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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.48 Bogotá jan./abr. 2014

 

Migración, fronteras y desplazamientos en la ciudad. Dinámicas de la alteridad urbana en Buenos Aires*

Sergio Caggiano**, Ramiro Segura***

** Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), Argentina. Investigador Conicet - Centro de Investigaciones (CIS-CONICET / IDES), Argentina. Profesor e investigador en la FPyCS Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: El sentido común visual. Disputas en torno a género, "raza" y cíase en imágenes de circulación pública. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2012 y Conexões e entrecruzamentos: Configurações culturais e direitos em um circuito migratório entre La Paz e Buenos Aires. Maná- Estudos de Antropologia Social, 2012. Correo electrónico: sergio.caggiano@gmail.com

*** Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), Argentina. Investigador Conicet, con sede en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES/UNSAM). Profesor en la Universidad Nacional de La Plata y en IDAES/Universidad Nacional de General San Martín, Argentina. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Elementos para una crítica de la noción de segregación residencial socio-económica: desigualdades, desplazamientos e interacciones en la periferia de La Plata. Revista Quid 16, 2012 y Segregación y diferencia en la ciudad. Quito: FLACSO, 2013. Correo electrónico: segura.ramiro@gmail.com

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res48.2014.03


RESUMEN

A partir del análisis de la experiencia urbana de migrantes bolivianos en la ciudad de Buenos Aires, el artículo problematiza los modos habituales de pensar las relaciones entre territorio, diferencia y desigualdad: el gueto racial y la periferia pobre. En el artículo se resalta la imposibilidad de comprender estos procesos en clave unidimensional, enfatizando la relevancia de las intersecciones de clase, nacionalidad, género y "raza" en la estructuración y el uso del espacio urbano. Para esto, se analizan no sólo la posición y localización geográficas de los migrantes sino también sus lógicas de circulación y sus interacciones sociales en el espacio de la ciudad, en el que se reproducen y también se cuestionan las fronteras que estructuran la vida urbana.

PALABRAS CLAVE

Migración, ciudad, desplazamientos, segregación, intersecciones.


Migration, Frontiers and Displacements in the City. Dynamics of Urban Otherness in Buenos Aires

ABSTRACT

Based on an analysis of the urban experience of Bolivian migrants in Buenos Aires, the article problematizes habitual ways of thinking about the relations among territory, difference and inequality: the racial ghetto and the poor periphery. The articlepaper highlights the impossibility of understanding these processes on a unidimensional plane, and emphasizes the relevance of intersections of class, nationality, gender and "race" in the structuring and use of urban space. For this purpose, it analyzes not only the position and geographic location of migrants but also the logic of their circulation and social interactions within the space of the city, which both reproduce and challenge the frontiers that structure urban life.

KEY WORDS

Migration, city, displacement, segregation, intersections.


Migração, fronteiras e deslocamento na cidade. Dinâmicas da alteridade urbana em Buenos Aires

RESUMO

A partir da análise da experiência urbana de migrantes bolivianos na cidade de Buenos Aires, este artigo problematiza os modos habituais de pensar as relações entre território, diferença e desigualdade: o gueto racial e a periferia pobre. Neste artigo, ressalta-se a impossibilidade de compreender esses processos em chave unidimensional, ao enfatizar a relevância das interseções de classe, nacionalidade, gênero e "raça" na estruturação e no uso do espaço urbano. Para isso, analisaram-se não somente a posição e localização geográficas dos migrantes, mas também suas lógicas de circulação e suas interações sociais no espaço da cidade, no qual se reproduzem e também se questionam as fronteiras que estruturam a vida urbana.

PALAVRAS CHAVE

Migração, cidade, deslocamento, segregação, interseções.


Introducción

Como cualquier fenómeno sociocultural, la producción y reproducción de alteridades en el espacio urbano adquieren formas específicas. Existe un modelo tradicionalmente poderoso para pensar la reproducción de alteridades en el espacio urbano que gira en torno a la noción de "gueto" étnico-racial (Wirth 1928; Sennett 1997). En contraposición, otros autores (Rodríguez y Arriagada 2004; Portes, Roberts y Grimson 2005) han explicado la espacialización urbana a partir de criterios socioeconómicos, resaltando la heterogeneidad racial y cultural de los espacios segregados. Partiendo de la experiencia urbana de inmigrantes procedentes de Bolivia en Buenos Aires, el artículo dialogará críticamente con estas producciones de las ciencias sociales sobre el tema y problematizará las relaciones entre territorio, diferencia y desigualdad en la ciudad.

Por un lado, procuraremos mostrar la imposibilidad de comprender estos procesos en clave unidimensional y, en lugar de ello, indagaremos la relevancia de las intersecciones de clase, nacionalidad, género, raza, etnia y otras dimensiones en la estructuración y el uso del espacio urbano. Por otro lado, atenderemos no sólo la posición y localización geográficas de los migrantes sino también sus lógicas de circulación por la ciudad. De este modo, veremos que la ciudad no es un mosaico de mundos homogéneos (raciales, étnicos o de clase) que entran en relación más o menos conflictiva sino que la producción de diferencias, desigualdades y alteridades en el espacio urbano resulta de una dinámica de intercambios, encuentros y trayectos más o menos conflictivos.

El territorio urbano es el escenario resultante de la sedimentación de constricciones, fronteras y prescripciones, y, en cuanto tal, condiciona a los actores; a la vez, es el producto inacabado de prácticas que no se reducen a esos condicionamientos y que desafían esas constricciones y fronteras, exponiendo a sus agentes a penalizaciones, estigmatizaciones y control.

Las fuerzas que participan de estos procesos cargados de fricciones son diversas y tienen motivaciones, intereses y objetivos contrapuestos o divergentes, desde los grandes flujos financieros y de capital que configuran los mapas globales donde se insertan ciudades como Buenos Aires (Sassen 1999) hasta los propios migrantes y los "vecinos" no migrantes, asociados colectivamente o no, pasando por organizaciones de derechos, empresas inmobiliarias, de transporte y otras con intereses directos o indirectos en la configuración del espacio, y, desde luego, el Estado en sus diversos niveles y dependencias. Veremos que tanto la distribución y el aprovechamiento de recursos de distinta naturaleza como la definición de pertenencias a colectivos o grupos sociales son factores cruciales que están en juego en estos procesos. ¿Quiénes son los vecinos de una ciudad?, ¿quiénes pueden ser considerados intrusos?, ¿según qué criterios se convalida que algunos transiten por determinados sectores y otros por otros, o que el acceso a determinados bienes y servicios no sea equivalente?, ¿cómo se anudan las diferencias y las desigualdades? La imaginación (Appadurai 2001) acerca de quién es quién y a qué puede tener acceso en cuanto tal afecta directamente el uso del espacio urbano, al tiempo que es afectada por éste.

Respecto de la migración procedente de Bolivia a Argentina, en esta introducción sólo diremos que, en cuanto a asentamiento, en las últimas décadas se ha dado un crecimiento relativo de su presencia en la ciudad de Buenos Aires. En lo que va de este siglo, la migración al Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) representa más de la tercera parte de la migración boliviana en el país y el porcentaje continúa en aumento, con un particular incremento de migrantes provenientes de la zona andina, el altiplano y los valles occidentales bolivianos. Además, en el conjunto de las migraciones desde otros países de la región, es la que más ha ampliado su presencia, junto con la proveniente de Perú.

