas de sostén: exoneración de impuestos y de cotizaciones sociales, reducciones fiscales, disminución o supresión del IVA, creación de una agencia de desarrollo, simplificaciones administrativas, subvenciones, etc. Además, en 2010 se le asignan más de 6 mil millones de euros. A estos fondos hay que agregar otros 4 mil millones destinados a las personas dependientes6 (Devetter y Rousseau 2011a). La envergadura de fondos acordados y el hecho de que este plan fuera presentado explícitamente como un modelo a seguir por los países de la Unión Europea (Pour la Solidarité 2012) hacen de la situación francesa un caso de estudio particularmente interesante.

A pesar de que el plan Borloo se propone profesionalizar y modernizar este tipo de servicios, el mejoramiento de la calidad de los empleos domésticos no logra concretizar-se. Siguen siendo unos de los más degradados (Devetter et al. 2009; Lefebvre 2010), y por consiguiente, reservados a poblaciones estigmatizadas (Cox 1999; Lecomte 2001). La "trampa de precariedad" en la que permanecen bloqueados los trabajadores del servicio doméstico no puede entenderse fuera del análisis de la demanda. Nuestra hipótesis es que la calidad de los empleos (remuneraciones, condiciones de trabajo, reconocimiento de calificaciones, etc.) está directamente ligada a los mecanismos de demanda. Esto sucede porque el servicio doméstico es objeto de lógicas de demanda específicas, encastradas en mecanismos que producen desigualdad. Es por ello que los distintos actores (poderes públicos, empleadores, sindicatos, etc.) no logran mejorar la situación de los asalariados (Bailly et al. 2012).

Ya son numerosos los estudios que han señalado la correlación estadística entre las desigualdades de ingresos y la frecuencia de la contratación de ayuda doméstica remunerada (Milkman et al. 1998). En ese sentido, los países de América Latina y de Europa mediterránea se contraponen a los países escandinavos (BIT 2010).

Sin embargo, esta verificación estadística no dice gran cosa respecto de la naturaleza de las desigualdades en cuestión. ¿Se trata sólo de una diferenciación de ingresos o podemos observar otras formas de desigualdad también ligadas al estatus social de los individuos? El objetivo de este artículo es precisar la naturaleza de esas desigualdades a partir del estudio de los factores de demanda. Principalmente, nos proponemos analizar cómo esta dimensión desigualitaria bloquea toda política de mejoramiento de las condiciones de empleo y mantiene a esos asalariados en la "trampa de precariedad".

Tres hipótesis, más complementarias que opuestas, permiten justificar la externalización. Cada una nutre relaciones específicas con las desigualdades sociales. La primera se inscribe en la óptica "beckeriana", donde la rareza relativa del tiempo en relación con los ingresos es considerada como determinante. La importancia de las cargas (número de hijos, duración del trabajo profesional, tamaño de los domicilios, etc.) y el "precio de la hora" (simbolizado por el salario horario) deberían ser los factores más importantes (Oropesa 1993; Spitze 1999). La segunda hipótesis ubica en la pareja la dinámica de la externalización. Interpreta la contratación de una empleada doméstica como solución de la tensión que se produce por el desfase entre la igualdad de los cónyuges en la esfera pública y el mantenimiento de las desigualdades en la esfera privada (Baxter et al. 2009). La tercera hipótesis se inspira en una tradición sociológica que percibe la externalización de las tareas domésticas como un "consumo ostentoso" (Veblen 1979), o como el rechazo a un "trabajo pesado". Disponer de una empleada doméstica es entonces un bien posicional que permite distinguirse y, sobre todo, descargarse de tareas consideradas como "trabajo sucio" (Anderson 2007; Hughes 1996). Acá encontramos también la lógica de la distinción puesta en evidencia por Pierre Bourdieu (1979), ya que el empleo de una asalariada a domicilio puede ser considerado como un marcador de pertenencia a una clase social determinada.

Estas tres hipótesis se relacionan de manera específica con desigualdades que es necesario explicitar (ver el cuadro 1). En la primera parte analizamos las influencias respectivas de las cargas y los niveles de ingresos buscando comprender si la externalización responde a necesidades particulares o depende principalmente del nivel de riqueza. En la segunda parte el objetivo es cuestionar los roles de género dentro de la pareja. ¿La externalización, presentada como un modo de reducir las desigualdades de género, no genera nuevas formas de desigualdad? En la última parte analizaremos la tercera hipótesis. Si la externalización puede interpretarse como un rechazo al trabajo doméstico, ¿cuáles son entonces las consecuencias en materia de desigualdades sociales?

Cuadro 1.


¿Una lógica de especialización entre "necesidades" y diferencia de riqueza?

La primera justificación avanzada por los beneficiarios de servicios domésticos se apoya en la "falta de tiempo"; sin embargo, el impacto de las cargas domésticas sobre la externalización es bastante limitado. Los niveles de riqueza son, por el contrario, claramente determinantes. Estos últimos alimentan ciertas desigualdades de ingresos que también pueden ser interpretadas como benéficas para todos, y, por consiguiente, justificar las políticas públicas a favor del servicio doméstico.

