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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.45 Bogotá ene./abr. 2013

 

¿Así en la tele como en la casa? Patronas y empleadas en la década del sesenta en Argentina*

Rebekah E. Pite

Ph.D. en Historia y Estudios de Mujer de University of Michigan, Estados Unidos. Profesora Asistente de Historia de Lafayette College, Estados Unidos. Correo electrónico: piter@lafayette.edu

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res45.2013.17


RESUMEN

A mediados del siglo XX, Doña Petrona C. de Gandulfo se convirtió en la experta en la cocina más famosa de Argentina. Su popularidad alcanzó nuevos picos cuando las clases de cocina junto a su asistente Juanita comenzaron a emitirse por televisión. Este artículo analiza el modelo de trabajo doméstico encarnado por las dos mujeres, comparándolo con el de otras amas de casa argentinas y sus empleadas domésticas en la década de 1960. Haciendo un amplio uso de documentos que incluyen historias orales, programas televisivos, revistas y archivos legales y gubernamentales, la investigación revela que la interacción pública de Doña Petrona y Juanita Bordoy era fascinante y a su vez blanco de críticas, ya que permitía a otras mujeres observar una típica relación doméstica privada durante un período en el cual la relación de muchas mujeres con la domesticidad y el trabajo pago estaba en plena transformación. Así, se propone que, para comprender las tensiones en torno a estos cambios, debemos cambiar nuestro marco de análisis y terminología. Mientras que los estudiosos de América Latina tienden a retratar las relaciones laborales domésticas como paternalistas, los vínculos de poder y afecto entre Doña Petrona y Juanita Bordoy -y muchas otras duplas domésticas- permiten afirmar que eran (y continúan siendo) más maternalistas en su esencia.

PALABRAS CLAVE

Servicio doméstico, amas de casa, género, clase social, poder, televisión.


Just Like at Home on Television? Mistresses and Maids in 1960s Argentina

ABSTRACT

Over the course of the mid-twentieth century, Doña Petrona C. de Gandulfo established herself as Argentina's leading domestic expert. Her popularity reached new heights when she began broadcasting her cooking lessons on television with her assistant, Juanita Bordoy. This article explores the model of domestic work portrayed by these two women in comparison to that of other Argentine homemakers and their paid help during the 1960s by drawing from a broad base of sources that includes oral histories, television programming, magazines, and government and legal documents. Such evidence suggests that Doña Petrona and Juanita Bordoy's public interactions were both captivating and open to critique because they enabled others to observe a typically private domestic relationship during a period in which many women's relationships to domesticity and to paid work were in flux. This article argues that, to understand the tensions surrounding these changes, we must shift our framework and our terminology. While scholars of Latin America have tended towards casting domestic work relationships as paternalistic, the bonds of power and affection between Doña Petrona and Juanita Bordoy-and countless other domestic pairs-were (and continue to be) more maternalistic in nature.

KEY WORDS

Domestic service, homemakers/housewives, gender, class, power, television.


Assim na tevê como em casa? Patroas e empregadas na década de sessenta na Argentina

RESUMO

Em meados do século XX, Dona Petrona C. de Gandulfo se converteu na especialista na cozinha mais famosa da Argentina. Sua popularidade atingiu novos picos quando as aulas de cozinha, junto a sua assistente Juanita, começaram a se transmitir pela televisão. Este artigo analisa o modelo de trabalho doméstico encarnado pelas duas mulheres, comparando-o com o de outras donas de casa argentinas e suas empregadas domésticas na década de 1960. Ao fazer um amplo uso de documentos que incluem histórias orais, programas televisivos, revistas e arquivos legais e governamentais, a pesquisa revela que a interação pública de Dona Petrona e Juanita Bordoy era fascinante e, ao mesmo tempo, alvo de críticas, já que permitia a outras mulheres observar uma típica relação doméstica privada durante um período no qual a relação de muitas mulheres com a domesticidade e o trabalho pago estava em plena transformação. Assim, propõe-se que, para compreender as tensões em torno dessas mudanças, devemos mudar nosso âmbito de análise e terminologia. Enquanto os estudiosos da América Latina tendem a retratar as relações laborais domésticas como paternalistas, os vínculos de poder e afeto entre Dona Petrona e Juanita Bordoy - e muitas outras duplas domésticas - permitem afirmar que eram (e continuam sendo) mais maternalistas em sua essência.

PALAVRAS CHAVE

Serviço doméstico, donas de casa, gênero, classe social, poder, televisão.


A mediados de la década de i960, Doña Petrona, la más famosa experta culinaria, y su asistente Juanita Bordoy prepararon una cena de Nochebuena en el popular programa de televisión Buenas Tardes, Mucho Gusto.1 La imagen granulada en blanco y negro las seguía con atención mientras deshuesaban un pavo, preparaban el relleno de carne y castañas, lo metían dentro del ave para volver a armarla con cuidado. Con la típica cadencia del noroeste argentino, Doña Petrona explicaba que la receta de pavo relleno frío sería ideal para la Nochebuena, ya que el ama de casa no tendría que estarse levantando de la mesa para servir platos calientes, "para que todas las personas de la familia puedan disfrutar de la reunión". Sin mencionar directamente la ausencia de una empleada doméstica, Doña Petrona aclaraba después que estaba "hablando de una familia en la que ellas mismas hacen las comidas" (Las recetas, 28).

Con este consejo Doña Petrona demostraba su compromiso permanente de hacer clases de cocina a la medida de la dinámica de la sociedad argentina. Desde fines de la década de 1920, Petrona construyó su carrera pionera sobre la premisa de que el ama de casa moderna debía preparar recetas elaboradas que implicaban mucho tiempo de dedicación para hacer comidas abundantes y sofisticadas como las que se servían en los hogares de la élite argentina. Durante la década del cuarenta, su carrera cobró nuevo impulso al ampliar su público para incluir no sólo a integrantes de la creciente clase media, sino también a mujeres de la ascendente clase obrera, a quienes las políticas peronistas habían beneficiado desde 1946. Sin embargo, para cuando comenzó a tener su programa de televisión durante los años cincuenta y sesenta, las crisis económicas ya eran un rasgo muy común en la vida cotidiana argentina. Por ello, la ecónoma, famosa por su tendencia a cocinar platos caros, comenzó a hacer hincapié en la economía de sus recetas. Incluso, para las fiestas navideñas decidió preparar pavita, un ave más pequeña que el pavo, porque, tal como explicó en el programa, costaba en el mercado un tercio de lo que valía el ave más grande. En otras ocasiones insistía en las formas en que sus televidentes -presumiblemente mujeres-podrían no sólo ahorrarse dinero sino también tiempo, ya que ella tenía en cuenta la creciente profesionalización de las mujeres de clase media en la década de 1960 (e.g., Las recetas, 26).

