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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.54 Bogotá oct./ic. 2015

https://doi.org/10.7440/res54.2015.15 

Reseña de Rafael E. Acevedo P.*

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.15


Teniendo como referencia el texto de Kant, me pregunto si no se puede considerar la modernidad como una actitud más que como un período de la historia. Y por actitud quiero decir un modo de relación con respecto a la actualidad; una elección voluntaria que hacen algunos; en fin, una manera de pensar y de sentir, una manera también de actuar y de conducirse que, simultáneamente, marca una pertenencia y se presenta como una tarea [...]. Foucault (2011, 81)

    [...] El género antropológico de la historia tiene su propio rigor, aunque pueda parecerles tan sospechoso como la literatura a los sociólogos rígidos. Esto se apoya en la premisa de que la expresión individual se manifiesta a través del idioma en general, y que aprendemos a clasificar las sensaciones y a entender el sentido de las cosas dentro del marco que ofrece la cultura. Por ello debería ser posible que el historiador descubriera la dimensión social del pensamiento y que entendiera el sentido de los documentos relacionándolos con el mundo circulante de los significados, pasando del texto al contexto, y regresando de nuevo a éste hasta lograr encontrar una ruta en un mundo mental extraño. Darnton (2004, 13)

Hace ya varias décadas -más exactamente, desde finales de los años sesenta del siglo XX- el sociólogo Norbert Elias llamaba la atención sobre la necesidad de establecer una convivencia más cercana entre la sociología y la historia en el trabajo investigativo. En la edición en español de La sociedad cortesana, publicada en 1982 -y reimpresa en 1996-, Elias realizó una extensa introducción de su libro bajo el título "Sociología y ciencia de la historia", en la cual -en uno de los tantos aspectos que señalaba allí- cuestionaba algunos planteamientos históricos encaminados a la descripción sólo de una "serie única de acontecimientos". De manera puntual dijo: "Lo que se llama historia aparece, entonces, habitualmente, como un amontonamiento de acciones particulares de hombres concretos que sencillamente no tienen ninguna relación [...]" (Elias 1996, 13). Intentando así entablar una discusión -que no vamos a detallar aquí- en torno a un aspecto que notaba ausente -con frecuencia, y sin entrar en generalizaciones- en la ciencia histórica: la carencia de "cuadros de referencia científicamente elaborados y verificables", o dicho de otra manera, el abandono -o la suplantación- del contexto de los fenómenos concretos por la "interpretación arbitraria".

Para Elias, la ciencia de la historia debía ser susceptible, al igual que en el trabajo de los sociólogos, de entender las configuraciones específicas de una sociedad a partir de la clarificación de las relaciones sociales. El punto de vista del sociólogo venía entonces a complementar el punto de vista histórico, no sólo al destacar las acciones de los hombres sino al analizar sus interdependencias o poner de relieve las posiciones sociales. Un poco, las anotaciones de aquel sociólogo -aunque no serían las únicas- sirvieron a los historiadores (sobre todo de la nueva historia cultural) para repensar y evitar las rígidas oposiciones dadas a priori, como la distinción excluyente entre las élites y el pueblo, entre los dominadores y los dominados, y por el contrario, para pensar más en la idea del campo social (el contexto o -siguiendo el ejemplo de Robert Darnton- el mundo en el que circulan los documentos), que ayuda a explicar y valorar la diversidad de las prácticas. En cierta medida, porque como lo ha recordado Roger Chartier: "las divisiones culturales no se ordenan obligatoriamente según una única clasificación de las diferenciaciones sociales [...]" (Chartier 2005, 53).

