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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.47 Bogotá Sept./Dec. 2013

 

¿Un pasado que no cesa? Discurso patrimonial y memoria pública comunista en el franquismo y la transición española*

José Carlos Rueda Laffond

Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid (España) y profesor titular en el Departamento de Historia de la Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Información de la misma Universidad. Miembro del Grupo de Investigación Complutense Memoria y Medios. Autor de Memoria viva y simplificación histórica: pautas de representación en el documental televisivo El Exilio. Bulletin of Hispanic Studies 14, n° 6, 2013; y Escritura de la historia en televisión: la representación del Partido Comunista de España (1975-2011). Historia Crítica 50, 2013. Correo electrónico: jcrueda@pdi.ucm.es

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res47.2013.01


RESUMEN

Esta investigación se aproxima a la memoria oficial pública del Partido Comunista de España (PCE) en el franquismo y el inicio de la transición democrática (1939-1977). De manera inicial sitúa, teórica e históricamente, el discurso patrimonial comunista. En segundo término, apunta algunas pautas de su evolución y permanencia desde finales de los años treinta y durante la dictadura, cuestionándose cómo incidieron ciertas prácticas de memoria en la estrategia política del PCE durante la transición. Frente a los enfoques que han destacado el peso de la desmemoria o el olvido, el texto resalta la relevancia del recuerdo en el diseño del discurso comunista. Sostiene, como conclusión fundamental, que la memoria sobre la Segunda República o la Guerra Civil fue fruto de una negociación entre necesidad de legitimación, evocación selectiva y gestión de problemas de presente.

PALABRAS CLAVE

Memoria, historia social, partido comunista, España.


A Never Ending Past? Discourse and Communist Public Memory in Francoism and the Spanish Democratic Transition

ABSTRACT

This investigation analyzes, briefly, the official public memory of the Communist Party of Spain (PCE), during Franco's regime and the beginning of the democratic transition (1939-1977). Initially it establishes a framework which provides context, theoretically and historically, for the communist heritage discourse. Second, it points out some guidelines of its evolution and permanence since the late thirties, questioning how some memory practices influenced the political strategy and public identity of the PCE. In contrast to approaches that highlighted the weight of oblivion, the text highlights the relevance of the memories in the design of the communist discourse. As fundamental conclusion, it argues that official memory about the Second Republic or the Civil War took shape through negotiation between needs of legitimacy, selective recall of key past events, and managing current issues.

KEY WORDS

Memory, social history, communist party, Spain.


Um passado que não cessa? Discurso patrimonial e memória pública comunista no franquismo e na transição espanhola

RESUMO

Esta pesquisa se aproxima à memória oficial pública do Partido Comunista da Espanha (PCE) no franquismo e no início da transição democrática (1939-1977). De maneira inicial situa, teórica e historicamente, o discurso patrimonial comunista. Em segundo momento, assinala algumas pautas de sua evolução e permanência desde finais dos anos 1930 e durante a ditadura, questionando-se como incidiram certas práticas de memória na estratégia política do PCE durante a transição. Diante dos enfoques que vêm destacando o peso da desmemória ou do esquecimento, o texto ressalta a relevância da recordação no desenho do discurso comunista. Sustém, como conclusão fundamental, que a memória sobre a Segunda República ou Guerra Civil foi fruto de uma negociação entre necessidade de legitimação, evocação seletiva e gestão de problemas de presente.

PALAVRAS-CHAVE

Memória, história social, Partido Comunista, Espanha.


Discurso patrimonial y memoria pública comunista

En 1980 el Partido Comunista de España (PCE) celebró su sesenta aniversario con la edición de un libro ilustrado que glosaba su historia desde la Revolución de Octubre hasta su afirmación ideológica como partido eurocomunista. Entre ambas claves se situaba una sucesión de huellas de recuerdo pautadas por la Guerra Civil, o -ya en el franquismo- por la clandestinidad, la represión, la lucha armada o el exilio. Todo ello, así se estimaba, configuró un patrimonio "de aciertos y errores", capaz de sedimentar una identidad susceptible de "proyectarse hacia el futuro" (Carrillo 1980, 1). Sin embargo, el protagonismo del PCE se estaba diluyendo a inicios de los años ochenta. El partido había sido legalizado el 9 de abril de 1977 por el gobierno reformista de Adolfo Suárez y logró en los comicios del 15 de junio veinte diputados (1,7 millones de votos, 9,33% del total de sufragios). Aquellos exiguos resultados no se correspondían con su relevancia como la organización más eficaz e influyente en la oposición a Franco. A pesar de ello, el PCE desplegó un papel destacado en el período constituyente (1977-1978), si bien como fuerza secundaria en la izquierda española. Esa posición se ratificó por la consolidación hegemónica del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) como opción de gobierno y por la cascada de fricciones y divisiones internas, que provocaron una aguda crisis en la organización. El resultado fue su práctica desaparición parlamentaria en las legislativas de 1982, al obtener sólo cuatro diputados y poco más de 800.000 votos, un 4,02% del total.

La bibliografía sobre el PCE es muy abundante, aunque no puede hablarse hasta fecha cercana de una "normalización historiográfica" (Ginard 2007). Recientes monografías han revisado cuestiones como la acción y el horizonte ideológico del partido, el papel de bases o dirigentes, los valores grupales o las culturas identitarias (Bueno y Gálvez 2009; Molinero e Ysàs 2010; Treglia 2012; Andrade 2012). Este trabajo desea inscribirse en tales líneas de reflexión, en forma de interpretación obligadamente sintética, por cuestiones de espacio. Parte de la necesidad de incorporar el vector "memoria" a las reflexiones históricas interesadas por la cultura política. De modo concreto, explorará algunas estrategias oficiales de recuerdo del PCE durante la dictadura franquista y en el período decisivo del tránsito a la democracia (19751977), atendiendo, por tanto, a una amplia panorámica cronológica desde un enfoque selectivo. En este sentido, desea subrayar ciertas claves relevantes, pero susceptibles de mayor profundización.

El hilo conductor del trabajo se define en torno a dos categorías asociables: discurso patrimonial y memoria pública oficial. La primera noción va más allá de una perspectiva ideológica reduccionista. La concebimos como suma articulada de ideas, capaz de incorporar señas de identificación, valores inclusivos o mecánicas de reconocimiento. Su expresión lógica serían las narrativas orgánicas del partido, si bien en relación con un amplio corpus de afirmaciones (quésomos), percepciones (quiénessomos), prácticas colectivas y estrategias de coyuntura (qué queremos), expectativas de futuro (a dónde vamos) o evocaciones selectivas de pasado (de dónde venimos). La categoría de memoria pública oficial alude a este último tipo de aspectos, en cuanto recuerdos institucionalizados derivados, esencialmente, de los cuadros dirigentes y proyectados desde arriba hacia la militancia comunista u otros sectores. En este sentido, cabe hablar no sólo de expresiones políticas, sino de unos "lieux de mémoire" (Nora 1997, 30) integrados en el discurso patrimonial. Su funcionalidad sería actuar como instrumentos de apreciación o vínculos socializadores, en lógica con el diseño y la reproducción de la identidad oficial comunista.

