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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.54 Bogotá oct./ic. 2015

https://doi.org/10.7440/res54.2015.17 

Reseña de Francisco A. Ortega*

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.17


Hace poco más de diez años reseñé para el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura el libro de Renán Silva Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genealogía de una comunidad de interpretación, el libro con el que efectivamente renovó el interés por la Ilustración neogranadina. Desde entonces, la lista de publicaciones de Silva ha crecido de manera significativa. Por una parte, algunos de sus mejores trabajos sobre el mismo período fueron reeditados: un conjunto de ensayos publicados previamente apareció bajo el título La Ilustración en el Virreinato de Nueva Granada: estudios de historia cultural; su libro Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de Granada: contribución a un análisis histórico de la formación intelectual de la sociedad colombiana, otro estudio clásico de la cultura letrada virreinal, fue nuevamente reeditado (2009 [1993]); y apareció finalmente una edición transcrita y comentada de la Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de Aristóteles. Su autor, José Domingo Duquesne. El año, 1791.

Durante esa etapa, el autor igualmente publicó diversas investigaciones sobre la primera mitad del siglo XX, el otro período que Silva ha trabajado de manera intensa: República liberal, intelectuales y cultura popular (2005); Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia: la Encuesta Folclórica Nacional de 1942: aproximaciones analíticas y empíricas (2006); y Política y saber en los años cuarenta: el caso del químico español A. García Banús en la Universidad Nacional (2011). Finalmente, en los últimos años Silva también ha publicado un par de ensayos sobre el quehacer historiográfico -A la sombra de Clío. Diez ensayos sobre historia e historiografía (2007); Lugar de dudas: sobre la práctica del análisis histórico. Breviario de inseguridades (2014)-, libros extraños, aunque no del todo ausentes entre nosotros, que por su composición, su mirada aguda, rigor argumentativo y vocación polémica, nos recuerdan los mejores momentos del ya ausente Germán Colmenares. Esta larga lista de publicaciones pone de manifiesto a un investigador comprometido con el tema, que se mantiene activo y en la plenitud de su producción intelectual.

En Cultura escrita, historiografía y sociedad en el Virreinato de la Nueva Granada, Silva retorna al Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791-1797), el primer semanario del Virreinato y la empresa intelectual de mayor envergadura y alcance durante el período colonial tardío. A diferencia de su primer acercamiento al periódico en Prensa y revolución (1988), donde Silva se ocupó de caracterizar el circuito social dentro del cual se inscribía y el temario abordado por éste durante sus seis años de existencia, Cultura escrita, historiografía y sociedad se enfoca en la emergencia de las nuevas categoría intelectuales que caracterizaron e impulsaron el proceso de apropiación, elaboración y difusión de la Ilustración por parte de las élites culturales neogranadinas. El libro está dividido en una breve "Introducción" (pp. 11-15), que en realidad es más un prefacio, y seis capítulos -"La re/escritura de la historia: informar interpretando" (pp. 19-72); "Reflexiones de un historiador" (pp. 73-124); "La defensa de la monarquía y los historiadores de la Ilustración" (pp. 125-82); "El diablo en Santafé" (pp. 183-229); "Papeles Periódicos y escritura del tiempo histórico" (pp. 230-74); "Lectura, imprenta y periodismo a finales del siglo XVIII" (pp. 275-334)-. Todos los ensayos están claramente emparentados, aunque no existe una relación de estricta continuidad argumental entre éstos. Cada ensayo se puede leer de manera independiente, y sobreviven en la escritura rasgos que indican su concepción como intervención individual.

