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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.54 Bogotá oct./dez. 2015

https://doi.org/10.7440/res54.2015.18 

Reseña de Antonio Annino*

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res54.2015.18


Renán Silva es sin duda alguna un historiador de nivel internacional, no sólo por su fama bien merecida, sino porque su obra no pertenece a la cultura colombiana sino a toda la cultura que piensa -a partir del presente- aquel fascinante, decisivo e intrigante momento de la historia occidental que con una fuerte conciencia de sí se llamó "Ilustración". Los aportes de Renán Silva quedarán como una pieza del entramado historiográfico que empezó a rescatar, en la segunda mitad del siglo XX, el fenómeno ilustrado, y le fue otorgando un "reconocimiento" civil que antes no tenía. Es un dato que quizás vale la pena recordar: la Ilustración tuvo una aceptación contundente en su momento, que sin embargo se opacó a lo largo del siglo XIX, y aún más en las primeras décadas del XX. No es éste el lugar para detenerse en los itinerarios dramáticos del Siglo de las Luces. Lo que cuenta es señalar que el rescate se debió a la nueva cultura democrática antiautoritaria en búsqueda de su razón histórica, más allá de los eventos del "siglo breve". Sin embargo, no es atrevido decir que, a lo largo del proceso, Nuestra América sufrió un descuido que la dejó en una soledad historiográfica que hoy nos parece sin justificación. El Atlántico, la condición "colonial", el catolicismo, el conservadurismo, el "atraso", todos estos fantasmas agobiantes moldearon lugares comunes acerca de la "falta de Ilustración". Y como se sabe, los lugares comunes no son un buen instrumento para definir un campo del saber. Ni se trata de pasar de una de las tantas leyendas negras a algunas de las tantas leyendas rosadas, hoy de moda. Ni la cuestión es lo que pasó, sino cómo pasó, por cuáles caminos, por cuáles instrumentos, por cuáles lecturas de una propuesta cultural que -como hemos señalado- tuvo siempre una aguda conciencia de sí misma. Es en esta perspectiva que la obra completa de Renán Silva fue y es pionera. El trasfondo histórico es el reto clásico para quien se ocupa de la así llamada "época borbónica": en el plano internacional, el fantasma agobiante de la Revolución Francesa, de las guerras perdidas en el escenario europeo, de la necesidad (igual de agobiante) de reformar un imperio demasiado "compositor" (en el sentido de John Elliott), donde la componente americana no dejaba de manifestar esporádicamente, pero con fuerza, su histórica queja por una independencia no "absoluta", pero sí una forma de autogobierno en línea con el "orden natural" de las cosas. En este escenario, la Ilustración neogranadina, y más en general la americana, sigue siendo un reto, no sólo por los silencios, sino por las dificultades heurísticas que propone.

En esta perspectiva, este libro de Renán Silva marca un punto de maduración, en el sentido de que construye su objeto a partir de un entramado crítico sumamente sofisticado, donde es casi imposible separar las reflexiones personales de las lecturas de las fuentes, y de los comentarios acerca de la bibliografía de apoyo. Al mismo tiempo, nos enfrentamos con un texto "inquietante", en el sentido de que sus páginas inquietan al lector, lo sacan de muchas certezas y lo ponen en aquel "Lugar de las dudas", que para Silva (2014) es el verdadero lugar del historiador, como él mismo enfatizó hace poco en un librito muy sofisticado y contundente. Nos permitimos dar al lector dos consejos: el primero es que se lea aquel librito, si tiene paciencia y voluntad de entender; y el segundo, que, tras la lectura de la nueva obra que aquí se comenta, nuestro lector vuelva a reflexionar sobre las citas dedicatorias de las primeras páginas. Allí, el autor nos ofrece unas claves para entender su mirada. El recuerdo de François-Xavier Guerra no es sólo un homenaje a un historiador que abrió horizontes sin retorno, sino también a un intelectual que miró a la historia como un campo de "construcción improvisada de la sociedad" (nota 82, p. 268), una mirada que desafía -como anota Silva- la estructuración extrema de las relaciones sociales y responsabiliza al historiador acerca de la contingencia y de la creatividad en los tiempos históricos.