Es necesario remarcar, pues, que no concebimos el discurso patrimonial ni la memoria pública oficial del PCE como dimensiones autistas o autosuficientes. Más bien, interaccionaron con esa misma militancia y con otros intereses, incluso en un contexto restrictivo como el franquismo, marcado por la clandestinidad, la represión y el control gubernativo sobre la esfera pública. Ni las culturas de base ni la movilización serán objeto de reflexión en estas páginas. En todo caso, sí debe señalarse que compendiaron múltiples dinámicas muchas veces generadas desde abajo, con entidad en sí mismas, y de las que disponemos de monografías esclarecedoras de conjunto (Doménech 2009; Erice 2009; Molinero 2009). Otro tanto puede decirse de los medios de difusión o los ámbitos de reflexión intelectual, planos que evidenciaron rasgos significativos de especificidad (Pala 2010; Andrade 2012, 155-233).

Este trabajo se articula en torno a dos dimensiones cronológicas desde donde poder advertir algunas características del discurso patrimonial y la memoria pública oficial del PCE. Por una parte, trazará una panorámica general durante el franquismo y, de modo más detallado, analizará la coyuntura situada entre la muerte de Franco y 1977. Nuestra hipótesis se basa en la idea de continuidad de ciertos referentes. Bien es cierto que las estrategias de memoria fueron variando a lo largo del tiempo. Sin embargo, en ellas es posible localizar líneas de definición y continuidad entre momentos distantes. Entre ellas destaca la Guerra Civil, entendida como pieza relevante en el discurso patrimonial. Tanto en 1939 (al concluir el conflicto), como en 1956 (coincidiendo con la definitiva consolidación de la dictadura y la concreción del giro táctico comunista de la política de reconciliación nacional), o en 1977 (momento de la legalización y concurrencia a las primeras elecciones tras el franquismo), la guerra constituyó una suerte de "pasado que no cesa", si bien desde prismas distintos de invocación y lectura del presente.

El discurso patrimonial y las estrategias oficiales de recuerdo del PCE pueden vincularse con el concepto de sistema de memoria. Alude a un conjunto de claves cognitivas y relacionales donde se implementan relatos sobre el recuerdo y el olvido, que organizarían y darían valor a la apreciación del pasado (Connerton 2009; Hoskins 2011). Trasciende, a su vez, el mero recuerdo individual, operando en una trama "transactiva" donde interaccionarían el flujo, la retroalimentación y la complicidad (Wegner, Raymond y Erber 1991). Cabe considerar, por tanto, que los sistemas de memoria son privativos, inciden en la articulación de acervos patrimoniales, y sus integrantes compondrían determinadas comunidades de memoria, donde el recuerdo serviría de aglutinante, mecanismo de refuerzo o dispositivo orientado a la propia reproducción mnemónica (Zeruvabel 1997). Algunos estudios sobre la cultura comunista europea han resaltado la notabilidad de los recuerdos compartidos, ya que los sistemas de memoria pueden fundamentarse en ideas vividas o experiencias procedentes de una diversidad de contextos (Dawisha 2005). Así ocurrió con la Resistencia y su apropiación como rememoración mítica por parte del Partido Comunista Italiano (PCI) tras la Segunda Guerra Mundial (Cossu 2011). Por su parte, la historiografía francesa ha explorado las características de la identidad comunista desde los trabajos pioneros de Kriegel (1970 y 1974). Con posterioridad, se ha interesado por cuestiones como la interacción entre valores y modos de vida (Lazard 1985); o por las dialécticas existentes en su comunidad de memoria (especificidad de la memoria colectiva y de las memorias individuales comunistas; diferencias generacionales; capacidad pedagógica y socializadora del recuerdo; concepción del tiempo y la historia; imaginarios y ritos...) (Lavabre 1991).

Cabe considerar al PCE como comunidad integrada en la que el discurso patrimonial y la memoria oficial actuaron como agentes vertebradores. En la cultura colectiva comunista española de los años sesenta o setenta seguían resaltando valores como la mística del partido y la conciencia del sacrificio, la percepción como organización de vanguardia, los vínculos solidarios, la idealización de la Unión Soviética o la disciplina respecto a un esquema organizativo vertical organizado desde la lógica del centralismo democrático. No obstante, esas pautas de afirmación no impidieron ni las disidencias ni los reacomodos tácticos. Se ha estimado que muchas de esas claves derivaban, como versión española, de una tradición bolchevique anterior (Cruz 2001, 189-202). Pero también cabe apuntar que evidenciaron crecientes contradicciones frente a esa matriz tradicional, en temas como la expectativa y naturaleza de la revolución, la impostación del discurso democrático sobre el esquema de dictadura del proletariado o los límites y solapamientos entre clase trabajadora y otros sectores. A ello cabe sumar las repercusiones -en forma de erosión de valores tradicionales en las capas populares y las clases medias, o entre la propia militancia comunista- provocadas por las dinámicas de cambio en la estructura social, en las pautas de consumo o en las expresiones y el alcance de la cultura de masas. Desde mediados de los años setenta, el proyecto eurocomunista -sintetizable en el eslogan popularizado en 1976 de "socialismo en libertad"- actuó como un intento conciliador entre tales aspectos, si bien, a la postre, acabó resultando un factor que alimentó esas mismas contradicciones.

La identidad antifranquista conformó, por otra parte, un intenso vector aglutinante, susceptible de atraer apoyos sociales y focalizar iniciativas o proyectos. Sin embargo, la naturaleza como partido clandestino o en el exilio potenció también la diversidad. El PCE integró militantes del interior y la emigración, trabajadores con diversos niveles de formación, cuadros y bases vinculados al sindicato Comisiones Obreras (CC OO), o a otros grupos estudiantiles, vecinales o incluso religiosos. El partido tuvo además, fundamentalmente en el ocaso de la dictadura, un fuerte arraigo entre intelectuales y profesionales liberales... La pluralidad de este tejido encerró una diversidad de situaciones, a las que cabe añadir las cesuras provocadas por los cambios generacionales y sus implicaciones culturales (Buton 1989). A su vez, la memoria comunista (y sobre lo comunista) se ubicó en unas coordenadas de represión o tergiversación variables, activadas desde diferentes instancias del régimen franquista, pero también desde otros sectores de la oposición, como republicanos o socialistas.