"Necesidades" poco determinantes, pero una especialización fundada sobre la diferenciación de ingresos

La primera justificación de la externalización es que permite resolver las limitaciones temporales. Son la falta de tiempo y la necesidad de facilitar la conciliación entre vida profesional y vida familiar las que explicarían el recurso a una empleada doméstica. Las publicidades de las empresas prestadoras de servicios se inscriben con frecuencia en esta lógica: "Como compañero cotidiano, nuestra ambición es participar de un nuevo arte de vivir que permitirá al mismo tiempo mantener una vida profesional y una vida personal placenteras" (sitio de la empresa O2). Los clientes de estas empresas o los empleadores particulares invocan usualmente este argumento en primer lugar: "era una necesidad, yo estaba muy ocupada [...] estábamos muy ocupados, trabajábamos en el hospital como internos. No teníamos la posibilidad de hacer todo".7

Sin embargo, los estudios empíricos sobre la demanda de servicios domésticos (Flipo y Olier 1998; Iraci 2005; Marbot 2008) no permiten validar esta hipótesis. Las variables asociadas a las "necesidades" no son significativas. Por el contrario, el ingreso aparece como la variable explicativa. Las únicas variables en realidad determinantes son el nivel de diploma, pero sobre todo el ingreso. De esta manera, el recurso a una empleada doméstica es antes que todo un consumo suntuario, reservado a las familias más adineradas (ver el anexo 1). El rol verdaderamente dominante de los ingresos por sobre las otras variables también ha sido confirmado por los resultados de las regresiones lógicas que permiten observar los factores de la demanda, ceteris paribus, a partir de los datos más recientes. El número de hijos, por ejemplo, no tiene más que un rol marginal respecto de la variable ingreso del hogar. El parámetro estimado es de 0,383 por dos hijos, contra 1,532 por el nivel de ingresos superior a 5.000 € (anexo 1).

En consecuencia, el peso determinante de los ingresos puede poner en evidencia la influencia de la rareza relativa del tiempo disponible. En efecto, en el modelo beckeriano de asignación de tiempo (Becker 1965), el individuo racional busca maximizar su satisfacción combinando el ingreso (los bienes de consumo) y el tiempo, sustituibles el uno por el otro. Si consideramos que la limpieza es una actividad creadora de una satisfacción (ver una casa limpia), la elección de la externalización se explica por la voluntad de economizar tiempo, bien que es todavía más precioso, dado que su rareza es proporcional a los recursos monetarios.

Esta justificación se vuelve en efecto muy frecuente en los testimonios de los clientes de empresas de servicios a domicilio o los empleadores, como también entre las empleadas mismas. En las entrevistas realizadas, esta justificación aparece en primer lugar. Las empresas de limpieza a domicilio ilustran esta lógica insistiendo en el hecho de que liberan a las mujeres profesionales. Los eslóganes publicitarios, tanto en Francia como en el extranjero, son muy explícitos: "¿No queda lugar en su agenda para las tareas domésticas? ¿Prefiere consagrar su tiempo libre al entretenimiento, más que al trabajo doméstico en su casa o departamento?" (Shiva). El más explícito es el eslogan de una empresa americana estudiada por Mendez (1998): "Su tiempo es precioso, el nuestro, abordable". La falta de tiempo no debe ser interpretada aquí como una falta "absoluta", sino más bien como relativa respecto de los ingresos elevados.

En este marco, la lógica de la demanda de servicios domésticos son la compra de tiempo y la posibilidad de especializarse aumentando eventualmente el tiempo dedicado al ejercicio profesional, donde la ventaja comparativa es mayor. Según un informe sobre la situación de Bélgica, la externalización permite a los hogares utilizadores aumentar con presteza el tiempo del trabajo profesional (Idea Consult 2011). Esta visión del servicio doméstico lleva a hablar de "servicios de equilibrio de la vida cotidiana", de "servicios de ayuda a la conciliación de tiempo", como lo hace, por ejemplo, la comunicación institucional de la Agencia Nacional de los Servicios a la Persona.

Desigualdades necesarias en intercambios de tipo "ganador-ganador"

La demanda se hace posible por la diferencia entre el ingreso de los que demandan el servicio y los que lo ofrecen. El precio por hora de limpieza debe ser inferior al salario horario del cliente. Las desigualdades salariales son, de esta manera, necesarias para la externalización.8

Una demanda fuerte y durable de servicios domésticos depende de la existencia de mano de obra barata y de clientela adinerada. Afirmar que este tipo de empleo está íntimamente ligado a las desigualdades de ingresos no es nuevo; los trabajos de Jean Gadrey (2003) muestran con claridad esta correlación. Mientras mayor es la distancia interdeciles, más importante es la proporción de servicios personales y comerciales a expensas de los servicios sociales.