Es esa perspectiva de análisis -en la que se intenta recuperar la dimensión sociológica de la historia cultural para evitar reducir el examen, por ejemplo, de la Ilustración solamente a un "movimiento de ideas"- la que otra vez explora Renán Silva en un nuevo libro que acaba de publicarse en Colombia. Se trata de Cultura escrita, historiografía y sociedad en el Virreinato de la Nueva Granada, obra publicada por La Carreta Histórica en 2015, en la cual este conocido historiador colombiano vuelve a desempolvar el Papel Periódico de Santafé de Bogotá -editado por Manuel del Socorro Rodríguez desde 1791 hasta 1797- para investigar el campo de la cultura escrita, de la comunicación periodística, de la materialidad de los textos, de los sistemas de información, de los procesos de constitución de identidades, de los criterios de imparcialidad, de las conexiones atlánticas, de la escritura de la historia, de la diversidad de las prácticas de lectura y, sobre todo, de los modos de argumentación en la emergente "cultura social de la época" de los ilustrados al finalizar el siglo XVIII.

Varios años después de la aparición en 1988 de Prensa y revolución a finales del siglo XVIII y de su reimpresión en 2004, lo que no quiere decir que haya abandonado el análisis del Papel Periódico durante ese tiempo, Silva vuelve entonces a "reconsiderar" el problema de la cultura escrita en la sociedad neogranadina, pero esta vez desde distintos ángulos y matices. Y decimos reconsiderar porque, a diferencia de la lectura orientada o en perspectiva que intentaba situar entre paréntesis y criticar la visión teleológica de que la independencia nacional era la hija directa del pensamiento ilustrado -idea fuertemente cuestionada por Silva en su obra de 1988-, su análisis se ha enriquecido y ampliado al reflexionar de manera más detallada -y con rigurosidad empírica- sobre una "superficie de emergencia" que parece anunciar un cambio intelectual revelador en el Virreinato de la Nueva Granada -al menos en uno de sus dominios-: el del periodismo, asunto ése que sirve al autor para inscribir o conectar el "archipiélago de los ilustrados" neogranadinos en el marco de referencia euroamericano, tomando distancia así -y es un aporte significativo del libro- de las visiones historiográficas elaboradas sobre los reinos americanos como "sociedades coloniales" alejadas y desinformadas de lo que pasaba al otro lado del Atlántico.1

No obstante, el problema de las conexiones o "redes de circulación de informaciones" no constituyó el único factor determinante de las evoluciones y transformaciones del mundo editorial neogranadino al finalizar el siglo XVIII. En este punto, y es otro de los aportes del libro, Renán Silva logra demostrar -en el plano de la realidad sociológica y de la construcción imaginaria- cómo el avance de la prensa y su singularidad o variabilidad estaban definidos también por el actor esencial de la comunicación periodística: el público lector.

Una categoría social en formación que para la época se iba vinculando con los "genios ilustrados", la "nobleza universitaria", la "juventud del noble reino" y, en fin, la clarificación del auditorio por parte del Papel Periódico (p. 30). Allí considero que radica una de las tesis centrales -y una de las principales contribuciones al análisis histórico- de Cultura escrita, historiografía y sociedad, en la medida en que se demuestra -en el plano empírico- cómo los procesos de diferenciación de los grupos sociales de notables y privilegiados obedecían a las propias transformaciones de la cultura social de los ilustrados a finales del siglo XVIII. En otras partes del libro, Silva incluso llega a afirmar que "La Ilustración neogranadina no fue la búsqueda de la independencia [...] y mucho menos la búsqueda de la revolución política moderna. Fue ante todo la búsqueda de identidad de grupos sociales nuevos, carentes de poder social, que buscaban sus apoyos en fuerzas excéntricas a las que la tradición había por varios siglos legitimado [...]" (pp. 209 y 210).

