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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.52 Bogotá abr./jun. 2015

https://doi.org/10.7440/res52.2015.14 

Uribe versus Santos: del enfrentamiento personal a la diferenciación ideológica

Luis Javier Orjuela E.*

* Doctor en Ciencia Política por la Florida International University, Miami, (Estados Unidos). Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes (Colombia). Correo electrónico: l.orjuela@uniandes.edu.co

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res52.2015.14


Introducción

Hay un hecho político que se ha presentado reiteradamente a lo largo de los últimos cinco años y que no ha dejado de inquietarme: el constante enfrentamiento entre el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente álvaro Uribe. Y me inquieta por la manera superficial como los medios masivos de comunicación lo han presentado a la opinión pública: como si fuera un mero enfrentamiento personal entre los susodichos personajes, debido a diferencias de estilo de gobierno y, en especial, a que Santos habría traicionado el legado que le habría dejado Uribe: la conducción del uribismo, pero, sobre todo la seguridad, supuestamente democrática, la confianza inversionista y la cohesión social. Por ello, lo que quiero argumentar en estas páginas es que este enfrentamiento, al parecer personal, es la expresión de algo más profundo: las diferencias ideológicas entre ellos.

En los últimos años ha hecho carrera la tesis de la muerte de las ideologías (Bell 1964; Fukuyama 1992), pero, lejos de desaparecer, ellas no sólo se mantienen sino que se revitalizan, como en el caso del liberalismo y el neoconservadurismo, o surgen con fuerza como en los casos del ambientalismo, el feminismo y el nacionalismo. Que las ideologías no han muerto, es en particular cierto si se consideran el giro a la izquierda de América Latina o el movimiento pendular de los regímenes europeos que han alternado la izquierda y la derecha, en tiempos como los actuales, caracterizados por profundas crisis económicas y de legitimidad política y por la agudización de la protesta y la movilización social. Todo ello ha vuelto a poner sobre la mesa de discusión temas tales como la relación entre el Estado y el mercado y entre la eficiencia y la redistribución, así como el carácter, composición y orientación de nuevos actores políticos.

Colombia no ha sido ajena a esta agitación ideológica, a juzgar por la ya mencionada pugnacidad entre el mandatario anterior y el actual, el tinte socialdemócrata (en versión Tercera Vía) que este último ha intentado darle a su gobierno y el surgimiento de un movimiento político de derecha radical, liderado por Uribe y llamado "Centro Democrático". Estos hechos, lejos de ser meras noticias de coyuntura, son la expresión de una revitalización y redefinición de las ideologías políticas en el país.

Un poco de historia a propósito de la Socialdemocracia y su transformación en Tercera Vía

Para saber que es la Tercera Vía, hay que remontarse en la historia. La Tercera Vía es el punto de llegada, y decadencia, de un proceso que comenzó a mediados del siglo XIX en Europa, cuando los partidos socialistas y socialdemócratas estaban en pleno auge. Uno de los principios del socialismo ha sido el internacionalismo, entendido como un movimiento tendiente a la organización mundial de la clase obrera, y de sus expresiones sindicales y partidistas. La Primera Organización Internacional del movimiento obrero surgió en Londres, en 1864, y a ella se deben la conquista del derecho al voto para los trabajadores y el haber abierto el camino para las luchas por una legislación laboral progresista y racional, que incluyera el salario mínimo, la jornada máxima de trabajo, la prohibición del trabajo infantil, y los derechos de huelga y sindicalización, entre otros.

La Segunda Internacional o "Internacional Socialista" se fundó en París en 1899 y duró hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. La Segunda Internacional es conocida por sus grandes disputas y divisiones internas, generadas por la cuestión del cambio social y la emancipación de la clase obrera. Como sostiene Kolakowski (1985), para la época de la Segunda Internacional, la teoría marxista ya se perfilaba como una sólida corriente de pensamiento, pero aún no había sido objeto de rígidas codificaciones o de excluyentes dogmatismos, lo cual permitía el pluralismo ideológico y la diversidad de posiciones sobre las cuestiones teóricas y políticas del socialismo.

