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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.53 Bogotá jul./set. 2015

https://doi.org/10.7440/res53.2015.07 

Nuevas subjetividades y proyecto de vida: jóvenes universitarios de la VII región del Maule, Chile*

Verónica Gómez Urrutia**, Paulina Royo Urrizola***

** D.Phil en Sociología por la University of Sussex (Reino Unido). Académica de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de Chile, e investigadora asociada al Centro de Estudios y Gestión Social del Maule de la misma casa de estudios. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Negotiating Gender: Family and Legislation in Chile. Australian Feminist Studies 29, nº 82 (2014): 465-479, y Modelos de ciudadanía: discursos sobre roles femeninos en la legislación chilena. Convergencia –Revista de Ciencias Sociales 21, nº 66 (2014): 229-253. Correo electrónico: gomezver@gmail.com

*** Magíster en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile). Académica del Instituto de Estudios Humanísticos Juan Ignacio Molina, Universidad de Talca (Chile). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Construyendo espacios de diálogo: una propuesta de enseñanza de la bioética (en coautoría con Verónica Gómez). Acta de Bioethica 21, nº 1 (2015): 9-18, y Aprendizaje de la bioética: reconocimiento y diálogo (en coautoría con Verónica Gómez). Revista Chilena de Tecnología Médica 33, nº 2 (2013): 1808-1816. Correo electrónico: proyo@utalca.cl

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res53.2015.07


RESUMEN

El artículo examina la constitución de subjetividades juveniles en relación con dos aspectos clave para la formación de la identidad personal y la construcción de un proyecto de vida que se tenga razones para valorar: la familia y el trabajo. Basándose en una encuesta a estudiantes universitarios (N=524) de la región del Maule (Chile), se exploran algunos de los cambios más notables en los imaginarios juveniles referidos a proyectos familiares y su relación con el trabajo remunerado. Concluimos que, a partir de la diversificación de las formas familiares y la desestructuración de la organización de trabajo remunerado, los jóvenes, tanto hombres como mujeres, están redefiniendo el lugar del trabajo y la familia en sus proyectos vitales, cuestionando también los roles de género tradicionales.

PALABRAS CLAVE

Juventud, proyecto de vida, familia, trabajo remunerado.


New Subjectivities and Life Projects: University Students from the Maule Region, Chile

ABSTRACT

This article examines the constitution of subjectivities in young people, focusing on two key aspects in the formation of personal identity and in the construction of an individual's life project: family and work. Based on a survey of university students (N=524) from the Maule region (Chile), it explores some of the most notable changes in young people's representations of family projects and their relation to paid work. This led us to conclude that due to diversification in the form of the family and destructuring in the organization of paid work, young people, both male and female, are redefining the workplace and the family in their vital projects, and questioning traditional gender roles as well.

KEY WORDS

Youth, life project, family, paid work.


Novas subjetividades e projeto de vida: jovens universitários da VII região do Maule, Chile

RESUMO

Este artigo examina a constituição de subjetividades juvenis a respeito de dois aspectos-chave para a formação da identidade pessoal e da construção de um projeto de vida que se tenha razões para valorizar: a família e o trabalho. Baseando-se numa enquete a estudantes universitários (N=524) da região do Maule (Chile), exploram-se algumas das mudanças mais notáveis nos imaginários juvenis referentes a projetos familiares e sua relação com o trabalho remunerado. Concluímos que, a partir da diversificação das formas familiares e da desestruturação da organização de trabalho remunerado, os jovens, tanto homens quanto mulheres, estão redefinindo o lugar do trabalho e da família em seus projetos vitais, questionando também os papéis de gênero tradicionais.

PALAVRAS-CHAVE

Juventude, projeto de vida, família, trabalho remunerado.


Introducción

Es casi un lugar común señalar que la juventud puede ser caracterizada como un período de transición y búsqueda: es en esta etapa de la vida (que comprendería el período entre los 15 y los 29 años) donde se va construyendo la identidad personal y se toman caminos que impactarán en lo que se desea ser y hacer en la vida adulta. Por una parte, se completa la educación formal, y, para quienes pueden acceder a la educación superior, han de tomarse opciones respecto del futuro profesional; aparece la necesidad (o la posibilidad) de insertarse en el mundo del trabajo, y se inicia el proceso de establecerse con una pareja y enfrentar decisiones en el plano de formar (o no) una familia propia, junto a otras deliberaciones propias de esta edad.

Entendiendo la juventud como una construcción social, en el pasado reciente -y en cierta medida aún hoy- la independencia económica mediante el trabajo remunerado y el establecimiento de una pareja con proyecciones de largo plazo, así como la expectativa de hijos, marcaban el paso de la juventud a la edad adulta. El trabajo solía ser un hito particularmente relevante para los varones, mientras que la formación de una familia propia lo era para las mujeres (Lozano 2003; PNUD 2010). Desde esta perspectiva, como señala Lozano (2003), la juventud no es un conjunto universal de rasgos claramente definidos, sino que expresa las especificidades histórico-culturales de un grupo social determinado.

En concordancia con este supuesto, este artículo explora la constitución de subjetividades juveniles en relación con dos aspectos clave para la formación de la identidad personal y la construcción de un proyecto de vida: la familia y el trabajo remunerado. El foco de nuestro análisis está puesto en estudiantes universitarios de la Región del Maule (Chile). Este grupo, como se explica más adelante, es de interés por dos razones principales: en primer lugar, porque constituye un segmento emergente de la sociedad chilena, donde posiblemente se reflejen mejor las tensiones y contradicciones entre los modos establecidos de operar en el mundo, y lo que los jóvenes elaboran como sus proyectos personales. En segundo lugar, porque un elemento clave del cambio social en Chile se ha dado por la vía de la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, que se produce con mucho mayor énfasis en el grupo de mujeres con educación superior (Ministerio de Desarrollo Social 2011).