La riqueza documental del libro y el análisis centrado en la propia época de los ilustrados o de los procesos editoriales del Papel Periódico permiten entender entonces la cultura escrita, desde mi punto de vista, a partir de dos lógicas que sólo se entienden en sus conexiones, sus sincronías, o -citando nuevamente a Norbert Elias- en el plano de sus configuraciones sociales e interdependencias. Esa cultura escrita, que reconoce y estudia Silva en el marco temporal y espacial del Nuevo Reyno de Granada a finales del siglo XVIII, remite a la lógica de la circulación -a una escala mayor- de las informaciones entre la Nueva Granada y los circuitos atlánticos de difusión de las noticias en Europa y América, pero ese tipo de cultura también nos transporta a las modalidades locales de re/elaboración e interpretación de las noticias que llegan y se publican -para el caso estudiado- en el diario dirigido por Manuel del Socorro Rodríguez. Considero que el análisis de esas lógicas lleva al autor a evitar el estudio del discurso por el discurso al centrar más bien su mirada en la dimensión social de las prácticas y el conjunto de actividades de la cultura intelectual, al menos en el dominio del periodismo.

No en vano, es importante señalar que para el caso que estudia en su nuevo libro, el de la cultura escrita y la historiografía, la dimensión social remite al problema de los modos de comunicación de las noticias, a las formas de presentación y los criterios de imparcialidad de los argumentos y polémicas que se generan, a las referencias y modificaciones de regímenes de verdad, a las materialidades del texto, a las relaciones de lo escrito con lo oral y lo visual, a la figura del autor, al público lector y a todo el proceso editorial que hace viable -a pesar de sus condiciones rudimentarias- la presencia del periodismo en el Nuevo Reyno de Granada. Asunto ése que nos invita a repensar el problema de la "modernidad cultural", al incluir la idea del público desde mucho antes de la coyuntura política de 1808-1810, no obstante sin caer en el "anacronismo" de los antecedentes directos que condicionan o explican la independencia nacional, tratando de evitar así lo que Quentin Skinner ha denominado la "mitología de la coherencia" (Skinner 2007, 128). Es posible entonces volver la mirada sobre los rasgos iniciales de las modernas formas de comunicación periodística, pero esta vez en el marco de una sociedad en la que la singularidad de la prensa resulta ser su "servicio al público" y a la defensa de la Monarquía.

Asimismo, es importante destacar cómo la dimensión social de la cultura escrita pone de presente en los ilustrados una nueva valoración de la crítica y la presencia de unas corrientes de secularización en el plano de la construcción del conocimiento sobre la naturaleza, la actualidad de las noticias, la curiosidad pública, los sucesos europeos, la elaboración del análisis histórico, la valoración del tiempo, la defensa de la legitimidad de la Monarquía, la afirmación del dominio de la ciencia frente a la religión en la percepción de los fenómenos naturales, el estilo y la materialidad de la escritura, entre otras modalidades que constituyen la "superficie de emergencia" del periodismo y le dan sentido. Todo ello en el escenario de un contexto cultural marcado por la redefinición de las relaciones entre el documento, la observación y la fábula, en el cual los usos sociales de la imprenta y el acceso a un tipo de retórica científica permitieron la modificación de los regímenes de verdad (en lo relacionado básicamente con los saberes y los valores tanto del progreso como de la civilización) bajo la forma escrita, argumentada y demostrada, pero ante todo en el marco de una sociedad que se reconocía como parte integral de la Monarquía española.

Podemos decir entonces que Cultura escrita, historiografía y sociedad en el Virreinato de la Nueva Granada constituye un aporte al análisis de la cultura intelectual del siglo XVIII, a partir de un cuidadoso examen del periodismo y de una valoración de la "cultura social de lo impreso", en un contexto marcado por el reformismo borbónico, los crecientes procesos de secularización, los sucesos de enorme impacto -como la Revolución Francesa y las guerras entre las monarquías europeas- y, sobre todo, el avance de la Ilustración. El libro está estructurado en seis capítulos, en los que el autor, desde distintos ángulos y matices, intenta detallar la "superficie de emergencia" del periodismo en el marco de ese contexto.