Sin embargo, aunque Doña Petrona sugería que era consciente de que muchas argentinas preparaban las comidas familiares sin ayuda doméstica, y que esto representaba una inversión de tiempo e interés que una creciente cantidad de mujeres no tenían, ella cocinaba con una asistente en el más público de los escenarios: la televisión en vivo. Sobre el borde de la pantalla o junto a Doña Petrona después de los títulos, Juana Bordoy, conocida simplemente como "Juanita", estaba siempre a mano. Debido a las frecuentes órdenes dadas con brusquedad, Doña Pe-trona comenzó a tener la reputación entre sus televidentes de ser una explotadora.2 A su vez, Juanita se convirtió en el arquetipo argentino de la empleada doméstica sumisa, por la forma en que obedecía y su lealtad a Doña Petrona. Como resultado, aún hoy la gente continúa utilizando el nombre "Juanita" para referirse a una amiga o familiar que los ayuda en la cocina.

Mientras que los especialistas en América Latina tienden a retratar la relación entre empleadas domésticas y sus patronas como paternalista, podría argumentarse que los lazos de poder y de afecto entre Doña Petrona y Juanita Bordoy, y entre muchas otras mujeres, son más bien del tipo maternalista.3 Es decir, si bien los varones se beneficiaban del trabajo doméstico de las mujeres, es más probable que fuesen mujeres las encargadas de supervisar el trabajo doméstico de otras mujeres.4 Ese maternalismo se refleja en el hecho de que la pareja doméstica líder en Argentina no eran Doña Petrona y su marido, Atilio Massut, sino Doña Petrona y Juanita. La preponderancia pública de esta dupla particular se hacía eco de una dinámica privada, por cuanto las mujeres argentinas (al igual que sus contrapartes en el resto del mundo) con frecuencia asumieron las responsabilidad de establecer los términos de las relaciones laborales domésticas a sus empleadas domésticas. A medida que estas relaciones domésticas íntimas y desiguales fueron a la vez desafiadas y puestas más en evidencia durante los años sesenta, el trato que prodigaba Doña Petrona a su asistenta se convirtió en una especie de pararrayos de los aspectos más importantes de la cambiante dinámica del trabajo de las mujeres dentro y fuera del hogar.

Redefinición y performatividad de la domesticidad

Desde comienzos del siglo XX, para la mayoría de los argentinos la división del trabajo indicaba que los hombres en verdad modernos debían trabajar fuera del hogar por un salario, y las mujeres realmente modernas debían ser amas de casa de tiempo completo. Pero ése no había sido siempre el caso. Durante el siglo XIX, la mayoría de las mujeres argentinas se autodescribieron ante los censistas como trabajadoras "económicamente activas", a pesar de sus responsabilidades adicionales en el hogar (Guy 1981). Sin embargo, durante el siglo XX, los censistas caracterizaron a casi la tercera parte de las mujeres censadas como "amas de casa" (República Argentina 1938, 1951, 1963 y 1973). El desarrollo de una economía mecanizada basada en el salario desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX fomentó el "desempleo" de las mujeres y una percepción cada vez más negativa del trabajo de las mujeres fuera del hogar (Guy 1981; Liernur 1997).

Petrona se había enfrentado a esta forma de pensar cuando decidió buscar trabajo en la capital a fines de los años veinte. Nacida alrededor de 1896 en una familia tipo que vivía en las afueras de la capital provincial de Santiago del Estero, Petrona siguió a su novio de entonces, Oscar Gandulfo, y a su familia a Buenos Aires, casi veinte años más tarde.5 Unos años después de casarse, Petrona solicitó empleo como ecónoma en la empresa británica de gas Primitiva, en 1928. Cincuenta años después, Doña Petrona recordaba muy bien cómo la familia de su nuevo esposo desaprobaba la idea de que ella trabajara, en lugar de cumplir con su rol "natural" de ama de casa. Pero ella defendió su decisión basada en su "necesidad" de trabajar porque, como explicó más tarde, Oscar había sufrido un accidente y perdió uno de sus dos empleos en Correos, que los dejó con un salario mensual de sólo 180 pesos (Becker 1984).

La necesidad era la única justificación aceptable para que las mujeres trabajasen fuera del hogar a principios del siglo XX (Lobato 2000). Esta lógica era muy importante y tal vez no del todo convincente para una familia política como la de Petrona, cuya "respetabilidad" dependía en parte del rol de sus mujeres como amas de casa. Desde comienzos de siglo, los argentinos tendían a asociar el estatus de familias de clase media y clase alta con mujeres que podían darse el lujo de quedarse en su casa, idealmente supervisando a las mujeres de clase baja que las ayudaban en el hogar.6

Aunque una pequeña cantidad de mujeres de protoclase media como Petrona entraron al mercado laboral ocupando nuevos cargos profesionales a principios del siglo XX, la mayoría de las mujeres empleadas eran parte de los obreros "no especializados" o "semiespecializados" que trabajaban por un salario en casas y fábricas. Como en la mayoría de los países latinoamericanos, en la Argentina de principios de siglo el mayor porcentaje de mujeres asalariadas estaban empleadas en el servicio doméstico.7 En 1914, las mucamas y cocineras representaban casi la mitad de todas las mujeres "económicamente activas" (Torado 2003, 211). Para 1947, a medida que más mujeres abandonaron este sector por empleos fabriles durante las décadas del treinta y el cuarenta, las empleadas domésticas representaban alrededor de un tercio de las mujeres "económicamente activas" (Szretter 1985, 4).