El ambiente de la discusión política de esa época, es ilustrado por Kolakowski de la siguiente manera:

    El socialismo podía considerarse también como "algo naturalmente inevitable" o como una posibilidad dentro de la tendencia histórica de la economía capitalista. La lucha en pos de la reforma podía considerarse como algo valioso en sí o meramente como una preparación para la revolución venidera. Era posible defender el exclusivismo político de los partidos socialistas o admitir, con más o menos libertad, la legitimidad de las alianzas de varios tipos con movimientos no socialistas. La revolución podía considerarse como una guerra civil o como el resultado de la presión no violenta de la mayoría. Era posible defender o que el movimiento socialista era un sistema general y autocontenido que proporcionaba respuesta a toda cuestión filosófica importante o que la crítica filosófica podía alcanzar libremente al pensamiento premarxista o marxista en relación a cuestiones con respecto a las cuales el marxismo no se había definido. Todas esta diferencias fueron de gran importancia en la definición de los objetivos y la política de los partidos socialistas [...] Constantemente se enfrentaban a situaciones que la doctrina de Marx no había previsto, lo cual les obligaba a sacar conclusiones particulares de los principios del maestro, sin estar siempre de acuerdo en la forma de hacerlo. (Kolakowski 1985, 13-14)

Como ya lo presagiaba el título del famoso ensayo de Rosa Luxemburgo "Reforma o Revolución". La Segunda Internacional se dividió en dos tendencias: los partidarios de la reforma del sistema capitalista, para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores mediante la participación en las elecciones y la acción parlamentaria, y los partidarios de la abolición de dicho sistema, mediante la revolución. Esta última fracción organizó en la Tercera Internacional, la cual fue llamada Internacional Comunista, para acentuar su carácter de izquierda radical y revolucionaria (Lenin, entre otros), frente a la izquierda moderada, constituida por los socialistas partidarios del parlamentarismo (Bernstein y Kautsky, entre otros). Finalmente, la Primera Guerra Mundial contribuyó a disolver la Segunda Internacional y agudizar la anterior división con la cuestión de cuál debía ser el papel del movimiento socialista frente a dicha guerra: si apoyar a las burguesías nacionales de los distintos bandos o marginarse de la crucial confrontación armada al considerar que ella no debería ser asunto político del movimiento obrero.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la Segunda Internacional se refundó en Fráncfort, en 1951, con el nombre de "Internacional Socialista", como una organización mundial de partidos socialdemócratas. Aunque la organización seguía profesando una ideología progresista, más bien un liberalismo social, ya se encontraba lejos del izquierdismo de la Segunda Internacional. De hecho, el SPD, el partido Socialdemócrata Alemán, uno de sus más insignes miembros, renunció a la ideología marxista, en el llamado programa de Bad Godesberg, de 1959. A la Internacional Socialista se debe el impulso a la economía social de mercado y al Estado de Bienestar, después de la Segunda Guerra Mundial, y una significativa elevación del nivel de vida de la clase obrera europea.

El liberalismo colombiano y la socialdemocracia

Un dato interesante para la historia política colombiana, es que el presidente Alfonso López Michelsen, buscando legitimar el liberalismo, fortalecer su ideología y darle un carácter más pluralista, inició, en 1982, un proceso que llevaría al Partido Liberal Colombiano a ser aceptado como miembro formal de la Internacional Socialista, en junio de 1999. López Michelsen hizo dicha propuesta durante su campaña presidencial, en una de cuyas intervenciones públicas afirmó que "el Partido Liberal será socialista o no será" (Verano 2003, 248). Luego, Horacio Serpa Uribe fue elegido vicepresidente de la Internacional Socialista, en noviembre de 2004.