Las desigualdades de ingresos se presentan entonces como un factor esencial para el desarrollo del servicio doméstico (Bosch 2005). Esas desigualdades "necesarias" son compatibles con una visión liberal de la justicia, ya que pueden ser percibidas como favorables a la productividad y a la redistribución, vía el empleo de los menos calificados. Gracias a una mayor división del trabajo, la productividad aumenta, lo que resulta ventajoso para todos, principalmente para las empleadas domésticas. Aun si son consideradas como las trabajadoras "menos empleables", encuentran en el sector de la limpieza un empleo e ingresos. Numerosos autores (Cette, Héritier y Taddei 1998) insisten en la posición social desfavorable de las trabajadoras. Los subsidios asignados son justificados muchas veces por la alta tasa de feminización del sector (Croff 2000). Una lectura liberal de Rawls y del "principio de maximización" aparece entonces justificando medidas que acentúan las desigualdades, como las exoneraciones fiscales acodadas a los empleadores. En Francia, estas exoneraciones benefician a más del 70% del 10% de los hogares más ricos (Marbot 2009). Según esta lectura, ayudar a los más ricos beneficia más a las poblaciones desfavorecidas que a éstos, puesto que da lugar a una transferencia monetaria desde los consumidores (ricos) hacia los asalariados (pobres), dentro de una lógica de "percolación" (Cahuc y Debonneuil 2004). Los empleadores particulares o los clientes también recurren a este argumento afirmando que "ayudan" al asalariado. Incluso, muchos hacen la pregunta de manera explícita: "¿Qué otra cosa podría haber hecho, si no?".9 El campo léxico de la ayuda mutua o de la caridad es más movilizado en los discursos que aquel propio de la relación salarial clásica, ya que los empleadores tienen problemas para considerarse como tales (Devetter, Lefebvre y Puech 2011).

En el marco de una demanda motivada sólo por la diferencia de productividad, las desigualdades no serían sólo diferencias de ingresos (derivadas de mecanismos de diferencia de productividad). Tampoco intervendrían dimensiones estatutarias (como el sexo o la raza) o dimensiones simbólicas relacionadas con los signos de "reconocimiento" de los que podrán beneficiarse los individuos. Las desigualdades se limitarían a una lógica de especialización social, donde la externalización de actividades domésticas permitiría, por ejemplo, una inversión profesional más importante. El empleo doméstico podría entonces leerse como una relación laboral, ciertamente ligada a desigualdad en cuanto a riqueza, pero que ayuda en parte a reducirla. El trabajo en sí mismo no se distinguiría de otras actividades profesionales.

 

Una demanda anclada en las relaciones de género

En efecto, más allá de la lógica general de especialización, la demanda por este tipo de servicios debe ser reubicada en el centro de las relaciones de género, y en especial en el marco de las decisiones internas de la pareja. La decisión de externalización no puede ser considerada como individual. La configuración familiar tiene un rol esencial (Baxter et al. 2009; Oropesa 1993; Tijdens et al. 2004). Los datos franceses confirman que las parejas de dos activos recurren más a esos servicios que otro tipo de hogares. Según la encuesta ERFI, se externalizan las tareas domésticas en más de una pareja sobre 10 donde los dos son activos, contra menos de una pareja sobre 20 cuando hay un solo activo. En ese sentido, la decisión de "hacer" o "hacer hacer" se inscribe en las parejas y cuestiona las desigualdades de género (Kaufmann 1997). Con frecuencia, la externalización es presentada como un mecanismo en potencia favorable a la igualdad entre hombres y mujeres. Si bien varios elementos parecen, en principio, sostener esa hipótesis, tanto los análisis estadísticos como las entrevistas aportan elementos contradictorios. Las ganancias en cuanto a igualdad de género parecen limitadas y virtualmente negativas respecto de otras formas de desigualdad social asociadas.

¿Una solución frente a la desigualdad hombres/mujeres?

El recurso a una empleada doméstica es presentado por la mayoría de los actores del sector como un elemento que favorece la igualdad en la pareja. Los poderes públicos insisten en particular sobre este aspecto10 (Windebank 2006 y 2007). Tres elementos complementarios sostienen esta hipótesis. Primero, la decisión de externalización tiene, en efecto, que ver, primero, con las mujeres. Segundo, se presenta con más frecuencia en el caso de parejas que declaran tener opiniones más igualitarias. Tercero, es más habitual cuando la esposa dispone de un poder de negociación mayor.

Tanto los análisis econométricos como las entrevistas cualitativas ponen en evidencia que la elección de externalizar las tareas domésticas es sobre todo una decisión femenina. El primer elemento que va en esta dirección es que las características de la mujer cumplen un rol más determinante que las de su cónyuge (Marbot 2009). El efecto sobre el tiempo de trabajo, por ejemplo, es sensiblemente más marcado para ella que para él. Si la mujer trabaja más de 40 horas por semana, la posibilidad de recurrir a una empleada doméstica aumenta de manera significativa, mientras que una jornada equivalente en el hombre tiene menos relevancia (Devetter, Lefebvre y Puech 2011). La misma idea se confirma a través del estudio de las relaciones entre ingresos individuales (y ya no del hogar) y el recurso a una ayuda doméstica. El límite determinante es sensiblemente menor para la mujer que para el cónyuge (Bianchi et al. 2000). Tanto las empleadoras como los empleadores interrogados insisten en que la iniciativa de contratar una asalariada a domicilio es tomada casi siempre por la mujer (Devetter et al. 2009). Una de las empleadoras entrevistadas afirma:

    [...] no, no hubo una decisión de pareja. Yo tomé la decisión porque, de hecho, está muy bien que seamos una pareja moderna y que las tareas sean relativamente compartidas, pero todo eso es bastante relativo. Me parece que 5.000 años de historia no quedan abolidos en dos generaciones, entonces, esencialmente soy yo la que tiene la responsabilidad de la vida doméstica.11

Si bien la externalización es sobre todo una decisión femenina, es más frecuente en las parejas que expresan opiniones favorables a la igualdad entre los géneros,12 como también el hecho de estar de acuerdo con esta afirmación: "Las mujeres deberían poder decidir cómo gastan el dinero que ellas ganaron, sin la anuencia de su cónyuge". De los hogares que externalizan las tareas domésticas, el 59% está de acuerdo con esta afirmación (Devetter, Lefebvre y Puech 2011). De igual manera, el estar de acuerdo con la siguiente afirmación reduce de un modo significativo la posibilidad de externalizar: "Cuando el empleo está en crisis, los hombres deberían ser prioritarios respecto de las mujeres para obtener un empleo".

Por último, en numerosos estudios se muestra que los factores que aumentan el peso de la esposa en el proceso de negociación son también favorables a una mayor externalización: diploma, actividad profesional e ingresos, perspectiva de carrera, etcétera (Oropesa 1993; Tijdens et al. 2003). La encuesta ERFI presenta igualmente argumentos en ese sentido. El recurso a una empleada doméstica es más frecuente cuando la mujer tiene peso en ciertas decisiones, por ejemplo, las que conciernen a la organización del tiempo libre y la vida social. Entre las parejas con dos activos, cuando el hombre decide solo o mayoritariamente sobre la organización de esas actividades, el recurso al servicio doméstico es de 5%. Por el contrario, llega a 15% en los hogares de dos activos donde la mujer gestiona esos ámbitos de la vida familiar (Devetter, Lefebvre y Puech 2011). Además, otros análisis sobre el recurso a la externalización subrayan que es más frecuente cuando los dos cónyuges ocupan una posición profesional relativamente comparable (De Ruijter, Treas y Cohen 2005; Oropesa 1993).

En síntesis, "la empleada doméstica" aparece como un medio que permite que la "señora de la casa" se libere (parcialmente) de las tareas domésticas, suprimiendo así el conflicto doméstico (Hontarrede 2009) en torno al reparto del "trabajo sucio". Como lo afirma esta empleadora: "¡Empleada doméstica! Sobre todo cuando una vive con un hombre muy desordenado y detesta hacer el papel de la madre que pasa ordenando detrás de él. Bueno, al menos el señor saca la basura y manda las camisas a la tintorería. entonces, ¿qué hace la empleada doméstica? Bueno, ¡arregla nuestro gran desorden!".13 Otra entrevistada contaba:

    Nosotros preferimos tener una empleada doméstica, cueste lo que cueste. Siendo dos, no es tan caro, y le aseguro que eso evita bastantes discusiones. Porque mi chico no entiende la utilidad de pasar el trapeador. Además, no usa la aspiradora sino cuando se le cayó algo al piso. Entonces, antes de volverme una bruja que grita todo el tiempo, impuse la empleada doméstica. ¡Y le aseguro que las cosas están mucho mejor en casa!14

Una falsa solución que recrea numerosas desigualdades

Lamentablemente, esta visión optimista es invalidada por varios argumentos. La contribución de la externalización de tareas domésticas a una mayor igualdad entre los géneros no parece ser tan importante. Esta lógica de la demanda pone en evidencia la desvalorización de las tareas externalizadas.

De nuevo, los datos cualitativos y los resultados estadísticos muestran sus convergencias. Ciertamente, la decisión de externalizar es sobre todo femenina, y sigue siendo una cuestión "entre mujeres" (Ehrenreich y Hochschild 2002; Rollins 1985). En la mayoría de las situaciones, la mujer es quien se ocupa de la contratación y de la carga administrativa y psicológica que implica. Una empleadora afirmó: "Soy yo la que hace los trámites. la que tomó la decisión y dijo: 'Escúchame, estaría bien contratar una empleada'. Como trabajaba a tiempo completo, le dije que era yo quien hacía el grueso de las tareas domésticas, entonces era yo quien decidía. y listo".15 La gestión del hogar sigue siendo un dominio femenino; por lo tanto, las cuestiones relativas a la empleada doméstica también lo son. Como lo afirman dos empleadoras entrevistadas, los hombres "no saben nada de eso" o "sigue siendo parte del trabajo de la señora de la casa".

