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Revista de Estudios Sociales
versão impressa ISSN 0123-885X
rev.estud.soc. no.54 Bogotá oct./dez. 2015
https://doi.org/10.7440/res54.2015.10
El impacto de la crisis entre los jóvenes en España*
Francesc Valls Fonayet**
** Doctor en Sociología por la Universitat Rovira i Virgili (España). Profesor asociado de la Universitat Rovira i Virgili. Miembro del grupo de investigación "Social and Business Research Laboratory (SBRlab)". Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Condiciones de vida y construcción de identidades juveniles. El caso de los jóvenes pobres y excluidos en España (en coautoría).Revista Mexicana de Sociología 75, nº 4 (2013): 647-676, y Las pobrezas de las juventudes: análisis de las formas elementales de pobreza juvenil en España. Empiria. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales 21 (2011): 97-120. Correo electrónico: francesc.valls@urv.cat
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.10
RESUMEN
Este artículo estudia el impacto de la pobreza durante el proceso de transición a la vida adulta en España en el contexto de crisis actual. Se apuesta por una conceptualización de la juventud mediante criterios sociales, por un análisis multidimensional de la vulnerabilidad y por una triangulación metodológica que combina el análisis cuantitativo (European Union Statistics on Income and Living Conditions, EU-SILC, de 2011) con el análisis cualitativo, a través de entrevistas biográficas. Se localiza la existencia de grupos sociales juveniles socialmente diferenciados dentro de la estructura social española contemporánea. Se muestra cómo cada posición social se ve afectada por unas formas de vulnerabilidad específicas. Finalmente, se evalúa el proceso de integración de esta posición social en la supjetividad y las prácticas de los jóvenes españoles conforme a estrategias de reacción frente a la pobreza, a la degradación de la identidad y al aislamiento social: desde la búsqueda alternativa (a menudo alegal, ilegal y/o estigmatizada) de recursos materiales hasta mecanismos supjetivos de alivio o relativización de sus condiciones de vida.
PALABRAS CLAVE
Pobreza, juventud, exclusión social, estructura social, desigualdad.
The Impact of the Crisis on Young People in Spain
ABSTRACT
This article studies the impact of poverty during the process of transition to adult life in Spain within the context of the current crisis. It conceptualises young people by means of social criteria, through a multidimensional analysis of vulnerability and a methodological triangulation that combines quantitative analysis (European Union Statistics on Income and Living Conditions, EU-SILC, 2011) with qualitative analysis, through biographical interviews. It localizes the existence of socially differentiated juvenile social groups within the contemporary social structure of Spain. It also shows how each social position is affected by specific forms of vulnerability. Finally, it evaluates the process of integration of this social position in the supjectivity and practices of Spanish youths in terms of reaction strategies in the face of poverty, degradation of identity, and social isolation: everything from the alternative search (often alegal, illegal and/or stigmatized) for material resources, to supjective mechanisms for relief from or relativization of their living conditions.
KEYWORDS
Poverty, youth, social exclusion, social structure, inequality.
O impacto da crise entre os jovens na Espanha
RESUMO
Este artigo estuda o impacto da pobreza durante o processo de transição à vida adulta na Espanha no contexto de crise atual. Aposta-se por uma conceptualização da juventude mediante critérios sociais, por uma análise multidimensional da vulnerabilidade e por uma triangulação metodológica que combina a análise quantitativa (European Union Statistics on Income and Living Conditions, EU-SILC, de 2011) com a análise qualitativa, por meio de entrevistas biográficas. Localiza-se a existência de grupos sociais juvenis socialmente diferenciados dentro da estrutura social espanhola contemporânea. Mostra-se como cada posição social se vê afetada por umas formas de vulnerabilidade específicas. Finalmente, avalia-se o processo de integração dessa posição social na supjetividade e nas práticas dos jovens espanhóis conforme estratégias de reação ante a pobreza, a degradação da identidade e o isolamento social: desde a busca alternativa (frequentemente "alegal", ilegal e/ou estigmatizada) de recursos materiais até mecanismos supjetivos de alívio ou relativização de suas condições de vida.
PALAVRAS-CHAVE
Pobreza, juventude, exclusão social, estrutura social, desigualdade.
Introducción: ¿Cómo abordar el estudio de la pobreza juvenil?
Este artículo parte de una cuestión fundamental que el investigador debe formularse al inicio del estudio sobre pobreza: ¿qué hace que una persona sea pobre en una determinada sociedad? Para responderla, focalizamos la atención sobre dos dimensiones.
En primer lugar, la dimensión del vínculo social y de la solidaridad. Incluso en las sociedades occidentales contemporáneas, aparentemente fundamentadas en el desarrollo del autonomismo, y en el supuesto de que los agentes son cada vez más libres, el vínculo social no sólo no desaparece sino que se refuerza gracias a la complementariedad e interdependencia entre individuos. En este sentido, ser pobre no es sino una forma de estar vinculado al mundo social, con lo que no deberíamos analizar una pobreza abstracta sino, por el contrario, la pobreza como constructo surgido de la relación que se establece entre las personas definidas como pobres y la sociedad de referencia. En esta dimensión debemos formularnos dos cuestiones. La primera, "¿con quién puedo contar?", pone énfasis en la idea de solidaridad y en un aspecto esencial de la interdependencia: la protección. La segunda, "¿para quién cuento?", se centra en la construcción de la identidad, la capacidad de ser reconocido y de sentirse útil socialmente. Así, en relación con el vínculo social, la pobreza se construye cuando se cuenta cada vez con menos apoyos (desprotección) y se es reconocido socialmente cada vez por menos gente (degradación de la identidad) (Castel 1997 y 2003; Paugam 2007).
En segundo lugar, incluir el vínculo social en el estudio de la pobreza implica, en las sociedades capitalistas contemporáneas, hacer referencia a la distribución desigual del poder en una sociedad y, en consecuencia, al acceso (o apropiación) desigual a los recursos disponibles. Aquí, la sociología de la pobreza debe priorizar el análisis de la estructuración de la sociedad en clases sociales, como resultado del modelo económico de producción y del sistema de organización política y social. Desde esta perspectiva, la pobreza no debería ser tomada como una consecuencia desafortunada y marginal, sino como una condición estructural de tipo relacional-dialéctico (Tortosa 1993), fundamentada en la división social que estructura la sociedad en grupos jerarquizados verticalmente, que distribuye el poder de manera desigual y que condena a una parte de la población a vivir por debajo de la capacidad colectiva de producción de bienestar, que se convierte en víctima de una auténtica máquina de excluir (Gaulier 1992).