Pero el Partido Liberal Colombiano llega tarde a la asociación internacional de partidos socialdemócratas, cuando éstos ya están en su etapa de decadencia, debido, entre otros factores, a la hegemonía mundial del neoliberalismo y su política de reducción del papel del Estado de Bienestar, la cual se expresa en la desregulación de la economía, la disminución de la función redistributiva del Estado y la exigencia de la flexibilización del mercado de trabajo. Todo ello afecta a la clase obrera y sus conquistas, ya centenarias, expresadas en las legislaciones laborales del mundo de postguerra. Así, pues, la relación entre el Estado y el mercado, y entre la eficiencia y la redistribución, ha sido uno de los temas de debate ideológico más importes desde los años ochenta del siglo XX.

Precisamente, la búsqueda de un equilibrio entre el Estado y el mercado ha sido el núcleo de la "Tercera Vía". Esta ideología surgió en Europa como una respuesta a la crisis del socialismo y a las limitaciones que la hegemonía del neoliberalismo impuso a la Socialdemocracia. Su autor, Anthony Giddens (2000 y 2001), uno de los sociólogos contemporáneos más importantes de la actualidad y asesor del exprimer ministro británico Tony Blair, concibe la Tercera Vía como una amalgama de capitalismo, conservadurismo, ecologismo y socialismo, es decir, de izquierda y de derecha. Al respecto, afirma el autor que el capitalismo

    Es un sistema competitivo de mercado en el que los bienes y la mano de obra son mercancías. Si su fuerza opositora, el socialismo, ha quedado desarmada ¿debe dominar un sistema capitalista sin contestación? No creo. Los mercados capitalistas incontrolados siguen teniendo muchas de las consecuencias perniciosas que señaló Marx, incluyendo el predominio de una ética de crecimiento, una mercantilización universal y una polarización económica. La crítica de estas tendencias sigue siendo, probablemente, tan importante como siempre, pero ahora no puede derivar de un modelo cibernético de capitalismo. Al "otro lado" del capitalismo vemos la posible aparición de un orden post-escasez, definido de forma muy especial. Analizar los perfiles de un orden posterior a la escasez significa prestar tanta atención a la influencia combinada del conservadurismo filosófico y el pensamiento ecologista como al socialismo. La crítica del capitalismo, al menos como la desarrollo en este libro, sigue centrándose en la opresión económica y la pobreza, pero desde una perspectiva distinta a la del pensamiento socialista. (Giddens 2001, 21. énfasis añadido)

Así que, en la práctica, la Tercera Vía plantea una hibridación entre el libre mercado y la intervención del Estado, de tal manera que se podría reducir a la fórmula "tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario".

En América Latina, la Tercera Vía fue impulsada por dos académicos: el mexicano Jorge Castañeda y el brasileño Roberto Mangabeira Unger. Ya desde su obra La utopía desarmada, Castañeda había hablado de la necesidad de que los regímenes latinoamericanos exploraran una vía intermedia entre el Estado y el mercado. Con ese propósito, los dos intelectuales lograron reunir en Buenos Aires, en 1998, una serie de políticos latinoamericanos de diversas tendencias del espectro político-ideológico, y de allí surgió el llamado "Consenso de Buenos Aires", que se expresó, en primer lugar, en la necesidad de encontrar una alternativa al neoliberalismo y el desarrollismo latinoamericanos; en segundo lugar, en el papel de complementariedad de las ideologías políticas: "la tarea del centro es darle expresión transformadora a la inconformidad de la clase media y defender la generalización de la meritocracia en la vida social. Por su parte, la misión de la izquierda consiste en confrontar la desigualdad al combatir el dualismo, mediante la profundización de la democracia" (Modonesi 2000). Y en tercer lugar, en el rechazo a los excesos del neoliberalismo, y la simultánea defensa de una economía social.