Desde el punto de vista teórico, este artículo se basa en las premisas de la teoría de la individualización, que sugiere que -a partir de la pérdida de referentes sociales como la religión, la tradición y los grandes sistemas de sentido- las personas deben (re)construir su propia biografía a partir de opciones múltiples presentadas por la sociedad. Es un proceso ambivalente, que presenta tanto oportunidades como incertezas, dado que se trata de opciones inéditas en términos históricos, cuyos resultados son difíciles de prever. Metodológicamente, este estudio se basa en una encuesta -constituida por escalas tipo Likert e ítems dicotómicos- a estudiantes de cuarto año de las veintiuna carreras impartidas en una universidad pública chilena (N=524), que representaban el 73% de los inscritos en el nivel.

El trabajo está organizado en tres apartados: en el primero ofrecemos un resumen de los principales cambios sociodemográficos que han constituido el trasfondo de la experiencia del grupo en el cual se centra este análisis. Luego, examinamos la relación entre este contexto social y la mirada de los jóvenes sobre la familia, a la luz de los resultados de una encuesta aplicada en mayo de 2014, para luego examinar el lugar del trabajo en los proyectos de vida de nuestros encuestados. Finalmente ofrecemos algunas conclusiones, que sintetizan nuestras observaciones a partir de los datos analizados.

Los cambios y las nuevas subjetividades: individualización, familia y trabajo

A partir de los años ochenta, las familias chilenas han experimentado numerosos cambios, tras lo que se considera la "época dorada" del matrimonio tradicional en Chile, esto es, la predominancia de lo que Valdés (2004) llama la familia moderno-industrial, caracterizada por la formalización legal de los lazos familiares (matrimonio, filiación) y la división sexual del trabajo, con varones proveedores y mujeres encargadas del cuidado del hogar y de los hijos. Tras este período, que fue principalmente desde la década de 1940 hasta fines de los setenta, se verifica la diversificación de formas familiares. Si bien el matrimonio como institución no ha perdido vigencia -de acuerdo con una encuesta nacional efectuada en 2010, sólo un 21% la consideraba una institución "pasada de moda", según el Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (ICSO 2010)-, en 2013 sólo un 56% de la población lo definió como un compromiso para toda la vida (UC-Adimark 2013). Otras formas de hacer familia, como la convivencia, están ganando terreno, particularmente entre los más jóvenes, ya sea como un ensayo antes del matrimonio, pero también en reemplazo de éste (ICSO 2010). En una vertiente similar, el retraso en la edad del matrimonio, tanto para hombres como para mujeres, así como la disociación entre la maternidad/paternidad y el matrimonio, señalizan cambios llamativos en la forma en que se está configurando la familia y su lugar dentro del proyecto de vida de las nuevas generaciones. Según cifras del Registro Civil chileno, en 2013más de un 70% de los nacimientos se dio en el contexto de parejas no casadas, aunque en su mayoría se trataba de uniones estables, las cuales sólo han sido reconocidas en el orden jurídico chileno a partir de enero de 2015. Esto no es un fenómeno aislado, ya que cambios similares se han verificado en toda América Latina y, en general, en los países no industrializados (Juárez y Gayet 2014; Rico y Maldonado 2011).

Más allá de los cambios demográficos, en un contexto de modernización económica (si bien no necesariamente social) relativamente rápida, sumado al proceso de globalización, no es de extrañar que haya cambiado la manera en que se piensa la familia. Tal como lo conciben Beck (1997 y 2003) y Lechner (2007), la modernización ha significado una diferenciación y autorregulación social crecientes, que se dan en conjunto con el aumento de los márgenes para la elección individual producidos por la pérdida de importancia de referentes biográficos tradicionales, incluidos el modo de producción capitalista (Sennett 2003) y el cuestionamiento, si bien no la desaparición, de criterios adscriptivos como el género, la etnia o la clase social. Ello sería parte del proceso de individualización, que se concibe en la teoría contemporánea como "una trama de definiciones en la intersección entre el espacio íntimo y el social" (González 2008, 29), en la cual cada persona debe definir por sí misma las elecciones, los valores y las relaciones que componen su proyecto de vida. Como observa Zabludovsky (2013), como resultado, los seres humanos obedecen cada vez más a sus propios dictados, aumentan sus ámbitos de deliberación, y se multiplica el número de opciones de vida abiertas (aunque no necesariamente posibles, en la práctica, para todos los individuos). La elección se convierte entonces en un imperativo no exento de temores y contradicciones, pues se trata de opciones que muchas veces son inéditas en el contexto histórico y generacional. Revilla (2003) señala que la modernidad permite nuevas y enormes posibilidades de ser en la nueva sociedad, que se encuentra en transformación permanente. Pero a la vez, esto conlleva el riesgo de romper referentes ya conocidos, con los beneficios y limitaciones que éstos pudieran tener.

En este marco, y desde una vertiente teórica complementaria, cobra relevancia el concepto de agencia humana propuesto por Amartya Sen (2000), que apunta a la necesidad de que los sujetos construyan e intenten implementar un proyecto de vida basado en valores y preferencias personales.1Como observa Quintanilla (2014), este enfoque supone atribuir a los individuos la capacidad de llevar a cabo acciones intencionales orientadas a plasmar sus aspiraciones en función de una visión de futuro concreta. Estas nuevas subjetividades, construidas a partir del proceso de individualización, se manifiestan en ámbitos como la familia y el trabajo remunerado, que han experimentado cambios sustantivos. En este último aspecto, autores como Sennett (2003) y Cárdenas y Link y Stillerman (2012) argumentan que las transformaciones en el mundo del trabajo -tanto en las sociedades post industrializadas como en las economías emergentes, como las de América Latina- tienen como uno de sus ejes fundamentales la diferenciación y flexibilización de las condiciones de trabajo. Ello ha alterado las formas históricas de contratación, protección, acción e identidad de los trabajadores, aumentando los grados de incertidumbre (y también precarización) que los individuos deben enfrentar. Esta tendencia global afecta también a los jóvenes latinoamericanos (OIT 2013), ya que éstos suelen ser un grupo cuya entrada al mercado laboral resulta más compleja. Así, el concepto de agencia cobra particular urgencia, ya que debe (re)inventarse tanto la vida laboral como la familiar. Retomaremos la cuestión del trabajo remunerado más adelante.