Quiero, en ese sentido, presentar ahora algunas de las ideas esbozadas en esos capítulos, y lo haré en función del reconocimiento de tres niveles de análisis que considero centrales en el libro, y que nos pueden dar una orientación sobre su marco interpretativo: 1) La formación de un sistema de información moderno, 2) Los modos y usos de la argumentación en la escritura y 3) La materialidad de los textos, combinada con la diversidad de las prácticas de lecturas. Aun cuando es importante reconocer que la riqueza -empírica e interpretativa- de los argumentos mostrados en el texto trasciende quizás los horizontes que a continuación se examinarán brevemente y que exigirían, por tanto, más que una reseña.

El libro inicia con un capítulo titulado "La re/escritura de la historia: informar interpretando", en el que, además de la discusión sobre el público lector y los cambios de orientación del Papel Periódico en 1794 (luego de la suspensión en él de la publicación del Arcano de la Quina de José Celestino Mutis), el autor muestra la transformación de la cultura intelectual de la época al desplazar su foco de atención de las ciencias naturales y la filosofía al escenario político y a la "actualidad noticiosa" sobre los sucesos de Francia y las reacciones europeas, señalando, en ese sentido, cómo el público se constituyó en un ente regulador de la prensa. Es en ese contexto en el que emerge un sistema de información, cuya característica básica es la puesta en escena de una serie de elementos o prácticas que regulan las maneras de informar: la correspondencia, la cita y el comentario, las noticias de viva voz, la veracidad de lo que se dice, la coordinación de los eventos, el estilo y las formas de intervención sobre lo escrito ("aviso al público", "advertencia", "nota", etcétera), entre otras modalidades de la información que se re/reelaboran como parte del proceso de edición de la comunicación periodística.

Ese inicial sistema de información -siguiendo en ese punto a Robert Darnton- parece definirse o constituirse mediante los lugares de difusión de la noticia (casas, calles, plazas, tiendas, imprentas y tertulias) y los modos de comunicación de los sucesos (pasquines, cartas, canciones, malas palabras, chismes, rumores y, desde luego, los periódicos y las gacetas). La interacción de esas variables le permite a Silva reconstruir los circuitos geográficos y culturales de donde provenían las informaciones sobre Francia, y otros asuntos: los impresos traídos de Bruselas, Londres, Ámsterdam, Jamaica, Ginebra, París y, por supuesto, las noticias publicadas por las Cortes de España, que entraban por Cartagena, se utilizaban en el Papel Periódico de Santafé y luego se propagaban en las poblaciones del Nuevo Reino de Granada. Aunque el autor hace más complejo aún sus análisis cuando intenta mostrar cómo las noticias circulaban también de manera oral, o de viva voz, tal como lo ilustra a partir de los pocos testimonios de los capitanes de embarcaciones que llegaban a ese lugar del Nuevo Mundo, cuyo relato era objeto de procesos de comprobación. La consideración y el análisis de todos esos elementos contextuales, según Silva -y es otro de los aportes centrales del libro-, son los que permiten observar y explicar las formas iniciales de inscripción de la "Filosofía de las Luces" y el pensamiento de la Ilustración en laconfiguración del naciente espacio público en la sociedad neogranadina a finales del siglo XVIII (pp. 36 y 39).

El reconocimiento de ese espacio público de difusión e intervención sobre las informaciones constituye una de las claves que permiten comprender la Ilustración más allá del marco referencial de las obras y los autores. Aun cuando es necesario señalar en este punto que los análisis de Silva no sólo se concentran en el plano de las formas de elaboración y circulación de las "actualidades noticiosas" sino también en las transformaciones de la cultura intelectual, es decir, de las actitudes asumidas frente a lo actual y las nuevas valoraciones sobre el tiempo, la cultura y la vida en las reflexiones de los ilustrados. Ello se evidencia en los capítulos II y III: "Reflexiones de un historiador" y "La defensa de la Monarquía y los historiadores de la Ilustración", en los cuales se examinan con cuidado el contexto y los modos de argumentación de los textos escritos o editados -básicamente- por Manuel del Socorro Rodríguez, para explicar y dotar de validez sus interpretaciones sobre la "Idea general del estado presente de las cosas en Francia", "Retrato histórico de Luis XVI en el trono", "El interés del pueblo en el restablecimiento de la Monarquía", "Extravagancias del siglo ilustrado", "Poema en prosa a la muerte de la Reina de Francia", entre otros textos publicados en el Papel Periódico, que ponían de presente la sensibilidad de los ilustrados por el curso de la historia universal y las maneras de practicar el análisis histórico en su época.