Toda producción de memoria es una operación selectiva sobre la percepción de la temporalidad. Como resaltó Zeruvabel (2003), el recuerdo organiza "mapas del tiempo" que cartografían selectivamente el pasado. La noción de lo histórico fue una pieza central en la cosmovisión marxista, y desde el último tercio del siglo XIX formó parte de la vulgarización doctrinaria socialista, tanto en Europa como en América Latina. Tras 1917, la idea de que las contradicciones del pasado determinaban un presente capaz de resolverse en un estadio superior de futuro constituyó una prescripción común para los discursos comunistas. Cabe colegir que el "sentido del tiempo" (Bradatan 2005) también impregnó la interpretación sobre la historia de España realizada por el PCE. Desde ese prisma se valoró la naturaleza de la Segunda República, de la Guerra Civil o del franquismo. El uso del tiempo fue, con frecuencia, un cliché reduccionista, un estándar analítico. Pero facilitó enmarcar experiencias individuales, dándoles entidad colectiva ante situaciones como el exilio, la clandestinidad o las formas de lucha.

Pautas para la gestión del pasado (1939-1975)

La relación entre la Guerra Civil y la dictadura constituyó un telón de fondo permanente en las prácticas de memoria comunista. Como se ha apuntado, la marca característica del PCE fue el antifranquismo, y tanto dirigentes como militantes manejaron una misma apreciación sobre el régimen: la de su naturaleza ilegítima y usurpadora. En este sentido, afirmar que la guerra pervivía no era utilizar una simple metáfora, sino una forma de expresar un clima estructural de excepcionalidad y represión. A su vez, y aunque los posicionamientos del partido fueron matizándose a lo largo del tiempo, el recuerdo de la lucha de 1936-1939 siempre estuvo recubierto de una pátina épica, estimándose como guerra justa contra el fascismo, defensa de la libertad y la legalidad, ejercicio por la independencia nacional y episodio heroico.

Los discursos de memoria del PCE desde los años cuarenta hasta los sesenta integraron narrativas surgidas en un doble contexto: en la clandestinidad interior, en condiciones de gran dificultad, riesgo y carencia de medios; y, sobre todo, en el exilio y la emigración, en particular en la Unión Soviética, Francia y México, y en menor medida en otros puntos, como Italia, Bélgica o Alemania Oriental. La difusión del discurso patrimonial se configuró en consonancia con estrategias de movilización y vertebración interna según la tradición agitprop. Incluso en el tardofranquismo, las acciones propagandísticas podían concebirse como actos de "guerrilla cívica", con pequeños sabotajes o lanzamiento de octavillas en vagones de metro o cafeterías (Treglia 2012, 53). El partido disponía, además, de una amplia constelación de medios escritos, donde destacaban sus publicaciones oficiales Mundo Obrero (con varias ediciones confeccionadas en Francia o en España, en ocasiones en forma de prensa manuscrita) y Nuestra Bandera. En ellos se incluyeron frecuentes referencias conmemorativas o hagiográficas, en particular en los años cuarenta y cincuenta. Otro mecanismo de difusión fue el cine, si bien en este caso existieron orientaciones más plurales, producidas tanto fuera como dentro de España. Un ejemplo destacable de relato de memoria, por su proyección internacional, fue el documental Mourir à Madrid (1962, con realización de Frédéric Rossif y guión de Madeleine Chapsal), una obra orgánicamente desvinculada del PCE, pero que puede leerse como síntesis de las claves sobre la Guerra Civil manejadas por el discurso oficial de los años sesenta.

El medio de masas más importante fue Radio España Independiente (Estación Pirenaica), creada en 1941, y que mantuvo sus emisiones hasta 1977. Constituyó un caso único de concepción y gestión propagandística, no sólo por su duración, sino por su capacidad para mantener una presencia en el interior como instrumento reactivo frente a la información controlada por la dictadura. Puede ser tildada de herramienta socializadora, si bien su eficacia en este terreno es difícil de medir. Más ajustado resulta aquilatar sus funciones ante la estructura del PCE: suministró una programación desde criterios políticos didácticos, potenció lazos y encuadramientos, y ayudó, sin duda, a conformar la reproducción del colectivo (Zaragoza 2008, 151-213 y 395-399).

Otras narrativas, como las autobiografías, permitían entrelazar la trayectoria personal y la historia del partido. Estos materiales podían poseer, en ocasiones, una dimensión catártica. Jorge Semprún, miembro del Comité Central desde inicios de los años cincuenta y expulsado del partido en 1964, entrelazó algunos trabajos fílmicos o literarios -el guión de La guerre est finie (con realización de Alain Resnais, de 1966), o la novela Autobiografía deFederico Sánchez (de 1977)- con esa dimensión individual. Sin embargo, en otras situaciones el recurso a las vivencias podía derivarse de un sentido inverso: fue el caso de las confesiones autocríticas logradas mediante ejercicios de inculpación. Su finalidad era justificar una hipotética degeneración personal y política, que permitiese procesos de depuración ejemplarizantes y exclusión.1

Otras modalidades discursivas fueron las hagiografías entusiásticas. Francisco Antón, responsable del partido en Madrid durante la guerra y miembro del buró político en los años cuarenta, también fue depurado tras ser acusado de fraccionalismo en 1952. Fue parcialmente rehabilitado años más tarde, y en el momento de su muerte el órgano central del PCE, Mundo Obrero, publicó una breve nota necrológica. Se trató de un ejercicio de memoria muy distinto al realizado en 1946, en la exaltada biografía escrita por otro dirigente, Ramón Mendezona.2 En este texto se recogieron los leitmotiv de la memoria épica comunista sobre la Guerra Civil, como el que correlacionaba la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, con el Petrogrado de octubre de 1917. Otro fue estimar la guerra como reacción nacional frente a invasores foráneos, como si se tratase de una reedición de la Guerra de Independencia de 1808-1814. La conexión simbólica con aquel episodio, propio de la cultura liberal, fue empleada por ambos bandos (Núñez Seixas 2006; Hernández Burgos 2011). El PCE cooptó y amplificó ese referente desde finales de 1937, formalizando una transposición mecánica entre un imaginario del pasado -la invasión francesa y la reacción patriótica popular española- y el presente, con el objetivo de robustecer el espíritu de resistencia y explicar el apoyo de Italia y Alemania a las fuerzas sublevadas (Hernández 1938).