Este planteamiento inicial también defiende una revisión de la aproximación a la juventud como objeto de estudio. De forma predominante aún, la noción de juventud se reduce de manera empírica a una categoría demográfica elevada acríticamente a categoría social, convirtiendo la edad biológica -perfecta variable independiente, soñada y estadísticamente neutra- en una variable hegemónica, sustancialmente superior a cualquier otra (Thévenot 1979). Lo que aquí pretendemos es situar en el centro del análisis la existencia de realidades sociales juveniles que tienen poco que ver entre ellas (más allá de pertenecer a una misma cohorte de edad) a causa de la estructuración de la sociedad en clases sociales. Esto es, respetar la noción de generación propuesta por Bourdieu (2003), Mannheim (1993) y Mauger (2009): enmarcar la(s) juventud(es) en un sistema de relaciones sociales para abordar, en cada espacio social, las dinámicas que la definen, es decir, cómo son producidos los sujetos. Esto tiene que llevar a plantearnos también qué relaciones de dominación y supordinación se establecen entre distintas clases de edad, es decir, entre jóvenes y viejos dentro de un mismo grupo social (acelerando u obstaculizando los ritmos de transición), y también entrejóvenes producidos en mundos sociales heterogéneos y, a menudo, en conflicto (Martín 1998).
Pobreza juvenil: estado de la situación en España y Europa
El estudio de la pobreza y la exclusión social juvenil carece de una trayectoria consolidada en España, en comparación con Europa.1 Existe un déficit de investigaciones sobre la inserción de la juventud en la estructura social y sobre la vinculación entre la posición social y la práctica social, en comparación con la abundancia de otros temas de estudio -la participación, los valores, las conductas de riesgo o las formas de expresión cultural, por ejemplo- (París et al. 2006).
En la última década han aparecido investigaciones sobre la vulnerabilidad social juvenil centradas en analizar el impacto que el modelo de emancipación juvenil español, de instalación tardía, y enmarcada en una lógica de pertenencia familiar (Van de Velde 2008), tiene sobre el riesgo de pobreza. Por esto se produce en España un efecto de ayuda que representa para los hogares pobres la presencia de jóvenes que trabajan, gracias a la solidaridad bidireccional que se establece entre generaciones (Cantó y Mercader-Prats 1999, 2001a y 2001b). No obstante, la precaria vinculación laboral de los jóvenes españoles en el actual período de crisis (Moreno y Rodríguez 2013) sólo se convierte en bienestar social si existe la presencia de una fuente de ingresos principal -breadwinner- dentro de un núcleo familiar tradicional (Recio 2001), lo que perpetúa las diferencias existentes entre grupos de jóvenes en función de su origen social (Baizán 2003; Gentile 2010), a causa de la debilidad de las estructuras públicas de apoyo y del repliegue en la institución familiar típicas del sur de Europa, con el riesgo de reproducción de las desigualdades sociales de origen (Cardenal 2006). De esta forma, en España el origen social es clave para la configuración desigual de las oportunidades vitales de los jóvenes, en especial en el sistema formativo y en el mercado laboral (Serracant, Fàbregues y Pujol 2008), pero escasamente en el ámbito supjetivo, debido a la mayor invisibilidad de las determinaciones de la clase social (Furlong y Cartmel 1997).
Pero a raíz de la crisis económica, el riesgo de pobreza juvenil en España es elevado, incluso si los jóvenes permanecen en el hogar de origen, que pierde progresivamente su capacidad protectora: en comparación con el inicio de la crisis -año 2007-, el porcentaje de jóvenes de 16 a 29 años que vive en el hogar de origen se mantiene estable en España en 2012 (alrededor de tres de cada cuatro), pero el riesgo de pobreza ha aumentado de un 16,3% a un 23,3%. Estos datos, visibles en la imagen 1, sitúan a España como uno de los países europeos con unos datos de pobreza juvenil extrañamente altos, teniendo en cuenta el retraso en la edad de emancipación, una característica compartida con otros países del sur del continente (Rumanía, Italia, Bulgaria y Grecia). De hecho, según la OCDE (2014), España es uno de los países desarrollados con una mayor caída de la renta disponible entre las personas jóvenes, con una caída de ingresos entre 2007 y 2011 de un 4,9%, casi cinco veces superior a la caída media en los 33 países de este organismo (1,0%).
Además, distintos autores apuntan que el riesgo de pobreza juvenil en España sería aún mayor si el patrón de emancipación de los jóvenes fuera similar al de otros modelos de régimen de bienestar europeos (Gómez 2008; Iacovou y Aassve 2007). Esta externalización de la responsabilidad sobre el hogar de origen permite que el riesgo de pobreza entre jóvenes emancipados y no emancipados sea similar en España (Ayllón 2009; Iacovou y Berthoud 2001), puesto que la emancipación se aplaza hasta que se acumulan recursos suficientes (formativos, laborales o materiales). Así, detectamos una precarización del tránsito a la vida adulta cada vez mayor, ligada a la posición de clase y que no se limita a aspectos materiales sino que también se refleja en las prácticas y percepciones de los individuos mediante la cristalización de la posición social en la supjetividad (Brunet, Belzunegui y Valls 2013).
En síntesis, la literatura científica sobre la realidad de la pobreza y la exclusión social juvenil en España desvela la importancia de la posición ocupada en la estructura social, que ejerce un impacto tanto sobre las condiciones de vida de los jóvenes como sobre las estrategias y posibilidades de relación con el entorno social, y también sobre los itinerarios y ritmos de transición a la vida adulta.
Razonamiento metodológico
Sobre problemas...
A nuestro entender, el estudio de la pobreza juvenil presenta aún debilidades frecuentes y relevantes en el ámbito de la conceptualización y de la elección metodológica:
a)Por la vertiente de la pobreza: la homogeneidad de los enfoques (lo cuantitativo y lo monetario) y disciplinar (lo económico), al darse mayor interés en concebir la pobreza de forma operativa y en cuantificarla de forma precisa. Una caracterización descriptiva tan necesaria como insuficiente. No obstante, esta primera debilidad se está viendo solventada por la reciente aparición de investigaciones cualitativas sobre, entre otros temas, la integración de la vulnerabilidad en la supjetividad, ligada al proceso de transición a la vida adulta (Cardenal 2006) y con efectos sobre la construcción de la identidad juvenil (Gaviria 2005) generados por la precariedad laboral (Albaigés 2003) o expresados mediante las desigualdades de género en las conductas juveniles de riesgo (Berga 2007). Otros estudios remarcan que el bajo riesgo de pobreza monetaria no debería esconder el deterioro de las condiciones de vida de los jóvenes y una mayor vulnerabilidad supjetiva (Ayala 2008), ni mayores deficiencias en la capacidad de consumo y en el estado de la vivienda (Mercader-Prats 2005). En este punto, algunas investigaciones alertan del problema que genera el denominado velo metodológico familiar, consistente en tomar todos los miembros de un mismo hogar como una unidad con idéntico nivel de vida, lo que tiende a esconder la dependencia de colectivos como los jóvenes o las mujeres (Brunet, Valls y Belzunegui 2008; Tortosa 2001). Para solucionarlo, existen investigaciones que defienden el análisis individualizado del nivel de vida, bajo el supuesto de autonomía, para evidenciar las posibles situaciones de supordinación o dominio que se dan dentro del hogar, por ejemplo, entre las mujeres (Valls 2012) y entre los jóvenes (Gómez 2008).