La externalización concierne sólo a una parte de las tareas domésticas corrientes (aspirado, planchado, limpieza). Por lo tanto, si bien representa una reducción del trabajo doméstico, no implica la supresión de las cargas domésticas asignadas a las mujeres. Entre los hogares activos que emplean una ayuda doméstica, en el 58% de los casos las compras son realizadas por las mujeres. En el caso de los hogares que no externalizan tareas domésticas, en el 52% de los casos las mujeres hacen las compras. Parecería entonces que la externalización reduce mayoritariamente las situaciones de igualdad, porque beneficia en especial a los hombres (De Ruijeter et al. 2005). Esta hipótesis parece ser también confirmada por las entrevistas cualitativas realizadas a empleadores o clientes de estructuras prestadoras de estos servicios. Esto trae como consecuencia una mayor desigualdad entre mujeres (empleadora/empleada) y la in-visibilidad de la débil implicación masculina en las tareas domésticas. La externalización de las tareas domésticas no es una respuesta a la desigualdad de género sino una manera de esquivar la cuestión (Peterson 2007). Sobre un plano más subjetivo, parece que la externalización representa, para las mujeres que disponen de ingresos suficientes, el "mal menor", pero sigue siendo una situación menos positiva que la del reparto equitativo de tareas domésticas entre los géneros (Devetter, Lefebvre y Puech 2011).

Esta lógica no es entonces necesariamente favorable a la igualdad entre hombres y mujeres. Más aún, de modo indirecto contribuye al desarrollo de una sociedad dual. Dado que las tareas domésticas son una carga sobre todo femenina, la externalización hace posible la extensión de la jornada laboral de las mujeres de mayores ingresos. Esto contribuye a la degradación de la posición relativa de los hogares que no pueden recurrir a estos mismos servicios. Desde esa óptica, las desigualdades son no sólo necesarias sino que también son reforzadas. En efecto, la autonomía parcialmente reencontrada de las parejas adineradas se obtiene a expensas de los hogares pobres. Como lo recuerda Collins, "one of the ways the wealthy have to command the time of the poor is to employ them as cleaners. That people who work as cleaners may be time poorer than the people who employ them is disregarded" (Collins 2006, 2). Este efecto no se limita a una dimensión cuantitativa sino que concierne igualmente a la calidad del tiempo y las actividades asociadas. La delegación de la parte más fastidiosa de las tareas domésticas (limpieza y planchado) facilita otras actividades, por ejemplo, el jugar con los niños. Las desigualdades sociales en ese punto se ven entonces intensificadas.

Pero, todavía más, esta segunda lógica de demanda subraya el peso de las dimensiones simbólicas respecto de la externalización de tareas domésticas. El recurso a una empleada no está motivado por una especialización sino por un rechazo de las tareas que el compañero se niega a compartir. En otros términos, es porque el hombre se niega a realizar su parte del "trabajo sucio" que la mujer elige externalizar esas tareas para no tener que asumir la integralidad del trabajo doméstico. Al externalizar, subraya el carácter "sucio" del trabajo en cuestión. La cita que sigue ilustra claramente ese aspecto:

    Pero por qué, ¿por qué siempre las mujeres son las que tienen que limpiar el baño? [...] ¿Y el hombre más frecuentemente pasa la aspiradora? A veces he intentado la experiencia inversa, pero no sirve para nada. Semanalmente me tengo que cargar la limpieza del baño, y la escena que me da ganas de contratar la empleada, es cuando, después de haber pasado la aspiradora, mi querido me lanza victoriosamente un: "¡Ya está! ¡Terminé!". Y yo, no he ni siquiera terminado de pasar la crema limpiadora que hace todo (que se supone que hace todo)... y entonces, sí, una empleada.16

La paridad (relativa) dentro de ciertos hogares se obtiene gracias a la creación de empleos en condiciones muy degradadas, donde la revalorización simbólica (en cuanto a reconocimiento) es muy difícil, dado que su existencia proviene del rechazo a ciertas tareas, por parte de las parejas de clases superiores (Arat-Koç 1989).

 

Una demanda fundada en el rechazo al "trabajo sucio"

Ni los clientes/empleadores ni los asalariados parecen al principio dispuestos a hablar de la naturaleza concreta de los trabajos efectuados. Hacen referencias vagas y generales: "Hago la limpieza", "Me ocupo de todo". Sin embargo, cuando la entrevista avanza, aparecen de modo sistemático elementos concretos. Cuando les preguntamos sobre los aspectos más difíciles de su actividad, los asalariados subrayan la limpieza de los baños. "Limpiar baños cuando no han apretado el botón; encontrar toallas femeninas sucias entre los bolsillos de un pantalón o en el lavamanos". Los asalariados insisten sobre la falta de respeto por parte de los empleadores: "Limpiar piezas que mis clientes dejan muy sucias, a pesar de la limpieza del día anterior"; "Tuve que limpiar la terraza frotando con un cepillo las manchas que había". Testimonios como éstos aparecen también en otras investigaciones sobre el empleo doméstico (Anderson 2007; Meagher 2003).

