SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número56A metáfora da viagem do herói na narração de netos de ex-presos políticos: a pós-memória da prisão política e tortura no ChileDos investigadores dialogan sobre la construcción de paz índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.56 Bogotá apr./jun. 2016

https://doi.org/10.7440/res56.2016.09 

El misterioso encanto de las víctimas

Gabriel Gatti**

* Doctor en Sociología por la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (España) y profesor de la misma Universidad. Es Director del programa Mundo(s) de víctimas, y autor, entre otros libros, de Surviving Forced Disappearance in Argentina and Uruguay. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2014. g.gatti@ehu.eus

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res56.2016.09


Una figura reciente...

Víctimas. Las hay por todas partes y las hay de todo. Se las ve en Europa, en Estados Unidos, en Oriente Medio y en África; se las ve, y mucho, en América Latina, donde se encuentran de sur a norte y de este a oeste. Su dolor se muestra organizado a veces, solitario otras. A veces ni se ve ni se oye directamente, pero sí a distancia de televisor o se intuye que es profundo cuando otros -expertos, profesionales, gentes solidarias...- nos hablan de él. Y lo son de muchas cosas, de muchos dolores distintos, con sufrimientos de intensidades y causas variadas, tantas que son incomparables. Pero son muchas, casi tantas como ciudadanos.

Hasta hace algunos años, no mucho más de un par de décadas, solamente merecían ese sustantivo, víctimas, quienes sufran violencias trascendentes, esas que hacen a los pactos sociales que sustancian la vida en común: perseguidos políticos, los que sufren genocidio, muertos por el ejercicio de la violencia de Estado, familiares de desaparecidos, asesinados por violencias terroristas. Las víctimas, por entonces, se paseaban por los mismos pasillos en los que la historia colocó a héroes o mártires; no siempre eran pasillos de palacio, aunque muchas de ellas, sin quererlo, alimentaban el nutrido martirologio de las narrativas nacionales, que iniciaban o contribuían a estructurar, y daban con eso alimento y justificación a algún que otro relato de poder. También había entonces, hace años, víctimas con residencias más modestas -las "del pueblo", o "del progreso", o "de la revolución"-; pero aunque modestas, éstas, como las otras, satisficieron roles de peso, trascendentes: ayudaban a elaborar narrativas extraordinarias, las que constituyen lo común cuando lo común es grande y se escribe con mayúsculas (naciones, patrias, países, pueblo...). Eran víctimas extraordinarias, funcionales a fenómenos extraordinarios.

Pero desde hace un tiempo, dos décadas, no creo que más,1 eso cambió. El sustantivo -víctima- se hizo común, se hizo ordinario. Hasta democrático. Quienes podían usarlo con legitimidad, si antes eran muchos y muchas, ahora son muchos más. Ahora, solas u organizadas, las víctimas lo son de muchas razones, algunas trascendentes como las de antes, de esas que organizan relatos nacionales e Historias, pero otras, mucho menos: accidentes, violencias domésticas, y por frecuentes comunes, catástrofes, desahucios, ataques de animales, negligencias médicas, olvidos de la historia... De quererlo, sería difícil ser exhaustivo pues lo humano todo, casi todo, aparecería recogido en la larga lista de las víctimas contemporáneas.

Y no, no estoy haciendo un uso licencioso, esto es, abierto y metafórico de la figura. Es apenas una fotografía rápida de por dónde aparece así nombrado, víctima, este personaje central de la vida social contemporánea. Lo encontramos en los usos vulgares de cualquier reality show de vocación lacrimógena, y también en las cumbres de los dispositivos de producción de verdad, las leyes, que sobre víctimas las hay de todo tenor y alcance: sobre víctimas de la violencia de género; sobre víctimas de la desaparición forzada de personas; sobre las de grandes accidentes; en muchas leyes propias de períodos transicionales -leyes de reconocimiento o de reconciliación o de reparación de sufrimientos pasados-; o en leyes de víctimas, sin más, como las que ya han sido aprobadas por el legislador en muchos países de Occidente (Francia, España...).