b)Por la vertiente de la juventud: la influencia que tienen ciertas disciplinas científicas (como la demografía, la psicología o la biología), la construcción mediática o las fronteras jurídicas y administrativas a la hora de definir el colectivo de estudio. La práctica totalidad de investigaciones sobre vulnerabilidad social juvenil conciben empíricamente la juventud como un grupo de edad, supordinando sus características sociales a dicha restricción metodológica, consistente en situar la edad biológica como variable de primer orden. A modo de alternativas, debemos citar la consolidación en los últimos años del estudio de los itinerarios de transición a la vida adulta (Casal 1996; Casal et al. 2004 y 2006; Miret, Salvadó y Serracant 2008), que vuelven a situar lo social en la definición del colectivo y que han tenido un notable impacto en el estudio de la posición de los jóvenes dentro del sistema formativo, de la inserción laboral o del proceso de emancipación, pero modesto aún dentro del grupo de estudios sobre la pobreza juvenil.
... y soluciones
Ante estas debilidades, este trabajo defiende una estrategia metodológica y conceptual basada en los siguientes tres sustentos:
a) Resaltar el componente multidimensional más allá del ámbito monetario, superando la dicotomía pobreza/no pobreza. Es ampliamente reconocido en la actualidad que existen diversas escuelas que han avanzado, de manera significativa, en la conceptualización y medición de la pobreza a partir de un enfoque multidimensional (Alkire y Foster 2011; Bourguignon y Chakravarty 2003; Sen 1976; Townsend 1979). Para ello, se apuesta por la inclusión de variables analíticas de tipo material, como la pobreza monetaria o distintos índices multidimensionales de privación, pero también de tipo social y supjetivo (desde el estado de salud hasta el nivel formativo, el tipo de vínculo social y la valoración de la propia posición social), esto sí, sin pretender la obtención de un único índice de pobreza multidimensional, pues precisamente se intenta comprender de manera desagregada qué dimensiones concretas afectan a los distintos tipos de juventudes.
b) Respetar la diferencia entre grupo social y grupo de edad. Las unidades de análisis -grupos sociales de jóvenes- se construyen a partir de criterios sociales, mediante un conjunto de análisis de componentes principales categóricos, de correspondencias múltiples y de clasificación bietápica, estableciendo conglomerados de individuos que comparten una posición homogénea en la estructura social y en el proceso de transición a la vida adulta. De esta manera, se respeta la estructuración de la sociedad en posiciones sociales diferenciadas, superando la conceptualización artificial de la juventud como unidad social homogénea. Este ejercicio disfruta de una cierta tradición en el estudio de la estructura social española (Subirats, Sánchez y Domínguez 2002), y ya ha sido utilizado en los últimos años como mecanismo de aproximación más nítida a la realidad social de la juventud (Elzo 2006; Sánchez 2010; Valls 2011).
c) Puesto que se pretende analizar tanto aspectos fácticos como supjetivos, defendemos la triangulación metodológica como mecanismo para combinar lo descriptivo (el análisis cuantitativo o distributivo, para conocer las condiciones objetivas de vulnerabilidad) con lo comprensivo (el análisis cualitativo o estructural, para conocer las vivencias y el significado que los sujetos dan a sus vidas, así como las estrategias de actuación ligadas a cada posición). En este caso, se combina un análisis cuantitativo a través de los datos de la EU-SILC de 2011 con la incorporación de un análisis cualitativo. En este artículo se incorporan los resultados de 38 entrevistas semiestructuradas realizadas a una muestra estructural: 17 a agentes sociales e informantes privilegiados y 21 a jóvenes. Esta muestra huye de criterios de representatividad estadística y está basada en los componentes tipológicos de los grupos sociales construidos en el análisis cuantitativo (en términos de relación con el trabajo, formación, estado de salud y exclusión social, entre otros, y transversalmente en lo que refiere al género y etnia), lo que responde a la voluntad de triangulación metodológica. El contacto con las personas jóvenes para el desarrollo de las entrevistas se viene realizando a partir de 2010 mediante una red de agentes sociales participantes en la investigación, y también mediante la técnica de bola de nieve. Siguiendo a Alonso (1998), entendemos que la entrevista no se mueve en el terreno de la conducta pura ni la lingüística pura sino en lo que los actores dicen ser y hacer, con lo que se ha pretendido captar la experiencia social a través de la palabra. Los discursos producidos no son, pues, simples expresiones de los jóvenes, sino prácticas generadas a partir de unos esquemas interpretativos socialmente adquiridos: son el sentido práctico del orden social que los jóvenes han interiorizado en su supjetividad.
La posición social de los jóvenes en España
El análisis de la vulnerabilidad social juvenil no debería hacer referencia a una pretendida identidad colectiva -la juventud-, sino aproximarse a las diferentes realidades sociales juveniles existentes en España. Esta estrategia conceptual nos permite ubicar la posición social de los individuos que transitan hacia la vida adulta y abordar qué formas de vulnerabilidad social están asociadas a cada una de estas posiciones.
Para detectar estas posiciones se ha utilizado el modelo estadístico, que se describe sintéticamente a continuación. En primer lugar, se han seleccionado 23 variables de la EU-SILC de 2011 que ilustran las condiciones de vida de la población de 16 a 34 años (una frontera que actúa simplemente como margen operativo de trabajo), y que han sido agrupadas en cinco dimensiones: a) perfil demográfico; b) formación y mercado laboral; c) nivel de vida y privación material; d) territorio y entorno geográfico, y e) estructura del hogar. En cada dimensión, y de manera independiente, se han realizado un análisis de componentes principales categóricos y un análisis de clasificación bietápica, que han agrupado los individuos con características sociales homogéneas dentro de cada una de ellas. Finalmente, y ya de manera conjunta, un análisis de correspondencias múltiples y otro análisis de clasificación bietápica han servido para localizar la existencia de los distintos grupos sociales juveniles, formados por conjuntos de individuos que comparten unas condiciones de vida similares entre sí, es decir, ocupadores de una posición similar en la estructura social. En los análisis de correspondencias múltiples y de componentes principales categóricos, la elección del número de ejes extraídos se ha basado en un doble criterio: la varianza retenida (autovalores superiores a 1 y alrededor del 70% de la varianza total de las variables originales) y la interpretación sociológica del peso de las variables originales sobre cada eje construido. En el análisis de clasificación bietápica (idóneo para matrices de datos de gran tamaño, como la EU-SILC) se ha respetado la determinación automática del número de grupos propuesta por el modelo estadístico, cuya calidad de las particiones ha sido definida como satisfactoria. Por último, se ha procedido a una validación del modelo mediante: a) la replicación, es decir, la repetición del proceso en supmuestras, para contrastar la estabilidad de los grupos generados; b) un análisis de varianza (Anova) para corroborar la existencia de diferencias significativamente estadísticas entre los distintos grupos, para un conjunto de variables cuantitativas relevantes como la edad, la renta familiar y varios índices de privación, y c) la confirmación de la coherencia sociológica de los grupos construidos. En concreto, el modelo ha detectado la presencia de seis grupos sociales nítidamente diferenciados entre ellos, que agrupan los 7.485 individuos de 16 a 34 años de la muestra. Al trabajar la EU-SILC con una muestra estadísticamente representativa, los resultados obtenidos son representativos del conjunto de once millones de individuos de 16 a 34 años en España.