La historia personal y el tipo de trabajo que realizaban quienes se empleaban en el servicio doméstico también cambiaron durante este período, convirtiéndose en un empleo más feminizado, general y regional. A pesar de la gran cantidad de hombres empleados en el servicio doméstico en el siglo XIX, sólo la mitad del porcentaje de hombres considerados "económicamente activos" estaban empleados en el servicio doméstico en 1947, a medida que la cantidad de profesiones en especial masculinas, como asistentes personales y jardineros, disminuyó notablemente.8 A su vez, las cocineras y niñeras casi habían desaparecido para 1930, en tanto crecía el número de mucamas que realizaban todo tipo de tareas (Pagani 1988). Así como se modificaba la dinámica de género y de trabajo, también cambiaba el lugar de origen de las empleadas domésticas. En el período colonial y en los orígenes de la nación, muchos empleados domésticos eran de ascendencia africana, mientras que entre finales de siglo XIX y principios del XX la mayoría provenía de Europa. A partir de la década de 1940, la migración desde las provincias y los países vecinos hacia la capital del país marcó una nueva generación de empleados mayoritariamente mujeres, muchas de las cuales eran de ascendencia mixta o indígena.9

Mientras que la mayoría de las trabajadoras en Argentina se empleaba por un salario en la casa de otros o en fábricas, la mayoría de las argentinas eran amas de casa no asalariadas. Como tales, las mujeres disfrutaban no sólo de una ventaja numérica sino también simbólica. Desde principios de siglo, publicistas, líderes políticos y un pequeño grupo de expertos domésticos (incluida Doña Petrona) enarbolaron al ama de casa como el ideal femenino y la argamasa que mantenía unida a la sociedad, y el primer gobierno peronista (1946-1952) no fue la excepción. Aunque el peronismo otorgó el sufragio a las mujeres y aumentó sus oportunidades de trabajar y educarse, tanto el presidente Perón como la primera dama Eva Perón hicieron hincapié en que el deber más importante de las mujeres debía ser el cuidado del hogar y la familia. Como afirmó Evita en una famosa frase, las mujeres "nacimos para constituir hogares, no para las calles" (Perón 2006, 150). Este ideal del ama de casa no asalariada alcanzó su máxima expresión durante la década de 1950.10

En los años sesenta, un pequeño pero creciente número de voces empezó a sugerir que la domesticidad de tiempo completo no era la única opción para las mujeres, ni necesariamente la mejor. Las jóvenes de clase media fueron las que más se hicieron oír a través de sus acciones, a medida que muchas que podían hacerlo continuaron su educación o buscaron trabajo fuera del ámbito doméstico. Como consecuencia de ello, durante esta década la cantidad de mujeres que, de acuerdo con los censistas, eran "económicamente activas" aumentó en forma significativa por primera vez en el siglo XX, llevando a las mujeres a representar entre un 20 y un 25% de la fuerza de trabajo oficial (Cortés, Dirie y Braun 1988; Rock 1985). A su vez, el porcentaje de amas de casa disminuyó de casi tres tercios a un poco más de la mitad de la población femenina durante esa misma década (Cepal 1982). Sin embargo, todavía a principios de esos años el trabajo de ama de casa aún estaba en la cima de los empleos femeninos. Además, a pesar del énfasis que puso el peronismo en la contribución económica de las amas de casa, el censo de 1960 continuaba categorizando a estas mujeres como "no económicamente activas", junto a los estudiantes y los discapacitados. Por el contrario, el censo no registraba ni un solo varón como amo de casa y caracterizaba al 15% "no económicamente activo" como jubilados, estudiantes o "en otras condiciones".

Los medios masivos de comunicación fueron receptivos y a la vez influyeron para moldear las nuevas ideas sobre el rol cambiante de las mujeres y al mismo tiempo mantener las viejas.11 A comienzos de los años sesenta, Pedro Muchnik creó un show de televisión que celebraba el trabajo y la productividad del ama de casa en el hogar. Buenas Tardes, Mucho Gusto salió al aire en 1962 en el nuevo canal privado, Canal 13, identificándose como "un teleprograma para el hogar hecho por gente de vocación hogareña" (Ulanovsky, Itkin y Sirvén 1999, 144). De acuerdo con la hija de Muchnik, y a su vez presentadora del programa, Annamaría Muchnik, aproximadamente un millón de personas veía el show todos los días en la capital, un número impresionante si se considera que representaba alrededor de un tercio de los habitantes de la ciudad y el mismo número de hogares con televisión.

La cantidad de aparatos de TV y televidentes había crecido aceleradamente desde que Doña Petrona apareció en el primer canal público en 1951. Sin embargo, la capacidad de los argentinos para consumir este nuevo formato de medios masivos (y de ver a Doña Petrona y Juanita en acción) todavía dependía del lugar donde vivieran.12 En los sesenta, la mayoría de los televidentes argentinos y el público principal de Buenas Tardes, Mucho Gusto eran mujeres que residían en áreas urbanas, incluidas Buenos Aires, Córdoba, Mar del Plata y Mendoza. Fiel a su primer trabajo como promotora de las cocinas de gas Primitiva (1928-50), Doña Petrona encaró sus clases de televisión, no sólo como una oportunidad para promover los productos de sus auspiciantes (ahora Swift y Rómulo Ruffini), sino más que nada como una ocasión para enseñarles a sus alumnas. Daba su número telefónico al aire y alentaba a las que vivían en Buenos Aires a que la llamasen con cualquier pregunta, y a las que vivían en las provincias les pedía que le escribieran. Insistía en que sus discípulas tomaran notas y practicaran con cuidado, y que le enviaran sus preguntas. Petrona prometía que "no hay carta que quede sin contestar" (Las recetas, 5).13

Algunas de las televidentes de Doña Petrona se tomaron su rol de discípulas con tanta seriedad como ella se tomaba el rol de maestra. Una periodista de la revista Siete Días explicaba en noviembre de 1972 que "las amas de casa argentinas [...] anotan prolijamente sus recetas culinarias al pie de la pantalla y cumplen religiosamente con los menús por ella propuestos". Una mujer llamada Nora explicaba en una entrevista en 2004 que su madre y su tía Teresa hacían justo eso y tomaban notas cuidadosamente mientras miraban el programa de Doña Petrona en Puerto Ingeniero White, en el sur de Bahía Blanca, en los sesenta y setenta. Ambas mujeres, afirmaba la hija, tendían a "respetar la receta", y ya fuera que utilizaran una receta del libro de Doña Petrona o de su programa, se esforzaban por seguir todos "los pasos".