... y una figura difícil de pensar

Y desde que se presentaron en multitud en la escena pública, siempre han sido personajes difíciles de pensar para las ciencias sociales, por mucho que se multipliquen las propuestas para hacerlo. Hay de todo: trabajos terapéutico-curativos -¿qué hacer para que la víctima no sufra/supere el trauma/gestione el trauma/...?-; descripciones estadísticas -¿cuántas víctimas hay/qué debe repararse/qué causas deben atenderse?-. Hay bibliografía atenta a su expansión, masiva e invasiva (Chaumont 1997; Erner 2007); otra que calibra por qué y con qué alcance el dolor estructura la vida social (Kleinmann, Das y Lock 1997); textos que con mirada crítica analizan el aparato, los dispositivos, que se conforman para ellas y por ellas, y que las amplifican (Agier 2008; Boltanski 1993; Fassin y Rechtman 2007); e incluso otros que apuestan por pensarlas desde la convicción que hacerlo da acceso a la condición humana en algunas de sus dimensiones más esenciales (Butler 2006).

Mucho, y bueno. Si se organiza algo más esa bibliografía se observan en ella dos formas de afrontar la figura en su dimensión social (Gatti 2014a). Una -de marcado acento francés- es sensible a cómo la víctima aborda y desborda el viejo y central personaje del ciudadano. En esta tradición, ante la avalancha de sujetos que ingresan en la vida social, la vida política, la vida jurídica, desde dolores privados, la reacción es de profundo recelo, con el desprecio en el extremo y la denuncia o el análisis en clave de sospecha como el mejor resultado: la víctima, se dice, quita espacio, confronta, rivaliza, polemiza, y hasta disputa, la posición central del que ha sido el soporte subjetivo del lazo social moderno, de la sociedad à la francesa, el ciudadano (Chaumont 1997; Erner 2007; Garapon y Salas 2007; Wieviorka 2003, entre otros). La víctima representa, se afirma, una "identidad negativa", que impide la ciudadanía y dificulta el funcionamiento del engranaje de la vida colectiva. Es señal de una "ciudadanía inmadura", sin responsabilidad, asistida, asentada en la queja. Sospecha es la palabra clave.

Otra bibliografía -de sonoridad más anglosajona- aborda la víctima como una manifestación del ser humano en situación doliente. Pensar sobre la condición antropológica del que sufre supone un alto precio por pagar: la deshistorización y la naturalización. Aunque también es alta la ganancia: sensibilidad por el sujeto sufriente, por lo específico de su lenguaje, y por sus capacidades de articular comunidad y sentido (Ortega 2008). En esta forma de aproximarse a la víctima, ésta es un sujeto que hace su agencia en el dolor, pese a que no es transmisible, y hace comunidad (Jimeno 2008; Ortega 2008) desde esa experiencia, desde el cuerpo roto, desde su lenguaje quebrado. Comprensión es aquí el término síntesis.2

Poderosos argumentos de estas dos tradiciones. La una es racional y crítica. La otra, sensible e intensa. Pero una es insuficiente para entender una figura de densidades nuevas, que pone en juego aspectos otros que los que caracterizan a un actor social convencional, y desde luego, muy distinta al ya viejo ciudadano moderno. Y la otra parece pobre para acercarse a la historicidad de una figura de calidades muy contemporáneas, difícilmente desligable de la expansión planetaria de la sensibilidad por lo vulnerable y lo humano descompuesto, y de sus maquinarias de gestión.

Ninguna parece, en todo caso, bastar para acercarse a una figura tensa, intensa, misteriosa. Y sobre todo, muy paradójica, de texturas extrañas, complicada: lo es por su agencia, pues, dice el tópico, es pasiva, y sin embargo la literatura y la mirada socioantropológica nos muestran que tiene agencia, y que la tiene, incluso, colectiva (Lefranc y Mathieu 2009); lo es también por su palabra, pues no habla, no puede, pues la palabra -dolorida- se quebró a partir de lo que sea que la llevó a su actual condición, y sin embargo no solo habla -es incluso parlanchina (Boltanski 1993)- sino que dice muchas más cosas de lo que dicen en su lugar sus muchos voceros -expertos, asistentes, cuidadores-; es paradójica también la identidad que otorga a quien puede ostentarla con legitimidad, mucha, muy intensa, muy profunda, por mucho que al tiempo la condición de víctima sea poco deseable; y es una figura paradójica también por su extraño equilibrio entre particularidad y universalidad, pues aunque entendemos que el sufrimiento se vive con intensidad intransferible -que es indecible, pensamos, que no se puede contar, decimos- o difícilmente transferible -sólo otros igual que ellas los comprenden, afirma el tópico-, la condición de víctima constituye uno de los catalizadores más intensos de la solidaridad social hoy; esto es, las víctimas son uno -aislados, solos, incomunicados- y son también multitud.