Para una primera aproximación visual, los seis grupos sociales juveniles -ordenados de mayor a menor tamaño poblacional- son representados visualmente en el gráfico de categorías de la imagen 2, que es una síntesis del modelo estadístico con un menor número de variables, para su mejor visualización. Con este mismo objetivo de visualización se han remarcado dos variables que pueden ayudar a la interpretación de ambos ejes: la edad del individuo, en quinquenios (línea horizontal), y la renta del hogar, en quintiles (línea vertical). Como se aprecia, el eje horizontal está determinado por las variables explicativas del proceso de transición a la vida adulta: en el cuadrante derecho se sitúan las fases iniciales de la transición (permanencia en el hogar de origen, etapa de formación, baja edad), y en el cuadrante izquierdo, las fases finales (la emancipación, la edad adulta y la vinculación laboral). El eje vertical determina la posición social de los individuos: en la parte superior se concentran las categorías de mayor nivel de vida (elevado nivel formativo, categorías profesionales dominantes, rentas elevadas y facilidades para llegar a final de mes), mientras que las categorías de precariedad social se agrupan en la inferior (bajo nivel formativo, baja cualificación laboral, paro, bajos niveles de renta, retrasos en el pago de facturas, dificultades para llegar a final de mes, entre otras).
El análisis que se presenta en este trabajo focaliza la atención en los dos grupos sociales situados en el último escalón de la estructura social española y nítidamente posicionados en el cuadrante inferior del eje vertical, explicativo de la posición social, que son los grupos que reciben el mayor impacto de la crisis social y económica en España.
Discusión de resultados: las formas de pobreza juvenil en España
La juventud descalificada. Fragmentación del vínculo social, exclusión laboral, deterioro de la salud y riesgo de marginalidad
Punto de encuentro de jóvenes demográficamente heterogéneos
Este grupo social está formado por 1.300.000 jóvenes españoles (11,9% del total de personas de 16 a 34 años), y su emergencia es inherente al proceso de deterioro social y económico de los últimos años. Tanto su estructura de edades (edad media de 26,1 años, con una fuerte desviación típica) como su porcentaje de población emancipada (44%, frente al 39,4% de la media), su estado civil (con un 23,3% de población casada, frente a un 22,4% de la media, si bien este grupo sí presenta unos mayores índices de ruptura familiar, del 2,7%) y la presencia de hijos son similares a la media del conjunto de grupos sociales juveniles. Otros indicadores como los relativos al territorio (ver la imagen 3) tampoco presentan grandes diferencias frente al comportamiento medio, mientras que sí detectamos una ligera mayor presencia de población de nacionalidad extranjera (de 18,3%, siete puntos superior a la media).
Pertenecen a él individuos situados en etapas diferentes del proceso de transición a la vida adulta. Así, esta realidad social se mantendría oculta bajo el uso de los criterios tradicionales de análisis de la juventud (basados en la edad o en la relación del individuo con el sistema educativo, con el mercado de trabajo o con el proceso de emancipación). En cambio, la propuesta metodológica de este trabajo permite descubrir que estos sujetos sí comparten un elemento unificador: su misma posición descalificada en la estructura social española, es decir, las deterioradas condiciones de vida de sus miembros.
Un colectivo excluido del sistema productivo
Este conjunto de individuos comparte el abandono del sistema formativo a edades tempranas, una de las características de España en el contexto europeo (Eurostat 2015). El 82,4% de sus miembros ya no está estudiando y han abandonado los estudios a los 17,3 años de media, la más baja de todos los grupos sociales, y pocos meses después de la edad mínima de escolarización. En consecuencia, es un grupo poblacional caracterizado por el escaso nivel formativo. Destacamos dos ideas. En primer lugar, prácticamente uno de cada cinco jóvenes del grupo no tiene estudios o solamente ha conseguido terminar los estudios primarios básicos, y ha alcanzado un 23,9% entre los individuos de 30 a 34 años -escolarizados antes de la instauración de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO)-, lo que triplica la media de los otros grupos. En segundo lugar, también es el grupo con mayor presencia de jóvenes que tienen los estudios secundarios obligatorios como máximo nivel formativo (42,9%). Se trata, principalmente, de los individuos de menor edad del grupo, formados ya en el itinerario formativo de la ESO, y a los que el bloqueo del mercado laboral ha llevado a optar por alargar el período de formación reglada. Estos jóvenes han heredado un débil capital escolar por parte de sus familias (con unos niveles formativos igualmente muy bajos: más del 80% de sus padres no ha superado la escolarización obligatoria), lo que limita sus expectativas formativas a largo plazo, orientadas en edades muy tempranas a la búsqueda de una utilidad inmediata, y en los que la escuela se convierte más en un espacio de permanencia que de promoción.
Esta precariedad formativa obstaculiza su inserción laboral. Solamente un 32,6% está trabajando, quince puntos por debajo de la media, con lo que la mayoría de estos jóvenes se ven abocados a la exclusión laboral, ya sea mediante el paro o la inactividad: es el grupo con mayor porcentaje de población parada (37,6% del total de jóvenes), pero también con mayor población ocupada en labores del hogar (5,8%). Además, una cuarta parte de los que han conseguido insertarse al mercado de trabajo lo hace a jornada parcial y en las ocupaciones menos cualificadas, según la estructura de puestos de trabajo CIUO-08 (el 27,2% como mano de obra no cualificada), con lo que se tiende a reproducir la precaria posición laboral de sus padres. La decadencia material, la dependencia respecto a las transferencias sociales y las dificultades de reintegración al sistema económico y productivo, generadas por los largos períodos de inactividad, de desocupación o de ocupaciones asociales, favorecen asimismo la estigmatización de este perfil de jóvenes, con el agravante, además, de que esta exclusión presenta síntomas de cronicidad, fomentada por el propio funcionamiento social, que la convierten en un elemento de estabilidad que cuestiona la idea de liquidez con la que recurrentemente se describe el proceso de transición a la vida adulta.