Los inmigrantes no ocupan en la ciudad un nicho laboral único ni exclusivo pero un porcentaje muy importante de ellos trabaja ligado al rubro textil, como costureros en talleres textiles pequeños o medianos, generalmente informales, como propietarios o administradores de estos talleres, o bien en algún comercio de este ramo. Es común también que los varones se desempeñen en la construcción, generalmente como albañiles o ayudantes. Las mujeres, por su parte, se encargan del hogar, aunque también llevan a cabo actividades fuera, realizando tareas domésticas en los mencionados talleres textiles, donde también trabajan en costura. Es asimismo habitual su ocupación como empleadas o como comerciantes en negocios de dimensiones muy distintas, desde puestos callejeros de venta de comida, ropas o artículos importados hasta importantes locales comerciales.

Migrantes en la ciudad: espacio, diferencias y desigualdades

El análisis de la presencia de los migrantes en la ciudad nos permite abordar de manera concreta la pregunta por las relaciones entre espacio urbano, desigualdad social y diferencia cultural. Sabemos que el espacio de las ciudades no es homogéneo, indiferenciado y continuo: ni las residencias de los habitantes ni la infraestructura y los servicios urbanos se encuentran distribuidos de manera uniforme, como tampoco son constantes ni equivalentes los valores, los significados y los sentimientos con que se asocia a las distintas zonas de una ciudad y a sus habitantes. Las preguntas por la proximidad o la distancia entre grupos sociales en el espacio urbano, por la homogeneidad o la heterogeneidad de las distintas zonas residenciales, por el grado de concentración de un grupo en un determinado territorio, por los desplazamientos y las interacciones entre individuos pertenecientes a distintos grupos sociales en diversas instancias (laborales, educativas, recreativas, etcétera) de la vida urbana, son distintas -y complementarias- maneras de acercarse a la pregunta por la segregación socioespacial.

Las investigaciones disponibles acerca de la segregación socioespacial abonan la idea de cierta variabilidad histórica, social y cultural de estos procesos y, por ende, nos sitúan ante la existencia de diferentes formas de articulación entre territorio, diferencia y desigualdad. Se ha mostrado que en distintas sociedades son segregados grupos y sectores sociales definidos con base en distintos atributos (clase, etnia, raza, nacionalidad, actividad e, incluso, tiempo de residencia), y que las relaciones que establecen los grupos y los sectores segregados con el resto de la ciudad y de sus habitantes también son diferentes y cambiantes, según el tipo de segregación experimentada. No sólo se trata, entonces, de los atributos con base en los cuales se distribuyen las residencias en el espacio urbano, sino también del tipo de vínculos que se establecen entre las personas que forman parte de grupos distintos y desiguales. ¿La segregación se reduce únicamente a un fenómeno residencial, siendo irrelevante en otras instancias de la vida social? ¿O, por el contrario, persiste y se refuerza en otros ámbitos sociales como el trabajo, la salud, la educación y el ocio? En definitiva, ¿cómo se articulan los distintos dominios de actividad en la experiencia de los grupos y los sectores segregados?

La variabilidad del fenómeno es realmente amplia tanto en lo que refiere a los criterios y atributos con base en los cuales se segregan grupos y sectores de la sociedad como en lo relativo a las cambiantes articulaciones entre la dimensión residencial y los otros dominios de la vida urbana. En esta dirección, Richard Sennett mostró, a partir del análisis de la segregación de los judíos en la Venecia del siglo XVI, que "el espacio cerrado del gueto representaba un compromiso entre la necesidad económica de tratar con los judíos y la aversión que despertaban, entre la necesidad práctica y el miedo físico" (Sennett 1997, 233). En este contexto, el judío que firmaba un contrato como un igual vivía en un espacio segregado, y dicha segregación no sólo abarcaba el lugar de residencia sino que se extendía a la vida comunitaria y familiar, que se desarrollaban separadas de la dinámica del resto de la ciudad. Por su parte, Elias y Scotson (2000), a partir del estudio de una comunidad obrera inglesa en la segunda posguerra, en la cual no existían marcadas diferencias de clase, etnia o estatus, mostraron que los residentes de uno de los barrios (el más antiguo) se sentían miembros de un grupo superior al barrio vecino (el más reciente), a la vez que los residentes de este último barrio aceptaban pertenecer a un grupo de menor valía. Lo relevante de su análisis no es que hayan encontrado un nuevo diacrítico (tiempo de residencia) a partir del cual los grupos y las personas se clasifican y se diferencian (sabemos que los diacríticos son contingentes), sino el señalamiento de que el tiempo de residencia se traducía en grados diferenciales de cohesión social de los grupos involucrados en la figuración estudiada, cohesión que se manifestaba en el monopolio de ciertas instituciones de la comunidad, la exclusión del acceso a las mismas de los recién llegados y la sanción por parte de la comunidad de los miembros del grupo establecido que se relacionaran con los recién llegados más allá de la órbita laboral, que efectivamente ambos grupos compartían.

Ambos casos nos muestran que la segregación no es un fenómeno únicamente residencial, y que no se vincula de modo unívoco y estable con una única dimensión (económica, racial o étnica, entre otras). Antes que tomarlo como algo dado y constante, necesitamos indagar las dimensiones prevalecientes en cualquier proceso de segregación residencial, así como las articulaciones entre los espacios residenciales y los distintos ámbitos de actividad de la vida urbana. En esta dirección, a través de la comparación entre el gueto norteamericano y la periferia de París, Loïc Wacquant mostró que, más allá de similitudes morfológicas e incluso de vivencias semejantes entre los habitantes de ambos espacios residenciales, como el sentimiento de estar "separado" y "aislado" del resto de la sociedad, se trata de formas socioespaciales específicas, que remiten a lógicas de interacción diferentes. En sus palabras, mientras que el gueto es "un universo racial y culturalmente homogéneo caracterizado por una baja densidad organizacional y una débil penetración del Estado social", la periferia parisina"es fundamentalmente heterogénea en el plano de su composición étnico-nacional y su estructura de clase, con una fuerte presencia de las instituciones públicas" (Wacquant 2007, 200). Similitudes infraestructurales y sentimientos equivalentes no deben llevarnos a perder de vista que se segregan grupos y sectores con base en criterios distintos -raciales, en un caso, y económicos, en el otro-, y que también es diferente la experiencia que tienen de la ciudad los residentes del gueto y de la periferia.

En los estudios urbanos latinoamericanos en general -y en los de las ciudades argentinas en particular- es habitual contraponer a la segregación predominante en la sociedad norteamericana basada en criterios raciales (Massey 1990; Wacquant 2007; Bourgois 2010), la imagen de ciudades donde predomina la segregación basada en criterios socioeconómicos (Katzman 2001; Sabatini, Cáceres y Cerdá 2001; Rodríguez y Arriagada 2004; Sabatini y Brain 2008; Saraví 2008), que nos acercarían a la situación que Wacquant describe en Francia. De esta manera, mientras que en las ciudades norteamericanas el "gueto racial" constituye la forma socioespacial específica de segregación, ciudades como Buenos Aires tienen en el "conventillo" su forma socioespacial tradicional, donde no es la raza o la etnia lo que se espacializa, sino una condición económica y social compartida por personas de distintas procedencias.

