SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue50Amarres de la coyuntura política colombianaEducación superior y educación general: más allá del desafío de la productividad y la competitividad author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.50 Bogotá Sept./Dec. 2014

 

En Colombia todo es permitido, menos el populismo*

Daniel Pécaut**

** Sociólogo y filósofo, director de Estudios en L'École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Sus temas de investigación son: sociología política de America Latina, transformaciones sociales y situaciones de violencia, sociología de Colombia. Correo electrónico: Daniel.Pecaut@ehess.fr

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.04


En numerosos países de América Latina, el populismo desempeñó un papel fundacional. Lo que voy a sustentar en este artículo es que en Colombia pasó lo opuesto: es más bien el rechazo al populismo el que adquirió un significado fundacional. Como lo voy a considerar, todo está permitido, menos el populismo, esto desde hace muchas décadas. ¿Todo qué? El narcotráfico, la lucha armada, la corrupción, etcétera. Esto lo pueden soportar el sistema político y las élites económicas, precisamente, en la medida en la cual impiden cualquier brote de populismo, incluso, cuando pretenden sustituirlo.

En gran parte de América Latina, el populismo fue fundacional en relación con la incorporación de las masas populares al sistema político; fue fundacional también, en relación con el advenimiento de un Estado moderno capaz de regular la economía. Los dos anduvieron a la par.

En muchos casos, lo que expresa esta articulación, tanto de manera concreta como simbólica, es el conjunto de leyes sociales que se fue adoptando. De esta manera, en repetidas ocasiones se tejen vínculos entre el Estado y las organizaciones populares -los sindicatos en primer lugar-, que se van a mantener más allá del período durante el cual el populismo prevalece como imaginario político. El nacionalismo es un componente importante de esta relación.

Claro está que, de un país al otro, las modalidades cambian según las estructuras sociales antes prevalentes, y la coyuntura de la transformación. Para no citar sino los tres ejemplos más conocidos, en México, el cardenismo es una mezcla de reforma agraria, derechos sociales y nacionalismo; en Brasil, el getulismo1 empieza por una combinación de nacionalismo y corporativismo -las leyes sociales promulgadas en 1942­-, dando lugar a una forma de ciudadanía social no siempre acompañada de ciudadanía política. El imaginario populista no se impone sino con el segundo gobierno de Getúlio Vargas, entre 1950 y 1954; en Argentina, a partir de 1945, el peronismo apunta a conformar una mezcla de ciudadanía social y ciudadanía política.

En los tres casos mencionados, lo que asegura la fuerza del populismo es sobre todo su retórica, la cual remite a una división "amigo-enemigo" de tipo schmittiana, los sin-derechos frente a una oligarquía aliada con el imperialismo, el rechazo a la democracia liberal con sus bases individualistas. Se combina el reconocimiento del "pueblo", como sujeto político unificado, con el de la Nación como conjunto, más allá de las divisiones sociales, siendo primordial en los cambios el papel del Estado. Esas configuraciones populistas como creadoras de un imaginario muy poderoso se dan en una coyuntura económica internacional específica, la que sigue a la gran crisis de 1930 y de la posguerra.

Desde luego, no faltan componentes populistas en otras coyunturas, más que todo en períodos de incertidumbres políticas o sociales. En sus trabajos sobre "populismo", Ernesto Laclau lo ve como un fenómeno que puede acontecer en cualquier momento, y que convoca no sólo a los sectores populares sino a otros sectores muy disímiles. Ahora bien, lo que cuenta en esta visión es ante todo la visión schmittiana; estamos lejos de las configuraciones populistas como imaginarios fundadores.

En Colombia ha habido dos grandes movilizaciones populistas: la de Jorge Eliécer Gaitán, de lejos la más importante y la que marcó la memoria de muchos, y la de Gustavo Rojas Pinilla2 y la Alianza Nacional Popular (ANAPO). No menciono la "Revolución en Marcha" de Alfonso López Pumarejo, ya que, si bien López dio su apoyo a la incipientes organizaciones sindicales, y los débiles comunistas hablaron de un "Frente Popular", los cambios fueron más bien limitados, y no se acompañaron de leyes que implicaran derechos sociales -fuera de la discutida reforma agraria-, y los cambios se dieron por terminados en 1937. Considero que fue más bien el momento cuando se fortalecieron las dos identificaciones colectivas partidistas y, por otro lado, el modelo liberal de desarrollo, como los dos pilares que sustentaron la estabilidad del sistema y la imposibilidad del populismo. Lo que no impidió que ese gobierno quedara en la Vulgata histórica como el que transformó la condición de las clases populares.