En el ámbito de la familia, el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2002 ya documentaba cambios en la constitución de las subjetividades en el país, incluidos los roles de género y las relaciones más cercanas en la vida cotidiana: familia, trabajo, amigos. En dicho informe se describe cómo, para un 44% de los jóvenes entre 18 y 24 años, casarse y tener hijos es una opción de vida entre otras posibles, mientras que para un 43% es parte del ciclo natural de la vida, y sólo un 11% basa la importancia de esta decisión en la tradición o las leyes. Desde esta perspectiva, la idea de opción de vida releva la importancia que tiene para este grupo etario el concepto de proyecto de vida, definido como una construcción de la función reflexiva del yo, que tiene como objetivo organizar la experiencia futura en función de los imaginarios, opciones valóricas y condiciones del presente y del pasado. Coincidimos con González (2008) en que en este ámbito, una condición para cumplir con el estatus emancipatorio de la modernidad, es que el individuo debe responder ante sí y ante los demás por sus definiciones, sus procesos de construcción, reconstitución, reconstrucción, y elaboraciones de ajustes de un plan de vida que lo contiene y lo justifica. Y uno de los aspectos centrales del proyecto de vida, es la búsqueda de la felicidad o de la realización personal.

En ese escenario, la familia -como referente para el proyecto de vida y para la propia felicidad- sigue siendo muy significativa. La VII Encuesta Nacional de la Juventud,2realizada en 2012, muestra que para los jóvenes las tres condiciones más importantes para ser feliz son, en este orden: "Tener un trabajo o profesión que me guste" (32%), "Construir una familia o una buena relación de pareja" (27%) y "Desarrollarme como persona" (16%). Como cabría esperar, la familia y la relación de pareja se hacen progresivamente más relevantes dentro de las tres primeras menciones, a medida que se avanza en el grupo etario.3 Por género, las diferencias son aún más marcadas: a nivel nacional, la primera prioridad para los varones sigue siendo el trabajo (34%), y luego la familia (25%), mientras que para las mujeres, trabajo y familia son mencionados como primera prioridad en proporciones casi iguales: 30,4% para trabajo y 30% para familia, con diferencias estadísticamente significativas por sexo (X2= 42115,49, p-value < 0,05).

Con estos datos como telón de fondo, cabría preguntarse por la constitución de nuevas subjetividades en un grupo específico de la población: los jóvenes universitarios. Este grupo interesa por dos razones particulares: por una parte, debido al efecto cohorte (Portrait, Alessie y Deeg 2002),4 ya que se trata de la generación que, habiendo nacido en la década de los noventa, creció en una sociedad que ya se estaba cuestionando el orden de género tradicional -una preocupación que entró en la agenda pública tras la recuperación de la democracia institucional en Chile (1989)-, y que fue testigo de fenómenos como el aumento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, que pasó de 31% en 1990 a 43% en 2011, y del progresivo aumento de las jefaturas de hogar femeninas, que aumentaron de un 20% a un 39% en el mismo período (Ministerio de Desarrollo Social 2011). Desde el punto de vista de las posibilidades de movilidad social, esta generación también ha tenido oportunidades de acceder a la educación superior significativamente mayores que sus padres, como consecuencia de la expansión de la oferta de educación terciaria ocurrida en Chile a partir de 1981. Como observa Aravena (2009), las personas jóvenes se encuentran más expuestas y abiertas a los cambios societales, por lo cual este segmento es una "ventana" privilegiada para observar las tendencias normativas de cada sociedad y las tensiones que no han podido ser resueltas. De allí, el interés investigativo de preguntarnos por los factores que losjóvenes consideran clave a la hora de pensar en el rol que tienen la familia (o pareja), el trabajo y el desarrollo personal en la construcción de la subjetividad.

Jóvenes, familia y proyecto de vida

La necesidad de examinar posibles cambios en los procesos de individualización de los jóvenes se vincula con la expectativa de situar la pregunta por las metas personales en el centro de aquello que ellos estiman como crucial de alcanzar en la vida. Cuando se habla de realizaciones personales, bienestar subjetivo, calidad de vida, satisfacción vital o bienestar, se entiende que son parte de una terminología "que se relaciona con la felicidad, y que pretenden adquirir un status ontológico a través de la clarificación del concepto y de su capacidad para ser medido" (Cuadra y Florenzano 2003, 86). Cabe precisar que -en el decir de Cuadra y Florenzano (2003)- cuando hablamos de felicidad nos referimos a un concepto que engloba el bienestar subjetivo y la satisfacción vital.