Sin embargo, no todas las mujeres compartían ese nivel de dedicación, habilidad o deseo de cocinar como Doña Petrona, como era el caso de las mujeres más pobres y de las áreas rurales. De hecho, algunas argentinas jamás habían oído hablar de ella. En el noroeste y el noreste argentinos, por ejemplo, conocí a varias mujeres de ascendencia indígena que no sabían de la famosa experta culinaria de Argentina. Y en Puerto Ingeniero White, en 2004, hablé con una cocinera que se llama Stella, que había escuchado hablar de Doña Petrona, pero comenzó su charla afirmando que "nunca me importó Doña Petrona". Continuó explicando que tenía poco tiempo y dinero como para seguir a Doña Petrona mientras criaba a sus hermanos y hermanas en los años setenta con la dieta típica de subsistencia de los sectores humildes en Argentina -el mate y las galletas- o trabajaba como empleada doméstica y luego como cocinera.

Durante los años sesenta algunas argentinas más privilegiadas dejaron en claro que no aspiraban a cocinar como Doña Petrona ni a parecérsele, aunque pudieran darse el lujo de hacerlo. De hecho, a medida que más mujeres empezaban a ir a la universidad (para 1968, las mujeres representaban el 34% de los estudiantes universitarios, según Wainerman [1994]), algunas estudiantes rechazaron la idea de que emular a Doña Petrona fuese su deber en la vida. Una mujer que se llama Dora B. explicó en una entrevista que "en general las familias de clase media tenían un cariño bastante reverencial por la habilidad de Doña Petrona [...] entonces para las mujeres que irrumpíamos en la universidad en los sesenta había que terminar con Doña Petrona". Afirmó que ella y sus compañeras querían diferenciarse de la imagen doméstica de las mujeres que promovía Doña Petrona porque era "una obviedad de las características femeninas que estaríamos rechazando". Sin embargo, remarcó que ella y sus compañeras no rechazaron por completo este rol, pues creían que, como mujeres, igual "había que saber cocinar algo".

Incluso entre las televidentes más fieles, algunas miraban el programa pero sin la intención de recrear las recetas de Doña Petrona en sus casas. Por ejemplo, Magdalena M., un ama de casa porteña cuyos padres habían emigrado de España, recordaba que a ella le encantaba ver el programa de Doña Petrona, después de tener su primer aparato de TV, en 1960. Explicaba que ella jamás cocinó como Doña Petrona "porque eran comidas muy sofisticadas y caras". Pero, según decía, "saqué algunas cosas. Era muy buena, era para mirarla. Era para verla. Ella siempre muy prolija, peinada". Para Magdalena, lo especialmente atractivo de Doña Petrona era lo que llevaba puesto y cómo interactuaba con su ayudanta. Y preguntaba entusiasmada: "¿Viste que tenía siempre un delantalcito bordado acá, prolija, peinada?"; "Y Juanita sacando todo cuando ella lo usaba y decía: '¡Juanita, no terminé todavía!"'. Como Magdalena, varias argentinas de clase media baja y obrera dijeron que miraban el programa más como entretenimiento que para aprender a cocinar. Algunas se refirieron al interés que les despertaban los trajes elegantes que lucían Doña Petrona y Juanita, largos collares de perlas, peinados de peluquería y delantales bordados. Otras sugirieron que lo que hacía que el programa fuese interesante era el aspecto dramático de la relación entre las dos mujeres.14

"Pobre Juanita"

Doña Petrona era explícita al afirmar que quienes integraban su público eran mujeres, y asumía en forma implícita que ellas corporizaban los patrones de domesticidad de la clase media, o aspiraban a hacerlo. La marca más obvia de esta imagen de clase media que Petrona proyectaba estaba indeleblemente caracterizada por la presencia constante de su asistenta Juanita y su interacción en pantalla. Aunque tanto Juanita como el esposo de Doña Petrona la ayudaban a preparar sus segmentos, era Juanita la que aparecía en pantalla con ella, y la que se convertiría en la compañera más importante de su carrera pública. La cocinera Emmy de Molina lo explicó así: "Es impensable recordar a Petrona sin Juanita" (Vidales 1998, 25). Y de hecho, los artículos sobre Doña Petrona y las conversaciones con argentinos sobre ella siempre devienen en su relación con Juanita (y en muy raras ocasiones, la que tenía con su marido).

A lo largo de la relación televisiva de más de treinta años de Doña Petrona y Juanita Bordoy (1951-1983), e incluso después, la gente tiene opiniones divididas: los que piensan que Petrona trataba bien a Juanita pidiéndole ayuda como correspondía; y los que piensan que era injusta con ella, dándole órdenes en tono condescendiente. Estas reacciones están influenciadas por la posición de clase de quienes ostentan dichas opiniones, aunque no están sólo determinadas por ella. Durante cientos de conversaciones informales, 46 entrevistas formales y dos talleres de historia oral en 2003 y 2004 con argentinos que se identificarían a sí mismos (o seguramente serían identificados por otros) como de clase media, clase obrera o élite, hubo gente en cada categoría que criticó la relación, mientras que otra la alababa. Al mismo tiempo que sus reacciones parecían muy personales, llama la atención que seis entrevistadas que trabajaron (o aún trabajan) en el servicio doméstico tendían a expresar menos sentimientos negativos, e incluso sugirieron que la relación entre Doña Petrona y Juanita "era muy buena", como dijo una de ellas (que se llama María E. P.). Por el contrario, en mis talleres de historia oral con diferentes grupos, las participantes de clase media y trabajadora debatieron acaloradamente si el trato era justo o injusto.

Aún al día de hoy, estas dos perspectivas se revelan en la forma diferente en que la gente invoca el nombre de Juanita en sus interacciones domésticas cotidianas. Por ejemplo. Olga G., una entusiasta cocinera de Puerto Ingeniero White ya septuagenaria, explicaba que su prima, María B., a quien no le gusta cocinar pero no le molesta limpiar, ha sido su "Juanita" durante años. Y aunque María aseguraba que ella está feliz con ese rol, otras dicen que lo han rechazado. Algunas mujeres contaron que cuando amigas o familiares las mandonean en la cocina (y aclaran que nunca se trata de la patrona), a veces responden: "¿Qué te creés, que vos sos Petrona y yo Juanita?".15 Ya sea positivo o negativo, llama poderosamente la atención lo común del fenómeno, lo que revela hasta qué punto Argentina incorporó esta relación cargada de poder en sus interacciones domésticas. Tal como aseguraba "Porota" (el apodo de la hermana de Juanita) con mucho orgullo, en Argentina "el nombre de ayudante de cocina se cambió por el de Juanita".

