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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.51 Bogotá ene./mar. 2015

 

Slavoj y Boris Gunjevic. 2013. El dolor de Dios. Inversiones del apocalipsis. Madrid: Ediciones Akal [249 pp.].

Dario Ghilarducci*

* Estudiante del doctorado en Ciencia Política de la Universidad de los Andes (Colombia). Correo electrónico: d.ghilarducci10@uniandes.edu.co

DOI:http://dx.doi.org/10.7440/res51.2015.20


De vez en cuando, se repite con insistencia entre los intelectuales de izquierda la necesidad de reabrir el antiguo y nunca acabado debate marxista sobre estructura y superestructura, sin poder encontrar algún tipo de acuerdo que permita, de una vez por todas, sanar la profunda herida que ha dividido a numerosos revolucionarios -y supuestos tales- por casi dos siglos. Tomar partido en el debate significa también asumir una posición frente a cómo se deberían guiar las revoluciones, y, en última instancia, decidir si para hacerlas son más importantes los obreros y campesinos, los intelectuales orgánicos, los cuadros de partido o las vanguardias artísticas y literarias, entre otros.

En El dolor de Dios Zizek y Gunjevic dan muestra de una gran honestidad intelectual, situándose implícita y automáticamente en el más alto nivel de la superestructura por excelencia, investigando los misterios divinos en su supuesta relación con los movimientos y prácticas revolucionarios. Sin duda alguna, la contemporaneidad permite ejercicios de estilo y experimentos de hibridación intelectual y política que se afirman más por su excentricidad que por proponer algo novedoso.

Los autores muestran su profunda erudición, así como su atención a las vicisitudes humanas, moviéndose entre citas literarias, películas de Hollywood y textos sagrados, pasando por teóricos políticos y sociales, ritmos hip hop y Padres de la Iglesia. Pero, evidentemente, quedan en los márgenes sobreelevados de aquellas multitudes a las que en algún momento pretenden disciplinar con las virtudes sagradas del supuesto ascetismo revolucionario, del cual ellos se sienten portadores, a pesar de seguir reproduciendo categorías antiguas y obsoletas.

El texto parece carecer de una estructura clara, siendo organizado más como un patchwork, cuyas piezas sólo pueden encajar en una composición que responde al gusto más o menos refinado de sus autores. Desde el título de la obra en adelante, es evidente la voluntad de provocar y atraer al lector con expresiones y construcciones ampulosas, sin todavía alcanzar el objetivo propuesto y corriendo el riesgo de alejar a los escépticos y aburrir a los expertos.

Intentar una síntesis entre laico y sagrado, entre revolución y doctrinas sociales y comunitarias de las creencias religiosas, es un esfuerzo laudable y digno pero para nada nuevo, y que responde a la necesidad de investigar la tensión entre racionalidad y fe. Pero si la idea es formular propuestas políticas y trazar caminos revolucionarios, sería por lo menos necesario intentar mezclarse con aquellas multitudes a las que se pretende guiar, sin la pretensión de formular doctrinas casi esotéricas al alcance de unos pocos elegidos, que por la complicación misma de su formulación implican aquel acto de fe que Zizek denomina la necesidad de "creer en la creencia". Por lo tanto, las "inversiones del apocalipsis" propuestas parecen muy poco útiles para estructurar una estrategia política revolucionaria, y tampoco tienen relevancia en el diálogo interreligioso o entre creyentes y laicos.

Los dos capítulos sobre el islam parecen responder más a una necesidad periodístico-editorial para cubrir la noticia del momento, que a una voluntad de establecer algún tipo de diálogo intelectual y sincero que permita ir más allá de los lugares comunes sobre la poética del Corán o el papel de la mujer en las comunidades musulmanas originarias. De hecho, Gunjevic, como buen teólogo católico, precisará más adelante su simpatía por la corriente inglesa de la Ortodoxia Radical, que, entre otras cosas, "se muestra extremadamente escéptica frente al diálogo ecuménico" (p. 180), permitiendo así imaginar cuál puede ser la distancia entre dicha postura teológica y el mundo no cristiano.

Tanto desde una perspectiva política como teológica, las formulaciones de los autores parecen antiguas frente a las posiciones de la Teología de la Liberación, que desaparece por completo de sus consideraciones, sin merecer ni siquiera una cita a pie de página a lo largo del texto. De todas formas, a pesar de no ir mucho más allá de la máxima de Nicolás de Cusa según la cual Dios es coincidentia oppositorum, vale la pena leer el texto por el gusto de apreciar la prosa poética de dos intelectuales, y porque, como afirmaba Hamlet, "There are more things in heaven and earth, Horatio, Than are dreamt of in your philosophy". Pero, sobre todo, merece ser leído porque, como escribe Gunjevic, "algún día, cuando escribamos una genealogía de nuestros fracasos, [...] los libros no leídos [...] ocuparán un lugar importante" (p. 114).