Como en trabajos anteriores, Silva subraya la recepción tardía de la "cultura científica" y los magros logros de la Ilustración local, basada, fundamentalmente, en textos divulgativos y de síntesis. En buena medida, ese acceso a la ciencia era una cuestión más de deseo que "una práctica regular bien establecida" (p. 193), y no se produce a través de un conocimiento y una participación plena en la ciencia de su época. No obstante, la aparición de lo que Silva llama "una retórica de la ciencia" anuncia la irrupción protagónica en la sociedad neogranadina de una nueva categoría socio-profesional, "la juventud noble del reino", la cual sirve de "enganche del cambio cultural impulsado por la monarquía a finales del siglo XVIII" (p. 29). Y por vía de este nuevo grupo social se abrió la brecha para la aparición efectiva de nuevas formas de observar y reportar lo que había pasado; de nuevas representaciones sociales del trabajo, la riqueza y el mundo; de nuevas formas de consumo y cálculo; y, sobre todo, de una nueva utilidad pública del saber a través de la noción de crítica, categoría intelectual fundamental de la nueva cultura política.

Discernir la autocomprensión de este grupo social y su proceso de interpretación significa desentrañar el principio interno por medio del cual un grupo social en ascenso representa su entorno y actúa sobre él, e impone, aun cuando sólo parcialmente, sus categorías de comprensión al resto de la sociedad. Significa, por lo tanto, descifrar un aspecto fundamental de las dinámicas de cambio de una sociedad, lo que de ningún modo comporta aseverar la preeminencia de las ideas sobre lo social. Al contrario, más allá de las ideas que sus miembros pudieron detentar o de los significados abstractos que los textos pudieran proponer, comprender ese mecanismo nos obliga a indagar el trabajo efectuado sobre una experiencia acumulada -unas formas de comprender, representar y actuar ya instaladas en la sociedad- y un horizonte de acción posible que recoge las expectativas del grupo emergente, así como los cuestionamientos de quienes las enfrentan.

El Papel Periódico constituye -en cuanto dispositivo central del sistema de información ilustrado emergente- una superficie privilegiada para indagar diversos elementos de ese mecanismo. En la concepción de Silva se evidencia la huella de los trabajos de François-Xavier Guerra, Roger Chartier, Robert Darnton y Franco Venturi, a quienes Silva ha referenciado previamente y a quienes dedica, con la excepción de Darnton, este libro. Aparece igualmente una cierta sensibilidad por el peso histórico de la estructuración retórica, los lenguajes políticos, los giros y las ambivalencias argumentales, mucho más cercanos -aunque no siempre reconocidos con el mismo entusiasmo- a la historia intelectual de Quentin Skinner y John Pocock.

El primer capítulo aborda el Papel Periódico como parte de un sistema de información en transformación, entendido éste como "un conjunto improvisado y precario, en proceso de construcción" (p. 34). La unidad básica de este sistema de información es la noticia, una relativa novedad en el contexto local. La circulación de la noticia conectaba los saberes que transitaban por una amplia red global -Londres, Madrid, Ámsterdam, París, Kingston, La Habana etcétera-, pero Silva pone el acento de su análisis en la selección y elaboración que ocurren en el semanario y que permiten vislumbrar tanto la naturaleza del destinatario -en este caso, el público, otra novedad ilustrada- como las condiciones que hacían verosímil, para una época y un lugar concretos, la información ofrecida. Ese desplazamiento de la atención del nivel de las ideas (las noticias que circulaban) al de la acción comunicativa (el proceso material e intelectual de producción y recepción local) le permite a Silva profundizar en la especificidad de la llamada Ilustración neogranadina. Allí se hace evidente que -como ya lo había demostrado ampliamente en Los ilustrados de Nueva Granada-, aun cuando la Ilustración local no surge en oposición a las autoridades virreinales, la empresa cultural sí está atravesada por tensiones estructurales que surgen entre las nuevas categorías críticas y las formas tradicionales de concebir el orden social, sancionar la autoridad o pensar la relación con el pasado. Recordemos la ambigüedad de las autoridades frente a la imprenta, para quienes ésta era el vehículo propicio para impulsar las reformas, pero quienes también señalaron con frecuencia que, mal usada, daba pie a un sinfín de desórdenes sociales.