La mayoría de los argentinos supieron de esta relación viendo interactuar a la pareja en vivo en la TV en los años sesenta y setenta. Durante los casi 800 minutos de grabaciones existentes que arrancan a mediados de la década del sesenta, Juanita ayudó a Doña Petrona con tareas como mezclar, amasar y cortar.16 También realizaba tareas específicas que Doña Petrona rara vez hacía, como colocar cosas en el horno o sacarlas de él, o limpiar las ollas y utensilios. La presentadora Annamaría Muchnik explicó en nuestra entrevista que Juanita realizaba toda la preparación previa: "Petrona ni siquiera decía que ya estaba hecho. Como si fuera una operación de cirugía", donde Juanita era la "enfermera" y Petrona el "médico". La dinámica de género detrás de esta analogía resulta reveladora, porque Muchnik asocia a Doña Petrona con el tipo de poder que un médico varón puede tener sobre una enfermera. Otra comparación apuntaba a una relación de poder más común entre dos mujeres, como me explicó Dora I., fanática del programa: que Petrona era la "profesora", y Juanita, la "ayudante", muy callada. Estas analogías estarían inspiradas en el hecho de que mientras Doña Petrona hablaba a sus televidentes y a Juanita, esta última casi nunca hablaba y rara vez miraba a la cámara. En la única temporada grabada, Juanita permanece callada en todos los episodios, menos en tres, en los que habla rápido y en voz baja con Petrona. Hasta Doña Petrona comentaba al aire sobre el silencio de Juanita. Durante el episodio en que cocinaron paté de hígado, Petrona mira a cámara, y con una sonrisa les dice a las espectadoras: "Cuando Juanita quiere, habla también".17

A pesar de la atención generada por su relación pública de trabajo, pocos argentinos fuera de su círculo íntimo sabían que, desde mediados de la década del cuarenta, Juanita también vivía con Petrona y trabajaba en su casa como ama de llaves, supervisando a otras dos "chicas de servicio".18 Para Juana Bordoy, quien migró desde un pueblito de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires por esa época, la decisión de Petrona de llamarla "Juanita" era una señal de los grandes cambios que vendrían. Como explicó Héctor B., el sobrino de Juana, el nombre que le dio Petrona significó que "con el tiempo, el apodo de 'Morocha' dejó de existir y pasó a ser Juanita". El nuevo apodo reflejaba el modo en que Petrona incorporó a Juana plenamente a su vida y a su familia. Aún más, se refería a una dinámica maternalista más amplia, en la que las patronas asumían una superioridad generacional (que podía representar o no una diferencia de edad) que les daba derecho a supervisar (e incluso bautizar) a sus empleadas, así como a desplegar su afecto maternal por ellas. Desde el inicio, Petrona pareció ansiosa por evitar la línea entre autoridad y amistad con Juanita, que era casi veinte años más joven que ella. Aunque le dio a Juana su nuevo apodo, Petrona no fue tan lejos como otras patronas que les cambiaban el nombre a las empleadas con cama adentro.19

En su hogar, las acciones de Petrona parecen sugerir que ella y Juanita compartían una posición de clase similar, lo cual no era lo común para una patrona y su empleada. Por ejemplo, Petrona le daba a Juanita la habitación contigua a la suya (en lugar de asignarle el cuarto de servicio), compartía las comidas con ella e invitaba a su familia a quedarse en su casa cuando visitaban la ciudad. Es probable que este trato proviniera de la similitud en sus crianzas y la parcial erosión de la rígida estratificación de clase que tuvo lugar a mediados del siglo XX. Como afirmaba el sobrino de Juanita, ambas mujeres provenían de condiciones relativamente modestas y venían del interior. Además, a pesar de la percepción que tenía el público sobre el estatus inferior de Juanita en la TV, en el hogar era Juanita la que con frecuencia estaba a cargo, supervisando la casa durante la semana mientras Petrona iba al centro de la ciudad para probar recetas y preparar sus clases de cocina.

A pesar de todo, tanto en su casa como en la TV, Doña Petrona, al igual que muchas dueñas de casa, dejó en claro que era ella la que estaba a cargo. A través de la pantalla, ella dio forma al comportamiento de sus televidentes respecto a cómo tratar (o no tratar) a las empleadas domésticas. Aunque Petrona y Juanita usaban ropa notablemente similar, la forma en que Doña Petrona mandoneaba a su asistenta le ganó su reputación de explotadora. "¡Basta, eh!", le decía Petrona a Juanita si quería que se detuviera en lo que hacía, como batir crema; o "¡Rápido, Juanita!", si quería que se apurara (Las recetas, 8 y 14). En el episodio en el que Juanita de hecho habló lo suficientemente alto para que la cámara la captara, Petrona comentó: "Hoy hace calor y no tengo ganas de trabajar; debes ser la trabajadora, Juanita", a lo que Juanita respondió: "Bueno, Señora", y continuó trabajando como le indicaban (Las recetas, 24). En un episodio de Nochebuena, Petrona le pidió a Juanita que parara lo que estaba haciendo para mostrar sobre el cuerpo de Juanita dónde estaría el hueso que estaba removiendo del pavo (Las recetas, 28). Como de costumbre, Juanita obedeció, pero esta vez riéndose.

En las últimas décadas, las argentinas han sido más críticas, o al menos tienden más a burlarse, en lugar de festejar la forma en que Petrona trataba a Juanita. En muchas de las conversaciones sobre Doña Petrona, una de las reacciones más frecuentes con las que me encontré es una sonrisa, seguida de "Ay, pobre Juanita". La gente suele señalar cómo Petrona le dictaba órdenes, haciendo parecer como que "todo era culpa de Juanita, no de Petrona", como me dijo Hilda R. Aún más fuertemente, Elena P. me explicó: "Pobre Juanita, [era] una mártir porque Doña Petrona era una mandona". La experta en televisión Mirta Varela (2005) coincide con esta apreciación y critica la forma en la que Doña Petrona maltrataba a su silenciosa ayudante cuando estaban en el aire. La periodista y también cocinera Miriam Becker sugiere que la personalidad de Petrona hacía imperativo que trabajase con alguien como Juanita. "Juanita era muy respetuosa, más allá de que Petrona era dura", aclara Becker, "no podía haber sido de otra manera quien secundara a Petrona, porque Petrona no hubiera permitido un solo paso de confianza". Sin embargo, Becker opinó durante nuestra entrevista que, a pesar de su carácter fuerte, Petrona "era generosa y era buena".