Giddens reconoce que su propuesta ha tenido un "tibio recibimiento" por parte de la mayoría de los partidos socialdemócratas de Europa (2000, 37). Y los de América Latina no han sido la excepción. Incluso el PT de Brasil, que es tildado por la izquierda radical como de orientación moderada y socialdemócrata, criticó la Tercera Vía, al considerarla "la cosmética del neoliberalismo", pues es "una postura conformista y conservadora que parte de la falsa premisa de que ya no es posible impulsar políticas de crecimiento con inclusión social y pleno empleo [...] Las izquierdas, inclusive sectores de la socialdemocracia, hoy denuncian y rechazan estas tesis. En Brasil, donde la exclusión social fue y es la regla, la Tercera Vía aparece con su cara más grotesca" (Modonesi 2000).

El segundo gobierno de Santos: un intento simbólico de diferenciación ideológica

El 1 de julio de 2014, sólo dos semanas después de haber sido reelegido, el presidente Santos organizó en Cartagena un foro sobre la "Tercera Vía", al cual asistieron expresidentes como Bill Clinton, de Estados Unidos; Tony Blair, del Reino Unido; Felipe González, de España; Fernando Enrique Cardoso, de Brasil, y Ricardo Lagos, de Chile. Lo que tienen en común estos expresidentes, es su posición ideológica de centro izquierda, o izquierda moderada, que hoy se ha dado en llamar Tercera Vía. Aunque dicha reunión no haya pasado de declaraciones más bien generales y gaseosas sobre el desarrollo y de apoyo al proceso de paz que actualmente adelanta el presidente Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), lo cierto es que dicha reunión tiene un importante significado simbólico.

Santos, desde antes de su posesión para su primer período presidencial, anunció a la opinión pública que su gobierno tendría una orientación de "Tercera Vía". Ello no es raro, si se tiene en cuenta que en 1999, Santos, con la colaboración del entonces primer ministro británico Tony Blair (laborista), publicó un libro titulado La Tercera Vía: una alternativa para Colombia. Allí, el mandatario hacía eco a la preocupación de López Michelsen por la pérdida de ideología del Partido Liberal, al afirmar que

    Al liberalismo colombiano le llega como anillo al dedo la nueva versión de la Tercera Vía. Las difíciles condiciones por las que atraviesa el país no son ajenas al Partido Liberal, que ha estado a cargo de su manejo durante la mayor parte del siglo. La revisión de su ideología y el relevo de sus estructuras y jerarquías son condiciones necesarias si aspira a presentar al país opciones que compitan favorablemente con las que ofrezca su tradicional contendor, el Partido Conservador, o las que propongan aquellos que consideren a los partidos tradicionales como cosa del pasado. La tesis de la nueva Tercera Vía puede ser una formidable fuente de inspiración para el rediseño del Partido Liberal. (Santos 1999, 17)

Y recordaba Santos que, desde su fundación, dicho partido se había caracterizado por la existencia de una vertiente socialista (Santos 1999, 18). En efecto, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, dicha vertiente había sido acaudillada por Rafael Uribe Uribe, quien reconocía esa influencia cuando, en su famosa conferencia del Teatro Municipal de Bogotá en 1904, dijo:

    Todo hispanoamericano ha sido víctima de publicistas europeos como Smith, Say, Pastiat, Stuart Mill, Spencer, Leroy y Bealieu y demás predicadores del librecambio absoluto y de las célebres máximas del laissez fair, laissez passer, un mínimum de gobierno y un máximum de libertad. Mientras en el nuevo Continente hemos venido aplicando hace tres cuartos de siglo esas lucubraciones especialmente en lo económico, los países de esos escritores, Francia la primera, se han complacido en no escucharlos y en practicar todo lo contrario. De este modo, esas doctrinas han sido allá, casi en un todo, literatura para exportación, que los americanos hemos pagado a doble costo el precio de los flamantes libros y la apertura de nuestros mercados a los productos europeos [. . .] haciéndonos adoptar una línea de conducta que ellos se cuidan bien de no seguir. (Uribe Uribe 1974 [1904], 17)

Así que Uribe Uribe proponía abandonar las ideas decimonónicas del "librecambismo" para abrazar las concepciones del intervencionismo y de la función social del Estado, a lo cual llamaba "socialismo de Estado". El político de izquierda liberal, al responder los ataques de un periódico de la época que lo tildó de socialista del Estado, dijo:

    En vez de rechazar acepto la imputación de socialista de Estado y la reivindicaré en adelante como un título. No soy partidario del socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital, denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con lamentable frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el socialismo de arriba para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado. (Uribe Uribe 1974 [1904], 17)

Pero un abismo ideológico se abre entre el Uribe socializante de comienzos del siglo XX y el Uribe derechizante de la primera década del siglo XXI. Es en este contexto que Juan Manuel Santos, en su segundo mandato presidencial, elegido por un electorado no uribista, tiene el suficiente margen de maniobra para distanciarse y diferenciarse ideológicamente del actual Uribe, pues, aun como versión moderada de la Socialdemocracia, la Tercera Vía se opone al conservadurismo puro. Esto es bueno tenerlo claro porque el nuevo movimiento uribista se ha autodenominado "puro centro democrático", pero dista mucho de serlo. Más bien, la Socialdemocracia sería el centro izquierda, y la Tercera Vía, el centro, pues, al fin y al cabo, esta última, aun como versión atenuada de la primera, propugna una política social y una redistribución de los recursos que promuevan una sociedad más equitativa. Y algo de eso, así sea difuso, hay en las políticas que ha desarrollado el gobierno de Santos, en relación con la superación de la pobreza extrema, la reparación a las víctimas del conflicto armado y la restitución de tierras a los desplazados, entre otras. Ello contrasta con la política agraria del anterior gobierno, que terminó entregando a los grandes empresarios agrícolas las tierras y el crédito subsidiado, destinado a los pequeños campesinos. Así pues, Santos nunca fue "conservador puro", y menos aún uribista, y su diversa orientación ideológica explica el conflicto con su antecesor.

La derecha también se organiza

En relación con el nuevo movimiento de derecha radical organizado por el expresidente álvaro Uribe, es necesario decir que, al menos en principio, un nuevo e ideologizado conservadurismo sería saludable en Colombia, pues el tradicional, desdibujado y desideologizado Partido Conservador ha dejado de canalizar —desde hace mucho tiempo— las preocupaciones y los intereses de este polo del espectro ideológico. Además, en las últimas décadas, el país ha experimentado altos índices de violencia, un agudo deterioro del orden público y un profundo desarraigo social, producido no sólo por la violencia misma, sino también por una modernización acelerada, en conjunción con la difusión de la ética del dinero fácil, propia de la criminalidad de "cuello blanco", del narcotráfico y de otras formas ilegales e informales de organización social, todo lo cual ha llevado a que diversos sectores de opinión reclamen el retorno de los valores que expresen la tradición y el orden. Y hubo mucho de la defensa de los valores de la sociedad agraria tradicional durante el gobierno de Uribe. No es de extrañar, pues, que un movimiento político personalista y caudillista como el uribismo, que ya no se sentía representado por Juan Manuel Santos y el Partido de la U, terminara, finalmente, buscando la posibilidad de convertirse en un partido que llene el vacío dejado por la falta de representación y defensa de los valores de derecha. Considero que la existencia de una ideología claramente conservadora, organizada e institucionalizada, que actúe dentro de los parámetros del Estado de Derecho, sería deseable, puesto que ello contribuiría a aclimatar la paz, al restarles espacio a la llamada "guerra sucia" y a la "combinación de todas la formas de lucha", que ha sido una táctica utilizada tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda.