Los capítulos dos al cinco abordan diversas intervenciones de Manuel del Socorro Rodríguez, con el fin de precisar los escenarios y las argumentaciones en los cuales se elaboran las nuevas categorías intelectuales de la crítica. Cada capítulo identifica uno de esos escenarios y los procedimientos complejos -a veces aparentemente paradójicos- que permitieron la consolidación de una tímida pero novedosa cultura ilustrada en el virreinato. Así, en "Reflexiones de un historiador" (1795) -objeto de análisis del capítulo dos-, Silva muestra cómo el redactor del Papel Periódico da razón de la información que llegaba sobre la Revolución Francesa; en el capítulo tres, Silva examina diversos textos donde el redactor refuta la historiografía ilustrada crítica de la Monarquía española; el capítulo cuatro aborda el texto de Manuel del Socorro Rodríguez "Raro suceso que debe excitar las reflexiones filosóficas de la ilustrada Juventud..." (1795), el cual crítica la tradición religiosa popular que había convertido la historia del Gran Ruido de 1687 en la base de una fuerte tradición religiosa local. En estos tres capítulos, Silva muestra las dificultades y, con frecuencia, los límites -fundamentalmente, la profunda adhesión a la Monarquía y a la fe católica, así como las precarias condiciones materiales de las sociedades americanas- que los actores ilustrados encontraron para explorar con libertad el potencial de las nuevas categorías intelectuales.

Aparece entonces con nitidez uno de los aportes más significativos de este conjunto de ensayos: la insistencia en que las nuevas categorías de interpretación coexisten siempre con los ordenamientos más tradicionales, en parte modificándolos (como ocurre con el proceso de lectura, que adquirió nuevas intensidades y abarcó sectores cada vez más amplios), y, a su vez, siendo resignificadas por las prácticas e imaginarios más tradicionales (como ocurrió con las tertulias, donde se reprodujeron insidiosamente ideas de nobleza y prestancia). Silva evita, de ese modo, ofrecer relaciones causales simples para ilustrar el cambio social, cultural e intelectual que ocurrió en la última década del siglo XVIII. Estos procedimientos críticos empleados por el redactor, llevados a cabo en buena medida con las categorías emergentes de la Ilustración, llevaron al reconocimiento de que el mundo era dinámico, abierto, necesitado de dar una explicación, y, en consecuencia, propiciaron una perspectiva narrativa novedosa. En todas estas instancias se nos ofrece la aparente (pero sólo aparente, como señala en el subtítulo del capítulo cuatro) paradoja que entraña el hecho de que fue en la férrea defensa de posiciones que parecerían refractarias al cambio histórico donde finalmente ocurrió la innovación en las categorías y las maneras de argumentar.

Es de notar que ese sistema de información se veía sometido a una presión extraordinaria por las noticias concernientes a la Revolución Francesa, "el extravagante nuevo curso del mundo, marcado por un extraño delirio en el que un puñado de insensatos había imaginado la terrible quimera de que podría existir un tipo de vida social en el que los hombres y las mujeres vivieran sin sujeción a los poderes de un monarca" (p. 85). La Revolución aparece como el mundo invertido en el que todo ha perdido su lugar, "la abolición -como dice Rodríguez- absoluta de los enlaces y órdenes [naturales] de la sociedad" (en Silva, p. 99). La extensión e intensidad de la reflexión del editor indican que ésta se impuso al entorno de los ilustrados como la forma misma de la actualidad. Aún más, la naturaleza perentoria del acontecimiento imponía presión sobre las certezas vigentes en la sociedad neogranadina y estaba, por lo tanto, llamada a modificar la historia universal. Ante la magnitud del acontecimiento -en el que el libertinaje amenazaba con destruir todos los vínculos sociales, y ya no sólo en Francia-, la imparcialidad se volvía imposible. Se hacía necesario explicarle al público, el soberano de este sistema de información, el curso de la conflagración, la naturaleza exacta de la osadía, el legado maldito de un acontecimiento que instauraba el régimen de la impiedad y la irreligión. El conflicto amenazaba con trasladarse al orden de las interpretaciones, del escenario francés, aparentemente ajeno, a la República de las Letras, tan caro e íntimo a la comunidad que se articulaba en torno a la lectura del Papel Periódico.