Partiendo de estas definiciones, en la encuesta se preguntó a los jóvenes su opinión sobre temas de familia y trabajo y su vinculación con las posibilidades de realización personal. Varios de estos ítems fueron replicados de encuestas ya validadas a nivel nacional -como las del PNUD y las de Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), que ya hemos mencionado-, con el objetivo de poder establecer relaciones entre las muestras nacionales y la utilizada por este trabajo. En este grupo, la edad promedio fue de 21,5 años (DT 1,56). Un 47% de la muestra eran varones, y un 53%, mujeres. En general, los estudiantes que acceden a la Universidad de Talca, donde se realizó la investigación, pertenecen a familias de ingresos medios-bajos, y habitualmente, más del 70% son la primera generación que accede a la educación superior. Para el caso de nuestra muestra, 76% reportó pertenecer al 60% de menores ingresos de la población chilena,5 y en un 27% de los casos, al menos uno de los progenitores había completado la educación superior.6 En general, los estudiantes reportaron niveles de felicidad altos (M=4,07 y DT=0,7, en una escala Likert de 5 puntos), sin que se verificaran diferencias estadísticamente significativas por sexo o grupo de ingreso. Sin embargo, al preguntárseles por los factores considerados importantes para el logro de la felicidad, sí se registraron diferencias según sexo (ver la tabla 1).

A la luz de estos datos, cabe preguntarse por las percepciones que tienen los jóvenes sobre familia, pareja y trabajo, y la importancia relativa de estos factores en el proyecto personal. La evidencia disponible para Chile sugiere que hombres y mujeres jóvenes están modificando sus expectativas en estas materias; particularmente, en lo que refiere a la relación entre los géneros y la maternidad/paternidad (Aguayo, Correa y Cristi 2011; Sernam 2012). Este cambio es especialmente perceptible en las mujeres, quienes cuestionan el orden de género tradicional que las coloca como principales, si no únicas, responsables del trabajo doméstico y del cuidado de dependientes (infantes, adultos mayores, personas con enfermedades crónicas o discapacidad) (UC-Adimark 2013). Pero también hay datos que sugieren un cambio notable en los varones, quienes reclaman un papel más protagónico en la crianza de los hijos y, particularmente, en la esfera emocional, aunque ello no lleve aparejada una mayor participación masculina en actividades relacionadas con el cuidado cotidiano de infantes, tales como lavar ropa, cuidar de niños enfermos o cocinar para ellos (Aguayo, Correa y Cristi 2011; Sernam 2012; Valdés 2009). En este sentido, una primera constatación es que la familia sigue siendo esencial. A nivel normativo, un 65% de los jóvenes de nuestra muestra estuvo de acuerdo o muy de acuerdo7 con la afirmación "La familia debiera ser lo más importante en la vida de las personas", sin que se encontraran diferencias estadísticamente significativas por sexo.

En este escenario, la encuesta aplicada indagó sobre el lugar de la pareja en las expectativas de realización personal (ver la tabla 2).

Los datos muestran que, para la gran mayoría de los jóvenes encuestados, la pareja permanente no es un elemento esencial para la realización personal; sin embargo, esta relación parece más pronunciada en el caso de las jóvenes, quienes en un 66% declararon estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con la afirmación, frente a un 43% de los varones. Esta tendencia es concordante con los datos levantados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de 2010 para el tramo etario de los 18 a los 24 años (PNUD 2010),8 en cuanto a la diferencia entre hombres y mujeres. La percepción cambia al tratar de tener descendencia, como se muestra en la tabla 3.

Como puede observarse, los hijos son una parte notable del imaginario de realización personal, tanto para hombres como para mujeres. La centralidad que tienen los hijos, tanto a nivel de percepciones como de proyectos, es consistente con otras investigaciones en esta materia, que indican que un elemento central en la definición de la idea de familia entre los jóvenes es la presencia de hijos, y no necesariamente la presencia de ambos padres (la pareja) o la formalización legal (Herrera 2006, 46). Sin embargo, aunque no se encontraron diferencias significativas por sexo, sólo un 27,5% de los hombres y un 22% de las mujeres estuvieron de acuerdo o muy de acuerdo con la idea de que los hijos son esenciales para la realización personal, lo cual muestra una percepción matizada. Estos datos también nos permiten apreciar que existe una tendencia diferenciadora entre las aspiraciones que tienen los jóvenes respecto de imágenes de familia, que, en el caso de ellos, pareciera acercarse más a un modelo tradicional: pareja e hijos.

Esta divergencia puede plantear dificultades a la hora de conciliar proyectos individuales y de vida en pareja. La elaboración del proyecto de vida está en estrecha relación con la definición de la identidad personal que surge de la multiplicidad de opciones de vida que enfrentan estos jóvenes, y que implica relativizar la importancia que tenía el modo tradicional de hacer familia como fuente de satisfacción personal y, en último término, como parte de los idearios de realización personal. Este aspecto sugiere la necesidad de negociar el lugar de los proyectos individuales en la relación de pareja. La tabla 4 muestra datos en este sentido.

Los datos muestran que un 45,5% de las mujeres se sitúan en el extremo negativo de la escala (En desacuerdo o Muy en desacuerdo), frente al 24% de los varones; en el extremo positivo de la escala (Muy de acuerdo o De acuerdo) se sitúan 12,5% de las mujeres y 30,5% de los hombres. Ello sugiere una afirmación del proyecto personal frente al de vida en pareja, cuyo énfasis es distinto para hombres y mujeres jóvenes. Al menos a nivel de lo declarado como expectativas, el proyecto personal de las jóvenes parece haber adquirido preeminencia frente a la idea (tradicional) que indica que las mujeres deben estar o están dispuestas a subordinar sus planes propios a los de su pareja, cuando hay un compromiso establecido. En este marco, es posible afirmar que el proceso de individualización -aspecto sustantivo en la elaboración del proyecto de vida- "[...] lleva impreso consigo el diseñar la propia biografía, acompañado de los nuevos compromisos, redes de relaciones y las preferencias para enfrentar la vida como experiencias envueltas en riesgos personales" (Leiva 2012). Ello refuerza la necesidad de negociación y la búsqueda de acuerdos para la reconstitución del proyecto de vida que se hadecidido compartir a largo plazo, así como las incertezas que supone explorar nuevas avenidas de constitución de pareja.

