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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.50 Bogotá Sept./Dec. 2014

 

Excelencia o pertinencia: para dónde van las ciencias sociales en la Universidad de los Andes

Mauricio Nieto*

* Doctor en Historia de la Ciencia por la University of London, Reino Unido. Vicedecano de Investigaciones y Posgrados de la Facultad de Ciencias Sociales, y profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Colombia. Líder del Grupo de investigación Historia y Sociología de la Ciencia (Categoría A en Colciencias). Correo electrónico: mnieto@uniandes.edu.co

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.17


La evaluación de la producción académica suele hacerse bajo parámetros cuantitativos que pretenden ser universales, en los que se contabiliza fundamentalmente el número de publicaciones de los investigadores. Así, la cantidad de productos impresos miden la calidad de un grupo de investigación o de toda una institución, y las carreras académicas individuales en instituciones académicas prestigiosas dependen, en gran medida, de estas cifras. Bajo estos criterios, la Universidad de los Andes ocupa posiciones destacadas frente a otras instituciones educativas del país, e incluso ocupa lugares notables en la región latinoamericana. A nivel mundial, según estas formas de medición, hechas a la medida de los grandes centros académicos norteamericanos, parecería que estamos muy lejos de las más poderosas instituciones de educación superior del Norte. No hay duda de que tenemos un largo camino por recorrer, pero es urgente trabajar en la definición de parámetros de evaluación de calidad académica en estrecha relación con nuestras propias metas y necesidades.

Menos evidente pero igualmente importante, es la pregunta sobre nuestro trabajo en términos de pertinencia. Pertinencia, como su sentido etimológico nos enseña, tiene que ver con pertenencia, con el lugar y el mundo de los cuales hacemos parte. Parece entonces sensato dejar de lado por un momento nuestra preocupación por la evaluación de la calidad de los productos académicos y su tradicionales referentes internacionales de índices de publicaciones seriadas (Thomson Reuters y Scopus), para reflexionar sobre el sentido de lo que hacemos desde la Universidad frente a las propias necesidades. Resulta benéfico que de vez en cuando retomemos preguntas con respuestas aparentemente obvias sobre el sentido de nuestro trabajo, más allá de la presencia o no de la producción académica en índices o rankings académicos internacionales.

Algunas de las más claras conclusiones de los actuales Estudios Sociales de la Ciencia nos pueden dar una mano frente a estas preguntas. Historiadores, sociólogos y filósofos del conocimiento de las últimas décadas han hecho evidente que el conocimiento, y si se quiere, la verdad, tienen una estrecha relación con los contextos históricos y culturales en que se producen. El conocimiento en todos los campos del saber, sin importar si se trata de ciencias “duras” o “blandas”, “básicas” o “aplicadas”, sobre la sociedad o sobre la naturaleza, ya sea producido en grandes centros o en las periferias del orden mundial, siempre se origina en un contexto y en un momento histórico específicos. Por este simple hecho, difícil de refutar, es posible afirmar que el lugar donde se produce el conocimiento es relevante. A menos que creamos en algún tipo de conocimiento eterno o divino, la afirmación es obvia: el conocimiento es un producto humano que se origina y circula en momentos y espacios concretos. Esta realidad tiene consecuencias que para algunos pueden parecer problemáticas: como producto humano, el conocimiento es inseparable de intereses, necesidades y prácticas relacionados con ámbitos políticos, económicos, ideológicos y culturales. En este orden de ideas, la “herejía” de politizar la ciencia no es en últimas un pecado tan serio; de hecho, la ciencia siempre ha sido un asunto político, estrechamente relacionado con la legitimación, la construcción o el cambio de las formas como se configuran los órdenes sociales y naturales.