En otras palabras, las que defienden a Petrona tienden a pensar que su actitud hacia Juanita sólo probaba que tenía una personalidad fuerte, y tal vez eso era parte de lo que la hacía exitosa. Durante un debate sobre Doña Pe-trona en el Museo de Puerto Ingeniero White, una mujer que ahora tiene más de setenta años dijo: "Yo creo que una mujer que llegó donde ella llegó, hace cuarenta o cincuenta años, tuvo que hacer valer su autoridad para imponerse". Con la misma opinión sobre las críticas a Pe-trona, Nora L. explicó en nuestra entrevista que "cuando le decía, 'A ver, Juanita, traéme esto', la gente se quejaba porque parecía que no la trataba con cariño. Pero no, era su personalidad". Otras mujeres han señalado que si Pe-trona hubiera sido realmente cruel, entonces Juanita no se hubiera quedado con ella por tantos años.20 Aunque la nieta de Juanita, Esther P., admite que Petrona "era un poco autoritaria", sin embargo, durante nuestra entrevista explicó: "Pero era su forma de ser, no era que [Pe-trona] la trataba mal. Porque la quería y la respetaba y le dejaba tomar a ella decisiones".

A muchas televidentes les parecía problemática la forma en que Doña Petrona trataba a Juanita, tal vez porque recordaba el generalizado abuso de poder, de larga data, en el ámbito doméstico, que estaba cada vez más en el centro de la discusión. A medida que mayor cantidad de militantes, periodistas y ciudadanos comunes comenzaban a cuestionar las jerarquías sociales durante los años sesenta, más personas empezaron a pensar que las formas tradicionales en las que las patronas trataban a sus empleadas domésticas ya no era aceptables. Fue tal vez como resultado de esto que las revistas comenzaron a hacer hincapié -mucho más que en sus interpelaciones de la década previa- en que sus lectoras (presumiblemente de clase media) debían respetar a las mujeres que contrataban para que les ayudaran a cocinar y limpiar, en especial si tenían que ausentarse de su casa para ir a trabajar afuera. Por ejemplo, al evaluar la "[actual] crisis del servicio doméstico", una periodista de Femirama, una revista de clase media bastante conservadora de los años sesenta, argumentaba que "el ama de casa tendrá que recordar siempre que la persona que la ayuda no es un ser inferior, y que no hace un trabajo humilde o denigrante", sino, más bien, que es alguien que realiza "un trabajo que [...] es importante, útil y necesario". La periodista continuó: "Las relaciones ama de casa-personal de servicio han cambiado porque también lo ha hecho el carácter específico de cada una de ellas. Ya no existe el ama de casa del tipo del siglo pasado que 'hacía de madre' con la muchacha".21 Es evidente que, tal como lo demostraba la relación televisiva entre Doña Petrona y Juanita -y como lo corroboran mis historias orales-, esta relación maternalista y por momentos dominante todavía existía, aunque casi siempre a puerta cerrada. Como la relación de Doña Petrona y Juanita era tan notoria, fue la más examinada en el ámbito público.

Durante los años sesenta, quienes interpretaron que el trato que Doña Petrona le prodigaba a su asistenta era un abuso de poder comenzaron a tomar partido por Juanita, tal como percibían su posición, y, en cierta medida, tanto Juanita como Petrona se percataban de ello. Juanita le contó a su sobrina Susana que cuando Petrona daba conferencias, se quejaba ante Juanita diciendo: "¿Vos te das cuenta que te aplaudieron más a vos que a mí?". Juanita le confesó a su sobrina que "A mí me da una vergüenza, yo me doy cuenta, cuando entramos a dictar la conferencia, que la gente me aplaude tanto que me da no sé qué. Me da vergüenza". Siempre consciente de "su lugar" (y aparentemente más cómoda en él), Juanita concluyó: "La estrella es la señora".

Tal como indica esta anécdota, parte de lo que hacía tan atrapante a esta dupla y tan famoso su segmento de cocina era la forma tan diferente en que se relacionaban con el estrellato. Como explicó la periodista Matilde Sánchez, "Los aires de Petrona -casada 'con un Gandulfo, por entonces gente de cierto copete', como ella misma lo definió- encajaban con la modestia de Juanita a la perfección, casi como en un dúo de comediantes" (Sánchez 1995, 42). Eduardo R., quien veía a Petrona y Juanita en la televisión con su familia en los años sesenta, también resaltó la naturaleza cómica de sus interacciones durante nuestra entrevista. Recuerda que "a veces te reías porque la trataba mal". De forma similar, Elvira I. se acordó durante nuestra entrevista de que su mamá disfrutaba viendo interactuar a Petrona y Juanita en Buenas Tardes, Mucho Gusto. Elvira se reía al traer a la memoria que su madre decía que Petrona en verdad "monta una escena".

Las niñas argentinas también se percataban de la tensión y el humor de este dúo televisivo, incorporándolos a sus juegos. Durante nuestra entrevista, Marta F. recordaba cuando jugaba a "Doña Petrona" con sus amiguitas en su barrio de clase media en La Plata, al comienzo de los sesenta, cuando era pequeña. Marta describió cómo ella y sus amigas preparaban una gran mesa entre el gallinero de su vecina y su patio para realizar un show de cocina. "El principal problema era quién sería Doña Petrona. Juanitas podía haber una o mil, pero Doña Petrona sólo una", explicaba. Este honor se reservaba en general para la niña más grande o más poderosa que participara en el juego. Una vez elegida, "Doña Petrona" se ponía un delantal y una flor fresca. Luego procedía a conducir el show y dar órdenes a todas las demás niñas -"las Juanitas"- que estuvieran allí. A diferencia de Petrona, las muchas "Juanitas" no se ponían nada especial. Marta contó: "Lo gracioso es que nos presentábamos como si estuviéramos en el programa". La niña que hacía de Petrona ordenaba a las Juanitas que le trajeran el agua para mezclar la tierra y decía: "¡Hay que poner esto rápido, Juanita!".

Además de demostrar que este grupo de niñas argentinas entendía muy bien quién estaba al mando, esta anécdota también revela cómo la presencia televisiva de Doña Pe-trona y Juanita hizo de esta dupla un referente cultural compartido. Cuando Marta les contó a sus colegas sobre este juego, muchas dijeron que ellas también lo jugaban. Una amiga que llegó a ser integrante del Congreso Nacional le contó a Marta que ella jugaba a "Doña Petrona" y obligaba a una de sus primas a ser Juanita. Como dijo Marta, "Lo más importante era jugar a Doña Petrona y enganchar a alguien que hiciera de Juanita".