El sentido de la Guerra Civil como lucha nacional impregnó las lecturas posteriores, si bien reacomodándolas a nuevas exigencias ideológicas o estratégicas. Por ejemplo, se aconsejó a los exiliados en la URSS que utilizasen la conmemoración del 18 de julio -el día en que se produjo el levantamiento militar- para lograr un mejor "conocimiento del marxismo leninismo" o del "dominio de la técnica y la cultura soviéticas".3 Por otro lado, en la primavera de 1939 Stalin recabó informes de los dirigentes españoles y de los delegados de la Internacional Comunista sobre las causas de la derrota (Hernández Sánchez 2011, 448-461). Las orientaciones de aquellas interpretaciones se vieron determinadas por el cambio de rumbo impuesto por el Pacto Germano-Soviético.4 Una muestra la encontramos en el borrador de un artículo redactado en septiembre de 1940 por el secretario general del PCE, José Díaz, donde apuntaba literalmente "algunas enseñanzas del pasado para el presente", en forma de reflexión sobre la guerra y la instauración del franquismo. Díaz desestimó en aquel escrito la experiencia frentepopulista, lanzó durísimas invectivas contra socialistas, republicanos o anarcosindicalistas, y nuevamente tildó al conflicto de lucha patriótica, pero sin mencionar el apoyo de Berlín al régimen de Franco.5

Coordenadas opuestas se produjeron en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial. Ese entorno facilitó un discurso de memoria frustrado por el estallido de la Guerra Fría y por el aislamiento de los partidos comunistas occidentales, algo que también afectó al PCE. En dicho discurso circunstancial se combinó una retórica de culto a la personalidad de los dirigentes del partido, según los esquemas estalinistas, junto a la exaltación de la identidad republicana y la idea de cooperación con otras fuerzas de la oposición. En aquel momento dos comunistas -Santiago Carrillo y Vicente Uribe- formaban parte del Gobierno de la República en el exilio, el partido estaba implicado en la estrategia guerrillera, e incluso aún resultaba factible la posibilidad de una intervención aliada en España que forzase la caída de Franco. Ese clima facilitó lógicas de evocación que valoraron la Guerra Civil como primer acto de la Segunda Guerra Mundial. O reseñas conmemorativas sobre la victoria electoral del Frente Popular que subrayaron la ilegitimidad del régimen franquista y la continuidad simbólica existente entre el partido, la legalidad republicana y la práctica democrática. Fueron exactamente las mismas claves -la identidad republicana, el ideal antifascista- que manejaron las octavillas clandestinas que circulaban por Madrid a mediados de los años cuarenta.6

La definitiva estabilización del discurso patrimonial se produjo con la política de reconciliación nacional adoptada en el verano de 1956, al cumplirse el vigésimo aniversario del estallido de la Guerra Civil.7 Este cambio "táctico" ha sido analizado atendiendo tanto a su contenido político como a los condicionantes coyunturales que explican su asunción como discurso oficial (Erice 2006; Valverde 2006). Su aspecto más destacado fue el formular la idea de superación del conflicto sin "exigencias, [...] responsabilidades" o medidas de venganza, y como estrategia para propiciar la crisis del franquismo. La reconciliación nacional era fruto de distintas reorientaciones y factores. Evidenció el peso de un nuevo grupo dirigente encabezado por el futuro secretario general, Santiago Carrillo, y expresó la superación de la etapa estalinista. Asimismo, ratificó la apuesta por las posiciones "entristas", es decir, de infiltración y uso de los engranajes de la dictadura (sindicatos oficiales, movimiento estudiantil, ámbitos profesionales). Y tuvo en cuenta fenómenos como la consolidación sociológica del franquismo, apostando por un escenario de cambio pacífico, opuesto al mito de la "Victoria" de 1939 como valor fundacional del régimen.

El giro de 1956 supuso, pues, una herramienta de gran calado. Constituyó una pieza central en el discurso comunista, permitiendo readecuar y flexibilizar su relato antifranquista. Justificó el objetivo de acuerdos que incluyesen al conjunto de la oposición junto a fuerzas conservadoras o monárquicas -e, incluso, junto "al Ejército y a otras fuerzas armadas"-, para forzar la caída del régimen mediante acciones de presión de masas. Pero también trasladó implícitamente a segundo plano la reivindicación republicana en el seno del PCE, prefigurando la idea de que la forma de régimen podría ser un aspecto accidental, por resolver en las urnas tras la restauración democrática. Por ello, debe ser valorado como concepto susceptible de usos distintos. Históricamente no puede deslindarse de la percepción existente entre la dirigencia sobre los cambios producidos en el tejido sociopolítico, si bien en un momento en que se constataba también el fortalecimiento de la dictadura. Pero, por otra parte, superó los estrictos márgenes coyunturales en donde desempeñó un papel como referente inclusivo del antifranquismo y conectó, finalmente -gracias a su semántica integracionista-, con posicionamientos asumidos durante la transición en forma de políticas de consenso o transacción (Molinero 2007).

El discurso de la reconciliación nacional no fue incompatible con la reflexión sobre la guerra, que en los años sesenta se bifurcó en dos direcciones complementarias. Por una parte, como tratamiento historiográfico sobre la organización (Ibárruri et al. 1960) o el conflicto (Ibárruri et al. 1967-1977). Eran textos que ofrecían una visión oficial, y deben estimarse como respuestas a obras ferozmente anticomunistas generadas desde el aparato cultural franquista (Comín Colomer 1953 y 1965; Martínez Bande 1965). En este sentido, consagraban una enaltecida visión de la teoría y la práctica del partido, por ejemplo, en aspectos como su hipotética política para "evitar la guerra" entre febrero y julio de 1936 (Ibárruri et al. 1967-1977 I, 85-90).

La segunda dirección fueron las reflexiones en clave de memoria, es decir, como interpretaciones acerca de la vigencia de la guerra. En los enfoques planteados en coincidencia con su trigésimo aniversario, se reprodujo el prisma de 1956, reiterándose la tesis de que la actualidad del enfrentamiento estribaba en su instrumentalización por la dictadura, en cuanto victoria punitiva en la forma de "paz de Franco", y, por tanto, en que "el peligro de un replanteamiento de la violencia no reside actualmente en la desaparición del régimen y en el establecimiento de un sistema pluripartidista de democracia política y económica. Al contrario: eso equivaldría a liquidar la guerra civil para siempre".8

Este prisma encuadró reflexiones posteriores (Erice 2009, 169). Entre ellas resalta el Manifiesto- Programa, un documento elaborado entre 1972 (VIII Congreso) y septiembre de 1975, en vísperas del proceso sucesorio.9 No obstante, cabe considerar que ciertos aspectos de aquel texto -como la idea de la contemporaneidad española como modernización frustrada, debilidad histórica de la burguesía en cuanto "agente de cambio", fracaso del reformismo republicano o exaltación de la experiencia "pluralista" encarnada en el Frente Popular- se vinculaban directamente con las expectativas comunistas coyunturales por encabezar una acción coordinada de amplia base frente al régimen. En este sentido debe leerse la tipificación otorgada al aparato sociopolítico de la dictadura, entendido como reflejo de unas "clases dominantes" para las que "el socialismo, el liberalismo y la cultura [seguían siendo] creaciones demoníacas".10