Más aún, esta hipótesis se acerca a la idea de que la demanda de servicios domésticos es una forma de "consumo ostentoso" (Veblen 1979) dentro de una lógica estatutaria de distinción (Bourdieu 1979). Recurrir a una empleada doméstica permite evitar ciertas tareas degradantes, y distinguirse por un gasto inaccesible a otros. Gabrielle Meagher cita de esta manera a una empleada: "Creo que una de las ventajas que tiene la gente que tiene una empleada es la de tener algo prestigioso. Pueden decir: 'Le pedí a mi empleada que hiciera eso', y esa clase de cosas" (Meagher 2003, 50). De manera más general, externalizar las tareas domésticas permite ciertos consumos ostentosos: "Los clientes tienen a veces cosas imposibles: paredes vidriadas por todo el baño, chimeneas, parqués inmensos. no se dan cuenta del trabajo que eso demanda. Aun si pudiera, jamás tendría eso en mi casa". Los análisis econométricos realizados a partir de la encuesta "Presupuesto de los hogares" han podido mostrar la relación entre el empleo de un asalariado a domicilio y ciertos consumos: domicilios muy grandes, numerosos equipamientos (Devetter y Rousseau 2011b). Así mismo, ciertos clientes reconocen que su modo de vida hace "necesaria" una empleada doméstica:17 "Con 150 m2, una empleada doméstica es obligatoria".18

¿Un reconocimiento profesional imposible?

Esta tercera lógica implica desigualdades mayores que los casos anteriores. No sólo la distancia entre los ingresos es necesaria sino que además no es suficiente. Las tareas delegadas son claramente desvalorizadas, consideradas como "trabajos penosos" (Walzer 1997) o "trabajo sucio" (Hughes 1996). Se supone que las competencias necesarias para realizar esas tareas son mínimas (Dussuet 2005).19 Por consiguiente, la delegación en este marco no puede hacerse hacia los "semejantes", o los miembros de la misma comunidad (Walzer 1997). Los empleos domésticos inducen así a formas de estigmatización social ligadas al género y a los orígenes étnicos. Se distinguen simbólicamente de otros empleos no calificados y constituyen "zonas relegadas". La importante proporción de inmigrantes entre las empleadas domésticas tiene que ver con esto. La distancia cultural hace que el principio de delegación del trabajo doméstico sea aceptable para el empleador (Akalin 2007; Cox 1999; Mo-zère 2001; Scrinzi 2003 y 2007). Los empleos ligados a la limpieza (empleada doméstica, maestranza, ayuda a domicilio y mucama) constituyen una salida laboral para las mujeres activas que no tienen nacionalidad francesa. Según la encuesta Empleo 2009, en ese tipo de trabajos se concentran 40% de marroquíes, argelinas y tunecinas, y 50% de africanas. Este aspecto aparece claramente en el comentario de la directora de una agencia, citada por Grabrielle Meagher: "Typical cleaner is South American. Hispanic. Not Australian. [...] People like any sort of domestic cleaning help other than us. Other than White Caucasian basically" (Meagher 2003, 95). Nuestras entrevistas muestran también que los empleadores y los clientes prestan más atención a las características de los asalariados que a la calidad del trabajo. Así, el rechazo de las jóvenes trabajadoras es casi unánime, y confirma las constataciones respecto de la elevada edad media de las empleadas domésticas (superior a 45 años). Algunos empleadores manifiestan claramente la necesidad de que las empleadas acepten las desigualdades sociales. A imagen de la directora de esa agencia australiana, una responsable de una asociación francesa prestadora de servicios domésticos comentó:

    [...] los clientes tienen dinero. Los asalariados vienen de medios más modestos. Ven la diferencia y hablan muchas veces de eso. Hay que tener conciencia. Pero, es por eso que las entrevistas de reclutamiento son muy importantes. Uno lo siente enseguida. Hacen falta personas que vayan más allá de esas diferencias sociales. Sobre todo, hay que evitar los celos respecto de la persona para la que se trabaja. Yo miro mucho eso en las entrevistas. Lo siento. Miro dónde han trabajado. Con frecuencia médicos. Yo quiero personas que acepten el trabajo que hacen.

Las investigaciones sobre empleadas domésticas en Estados Unidos (Romero 2002) o en Europa (Scrinzi 2003) insisten sobre la persistencia de una relación de domesticidad y la existencia de una diferencia neta de estatuto entre empleadores y asalariados. Esa distancia socialmente construida puede apoyarse en el género o en el origen geográfico, y de manera más concreta, en la clase social. El principio de una "común humanidad" -para tomar la expresión de Margalit (1996)- es en parte negado. Smith (1999) subrayaba ya en La riqueza de las naciones que ciertas formas de división del trabajo implican una negación de esa humanidad compartida. Las desigualdades ligadas a esta lógica de la demanda son todavía mucho más difícilmente compatibles con los principios de la justicia. La movilidad es inexistente, y el reconocimiento imposible, porque precisamente el no reconocimiento es la fuente de estos empleos.20

Este aspecto es ilustrado a través de las características del empleo doméstico juzgadas como positivas. Más allá de la gestión del horario de trabajo, el argumento más evocado por los diferentes actores interrogados es la satisfacción de ocuparse de lo que es inaccesible para la asalariada. Una responsable de una asociación nos explicaba:

    [...] estaba sorprendida porque cuando uno no tiene qué comer a partir del día 15, y tiene que trabajar en tres hermosas casas, pensaba que eso debía ser traumático. Pero no. Ellas encuentran eso bien porque al menos ven algo lindo. Por mi parte, yo veo el desfase, pero ellas, ellas ven la belleza; eso que nunca podrán tener, lo pueden tocar. Así, tienen acceso a cosas a las que jamás tendrán acceso. Tocar cosas bellas, es como si fueran de ellas. Eso les da la esperanza, sueñan, como con el príncipe encantado. La verdad, es que no me esperaba nada de eso.