Una segunda gran lección de los Estudios Sociales de la Ciencia es que el conocimiento es comunicación, y por ende, no existe conocimiento sin público. En la historia de las ciencias no existen genios ermitaños; por el contrario, los grandes aportes del conocimiento han sido siempre la labor de grandes comunicadores cuyas ideas consiguen amplia aceptación. Esto quiere decir que el conocimiento no es el producto de mentes aisladas, sino de prácticas colectivas, de acuerdos, de transacciones, y sólo existe conocimiento relevante en la medida en que quienes lo producen construyen complejas relaciones con la sociedad a la que pertenecen. La negación de esta realidad perpetúa una concepción idealizada e irreal del mundo académico y facilita su permanencia en círculos aislados.

Estas lecciones de la historia no son un ataque a la ciencia, no pueden conducir a la negación de su importancia y poder; tampoco deben alimentar la desesperación de no contar con una única forma de conocimiento universal, ni justifican la promulgación de tesis anarquistas como que en ciencia “todo vale” y todo da lo mismo; nos permiten, por el contrario, pensar sobre el conocimiento de forma más realista y entender mejor su relación con las sociedades que producen y consumen conocimientos.

El reconocimiento del carácter histórico, social y colectivo del conocimiento nos ofrece lecciones que vale la pena considerar a la hora de diseñar políticas, estímulos o estrategias de investigación: en primer lugar, no tiene ningún sentido que las agendas de investigación de un país o de una universidad pretendan operar de manera independiente, o de espaldas a comunidades académicas amplias y en el mundo contemporáneo, ciertamente internacionales, y no podemos dar la espalda a prácticas y reglas de juego de carácter global. Sin embargo, tampoco tiene sentido que dichas agendas sean una simple emulación de las prioridades propias de los intereses académicos de otras latitudes.

La definición de prioridades de investigación no es algo que se pueda crear por decreto; se construyen colectivamente, deben ser el resultado de la confluencia de actores e intereses, tanto académicos como económicos y políticos. Mientras más amplias y robustas sean las articulaciones entre disciplinas diversas, y las conexiones y las asociaciones del mundo académico con la sociedad en general, podremos tener una ciencia social más potente y pertinente.

La Facultad de Ciencias Sociales tiene claros vínculos con la comunidad internacional: buena parte de nuestros profesores se han formado en universidades extranjeras, pertenecen a redes internacionales, y varias de nuestras publicaciones circulan en espacios internacionales. No obstante, y con justa razón, los intereses y temas de trabajo son locales.

Como es predecible en una Facultad diversa, con departamentos de Antropología, Ciencia Política, Filosofía, Historia, Lenguajes y Estudios Culturales, y Psicología, y con cerca de un centenar de profesores formados en lugares y escuelas muy variados, los temas de investigación son igualmente numerosos. Un intento por responder la pregunta sobre cuáles deben ser los temas más relevantes de investigación, o mejor, cuáles son las prioridades de investigación de nuestros profesores, podría en una primera mirada remitirnos a un listado tan amplio de tópicos como del número de profesores. Sin embargo, si rompemos con los aislamientos de los proyectos, grupos y departamentos, es posible identificar preocupaciones comunes y reconocer campos e intereses que comparten profesores de distintas disciplinas. Es más, un recorrido por los más marcados intereses académicos de la Facultad parecen dibujar un mapa de los grandes desafíos de la Colombia contemporánea. Entre las áreas de trabajo notables podemos mencionar: 1) Diversas formas de abordar el conflicto y construcción de paz; 2) Política contemporánea, gobierno y democracia; 3) Formas de acción política desde la sociedad civil; 4) Naturaleza, espacio y sociedad; 5) Educación, salud y equidad; y 6) Colombia en la región latinoamericana y en el mundo. Estas áreas responden a los temas que se han venido trabajando de manera aislada en las distintas unidades de la Facultad, pero que tienen en común un marco de referencia frente a problemáticas locales contemporáneas. Muchos otros frentes legítimos de investigación existen y deben ser apoyados; pero es evidente que la Facultad tiene el potencial para convertirse en un gran centro de pensamiento, de reflexión y de formación de capital humano, con una evidente capacidad para hacer parte y contribuir de manera significativa en la construcción de una sociedad mejor.