Por otra parte, las noticias llegaban difusas, contradictorias, dispersas; la velocidad de los hechos se incrementaba; la historia de la Revolución aparecía inacabada y, por lo tanto, fragmentaria y abierta. Silva muestra cómo la comunicación de estas novedades ofrecía retos inéditos a las formas vigentes de contar y saber. La historia sagrada decía muy poco al respecto, en especial al pequeño grupo de ilustrados que se había enseñado a distinguir entre el examen del "Filósofo y del Naturalista" y la disertación del "Ministro de la religión y del Teólogo evangélico" (referencias de Rodríguez en Silva, p. 214). La historia como magistra vitae ya no ofrecía respuestas ni lecciones suficientes para enfrentar los peligros de un presente incierto. En otras palabras, la relación entre pasado y presente había cambiado radicalmente, y empezaba a anunciarse un nuevo régimen de historicidad (la expresión es de François Hartog).

El examen perspicaz y matizado que hace Silva de este problema -prácticamente ausente de nuestra historiografía- es una de las razones por las cuales este libro debe ser leído por todo aquel interesado en el período tardo-colonial. El análisis de las transformaciones en la relación entre pasado y presente, es decir, entre experiencia (o pasados hechos presentes) y expectativa (o futuros hechos presentes), invoca, casi de manera inevitable, la figura de Reinhart Koselleck. Una lectura atenta del historiador alemán le hubiera suministrado a Silva otras herramientas analíticas para escrutar de manera más incisiva la fractura dolorosa que existe en el Papel Periódico entre la historia como magistra vitae y la historia como vehículo de un nuevo horizonte de expectativas. Sin embargo, Silva reprocha a Koselleck que aborde la experiencia del tiempo como "una instancia metafísica" (nota de pie de página 104) e identifica su análisis con hacer "deducciones a partir de un espacio puramente textual, que luego deja flotando como si se tratara de una aproximación sociológica" (p. 260). Estos comentarios evidencian una comprensión superficial de la Begriffsgeschichte o historia conceptual alemana, lo que en este caso, a mi juicio, genera una oportunidad perdida, ya que su empresa, la de Silva, no dista mucho del proyecto de Koselleck (desde Crítica y crisis hasta sus trabajos más tardíos), es decir, la de historiar la emergencia de una nueva categoría intelectual como estructura de conciencia de grupos sociales en ascenso.

El libro cierra con el capítulo que examina el posible alcance que tuvieron estos cambios en las prácticas de lectura, para comprender las posibilidades que se abrían desde el punto de vista de la comunicación escrita impresa y los límites de la renovación cultural que vivía el Virreinato. Allí, Silva retoma problemáticas de la sociología de la lectura cercanas a sus trabajos anteriores: la ampliación de las prácticas de lectura como efecto del aumento de la circulación de impresos, las nuevas formas de relación con los textos impresos, más cercanas a la compilación y al extracto, a la enciclopedia y al diccionario (p. 286); la aparición de formas de sociabilidad novedosas, ligadas a la circulación de estos impresos periódicos. Como último aparte del capítulo y del libro, Silva comienza una consideración de la precariedad de la comunicación, a partir de una fascinante exploración de los equívocos editoriales y las erratas tipográficas. El tema queda apenas abierto pero ya se anuncia como un posible tema para futuras investigaciones del autor.