Uno encuentra aquí un análisis cercano al que realiza Tocqueville (1856) en su comparación de las relaciones entre señores y domésticos en las sociedades democráticas y las sociedades aristocráticas. En las segundas, los domésticos y los señores pertenecen a dos grupos totalmente separados, y sobre todo, la grandeza de los domésticos deriva de la situación de los empleadores. La valoración frecuente de los empleadores por los empleados domésticos va claramente en ese sentido. La relación de empleo sigue estando marcada por una dimensión clientelista y paternalista bien clara (Scrinzi 2010) que puede entrar en conflicto con los principios que sustenta una sociedad democrática.

 

Conclusión

Las investigaciones que muestran una correlación entre desigualdades y nivel de empleo en los servicios domésticos son numerosas, y son abundantes las constataciones sobre la mala calidad de este tipo de empleo. Las soluciones propuestas se focalizan siempre en la forma jurídica de la relación de empleo (paso al trabajo formal, sostén de estructuras prestatarias, creación de certificaciones o permisos, etc.) pero con escasa frecuencia son puestas en relación con las lógicas de demanda expresadas por los hogares. El hecho de que la demanda se apoye en parte sobre la distancia del "precio del tiempo" explica que se mantenga la diferencia de salarios. Para decirlo de otro modo, la lógica de demanda beckeriana explica una elasticidad-precio (e ingreso) muy elevada. La mejora de las condiciones salariales es entonces muy compleja y frágil. Más aún, la relación con las desigualdades, siendo más compleja que la sola diferencia salarial, hace que las dimensiones simbólicas se vuelvan centrales en actividades que están muy lejos de ser "como las otras". En efecto, la externalización no proviene sólo de una voluntad de especializar, sino también de un rechazo del "trabajo sucio". Por consiguiente, la cuestión de la repartición del trabajo penoso se encuentra en el centro de los problemas de justicia, y el ideal de una sociedad democrática implica un reparto equitativo o una lógica de circulación (Walzer 1997). Por el contrario, parece que la externalización de tareas domésticas se basa en el desarrollo de un grupo de trabajadores no calificados bien específicos, insertos en un mercado de trabajo muy segmentado (Esping 1993). En ese sentido, el trabajo de limpieza se distingue claramente de otros empleos considerados como no calificados, por ejemplo, las ventas. Si bien comparten numerosas desventajas -bajas remuneraciones, baja calificación, malas condiciones de trabajo, estar en el primer escalón de las organizaciones, etc.-, se diferencian con fuerza en dos puntos: el perfil de los asalariados (en particular, su edad media) y el reconocimiento social del que gozan.

La edad media de las empleadas domésticas subraya la ausencia de movilidad. Por el contrario, estos trabajos constituyen empleos "refugio" para una parte de la población activa excluida de otros segmentos del mercado de trabajo. Esta población no puede, a través esos empleos, esperar acceder a otras posiciones. Hasta ahora (incluso en los países anglosajones, aunque de manera menos pronunciada), los empleos en el sector de la limpieza no son empleos temporarios (empleos para estudiantes, actividad de espera, etc.) sino más bien durables "elecciones a falta de algo mejor". El encierro característico de esta actividad aparece ilustrado por la frecuencia con la que se presentan en los discursos de las empleadas domésticas frases como: "Pero, ¿qué otra cosa quiere que haga?", que suena como un eco del "¿Qué otra cosa quiere que hagan?" de los empleadores.21 La percepción del oficio como degradante se extiende en parte a la persona misma. Las dificultades para declarar en su entorno que se realiza ese trabajo, o los casos de negación por parte del cónyuge o de los hijos, no son excepcionales en los testimonios. El servicio doméstico se encuentra en la parte más baja de la jerarquía de tareas efectuadas y sirve de límite a otras actividades, tales como las ayudas domiciliarias (Croff 2007), los mozos (Monchatre 2010) o los limpiadores (Benelli 2011). Las actividades domésticas a domicilio no se encuentran sólo en lo más bajo de una jerarquía profesional sino en lo más bajo de todas las jerarquías profesionales. Esa posición se extiende a otros espacios sociales a priori sin relación. Avril (2006) insiste sobre la frecuencia de los estigmas físicos en las empleadas domésticas, y Médina-Ramón et al. (2006) subrayan los problemas de salud de los empleados del sector limpieza (que preexisten muchas veces al empleo y que se degradan todavía más por la actividad profesional, expuesta a numerosos riesgos). Es por ello que la cuestión de la compatibilidad de estos empleos con una sociedad plenamente democrática se presenta de manera evidente (Pasleau, Schopp y Sarti 2005).


