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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.54 Bogotá oct./dez. 2015

https://doi.org/10.7440/res54.2015.16 

Reseña de Annick Lempérière*

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.16


"Contra las ilusiones del 'discurso', como conjunto de 'simples ideas' cuya forma de existencia material no importaría [...], contra ese error que intenta captar el problema del significado, sin decir una palabra sobre los soportes que le han dado existencia material": así concluye su libro el autor (p. 323), quien, pocas páginas después de entrar en la sustancia de su estudio, había advertido a sus lectores que "en el caso de los investigadores de la cultura escrita, que dependen para sus análisis del contacto directo con el texto,1es decir del reconocimiento visual de su forma (tamaños, letra, tinta, tipos de papel, etc.)", el hecho de que las principales bibliotecas "que en Bogotá tienen ejemplares 'originales' del Papel Periódico [...] han prohibido de manera terminante la consulta directa de cualquiera de esos ejemplares", no sólo al "público" en general sino también a los "investigadores", constituye un "perjuicio mayor" (p. 18).

Renán Silva, quien "hace treinta años [comenzó] a estudiar el Papel Periódico de Santafé de Bogotá" (p. 11), lo vuelve a tomar como objeto y fuente de estudio de la Ilustración neogranadina, en la era en la que estamos, de la digitalización de las fuentes primarias, que son cuidadas y conservadas con celo -¿excesivo?- por instituciones públicas y privadas especialmente dedicadas a esa tarea. Hasta cierto punto, en cuanto a las dificultades por resolver para seguir con sus compromisos intelectuales, el historiador contemporáneo se encuentra en una posición, si no idéntica, por lo menos comparable -aunque sea en sentido contrario- a la del "autor" del Papel Periódico, Manuel del Socorro Rodríguez, a la hora de "componer" la información de que dispone para ilustrar a sus lectores. El historiador de mediados de la segunda década del siglo XXI se ve afrentado por el exceso, cada vez más inmanejable, de la información de índole académica puesta en línea (cfr. JSTOR, MUSE, CAIRN, SciELO, etcétera), mientras la digitalización lo condena a acceder de manera casi ilimitada y al mismo tiempo puramente virtual, a los documentos originales que son la materia prima de su producción historiográfica. En cambio -como bien lo demuestra Silva a lo largo de su libro-, en Nueva Granada, en la última década del siglo XVIII, Manuel del Socorro Rodríguez -para cumplir con la misión que le asignaba a su Periódico- se vio en la necesidad de arreglárselas con la (relativa) escasez de libros a su alcance y la discontinuidad y aleatoriedad de la llegada de las (a veces también escasas) noticias provenientes de la Europa revolucionada por los acontecimientos franceses, a fin de poder informar e ilustrar a un público de lectores creados y retenidos por la periodicidad y regularidad del Papel Periódico.

Se trata de dos realidades comparables, en el sentido de que tanto los ilustrados hispanoamericanos de ayer como los historiadores de hoy en día tienen que componer con ellas -sin poder controlarlas-, para producir conocimiento y, en la medida de lo posible, también advertir a sus lectores sobre los límites impuestos a sus producciones intelectuales. Lo que demuestra de manera gráfica el libro de Silva es que, si bien como autor de su propio libro no pudo ver ni tocar el Papel Periódico bajo la forma material en que fue fabricado, distribuido, leído y utilizado por sus lectores de la década de 1790, tampoco Manuel del Socorro Rodríguez estuvo en condiciones de comprobar la veracidad de los acontecimientos de la Revolución Francesa que relataba semana tras semana en su periódico, ni de hablar con conocimiento de causa de los libros impresos de la "época de la Ilustración", en cuanto partícipe en su naciente diseminación en las sociedades europeas de su época y lector en condición de tocarlos con sus propias manos. Sin embargo, una de las señales más notables de la "ilustración" de Rodríguez fue, sin duda, su afán por buscar y experimentar en su periódico una forma de escribir -trátese de sus reflexiones históricas y filosóficas, o de la apremiante "actualidad" de la Francia revolucionaria- que evidenciara el espíritu crítico que creía su deber insuflar en sus lectores.

Este nuevo libro de Renán Silva podría leerse empezando por sus notas de pie de página, las cuales constituyen por sí solas un ensayo historiográfico completo -cosa que no se logra sin haber tenido los propios libros en las manos y bajo la mirada- entre referencias a una bibliográfica internacional y actualizada sobre historia del periodismo, la lectura, la Ilustración, y otros temas adyacentes, y polémicas argumentadas en contra de corrientes historiográficas ya anticuadas, aunque todavía vivas (el "nacionalismo criollo", la "historia de las ideas"), o al contrario, de moda, como el poscolonialismo. Basado en un diálogo crítico con las aportaciones de esta bibliografía fundamentalmente "europea" -en cuanto a su origen y objetos de estudio-, el libro de Silva retoma el tema de los procesos de cambio sociocultural e intelectual llamados "Ilustración neogranadina", partiendo de planteamientos historiográficos cuyo arraigo se encuentra en la historia intelectual, por una parte, y en problemáticas propias de la sociología y de la historia social y cultural, por la otra.