El recorte cronológico del libro resulta una rareza en nuestra época, más acostumbrada a privilegiar -al amparo de efemérides y conmemoraciones- el período de la Independencia. La intención del autor es enfatizar las rupturas sobre cualquier continuidad que pudiera suponerse entre el ideario ilustrado y la Independencia, y que tradicionalmente tienden a explicar el primero a partir de la emergencia de una burguesía nacionalista criolla. En ese sentido, este libro corrige el nacionalismo evidente en Prensa y revolución (y ya denunciado por el autor mismo en el prólogo a la reimpresión de 2004) e insiste en la necesidad de comprender los sentidos enunciados por los contemporáneos en sus propios términos. Por medio de éstos descubre en el período previo a la crisis detonada por la invasión napoleónica, un "laboratorio de experimentación sorprendente" (p. 41) que merece un examen intenso y no puede ser comprendido como un insumo destinado a realizarse en el marco de la transición política que llevaba de la Monarquía a la instauración de la República. Esa observación se ha convertido en el caballito de batalla de Silva durante los últimos quince años, y sus investigaciones han abierto, como consecuencia, nuevas perspectivas interpretativas.

El recorte -y los muchos pasajes en los que el autor aconseja no interpretar la Ilustración a la luz de eventos subsiguientes- no es óbice para el recurrente uso que Silva hace de otra categoría, la modernidad, cuya carga normativa despliega una teleología que entorpece el argumento del libro. Desconociendo que todo pasado tiene múltiples futuros posibles (Koselleck), el carácter normativo de la modernidad lo proyecta como destino inevitable de las formas que están apenas surtiendo. Esto ocurre con alguna frecuencia en el libro, como cuando el autor señala que el Papel Periódico se ofrece "como un laboratorio magnífico para realizar una primera aproximación [...] al estudio de la aparición de los embriones de un moderno sistema de información" (p. 39). La "emergencia del mundo moderno", señala Silva, nos remite a la aparición de un conjunto de valores, prácticas y modalidades ampliamente compartidos por nuestro presente: "una sociedad de individuos regida [...] por el mercado, el dinero, el principio de la libre individualidad, y una idea de los lazos colectivos como un principio externo que compromete a los individuos sólo con posterioridad a su definición como individuos" (p. 250).

Sin embargo, más importante que la descripción de aquellos valores y prácticas, importa acá señalar que esa modernidad se constituye en el origen indiscutido de lo más prometedor e imprescindible de nuestro presente, "el descubrimiento de las posibilidades del espíritu crítico e investigativo y de sus infinitas posibilidades en el campo del conocimiento" (p. 56). En ese camino a nuestro presente, Manuel del Socorro Rodríguez aparece en el texto de Silva como el poseedor de una lúcida "consciencia de las limitaciones de ese descubrimiento maravilloso y sin embargo problemático que es el periodismo, como elemento formador de la conciencia moderna" (p. 267); aparece igualmente como el timorato líder de "una sociedad que con pasos lentos, a veces erráticos, trataba de acercarse a las formas de la modernidad que se representaba como su horizonte histórico, aunque de manera práctica lejos se encontrara de esas metas" (p. 278). Pero tendríamos que advertir que "la sociedad" -unidad totalizante como ninguna- jamás marcha decidida o timoratamente hacia un horizonte, en este caso la modernidad. Más bien, las sociedades constituyen escenarios conflictivos en los que diversos grupos sociales elaboran sus horizontes de expectativas como formas expresivas de sus aspiraciones hegemónicas. Es decir, que el horizonte que se consolidó durante el siglo XIX -y que aún hoy en día cautiva nuestra imaginación- se nos ofrezca como el único destino de la historia no descubre ninguna inevitabilidad de la modernidad sino que evidencia el contundente poder de coacción y convicción de aquellos que se han identificado con ella. Pero en el pasado habitan, aun hoy en día, muchos futuros posibles.