Comentarios

* Este artículo es el resultado de varias investigaciones realizadas en el Clersé de la Université de Lille 1 durante los últimos años. El material cualitativo aquí utilizado es producto de distintas investigaciones. La primera -"Pratiques et représentations des particuliers employeurs"- fue financiada parcialmente por la Fepem (Féderation des employeurs de personnels de maison), y la segunda -"L'aide à domicile au défi des services à la personne"- contó con el financiamiento de la DIIESES (Délégation interministérielle à l'innovation et l'expérimentation sociale et l'économie sociale). Artículo originalmente en francés. Traducido al español por Lorena Poblete (CONICET-IDES): lorena.poblete@conicet.gov.ar

1 Este artículo trata exclusivamente sobre la externalización de tareas domésticas en hogares en edad activa, y no en poblaciones envejecidas. En efecto, los factores que explican la demanda de los servicios son muy diferentes para ambas poblaciones, así como la forma que adquieren los servicios. El eje aquí está puesto en los empleos domésticos relacionados con el cleaning, y no en el conjunto de empleos ligados al care.

2 Respecto del caso de Bélgica, ver Henry et al. (2009).

3 Se trata de un dispositivo que busca simplificar el registro de los servicios domésticos. Es un cheque con el que los empleadores particulares pueden pagar a las empleadas domésticas que trabajen menos de 8 horas semanales. El uso de este cheque permite el registro directo de las trabajadoras al sistema de seguridad social y da acceso a exoneraciones fiscales para los empleadores. En algunos casos se presenta como un beneficio que las empresas otorgan a sus asalariados. [N. de T.]

4 En Francia, las empleadas domésticas pueden trabajar según tres modalidades: ser directamente contratadas por un particular; ser contratadas a través de asociaciones o empresas que funcionan como intermediarios (sistema mandatario); o ser asalariadas de un organismo asociativo o una empresa de limpieza (sistema prestador).

5 Jean-Louis Borloo fue ministro del Empleo y la Cohesión Social entre 2005 y 2007. [N. de T.]

6 Se refiere al presupuesto de la APA (Asignación Personalizada de Autonomía), que es una asignación universal destinada al pago de servicios domésticos y del cuidado. El monto de la misma depende del nivel de dependencia física del beneficiario.[N. de T.]

7 En el momento de la entrevista, esta empleadora tenía 72 años, se había jubilado como médica hospitalaria, estaba separada y tenía un hijo a cargo. En general, había contratado de manera directa a trabajadoras domésticas, y en algunos casos, sin registrarlas.

8 Una diferencia de 1 a 4 puede ser considerada como mínima para permitir la compra de una hora de trabajo doméstico. El hecho de que el tiempo comprado es bien inferior al tiempo en realidad ganado, o aun el tiempo de trasporte, se acumula para marcar esa distancia necesaria cuando se decide entre "hacer" o "hacer hacer". Ciertamente, los hogares más modestos (4% de los que tienen un ingreso inferior a 1.000 € por mes) pueden declarar que recurren a esos servicios cuando reciben alguna ayuda social específica (ayuda a la infancia, seguimiento familiar, acompañamiento de personas discapacitadas o enfermas, etcétera).

9 Ver también Scrinzi (2010).

10 Para un análisis del caso español, ver Peterson (2007).

11 En el momento de la entrevista, esta empleadora tenía 54 años, estaba casada y tenía dos hijos. Trabajaba en el mundo del espectáculo, y declaró que contrataba por lo general "en negro".

12 Este elemento es visible a través de los datos de la encuesta ERFI (ver el cuadro 1 y el anexo 1).

13 En el momento de la entrevista, esta directora ejecutiva, de 38 años, estaba casada y utilizaba la contratación directa.

14 Esta ejecutiva de 43 años, casada y con un hijo a cargo, declaró realizar contrataciones directas.

15 Esta empleadora de 37 años, que se desempeña como directora en la administración pública (casada, con dos hijos), es clienta de una estructura prestadora de servicios de limpieza.

16 Esta ejecutiva de 43 años (casada, con un hijo) utiliza sobre todo la contratación directa.

17 Caroline Ibos (2012), en su estudio sobre las cuidadoras de niños a domicilio en París, muestra también la tendencia de los empleadores a aumentar el nivel de exigencias a partir de la externalización de una parte de las tareas domésticas.

18 Esta empleadora es docente, tiene 51 años, está casada y tiene un hijo. Por lo general, contrata de manera directa a las trabajadoras domésticas.

19 Las lógicas asociadas a los servicios dirigidos a personas mayores dependientes son muy diferentes. Si la profesionalización de los primeros, por ser considerados actividades de cuidados, está en marcha, la del servicio doméstico parece imposible (Bailly, Devetter y Horn 2012).

20 Estos empleos son marcados por una escasa movilidad hacia otros empleos, y llevan con frecuencia al desempleo o la inactividad (Simonnet y Ulrich 2009).

21 La trayectoria típica parece ser: empleo poco calificado (auxiliares de enfermería o enfermeras, vendedoras, secretarias), inactividad por maternidad; luego, por cuidado de hijos, vuelta a la actividad a través del servicio doméstico considerado como una posición transitoria, y por último, imposibilidad de cambiar de empleo.


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Anexo 1. Proporción de hogares que recurren a una ayuda doméstica remunerada, y factores asociados a ese recurso

Fecha de recepción: 19 de julio de 2012 Fecha de aceptación: 18 de septiembre de 2012 Fecha de modificación: 12 de noviembre de 2012