Una constante en el discurso patrimonial comunista de finales de los sesenta y primeros setenta fue no tanto el hablar de pasado como el plantear perspectivas de futuro. No se trataba, obviamente, de una práctica nueva. Desde 1939 abundaron los análisis sobre qué y cómo sería el posfranquismo. En 1963 se reunió el núcleo dirigente para tratar cuestiones relativas a la organización de un posible "Estado democrático en España". Para algunos ponentes éste podría preverse como república democrática parlamentaria, donde cupiese un tejido asambleario conformado desde CC OO como eje en una transición pacífica hacia el socialismo.11 Con posterioridad, el horizonte de futuro fue abordado en otros análisis (Carrillo 1965), o en resoluciones como las adoptadas por el Comité Ejecutivo en abril de 1967, en el Pacto por la Libertad de 1969 o en los acuerdos del Comité Central de abril de 1974 (Sánchez Rodríguez 2004). El punto de llegada de esta prospectiva se produjo, de nuevo, en el Manifiesto-Programa. La política económica desarrollista fue interpretada en aquel documento en forma de capitalismo monopolista oligárquico excluyente frente a otros sectores de la burguesía. Ello coadyuvaba en que el cambio político adquiriese un cariz nacional como "proceso revolucionario" donde debía aglutinase un amplio colectivo, integrado por las clases trabajadoras, los pequeños y medianos propietarios o los profesionales liberales. Se trataba de los sectores que habrían de constituir el magma para una movilización -la "huelga nacional pacífica"- que forzase el colapso del régimen.

Descodificación del futuro (1975-1977)

El discurso patrimonial comunista manejó, a finales de 1975, dos claves de recuerdo y de expectativas de futuro contrapuestas. En diciembre tuvo lugar el homenaje a la presidenta del partido, Dolores Ibárruri, Pasionaria; y pocas semanas antes, en noviembre, se habían producido la muerte del general Franco y la entronización de su sucesor, el príncipe Juan Carlos de Borbón. El homenaje a Pasionaria debe ubicarse en una dinámica más vasta, que Cruz (1999, 171-177, 202-211) ha categorizado como de "culto a Dolores", y que se expresaba coincidiendo, por ejemplo, con su onomástica. La de 1975 tenía una relevancia especial, no sólo porque era un cumpleaños redondo (su 80 aniversario), sino porque se enmarcó en una destacada campaña antifranquista que arrancó de los últimos días de septiembre, a raíz de la condena de dos militantes de ETA y otros tres del FRAP tras ser juzgados en Consejo de Guerra. Los últimos fusilamientos del franquismo provocaron una intensa movilización de la oposición, al tiempo que levantaron una ola de rechazo internacional.

Aquel contexto enmarcó los actos de reconocimiento a Pasionaria celebrados en el Palacio de Deportes de Roma, el 14 de diciembre. Se trató de un gran mitin, al que el PCE le otorgó un doble valor. En primer lugar, como expresión renovada de la idea de aglutinamiento antifascista: en el acto intervino Luigi Longo, que fue comisario de las Brigadas Internacionales y dirigente del PCI, y se cursaron invitaciones para que asistiesen otros dirigentes, como el socialista Pietro Nenni.12 En segundo término, pretendía reflejar el protagonismo del partido como paradigma antifranquista y factor insustituible en cualquier posible ecuación política. En este sentido, el acto escenificó un vínculo entre pasado (la guerra española entendida como primer estadio en la lucha internacional contra el fascismo) y presente (la idea del PCE como vector decisivo frente a la dictadura en cuanto fascismo actualizado).

Esta misma dualidad se expresó a raíz de la muerte de Franco. Según un editorial de Mundo Obrero, su desaparición física debía conllevar el "fin de un período histórico, de sus leyes e instituciones".13 Sin embargo, las primeras valoraciones ante la sucesión en la Jefatura del Estado recalcaron que se trataba de un intento de puro y simple continuismo.14 Juan Carlos no constituía "el anuncio de una nueva era", sino que era "un Rey impuesto", un "fiel guardián de la herencia de Franco" y de su memoria punitiva.15 Desde el comité provincial de Canarias se saludó el cambio en la jefatura del Estado asociándolo con una oscura muerte producida en Tenerife, y Mundo Obrero editó un número especial monográfico titulado "La tortura en el reino de Juan Carlos". Frente a ello, tal y como enfatizó Santiago Carrillo en un mitin en París el 25 de noviembre, acabar con la dictadura conllevaba liquidar esas formas de violencia; o lo que era lo mismo, según el prisma formalizado desde 1956: superar el rescoldo aún presente de la Guerra Civil encarnado en la supervivencia del franquismo.16

La agonía de Franco sirvió de contexto donde remarcar la necesidad de unidad de la oposición, con el objetivo de establecer un gobierno provisional de coalición y "reconciliación nacional", que restaurase las libertades políticas y sindicales, decretase la amnistía y convocase elecciones constituyentes.17 Ésa era la médula de la ruptura democrática. Carrillo insistió, en una rueda de prensa celebrada a finales de octubre, en la incapacidad política y personal de Juan Carlos para instaurar un sistema democrático. Sin embargo, ese rechazo a la monarquía no resultaba incompatible con su declaración de acatar cualquier futura forma de régimen fruto de la decisión popular.18 Tales posicionamientos deben relacionarse con otras percepciones, como la cautela que evidenciaron algunas comunicaciones cifradas entre responsables del partido en Madrid y el secretario general en París. Cuatro días antes de la muerte de Franco se informó desde España la detención de varios dirigentes, y se estimó que esa medida era "comprensible" ante el inminente fallecimiento del Jefe del Estado.19 A su vez, las especulaciones o el valor otorgado al rumor sobre cuál sería la actitud de otras fuerzas o figuras -como el propio Juan Carlos- dominaron la correspondencia que circuló profusamente entre finales de 1973 e inicios de 1976.