La envidia de pena, o el deseable encanto de la víctima

En la Navidad de 2015, en Argentina, apareció una más, se pensó que la 120, de las hijas de desaparecidos que allí llaman "nietas" o "nietos", pues son las Abuelas de Plaza de Mayo las que suelen liderar su búsqueda y, en este caso, recuperación. Se trataba de la nieta de "Chicha" Mariani, Clara Anahí, secuestrada con apenas tres meses en un operativo del Ejército argentino, recuperada, se creía, 39 años después. La noticia corrió rápidamente, recorrió la prensa y generó una intensa algarabía en las redes sociales.

Los intensos y también muy institucionalizados circuitos que en los últimos quince años se fueron organizando en aquel país en torno a las reclamaciones por los derechos humanos trasladaron la buena nueva con la rapidez con la que corre la pólvora. No era la primera vez que esto ocurría -119 nietos habían aparecido antes- pero el caso tenía algunas singularidades que explicaban la intensidad especial de la celebración: la Abuela de la niña, ahora una adulta de 39 años, fue fundadora y presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y es un personaje de cierta notoriedad pública, con mucho predicamento en los circuitos del activismo en pro de los derechos humanos en Argentina y con una fundación,3 la fundación Clara Anahí, que ayudaba a mantener el caso presente en la memoria; el secuestro, desaparición y asesinato de los padres de Clara Anahí, aun no siendo ni más brutales ni más dramáticos que otros, sí tuvo algunas características que contribuían a singularizarlo; una magnífica novela, La casa de los conejos (Alcoba 2008), recreaba la vida de la célula de Montoneros a la que pertenecían los padres de Clara Anahí antes de su desaparición...

Y además, y sobre todo, desde la celebérrima aparición en agosto de 2014 del nieto de la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Carlotto (Gatti 2014b), la celebración de estas reapariciones había adoptado una cierta ritualidad, algo banal, algo pop, que en este caso también se dio. Siguiendo sus reglas, en apenas un día, se desplegaron los festejos, las manifestaciones públicas y privadas de alegría y las celebraciones: "Bienvenida Clara Anahí", "Llegó la 120, ahora el 121", "las Abuelas son lo mejor de Argentina"... La fiesta era, una vez más, unánime, sincera, sensible, sentida.

Pero a los dos días salta la noticia que quiebra los ánimos: el cotejo de las muestras de ADN entre quien dijo ser Clara Anahí y su abuela revelaba que no había vínculo biológico entre ambas. La víctima no lo era. "Usurpadora", "mentirosa patológica", "farsante", "impostora", "codiciosa", se dijo. La víctima era una falsa víctima. No era más Clara Anahí Mariani. Volvía a ser nadie, María Elena Wehrli, sólo una huérfana sin una historia destacable detrás (Leguizamón 2015).

No es la primera de la historia: Enric Marco, en España, que alcanzó altas cotas de popularidad y cierto poder en lo que algunos han llamado "industria de la memoria histórica" (Cercas 2014), se hizo pasar por superviviente del campo de concentración nazi de Flossenbürg, sin serlo; en Estados Unidos, Tania Head/Alicia Esteve pasó durante seis años por víctima de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, llegando a dirigir una de las asociaciones que agrupaba a las víctimas y los afectados por aquellos hechos; Somaly Mam, que construyó una dura biografía de esclava sexual, que la llevó a las más altas cimas en la escala de las víctimas reconocidas (Premio Príncipe de Asturias, Naciones Unidas...), construyó con datos inciertos parte importante de su historia de dolor.