Un último aspecto problemático de la carga normativa con la que aparece el concepto de modernidad en algunos pasajes del libro: esa modernidad albergaría formas y modalidades de vida cultural que se ven realizadas en las sociedades más complejas y consolidadas del espacio euroamericano, como Francia. De manera concomitante, en las sociedades periféricas de la América hispánica esa modernidad necesariamente se realiza de manera precaria. Aún más, allí la modernidad posible lucha con otras alternativas existentes que aparecen condenadas, de antemano, a la obsolescencia pues aparecen vinculadas a formas sociales que inhibían el correcto comportamiento de la modernidad, es decir, del espíritu crítico. La consecuencia de tal planteamiento es que lo más promisorio y preciado de nuestra actualidad -ese espíritu crítico- sólo puede surgir de la fidelidad con que adoptemos unos modelos que, de modo ineludiblemente, aparecen como europeos (modernos) frente a otros que, inevitablemente, aparecen como americanos (tradicionales). Es ésta una crítica que Elías José Palti elaboró recientemente en El tiempo de la política (2007) al explorar los alcances y límites de la renovación historiográfica llevada a cabo por la obra de François-Xavier Guerra.

En la reseña que hice de Los ilustrados de Nueva Granada en 2006 señalé que no me quedaba muy claro qué era -en qué consistía y cuál era el sentido de- una práctica ilustrada. Hoy reitero algo similar con relación a la práctica moderna, es decir, la práctica ilustrada tomada en su proyección continua -en lo que mantiene de vigente- hasta nuestro presente. Evidentemente, algo de ello -de lo ilustrado, de lo moderno- está en la base precisa de nuestro presente, pero -como entonces- me tienta la idea de problematizar esa categoría. En particular cuando ofrece tan poco y a cambio pide tanto.

Para concluir, este nuevo libro de Renán Silva constituye un aporte importante a la línea de investigación que ha consolidado durante los últimos veinte años. Sus trabajos hoy en día resultan ineludibles para comprender las transformaciones políticas y culturales de las últimas décadas del Virreinato. Y este libro, en particular, profundiza temáticas ya abordadas previamente y ofrece aportes frescos para discernir los alcances, logros y límites de la cultura ilustrada americana, y, sobre todo, para comprender los complejos mecanismos de cambio que actualizan una sociedad periférica en conexión con las exigencias de su tiempo. Bienvenida sea su lectura.


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* Ph.D. Comparative Studies in Literature. Profesor asociado de Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: fortega@unal.edu.co


Referencias

1. Palti, Elías José. 2007. El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.         [ Links ]

2. Silva, Renán. 1988. Prensa y revolución a finales del siglo XVIII: contribución a un análisis de la formación de la ideología de independencia nacional. Bogotá: Banco de la República.         [ Links ]

3. Silva, Renán. 2002. Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: Banco de la República – Fondo Editorial Universidad Eafit.         [ Links ]

4. Silva, Renán. 2005. La Ilustración en el Virreinato de Nueva Granada: estudios de historia cultural. Medellín: La Carreta Editores.         [ Links ]

5. Silva, Renán. 2005. República liberal, intelectuales y cultura popular. Medellín: La Carreta Editores.         [ Links ]

6. Silva, Renán. 2006. Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia: la Encuesta Folclórica Nacional de 1942: aproximaciones analíticas y empíricas. Medellín: La Carreta Editores.         [ Links ]

7. Silva, Renán. 2007. A la sombra de Clío. Diez ensayos sobre historia e historiografía. Medellín: La Carreta Histórica.         [ Links ]

8. Silva, Renán. 2009 [1993]. Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de Granada: contribución a un análisis histórico de la formación intelectual de la sociedad colombiana. Medellín: La Carreta Editores.         [ Links ]

9. Silva, Renán. 2011. Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de Aristóteles. Su autor, José Domingo Duquesne. El año, 1791. Medellín: La Carreta Histórica.         [ Links ]

10. Silva, Renán. 2011. Política y saber en los años cuarenta. El caso del químico español A. García Banús en la Universidad Nacional. Bogotá: Universidad de los Andes.         [ Links ]

11. Silva, Renán. 2014. Lugar de dudas: sobre la práctica del análisis histórico. Breviario de inseguridades. Bogotá: Ediciones Uniandes.         [ Links ]