Desde nuestra perspectiva, la oposición mecánica entre raza y clase debe ser revisada y matizada. No sostenemos que no existan diferencias entre los guetos raciales de las ciudades norteamericanas y los barrios populares de Buenos Aires ni, mucho menos, que el "modelo gueto" deba ser generalizado a otras latitudes. Lo que sostenemos, a partir del caso estudiado aquí, es que son las complejas y cambiantes intersecciones de clase, género, "raza", generación y residencia las que nos ayudan a comprender tanto la distribución de los migrantes en la ciudad como las interacciones que establecen con los demás, poniéndose así en cuestión cierto "sentido común" que reduce la segregación socioespacial en esta ciudad a un fenómeno socioeconómico y residencial.

Volvamos al ejercicio comparativo de Wacquant, para llegar al caso de los migrantes en Buenos Aires. El autor observa que en la periferia pobre y socioculturalmente heterogénea de París, los "estigmas territoriales" que vinculan los territorios de relegación urbana con la miseria, la inseguridad, la anomia y la inmigración no están asociados de manera unívoca a un marcador físico o cultural perceptible,1 habiendo, en consecuencia, más lugar para el uso de técnicas de gestión de las impresiones por parte de los habitantes fuera de sus espacios residenciales. En Estados Unidos, en cambio, la raza es un principio de visión y división del espacio social que naturaliza el gueto, acompaña a los residentes en los distintos ámbitos de actividad (educativo, laboral, de entretenimiento) y en sus interacciones sociales, incrementando las dificultades de sus residentes para salir del gueto. Además, mientras que en el caso de la periferia de París los estigmas territoriales recaen de manera casi exclusiva sobre los jóvenes varones que viven allí, la oposición blanco-negro impregna toda la vida social norteamericana, recayendo en todos los residentes del gueto, independientemente de dimensiones como la edad y el género.

Como veremos, en el caso de los migrantes en Buenos Aires, los estigmas no son -al menos, no únicamente- "estigmas territoriales", es decir, representaciones sociales que asocian a una persona o a un sector social con determinadas características socialmente negativas (el delito, la anomia, incluso la contaminación2) por el lugar donde viven. A esa marcación negativa -que no es únicamente económica pues los lugares de pobreza en Argentina son con frecuencia racializados (Margulis 1998; Auyero 2001), es decir, lugares en los cuales, desde la perspectiva de los sectores altos y medios, viven "los negros" o "los bolitas"- se le suma en diversas situaciones de interacción cotidiana un estigma específicamente racial o étnico, que acompaña a los migrantes tanto en los espacios residenciales socialmente heterogéneos donde habitan y donde la nacionalidad, la etnia y la raza importan, como mucho más allá del lugar de residencia: en el espacio público, en el transporte público, en las instituciones educativas y sanitarias, en el ámbito laboral, entre otros (Grimson 1999).

Ni gueto racial, ni periferia pobre. Ninguna de esas figuras nos ayuda a caracterizar y comprender la experiencia social y urbana de los migrantes en la ciudad de Buenos Aires. Espacio urbano, clase social y raza/etnia se relacionan de manera compleja y "desfasada", sin coincidir plenamente entre sí y entrelazándose al género, la nacionalidad, la edad, la procedencia urbana o rural y otras dimensiones de diferencia y desigualdad.

Para comprender la segregación socioespacial en Buenos Aires es necesario analizar de forma simultánea distintas dimensiones que se intersecan dinámicamente (Segura 2009). En primer lugar, la dimensión espacial de la segregación, es decir, la desigualdad en la distribución y en el acceso de los grupos y los sectores sociales al espacio físico de la ciudad, en cuanto espacio social objetivado (Bourdieu 2002), lo que permite establecer la relación que existe en determinado momento entre la distribución espacial de agentes y la distribución espacial de infraestructura, bienes, servicios y oportunidades. En segundo lugar, la dimensión social de la segregación, es decir, los ámbitos, las modalidades y las frecuencias de las interacciones entre los distintos grupos y sectores sociales de una ciudad. En tercer lugar, la dimensión cultural de la segregación, que refiere a las categorías sociales relevantes para la marcación y la conformación de grupos y de sectores sociales, y a los sentidos en disputa acerca de esas categorías sociales relevantes, como en nuestro caso son "villa", "boliviano", "bolita", "negro", "argentino" y "vecino", entre otras. Además, como mostraremos, no hay una correspondencia necesaria ni una relación estable entre tales dimensiones: la distribución residencial desigual de personas de distintas procedencias en la ciudad no nos permite deducir, por ejemplo, la presencia o ausencia de relaciones entre personas y grupos, como tampoco nos permite atribuir mecánicamente sentidos estables a esos espacios de residencia ni a sus residentes. Se trata, en definitiva, de comprender cómo se articulan en determinado momento las dimensiones espaciales, sociales y culturales de la segregación.

Cartografías migrantes en Buenos Aires

En Buenos Aires los inmigrantes se encuentran, casi exclusivamente, en la zona sur de la ciudad, más precisamente, en la región sur y oeste, en particular en los barrios de Nueva Pompeya, Flores (especialmente el Bajo Flores), Villa Soldati, Villa Lugano, Parque Avellaneda y Liniers. Los lugares para habitar, para trabajar, para pasar el tiempo libre y para reunirse por actividades conjuntas se encuentran en esta área de la ciudad. Quienes cuentan con recursos medios y bajos acceden allí a opciones habitacionales relativamente económicas: casas o cuartos de alquiler, piezas en pensiones y hoteles y alternativas semejantes. Los migrantes se ubican en una zona de la ciudad delimitada por el funcionamiento de redes de parentesco, paisanaje y vecindad que facilitan el acceso a la vivienda y al trabajo (Benencia y Karasik 1994). Y se ubican en esa zona de la ciudad porque otras zonas, hacia el norte y noreste de la ciudad, no se muestran económica y simbólicamente accesibles. Los migrantes se distribuyen en "la zona oficialmente reconocida como la más pobre de la ciudad" (Canelo 2006), resultante de una "espacialización de las nuevas formas de pobreza urbana" (Prévôt-Schapira 2000, 416) que converge con una larga historia de segregación socioespacial (Grimson 2009).

Esa área de la ciudad presenta límites difusos pero reconocibles, que le permiten a Sarlo (2009) ensayar cierto "barroquismo de superficie" y caracterizar, a partir de fotos y descripciones, esta "ciudad de los extraños", en un ejercicio lúcido de pasaje y dislocamiento que explícitamente renuncia (para nosotros, de modo cuestionable) a conocer el "punto de vista" de los migrantes sobre la ciudad. Para muchos migrantes que viven (habitan, trabajan, se divierten y recrean) en ella, la zona circunscribe tanto sus trayectos como sus imágenes de la ciudad (Caggiano 2012). Al hablar con ellos acerca de sus recorridos o al recorrer junto a ellos la ciudad, se vuelve claro que los puntos fuertes, los hitos y las marcas de esta parte de la ciudad predisponen positiva y negativamente la circulación por ella, ejercen límites y presiones (Williams 1997) para que los circuitos urbanos de los migrantes se desplieguen en su interior. No salir de este sector significa, en rigor, no salir hacia el norte de la ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, porque los migrantes sí se trasladan con frecuencia hacia el sur o el oeste del conurbano bonaerense, hacia zonas generalmente más deprimidas, en términos económicos y de cobertura de servicios de salud y educación.