¿Son éstas, o la de la falsa Clara Anahí, manifestaciones de simples patologías? ¿Acaso son apenas una muestra más de a dónde pueden llegar las argucias del pícaro? Aunque una y otras son las explicaciones más al uso, ni una ni otra pueden conformar las inquietudes de un científico social. Apostemos por otra hipótesis: estos casos son muestras de las consecuencias -no deseadas, es claro- de la institucionalización de las maquinarias del humanitarismo, maquinarias que generan las condiciones de su propia posibilidad y que requieren oficios, experticias que las armonicen, testimonios que les den calor y relato... y también víctimas que les proporcionen carnadura, materialidad sufriente.

Hace ya unos años, en 1997, Jean-Michel Chaumont propuso entender la comparecencia masiva al espacio público de víctimas del Holocausto con el término "concurrencia", concurrence, es decir, competencia. Aunque asociado a una situación indeseable -el sufrimiento pasado-, ser víctima daba acceso a bienes deseables -reconocimiento, visibilidad, identidad...-. Planteada así, la cuestión de casos como el Clara Anahí y las otras falsas víctimas no se dirime en un eje delimitado en los extremos por la verdad o la mentira; esto es, no se trata aquí ni de saber -ni de juzgar- si se es o no víctima de verdad, si se es un sufriente real: ¿Qué delimita el sufrimiento legítimo del intolerable? ¿Cuál es el sufrimiento reconocido? ¿Es víctima todo aquel que sufre? ¿Quién sufre de verdad? ¿Quién es, entonces, una víctima? La categoría es demasiado escurridiza y muy poco universalizable para que nos tomemos en serio la posibilidad de hablar con base sociológica de verdaderas y falsas víctimas.

La cuestión pasa entonces por saber cómo se otorga reconocimiento al sufrimiento, cuál es el estatuto que alcanza aquel que es nombrado por esa condición -la de sufriente, la de víctima- y cuál es la centralidad de esa condición en el espacio social que la contiene, y lo que estar en esa condición comporta: ¿Piedad? ¿Ayudas? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Olvido? ¿Prebendas? ¿Identidad? ¿Dolor? ¿Patetismo? ¿(In) existencia social? ¿Silencio?

De todo hay, de todo ha habido. Hoy la posición social de la víctima suscita no sólo la concurrence, en el sentido de Chaumont, sino también la concurrencia, a saber: multitud son los que concurren a ese lugar social (Gatti 2014a), los que acuden al tentador llamado de la víctima. Miles de personas demandan, en efecto, ser reconocidas a través de lo que les ha hecho sufrir; cientos de miles reclaman ser nombradas por lo que han padecido o padecen; millones entienden, entendemos, que somos ciudadanos a través de algo, lo que sea, la causa importa poco, que justamente impide que lo seamos. El deseo de ser víctima invade, sí, la sociedad contemporánea: otorga reconocimiento, ayuda a salir de la invisibilidad social y colectiva... Permite existir a quienes, si no, instalados en otras categorías, raramente resultan audibles.

Dicen que María Elena Wehrli, cuando se presentó en la Fundación Clara Anahí, dijo: "Soy hija de desaparecidos. Estoy buscando mi identidad". No mentía. Podía haber sido una víctima de ETA en España, un sobreviviente de Auschwitz, una sobreviviente del 11-M de Madrid o del 11-S de Nueva York, o una víctima de las FARC o de algún grupo paramilitar en Colombia. Deseaba ser alguien, ocupar un lugar que se reconociese y abandonar el lugar de los nadie: hospicios, orfanatos, pobrerías, historias anónimas... La nada. Envidiaba la pena de otros, que era pena nombrada, visible, reconocida. Hoy, ser víctima es nada más y nada menos que una vía de acceso a la condición de ciudadano.


Comentarios

1 Lo creo, junto al equipo del proyecto "Mundo(s) de víctimas", un proyecto pionero en abordar la figura de la víctima, sin atender a sus apellidos (de género, política, de tráfico...) sino a lo que la sustancia. El proyecto fue financiado por el antes llamado Ministerio de Innovación español en su programa de investigación de excelencia entre 2012 y 2015 (ref. CSO 2011-22451). De lo discutido y aprendido con ese equipo surge lo que contiene este ensayo.