En este escenario, las herencias de la tradición pueden ser de escasa utilidad. En esta línea, se repite la misma diferencia pareja/hijos verificada en las tablas 2 y 3 (en términos de relativización) frente al lugar de los hijos vs. proyecto profesional (ver la tabla 5).

Para nuestra muestra, la mayoría de los jóvenes (57,6% de los varones y 48% de las mujeres) se sitúa en el extremo positivo de la escala, lo cual indica que sí estarían dispuestos a hacer concesiones en su proyecto, en función de las exigencias de la crianza. Un porcentaje relativamente bajo (8,6% y 12,5%) se declara muy en desacuerdo o en desacuerdo con esta afirmación. La diferencia no es estadísticamente significativa por sexo. Esto es consistente con lo planteado por Aguayo, Correa y Cristi (2011) respecto a que los varones jóvenes reportan el deseo de tener mayor cercanía emocional con sus hijos y que estarían dispuestos a trabajar menos horas, lo que en la cultura laboral chilena significa menor renta y restricciones en las posibilidades de progreso profesional (Jiménez, González y Reyes 2009), para poder dedicar más tiempo a la crianza. Y si bien casi la mitad de las jóvenes encuestadas para este estudio reportan altos grados de acuerdo con la idea de que el cuidado de los hijos es prioritario frente al desarrollo profesional, es posible suponer que el punto de partida para ponderar esta relación no es el mismo que el de los varones, pues la expectativa social aún coloca a las mujeres como principales responsables del cuidado de los hijos. En este caso, y en particular en el grupo en estudio, lo "nuevo" para ellas son las posibilidades de desarrollo profesional, particularmente para quienes son la primera generación que accede a la educación superior.

Desde ese punto de vista, constatamos que -para este grupo- la educación superior y el trabajo son muy significativos: frente a la afirmación "Tener una educación universitaria es más importante para un hombre que para una mujer", 85,7% de los varones y 94% de las mujeres encuestados estuvieron en desacuerdo o muy en desacuerdo, con la diferencia por sexo al límite de la significancia estadística (p-value 0,05). Y frente a la frase "Tener un buen trabajo es más importante para un hombre que para una mujer", 80% de los varones y 87% de las chicas reportaron estar muy en desacuerdo o en desacuerdo con la afirmación, sin que se verificaran diferencias significativas por sexo. Así, estos datos sugieren que si bien una carrera profesional puede ser una oportunidad inédita (en el contexto generacional) para muchos de los jóvenes de este grupo, para las chicas constituye también un alejamiento de la trayectoria de vida de generaciones anteriores de mujeres, para las cuales el proyecto de vida estaba centrado en el hogar y la maternidad. Y quizá también implique la revalorización de las posibilidades de autonomía que ello podría llevar aparejada (Inglehart y Norris 2003).

El lugar del trabajo remunerado

Dentro de las prioridades expresadas por los jóvenes, y como se observa en la tabla 1, la opción "tener un trabajo o profesión que me guste" aparece como el tercer lugar dentro de los factores prioritarios para ser feliz (primera mención). La preferencia aumenta considerablemente en el caso de la segunda mención. Ello, en principio, nos sugiere que los jóvenes encuestados para este estudio no están dispuestos a centrar su vida en el trabajo remunerado, pasando largas horas en el lugar de trabajo, un elemento clave en la cultura laboral chilena (Jiménez, González y Reyes 2009; OECD 2010). Consultadosfrente a la relación entre el trabajo (y su recompensa monetaria) y la disponibilidad de tiempo para actividades propias, de interés personal, una gran mayoría (85%) se inclinó por valorar una relación más equilibrada entre remuneración y tiempo libre, como puede verse en la tabla 6. No se verificaron diferencias estadísticamente significativas por sexo.

La importancia relativa de esta relación queda graficada por las respuestas presentadas en la tabla 7, referida a la posición relativa de las recompensas asociadas al mundo del trabajo remunerado (dinero y reconocimiento) versus la utilidad del dinero como un medio para "pasarlo bien y darse gustos" (esto es, divertirse y hacer cosas gratificantes).

Como puede observarse, la mayoría de los jóvenes encuestados reporta que la búsqueda del dinero, por sí mismo, no los identifica: sólo un 5,4% está en el extremo positivo de la escala ("Es parecida a mí" y "Es muy parecida a mí"). El reconocimiento por los logros personales ocupa un lugar de mayor importancia (36,9%), pero el mayor porcentaje de identificación lo obtuvo el ítem "Pasarlo bien y darse gustos" (68,2%). ¿Significa esto, como se ha propuesto en algunas investigaciones (INJUV 2012), que los jóvenes están girando hacia el postmaterialismo, en cuanto a sus jerarquías de valores? Creemos que esta hipótesis debe ser examinada a la luz de los hallazgos de otras investigaciones que indican que, en el tramo etario examinado, uno de los referentes más relevantes para la realización personal es el cumplimiento de metas personales. Según el informe para Chile del PNUD de 2012, la edad es una de las características socio estructurales que condicionan las imágenes de realización y felicidad: los más jóvenes (menores de 25 años) tienden a privilegiar el goce del presente, junto con el deseo de realizar sus metas y objetivos. Aquellos adultos jóvenes que están en la etapa de inserción laboral tienden a darle menos peso al componente de goce, y más a la realización de planes y objetivos futuros. A medida que aumenta la edad y se adquieren otras responsabilidades -por ejemplo, tener hijos-, el bienestar material adquiere mayor prioridad (PNUD 2012).