En este sentido, existe el riesgo de convertir estos jóvenes en socialmente inútiles, situados incluso por debajo de la clase obrera tradicional, la inserción laboral que -a través de la explotación de su mano de obra- resulta indispensable para el funcionamiento del sistema capitalista. En cambio, estos jóvenes no están insertados en los circuitos de producción, y esto favorece la expansión y acumulación de déficits en otros ámbitos: económico, de relaciones sociales, de participación política, residencial o sociosanitario. Bloqueado el acceso al mercado de trabajo, emergen los mecanismos de obtención de recursos por vías alternativas, como los chanchullos, tareas alegales o ilegales y a menudo estigmatizadas. Representan una alternativa para afrontar las limitaciones económicas, y aunque abundan los aspectos negativos (trabajos puntuales de horas o días en tareas no cualificadas, variabilidad en la retribución, informalidad, fragmentación y no linealidad de las tareas, imposibilidad de planificación a largo plazo, estigmatización de determinadas actividades), también presentan aspectos positivos en el contexto vital -según los discursos producidos por los mismos jóvenes-: principalmente, porque ayudan a aliviar puntualmente una situación de necesidad, pero también porque, en cualquier caso, son tareas tan puntuales e informales que escapan a la idea tradicional de explotación laboral (con lo que, puesto que no dotan de identidad, tampoco la degradan). Lo que debemos resaltar es la permanencia de esta forma precaria de obtención de ingresos a edades mucho más avanzadas que en los otros grupos juveniles, entre los cuales este tipo de tareas se limita a la adolescencia y a la compaginación con la etapa formativa, y que ha sido recurrente entre los jóvenes participantes en las entrevistas biográficas.
"Empecé a vender libros de mis hermanos pequeños. Libros de texto, matemáticas... [...] Me gano la vida como puedo, vendiendo libros. Hoy voy con este carrito, ¿ves? [carrito de la compra viejo, lleno de libros antiguos que vende en la calle]. Llevo aquí todo de libros de inglés y me he sacado 120 euros aquí delante de la universidad". (E13. Hombre, 34 años, vive en pareja, ex drogadicto, sin techo anteriormente, estudiando en universidad desde el año pasado -a través de pruebas de acceso a mayores de 25 años-, chanchullos económicos para supsistir)
"Ya que trabajo en el comedor del instituto, cada día cojo lo que sobra [de comida]. ¿Por qué se tiene que tirar? [...]. La ropa también me la dan, normalmente. Las amigas. Casi todo. Es que yo, que me haya comprado [se mira la ropa que lleva], ¡nada! [se da cuenta, y se ríe]". (E8.
Mujer, 28 años, vive con su hermana, trabaja puntualmente, episodios depresivos)
La descalificación social
La imagen 4 sintetiza los resultados obtenidos por este grupo social en distintos índices de vulnerabilidad. El indicador de pobreza monetaria se refiere a la definición convencional (individuos por debajo del umbral del 60% de la renta mediana por unidad de consumo). Se define como población con bajo nivel formativo aquella que no ha finalizado la ESO o equivalente y que lleva como mínimo dos años naturales sin estudiar. Por población excluida laboralmente entendemos la parada o inactiva (a excepción de estudiantes y jubilados). La privación en la vivienda se calcula mediante un índice a partir de la privación en ocho variables relativas al estado de la vivienda (ausencia de luz natural en alguna habitación; ruido; contaminación; delincuencia en el entorno; goteras, humedad o podredumbre; imposibilidad de mantener la vivienda a temperatura adecuada; ausencia de baño propio; ausencia de ducha). La privación en el consumo, igualmente, se calcula mediante un índice a partir de seis variables relativas al consumo (retrasos en el pago de facturas; alquiler o hipoteca; compras; imposibilidad de ir de vacaciones; dificultades para comprar carne o pescado; imposibilidad de afrontar gastos imprevistos). Cada variable se ha ponderado según el grado de generalización de la privación, de forma inversa: las variables con menor privación adquieren un mayor peso dentro del modelo, pues se supone que son de mayor gravedad. La fórmula es la siguiente, Pd=nEi=1 IiPi /nEi=1 Pi *100, donde Ii es el indicador económico de presencia o no de privación, y Pi es el porcentaje de hogares que no sufren privación. Por último, el estado de salud (malo o muy malo) queda definido por el propio individuo, en una escala de cinco categorías.
Los resultados plantean una afectación como mínimo del doble en relación con la media del conjunto de grupos sociales juveniles (= 100) para cada tipo de dimensión analizada, resaltando la ya citada problemática de salud: la población con mal o muy mal estado de salud es 4,8 veces superior a la media del resto de grupos sociales juveniles en España.
Excluidos laboralmente, se generaliza entre estos individuos un modelo de pobreza que Paugam (2007) define como descalificadora, inherente al capitalismo postindustrial y que se caracteriza por un deterioro de las condiciones materiales de vida, por la dependencia respecto de la protección pública y por la degradación de la identidad.
En primer lugar, en lo que refiere a las condiciones materiales, los resultados evidencian que estamos ante los jóvenes situados en los últimos escalones de la jerarquía social. Enumeramos brevemente algunos datos ilustrativos. Ocho de cada diez jóvenes (alrededor de 1 millón) viven en hogares que llegan a final de mes con dificultad o mucha dificultad, ubicados en entornos degradados (mayores porcentajes de delincuencia, contaminación y ruido en sus zonas).
El riesgo de pobreza (44,2%, unos 575.000 jóvenes) duplica al del resto de grupos, aspecto que se reproduce en los casos de pobreza severa (25,2%, unos 330.000) y extrema (13,5%, 175.000). En el último año, más de la mitad de sus hogares ha sufrido retrasos en el pago de la hipoteca, del alquiler, de facturas o de compras, y se ha generalizado la acumulación de dos o más pagos pendientes. En este punto, más del 80% declara que los gastos de la vivienda y el pago de las compras suponen una carga pesada para el hogar, y que no se podrían permitir gastos imprevistos. Un 26,4% declara que en sus hogares no se puede comprar carne o pescado por lo menos cada dos días. Y es que, como nos explican los participantes, el consumo debe limitarse a la satisfacción de las necesidades básicas huyendo de la lucha por el estatus a través del consumo social, en la cual siempre resultan perdedores, "Siempre hemos ido con cosas que nos dan [...]. Yo creo que somos sencillos. No compro ni ropa de marca ni... Voy a la oferta" (E3. Mujer, 28 años, emancipada. 2 hijos, hogar monoparental, sin pareja, huérfana, bachillerato, no trabaja). Además, este deterioro del nivel de vida generaliza la aparición de problemas de salud: seis de cada diez jóvenes españoles cuya percepción del estado de salud es mala o muy mala pertenecen a este grupo, lo que perjudica su inserción social y laboral, con el porcentaje más elevado de jóvenes con invalidez reconocida (3%).