Sin embargo, varios factores asociados a ese movimiento en ciernes dejan poco margen para el optimismo. En primer lugar, el carácter carismático y mesiánico del gobierno y del liderazgo político de Uribe, que lo conducen a un menosprecio del Estado de Derecho. Según un artículo de La Silla Vacía, Uribe ha sostenido en 103 pronunciamientos públicos que el Estado de Opinión es la fase superior del Estado de Derecho. En uno de esos pronunciamientos, Uribe se pregunta:

    ¿Por qué mi interés en la opinión pública? Porque finalmente en este Estado, donde se vive esa etapa superior del Estado de Derecho que es el Estado de opinión, lo único sostenible es aquello que tiene recibo en la conciencia y en el corazón de la ciudadanía [...] En los Estados de opinión —y yo creo que la característica más importante del Estado colombiano es que es un Estado de opinión— el control más importante es el de la opinión. (lasillavacia 2009)

Estas palabras de Uribe expresan una concepción plebiscitaria de la democracia, donde el gobernante y la ciudadanía estarían por encima de la Constitución y las leyes, y los asuntos de la vida colectiva se definen, en la práctica, por medio de referendos y encuestas de opinión. Pero el Estado de Derecho, que obedece al principio de legalidad, es una conquista de la modernidad para racionalizar el uso del poder y poner coto a la arbitrariedad, ya sea individual o colectiva, en la toma de las decisiones comunes. Por eso, la Corte Constitucional declaró inexequible la ley que convocaba a un referendo para que la ciudadanía se pronunciara sobre la segunda reelección del entonces presidente Uribe. Consideró la Corte que esa segunda reelección presidencial no reformaba la Constitución, sino que la sustituía.

En segundo lugar, la constante descalificación, por parte de Uribe, del proceso de paz con las FARC, y su intento de desdibujar el carácter político de dicho grupo, con el propósito de asimilarlo a la simple condición de terrorista y deslegitimarlo como interlocutor válido. Al respecto, ha sostenido Uribe que

    Muchas guerrillas de América Latina vivieron de donaciones otorgadas por fundaciones llenas de ideales democráticos en Europa Occidental. Esos grupos en Colombia se alimentan del secuestro, del narcotráfico, de la destrucción ecológica, de la destrucción de nuevas generaciones. Por eso son terroristas [...] La profundización de la democracia en Colombia nos da la autoridad moral para no permitir el uso de la fuerza contra el Estado, para descalificar cualquier legitimidad de estos grupos y su caracterización como grupos terroristas. (Uribe Vélez 2007, 9. énfasis añadido)

Si bien es cierto que las FARC han contribuido a su propia deslegitimación con actos como los mencionados por Uribe, éstos forman parte de la complejidad de un conflicto armado, donde confluyen múltiples violencias y relaciones entre la criminalidad política, la criminalidad común y la precariedad del Estado. Pero aun así, si el país quiere lograr, algún día, una paz negociada y una democracia plena, las deliberadas descalificaciones de Uribe al carácter político de los actores armados de izquierda simplifican el problema y no contribuyen al logro de ese propósito nacional, sino a echarle más leña al fuego.

En tercer lugar, el hecho de que varios de los altos funcionarios del gobierno de Uribe se encuentran hoy sub júdice, condenados o huyendo de la justicia, y que, mediante artilugios, algunos miembros de la bancada uribista pretendieran sacarlos de dicha condición utilizando la malograda reforma constitucional de la justicia. Y en cuarto lugar, el oportunismo propio de un régimen político clientelista, que desvirtúa cualquier esfuerzo por introducir en la política elementos ideológicos serios. En relación con este último aspecto, vale la pena citar lo que Uribe piensa sobre las ideologías, en abierta contradicción con el carácter ideológico de su propio movimiento político:

    La visión que caracteriza a los gobiernos como de izquierda y derecha, es una perspectiva simplista que produce un ambiente político polarizante. Ha desatado emociones y sensibilidades irreconciliables, que no son consecuentes con las acciones que se llevan al interior de los gobiernos y que amenazan la unidad de nuestros países [...] Es una categorización simplista porque el problema es mucho más hondo que los linderos que se suelen trazar al sustentar esa aparente división. Es una visión obsoleta, porque sus fundamentos fueron válidos para la época de las dictaduras militares, no lo son en las condiciones democráticas actuales. (Uribe Vélez 2007, 3)