Por ello, consideramos que es posible que esta relativización de lo material se deba a una combinación de al menos tres factores: a) la edad, como hemos indicado, vinculada a la juventud como una etapa en la que hay que "gozar la vida"; b) el hecho de que nuestros encuestados son jóvenes universitarios: en Chile, la movilidad social está asociada a los estudios universitarios, al menos al nivel de imaginarios, ya que la verificación empírica de esta asociación es discutible; por ello, es posible que los jóvenes participantes en el estudio asuman que, dada su condición de universitarios, contarán con un "piso mínimo" de bienestar material. En innúmeras conversaciones informales con estos jóvenes, una idea que se menciona frecuentemente es la de no repetir una historia materna/paterna caracterizada por mucho trabajo y pocas posibilidades de transformarlo en un nivel de comodidad material acorde con el esfuerzo desplegado. Y por último, c), en la medida que la sociedad chilena abre más oportunidades de bienestar material, es probable que sí haya un giro hacia las necesidades de autoexpresión y realización personal. En esa vertiente, y como ya hemos señalado, la investigación de Aguayo, Correa y Cristi (2011), basada en una encuesta representativa para tres grandes ciudades chilenas -Santiago, Valparaíso y Concepción-, reporta que ocho de cada diez hombres entre 18 y 59 años (75,9%), con empleo remunerado y que tienen hijos con los que viven, indicaron que les gustaría trabajar menos si eso significara pasar más tiempo con sus hijos, mientras que un 61,7% señaló que dedica muy poco tiempo a sus hijos por motivos de trabajo.9 En este sentido, junto con una cierta erosión de los roles tradicionales, los jóvenes estarían relativizando el lugar del trabajo como centro organizador de la biografía. Esto es especialmente destacable si se considera que en Chile, la identidad masculina todavía está vinculada culturalmente al rol de proveedor, aunque, en el plano de las prácticas, esto sea cada vez menos frecuente (PNUD 2010).

Esta reconceptualización del trabajo remunerado, y su relación con otros elementos del proyecto de vida, también pueden asociarse a lo que autores como Beck (1997) y Sennett (2003) identifican como la pérdida de importancia del empleo como eje clave para la estructuración social y -desde esa perspectiva- para la articulación de identidades y proyectos de vida. El trabajo remunerado como factor clave para acceder a los derechos comprendidos en el concepto de ciudadanía social dio paso a una sociedad que planteaba el empleo como eje organizador de la biografía para hombres y mujeres: en ellos, por la vía de la identificación del rol masculino con el de proveedor, y en ellas, como responsables de la administración de la economía familiar (Rosemblatt 2000). Sin embargo, y como observa Ghiardo (2009) para el caso de Chile, la desestructuración y flexibilización crecientes de las formas de empleo asalariado actuales han producido también un cambio en los significados atribuidos al trabajo remunerado. Y con ello, un "descentramiento" del trabajo en la subjetividad de las nuevas generaciones, que, según la literatura, se daría por dos vías principales:

a) Por una parte, frente a la promesa del trabajo asalariado como elemento de movilidad social ascendente. Los estudios sobre movilidad intergeneracional en Chile han demostrado que, si bien ésta existe, en general se trata de movimientos muy limitados, a veces dentro de la misma clase (Núñez y Gutiérrez 2004). En este contexto, un título profesional puede representar un avance respecto de (por ejemplo) lo logrado por los progenitores, en cuanto a encontrar un trabajo satisfactorio y que permita tener un ingreso suficiente. Sin embargo, la propia masificación de la educación superior hace más esquiva esa posibilidad.

b) Por otra, frente a la posibilidad de encontrar en el trabajo remunerado un "hilo conductor" para la propia biografía. Como apunta Sisto (2009), la flexibilización de los modos de producción ha traído nuevos modelos de gestión que están cuestionando radicalmente las formas de vinculación laboral tradicionales y, en especial, la idea del lazo laboral estable y duradero en el tiempo: la meta de "hacer carrera" en una misma organización. Este autor apunta que un concepto básico de la gestión actual del talento humano -la empleabilidad, entendida como la suma de competencias que el propio trabajador puede ofrecer en el mercado laboral: un capital individual- tiene el efecto de hacer responsable al individuo de su propia carrera profesional, separándolo del contexto organizacional. La empleabilidad se asume como un recurso que el trabajador como individuo debe maximizar: una estrategia personal para la inserción laboral.

De esta manera, como ha señalado Sennett (2003), el ideal tradicional del vínculo entre trabajo y proyecto de vida -lealtad y compromiso por parte del trabajador, estabilidad y posibilidades de promoción por parte de la empresa- desaparece, porque está basado en la noción de suspensión temporal de gratificaciones: trabajar duro y esperar. Sin embargo, conforme a lo señalado por este autor, "la gratificación postergada pierde su valor en un régimen con instituciones rápidamente cambiantes; se vuelve absurdo trabajar largo y duro para un empleador que sólo piensa en liquidar el negocio y mudarse" (Sennett 2003, 104). La empleabilidad es algo que se transa en el mercado laboral y, por lo tanto, es un recurso transferible de una organización a otra.

Lo anterior, creemos, contribuye a entender por qué los jóvenes participantes en este estudio otorgan prioridad a su desarrollo personal (tabla 1): en el marco de esta lógica, lo central son la responsabilidad individual por la propia trayectoria laboral -la empleabilidad- y su retorno, en cuanto a lo que se quiere hacer en el trabajo y fuera de él, en el tiempo no laboral. En esta línea, Ghiardo, en su estudio acerca de representaciones sobre el trabajo en jóvenes chilenos, sugiere que son los jóvenes con educación superior quienes señalan tener mayores posibilidades de articular un proyecto personal que busque el equilibrio entre el trabajo como fuente de realización personal y como fuente de ingresos -sumado a lo que este ingreso permite en cuanto a los tiempos y gratificaciones personales-, en comparación con sus pares con menores niveles de educación (Ghiardo 2009). Los datos de nuestra muestra confirman esta tendencia: consultados sobre las razones por las cuales optaron por la carrera que estudian, un 77% declaró considerar el factor dinero (remuneraciones) y las posibilidades de aumentar su competitividad en el mercado de trabajo como "Importante" o "Muy importante"; un 83% declaró que también fue un factor importante o muy importante en la decisión el que la carrera elegida les permitiera, también, trabajar en algo que les gustara.