En segundo lugar, la difícil integración laboral la convierte en una población dependiente de la asistencia pública, que interviene para atenuar episodios de pérdida de la dignidad social. Dos datos elocuentes. Uno, a nivel de incidencia: es el grupo con más beneficiarios de transferencias monetarias en el capítulo de asistencia social (el 9,3%), el que percibe un mayor volumen de transferencias monetarias en este mismo capítulo (una media de 460 euros anuales por hogar) y el mayor perceptor de otras transferencias sociales, de tipo individual, ligadas a la exclusión social, como las de supervivencia e invalidez. Dos, a nivel de intensidad: frente el desmantelamiento de otras instituciones protectoras, entre estos jóvenes las transferencias monetarias adquieren el rol de última malla de seguridad. Sin ellas, el 64,7% de estos jóvenes sufriría pobreza moderada (que alcanza los 840.000 individuos), el 49,4% pobreza severa (640.000) y el 39,1% pobreza extrema (508.000). En este ámbito, deberíamos considerar como elemento de reflexión la cronicidad de esta condición de población dependiente de la asistencia pública, en la medida en que no se está consiguiendo una integración sociolaboral plena, incluso a edades avanzadas, con lo que los programas de intervención social presentan el riesgo de convertirse en modelos de compañía (en el sentido de establecimiento e instalación en ellos, como advierte Soulet 2008), más que de acompañamiento hacia una inserción social plena (Aliena, Fombuena y García 2012).
En tercer lugar, el tránsito por una trayectoria vital impregnada de experiencias sociales negativas provoca la asimilación de una identidad desvalorizada socialmente. En este contexto de estrés social se favorecen la fragmentación del bienestar emocional y la pérdida de identificación y adscripción con una colectividad que cada vez es menos capaz de ofrecer protección y sentimiento de utilidad social. De aquí que la fragmentación de las redes relacionales y el peligro de aislamiento social detectables entre este perfil de jóvenes se entiendan como la renuncia a participar en un entorno que genera un sentimiento de inferioridad por la acumulación de fracasos sociales.
"P. Vida social, amigos, con otra gente... Cuéntame.
En el Messenger. Y abajo tengo un amigo. Pero como dice mi madre que no es un amigo... [Se ríe, avergonzado].
P. ¿Te dice tu madre que no es un amigo?
No.
P. ¿Por qué?
Porque tiene 30 años [el joven entrevistado tiene 16].
P. ¿Y de qué lo conoces?
De abajo. Porque yo bajo a comprar y él está ahí [es el encargado de seguridad del supermercado del barrio]". (E4. Hombre, 16 años, cursa ESO [repetidor], vive con su madre, dos hermanastros y padre del tercer hermanastro, ninguno trabaja)
La juventud obrera precarizada: "working poors" y movilidad social descendente
De lo demográfico a lo social: la aceleración de la transición a la vida adulta como estrategia de lucha contra la pobreza
Con 1,2 millones de individuos, que representan el 11% del total de individuos de 16 a 34 años en España, este grupo ejemplifica la relación que se establece entre la posición social del joven y las estrategias de transición a la vida adulta. Aunque la literatura científica remarca la relevancia de las segundas en la reducción de la pobreza juvenil, habitualmente se centra en las utilizadas por los jóvenes de clase media, como el retraso de la emancipación y el ajuste de la fecundidad. No obstante, deberían dejar de considerarse como estrategias inherentes a toda la juventud, como lo demuestra el comportamiento diferencial de los jóvenes desfavorecidos que pertenecen a este grupo. Estos individuos planean una transición a la vida adulta adelantada en el tiempo, por la rápida salida del sistema formativo, y a mayor velocidad, debido a la restricción de los condicionantes objetivos, con lo que la complejidad de expectativas vitales se desluce. En este sentido, su rápida salida del sistema formativo, su inserción laboral y el hecho de que, a menudo, sus hogares de origen estén afectados por el desempleo o la inactividad llevan a menudo a estos jóvenes a asumir rápidamente responsabilidades dentro del hogar, no sólo en lo que refiere a la entrada de rentas sino también, y como consecuencia de ésta, a la ocupación de roles de autoridad. Algo confirmado por los datos: a su edad media, de 26,9 años, un 61% de sus miembros ya se ha emancipado (frente a un 39,4% de la media), un 31,1% se ha casado y un 28,7% tiene hijos, porcentajes anormalmente elevados si se tiene en cuenta su edad biológica, lo que confirma otra vez el bajo poder explicativo -y el posible poder ocultador- de la variable edad en un análisis sociológico sobre la juventud.
Otro dato demográfico sustancial es la concentración de población de nacionalidad extranjera (46,4%), nítidamente superior a la del resto de grupos sociales juveniles. Este efecto migratorio es un factor clave para entender el ritmo transicional: es la población de nacionalidad extranjera la que, a una edad media similar, presenta un mayor nivel de emancipación, un menor porcentaje de soltería y una mayor presencia de hijos. Este componente también explica la concentración territorial en los núcleos densamente poblados de las Comunidades Autónomas más desarrolladas económicamente (ver la imagen 5), focos tradicionales de captación de la migración. Y entre éstas, se debe destacar que sólo dos Comunidades Autónomas, Madrid y Cataluña, abarcan la mitad (49,2%) de jóvenes de este grupo.
La pérdida de protección en el trabajo: jóvenes working poors
Los jóvenes de este grupo presentan un modesto nivel formativo, con una edad media de abandono de los estudios inferior a los 19 años: mayoritariamente, se trata de jóvenes que abandonaron el sistema formativo a mediados de la década de los dos mil, en un contexto de inserción rápida al mercado laboral, incluso para individuos que -como ellos- poseían una baja cualificación. Esto explica la notable presencia de población con solamente estudios primarios (un 13,8%, casi seis puntos por encima de la media), y que se presenta como crónica, puesto que ya menos de una cuarta parte está estudiando. Aun así, la presencia de jóvenes en niveles formativos superiores (incluso universitarios) no es rara. Esta dualidad se explica por la existencia de dos realidades sociales con distintos orígenes pero que se han visto homogeneizadas por los condicionantes sociales y económicos recientes. Por un lado, aproximadamente la mitad de este grupo está formada por población de nacionalidad extranjera, que presenta un menor nivel formativo y un proceso de transición a la vida adulta más veloz. Por otro lado, la otra mitad se nutre de jóvenes autóctonos, con un mayor nivel formativo y un ritmo de transición a la vida adulta más pausado, hijos de cuadros intermedios industriales y de clase trabajadora (tanto cualificada como no cualificada), y que se encuentran recluidos en el segmento inferior del mercado de trabajo, con situaciones de supocupación y de ineficacia de las credenciales formativas obtenidas.
En este sentido, los datos de 2011 revelan que la mayoría de jóvenes de este grupo (52,7%) estaba trabajando, acumulando ya cierta antigüedad, con un porcentaje relativamente bajo de parados (20,3% del total de jóvenes), a tenor de su bajo nivel formativo y de su elevada tasa de pobreza (de 30,3%, nueve puntos por encima de la media, hasta un total de 360.000 jóvenes pobres). De esta forma, la vulnerabilidad se explica no tanto por el impacto de la desocupación o la inactividad -como sucede en el grupo anterior, de difícil integración laboral- sino por la posición que se ocupa dentro del mercado de trabajo, sintetizada en tres características esenciales. En primer lugar, la baja cualificación de las ocupaciones a las que se tiene acceso, con un 23% de los jóvenes ocupados como mano de obra no cualificada. En segundo lugar, las dificultades para insertarse plenamente en el mercado de trabajo, con un 20% de la población ocupada que trabaja a jornada parcial (hasta un 28% entre las mujeres). En tercer lugar, el tipo de ocupaciones en las que se trabaja, de baja capacidad protectora, con una fuerte presencia de hombres y mujeres ocupados en el sector de la hostelería (15,1%, casi el doble de la media del conjunto de grupos) y de mujeres empleadas como personal doméstico (18%, 4,5 veces por encima de la media).
Estos datos son clave para entender que nos encontramos ante jóvenes a los que el hecho de estar ocupados en el mercado laboral no les garantiza la salida de la pobreza ni es, evidentemente, una fuente de identidad positiva:
- "Yo era camionero de la basura. Que es muy digno, evidentemente. [...] Pero socialmente no es lo mismo entrar con corbata que entrar vestido guarro. Me comía la cabeza. Me he sentido inferior socialmente. Escuchas, ves cosas... Vergüenza, un poco, sí. Y aún la tengo ahora. Lo sabe muy poca gente". (E21. Hombre, 32 años, vive solo, universitario [beca], trabajos no cualificados, episodios depresivos)
Estos jóvenes alcanzan una escala salarial similar a la de los jóvenes de menor edad que pertenecen a grupos acomodados, que no están emancipados y que justo están empezando a instalarse en el mercado laboral, para los cuales la precariedad laboral es un peaje momentáneo (cada vez más estructural). De aquí que éste sea el grupo cuya población ocupada presenta un mayor riesgo de pobreza (del 15,7% si es asalariada a tiempo completo, del 30,6% si lo es a tiempo parcial, y del 32,1% si trabaja por cuenta propia). Aun así, la relativamente alta vinculación laboral sí consigue frenar la degradación de las condiciones de vida en los indicadores de mayor gravedad (como los retrasos en el pago del alquiler o hipoteca, compras y facturas, la imposibilidad de comprar carne o de mantener la vivienda a una temperatura adecuada), con unos resultados alejados de los obtenidos por el grupo 6, como se aprecia en la imagen 6.
Paradójicamente, la baja cualificación y la aceptación de cualquier tipo de ocupación disponible se convierten en la principal cualidad de estos jóvenes para insertarse laboralmente y estabilizar el aumento de vulnerabilidad. Entendemos que, aunque los beneficios materiales son evidentes, se trata de una estrategia arriesgada si entendemos el trabajo como fuente de fortalecimiento de la identidad. Es en este contexto que situamos ciertos discursos de jóvenes pertenecientes a este grupo, orientados al alivio de la sensación de precariedad en su supjetividad y a una estrategia para distanciarse de la estabilidad del mundo adulto y la ocultación del conflicto latente como mecanismo de protección, y que consisten, sintéticamente, en: a) la positivización del jefe, que nos elige por delante de cientos de jóvenes dispuestos a ocupar nuestro puesto de trabajo ("En negro, puedes decir. Pero los dueños son muy buenos". E11. Mujer, 19 años, inmigrante, residencia familiar con habitaciones realquiladas, estudiante de ESO, trabajo en negro), lo que se corresponde con una red de obtención del trabajo mediante la familia y el círculo de amistades que -aunque esté en regresión (Moreno y Rodríguez 2013)- facilita la confusión entre relaciones familiares y laborales y que puede acabar por diluir el conflicto (por lo menos en lo que refiere a la clase para sí, en términos marxistas); b) la relativización de la precariedad, al enfatizar dimensiones alternativas, como la buena relación que mantenemos con los compañeros o la informalidad ("Era en negro. A ver, más que trabajar, yo iba a ayudar". E19. Mujer, 28 años, vive sola, no trabaja, episodios depresivos), y c) la positivización de la precariedad, como el peaje que superamos, que demuestra nuestra capacidad de esfuerzo y adaptación, y que permite distinguirnos de los vagos que no quieren trabajar ("Mientras yo trabajaba en el hotel, era llegar a casa a las 16h y no se había levantado -su expareja- de la cama. Ni se dignaba a lavar un plato [...]. Dije, a la mierda, esto no es un hombre ni nada". E3).
Este último aspecto lo incorporamos en una dimensión más amplia que refiere a la construcción de una identidad distintiva. Sorprendentemente, al preguntar a estos jóvenes si se consideraban pobres, su respuesta mayoritaria fue negativa. La argumentación se basa en una comparación respecto a los individuos que se encuentran justo por debajo, que serían los auténticos pobres. Esta distinción opera en una doble vertiente. En primer lugar, por lo que refiere a las condiciones materiales de vida, no se consideran pobres, ya que, aunque el nivel de vida sea muy modesto, no ven peligrar su supsistencia ("Es que como, tengo un techo, voy vestida... ¿Qué más quiero?". E8). En segundo lugar, se construye una distinción de estatus que les permite igualarse a los individuos que se encuentran justo por encima, es decir, asumen como propios los valores supjetivos pertenecientes a una clase media idealizada. Mediante la exaltación del esfuerzo, de la sinceridad o de la honestidad pretenden reconstruir las diferencias entre los pobres que intentan superar esta situación -y que legítimamente pueden exigir el reconocimiento de la sociedad- y los que no hacen nada para mejorarla: pobres y nada más que pobres, sin ningún derecho social.
Un último elemento sustancial para entender la elevada vulnerabilidad de estos jóvenes es el escaso acceso a la protección pública, en especial en las transferencias de tipo individual (por supervivencia, enfermedad, invalidez o desocupación), pero también en algunas relativas al hogar, como las de asistencia social. En todas ellas, los jóvenes de este grupo se sitúan entre los menos beneficiados, tanto en lo que refiere al volumen de población beneficiaria como a las cuantías de dichas transferencias. Esto provoca que se trate del grupo social juvenil en que las transferencias monetarias tienen un menor impacto en la reducción de la pobreza: la pobreza moderada sólo se reduce en un 40% (la media reductora es del 49%), la pobreza severa en un 34% (la media en un 39%) y la extrema en un 17% (la media en un 27,7%). Paradójicamente, este impacto es inferior al que beneficia a otros grupos acomodados y refleja una cierta ineficacia redistributiva, generando un aumento de la desigualdad entre jóvenes.