El libro de Silva nos ofrece pues un panorama más detallado en cuanto a las formas de expresión de la actitud crítica de los ilustrados en el campo del conocimiento, un tema en torno al cual se había avanzado en la historiografía colombiana en el plano de la comprensión de la historia natural, la filosofía, la teología y las ciencias naturales, pero del que poco o nada sabíamos en función del problema que se estudia: el pensamiento histórico inscrito en las prácticas de la Ilustración, o lo que los ilustrados, a su manera, llamaban historia político-filosófica e historia de la sociedad interesada por las causas de las informaciones que circulaban en el Nuevo Reyno de Granada. O en otro caso, como se señala en el capítulo III, a propósito de la defensa de la Monarquía como forma de gobierno y su papel civilizador en América, la elaboración de "[...] un saber contextualizado que trata de comprender las acciones humanas sobre la base de sus condiciones y contextos de realización en medio de una actitud lo menos pasional posible, que pueda hacer brillar ese valor altamente estimado que el siglo designó como la 'imparcialidad'" (p. 137). Ese valor, al igual que los usos de la cronología, la referencia a historiadores de la Antigüedad griega y romana, la posición frente al documento y el testimonio, entre otros criterios de verificación, constituían precisamente la base de los argumentos y del análisis histórico a finales del siglo XVIII.

El análisis histórico, al igual que la discusión crítica de la legitimidad de la Monarquía presentada en el Papel Periódico (respaldada en los usos de la ley y del registro histórico para polemizar los argumentos de William Robertson, Guillaume-Thomas Raynal, Montesquieu, Voltaire, Diderot, entre otros autores que cuestionaban los procesos de conquista de España), no eran más -sugiere Silva- que una de las formas complejas como un hombre de letras -del archipiélago ilustrado- inscribía su trabajo y se ligaba intelectualmente con fenómenos culturales mayores -como la Filosofía de las Luces-, a pesar del aislamiento de los ilustrados de la cultura científica europea. No quiere decir ello, por supuesto, que la única manera de entrar en contacto con esos fenómenos fuera por vía del conocimiento histórico.

Sobre este último aspecto resulta ilustrativo el capítulo IV, "El diablo en Santafé", en el cual se muestra cómo Manuel del Socorro Rodríguez, en 1795, valiéndose del uso de cierta "retórica científica", amparada en los criterios de la ciencia, en el estudio de la atmosfera y de los movimientos de los cuerpos, logra demostrar, argumentar y polemizar los prejuicios sociales, la "vulgar" opinión y las tesis del padre Joseph Cassani (en 1741) sobre el "gran ruido" de 1687, un tipo de conocimiento que ponía de presente los crecientes procesos de secularización, la distinción entre ciencia y fe, o aún más, una valoración crítica de las tradiciones culturales que para nada afectaba las relaciones con la Monarquía.

El libro, finalmente, nos introduce en dos capítulos que -a mi modo de ver- abordan un problema sobre el que muy poco tenemos conocimiento en la historiografía colombiana -a pesar de los avances recientes en el estudio de la prensa neogranadina del siglo XVIII-: la materialidad de la cultura escrita y la diversidad de las prácticas de lecturas. En el V aparte, "Papeles periódicos y escritura del tiempo histórico", por ejemplo, además de la discusión sobre la noción de autor y el paulatino ascenso de la escritura frente a la oratoria, Silva explora las condiciones de emergencia, permanencia y clausura del Papel Periódico, en las cuales destaca las relaciones de los grupos sociales locales con la Monarquía y las autoridades virreinales (en especial, entre Manuel del Socorro Rodríguez y el virrey Ezpeleta) que hicieron posible el funcionamiento de aquel diario en el Nuevo Reyno de Granada, un tema que aún está por investigarse en Colombia, no sólo a nivel del Papel Periódico, sino de otras producciones de la época. De nuevo, en este punto el autor señala que ese tipo de relaciones no deben seguir viéndose bajo la idea del "despotismo consustancial" de las autoridades españolas, y, por el contrario, sugiere la necesidad de orientar los análisis hacia la comprensión de los usos sociales de la imprenta, las suscripciones, los lugares y modos de la comunicación escrita, y, sobre todo, teniendo en cuenta los niveles culturales de la sociedad.