Jugar a "Doña Petrona" no sólo les permitía a Marta y sus amigas mandonear a alguien, sino que también les ayudaba a sentirse argentinas, siendo ellas hijas de segunda o tercera generación de inmigrantes. "Nosotros vivíamos todos en un barrio italiano y nadie podía decir que era judío o español. Todo el mundo quería ser argentino. Había que civilizarse, había que saber comer", explicó Marta. Para la década del sesenta, la noción de ser italiano y la comida italiana se habían fusionado en el ser nacional y en la comida "argentina". Sentirse argentino no estaba implícito sólo en cómo comer, sino también en cómo tratar a los que eran supuestamente inferiores. A pesar de provenir de un ambiente provincial bastante modesto, la importancia cultural de Doña Petrona y su extensa carrera en la ciudad la convirtieron en un emblema de la feminidad argentina. Como afirmó Marta, Doña Petrona "era la imagen de lo que era correcto para una mujer". Su programa de televisión no sólo les enseñó a cocinar a las jóvenes argentinas sino que también las instruyó sobre roles de género y poder de clase.

A medida que estas niñas y otras mujeres jóvenes crecían en los años sesenta, también se encontraron con un modelo nuevo de feminidad argentina, más joven y menos doméstico.22 Muchas mujeres en las ciudades comenzaron a vestirse, hablar y pensar en forma distinta a las generaciones previas, a usar jeans y minifaldas, tener sexo antes del matrimonio y utilizar malas palabras y términos en inglés.

Algunas comenzaron a militar en política.23 En esos años una cantidad importante de las jóvenes (incluida Marta, que se graduó de paleontóloga) escogieron carreras profesionales, en lugar de convertirse en amas de casa de tiempo completo. Por supuesto que Doña Petrona era también una mujer profesional, aunque su especialización en las cuestiones domésticas con frecuencia oscureció esta realidad y cualquier crítica que pudiera hacérsele.

En retrospectiva, las argentinas no logran ponerse de acuerdo sobre si la relación entre Doña Petrona y Juanita era típica. Por ejemplo, cuando se lo pregunté a un grupo de dieciséis mujeres de clase media y obrera en Puerto Ingeniero White, en mayo de 2004, algunas respondieron que su relación no era típica, pero otras dijeron lo contrario. Mientras que una mujer argumentó que cada familia es única, otra comentó: "Tenemos que tratar de tener en cuenta que la relación hace cuarenta años atrás era bastante diferente a la de ahora. La clase alta tenía muy claramente marcado que el de abajo era de abajo". En otra conversación, una feminista llamada Hilda, que ahora tiene alrededor de cincuenta y tantos años, también apoya esta idea de que en el pasado el ama de casa privilegiada (como Doña Petrona) ejercía su control sobre el servicio doméstico de manera inconsciente. Al comparar la forma en que su madre dominaba a las mujeres que trabajaban como empleadas para ella, Hilda sugiere que, aunque este juego de poder era privado, "la relación de Petrona y Juanita fue la más explícita, en ese momento" y, por lo tanto, la que estaba más expuesta a la crítica.

Conclusión

Durante la década del sesenta, los cambios en la relación de las mujeres argentinas con el trabajo doméstico se convirtieron en un tema de intenso debate y discusión pública. Doña Petrona y otras expertas del tema doméstico reaccionaron a este cambio dedicándole más tiempo y consejos en los medios masivos en expansión. Aun así, a medida que la industrialización les daba a las mujeres pobres mayores oportunidades de empleo, y que las crisis económicas y políticas se convertían en pan de todos los días, cada vez menos familias -consideradas de clase media-podían tener empleadas domésticas de tiempo completo. A pesar del crecimiento modesto en el número de domésticas inscriptas durante los sesenta (Gogna 1998, 84), sólo un 9% aproximadamente de los hogares argentinos informó tener empleadas de tiempo completo en 1970 (Zurita 1983). Mientras que las mujeres con mayor poder adquisitivo podían contar con este tipo de ayuda, la mayoría de las mujeres sólo contaba con empleadas de medio tiempo o con la ayuda no remunerada de otras mujeres de la familia o vecinas que les permitían trabajar fuera de sus casas pero continuar siendo responsables del trabajo en el hogar.24

A medida que más mujeres de clase media se incorporaban a la fuerza de trabajo y contrataban empleadas domésticas de tiempo parcial, algunas han sugerido que había una necesidad real que las hacía depender de ellas. Como mencionó la periodista de Femirama, "El ama de casa es siempre la que debe dar carácter a su hogar, aunque una buena muchacha la sustituya en las tareas, porque ella, quizá, tiene un empleo que le hace estar fuera de casa muchas horas al día". Así, la década del sesenta trajo consigo el reconocimiento, por parte de miembros influyentes de la clase media como las periodistas, de que las amas de casa también podían trabajar fuera de su vivienda. Al dejar a otras mujeres a cargo de sus hogares, algunas sugirieron que las "muchachas" que trabajaban para ellas merecían más respeto, por su trabajo "importante, útil y necesario".25

Las críticas generalizadas de la manera en que Petro-na trataba a Juanita provinieron tanto de la naturaleza cambiante de la vida cotidiana en la Argentina de este período, y en años subsiguientes, como de las acciones de Doña Petrona. Los comentarios sobre las formas bruscas de Doña Petrona implicaban que iba más allá de lo apropiado, aunque al mismo tiempo las niñas que jugaban a "Doña Petrona" durante la época nos permiten pensar que el trato de Petrona hacia Juanita las incentivaba aún más a querer ser como esta ecónoma poderosa. Aunque se criticara con frecuencia a Doña Petrona por abusar de su poder sobre Juanita, la relación entre ellas hacía que sus programas culinarios fueran más atrapantes. Mientras algunas seguidoras del programa se identificaban con Doña Petrona o aspiraban a ser como ella, y otras la criticaban, muchas de ellas veían el programa porque ella y Juanita ofrecían una parodia entretenida, aunque no intencional, de una relación doméstica privada muy común entre las mujeres. A través de la televisión, la dupla doméstica más famosa de Argentina no sólo les enseñó a las argentinas cómo cocinar, sino que también les permitió observar y comentar un modelo cada vez más controversial y fugaz de domesticidad de clase media.