Pasemos entonces a los dos episodios que he señalado como de auténtico populismo:

Si se compara el gaitanismo3 con el peronismo o el getulismo, saltan a la vista varias diferencias: a) Es un populismo de segunda generación que se opone a lo que queda de la "Revolución en Marcha"; b) El pueblo que sirve de referente a Gaitán es un pueblo "enfermo" que no puede tener voluntad propia -influencia del higienismo aprendido de Ferri-; c) Gaitán presenta el sindicalismo organizado como la "quinta rueda de la oligarquía", por ser influenciado por los comunistas, y por el lopismo, y contribuye a debilitarlo antes del 9 de abril de 1948; d) El componente nacionalista es de los más tímidos; e) Lo más importante es ante todo que el gaitanismo nunca rompió completamente con el Partido Liberal, y lo estuvo encabezando desde 1947. Es decir, que se trata de un populismo en extremo movilizador, pero en gran medida atrapado en las estructuras sociales y políticas vigentes. Habría que considerar si esto no fue un factor que, después del 9 de Abril, llevó a Colombia a cerrar la vía del populismo y abrirla a la violencia.

En cuanto a Rojas Pinilla, basta decir que al principio de su gobierno se mostró mucho más conservador que populista. Lo de Sendas no fue mayor cosa en comparación con la actuación de Eva Perón. Tomó la iniciativa de enfrentar las guerrillas comunistas según lo deseado por el Pentágono. Los brotes de populismo no surgieron sino al final, cuando, frente a la oposición de los dos partidos tradicionales, intentó vanamente conformar un tercer partido y una confederación sindical: es de anotar la influencia de exgaitanistas en la reorientación fracasada de Rojas Pinilla.

Lo que contribuyó más que todo a la construcción mítica de un Rojas Pinilla populista fue la manera como las mismas élites que lo habían llevado al poder lo derrocaron echándole la culpa de todo lo acontecido, e interrumpieron el proceso que le iniciaron cuando se dieron cuenta de que lo estaban transformando en mártir. No por casualidad, la ANAPO acogió todos los inconformes con el Frente Nacional (FN), ultraconservadores, lo mismo que revolucionarios. En este caso, la jerga populista en ningún momento consiguió echar las bases de una configuración populista, pero sí consiguió atizar el miedo al populismo. En estas circunstancias, el Frente Nacional se constituyó como una salida frente a la Violencia, pero al mismo tiempo, como un baluarte contra cualquier intento populista.

De lo que se trató, fue de evitar que pudieran llevarse a cabo movilizaciones sociales o políticas que consiguieran convocar al nivel nacional. Durante mucho tiempo, la lógica bipartidista logró encauzar las presiones sociales, con el factor complementario de que esta lógica favorecía la fragmentación de las redes clientelistas, y provocaba la proliferación de reclamos sueltos. Por sí sola, la fragmentación de las redes locales de poder obstaculizaba el surgimiento de una onda populista y contribuía, simultáneamente, a que los acontecimientos políticos no tuvieran un impacto sobre las orientaciones económicas.

De esta manera, el entorno político aseguraba la viabilidad del modelo liberal de desarrollo. A principios del Frente Nacional, este modelo remitía a tres elementos en cuestión: 1) La participación directa de las élites económicas del sector privado en las decisiones económicas; 2) Su participación también en el control de las clases populares (cf. el paternalismo antioqueño y el papel de la Federación Nacional de Cafeteros); 3) A bajar el nivel del gasto público y de las inversiones públicas, en comparación con el que prevalecía en países similares. Sin olvidar otro factor clave: el "civilismo", que deja a las Fuerzas Armadas (FF. AA.) la tarea del orden público, pero les prohíbe opinar sobre temas políticos; uno de los actores cuya intervención es a menudo decisiva en las coyunturas populistas quedó de está de esta manera fuera del juego.

No faltan los economistas que afirman que la imposibilidad de populismo ha sido una suerte para Colombia, favoreciendo un crecimiento sin altibajos, sin crisis de hiperinflación, sin década pérdida en los años 1980. Pueden seguramente tener razón en el plano puramente económico. Pero no es tan evidente en el plano social. La estabilidad del modelo liberal de desarrollo ha ido a la par con la estabilidad del nivel de desigualdad económica a lo largo de casi un siglo, siendo Colombia todavía el país más desigual. No es tampoco tan obvio en el plano político: la prevalencia de la fragmentación de redes clientelares, si bien obstaculiza cualquier imaginario nacional, y más todavía nacionalista, obstaculiza al mismo tiempo la conformación de una ciudadanía basada en la conciencia de derechos, al menos en muchas periferias del país.

Vuelvo a mi punto de partida. Lo que quedó realmente prohibido a partir del Frente Nacional fue el populismo. Por el contrario, ni el narcotráfico, y menos el conflicto armado, alcanzaron a ser percibidos como amenazas fuertes sobre el sistema. O mejor aún, para resumir: los fenómenos de violencia relacionados o no con el conflicto armado sirvieron más bien para preservar el statu quo social y político, siendo en unos casos un sustituto del populismo, pero al mismo tiempo siendo, ante todo, lo opuesto.

Tengo que subrayar que, al contrario de lo que se dice, durante el primer período del FN se dieron múltiples y, a veces, poderosos movimientos sociales, así como movimientos de oposición política. Basta citar los paros del Valle del Cauca en 1960-61, las amenazas de paro nacional, las invasiones de tierras de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y, en el plano político, la votación del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) -que le permitía al Partido Comunista Colombiano (PCC) hacer presencia en las elecciones-, y la de la ANAPO.