Para que esto sea posible es necesario propiciar la mayor cantidad de conexiones, vasos comunicantes, alianzas y debates entre disciplinas y paradigmas distintos. La interacción entre el Gobierno y la academia, o entre la empresa privada y la Universidad, ha sido escasa, y las carreras profesionales de los profesores universitarios ocurren en el marco de ámbitos académicos más bien estrechos. Esto se explica, en parte, porque los estímulos internos y externos van en otra dirección, y también, por una larga tradición cultural en países como el nuestro, que mantiene una brecha notable entre el mundo académico profesional y el mundo de la empresa o de lo público.

El aislamiento académico no es, como algunos pueden defender, garante de neutralidad, y tampoco, una fortaleza epistemológica; es más bien una debilidad tanto científica como política. La reclusión en torres de marfil es una situación indeseable e insostenible, que, de hecho, está mostrando vigorosas señales de cambio. Lo anterior no quiere decir que se pongan en riesgo la independencia intelectual y el carácter crítico própio del trabajo académico. A diferencia de otras áreas del conocimiento más instrumentales, las ciencias sociales tienen una larga tradición de pensamiento crítico, y desde la formación de estudiantes en el pregrado hasta la investigación del más alto nivel, la Facultad debe incentivar la consolidación de puntos de vista propios, independientes y reflexivos. Por lo mismo, la búsqueda de conexiones más robustas con la sociedad no supone que estemos abandonando o que debamos dejar de lado la formación o la reflexión teórica; tampoco supone detrimento de calidad ni el abandono de la excelencia, y mucho menos, desconocer que un motor clave para la investigación está en la curiosidad científica y el amor por el conocimiento. Las grandes teorías de autores clásicos y los marcos teóricos importados son un componente esencial de la reflexión académica, pero muchas veces pueden ser insuficientes o limitados a la hora de abordar problemas locales. La investigación social es mucho más que la recopilación de datos, y nuestros objetos de estudio y nuestras perspectivas particulares pueden ser una fortaleza teórica y una oportunidad de innovación conceptual. Un ejemplo de esto es la agenda de investigación del Departamento de Filosofía, muy distinta a la de hace veinte años, de profesores de historia de la filosofía clásica; hoy encontramos un grupo de filósofos profesionales, volcados a pensar problemas locales y contemporáneos. Este cambio no está relacionado con un menor rigor disciplinar, ni con un retorno al provincialismo; parece más bien una señal de madurez. No es una coincidencia que las publicaciones de los profesores de Filosofía no sólo sean más frecuentes, sino de mayor visibilidad internacional. Historias similares podrían observarse en otras disciplinas; nuestra producción académica, preocupada por asuntos locales, gana presencia internacional.

El país enfrenta hoy cambios históricos notables que requieren una profunda comprensión de las realidades sociales, culturales, demográficas, económicas y geográficas de Colombia y sus regiones. Esto mismo se ha afirmado en el pasado, y posiblemente se seguirá diciendo en el futuro, pero es innegable que los diálogos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que se adelantan hoy en La Habana, y la posibilidad de una nueva fase en la historia del conflicto armado -del que se busca su culminación-, nos confrontan con retos mayores, y no simplemente para los estudiosos de la guerra; para quienes trabajan con víctimas; y en temas de negociación o justicia transicional. El sueño de un nuevo país sin conflicto armado supone mucho más que un acuerdo entre dos bandos. Nos lleva a temas mayores -algunos viejos, otros nuevos-, que deben permitir entender con mayor transparencia las causas del conflicto, construir una nueva democracia, poner en marcha nuevas formas de gobernabilidad, la búsqueda de equidad, el real reconocimiento de la diversidad y la riqueza cultural, y todo esto dentro de la inevitable inserción del país en un nuevo orden global.