Estos datos pueden ser leídos a la luz de lo planteado por Sen (2010), en cuanto a que la realización de una persona como agente consiste en la consecución de metas y valores que tiene razones para procurarse, relacionadas o no con su propio bienestar. Los logros de la agencia se refieren al éxito que tienen las personas en la búsqueda de la totalidad de sus metas y objetivos, aunque también de aquellos relacionados con objetivos colectivos. En este sentido, creemos que los jóvenes están buscando nuevas avenidas para integrar sus metas en lo laboral y familiar en un proyecto de vida que tenga sentido para ellos, dentro de los límites señalados por el contexto social actual.

Discusión y conclusiones

En este trabajo hemos argumentado que la elaboración del proyecto de vida está en estrecha relación con la definición de la identidad personal que surge como una aspiración impulsada por la urgencia que implica -en el tramo etario foco de este estudio- revisar, priorizar y jerarquizar opciones y principios que moldearán decisiones respecto a lo se quiere "ser y hacer" en la vida.En el plano familiar, los cambios demográficos y sociales van acompañados de modificaciones en las imágenes de familia, de manera que la diversidad e informalidad en las formas de organizar los vínculos familiares son vistas, cada vez más, como una opción en el marco de muchas otras, lo cual abre para los jóvenes la oportunidad de (re)pensar y negociar los vínculos afectivos con pareja e hijos.

Esta creciente legitimidad de múltiples formas de hacer pareja y familia se debe, en gran parte, a que la cultura de la individualización permite a las personas decidir sobre la manera de organizar sus vínculos sociales, y el derecho a modificarlos. Llama la atención, en este contexto, el marcado acento que las jóvenes ponen en la autonomía en relación con la pareja, lo cual señaliza -a nivel de aspiraciones- una concepción distinta de los papeles de género. Por supuesto, cabe recordar que este trabajo ha levantado información sobre imaginarios, que no necesariamente se traducirán en prácticas en el futuro: ello depende de los márgenes de negociación que los jóvenes tengan, que variarán en función de factores estructurales como género, nivel socioeconómico, edad o tipo de profesión. Aun así, creemos que éste es un dato que merece atención, a la luz de las expectativas distintas que hombres y mujeres del grupo estudiado tienen sobre este punto, particularmente dada la centralidad que los jóvenes otorgan a la familia como referente de identidad y confianza (Baeza-Correa 2013). Y es que este cambio y divergencia en los imaginarios de hombres y mujeres pueden ser tanto una fuente de cambio hacia formas familiares más democráticas y participativas, donde se negocien los roles, como también de tensión y conflicto futuro.

Por ejemplo, la VII Encuesta Nacional de la Juventud (2012), la más reciente de que disponemos, señala que 16% de la población joven reporta haber experimentado algún tipo de violencia dentro de sus actuales relaciones de pareja, ya sea psicológica, física o sexual. De acuerdo con el mismo informe, a medida que avanza la edad, los jóvenes declaran experimentar más situaciones de violencia dentro de su relación de pareja. El 10% de la población entre los 15 y 19 años señala haber vivido alguna situación de violencia en su relación de pareja; la proporción aumenta progresivamente alcanzando el 16% entre las personas jóvenes de 20 a 24 años, y el 21% en el último tramo etario, de los 25 a los 29 años (INJUV 2012, 97). No se verificaron diferencias estadísticamente significativas por sexo en los reportes de violencia. Sí se encontró que la presencia de hijos es un factor que tiene una asociación positiva (en términos estadísticos) con la violencia: el 24% de la población juvenil que tiene al menos un hijo declaró haber experimentado alguna situación de violencia dentro de su relación de pareja. En cambio, 11% de las personas jóvenes sin hijos declaró haber vivido la misma situación. Ello puede deberse, creemos, a que la llegada de hijos tiene un impacto importante en las relaciones de pareja, particularmente en cuanto al resurgimiento de expectativas de género más tradicionales que pueden entrar en tensión con otras conductas propias de la juventud, como querer salir y divertirse con amigos y amigas, preocuparse por la apariencia personal y tener intereses fuera del hogar.

Mientras que las mujeres se incorporan activamente a lo público, la permanencia de patrones tradicionales sigue siendo un hecho visible. Por ejemplo, en 2013 el número de mujeres matriculadas en la educación superior superó al de los varones; sin embargo, Chile aún tiene tasas de participación laboral femenina relativamente bajas, que tienen como un factor clave en su explicación las responsabilidades domésticas y de cuidado infantil (Gómez 2012). Y como señalamos en el texto, si bien los varones declaran querer involucrarse más en el aspecto emocional de las relaciones con hijos e hijas, ello no se ha traducido en una participación más activa en las responsabilidades cotidianas de cuidado (Valdés 2009). Sin embargo, al mismo tiempo ello abre la posibilidad de dialogar -y negociar- sobre las expectativas, los roles y los compromisos asumidos por cada miembro de la pareja. En la medida en que los cambios en la afectividad de los varones frente a los hijos y la inestabilidad laboral (sumada al empleo femenino) ya no los limiten al rol de proveedor económico del hogar, se abre la posibilidad de repensar algunos modos de organización social que impliquen formas de relación más igualitarias en la pareja, así como entre padres e hijos. Hay una posibilidad de transformación democrática allí. No obstante, se trata de un aspecto potencial, y no necesariamente de algo que ocurrirá "naturalmente". La ambivalencia del concepto de individualización -libertad, pero también riesgo- nos sugiere que, para que sea positiva, esa transformación debe ocurrir en un contexto donde las personas puedan desarrollar sus capacidades de "negociar" espacios de acción que antes eran predeterminados por el género. Ello podría permitirles un nivel más alto de satisfacción con su proyecto de vida y la democratización de las relaciones familiares.