El último capítulo, "Lectura, imprenta y periodismo a finales del siglo XVIII", precisamente, constituye un acercamiento al problema de los niveles y transformaciones de las prácticas de lectura en el Nuevo Reyno de Granada. Se muestra en esa parte cómo en la sociedad neogranadina, si bien no existía una revolución cultural de la lectura como en la Europa del siglo XVIII, había una diversidad de prácticas de lecturas vinculadas a los usos sociales de la imprenta, las tertulias, el precio, las suscripciones, el "espíritu de los diarios" y, sobre todo, el homo typographicus y la materialidad de los textos que circulaban. Un ejemplo de ello -según Silva- estaba ligado con el tiempo de la lectura, un asunto que tenía que ver con el uso moderado de la palabra y de la extensión del escrito. Del mismo modo, en este capítulo el autor dedica una parte de su reflexión al problema de la cultura escrita y su relación con los contenidos visuales, las imágenes y la presencia de la música. Un aspecto que -desde mi punto de vista- parece recordarnos uno de los tantos problemas que se anunció en la agenda de la nueva historia cultural y que aún falta por estudiarse en nuestros medios: la escritura de las prácticas.

Estamos, pues, ante un libro que ha vuelto a desempolvar el Papel Periódico de Santafé de Bogotá(1791-1797) para abordar algunos problemas claves de la sociedad neogranadina del siglo XVIII, sobre todo en lo relacionado con la cultura escrita, la historiografía y el pensamiento de los ilustrados. Una historia que trasciende las ideas y se sitúa en el universo de las prácticas de la propia cultura intelectual de esa época. Una obra cuyos argumentos serán objeto seguramente de mucha discusión, críticas y olvidos. Y, en fin, un texto que sin duda ofrece una lección de método, de renovación de las preguntas y de la vitalidad de las fuentes, a pesar del paso del tiempo y de sus múltiples usos, pues las reflexiones de hoy no son las mismas de 1988 en Prensa y revolución, a pesar de que el documento principal sigue siendo el mismo: el Papel Periódico, lo cual demuestra la constante modificación de los enfoques, las metodologías y las perspectivas de análisis de Clío.


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* Doctor en Historia por la Universidad de los Andes (Colombia). Profesor del Programa de Historia en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena (Colombia). Correo electrónico: rafacep17@hotmail.com

1 Una observación sobre la necesidad de modificar esa visión sobre las relaciones entre la Metrópoli y sus satélites se había anunciado en el prólogo de la segunda edición de Prensa y revolución a finales del siglo XVIII (Silva 2004, 12).


Referencias

1. Chartier, Roger. 2005. El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural. Barcelona: Gedisa Editorial.         [ Links ]

2. Darnton, Robert. 2004. La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. México: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

3. Elias, Norbert. 1996 [1982]. La sociedad cortesana. México: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

4. Foucault, Michel. 2011. Sobre la Ilustración. Madrid: Editorial Tecnos.         [ Links ]

5. Silva, Renán. 2004 [1988]. Prensa y revolución a finales del siglo XVIII. Contribución a un análisis de la formación de la ideología de independencia nacional. Medellín: La Carreta Histórica.         [ Links ]

6. Skinner, Quentin. 2007. Lenguaje, política e historia. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.         [ Links ]