Desde comienzos de ese año el discurso patrimonial y la estrategia comunista se situaron en un doble plano. Por un lado, en el objetivo de robustecer el partido, extendiendo su presencia -e influencia- entre el movimiento obrero, pero también en el vecinal, el estudiantil, el profesional o el cultural. Se reafirmaba así una pauta practicada desde finales de los años sesenta, tendiente a convertir al PCE en un "partido de masas en la clandestinidad" (Molinero e Ysàs 2008, 23-28). Paralelamente, se insistió en la necesidad de un reforzamiento de su visibilidad pública, pero dirigiéndose a un radio ciudadano vasto y genérico. El objetivo era favorecer su reconocimiento y aceptación, con vistas a un contexto de normalización democrática. Ambos planos pretendían lo mismo: que el PCE alcanzase la hegemonía sociopolítica. Un primer apunte de dicha estrategia se formuló en la declaración del Comité Ejecutivo de enero, que explicitó el reto de configurar "un partido de cientos de miles de militantes, y miles y miles de cuadros" susceptible de encuadrar la creciente conciencia ciudadana favorable al cambio político.20 Por otra parte, aquéllas fueron semanas de relevante movilización política y laboral, pero el PCE no planteó la posibilidad de una insurrección. Ello constató el paulatino abandono de la "huelga nacional" como instrumento, adecuando, desde entonces y progresivamente, ese objetivo por lograr la hegemonía sociopolítica a presupuestos de presión, pero ante todo, de negociación.

Hegemonía significaba, además, cohesión. Un paso fundamental se produjo en el Pleno Ampliado del Comité Central celebrado en Roma a finales de julio. Se trató de un acto de afirmación del partido, y en él la escenografía resultó tan importante como la resolución política. Se celebraba días después de la designación de Adolfo Suárez como Jefe de Gobierno. En su declaración se acordó la disponibilidad del PCE para dialogar con el nuevo Ejecutivo, pero sobre las bases de la coordinación con la oposición y el programa de ruptura. El acto de Roma expresó, además, el carácter del PCE como comunidad de valores. Visibilizó su "salida a la superficie", a través de un evento con importante repercusión mediática, cuyas significaciones dominantes fueron apelar a la memoria antifranquista como legitimación histórica, exigir la legalización y ratificar la afirmación democrática, ya prácticamente en términos de "ruptura pactada".21

A lo largo del otoño y el invierno se tensó al máximo la maquinaria organizativa. El objetivo era cuantitativo: lograr una afiliación inmediata de doscientos mil militantes, susceptible de ampliarse hasta los trescientos mil (en aquel momento podría haber en torno a ciento cincuenta mil afiliados). Sobre esa base se planteó una campaña de presentación del partido, aprovechando el creciente clima de tolerancia, que se tradujo en mítines y conferencias, creación de agrupaciones o entregas de carnés. Pero la finalidad última era cualitativa: lograr incrementar su presencia pública, forzar los ritmos de la situación política y permitir que "todos los ciudadanos, y cada uno de los sectores sociales, conozcan a su partido".22 La propaganda planteó una imagen en términos de estricto presente, recalcando que "los comunistas no somos una sociedad secreta. Somos hombres y mujeres normales y corrientes", o reiterando su sesgo interclasista como "partido democrático", "nacional" e "independiente".23

Esta campaña de visibilidad se producía, empero, en el momento en que las perspectivas de la ruptura se vieron definitivamente frustradas. El 18 de noviembre de 1976 las últimas Cortes de la dictadura aprobaron el Proyecto para la Reforma Política que planteaba su disolución y una inmediata convocatoria electoral. El proyecto fue refrendado en consulta popular el 15 de diciembre, obteniendo un fortísimo respaldo (casi el 95% de los votos emitidos). La oposición de izquierdas pidió la abstención, que finalmente se redujo a un 22% del censo. A este hecho se sumó la fallida huelga general impulsada por el PCE el 12 de noviembre y la celebración, en un clima de práctica legalidad, del XXVII Congreso del PSOE (8 de diciembre). Al tiempo, desde el entorno de la extrema derecha se multiplicaron los llamamientos a un golpe militar. Estos factores ayudan a entender el giro comunista, que se fundamentó en una lógica de renuncia, pero también de refuerzo, de parte de su estrategia anterior. Los resultados del referéndum forzaron que el PCE desistiese en su exigencia de un gobierno provisional pluripartidista o una consulta popular que aclarara el rumbo definitivo del régimen político (Monarquía o República). Pero, simultáneamente, la necesidad de abrogarse una nueva legitimidad representativa facilitó la transacción con el gobierno Suárez.

El objetivo prioritario era lograr la legalización antes de las elecciones convocadas para el 15 de junio. Sólo de ese modo podría plantearse una eficaz transferencia entre el papel comunista desempeñado en la dictadura y el futuro protagonismo parlamentario. Según un análisis interno, ese proceso no sería consecuencia de una mera operación electoralista, sino la culminación de una eficaz vertebración geográfica, profesional e interclasista, basada en socializar el discurso patrimonial del partido. Sólo la solidez organizativa podría forzar la legalización, y sólo la legalización podría permitir esa supremacía electoral. Y para lograrlo era necesario el abandono definitivo del viejo proyecto de ruptura, puesto que el referéndum de diciembre había evidenciado

    La imposibilidad de imponer [ese proyecto] en la forma que originariamente nos planteamos. [Frente a eso] hemos de conseguir ahora que los resultados electorales supongan la iniciación del proceso constituyente, y, por tanto, de la consolidación de la democracia. Pero, además, hemos de crear, en el contexto de la campaña electoral, las condiciones más favorables para avanzar en la construcción del Partido de masas que cada vez nos es más necesario.24

Ese análisis presagiaba algunas condiciones desfavorables: en especial, el peso que podían tener otros discursos sobre lo comunista, y, en particular, "la imagen que [...] ha creado el franquismo durante los últimos 40 años". De ahí la concepción de la campaña electoral como ofensiva que superase ese "rechazo psicológico", enfocándola en clave rectificadora de memoria. Santiago Carrillo y Mundo Obrero lo plantearon así. El informe de Carrillo del 15 de abril ante el Comité Central, el primer documento aprobado tras la legalización, no aludió a ninguna renuncia ni claudicación, sino que se presentó como "victoria de la reconciliación nacional", apelando a la formulación integracionista planteada en 1956.25

Conclusión. Recuerdo y olvido comunista en la transición

Valorar el discurso patrimonial y las estrategias de memoria del PCE conlleva situarlos en relación con las políticas de recuerdo de la transición, una fase que ha sido considerada como paradigma de cambio pacífico y consenso, fruto de una nueva cultura ciudadana, en una dinámica apuntalada gracias al liderazgo de la Corona y las élites reformistas (Edles 1995). Dicha perspectiva ha favorecido una visión hagiográfica del período. Frente a ese enfoque providencialista, se ha resaltado la complejidad de las variables históricas de 1976, donde se entrecruzó la presión de la oposición junto a sus límites y errores de análisis sobre el asentimiento social ante la monarquía recién nacida. A ello se añadió la progresiva articulación gubernamental del cambio político hacia márgenes democratizadores, en parte inicialmente "no deseados" por Adolfo Suárez, y, como trasfondo, la "perennidad" de un sector notable de la élite derivada del entramado franquista (Gallego 2008, 15-16).