Comentarios

* Una versión más extensa, en inglés, de este texto fue publicada en el Hispanic American Historical Review (2011). Deseo agradecer a Alejandra vassallo por su traducción y a Lafayette College por el financiamiento de esta traducción. Doy las gracias a todos los argentinos, y en particular las familias de Petrona C. de Gandulfo y Juanita Bordoy, quienes compartieron sus historias conmigo. Quiero agradecer a todas mis colegas que leyeron y comentaron sobre este trabajo. También doy las gracias a la Revista de Estudios Sociales, y especialmente a vanessa Gómez Pereira, por su interés en mi trabajo y por su apoyo editorial.

1 Según la documentación que acompaña los tapes del programa Las recetas de Doña Petrona, esta serie fue emitida en 1961. Sin embargo, la presencia de la presentadora Annamaría Muchnik, que comenzó a presentar el programa recién en 1964, indicaría que en realidad data de 1964 o 1965. Ésta es la única temporada en existencia de este programa. De aquí en adelante, me referiré a este programa como Las recetas, seguido del número del episodio.

2 Como la mayoría de los argentinos sólo conoció a Juana Bordoy como "Juanita", me referiré casi siempre a ella de esta forma. La historia de este nombre se analiza más adelante en este trabajo.

3 Como explicó Mónica Gogna hace casi dos décadas, los especialistas en América Latina tienden a referirse a la relación entre empleadas domésticas y patronas como "paternalistas", una caracterización que aún predomina. Ver Gogna (1998). En sus análisis de contextos europeos y de Estados Unidos, los especialistas utilizan términos como "maternalismo" pero en otro sentido, para describir las demandas políticas de las mujeres basadas en su trabajo de maternaje; por ejemplo, ver Brush (1996).

4 Heidi Tinsman (1992) explica que los hombres son los que se benefician de la noción de que el trabajo doméstico es trabajo de mujeres.

5 Según sus memorias inéditas, escritas por Oscar Alberto Cejas en los años ochenta, cuando ella era niña su mamá tenía una pensión en la ciudad de Santiago del Estero; su padre murió cuando Petrona tenía sólo seis años. Conoció a Oscar Gandulfo cuando él llegó a administrar el campo en el que ella trabajaba y que antes había administrado ella.

6 Para un análisis del papel que desempeñaron las mujeres en el establecimiento del modelo de familia de clase media, ver Míguez (1999); y mi libro en prensa, Creating a Common Table in Twentieth-Century Argentina con University of North Carolina Press (2013), y des-púes en castellano con Edhasa.

7 Y sin embargo, como señala Héctor Szretter, hacia finales de siglo la proporción de mujeres "económicamente activas" empleadas en el servicio doméstico en Argentina declinó de un modo significativo, en particular si lo comparamos con muchos de sus vecinos latinoamericanos (Szretter 1985).

8 Para un análisis de este cambio, ver Moya (1998).

9 Para una discusión sobre la relación entre la esclavitud y el empleo doméstico en sus orígenes en Argentina, ver Pagani (1988); sobre la migración interna, ver Marshall (1977).

10 Para un análisis más detallado de esta tendencia, ver mi libro Creating a Common Table in Twentieth-Century Argentina.

11 Para un análisis más detallado sobre esta tendencia en relación con las revistas, ver Cosse (2009).

12 Sobre la historia del consumo de la televisión en Buenos Aires en particular y en Argentina en general, ver Varela (2005). Sobre esta historia en Mar del Plata, ver Peréz (2009).

13 Para proteger la privacidad de mis entrevistadas, me refiero a ellas con su nombre de pila y la inicial de su apellido, a menos que sean figuras públicas, en cuyo caso empleo el nombre completo. Dos de las entrevistadas (Elena T. y Teresa C.), de hecho, enviaron cartas a Petrona, y tal como ella prometía, recibieron prontas respuestas. Las dos guardaron las respuestas de Petrona por más de treinta años, lo que echa luz sobre la importancia que tuvo en sus vidas. Desafortunadamente, la correspondencia que Petrona recibió fue tirada a la basura.

14 Por ejemplo, durante mi entrevista con Nelly F., Isabel T., Milagros M. y Angélica H. en un sector más humilde de Puerto Ingeniero White, una de ellas señaló, respondiendo a mi pregunta sobre la relación entre Juanita y Petrona: "A mí me gustaba mucho, no veía mucho [el programa] pero las pocas veces que lo vi, me gustó por los delantales que usaban, los peinados y los collares de perlas".

15 Aunque esta frase se repite mucho, en esta ocasión proviene de una entrevista en 2004 con Marcela A. y su sobrina María Laura A.

16 Los tapes con el resto de los segmentos televisivos de ese año que pude ver en 2002 están disponibles en Canal 13, y a veces los repiten en el canal "Volver", que rememora viejos programas. Además, algunos episodios pueden verse en http://youtube.com.

17 En el primer caso, Juanita murmura algo inaudible (Las recetas, 10); la segunda vez respondió diciendo algo rápido ante el pedido de Petrona (Las recetas, 24); y la última, en el programa navideño ya mencionado, le preguntó a Petrona si la mermelada ya se había reducido lo suficiente (Las recetas, 28).

18 Resulta interesante que Juanita utilizara el infantilizante "chicas del servicio" en su entrevista con Mucho Gusto (Pardo 1981).

19 Por ejemplo, en 2004 el fotógrafo Sebastián Friedman, que editaba una exposición sobre empleadas domésticas en Argentina, me contó la historia de María Concepción Álvarez, a quien sus patrones rebautizaron "Hilda". Durante nuestra entrevista Héctor explicó: "Le pusieron ese apodo [a Juana] por la piel oscura [...] Además, 'La Morocha' era como el prototipo de la mujer argentina".

20 Alguien argumentó esto durante el debate en el Museo de Puerto Ingeniero White, y comentó: "Yo pienso que Juanita no se hubiera quedado tantos años con ella si la hubiera tratado mal".

21 Mi versión de este artículo no tiene ni autor ni fecha; "Relaciones con el servicio doméstico" (s. a.) Femirama, circa 1963-64, p. 26.

22 Para un análisis de este modelo de mujer nuevo y más joven, ver Cosse (2009); Feijoó, Nari y Fierro (1996) y Manzano (2005).

23 Para más análisis, ver Nouzeilles y Montaldo (2002), Cosse (2009) y Manzano (2009).

24 Para análisis de esta tendencia, ver Peréz (2010).

25 Como se mencionó antes, este artículo sin autor ni fecha se llama "Relaciones con el servicio doméstico" (circa 1963-64, p. 26).


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