Conclusiones
Este artículo alerta sobre la capacidad que la sociedad contemporánea tiene de generar sufrimiento, en este caso entre los jóvenes, enfatizando el impacto que la posición en la estructura social, como resultado del sistema de organización social, económica y política, tiene sobre las condiciones de vida de estos jóvenes, sobre la configuración del proceso de transición a la vida adulta y sobre la asimilación de una identidad desvalorada. Siguiendo a Laparra (2001), situamos el origen de los procesos de exclusión social como resultado de la articulación de dos lógicas diferenciadas: por una parte, la del capitalismo, orientada a la mercantilización del trabajo humano y a la proletarización pasiva, y, por otra parte, la de la democracia, que empuja hacia una sociedad homogénea en el ámbito de la ciudadanía y hacia una mayor igualdad en la distribución del poder. La pobreza y la exclusión social son, pues, resultado del fracaso de los Estados de Bienestar para proteger a los individuos, o de hacerlo por lo menos de forma no estigmatizadora. Tezanos (2002) también apunta a esta dualidad, con una parte de población relativamente integrada a la sociedad y otra formada por los individuos prescindibles, que Castel (1992) caracterizó por una ruptura con el mercado laboral, no compensada por otros mecanismos de protección como el acceso a redes sociales de protección.
Empíricamente se ha seguido una estrategia de investigación que supera algunas de las debilidades de este campo de estudio: a) el establecimiento de una triangulación metodológica que rompe el dominio de los análisis cuantitativos; b) el análisis multidimensional de la vulnerabilidad, y c) la conceptualización de lo juvenil con base en criterios sociales, que supera el abuso de la edad biológica como única variable de definición. Este mecanismo permite una aproximación nítida a la realidad social de los jóvenes situados en los grados inferiores de la estructura social española, evidenciando que los análisis basados exclusivamente en la edad biológica o en la pobreza monetaria ocultan realidades sociológicamente relevantes.
El grupo 5 de la estructura social juvenil engloba los jóvenes más vulnerables, caracterizados por la acumulación de déficits sociales en todos los ámbitos analizados, como un bajo nivel formativo, la exclusión laboral, la carencia de recursos materiales, el deterioro del vínculo social, la acumulación de privaciones en el consumo y en la vivienda y la generalización de un mal estado de salud. Esta descalificación social, con la cual España se acerca a formas de vulnerabilidad vinculadas al resto de Europa, se cristaliza en su supjetividad mediante la asimilación de una profunda identidad negativa y un progresivo aislamiento social e incluso familiar, elementos que dificultan su adscripción en la comunidad y que presentan alarmantes síntomas de cronicidad.
Por otra parte, el grupo 6 engloba individuos que transitan de forma rápida hacia la vida adulta y cuya vinculación laboral no garantiza protección ante la pobreza, aunque sí en otros ámbitos. La reclusión en el segmento secundario del mercado laboral genera en esta población -en algunos casos, relativamente bien formada- un sentimiento de fracaso y de desilusión ante el futuro, que se alivia mediante estrategias presentistas de perdedores: relativizar lo que Bourdieu (1999) definió como pequeña miseria, y conformarse con distinguirse de los que están aun peor.
Todo ello debe hacernos reflexionar acerca de la realidad en que se encuentra la juventud en el contexto de crisis actual en España. Constatamos que la preeminencia del rol del mercado privado como proveedor de servicios (sobre todo, en el trabajo y la vivienda), unida a la debilidad de la política pública como mecanismo de igualación de oportunidades, favorecen el aumento de la vulnerabilidad social juvenil (controlada, en última instancia, gracias a la malla protectora de la familia y a las estrategias juveniles de retraso de la emancipación) y la reproducción de las desigualdades sociales.
A partir de aquí, queremos destacar algunas líneas de actuación que consideramos urgentes en este sentido:
En primer lugar, se deben impulsar programas sociales orientados a las personas jóvenes a unos niveles parecidos a los que disfrutan otros colectivos dentro de las políticas contra la pobreza. Esto es, incorporar a las personas jóvenes como foco de atención de las políticas de lucha contra la pobreza, superando su actual doble afectación: el grado de debilidad de la protección pública en España y su concentración hacia la franja de población de edad avanzada mediante los programas de atención a la vejez y a la dependencia.
En segundo lugar, es necesario integrar a las personas jóvenes como sujetos activos en la definición, ejecución y evaluación de los programas sociales con el fin de superar las barreras materiales y las distancias simbólicas que existen entre la acción social (ya sea pública o privada) y las personas jóvenes, especialmente las más vulnerables.
Por último, garantizar que las políticas de juventud tengan en la pobreza y la exclusión social un ámbito prioritario de actuación, al disponer de los medios necesarios para la actuación. De hecho, es habitual que no se haga referencia a la existencia de desigualdades sociales entre los jóvenes ni tampoco que se prevean programas específicos de actuación de tipo no universal. En la mayoría de articulados en torno a la juventud, como los Planes Nacionales de Juventud de España, el tratamiento de la pobreza es inexistente, mientras que el de la exclusión social empieza a aparecer últimamente, pero sólo enfocado a la marginalidad y centrado en casos individualizados: reclusos, mujeres maltratadas, etcétera. Debería fomentarse, por el contrario, el desarrollo de políticas nucleares (empleo, vivienda, educación, entre otras) mediante una planificación integral orientada a colectivos de personas jóvenes vulnerables con necesidades de intervención específicas que deben ser reconocidas por parte de los agentes sociales implicados.
Comentarios
* Este artículo ha sido elaborado en el marco del proyecto del Plan Nacional I+D+I 2008-2011 del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, con referencia CSO2008-05535 y título "Nueva pobreza y exclusión social entre la juventud en España".
1 Pérez Islas (2006), en una radiografía de la sociología de la juventud, sostiene que estas limitaciones también son extrapolables a América Latina, con aproximaciones aisladas y poco articuladas y una recurrencia al dato empírico sin análisis conceptual. Sin embargo, debe reconocerse la labor de distintos autores en el desarrollo de este campo de estudio en América Latina. Además del citado José Antonio Pérez Islas, véanse, por ejemplo, las aportaciones de Claudia Jacinto, sustancialmente en el ámbito formativo (Jacinto 2010); de Ernesto Rodríguez, sobre las políticas juveniles (Rodríguez 2003); de Mario Margulis, sobre la cultura y la significación de la juventud (Margulis 2008), o de Carles Feixa, sobre las identidades juveniles (por ejemplo: González y Feixa 2013), entre otras.
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Fecha de recepción: 09 de octubre de 2014 Fecha de aceptación: 17 de marzo de 2015 Fecha de modificación: 12 de mayo de 2015