La preocupación de la Facultad de Ciencias Sociales por los problemas nacionales, sobra recordar, no es nueva, pero su impacto por fuera de los ámbitos académicos no es fácil de evaluar. La formación de profesionales, más recientemente de investigadores de alto nivel, el creciente número de publicaciones, y en general la producción de conocimiento, han sido, sin duda, contribuciones significativas, pero éste parece ser un buen momento para repensar estrategias y buscar mayor incidencia en la transformación de la sociedad.

El Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales (CESO) se creó en el año 2000, con la finalidad de articular y administrar las investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales, tal y como se enunció entonces, para gestionar y financiar proyectos de investigación, con el fin de proyectar la Facultad hacia la sociedad mediante el estudio y tratamiento de los problemas sociales mas acuciantes del país. Desde entonces, la actividad investigativa y los posgrados crecieron rápidamente. Hoy, la Facultad cuenta con treinta y ocho grupos avalados por Colciencias, más de sesenta proyectos activos, diez programas de maestría y cinco de doctorado. A los proyectos de investigación de la planta de profesores se debe sumar un número amplio de tesis de maestría y doctorado que estudian en su gran mayoría asuntos locales.

En 2014, la Facultad está mejor preparada para enfrentar las necesidades de la Colombia contemporánea. Los distintos departamentos de la Facultad cuentan con programas de pregrado para la formación de profesionales con bases sólidas en los distintos frentes de las ciencias sociales. Los más de noventa profesores de la Facultad, junto con los más de trescientos estudiantes de posgrado de los distintos departamentos, constituyen un capital humano invaluable para enfrentar estos retos. Los objetivos de la Facultad, sin embargo, no se pueden limitar a la investigación y producción de conocimiento. Por su naturaleza universitaria, éste debe contribuir a la formación de nuevos profesionales en las ciencias sociales al nivel de pregrado, a nuevos proyectos de investigación en los programas de posgrado, e igualmente procurar la difusión y circulación adecuadas de sus productos. De esta manera, la Facultad debe centrar sus esfuerzos en tres frentes:

1) Formación: como parte de la Universidad de los Andes, la Facultad tiene una vocación docente, y nuestra tarea primordial está en la formación de un nuevo capital humano, tanto en los programas regulares de pregrado y posgrado como en el ofrecimiento de capacitación para públicos no universitarios.

2) Investigación y consultoría: la Universidad debe apoyar con sus propios recursos proyectos de investigación, pero aun más relevante es la gestión permanente de recursos externos públicos y privados de fuentes nacionales e internacionales. Esta tarea es importante, no porque sea una fuente de ingresos, sino más bien porque implica una mayor articulación de la Facultad con las demandas de la sociedad, principalmente del Estado. Como hemos insistido, además de continuar con su tradicional vocación de reflexión académica, teórica y empírica, la Facultad de Ciencias Sociales debe incentivar la interacción con entidades gubernamentales frente a políticas públicas, planes de gobierno, y en general, con las necesidades del país; debe incrementar sus alianzas con empresas privadas; ampliar y afianzar las redes y las relaciones con entidades regionales, nacionales e internacionales.

3) Difusión e impacto: los investigadores de la Facultad deben procurar difundir los resultados de las investigaciones a través de las publicaciones científicas internas y externas a la Universidad, proponiendo reflexiones y enfoques teóricos nuevos desde sus disciplinas. Así mismo, conocemos la necesidad de proponer ejercicios de construcción conjunta de conocimiento con actores no vinculados a la academia; por ello, gran parte de los proyectos implican la realización de foros, mesas de trabajo, talleres, y una amplia divulgación en diversos medios de comunicación.

Todo lo anterior nos permite confiar en que en un futuro cercano, la Facultad podrá consolidar un centro de investigación en Ciencias Sociales más robusto y mejor articulado con los desafíos de la sociedad colombiana, cuyos productos de investigación o consultoría sean más visibles, pertinentes y referentes para la conformación de una opinión pública más informada y reflexiva, al igual que para la implementación de programas de gobierno y políticas públicas y privadas.