Los migrantes bolivianos son mayoritariamente trabajadores pobres. En las posibilidades y las limitaciones que encuentran para instalarse, recorrer y usar la ciudad, clase social, etnia y "raza" se intersecan de maneras específicas. Por un lado, estas dimensiones se complementan y potencian sus efectos. Si bien algunos estudios han mostrado los obstáculos que encuentran habitantes no migrantes de la zona sur de la ciudad para hacer uso de zonas del norte y el este, el problema no se agota en una cuestión de recursos monetarios. Los migrantes entienden que hay algo más allí, tal como una mujer boliviana interpretaba la discriminación sufrida por sus hijos y los hijos de paisanas suyas en escuelas porteñas:

    Cuando [el niño] hace un dibujo y dibuja montañas, que por ahí está en su memoria, se supone que el dibujo es libre pero te marcan y te dicen "no, no, no, vos vivís en una villa3 y entonces tendrías que haber pintado casas precarias" [...] esas cosas en educación quedan marcadas. El color de piel, ponele la firma que también marca [...] Cuando en Recoleta el hijo de un ingeniero que pudo viajar dibuja montañas, buscan estrategias pedagógicas para trabajar con esa nueva experiencia, y cuando los niños acá dibujan montañas son errores, porque él no puede conocer ese lugar. (Pilar 2010)4

Pilar (2010) advierte sobre los desiguales juicios que los maestros pueden hacer de la percepción topográfica y espacial de los niños y las niñas. Si un niño inmigrante (i.e., extranjero) dibuja montañas que puede haber conocido en su lugar de origen (Pilar proviene de los valles cocha-bambinos), recibirá reparos por su presunta inadecuación, y si lo hace el hijo de un ingeniero de Recoleta (barrio "aristocrático" de Buenos Aires por antonomasia), resultará de interés pedagógico. El color de piel, subraya la entrevistada, basta en algunos casos para anticipar estos juicios. En este breve fragmento despuntan, entonces, la nacionalidad, el sector socioprofesional y la clase, así como la identificación racializada.

Por otro lado, la intersección de dimensiones puede no tener como resultado la complementación de sus efectos ordenadores y diferenciadores sino provocar, en cambio, una disyunción de los mismos. Si clase, nacionalidad y etnia se entrelazan positivamente para mantener lejos de la Recoleta a migrantes trabajadores pobres "negros", en otras ocasiones estas dimensiones se ponen en tensión y generan tiranteces y conflictos abiertos.

En primer lugar, desde luego, no todos los pobres ni todos los habitantes del sur de la capital argentina son migrantes. Para el caso de los bolivianos, estrictamente hablando no hay en Buenos Aires lo que suele llamarse "barrios étnicos". Aunque hay asentamientos de población migrante claramente mayoritaria, como el "barrio Charrúa", lo común es que los migrantes compartan el espacio urbano con otros porteños "nativos" (así como con migrantes de otras procedencias y con hijos de migrantes, que son argentinos y porteños en términos jurídicos, aunque no siempre sean considerados así por los "nativos"). Aun compartiendo, a grandes trazos, las condiciones socioeconómicas con ellos, las pertenencias nacionales y étnicas estructuran conflictos que permanecen más o menos larvados y que hacen eclosión en contextos específicos.

Un episodio ocurrido en diciembre de 2010 permite apreciar las tensiones étnicas y nacionales que atraviesan los barrios del sur. En demanda de soluciones habitacionales al Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, familias de bajos recursos lotearon el Parque Indoamericano de Villa Soldati y se instalaron en él. Las autoridades metropolitanas presentaron una denuncia de "ocupación" ante el fuero penal. En el intento de desalojo hubo enfrentamientos entre los "ocupantes" y la Policía que tuvieron como saldo varios heridos y dos muertos. Las autoridades porteñas criticaron entonces la presunta permisividad excesiva de la ley migratoria vigente en el país, y el Jefe de Gobierno lanzó la fórmula de la "inmigración descontrolada". Esta culpabilización de los migrantes buscó desplazar el tema del reclamo habitacional y el derecho a la vivienda hacia el de la legitimidad o ilegitimidad que determinadas personas tendrían para vivir en la ciudad. Los grandes medios de comunicación masiva entraron en sintonía con el Gobierno de la ciudad (Halpern 2011, 71), repitiendo declaraciones de "los vecinos" que iban en una misma dirección: "a ellos les regalan cosas [y] a los nacionales no nos dan nada".5 Los "vecinos" del barrio organizaron manifestaciones callejeras en repudio a "la toma" y en reclamo de "seguridad", y la noche del 10 de diciembre sucedieron enfrentamientos entre quienes se encontraban en el Parque y quienes reclamaban por su desalojo, los cuales derivaron en otro asesinato. De las tres personas fallecidas en estos sucesos, dos eran bolivianas y una paraguaya.

Volviendo al trabajo de campo con migrantes bolivianos en la ciudad, podemos encontrar allí también manifestaciones de la disyunción entre clase y pertenencia nacional y étnica. Algunos bolivianos señalan que la convivencia en el sur se hace difícil por la presencia de "los vaguitos" y "los villeros". Incluso, migrantes que han vivido en alguna de las villas de la ciudad y que tienen parientes viviendo allí se separan de la categoría sociocultural y económica -antes que residencial- de "villero", y, al tiempo que se distancian de "los villeros", que en sus relatos son argentinos, postulan positivamente su propia nacionalidad. A diferencia de lo que sucede para sectores de clase media de la ciudad, que equiparan villa con migración (interna e internacional), para los bolivianos está muy claro que los villeros son "un mal" argentino que ellos mismos se ven obligados a sufrir. La clase social aparece así atravesada por la nacionalidad, sólo que el estigma de la villa y los villeros, alimentado por los grandes medios y por sectores dirigentes, es aprovechado por los migrantes para enfatizar las virtudes de los bolivianos, en cuanto "personas trabajadoras y honradas".

En segundo lugar, no todos los migrantes son pobres, o no son igualmente pobres. Además, complementariamente recuperan y reproducen otras distinciones sociales de gran relevancia en Bolivia y les dan nueva vida en Buenos Aires. Ante una mirada receptora que comúnmente casi no percibe diferencias entre los migrantes "latinoamericanos" (Caggiano 2005), una primera distinción suele ser hecha en clave nacional. Los migrantes llegados de Bolivia suelen contrastarse a sí mismos y a sus paisanos con los procedentes de Perú ("más vivos", "menos trabajadores"). Asimismo, más acá del contraste por nacionalidad, entre los mismos migrantes bolivianos existen diferencias marcadas y se recrean mecanismos de distinción. Hay diferencias de ingreso y de estatus, por ejemplo, entre los pequeños comerciantes o microempresarios ligados al rubro textil y los costureros empleados por ellos, y hay diferencias, a su vez, entre todos ellos y algunos profesionales "de la colectividad", migrantes o hijos de migrantes. A estos clivajes por ingreso y socioprofesional se articula uno acaso más profundo: el que resulta de la procedencia rural o urbana de los migrantes. Esta diferencia clave se superpone, a veces, a la anterior entre talleristas y costureros, por un lado, y profesionales, por otro, pero no siempre coincide en los límites que establece, dado que hay tanto talleristas como costureros provenientes de ciudades bolivianas. Además, esta distinción presenta cierto dinamismo: el entrenamiento urbano hace que algunas características que se traen desde el lugar de origen puedan abandonarse o perderse, y que algunas necesarias para vivir en Buenos Aires puedan ganarse. En cuanto a la movilidad y el desplazamiento por la ciudad, las destrezas que la vida urbana ofrece antes o después de la migración son consideradas fundamentales.