Otros puntos de vista han establecido lecturas sobre las políticas de recuerdo en la transición. Aguilar (2008, 233238) ha resaltado cómo las tensiones políticas -y, en particular, la presión del terrorismo o el riesgo de una involución golpista- coadyuvaron en una lógica balsámica de borrón y cuenta nueva. Ello conllevó que la memoria oficial prescindiese de antecedentes históricos (ni la Monarquía de Alfonso XIII ni la etapa republicana ocuparon esa función). Molinero (2010) ha indicado el desajuste presente entre ese plano institucional de memoria oficial y otras evocaciones sociopolíticas. La transición rompió con el pasado franquista. Sin embargo, también supuso la neutralización de la memoria reivindicativa de los vencidos. Finalmente, Cuesta (2007, 127-128) ha estimado cómo el acuerdo político que permitió el consenso constitucional no fue asumido en ciertos ámbitos culturales o historiográficos, ni fue consecuencia de una amnesia colectiva, sino más bien de todo lo contrario: de la presencia de una intensa memoria traumática.

El discurso patrimonial y la memoria oficial del PCE de 1977 se apoyaron en valores anteriores, adecuándolos a nuevos condicionantes. Resultaron coherentes con unos principios que evidenciaban desideologización, moderantismo o potencial pragmático de pacto. Pero también fueron compatibles con la estrategia de la presión, y se orientaron a captar y movilizar apoyos sociales (Treglia 2012, 296-297). La defensa de la democracia pluripartidista y la insistencia en consolidar un régimen parlamentario vertebraron su campaña electoral. Esos enfoques contradecían los ribetes más radicales de su identidad histórica, pero eran tesis coherentes con la semántica del partido formalizada desde hacía décadas (Carrillo 1983). Álvarez Tardío (2004, 240) ha resaltado la percepción generalizada de la transición como etapa que aspiró a erradicar la violencia. Esa visión fue fruto, entre otras cuestiones, de relatos como el elaborado desde la memoria oficial del PCE, que resaltaba -dándole valor- un horizonte nacional conciliador e inclusivo.

Sin embargo, la Guerra Civil siguió actuando como espacio simbólico en la memoria comunista. En este sentido, cabe considerar la coexistencia de distintos planos de visibilidad y elusión. En 1977 se remarcó el valor de la política de reconciliación nacional entendida como reactivo frente a la memoria franquista y sus mitos de "Cruzada" y "Victoria", aún muy presentes en ámbitos del empresariado, la Iglesia, la judicatura, las fuerzas policiales o el Ejército. Tal y como temía la dirección del PCE, la legalización provocó reacciones críticas. Para algunos sectores el partido seguía con-sustancialmente imbricado con la intolerancia y la violencia. Santiago Carrillo había aludido, en vísperas de la muerte de Franco, a la instrumentalización de las clases medias o de "sectores atrasados de los trabajadores" temerosos de una nueva guerra civil o una deriva radicalizada como la portuguesa de 1975, durante el Proceso Revolucionario en Curso,26 más allá de las profundas diferencias existentes entre el PCP y el PCE (Cardeira 2012). Tanto antes de la legalización como en vísperas de las elecciones, medios conservadores y ultraderechistas recuperaron imaginarios como el estalinismo o la represión en la retaguardia republicana (Gibello 1977; Martínez Bande 1977). En tales coordenadas, el discurso y las evocaciones de memoria comunista se convirtieron en ejercicios defensivos, orientados a neutralizar esas visiones del partido o de alguno de sus líderes, en especial del propio Carrillo.

Desde fines de 1976 el principal objetivo del PCE fue revalidar en las urnas el protagonismo ganado durante el franquismo. Pero no deben obviarse otros factores que condicionaron la legalización, como el interés de Suárez por lograr la fragmentación del voto de izquierdas. A su vez, sondeos practicados a inicios de 1977 evidenciaron que reconocer el PCE robustecería la credibilidad del proceso democrático, y que era una decisión con claro respaldo social (Varela-Guinot 1990, 7-20).

La campaña electoral comunista de 1977 se fundamentó en la idea de superación colectiva del conflicto. El mensaje lanzado al electorado fue que la guerra -y por extensión, la experiencia republicana- no era un factor que determinase la estrategia comunista. El PCE no había olvidado el enfrentamiento violento, sino que, más bien, lo había superado catárticamente. De este modo, se produjo la aparente contradicción de un PCE situado, de hecho, a la izquierda del PSOE, pero que manejaba un discurso más moderado que el socialista respecto a la invocación republicana. Otro tanto ocurrió frente a la extrema izquierda -aún ilegal en la primavera de 1977-, para quien la política de reconciliación nacional vivificaba la diferenciación frente al PCE, al estimar que evidenciaba su traición al pasado (Laíz 1995, 30).

El PCE incorporó a mediados de los setenta como seña ideológica el eurocomunismo, que remarcaba la independencia frente la URSS y presuponía que la profundización democrática permitiría una evolución gradualista y pacífica hacia un "socialismo en libertad". Sin embargo, aquel proyecto convivió con otras concesiones. El partido no impidió la restauración monárquica, ni forzó su destronamiento o cuestionamiento plebiscitario. Como ha señalado Andrade (2012, 46-47), ese hecho actuó como "mecanismo de inhibición de la identidad ideológica". En diciembre de 1976 Carrillo aún defendía una "república democrática", si bien recalcando que "el Rey está ahí [y] es una realidad".27 Era un enfoque coherente con la paulatina invisibilidad sufrida por la reivindicación republicana desde 1956, hasta llegar a su neutralización frente a una tríada de propuestas -elecciones, amnistía y libertades-, equiparables a las finalmente asumidas en el proyecto reformista de Juan Carlos I y Adolfo Suárez. Sin embargo, algo que de manera inicial podía ser táctico -la renuncia circunstancial al proyecto republicano, con vistas a asegurar la normalización democrática y del propio PCE como partido de masas según el modelo del PCI- acabó convirtiéndose en estructural, al derivar en el respaldo a las políticas de consenso y estabilización encarnadas en los Pactos de la Moncloa (1977) y la Constitución (1978). El PCE tampoco exigió responsabilidades jurídicas por la represión y apoyó la Ley de Amnistía promulgada en octubre de 1977, donde se eximía de dichas responsabilidades. La lógica era que, para sofocar el peligro de un bloqueo democrático -por la presión militar o la acción involucionista de sectores conservadores-, resultaba inevitable neutralizar cualquier posible uso revanchista de la guerra o la dictadura. La posición comunista ante la represión no fue muestra, por tanto, de amnesia estructural o humillante silencio, sino que expresó un olvido selectivo instrumental.