Los agradecimientos para Roger Chartier no se justifican meramente con las citas a lo largo del libro. Chartier trabaja Au bord de la falaise -citamos un texto suyo de 1998-, es decir, sobre una historia que discute constantemente de sí misma produciendo textos, formaciones discursivas, dispositivos de lectura, un conjunto de caminos donde la incertidumbre de los actores históricos es materia fundamental para el historiador. La memoria de Franco Venturi es la del historiador que dio un impulso decisivo al rescate de la Ilustración en los años de la segunda posguerra. Sin embargo, también en este caso no se trata sólo de un homenaje a la obra (los volúmenes del Settecento Riformatore) sino a un hombre que hizo de lo "ético-político" la motivación de su vida intelectual. Y no es necesario conocer personalmente a Renán Silva para percibir en su escritura esta tensión éticamente engagée. La cita de Pierre Bourdieu es clarísima sobre este punto: "El summum del arte en ciencias sociales es, a mi juicio, ser capaz de comprometer apuestas 'teóricas' muy altas mediante objetos empíricos muy precisos [...] si no irrisorios". Por último, es casi necesario recordar que a finales del siglo XX vivimos un renovado ataque a la Ilustración, lo cual nosmuestra que aquel momento histórico abrió un camino que sigue teniendo muchos enemigos, aun en nuestros días.

Nuestro lector va a recibir de entrada un desafío. El título de la obra es largo y voraz, parece una promesa de regalarnos una visión "total" de las cosas. Sin embargo, Renán Silva se ocupa "sólo" de un impreso, el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá(PP), y "sólo" a lo largo de su corta vida, 1791-1797. El actor es "sólo" el director-autor de los textos, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, y los años de vida del PP corresponden al gobierno del virrey José de Ezpeleta, un alter ego también ilustrado que apoyó al editor y a veces puso de su bolsillo los recursos para la empresa. La explicación de este aparente desequilibrio entre las "palabras" (el título) y la "cosa" (el objeto) es muy sencilla: el autor no hace historia "a través de" sino "a partir de", para ser precisos, a partir de un "lugar concentrado" (p. 11) "en donde se puedeleer una transformación mayor [...]", no de la sociedad sino de un grupo cultural en extremo reducido que Silva llama el archipiélago ilustrado. La mirada del autor se ubica, por lo tanto, en un "lugar" histórico que en las páginas se vuelve historiográfico, y, por lo tanto, sin fronteras que no sean las definidas por la mirada misma. El desafío "à la Bourdieu" está en cómo el autor explica al lector -página tras página (¡y ojo a las notas!)- la construcción de su mirada. Un procedimiento para nada obvio porque el autor no pone máscaras entre él y el lector. El verdadero protagonista del libro es Silva, y no porque firme el texto, sino porque se queda en la primera línea del otro "lugar" del libro, el frente de la crisis (del griego κρίσις, "búsqueda") que Silva construye y construyó (lo explica él mismo) a lo largo de treinta años de impenitente convivencia con este objeto (el PP), no por cierto "irrisorio" pero sí muy "específico". Molestamos otra vez a nuestro lector para señalarle una cuestión: hoy es un lugar común hablar en contra de la historia "teleológica", y lo es porque la historia misma se liberó de este traje elegante pero cada vez más pesado. Así que hoy debería ser "normal" que cada historiador se exponga, más que en el pasado, para aclararnos cómo piensa el objeto que está inventando. Fácil decirlo, más difícil hacerlo. No se trata sólo de un problema "metodológico", sino de una "actitud nueva", necesaria en nuestros tiempos tan difíciles para historiar, y que tiene muchísimo que ver con el espíritu de la Ilustración.

Renán Silva llama casi constantemente la atención del lector sobre este punto kantiano. No se sabe cuánta "gente ilustrada" leyó el muy célebre articulito ¿Qué es la Ilustración?, del filósofo de Königsberg, escrito precisamente en un periódico (1784) para informar a la "opinión pública". Es casi imposible que aquel texto circulara en la Nueva Granada borbónica, pero es cierto que el concepto de "poner al lector en estado de poder juzgar por sí mismo" se repitead abundantiam en las páginas del PP. Este "lugar común" ilustrado caminó por su cuenta y llegó a los lejanos virreinatos americanos porque existía un nuevo modo de comunicar. Por supuesto, este "modo" no fue dominante en todos los lugares, y siempre coexistió con viejas modalidades. Lo que cuenta es que esta nueva actitud de considerar la escritura sin el principio de autoridad clásico fue transcultural, en el sentido de que se experimentó en el mundo protestante y en el católico. Silva no minimiza las componentes "ideológicas" de su "amigo" director-redactor. Fue un fiel defensor de la Monarquía católica, lo cual no tiene nada de contradictorio. En primer lugar, porque la Ilustración fue en gran parte impulsada por las monarquías europeas, con la notoria excepción de Francia, aunque la gran amistad entre Voltaire y Federico II de Prusia es elocuente. En segundo lugar, porque su naturaleza "revolucionaria" es materia de una disputa infinita. En tercer lugar, porque persiste un viejo perjuicio acerca de la compatibilidad entre Ilustración y catolicismo en Nuestra América, una cuestión más bien ideológica, hija de las intensas luchas civiles entre liberales y conservadores. La obra (entera) de Renán Silva es un punto de no retorno, también, por la declarada y practicada voluntad de huir de las ideologías historiográficas de su país y de su continente. La crisis es ético-política porque busca pacificar una historia nacional no pacificada, un objetivo que no tiene nada que ver con el relativismo (además superficial) del "posmodernismo", sino con las obligaciones del "pos-siglo breve". El historiador "neutral" no existe, por la sencilla razón que los saberes no son "neutros", y menos la historiografía. Sin embargo, hacer historia hoy requiere más que nunca una actitud "kantiana" en lo personal, y "critica" en lo que concierne a escribir.

El gran tema de cómo el autor-director del PP se dedicó a pensar la historia según la actitud ilustrada es una pieza central del libro de Silva. Lo es por dos razones: la primera, y la más obvia, es que la Revolución Francesa fue el gran tema de la prensa y de la "opinión pública" internacional. La segunda razón es la más profunda porque involucra también el presente de Colombia. El camino hermenéutico de Silva pone el lector en el centro de un cruce: el director-autor del PP distribuye sus esfuerzos entre dos líneas de reflexión: por una parte, la Revolución de Francia, y por la otra, las personales Reflexiones de un historiador. El cruce es uno de los lugares cruciales del libro. Aquí lo que cuenta no son los juicios políticos de Manuel del Socorro Rodríguez. La gran mayoría de la "opinión ilustrada" europea (y norteamericana), para no hablar obviamente de la antiilustrada, no dudo en condenar rotundamente los "excesos de Francia". Lo que cuenta es que, precisamente, para explicar el "misterio" agotador de la Revolución, la mirada antirrevolucionaria del PP elaboró formulaciones inéditas en el plano local sobre el análisis histórico, que tuvieron mucho que ver con la relación entre el "género histórico" y el periodismo en formación. Otra vez, lo importante no es el qué se dio (la "obvia" condena) sino cómo se dio (vía nueva información histórica de la época ilustrada) en un lugar como la Nueva Granada, y no cabe duda de que -si entendimos bien- el espacio que el PP otorgó, por voluntad de su director, a esta fértil encrucijada fue muy extenso.

Sin embargo, el esfuerzo de Silva no se detiene en las páginas de aquel periódico. El "verdadero" punto de su crisis es mostrar un silencio y una deformación de la historiografía colombiana actual, que por cierto superan el caso nacional. Porque, a fin de cuentas, ¿qué sentido tiene hacer esta "arqueología del saber" ilustrado, redescubrir un objeto en sí tan "específico" y con tantos enemigos tradicionalistas en la Nueva Granada? No se trata de una defensa de oficio, por inteligente que sea. La apuesta es más alta, involucra contundentemente nada menos que el paradigma historiográfico del siglo XX, sus silencios acerca de los pensadores del siglo XIX, o a lo mejor, la subvaluación del enorme esfuerzo deconocer que esta intelectualidad hizo al escribir historia patria para hacer patria. La supuesta separación en la historia del siglo XX entre "ciencia" e "ideología" invalidó conscientemente el trabajo cultural del siglo XIX, y sus deudas con aquellos primeros esfuerzos ilustrados de la tan controvertida época borbónica. No es la primera vez que Renán Silva lanza su crítica despiadada en contra de los programas de estudio de Historia en las universidades. Pero en este libro su fuerza logra una eficacia nueva, gracias precisamente a su "investigación reflexiva". Una cuestión nos parece central y de largo alcance, a pesar de que se presenta como una paradoja, aun si es aparente. Las responsabilidades de los silencios sobre el siglo XIX recaen en el nacionalismo del XX, que desconoció ciertas continuidades culturales entre los dos siglos. Mas Silva sostiene sin vacilación que el siglo XX repite gran parte del siglo XIX, y con menos acervos documentales. Una mirada, la del autor, que podría parecer demasiado radical y con una punta de "conservadurismo" old fashion. No es así porque -en nuestra modesta opinión- la cuestión candente es la naturaleza del nacionalismo del siglo XX, y no sólo del colombiano. Dicho sea en forma muy (y demasiado) escueta: los nacionalismos del siglo XX sustituyeron la "voluntad" con la "ciencia" positiva de unas supuestas "reglas" que explicarían las sociedades. Ni vale la pena recordar las devastaciones culturales del populismo en todas sus formas. Lo que cuenta es la pretensión neohobbesiana del siglo XX, que sigue en el siglo XXI. ¿En qué sentido se trata de "algo "neohobbesiano? El Hobbes histórico no tiene nada que ver con sus caricaturas. Al Hobbes del De cive (1642) le interesó medirse con la gran revolución científica de su época y plantearse si existen también en las sociedades "mecanismos" que pueden explicar su existencia. Sin embargo, en Hobbes estos "mecanismos" son naturales, mientras que en la "ciencia" del siglo XX se consideran "sociales" y, por ende, "positivos". Es por medio de este décalage que el neohobbesianismo puede volverse "científico" y borrar los esfuerzos de quienes construyeron el saber histórico del siglo XIX.

Cualquier reseña de un libro es parcial porque el lector -diría Umberto Eco- es un autor. Nosotros hemos decidido comprometernos activamente con algunos "lugares" del libro porque sabemos que son del Silva historiador, y que por esta vía el lector puede apreciar en todo su valor innovador lo que significa sacar a la luz aquel objeto tan "pequeño" como el PP, pero a la vez tan capaz de medirse con apuestas "teóricas" tan grandes como las que propone Renán Silva. Una apuesta "à la Bourdieu" lograda. Esperamos otras.


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* Doctor en Historia de las Instituciones Políticas por la Università degli Studi di Firenze (Italia). Profesor de la Università degli Studi di Firenze y el Centro de Estudios en Historia, Universidad Externado de Colombia. Correo electrónico: anninovondusek@gmail.com


Referencia

1. Silva, Renán. 2014. Lugar de dudas: sobre la práctica del análisis histórico: breviario de inseguridades. Bogotá: Ediciones Uniandes.         [ Links ]