De esta manera, en la experiencia de los migrantes se verifica una intersección compleja y cambiante de dimensiones. La captación de esta complejidad y estos cambios depende tanto de la escala de observación del analista como de los contextos de interacción y de los actores involucrados en los mismos. Así, si a gran escala la ciudad de Buenos Aires se encuentra dividida económicamente en dos partes -el norte rico y el sur pobre, este último habitualmente racializado y estigmatizado "desde arriba" en cuanto a "cabecitas", "negros" o "bolitas"-, en las interacciones dentro de la socialmente heterogénea zona sur -que constituye el escenario cotidiano de los migrantes (pero, como dijimos, no exclusivo de ellos)-, las dimensiones de clase, etnia, nacionalidad, "raza" y procedencia urbana o rural se articulan de manera dinámica: mientras que muchas veces se solapan y refuerzan mutuamente, en otras situaciones se producen disyunciones y desacoples entre ellas.

La ciudad practicada: posiciones y movilidades

Más allá de que los migrantes pasen la mayor parte del tiempo y establezcan sus principales relaciones en "el sur" de la ciudad, sus desplazamientos y recorridos por la ciudad no se circunscriben a este espacio, a pesar de los límites y las presiones para que así sea. El análisis no acaba con la descripción de las posiciones de los migrantes en la ciudad, sino que tenemos que reconstruir sus desplazamientos y recorridos, identificar y describir las fronteras y los obstáculos que encuentran en ellos y caracterizar las formas en que se articulan posiciones y movilidades en la experiencia urbana de los migrantes.

De nuevo, podríamos identificar aquí la tendencia en las investigaciones a privilegiar alguno de los dos términos -las posiciones o las movilidades-, transformando en una oposición dicotómica lo que deberíamos analizar de manera simultánea y combinada. En efecto, existen dos metáforas habituales (Segura 2012) para pensar la ciudad: la ciudad como mosaico, imagen que privilegia las posiciones de los distintos grupos y sectores sociales en el espacio urbano, y la ciudad como flujo, imagen que enfatiza la dinámica y la fluidez de la vida urbana.

La imagen de la ciudad como mosaico consiste en un fuerte y persistente modelo del espacio urbano heredado de la sociología de la Escuela de Chicago (Park 1999 [1915]; Wirth 1928; Foote 1943). Desde esta perspectiva, se representa al espacio urbano como una colección de mundos relativamente autónomos, definidos en general con base en la co-residencia y/o la pertenencia étnica/racial, claramente delimitados y separados del resto de la ciudad por duras fronteras. En este esquema "ecológico" de la ciudad la tarea de la investigación consistiría en comprender la lógica particular de cada uno esos mundos entendidos como "regiones morales". Esta estrategia analítica se generalizó en los estudios antropológicos en ciudades, a través del estudio tanto de "barrios étnicos" como de "tribus urbanas", al brindar un esquema acorde con las exigencias de holismo y de exotismo propias de la antropología clásica (De La Pradelle 2007). En las últimas décadas, sin embargo, ha recibido reiteradas críticas (Hannerz 1986; Signorelli 1999), por priorizar la relación de los actores con el espacio por sobre las interacciones sociales con otros actores, y por no reflexionar sobre los desplazamientos por la ciudad al centrarse de manera exclusiva en la vida social en los espacios residenciales.

Por su parte, la imagen de la ciudad como flujo, de la cual es posible rastrear antecedentes en la literatura moderna (Williams 2001) y en la crítica cultural urbana de entreguerras (Simmel 2001; Benjamin 1999; Kracauer 2008), puede ser pensada en gran medida como resultado de la crítica a la "etnologización de la ciudad" (De La Pradelle 2007) que resultaba de la aplicación de la ecología cultural urbana. La imagen de la ciudad como flujo representa al espacio urbano como un ámbito cambiante, dinámico, líquido, inestable, blando (Raban 1974). Nos encontraríamos ante un espacio relativamente indeterminado, donde los actores podrían realizar elecciones, inventar trayectos, modelando a su gusto -con más o menos resistencias y obstáculos- la sustancia urbana en pos de sus inquietudes, búsquedas y deseos. Esta perspectiva tiene el mérito de reintroducir en los estudios urbanos las interacciones sociales entre actores diferentes y desiguales, prestar atención a los desplazamientos y los recorridos que se realizan a través del espacio e indagar los usos y las apropiaciones de los distintos ámbitos de una ciudad. Nos coloca ante una vida urbana que no se agota en el mapa y en la cual los movimientos, los relatos y las prácticas, como remarcaba De Certeau (2000), no se localizan sino que espacializan, es decir, producen espacio. A la vez, en muchas investigaciones el énfasis en la movilidad y la blandura de la ciudad pierde de vista o minimiza tanto las posiciones -espaciales y sociales- que los agentes ocupan en la vida urbana (Bourdieu 2002) como el hecho de que la ciudad presenta cierta resistencia y no es igualmente maleable para todos los actores sociales. Atributos como la clase, la etnia y la "raza" nos recuerdan que "la ciudad es más blanda para unas personas que para otras" (Hannerz 1986, 280).

El desafío consiste en mirar simultáneamente posiciones y movilidades, indagando cómo se entrelazan en los desplazamientos de los migrantes por la ciudad los límites y las fronteras con las relaciones y los intercambios. En esta dirección, nuestra propuesta de análisis de la experiencia de los migrantes busca articular dos claves de lectura -es decir, hipótesis críticas para atravesar y comprender la ciudad (Gorelik 2004)-, identificables en la historia de los estudios urbanos sobre Buenos Aires, que se desarrollaron de manera separada: el problema de las "dos ciudades" y la ciudad como frontera cultural.

Mientras que la primera clave de lectura propuso la existencia de "dos ciudades" en Buenos Aires, que expresarían espacialmente la estructura de las clases sociales, contraponiendo la ciudad a las villas, la segunda desplazó la indagación desde los espacios residenciales y el problema de la vivienda hacia el espacio público urbano, las calles y las plazas donde se encuentran y confrontan múltiples fronteras culturales. Si la primera clave de lectura remite a la oposición estructural entre el norte y el sur de la ciudad, la segunda modifica el eje cardinal a las relaciones y los conflictos entre el este y el oeste, entre el centro/puerto y el interior, y a los desplazamientos y encuentros en el espacio público de la ciudad (Gorelik 2004).

Mirar estas prácticas nos permite no sólo identificar y caracterizar cierto conjunto más o menos implícito de fronteras y estigmas que buscan regular los movimientos y las relaciones sociales de los migrantes en la ciudad, sancionando las transgresiones, sino también mostrar que los recorridos por la ciudad no son deducibles de manera directa de la posición residencial en la ciudad, ya que distintas dimensiones sociales articuladas -inserción en el mercado de trabajo, relaciones de género, edad, tiempo de residencia en la ciudad y participación política- nos ayudan a comprender diferencias en los desplazamientos de los migrantes en la ciudad.

Desplazamientos en un escenario inconcluso

Aunque el tema no fuera propuesto, en las reflexiones de los migrantes durante el trabajo de campo se reiteraron escenas de transporte público y de recorridos por la ciudad. Víctor (2009), por ejemplo, de 36 años, le dedica gran importancia al transporte cuando cuenta su llegada a Buenos Aires, y se detiene en el hecho de haber pernoctado muchas de sus primeras noches en ómnibus urbanos. En estos viajes, además de dormir, conocía la ciudad, y también pasaba momentos de zozobra, como los de amedrentamiento por parte de la Policía. En ocasiones, los medios de transporte público aparecen como espacio y oportunidad para el maltrato y la discriminación hacia los inmigrantes, así como para las respuestas de éstos a los mismos (Grimson 1999). De este modo, el instrumento más a mano para circular por la ciudad resulta significativo, acaso sintomático. Como tópico de muchos relatos de migrantes, permite ilustrar la importancia y el valor de movilizarse a través de la ciudad, y también los riesgos que ello conlleva y las dificultades para hacerlo.

Ahora bien, si por un lado encontramos una ciudad demarcada, cuyos límites condicionan los recorridos de los migrantes y su apropiación del espacio, por otro lado, es posible encontrar experiencias y usos alternativos. Para los migrantes que encarnan estas experiencias, la propia demarcación de la ciudad pareciera convertirse en una incitación a atravesar sus fronteras internas. Las referencias a otras partes de la ciudad resultan entonces persistentes, se vuelven el motivo de muchas narrativas e incluso ordenan los propios modos de circular por la ciudad, o bien de proyectar hacerlo. ¿Quiénes son estos migrantes?, ¿es posible identificar ciertos rasgos o características socioculturales compartidos por ellos?

En primer lugar, ciertos aspectos de las relaciones de género parecen condicionar positivamente la circulación de algunas mujeres por la ciudad. Concretamente, cuando se trata de madres de niños, adolescentes o jóvenes, o de mujeres que tienen a su cargo el cuidado de otros familiares, la baja dotación de recursos sanitarios o educativos de sus barrios opera como un estímulo para salir a buscar paliativos y alternativas. En cuanto al acceso a la atención en salud, por ejemplo, una mujer utiliza la fórmula "romper el gueto" y explica en qué consiste la tarea. Hay que buscar dónde se consigue una buena atención, que no siempre está en el barrio o cerca de allí, sortear no sólo la escasez de recursos sino también el racismo y la xenofobia. Se trata de hacer averiguaciones y preguntar a los contactos confiables, generalmente otras mujeres, en qué hospital, en qué servicio o por cuál profesional serán bien recibidos tanto ellas como sus hijos o sus compañeros, pasar la voz y armar redes que se expanden en la búsqueda de una buena atención. Así, los trabajos de cuidado suponen una carga, a la vez que la ocasión para realizar recorridos por la ciudad.

La edad, a su vez, aparece como un segundo criterio relevante. Los jóvenes migrantes o hijos de migrantes muestran disposición a incursionar por zonas de la ciudad alejadas de sus lugares de residencia, educación o trabajo. Las salidas a eventos y espectáculos públicos suelen ser una buena razón para ello. La edad se vincula muchas veces a otro factor que es la cantidad de años de socialización en el lugar de "origen" en relación con los transcurridos en "destino". Cuanto más pequeños al llegar, es más probable que los niños y las niñas y los jóvenes reciban influencias diversas en su formación. Padres y madres suelen aludir a la diferencia entre los niños criados en Buenos Aires y los criados en Bolivia, de parientes que quedaron allí o de migrantes más recientes. Frente a estos últimos, aquéllos son vistos como jóvenes "extrovertidos, liberales" o que "tienen demasiada libertad". Esta extroversión encuentra también un camino en el desplazamiento territorial por la ciudad.

Ligado a lo anterior, el tiempo de residencia en la ciudad favorece una relación de mayor confianza hacia ella y una predisposición a incursionar a través de sus circunscripciones y a franquear sus barreras internas. Es común escuchar historias acerca de la pérdida del miedo, un miedo que muchas veces es presentado como constitutivo del viaje migratorio, que se refuerza en el cruce fronterizo y que se acrecienta en Buenos Aires, entre otras cosas, debido a los discursos públicos sobre "la inseguridad". En este sentido, "en el comienzo -como apunta un migrante que lleva veinte años en Buenos Aires- uno siente que tiene miedo, que no está en su casa", pero "hoy en día todo está más tranquilo [porque] ahora cambió todo eso, y ya se puede hablar con un policía y todo"; es que "con el que conoce es más difícil" (Domingo 2010). La referencia a la posible conversación con un policía es clave porque, de este modo, una de las figuras que suele despertar temores y evocar momentos de desasosiego es convertida en parte de un paisaje cotidiano, alguien con quien se puede tratar. "Con el que conoce es más difícil" que lo detengan sin razón, que lo hostiguen o que lo engañen, y así, la calle se vuelve menos peligrosa.

En los avatares personales de un migrante y su familia en Buenos Aires puede apreciarse cómo se combinan los tres factores anteriores y, al mismo tiempo, se introduce un cuarto. Cuando arribaron a Buenos Aires, desde la estación de ómnibus llamaron a un número de teléfono que les habían dado en Bolivia. Poco más tarde los recogieron en la estación, los trasladaron a un distrito de la provincia de Buenos Aires y "los metieron a trabajar en un taller de costura, encerrados". El paso del tiempo y algunos contactos con migrantes permitieron al matrimonio cambiar de empleos, pasar de la provincia a la Capital y conseguir mejores lugares dónde vivir y cuidar de la crianza de sus hijos. Un amigo de la familia, migrante reciente, se sorprende por la facilidad con que la hija mayor del matrimonio, de 10 años de edad, se desenvuelve en la ciudad, desplazándose sola, habituada desde pequeña a Buenos Aires. Su madre es quien la ha ayudado a conseguirlo, enseñándole el camino a la escuela y al supermercado.

Al género, la edad y el tiempo de residencia se suma, entonces, el cambio de empleo de ambos integrantes de la pareja, más precisamente la salida del taller textil. Estar dentro o fuera del "mundo de los talleres" constituye un factor que se muestra como crucial en la experiencia de muchos migrantes bolivianos en Buenos Aires. Entre quienes encarnan el desafío de atravesar la ciudad, de llegar a áreas lejanas y, en principio, ajenas encontramos empleados de comercios como supermercados o tiendas, conductores de taxi o empleados de la construcción. Las vivencias ligadas a los talleres textiles parecen dibujar, en cambio, circuitos cerrados dentro del sudoeste de la ciudad, al menos para los costureros. Los temores resultan nuevamente un leitmotiv de las narraciones. Quienes trabajan o han trabajado como costureros en talleres coinciden en el recuerdo de las recomendaciones o advertencias intimidatorias que sus patrones talleristas les hicieron durante su ingreso al trabajo, las cuales buscaban garantizar el sometimiento a las malas condiciones laborales de algunos de estos establecimientos.

Por último, otro elemento que facilita los desplazamientos por la ciudad es el activismo social, cultural o político. La participación en alguna organización de la sociedad civil implica instancias de encuentro con otros migrantes bolivianos, pero también con porteños y argentinos en general, integrantes de las mismas u otras organizaciones, así como con migrantes de otras procedencias. El activismo cultural se muestra especialmente propicio para estos intercambios, para romper con los espacios vividos como "encierros" y para circular por la ciudad.

La militancia social, así como algunos eventos de reclamo o manifestación política, requieren, a su vez, el viaje hasta algún punto del centro político de la ciudad. A comienzos de 2006, la muerte de seis personas de nacionalidad boliviana en el incendio de un taller textil generó movilizaciones en torno a las condiciones de trabajo en los talleres, lo cual parece haber intensificado un proceso paulatino de arribo de migrantes bolivianos a los lugares dedicados tradicionalmente a la protesta política en la capital argentina, la Plaza de Mayo en primer lugar. En otro orden, aunque complementariamente, resulta ilustrativo el cierre que en 2010 tuvo la Fiesta de la Virgen de Copacabana, que se celebra desde hace treinta y cinco años en el barrio Charrúa, en el Bajo Flores, y que esta vez consistió en un desfile en el que participaron unas diez mil personas, organizadas en decenas de "fraternidades" que, bajo el lema "Bolivia presente en el Bicentenario argentino", exhibieron sus danzas y músicas por las calles aledañas a la Plaza de Mayo, para culminar los festejos frente al Cabildo local.

Determinadas posiciones y relaciones en torno a los anteriores elementos facilitan los recorridos y desplazamientos por el espacio urbano, y con ello, la ampliación de un conocimiento y una vivencia de la ciudad que genera, a su vez, posibilidades de extender el horizonte de esos recorridos y desplazamientos. No se trata, sin embargo, de una oposición simple entre la experiencia de la ciudad demarcada, circunscripta y férreamente delimitada, por un lado, y la experiencia de la movilidad, del flujo que subvierte o desafía los límites y limitaciones en el espacio, por otro. Menos aún, de una separación sustancial entre quienes viven un tipo de experiencia y quienes viven el otro. Los desplazamientos y los flujos, en su dinámica, crean y recrean ellos mismos fronteras. Y las fronteras, en parte por esto, no son una sola y única que se extiende rígida y fija separando territorios.

Es por ello que los migrantes pueden toparse con fronteras en los mismos barrios que habitan, fronteras que pueden pasar inadvertidas para muchos, pero que resultan palpables y con efectos concretos para aquellos a quienes parecen estar destinadas. Como ha podido vislumbrarse en párrafos anteriores, la presencia policial puede operar de esta manera. La rememoración del tránsito por la ciudad, por sus calles y sus espacios abiertos, está salpicada usualmente de evocaciones sombrías, que reiteran esa presencia intimidatoria. Algunos migrantes recuerdan humillaciones directas, como las requisas sin razón en la vía pública, por ejemplo. Los chantajes en estas inspecciones son parte de una memoria compartida sobre la circulación posible por la ciudad. Los migrantes sintetizan el sentimiento común con frases contundentes: "veía a un policía y tenía miedo" (Víctor 2009), "veía un policía y tenía que dar toda la vuelta para evitar pasar por ese policía para que no me pida documentos" (Luis 2010). La presencia de la figura policial en el espacio urbano y su control sobre la circulación en la ciudad llevan a algunos migrantes a recordar explícitamente la figura de la gendarmería en el cruce fronterizo internacional y, por este camino, la idea misma de unas fronteras que, no siendo tan visibles como dicho cruce, son eficaces a su manera, atraviesan y recortan la ciudad, distribuyendo usos y apropiaciones adecuados e inadecuados.

Además, muchos migrantes tienen presente que la otra parte de la ciudad, aquella que en principio se les presenta distante, en ocasiones llega hasta ellos cerrada. Para ciertos fines, la otra ciudad está separada pero no lejana. A propósito de las dificultades para el esparcimiento, por ejemplo, esos migrantes ven que en las villas donde viven no tienen centros culturales, polideportivos o espacios para la recreación y hacen referencia a la existencia cercana de clubes de clase media a los que no pueden acceder por sus costos. Cuando la otra ciudad deja ver su faceta cercana, se muestra igualmente cerrada. Donde "las ciudades" se acercan vuelve a imponerse la metáfora (o la literalidad) de las "fronteras". Por lo demás, los protagonistas de este juego de flujos, barreras y encauzamientos no son sólo los migrantes que circulan por la ciudad. Personas, grupos e instituciones diversos, con sus propios objetivos y estrategias, participan en esta dinámica de cortes y flujos (Deleuze y Guattari 1974).

Las fronteras espaciales en la ciudad, como señalamos antes, están sustentadas por fronteras socioeconómicas, nacionales, étnicas y raciales. Unas y otras se retroalimentan y sostienen recíprocamente. Sobre el mapa de la ciudad que esas fronteras dibujan, con sectores relativamente ajenos y distantes entre sí, se extiende una red de flujos, desplazamientos e incursiones que desafían algunas fronteras consolidadas y, al mismo tiempo, recrean y refuerzan otras. En la forma que toman los flujos urbanos y en los efectos que tienen, en esa recreación de fronteras, las condiciones económicas muestran otra vez su carácter determinante en la definición de inclusiones y exclusiones (con los altos muros de los clubes deportivos, por ejemplo). Y el Estado, que activa su capacidad represiva en la presencia policial (que recuerda a la gendarmería), actualiza para los migrantes la posible denegación de ciudadanía. En la detención policial "por portación de rostro", en el rechazo de un permiso a usar instalaciones en una institución o en situaciones similares, el prejuicio étnico y la racialización se añaden a la desigualdad económica y se articulan con ésta y con la obstrucción de la ciudadanía.

Conclusiones

A partir del caso de los migrantes en Buenos Aires, hemos mostrado que el ordenamiento y uso de los espacios de la ciudad no pueden comprenderse de manera acabada con una aplicación simple de la lógica centro rico/periferia pobre ni tampoco de acuerdo con el esquema típico del gueto racial. La distribución diferencial de la apropiación del espacio urbano resulta del funcionamiento simultáneo de un mercado inmobiliario altamente desigual y de la estigmatización social que recae sobre los migrantes. Respecto de esto último, las representaciones sociales negativas que los asocian con la ilegalidad, la anomia o formas variadas de la "contaminación" son comunes a las que recaen sobre otros trabajadores pobres.

Históricamente, esa marcación negativa imbrica en Argentina clase, raza y etnia, en un doble proceso de racialización de las relaciones de clase y de enclasamiento de las relaciones raciales (i.e., racializadas). A ello se añade, para los inmigrantes en particular, un conjunto de estigmas que articulan estas categorías a la nacionalidad (y la extranjería) y a la definición de parámetros para la inclusión (y la exclusión). Por lo demás, el problema no se agota aquí sino que, como vimos, clase, raza, etnia y nacionalidad se intersecan con género, edad o generación, tiempo de residencia y procedencia urbana o rural, en el modo en que se define la distribución de los migrantes en la ciudad, así como sus posibles trayectos por ella y sus interacciones en ella. Por último, se agrega el carácter complejo de esta intersección entre dimensiones de la diferencia y la desigualdad, ya que las relaciones entre ellas suelen ser desfasadas, y su impacto en la ocupación y el uso del espacio urbano, variable y contextual. Si a veces algunas se complementan y potencian sus efectos reguladores, otras veces se tensionan entre sí, e incluso hay casos en que producen efectos "compensatorios", como cuando la sobrecarga de la jornada laboral de las mujeres que desarrollan trabajos de cuidado abre la puerta a recorridos novedosos y ensancha la ciudad y las redes sociales.

El arribo a estas conclusiones deriva de nuestro objetivo de caracterizar y comprender la experiencia social y urbana de los migrantes en Buenos Aires, el cual se vincula al otro desafío general que nos planteamos en este artículo, de corte metodológico, consistente en problematizar otra dicotomía común: la tendencia a privilegiar las posiciones de grupos y sectores en el espacio urbano ("la ciudad como mosaico") o la tendencia a privilegiar la dinámica y las movilidades ("la ciudad como flujo"). Propusimos superar esta oposición con un análisis simultáneo y combinado de posiciones y desplazamientos. Al mismo tiempo, fue necesario identificar las fronteras y los obstáculos colocados a estos recorridos y apropiaciones de la ciudad, y entender su funcionamiento. En síntesis, se trató de caracterizar las articulaciones entre posiciones y movilidades en la experiencia urbana de los migrantes.

Reconocer y caracterizar recorridos de los migrantes nos permitió apreciar cómo se ponía en movimiento el mapa de una ciudad que se nos había aparecido primeramente demarcada con límites fijos y circunscripciones más o menos claras. A su vez, el seguimiento de estos recorridos nos condujo a ver cómo los flujos crean y recrean fronteras y barreras. Estamos ante un juego móvil y conflictivo de desplazamientos y fronteras en el que se van reconfigurando tanto el paisaje de la ciudad como las vivencias de sus habitantes.

El análisis de la experiencia urbana de los migrantes en Buenos Aires no sólo evidencia la pluralidad de vivencias y de circuitos entre personas que habitan en una misma zona de la ciudad, y los ámbitos de la vida -trabajo, familia, participación política o religiosa- implicados en tal diversidad, sino que también llama la atención sobre los motivos que están en la base de los desplazamientos, y la centralidad que entre tales motivos tiene el dominio del aprovisionamiento (Hannerz 1986), no sólo en cuanto a la inserción en el mercado laboral sino también en lo relativo a recursos como la salud, la educación o la recreación. Los traslados residenciales, la migración y los movimientos en la ciudad aparecen, así, articulados y como parte de un proceso general de movilidad.

Advierte, asimismo, sobre la relevancia que tiene para estos desplazamientos el dominio de la membrecía, es decir, el proceso de considerarse a sí mismo o ser considerado por lo demás como parte de un cierto conjunto social: sociedad, comunidad, grupo. Las definiciones jurídicas de quién pertenece y quién no son fundamentales, pero también resultan cruciales las representaciones sociales que muchas veces conducen a interpretar tales definiciones con importantes márgenes de arbitrariedad. En este sentido, si la historia oficial argentina ha insistido por varios caminos en cristalizar las fantasías hegemónicas de una Argentina racialmente blanca (Briones 2005), una de las formas en que este mito se actualiza en Buenos Aires consiste en la regulación cotidiana del espacio, físico y social.

En la movilidad de los migrantes en la ciudad están en juego el aprovisionamiento y la definición de membrecías: "poder acceder a" y "ser parte de". Se trata de dos aspectos diferentes pero que operan juntos, como ha podido apreciarse, por ejemplo, al ver cómo las representaciones estigmatizantes toman cuerpo institucional en la Policía que recorre los barrios, en las dependencias públicas de salud, etcétera. Ambos fenómenos se tramitan conjuntamente. El caso de los migrantes bolivianos en Buenos Aires muestra cómo la distribución de recursos y la definición de pertenencias condicionan la movilidad urbana, y, a su vez, se ven afectadas por ella. La regulación de los espacios en la ciudad está, entonces, en el corazón de la regulación de las alteridades, del establecimiento de quién puede acceder o no a tales o cuales bienes o servicios, de quiénes están incluidos dónde. Las luchas abiertas y las presiones sutiles en el uso del espacio también pueden apuntar al corazón de la regulación de alteridades. En síntesis, la producción y reproducción de espacios van de la mano de la producción y reproducción de alteridades y de los modos de desafiarlas.


Comentarios

* Parte del trabajo de campo que dio origen a este artículo se desarrolló en el marco del Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT 2010 0504) "Circuitos migratorios transnacionales en el Cono Sur" (Investigador responsable: Sergio Caggiano), con apoyo de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT), a través del Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (FONCyT).

1 La comparación propuesta por Wacquant nos es útil como herramienta heurística. No desconocemos, sin embargo, que, en contraposición a Wacquant, investigadores como Lapeyronnie (2008) y Dubet (2011) sostienen que los suburbios pobres franceses se han "guetizado" y "etnizado" en las últimas décadas, por medio de un desplazamiento casi imperceptible de una definición puramente social de los suburbios a otra cultural y social.

2 Tanto Sennett (1997) como Elias (1998) identificaron en los casos analizados el deseo de pureza y el temor a la contaminación (Douglas 1973) como fuerzas que regulan la interacción social con los sectores segregados. La misma lógica identificó Carman (2011) en recientes desalojos de barrios populares en la ciudad de Buenos Aires, y fue trabajada por Caggiano (2007) para el caso de "los temores" ante la migración.

3 La "villa miseria" constituye una de las figuras clásicas del hábitat de los sectores populares de América Latina (Merklen 2005). Con más de cinco décadas de existencia en el paisaje de la ciudad, la mayoría de las villas de Buenos Aires se encuentran en el sur de la ciudad (Cravino 2006). A la vez, de manera relativamente independiente a la evolución material de las villas en Buenos Aires, "villa" y "villero" son categorías de interacción relevantes y cargan con sentidos diversos y contrastantes. Como señaló Auyero (2001), difícilmente una configuración urbana es depositaria de tantos sentidos y representaciones: ejemplo del fracaso del peronismo en los cincuenta, laboratorio para los sueños modernizadores en los sesenta, cuna de la revolución en los setenta, obstáculo para el progreso y germinadora de la subversión para la última dictadura militar, lugar de inmoralidad, crimen y ausencia de ley en las últimas décadas.

4 Los nombres de los entrevistados y de algunas organizaciones sociales han sido cambiados.

5 Diario Clarín (2010).


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Entrevistas

53. Domingo, 45 años. Procedente de La Paz, 2010.         [ Links ]

54. Luis, 41 años. Procedente de La Paz, 2010.         [ Links ]

55. Pilar, 40 años. Procedente de Cochabamba, 2010.         [ Links ]

56. Víctor, 36 años. Procedente de La Paz, 2009.         [ Links ]

Fecha de recepción: 22 de mayo de 2013 Fecha de aceptación: 26 de septiembre de 2013 Fecha de modificación: 09 de octubre de 2013