Para los jóvenes de nuestro estudio, la elaboración del proyecto de vida aparece como una necesidad, dada la época histórica que les ha tocado vivir. Así como las formas familiares se han diversificado, el trabajo remunerado también ha cambiado, y ya no ofrece un eje sólido para articular la propia biografía. La pérdida del sentido de la tradición y el desencanto de los grandes sistemas de sentido enfrentan a los jóvenes a niveles de incertidumbre que los obligan a buscar seguridad -en un contexto de incertezas- en sí mismos. Desde esta perspectiva, creemos, es posible explicar la importancia dada por nuestra muestra a la cuestión del desarrollo personal, que no aparece tan marcada en la muestra nacional, aun al controlar por edad y nivel socioeconómico. Posiblemente, porque nuestra muestra está constituida por los jóvenes que han podido tomar algunas de las nuevas oportunidades surgidas en la sociedad chilena. Pero que también intuyen que sus posibilidades de traducir esas oportunidades en la construcción de una trayectoria laboral que cumpla los requisitos de realización personal e ingreso suficiente para "darse gustos" dependerán, en gran parte, de sus capitales individuales: de su empleabilidad. Así:

La tradicional estructura lineal de transición desde la juventud al mundo adulto, definida por una secuencia culturalmente establecida y socialmente reproducida, en que se pasa de estudiar a trabajar, de ahí al matrimonio y la crianza de hijos, todo con plazos estrictos, con edades prescritas, ha ido cediendo terreno a nuevas formas de hacerse adulto, nuevas formas de transición, con otra estructura, otro orden en la secuencia y otros tiempos para cada paso. (Dávila y Ghiardo 2005, 116)

Éste es un fenómeno que no obedece sólo a condiciones locales, sino que es propio de los mercados frágiles de una economía globalizada, y de los cambios familiares que se dan en toda América Latina (Arriagada 2007; Juárez y Gayet 2014; Rico y Maldonado 2011).

En suma, la muestra analizada nos sugiere que nuestros jóvenes están vislumbrando un contexto socie tal que no sólo les demandará mayores niveles de escolaridad y experticia en sus respectivas áreas profesionales para la realización de su proyecto de vida. Además, encontrarán que, en un mundo externo cambiante y que a veces aparece como amenazante, los modos de hacer pareja y familia se diversifican, trayendo nuevas oportunidades, pero llevándose también las certezas. La familia como institución sigue enfrentando muchas exigencias sociales -contención, afecto, socialización y cuidado, entre otras-, pero las condiciones materiales y simbólicas en las que se constituye han cambiado. Por ello, los jóvenes requerirán habilitarse en sus capacidades para tomar buenas decisiones y hacer negociaciones -en diálogo con otros aspectos significativos- para que la construcción de su identidad y proyecto personal tenga sentido, en cuanto a pensar, en el decir de Sen (2000), que tienen razones para valorarla, participando activamente en la configuración de su propio destino. Es probable que ésta sea una de las generaciones de jóvenes que más opciones deberán tomar durante su vida, con altos niveles de incertidumbre en un contexto de complejidad y con márgenes de libertad personal muy diferentes a los que tuvieron sus progenitores, transitando por caminos sin mayores referentes pero con la convicción y esperanza de estar construyendo su propia historia.


Comentarios

* Este artículo fue financiado con fondos internos de la Universidad de Talca y de la Universidad Autónoma de Chile (DPI19-2014).

1 Sen señala que el paradigma del desarrollo humano promueve "el fomento de las libertades generales de los individuos para llevar el tipo de vida que tienen razones para valorar" (2000, 27).

2 Agradecemos al Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) de Chile por permitirnos el acceso a la base de datos original de la VII Encuesta Nacional de la Juventud.

3 La familia/pareja fue mencionada como primera prioridad para un 22,5% de los jóvenes en el tramo etario de los 15-19; por un 28% en el segmento de 20-24 años, y por un 31,5% de quienes están entre los 25 y los 29 años (este tramo tuvo una diferencia estadísticamente significativa con el grupo de los 15-19 años, X2= 73178, 085 p-value < 0,05).

4 El efecto cohorte se relaciona con el impacto de las condiciones macro que diferentes grupos de personas que comparten un mismo evento biográfico (año de nacimiento, por ejemplo) han experimentado durante su curso de vida (Portrait, Alessie y Deeg 2002, 3). Los autores enfatizan que las cohortes no son homogéneas: aunque sus integrantes compartan algunos elementos básicos, existen diferenciaciones intra-cohorte por sexo y estratificación socioeconómica.

5 La pregunta por el ingreso consideró la clasificación por quintiles, por ser ésta una información que los estudiantes deben tener como parte de su proceso de matrícula y de sus posibilidades de acceso a beneficios estatales (pago de aranceles, becas, etcétera).

6 Se registraron 41 casos de educación superior sólo del padre, 53 sólo de la madre, y 50, de ambos padres.

7 La afirmación se presentó en una escala tipo Likert de 6 puntos, donde 1 era "Completamente en desacuerdo", y 6, "Completamente de acuerdo" con la afirmación. Todas las tablas siguientes están basadas en la misma escala.

8 Agradecemos al PNUD por poner a disposición pública la base de datos de la encuesta 2009 realizada por ese organismo. Se habla de tendencias porque la escala usada por el PNUD es de 4 puntos, por lo cual los datos son comparables sólo a nivel de tendencias.

9 Lamentablemente, no contamos con el dato desagregado por edad.


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Fecha de recepción: 21 de octubre de 2014: Fecha de aceptación: 21 de enero de 2015: Fecha de modificación: 12 de mayo de 2015