Por el contrario, una vibrante vida democrática requiere la distinción entre izquierda y derecha, pues tal distinción, lejos de ser inútil, expresa el carácter agonal de la política. En efecto, Bobbio afirma: "que en un universo como el político, constituido eminentemente por relaciones de antagonismo entre partes contrapuestas [...], la manera más natural, simple e incluso común, de representarlos sea una díada o una dicotomía, no debe sorprendernos" (Bobbio 1995, 92). La función de la díada izquierda y derecha es "la de dar un nombre a la persistente, y persistente por esencial, composición dicotómica del universo político. El nombre puede cambiar. La estructura esencial y originariamente dicotómica del universo político permanece" (Bobbio 1995, 94). Dimensiones de la actividad política como el progreso, el cambio o la emancipación están asociadas con la izquierda, y la conservación del statu quo, con la derecha. Para Bobbio, la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha radica en la "contraposición entre la visión horizontal o igualitaria de la sociedad y la visión vertical o no igualitaria" (Bobbio 1995, 131) y "la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad" (Bobbio 1995, 135). Así pues, ideológicamente hablando, Uribe debería buscar un nuevo nombre para su movimiento, pues éste no tiene nada de centro y menos de democrático, y sí mucho de derecha.

Conclusión

En síntesis, nos encontramos hoy frente a una sociedad más diferenciada y pluralista que en el pasado y frente a una coyuntura favorable al fortalecimiento de las ideologías políticas. A ello no hay que temerle, pues la ideología es un sistema de ideas, creencias, valores y símbolos de carácter moral, político, económico y social, que proporcionan identidad a los actores organizados, sentido y orientación a su acción política, y permiten la elaboración de propuestas de construcción, conservación o transformación del orden social. Ojalá sepamos aprovechar dicha coyuntura, pues ella es una oportunidad para la paz.

Pero para lograr dicho objetivo, es necesario que ambos esfuerzos ideológicos sean más claros y consecuentes. En lo que a Santos se refiere, éste enfrenta dos contradicciones político-ideológicas. La primera se refiere a la relación entre su adhesión a la Tercera Vía, que, como ya dijimos, lo compromete con una clara política social, y su concepción del desarrollo socioeconómico del país, el cual contradice dicho objetivo, pues el plan de desarrollo de Santos se basa en la minería a gran escala, considerada "la locomotora" de la política económica de su gobierno, lo cual tiene grandes efectos regresivos y negativos sobre la equidad social y el medioambiente. Si bien la decisión de basar el desarrollo económico en la industria extractiva venía ya desde el gobierno de Uribe, Santos sigue comprometido con dicha actividad, que genera poco valor agregado, como lo sostiene en el Plan de Desarrollo de su segundo mandato (DNP 2014, 175). La segunda contradicción se expresa entre su compromiso con una política de paz y de negociación del conflicto armado, y su política de desarrollo rural, la cual va en contravía de lo acordado con las FARC en el primer punto de los acuerdos de La Habana, pues el Plan de Desarrollo favorece la concentración de la tierra y establece la "reserva de baldíos" en favor de la agroindustria a gran escala, lo cual es contrario a dicho acuerdo y a las leyes 160 de 1994 y 1448 de 2011, que establecen la redistribución de la propiedad agraria y la adjudicación de las tierras baldías del Estado en favor de la población campesina menos favorecida.

Con respecto a Uribe y su movimiento, se requiere una actitud menos pugnaz y descalificadora frente a los adversarios políticos, pues si bien es cierto que Carl Schmitt define la política como la más intensa oposición entre amigo y enemigo, también es cierto que considera que el enemigo político es

    Simplemente el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo. Enemigo no, pues, cualquier competidor o adversario. Tampoco es el adversario privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía. (Schmitt 2014, 59-61)

Además, el Centro Democrático requiere un mayor respeto al Estado de Derecho por parte de sus seguidores, e ideas conservadoras más serias y profundas, que estén a la altura de los retos que enfrenta el país.


Referencias

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3. Fukuyama, Francis.1992. El fin de la historia y el último hombre. Bogotá: Planeta.         [ Links ]

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