Las preguntas son: ¿Por qué todo esto se acabó a finales de los años setenta, siendo la última movilización masiva la del 14 de septiembre de 1977? ¿Por qué los candidatos de izquierda no alcanzaron a conseguir más del 4% de la votación? Considero que el narcotráfico desempeñó un papel al respecto, permitiendo al principio el surgimiento de grupos ilegales y políticos "emergentes", que contribuyeron, en ciudades como Medellín, a la proliferación de bandas juveniles que, según los momentos, simpatizaban con uno u otro sector ilegal, que benefició a los cultivadores e irrigó el conjunto de la economía. Fueron muchos los sectores que no tenían razones para preocuparse de la situación; basta recordar las innumerables tentativas de negociación con los narcos llevadas a cabo por los gobiernos.

Desde luego que el narcotráfico también implicó un terrorismo de una escala nunca antes conocida, el resquebrajamiento de muchas instituciones -empezando por la justicia- y la generalización de la corrupción en un país que había sido más bien poco corrupto. Sin embargo, durante un tiempo esto no preocupó demasiado a muchos sectores, no sólo por los beneficios que sacaban de la economía ilegal, sino por los empleos que ofrecían a una parte de la juventud y, ante todo, por la manera como esto ayudaba a neutralizar la protesta social, matando a líderes populares, en cooperación con paramilitares y miembros de la Fuerza Pública. De cierta manera, el narcotráfico actuó, y miembros de las FF. AA., como un sustituto del populismo, favorecieron una solidaridad interclasista, dibujando la figura del enemigo externo (cf. la extradición), pero en lugar de instaurar una regulación institucional, multiplicaba las regulaciones coyunturales de hecho.

Ahora bien, el conflicto armado propiamente dicho no tiene mucho que ver con un imaginario populista. Si bien lo tuvo a veces en el caso del Movimiento 19 de Abril (M-194), no sucedió lo mismo con otras organizaciones que nunca dejaron de tratar al populismo como una impostura. Sin embargo, es posible pensar que el proceso de radicalización que llevo a muchos jóvenes "al monte" tuvo que ver más bien con la imposibilidad del populismo. El único camino que les pareció que quedaba, era la lucha armada contra el régimen.

Mi tesis es que la lucha armada sirvió ante todo para posibilitar el statu quo social y político. No ignoro obviamente que hizo correr al sistema un riesgo considerable en los años noventa, cuando las guerrillas se expandieron sobre gran parte del territorio; no ignoro tampoco, ni los dramas personales ni la situación vivida en las regiones periféricas.

Sin embargo, impidió al mismo tiempo que la izquierda electoral pudiera sobrepasar los 3 o 4% de la votación, imposibilitando, al mismo tiempo, que se pudieran producir protestas sociales autónomas. Gran parte de las movilizaciones sociales fueron manipuladas o instrumentalizadas por las organizaciones armadas, o bien, cuando no lo eran, fueron tildadas de estarlo. No es preciso recordar la cantidad de líderes campesinos o sindicales asesinados. La ofensiva paramilitar, en auge a partir de 1997, así como los desplazamientos masivos, sirvieron para completar la neutralización de las protestas.

El éxito del uribismo tuvo que ver con el hecho de que se pareció a veces a un populismo, dirigiéndose a la población desorganizada (los "consejos comunitarios"), poniendo énfasis sobre la oposición "amigo-enemigo" (frente a la guerrilla), favoreciendo un novedoso sentimiento nacionalista (frente a Venezuela). Empujando, al mismo tiempo, la concentración de la riqueza y los poderes fácticos. Cuando digo que todo está permitido, menos el populismo, quiero subrayar que, mirado con cierta distancia, el conflicto armado sirvió más bien para mantener las estructuras sociales y políticas, o aun más, agudizar las desigualdades que las rigen.

Ahora bien, en un momento en que se vislumbra la posibilidad de un acuerdo en La Habana (Cuba) entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), gran parte de la opinión pública mantiene una actitud de escepticismo. Adivina que la paz significaría el despertar de muchas protestas sociales, dada la deuda social que tiene Colombia desde hace un siglo, y esto tendrá un costo muy superior al de la guerra. Pero no hay otro camino si se quiere la democratización de la sociedad.


Comentarios

* El texto es producto de una charla dictada en el primer semestre de 2014 en la Universidad de Antioquia, Medellín - Colombia.

1 Período en el cual Getúlio Dornelles Vargas (1930-1954) estuvo en el poder gubernamental de Brasil.

2 En 1953-1957 asumió la presidencia de la República de Colombia bajo una dictadura militar.

3 Movimiento político liderado por Jorge Eliécer Gaitán en Colombia en la primera mitad del siglo XX.

4 Movimiento guerrillero colombiano que surgió en 1970, tras el presunto fraude electoral de las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970.