En su forma impresa -en su periodicidad semanal, que lo hace partícipe en la temporalidad concreta de la sociedad neogranadina y, en otra escala, contemporáneo del espacio atlántico al cual pertenece (y del cual depende) y de la Revolución Francesa-, el Papel Periódico presenta "los modos de la comunicación de las noticias" y las "modalidades locales de elaboración de [las] informaciones" que llegan de Europa (pp. 34-35). Para el historiador, estos "modos de comunicación", lejos de ser evidencias obvias e insignificantes, al contrario son otras tantas fuentes de preguntas cuya respuesta, según él, no puede dimanar de la "historia de las ideas", sino de una lectura que conecta directamente los textos con su entorno social, cultural y material.

Surge la tesis de que la contemporaneidad entre la publicación del Papel Periódico (entre 1791 y 1796) y los acontecimientos revolucionarios en Francia propicia la aparición y aceleración de cambios que afectan a la noción misma de "información". Dicha contemporaneidad desemboca en las ideas -nuevas en aquel entonces- de "comunicación periódica" y de "actualidad", y en la formación, en el contexto local mismo, del concepto noticia. La noticia como algo completamente distinto de "los sucesos maravillosos", siendo éstos, por esencia, inverificables y propios de las gazetas, mientras que la noticia y su tratamiento por parte de Rodríguez, bajo la exigencia de comprobar su exactitud o al menos su verosimilitud, hacen del Papel Periódico precisamente lo que es, no una gazeta desconectada de cualquier noción de la actualidad, sino un periódico de tipo moderno. El libro muestra cómo, paralelamente, el ritmo acelerado de los acontecimientos -y la necesidad de darlos a conocer al público neogranadino bajo la forma de la "noticia", a medida que se presentan- transforma y clarifica, a su vez, la relación entre pasado y presente, historia y actualidad, escritura de la historia y periodismo (pp. 261-262). La noticia, por tener un referente real, obliga a distinguir entre historia y fábula y a reconsiderar la manera misma de escribir la historia, fuera de los moldes clásicos de la retórica y de los formalismos escolásticos, apegándose -tal como lo hace Rodríguez en los artículos que dedica, ya sea a la escritura de la historia o a contextos históricos específicos- a una metodología que respeta el orden cronológico, produce documentos que comprueban sus afirmaciones, explicita los elementos de contexto, etcétera.

A lo largo del libro, Silva evidencia el surgimiento de las novedades de índole cognitiva introducidas por los ilustrados -específicamente, por Manuel del Socorro Rodríguez-, tales como sus modos de razonamiento, su uso de "fuentes" como prueba de lo que dice o de las ideas que defiende. Al mismo tiempo, Silva nunca deja de mencionar las contradicciones en las cuales incurre Rodríguez en sus prácticas intelectuales, por cuanto sus principios de objetividad, racionalización, rechazo de las "pasiones" y de las "personalidades" podrían conducirlo a rebasar los límites que le imponen a él su fe católica y su lealtad monárquica -por ejemplo, cuando se dedica a presentar a sus lectores las ideas de Montesquieu o del Abate Raynal-. Según el mismo esfuerzo por contextualizar las condiciones de producción de las ideas ilustradas en Nueva Granada, el historiador alega también la necesidad de tener presente "el fondo social de la cultura intelectual de la época" (p. 259), el del humanismo renacentista y sus referencias al pasado griego y romano, así como la historia bíblica como fuente perdurable de verdades que, aunque imposibles de comprobar, no dejan nunca de ser consideradas históricas. El "terreno social", no el "mundo textual", es el verdadero "terreno de formación del mundo de las representaciones" (p. 261). De este modo, el libro ofrece perspectivas matizadas y novedosas sobre el "proceso de secularización" y sus especificidades neogranadinas, que, sin duda, pueden extenderse al mundo hispanoamericano en su conjunto. Se desprende de ello un matiz adicional sobre los "ilustrados" de esta parte del mundo: más que ilustrados, fervientes católicos y monarquistas, son fervientes católicos (que es lo mismo que decir monarquistas en aquel entonces) que se vuelven "ilustrados". No es nada anodino el matiz. Como lo muestra muy bien el caso de Rodríguez -tal como lo presenta Silva-: en cuanto católico, el autor del Papel Periódico construye fronteras infranqueables entre lo que pertenece al campo de la fe y lo que remite al campo de la ciencia (sea natural o histórica) y el saber profano. Se trata, sin duda, de una especificidad del proceso de secularización hispanoamericano, un proceso de signo católico que distingue entre sagrado y profano estrictamente a partir de lo indisponible de lo sagrado, no a partir de las libertades que los filósofos le otorgan al pensamiento profano.


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* Doctora en Historia por la Université Paris I (Francia). Profesora de la Université Paris-I Panthéon-Sorbonne (Francia). Correo electrónico: annick.lemperiere@orange.fr

1 Énfasis del autor.