Sin embargo, la Guerra Civil se mantuvo también en todo este contexto como capital de memoria épica, esencialmente entre el tejido militante comunista, en dimensiones como su carácter antifascista, el mito frentepopulista como proyecto progresivo, o respecto a su valor en términos de legitimación histórica. Las referencias a la guerra vertidas en documentos orgánicos editados en el verano de 1977 siguieron reiterando el esquema interpretativo formulado en los años sesenta y consagrado en el Manifiesto-Programa de 1975.28 Por su parte, las Fiestas del PCE -un modelo de congregación de militantes y simpatizantes que seguía la pauta italiana de las Fiestas de L'Unità- sirvieron como punto de encuentro de expresiones identitarias y de afirmación colectiva que entremezclaron la iconografía tradicional -si bien ya sin enseñas republicanas-, los hitos fundacionales y la evocación como epopeya de 1936.


Comentarios

* Este artículo es resultado del proyecto de investigación "Televisión y memoria. Estrategias de representación de la Guerra Civil y la Transición", financiado por el Plan Nacional de I + D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España (ref. HAR2010-20005), y del proyecto "Memorias en segundo grado: Posmemoria de la guerra civil y el franquismo en la España del siglo XXI" (2013LINE-01), financiado por el Banco Santander y la Universitat Rovira i Virgili.

1 Fue el caso de Jesús Hernández, dirigente expulsado en 1944: Archivo Histórico del PCE (AHPCE), Sección Divergencias, 107/1.3, Jesús Hernández; o Sección Documentos, 25, Reunión del CC, 5/5/1944. El proceso ha sido estudiado en Hernández Sánchez (2007).

2 Ha muerto Francisco Antón. Mundo Obrero. 20 de enero de 1976, 5. AHPCE, Sección Prensa. Francisco Antón, Biografía, s. f. [1946]. AHPCE, Sección Dirigentes, 1.

3 Carta confidencial de José Díaz a los emigrados españoles en la Unión Soviética. 8 de julio de 1940. AHPCE, Dirigentes, 9/1.1.4.

4 La lucha armada del pueblo español, 1939; La guerra justa de España, 1939. AHPCE, Documentos, 20.

5 José Díaz. España bajo el régimen de Franco. septiembre de 1940. AHPCE, Dirigentes, 9/1.1.4.

6 José Díaz: patriota y revolucionario. Mundo Obrero. 24 de marzo de 1946, 1. Diez años de lucha. Mundo Obrero. 18 de julio de 1946, 1; 16 de febrero de 1936. Antifascismo y República. Mundo Obrero. 20 de febrero de 1947, 1. AHPCE, Prensa. AHPCE, Sección Nacionalidades y Regiones, Madrid, 169/2.4, 1945-1946.

7 Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español. Junio de 1956. AHPCE, Documentos, 20; y Resolución del Pleno del CC sobre los cambios en la táctica del Partido para lograr la reconciliación de los españoles, y acelerar la caída del general Franco por la vía pacífica. Mundo Obrero. 7 de agosto de 1956, 1-3. AHPCE, Prensa.

8 Editorial. La guerra de España. Treinta años después. Nuestra Bandera. 4° t. de 1966, 10. AHPCE, Prensa.

9 Manifiesto-Programa. Septiembre de 1975. AHPCE, Documentos, 56.

10 Manifiesto-Programa. Septiembre de 1975. AHPCE, Documentos, 56. La referencia entre paréntesis es un agregado del autor.

11 Coloquio celebrado en agosto de 1963. AHPCE, Documentos, 79/2.

12 Dolores Ibárruri, Invitación a Pietro Nenni. 16 de noviembre de 1975. AHPCE, Dirigentes, 22/6.

13 Editorial. Con el dictador ha de morir la dictadura. Mundo Obrero. 18 de noviembre de 1975. AHPCE, Prensa; Dolores Ibárruri. Alocución a las mujeres españolas. 2 de octubre de 1975. AHPCE, Dirigentes. 22/1; Fin del verdugo. Agonía del franquismo. Declaración del PC de España. Mundo Obrero. 27 de octubre de 1975, 1. AHPCE, Prensa.

14 Comité Provincial del PCE de Valencia. El general Franco ha muerto. 20 de noviembre de 1975. AHPCE, Documentos, 56.

15 Editorial. Libertad, libertad. Mundo Obrero. 25 de noviembre de 1975, 1-2. AHPCE, Prensa.

16 La dictadura de Juan Carlos estrena asesinato en Tenerife. Noviembre de 1975. AHPCE, Documentos, 56; Mundo Obrero. Suplemento. s. f. [inicios de 1976]; Santiago Carrillo. 25 de noviembre de 1975. Dirigentes, 6/2.1.1.

17 Fin del verdugo... Mundo Obrero. 27 de octubre de 1975, 1. AHPCE, Prensa.

18 Rueda de prensa en París de Santiago Carrillo. Unidad de todas las fuerzas democráticas. Mundo Obrero. 4a semana de octubre de 1975, 4. AHPCE, Prensa; Franco desaparecido. Las tareas del movimiento obrero para que el franquismo desaparezca también. Nuestra Bandera. Noviembre de 1975, 11-34. AHPCE, Prensa.

19 AHPCE, Activistas, 93/435.68. 16 de noviembre de 1975.

20 Editorial. Nuestra Bandera. Enero de 1976, 3-13. AHPCE, Prensa.

21 Santiago Carrillo. De la clandestinidad a la legalidad. 28-31 de julio de1976. AHPCE, Dirigentes, 6/2.2.1.57.

22 Jaime Ballesteros. Informe. Octubre de 1976. AHPCE, Dirigentes, 2/1.2.2.

23 PCE. 57 años de lucha, s. f. [inicios de 1977], e Ingresa en el PCE, s. f. [noviembre de 1976]. AHPCE, Documentos, 284.

24 Informe interno sin firma, s. f. [enero-marzo de 1977]. AHPCE, Documentos, 58/2.

25 Informe político presentado al Pleno del CC. 14-15 de abril de 1977. AHPCE, Documentos, 284; ver Mundo Obrero, 25 de abril a 1° de mayo de 1977, 4.

26 Franco desaparecido. Nuestra Bandera. Noviembre de 1975, 7. AHPCE, Prensa.

27 La conferencia de prensa de Santiago Carrillo en Madrid. MundoObrero. 20-26 de diciembre de 1976, 6. AHPCE, Prensa.

28 PCE. Quiénes somos, qué nos proponemos, folleto impreso. Julio de 1977. AHPCE, Documentos, 58/2.


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Fecha de recepción: 31 de octubre de 2012 Fecha de aceptación: 11 de abril de 2013 Fecha de modificación: 19 de abril de 2013