2 Hay, es claro, mucho más que eso: la poderosa producción académica generada a partir de la experiencia histórica de varios países de América Latina, por ejemplo, fuera de los trabajos más empíricos, les ha dado vueltas a algunas variantes locales de la figura, con conclusiones relevantes sobre su presencia en las políticas de la memoria (Jelin 2002), su marcado familismo (Vecchioli 2005), la centralidad de las víctimas de raíz política en la construcción de las narrativas nacionales postransicionales (Piper 2005) o las muchas políticas nacionales de administración del dolor (Aparicio 2012; Castillejo 2009). Tampoco es de desdeñar la producción española en la materia.

3 Su sitio web, muy desfasado actualmente, puede orientar al lector interesado sobre estas peculiaridades, https://fundacionanahi.wordpress.com


Referencias

1. Agier, Michel. 2008. Gérer les indésirables. Des camps des réfugiés au gouvernement humanitaire. París: Flammarion.         [ Links ]

2. Alcoba, Laura. 2008. La casa de los conejos.Buenos Aires: Edhasa.         [ Links ]

3. Aparicio, Juan Ricardo. 2012. Rumores, residuos y Estado en la mejor esquina de América. Bogotá: Ediciones Uniandes.         [ Links ]

4. Boltanski, Luc. 1993. La souffrance à distance. París: Folio.         [ Links ]

5. Butler, Judith. 2006. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós.         [ Links ]

6. Castillejo, Alejandro. 2009. Los archivos del dolor. Bogotá: Ediciones Uniandes.         [ Links ]

7. Cercas, Javier. 2014. El impostor. Madrid: Random House.         [ Links ]

8. Chaumont, Jean-Michel. 1997. La concurrence des victimes. Génocides, identité, reconnaissance. París: La Découverte.         [ Links ]

9. Erner, Guillaume. 2007. La société des victimes. París: La Découverte.         [ Links ]

10. Fassin, D. y R. Rechtman. 2007. L'empire du traumatisme. Enquête sur la condition de victime. París: Flammarion.         [ Links ]

11. Garapon, Antoine y Denis Salas. 2007. "La victime plutôt que le droit". Esprit 11: 74-82        [ Links ]

12. Gatti, Gabriel. 2014a. "Como la [víctima] española no hay. (Pistas confusas para poder seguir de cerca y entender la singular vida de un personaje social en pleno esplendor)". Kamchatka 4: 275-292. http://dx.doi.org/10.7203/KAM.4.4141         [ Links ]

13. Gatti, Gabriel. 2014b. "Las Abuelas, el gobierno de la sangre y la banalidad del bien". Brecha 5/9. http://brecha.com.uy/las-abuelas-el-gobierno-de-la-sangre-y-la-banalidad-del-bien/         [ Links ]

14. Jelin, Elizabeth. 2002. Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.         [ Links ]

15. Jimeno, Myriam. 2008. "Lenguaje, subjetividad y experiencias de violencia". En Veena Das: Sujetos del dolor, agentes de dignidad, editado por Francisco Ortega, 261-292. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.         [ Links ]

16. Kleinmann, Arthur, Veena Das y Margaret M. Lock, eds. 1997. Social Suffering. Berkeley: University of California Press.         [ Links ]

17. Lefranc, Sandrine y Lilian Mathieu, dir. 2009. Mobilisations de victimes. Rennes: Presses Universitaires de Rennes.         [ Links ]

18. Leguizamón, Dante. 2015. "¿Quién soy? ¿Dónde estoy?". Revista Anfibia. http://www.revistaanfibia.com/cronica/quien-soy-donde-estoy/         [ Links ]

19. Ortega, Francisco, ed. 2008. Veena Das: Sujetos del dolor, agentes de dignidad. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.         [ Links ]

20. Piper, Isabel. 2005. "Obstinaciones de la memoria", disertación doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona.         [ Links ]

21. Vecchioli, Virginia. 2005. "La nación como familia. Metáforas políticas en el movimiento argentino por los derechos humanos". En Cultura y política en etnografías sobre la Argentina, compilado por Germán Soprano y Sabina Frederic, 241-270. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes – Prometeo.         [ Links ]

22. Wieviorka, Michel. 2003. "L'émergence des victimes". Sphera publica 3: 19-38.         [ Links ]

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons