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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.58 Bogotá Oct./Dec. 2016

 

“Una esperanzada visión de la democracia”. A propósito de Jorge Graciarena*

Juan Jesús Morales Martín**

**Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, España. Profesor de la Universidad Bernardo O´Higgins, Chile.juan.morales@ubo.cl; juanjemorales@hotmail.com

DOI:http://dx.doi.org/10.7440/res58.2016.08


RESUMEN:

El principal objetivo de este artículo es recuperar el pensamiento democrático y utópico del sociólogo argentino Jorge Graciarena (Buenos Aires 1922-2014). Ante un contexto latinoamericano e internacional dominado por la importancia del desarrollo y el crecimiento económicos, y frente al debilitamiento de la política, es pertinente reclamar, ante estos desmanes, las ideas críticas de los clásicos de la sociología latinoamericana. Precisamente el poner en valor el discurso democrático, político y sociológico de este autor nos ayudará a reconducir el debate teórico contemporáneo de la sociología en América Latina alrededor de cuestiones fundamentales como el saber ético, la razón histórica o el sentido de la responsabilidad intelectual.

PALABRAS CLAVE:

Jorge Graciarena, utopía democrática, sociología latinoamericana (palabras clave de autor).


“A Hopeful Vision of Democracy”: About Jorge Graciarena

ABSTRACT:

The main objective of this article is to recover the democratic and utopian thinking of Argentine sociologist Jorge Graciarena (Buenos Aires 1922-2014). Given a Latin American and international context dominated by the importance of economic development and growth, as well as the weakening of politics, it is relevant to reclaim, in the face of these unfortunate circumstances, the critical ideas of the classics of Latin American sociology. A precise valuation of the democratic, political and sociological discourse of said author will help us to redirect the contemporary theoretical debate of sociology in Latin America around fundamental questions such as ethical knowledge, historical reason, and the sense of intellectual responsibility.

KEYWORDS:

Jorge Graciarena, democratic utopia, Latin American sociology (Author´s keywords).


“Uma esperançosa visão da democracia”. A propósito de Jorge Graciarena

RESUMO:

O principal objetivo deste artigo é recuperar o pensamento democrático e utópico do sociólogo argentino Jorge Graciarena (Buenos Aires, 192-2014). Diante de um contexto latino-americano e internacional dominado pela importância do desenvolvimento e do crescimento econômico, e diante da debilidade da política, é pertinente reivindicar, perante esses excessos, as ideias críticas dos clássicos da sociologia latino-americana. Precisamente a valorização do discurso democrático, político e sociológico desse autor nos ajudará a reconduzir o debate teórico contemporâneo da sociologia na América Latina em torno de questões fundamentais como o saber ético, a razão histórica ou o sentido da responsabilidade intelectual.

PALAVRAS-CHAVE:

Jorge Graciarena, utopia democrática, sociologia latino-americana (palavras do autor).


Introducción. A modo de presentación

El pensamiento neoliberal ha vuelto a insertar de nuevo en la agenda pública internacional la importancia del desarrollo y el crecimiento económicos. Al igual que se está volviendo a recuperar la idea de progreso bajo un marco teórico mucho más sesgado que ya no contempla al Estado como actor principal y que tiende a limitar todo aquello ligado con el sentido reformista de la planificación social, con la sociedad civil o con la cultura política. La idea de crisis, al mismo tiempo, caracteriza nuestra existencia cotidiana, como de semejante forma recorrió toda la trayectoria biográfica e intelectual de Jorge Graciarena (Buenos Aires, 1922-2014). Precisamente algunos de los postulados de este sociólogo argentino alrededor de los aspectos políticos del desarrollo económico del nuevo orden internacional, formulados en su mayoría entre los años setenta y ochenta del pasado siglo XX, mantienen su vigor y lozanía; esto es, su capacidad heurística y su posibilidad explicativa están intactas y son del todo actuales.

Esta vigencia se explica por las preguntas claves que guiaron sus trabajos y por su capacidad de poner el acento en las grandes contradicciones del capitalismo en América Latina a la hora de alcanzar “un orden social plenamente democrático, participacionista, movilizador y solidario, que no castre el crecimiento balanceado y armonioso de personalidades individuales creativas” (Graciarena 1979a, 39). Efectivamente, en un contexto regional donde la economía y el Estado se encuentran bajo el dominio de grandes intereses, nacionales e internacionales, y en donde no parecen ser indispensables el consenso y la movilización popular, así como tampoco hay una valoración profunda sobre las experiencias fundamentales de la conducta humana -como la educación, la libertad o la acción política-, no está de más mirar a la historia del pensamiento social latinoamericano, como el mismo Graciarena nos recomendaba, para encontrar algunas respuestas necesarias que nos permitan entender los hechos de nuestro presente (Graciarena 1983, 1253). De esta forma, el objetivo principal de este artículo es la recuperación del legado de este científico social, que fue mucho más que un simple sociólogo. Pues Graciarena, ante todo, fue un intelectual crítico capaz de dibujar y fijar en el imaginario colectivo un pensamiento utópico y democrático en un momento en que éste estaba acorralado por las amenazas y los excesos de las dictaduras militares.

Pese a que las circunstancias históricas de América Latina hayan variado considerablemente, sobre todo tras la vuelta de la democracia, hay más que motivos justificados, como el debilitamiento de la política frente a la amenaza económica, para reclamar la pertinencia de las ideas de nuestros clásicos contemporáneos. Se trata de continuar, como sugerían recientemente Waldo Ansaldi y Verónica Giordano (2014, 222), los pasos del mismo Jorge Graciarena a la hora de pensar desde una “perspectiva histórica” las “cuestiones centrales de las sociedades latinoamericanas” y de la propia sociología latinoamericana. Pues es del todo recuperable el enfoque concreto y estructural de las ciencias sociales que siguió este autor, para así tratar de comprender el futuro que se nos perfila “en las formas del presente y también del pasado” (Graciarena 1988a, 25). Esa es la posición que Graciarena mantuvo con gran claridad en su matriz de pensamiento, que se destaca por combinar esa dimensión histórica con el necesario realismo, el sentido práctico con la sensibilidad social, y, por supuesto, la responsabilidad ética con la siempre necesaria dosis utópica de ir más allá de las condiciones existentes (Graciarena 1978, 35).

Muy importante para ese examen de la región fue su experiencia biográfica, pues Graciarena, como miembro de su época y como un intelectual reformista preocupado por el progreso humano y la justicia social (Graciarena 1975a, 132), trató de comprender su realidad concreta para luego intentar transformarla y mejorarla (Graciarena 1988a, 22). Él sabía bien que el desarrollo de las ciencias sociales y de la sociología, por lo menos en América Latina, ha sido primordialmente un contrapunto dialéctico entre ideas y procesos reales, ajustándose aquéllas a éstos, y viceversa. Al igual que la intervención del científico en la realidad social fue constante, contradictoria muchas veces, pero aferrada a una “preocupación por la marcha de la historia”. Y, en especial en el autor que nos ocupa, estuvo motivada “por las perplejidades de la coyuntura y también por la angustiosa anticipación del futuro” (Graciarena 1988a, 35). Precisamente, y por tales motivos, las páginas que siguen repasarán desde una perspectiva historiográfica los cruces entre la vida y la obra de Jorge Graciarena, como tratarán de mantener vivo el acervo colectivo de nuestro pensamiento, más aún cuando hoy día el concepto sociología latinoamericana implica complejidad y ofrece numerosos interrogantes.

Al alero de Gino Germani

Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un proceso de crecimiento de las ciencias sociales y la sociología latinoamericanas, originado por dos cambios. El primero, por la tendencia que existió hacia la internacionalización y difusión de los estudios sociales y sociológicos. En lugar de sociologías nacionales, se empezó a hablar de “sociología latinoamericana”, cuyos problemas, métodos y conceptos comenzaron a ser estudiados de una forma regional (Franco 1974, 59).1 El segundo cambio se debió a que los países latinoamericanos también estaban transformándose. La rápida transición hacia tipos sociales modernos, industriales, urbanos, impuso a la sociología unas nuevas problemáticas: la del desarrollo y la de la modernización. Creció entonces la exigencia de encerrar esa realidad con nuevos conceptos y métodos, lo que originó una serie de problemas y tensiones entre corrientes, autores y visiones.

Bajo esas circunstancias, y desde Argentina, Gino Germani se hizo responsable entre 1955 y 1965 de la reorganización y dirección del Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. A su vez también fue encargado de acometer la organización de la carrera de Sociología, puesta en marcha en 1957, y se ocupó de la ordenación y dirección del Departamento de Sociología hasta 1962, el cual había empezado a funcionar en marzo de 1957 (Sustaita 1963, 63; Germani 1979, 277). En esas tareas organizativas e institucionalizadoras fueron fundamentales la ayuda y colaboración de Jorge Graciarena.2 Precisamente aquella experiencia junto al sociólogo de origen italiano fue clave para su posterior trayectoria académica y profesional. Por ejemplo, se familiarizó con las elaboraciones teóricas más importantes de Germani alrededor del paradigma modernizador, encerradas sobre todo en su clásico Política y sociedad en una época de transición, de 1962. Pudo participar en diferentes e importantes investigaciones sobre las controversias y contradicciones de la llamada “paradoja argentina” en los procesos de movilidad social y de participación política de las masas, o en los orígenes de los movimientos nacional-populares. Al igual que conoció a los exponentes más representativos de la “nueva sociología latinoamericana” y se vinculó intelectual y personalmente con ellos.3

En esos años Graciarena se preocupó, además, de la modernización económica y social de América Latina. Él no fue indiferente a esos problemas y dejó en varios trabajos algunas de sus reflexiones más atrayentes sobre el aspecto político del desarrollo latinoamericano. El acento lo puso entonces en caracterizar al capitalismo como “un sistema protegido políticamente” (Graciarena 1963, 121). Es decir, señalaba la estrecha relación existente entre la esfera política y la económica -cosa bien visible en nuestros días-, como también manifestaba su inquietud por el papel de las élites a la hora de controlar, interferir, frenar o modificar todo cambio social, entendido éste como desarrollo. Estas palabras suyas apuntan precisamente a la cuestión del poder que encerraba todo proceso desarrollista o modernizante: “las más importantes decisiones políticas no son controlables democráticamente y, por cierto, no dependen de la existencia de elecciones. Más bien son el resultado de la competencia faccional dentro de la elite o entre los diferentes grupos de presión” (Graciarena 1963, 122). Con lucidez apuntaba ya a un fenómeno que fue ganando fuerza con el transcurrir de los años: “el del costo de la política de compromiso en términos de desarrollo” (Graciarena 1966, 292). Quedaba así registrada en su pensamiento la tendencia histórica que se impone crecientemente desde entonces de la flexibilización y abdicación del sistema político frente a los imperativos económicos, llámense éstos desarrollo o capitalismo, por la propia decisión política o ideológica de las élites.

Justamente cuando la carrera de Graciarena estaba tomando vuelo, la radicalización de la sociedad argentina se sintió especialmente en la Universidad de Buenos Aires, y en particular en las ciencias sociales. La autonomía académica e intelectual se convirtió en una tarea casi imposible ante la “obstrucción de la vida universitaria” por parte de los sindicatos peronistas con constantes huelgas, paros estudiantiles y ocupación de las facultades (Graciarena 1971, 93). Este colapso de la Universidad como parte fundamental de la renovación ciudadana, iniciada a mitad de los años cincuenta, era para él el claro ejemplo de los rasgos autoritarios de la cultura política argentina y las resistencias al cambio de las élites. En consecuencia, y al sentirse inestable, decidió emigrar meses antes del golpe de Estado del general Onganía, el 28 de junio de 1966.4 Se valió entonces de sus contactos personales forjados al alero de la Unesco para establecerse en Colombia, donde empezó su particular periplo por la región. Esas redes académicas de la sociología latinoamericana, como vemos, no solamente vehicularon ideas, conceptos o teorías, o forjaron la institucionalización de la disciplina, sino que también actuaron como un importante mecanismo de apoyo y de auxilio.

Itinerario por la sociología latinoamericana

Jorge Graciarena llegó a la Universidad Nacional de Colombia, en su sede de Bogotá, a comienzos de 1966, como experto en ciencias sociales, educación y planificación de políticas universitarias de las Naciones Unidas. Allí se dedicó durante un par de años a organizar los estudios sociológicos y a vincular la enseñanza con la investigación (Graciarena 1967, 905).5 Destinado luego en 1969 a Uruguay, comandó y realizó en la Universidad de la República de Montevideo un censo para estudiar y comprender la “situación general de desmoralización de los estudiantes debida sobre todo a las reducidas posibilidades futuras que les ofrece el mercado profesional” (Graciarena 1969a, 1041). En ese momento, como se puede observar, una de las problemáticas respecto a la educación era la vinculación de la universidad con el mercado ocupacional y con el desarrollo económico de los países latinoamericanos. Como experto en estas temáticas, Graciarena trabajó después como funcionario de la Unesco en el Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciências Sociais de Río de Janeiro.

La labor de este autor durante esos años consistió en institucionalizar a nivel regional la sociología y las ciencias sociales en los planes de estudios y fomentar investigaciones científicas (Graciarena 1974). Para consolidar esos proyectos Graciarena se benefició de un período favorable para la profesionalización de las ciencias sociales, el cual fue estimulado en América Latina por los organismos internacionales (Labbens 1969).6 Como agente de la Unesco y como actor de ese circuito, participó activamente en ese ensanchamiento de la “sociología latinoamericana”, coordinando y dirigiendo también importantes congresos.[7] En sus trabajos dejó incluso sus impresiones sobre el significado y las consecuencias de ese boom de los estudios sociales en la región. Así, por ejemplo, destacaba cómo fueron creciendo los rechazos hacia la transferencia “tan acrítica y mecánica” de las teorías importadas, sobre todo desde Estados Unidos, las cuales eran demasiado rígidas “para explicar algunos importantes problemas del proceso de cambio de América Latina” (Graciarena 1968b, 798). “Al mismo tiempo que se manifestaban estas resistencias -añadía- se produjo un desarrollo notable del interés por los autores latinoamericanos, que pasaron a gozar de una fama que nunca conocieron en el pasado” (Graciarena 1969b, 26).

En efecto, fue ganando peso progresivamente -y más aún después del escándalo del “affair Camelot”- la perspectiva histórica, integrada y comprometida sobre la realidad social de los científicos y pensadores sociales de la región.8 Hubo, en consecuencia, una mayor sensibilidad y un mayor compromiso, incluso militante y político, por parte del sociólogo respecto a los problemas más acuciantes. De hecho, y como el mismo Graciarena (1970, 204) resumió: “la práctica sociológica es, principalmente, un agente de cambio social”. No se cuestionaban entonces la atracción y motivación por intervenir en la realidad inmediata. Al contrario, era un asunto de responsabilidad con los desarreglos, dificultades, problemas y tensiones de un tiempo caracterizado por la urgencia del desarrollo y la modernización. El siguiente testimonio de Graciarena nos proyecta con trazo firme a la atmósfera de aquella época:

    La propia sociedad deberá ser el laboratorio de la sociología y sus problemas más críticos serán los que ocupen las primeras prioridades en la formación sociológica. Los problemas del desarrollo y del estancamiento nacional y regional, la dependencia externa, la estructura de la distribución del ingreso, los efectos sociales y políticos de la inflación, las clases sociales, las estructuras de poder, la educación, las guerrillas, la distribución de la tierra, etcétera, deberían ocupar el centro de la atención para estimular el interés por los problemas reales. Cuanto más inmediato e intenso sea un problema social, mayor debería ser el interés en hacer de él un objeto de estudio e investigación. (Graciarena 1968b, 813)

Visto lo anterior, y no por casualidad -dadas su trayectoria académica y sus credenciales profesionales como experto de las Naciones Unidas-, Graciarena desembarcó en la escuela de pensamiento social más importante que había en América Latina: la Cepal de Santiago de Chile. En 1971 llegó a su División de Desarrollo Social, y allí se encontró con los autores y las ideas del pensamiento cepalino clásico (Bielschowsky 1998; Devés 2003, 35). Recordemos de modo sucinto que esa escuela se había propuesto interpretar históricamente el desarrollo y la estructura económicos de América Latina en su proceso de formación, interpretación que fue ampliada luego con la aportación sociológica (Urquidi 2005, 186). Toda esa visión es el fundamento del “estructuralismo latinoamericano”. Por tal motivo se puede hablar de un “pensamiento latinoamericano propio” que nace y se origina en los primeros trabajos de Raúl Prebisch y que se fue enriqueciendo con distintas contribuciones de autores como Celso Furtado, Aníbal Pinto, Fernando H. Cardoso, Enzo Faletto, Adolfo Gurrieri, Jorge Ahumada, Marshall Wolfe, Aldo Solari, Rolando Franco, Osvaldo Sunkel, entre otros, siendo la más importante, en materia social y sociológica, la de José Medina Echavarría.9

En la Cepal, bajo el ascendiente de José Medina Echavarría

La llegada de José Medina Echavarría a la Cepal en 1952 ya había sido clave a la hora de tender puentes entre la perspectiva económica y la perspectiva sociológica, para así comprender el proceso de modernización latinoamericano. A partir de sus primeros trabajos, recogidos en su libro de 1959 Aspectos sociales del desarrollo económico, este exiliado español se encargó de realizar una profunda revisión del proceso histórico del capitalismo en la región, donde sobresale su explicación sociológica de la hacienda y su facultad de moldear históricamente la estructura cultural, económica, política y social de América Latina. Su obra sociológica, sustentada en los postulados teóricos de Max Weber alrededor de “la estructura liberal-capitalista de una sociedad” (Medina 1961, 28), orientó numerosas inquietudes intelectuales y profesionales entre sus colaboradores más cercanos de la Cepal en cuanto a temas, conceptos y enfoques, como también influyó en esos años de formación de la sociología latinoamericana.10

Pero también este autor destacó por su fina sensibilidad intelectual al apuntar los límites, equívocos y retos de la democracia en América Latina durante los años setenta. En un contexto histórico cada vez más crítico y cuestionador de la democracia como forma política y como ideología dominante, él se mantuvo fiel a sus modelos de explicación sociológica y a la cuestión fundamental de la democracia más allá de inclinaciones ideológicas o de problemas técnicos. Pues para él la democracia era, fundamentalmente, “una forma de vida social” (Graciarena 1988b, 84). Era más que un régimen político, pues como creencia e ilusión, la democracia era una práctica social, y también un asunto de responsabilidad individual y de cultura política.

Frente a un pasado y un presente agitados por los extremos, Medina consideraba que la estabilidad y la legitimidad democráticas en América Latina necesitaban de un mínimo de representación, de la existencia y el mantenimiento de las garantías individuales como elemento de libertad, y, sobre todo, requerían un constante hacerse. La democracia no es un fenómeno estático, sino un proceso de cambio y renovación. Apuntaba, en fin, hacia las dificultades históricas que ha tenido la democracia en América Latina para convertirse en una condición de convivencia social. Planteó entonces, en su Discurso sobre política y planeación de 1972, que la tarea futura en la región pasaba por la consolidación de los regímenes democráticos existentes. Graciarena, por su parte, compartió esta predilección de Medina de profundizar la democracia como el único camino posible para así evitar la siempre amenazante felonía militar.

De hecho, la base de su amistad personal y de respeto intelectual -con sus influencias y reciprocidades- estuvo precisamente en que ambos vivieron la experiencia del exilio, tuvieron una vocación profundamente liberal y un “talante personal inmune a cualquier desvío autoritario” (Graciarena 1988b, 83).11 Además, y siendo muy desgarrador para los dos, presenciaron el retroceso democrático en Chile, en el Cono Sur y en toda la región. Una vez más, la imposibilidad de la democracia vertebraba sus vidas. Fueron años oscuros para el pensamiento crítico y heterodoxo. Pero la firmeza ideológica y la responsabilidad intelectual de ambos hicieron que pensaran sobre la democracia como una posibilidad absolutamente real, a pesar de los regímenes militares. Su sensibilidad por el contexto histórico les concedió seguir soñando con la razón y les permitió mirar hacia el futuro con algún tipo de ilusión. Esa actitud la expresó Graciarena de la forma que sigue:

    La única línea de resistencia personal que queda es la de una conciencia moral basada en una ética de la responsabilidad intelectual. La crítica de la situación social es su punto de partida, sin ella no habrá conciencia moral ni capacidad para entender el mundo y defenderse. La conexión entre la formación de la conciencia moral y la vida intelectual debe ser ahora más estrecha que nunca, y esto requiere una revisión a fondo de nuestras convicciones acerca de la naturaleza del conocimiento social, de las funciones sociales que cumple y de los fines que sirven las ciencias sociales y sus portadores humanos. (Graciarena 1975b, 107)

No extraña, vistas las anteriores palabras, que tanto Graciarena como Medina Echavarría escribieran sobre la democracia desde el refugio de la Cepal en un momento en que ésta estaba sujeta a la tutela de los poderes militares. El compromiso crítico de las ciencias sociales, a pesar de las dificultades, se mantuvo vivo. Sutilmente las argumentaciones de estos autores estuvieron en desmontar las raíces tecnocráticas y la razón instrumental que sostenían a los autoritarismos. Para ellos, la difícil reflexión política nada tenía que ver ni con los estilos de desarrollo ni con la supuesta eficiencia técnica de las dictaduras. Era algo más que eso. Se trataba de la propia “historicidad” de la democracia (Medina 1976, 75). Las ideas y los valores democráticos ya existían antes del nacimiento del capitalismo (Graciarena 1973, 440-441). Para los dos, la democracia tenía su propia razón de ser y una legitimidad que “no se subsume en la del capitalismo, ni es tampoco presumible que la sociedad capitalista sea el único tipo de sociedad que pueda darle sustento como régimen político y forma de vida” (Graciarena 1988b, 86). En efecto, la democracia no es un mero apéndice del capitalismo, y cuando la tormenta del autoritarismo pasase, ésta volvería a recuperarse.

Ambos creyeron que la democracia, como un fenómeno históricamente condicionado tras cada derrota y negación, estaba destinada a resurgir. La influencia intelectual y personal de Medina Echavarría en Graciarena fue decisiva justamente en ese aspecto de mirar al futuro con un cierto atisbo de esperanza. Pues el exiliado español siempre creyó con firmeza en que un mejor destino pasaba por proyectar una imagen próxima sustentada en los grandes valores humanistas que ayudan a luchar por la justicia, la libertad y la realización histórica de ideales como la solidaridad, la igualdad, la dignidad o la tolerancia. Ése fue su “pensamiento restaurador” (Medina 1977, 130). La puerta entreabierta que dejó Medina Echavarría de la esperanza democrática para América Latina, como una posibilidad absolutamente real y positiva pese al contexto autoritario, es la que Graciarena se encargará de abrir decididamente en sus posteriores trabajos. Aunque compartiesen una serie de supuestos comunes y predilecciones, él no fue un mero repetidor de las ideas de su amigo y maestro, sino que también elaboró con independencia y distancia crítica su propio pensamiento, lleno de matices y manifestaciones personales.

El pensamiento democrático de Jorge Graciarena

A pesar de las limitaciones de esos años, la Cepal de Santiago de Chile, siguiendo su tradición democrática, no abdicó de su “vocación crítica” respecto a los gobiernos militares de la región. Incluso la heterodoxia cepalina fue perseguida por la dictadura del general Pinochet, que asesinó de forma muy vil a Carmelo Soria el 14 de julio de 1976.12 Fue un toque de atención a los funcionarios de este organismo internacional y fue también, por supuesto, un aviso contra todo pensamiento censor. Pero a pesar de las amenazas consumadas, como bien escribió Jorge Graciarena (1978, 62) por aquellas fechas, “nunca ha sido posible eliminar radicalmente la crítica”. Él, como director de la División de Desarrollo Social de la Cepal, tuvo la fortuna de contar con ese espacio protector y asumió, de hecho, una clara postura política y militante a favor de la democracia. Su compromiso estuvo en “convertirse en testigo atento y sensible al curso de los acontecimientos” (Graciarena 1978, 55). Trató entonces de señalar la “formación de la nueva sociedad” como “una especie de ‘frontera' intelectual” que le permitiese, al fin y al cabo, encontrar estímulos en esa época gris y oscura (Graciarena 1975a, 141). En consecuencia, su perspectiva utópica iría aumentando, al tiempo que la problemática de la democracia se fue consolidando en sus preocupaciones.

Para empezar, Graciarena miró al futuro de forma optimista y sin perder de vista las tendencias y dinámicas históricas que condicionaban aquel presente. Su crítica se dirigió, en consecuencia, a la ideología tecnocrática de las ciencias sociales, en la que reconocía una ciencia “oficial” y legitimadora de las políticas de las dictaduras militares. Alertaba que los esquemas de dominación tecnocrática estuvieron expandiéndose en América Latina desde los años sesenta, en clara oposición a las reformas estructurales y a las políticas sociales de la planificación democrática acometidas por varios gobiernos de la región y recomendadas por la Cepal. Es más, esos esquemas de apertura externa y de transnacionalización, de eficiencia económica y racionalidad instrumental, habían sido promovidos por el pensamiento económico neoclásico y monetarista, que, concretamente en el caso chileno, representaban los Chicago Boys. Pero aquí Graciarena hace una lectura fiel a la historia: esa corriente de ideas no pudo imponerse en el juego democrático de la disputa académica, científica o intelectual, siendo las dictaduras militares su única forma de implementarse. No me resisto a reproducir el siguiente párrafo, que recoge sucintamente su juicio:

    En este tecnocratismo elitista de nuevo cuño, tan opuesto a las experiencias populistas y redistributivas del pasado, los responsables y estrategas del crecimiento económico se desentienden de sus efectos sociales inmediatos que invariablemente son concentradores del ingreso, agravando así los problemas estructurales de pobreza y marginalidad de las masas, al tiempo que crean islas de prosperidad para los sectores dirigentes. Asegurar el funcionamiento y estabilidad de estos esquemas de crecimiento basados en la apertura a la transnacionalización no fue tarea fácil porque encontraron fuertes resistencias sociales y políticas, las que sólo fueron superadas coercitivamente por regímenes políticos autoritarios. (Graciarena 1979b, 52)

Las cuestiones planteadas por Graciarena apuntaban, en última instancia, al problema de la disposición del poder en los regímenes autoritarios y a sus decisiones económicas y sus repercusiones sociales. Frente a la creencia hegemónica en su época del fin de las ideologías y “la profesión de fe de un pensamiento conservador” que aplaudía “la acción omnisciente y benévola de una ‘mano invisible'”, para él “nunca dejó de ser un ‘puño invisible'” (Graciarena 1979a, 34 y 14). Esto es: el “espontaneísmo” del neoliberalismo y del capitalismo más exacerbado, que acentuaba las desigualdades, los desajustes y las contradicciones sociales, era consecuencia de una imposición autoritaria, “de su poder coactivo y de la acción racionalizada de la tecnoburocracia” (Graciarena 1976a, 232). Este hecho lo resumió de forma sintética cuando aludió a los estilos de desarrollo, señalando que todo modelo económico es de clara naturaleza política. Su nítida postura puede verse en las siguientes palabras:

    En suma, el estilo no es un producto del azar ni tampoco de la “lógica de la historia” ni de “condicionamientos estructurales” que operan ciega o inexorablemente. No lo es porque tiene sangre y carne (individuos y grupos), así como una voluntad social y política que actúa en cierta dimensión histórica y se orienta por ideologías. Los individuos y grupos, sus vidas y necesidades, gravitan más allá de su condición de “portadores de la estructura” y de meros agentes pasivos de la historia. A su vez, tanto ésta como la estructura son algo más que marcos que condicionan el conjunto de alternativas porque -repito- en una situación nacional, históricamente concreta y condicionada, hay siempre más de una opción posible. (Graciarena 1976b, 187)

Visto este párrafo, tomado de su trabajo “Poder y estilos de desarrollo. Una perspectiva heterodoxa”, Graciarena destacaba el importante papel del Estado en el establecimiento y en la preservación de un estilo o modelo de desarrollo económico. Él distinguía además que las políticas para tal fin se habían desplegado en América Latina en dos momentos sucesivos y cualitativamente diferenciados: la modernización desarrollista bajo un orden democrático y el desarrollismo en un marco autoritario. Esta caracterización fue especialmente destacada en la sección de su autoría en el clásico libro Formaciones sociales y estructuras de poder en América Latina, escrito junto a Rolando Franco (Ansaldi y Giordano 2014, 222; Franco y Graciarena 1981). Pero lo importante aquí es señalar, si cabe, el tercer momento que Graciarena ya apuntaba cuando afirmaba que “hay siempre más de una opción posible”. En efecto, en éstos y en otros textos dedicados a los estilos de desarrollo es donde este autor, como estamos observando, hace girar su reflexión alrededor de la pregunta por el poder y también por la democracia, situando al lector, en consecuencia, en el trance de elegir un camino y adoptar una posición. La suya fue bien clara: asumir una responsabilidad intelectual y avizorar la esperanza de un futuro político y económico más justo y democrático para América Latina.

Planteada entonces la problemática del desarrollo en el terreno del orden político y de los valores ideológicos, correspondía ahora escoger qué dirección tomar (Graciarena 1976b, 191). Por ello Graciarena creyó necesario garantizar la primacía y la autonomía de la racionalidad política, contenida en la democracia, sobre la racionalidad tecnocrática o económica de los regímenes autoritarios. Al igual que tampoco consideró a la sociedad capitalista y neoliberal como el único tipo de sociedad posible. Inserto en ese debate de los “expertos o especialistas”, y cuando únicamente las alternativas políticas dominantes no eran otra cosa que “opciones técnicas” (Graciarena 1975a, 129), reclamó la “ampliación constante del proceso de democratización fundamental” (Graciarena 1979b, 53). Dejando de lado los escrutinios racionales, como si la democracia únicamente se tratara de un proyecto económico, él apeló a la consistencia de ésta por su posibilidad histórica y por los valores que encierra.

En clara oposición a la ideología instrumental y tecnocrática, autorrealizada en las dictaduras militares, carentes, por consiguiente, de un horizonte proyectivo y de cuestionamiento crítico, Graciarena planteó su utopía democrática. A partir de la sutileza proporcionada por la fórmula de los estilos del desarrollo se propuso ir “más lejos afirmando primariamente la transcendencia humanista del desarrollo, de sus objetivos sociales relativos a la calidad de la vida y a la armonía con el ambiente natural, tanto con el pleno desenvolvimiento de las potencialidades del hombre bajo condiciones de rigurosa y efectiva equidad social” (Graciarena 1979a, 15). En esa actitud optimista se reconoce su pensamiento posibilista y la creencia común, compartida con muchos otros pensadores latinoamericanos, de “un cambio histórico hacia una sociedad democrática y abierta y un orden internacional más equitativo” (Graciarena 1979b, 53-54).13 Manejó, de hecho, una utopía democrática-liberal con gran recorrido en la historia de la región y, sobre todo, siendo consciente de que esa aspiración era sentida por numerosos grupos sociales: “Para lograr este objetivo es necesario contar con una movilización suficiente de fuerzas sociales dispuestas a accionar en ese sentido”, escribió (Graciarena 1975c, 12).

La utopía es una palanca de cambio histórico y además es algo muy serio, puesto que, como él mismo sabía, no es que la democracia fuera algo imposible o ilusorio, sino que es algo que, aparte de estar en la historia de América Latina, vivía en el imaginario de muchas personas y muchos intelectuales con los que él se identificó, que es capaz de congregar, de generar sacrificios y decisiones estratégicas en la política o en la economía, que recoge un proyecto de sociedad, y que, sobre todo, suscita esperanza. “Cuando se logra esta fusión las ideas se convierten en una fuerza ideológica en la medida que proporcionan valores y objetivos que calman ansiedades, ofrecen seguridad y engendran adhesiones movilizando fuerzas sociales”, sentenció Graciarena (1979a, 20). Su deseo además evocaba el clima de la época, donde la transición democrática en América Latina se fue convirtiendo poco a poco en una posibilidad firme y real.

Posteriormente, y a medida que se hizo efectiva la vuelta a los Estados civiles que siguieron a las dictaduras militares, nuestro protagonista continuó reflexionando sobre la “nueva estructuración del poder social” en la región (Graciarena 1988b, 90). A lo largo de los años ochenta se fueron consolidando los procesos de neocorporativismo -como alianza estratégica entre el mundo de la política y la economía-, de burocratización y de tecnocratización, que afectaron a las bases mismas del Estado, a las relaciones sociales y a las disposiciones y los mecanismos de dominación social, cuyos efectos caracterizan nuestro presente. La invocación entonces de Graciarena no fue necesariamente distinta a sus pedidos anteriores de corregir los desajustes económicos y sociales producidos por la política económica en la fase autoritaria, pues a pesar del nuevo contexto democrático se seguían reproduciendo las más flagrantes injusticias y desigualdades de todo tipo. Pues como le indicaba la experiencia histórica, no toda la política económica de crecimiento generó en América Latina desarrollo social. Más aún, en ocasiones pueden ser dos procesos divergentes y antagónicos. De hecho, ese había sido el curso del capitalismo periférico latinoamericano, que dejó y excluyó a la democracia “fuera de los diversos ‘milagros económicos'” (Graciarena 1988b, 85). Piénsese si no en el sentido tan actual de la siguiente cita:

    Cuando los poderes corporativos tienden a ganar márgenes de creciente autonomía operativa las relaciones entre actores sociales y ciudadanos políticos experimentan una disociación que va en desmedro del sistema de partidos y la representación política y en beneficio de las grandes corporaciones económicas y sociales, que actúan en nombre de los más poderosos intereses organizados de la sociedad. Esta tensión, puesta en su dimensión más condensada y significativa, refleja las actuales incongruencias estructurales y sistemáticas entre la democracia liberal y el capitalismo, las que históricamente nunca han sido resueltas a plena satisfacción de la primera. Ahora como antes, la convivencia entre una y otra ha sido lograda acomodando la naturaleza de la democracia a la matriz estructural y a la lógica que en cada momento histórico le ha impuesto el capitalismo. (Graciarena 1988b, 90)

Siguiendo su condición de científico y crítico social, Graciarena señaló la contradicción fundamental entre la democracia -cuando se la concibe en un sentido amplio como régimen que debe conciliar el poder y los intereses de las mayorías y las minorías políticas- y el capitalismo en sentido estricto, como organización de la producción económica y de la distribución social (Graciarena 1988a, 30). Al final, lo que aflora una y otra vez al leer sus palabras es el problema histórico en América Latina de su modelo de sociedades excluyentes, y donde la cuestión distributiva tiende a concentrar las mayores tensiones sociales. Pues como bien se encargaba de indicar, “no se puede eludir el hecho de que la desigualdad social es en el fondo un problema de distribución de poder en la sociedad, o si se prefiere, un problema político en su sentido más genuino. Por eso, cualquier progreso en materia de desarrollo integrado debe ser un movimiento hacia una sociedad auténticamente participativa y un régimen político pluralista y abierto, esto es hacia una sociedad democrática” (Graciarena 1982, 10). La superación de esa crisis estructural persistente era para él, como sigue siendo para nosotros, el mayor desafío para el logro de una mayor equidad y justicia social.

Conclusiones

El terrible precio del olvido de la democracia en América Latina fueron las dictaduras de los años setenta, repletas de irracionalidad, de persecución ideológica, represión y violencia. Después de la “década perdida” de los años ochenta, debido a las consecuencias económicas y sociales de las políticas neoliberales impuestas por los regímenes autoritarios, la democracia llegó en América Latina, por fin, “para quedarse”, como reconocía Jorge Graciarena (1988b, 92). Y volvió justamente tras el fracaso del socialismo real en Europa del Este, cuando el capitalismo globalizador de las democracias occidentales se hacía más proteccionista y cuando la situación económica en la región era de las peores en los últimos cincuenta años. Ese contexto confirmó, paradójicamente, lo que el mismo Graciarena había avanzado en sus escritos: la autonomía del sistema político democrático frente al sistema económico, y cómo, al final, las soluciones materiales se buscaron en la democracia.

Aunque la reciente historia política latinoamericana ha validado los mismos valores contenidos en su obra en relación con su visión idealista de la democracia, sin embargo siguen presentes ciertos problemas que este sociólogo argentino apuntó y que tienen que ver, principalmente, con los aspectos políticos del desarrollo y con la forma como se obtuvieron -y se vienen obteniendo en la región- los “milagros” económicos, a costa de elevar las desigualdades. En efecto, el papel subsidiario que ha tenido el Estado para muchas élites dirigentes y económicas ha provocado la generalización de los fenómenos de exclusión social cuando en períodos de crecimiento económico no se han distribuido las ganancias, y, por el contrario, sí se han socializado las pérdidas en momentos de crisis económicas (Graciarena 1984, 71). Esta persistencia histórica hace que la siguiente frase de Graciarena sea hoy toda una invitación a pensar modelos alternativos de sociedad: “El ‘goteo', donde lo hubo, fue escaso y no contribuyó a modificar la persistente situación estructural de inequitativa apropiación del ingreso” (Graciarena 1988a, 27). Así es: leer los textos clásicos de este autor es siempre recomendable en momentos en que la democracia puede aparecer en retroceso ante el avance de las fuerzas económicas. Pues Graciarena nos enfrenta a la historia, hace que dialoguemos con ella, y también, con mucha perplejidad, nos hace sentir responsables de nuestra incapacidad para asumir y dar solución a los ingentes problemas sociales y estructurales de nuestra sociedad.

Por supuesto, Graciarena no es, en absoluto, un autor fosilizado. Es un clásico contemporáneo de la sociología latinoamericana, con todo lo que ello significa: haber sabido apuntar en su tiempo con enorme visión los problemas centrales de las sociedades en las que vivió, rodeadas por el auge del carácter expansivo y depredador de la producción capitalista, y amenazadas por la dominante racionalidad instrumental y su intrínseca inequidad social. Por eso sus ideas cobran, en rigor, toda la actualidad del presente y la proyección del futuro, dadas su riqueza conceptual y su fuerza expositiva. Además nos legó una “conciencia moral basada en una ética de responsabilidad intelectual” del todo recuperable como “única línea de resistencia” frente a todo pensamiento autoritario, hegemónico o instrumental (Graciarena 1975a, 148). Al igual que su ingenio interpretativo nos proporciona grandes dosis de sentido político democrático, de razón histórica y de un saber ético que pretende con tozudez que seamos libres en un mundo condicionado, cada vez más, por la determinación económica. La gran alternativa del desarrollo contemporáneo no está en ser más ricos o crecer más, sino en cómo hacer que estas sociedades sean más justas y menos enajenantes de las cualidades humanas. Esto debe hacernos pensar y reflexionar en la esperanzada visión de la democracia que tuvo este pensador heterodoxo y crítico, siempre preocupado por la dignidad humana y la justicia social.


Comentarios

*El artículo procede de mis intereses intelectuales alrededor de la historia de la sociología latinoamericana, iniciados con mi tesis doctoral dedicada a la biografía intelectual de José Medina Echavarría y a los temas que imparto actualmente en una cátedra de “Pensamiento social de América Latina”.

El título de este trabajo lo tomo prestado del artículo “Una esperanzada visión de la democracia”, escrito por Jorge Graciarena y publicado en la Revista de la CEPAL 35: 83-92, 1988. Ese trabajo de Graciarena fue preparado originalmente para el Seminario “Cambios en los estilos de desarrollo en el futuro de América Latina”, realizado en Santiago de Chile entre el 1 y el 3 de diciembre de 1987 en homenaje a José Medina Echavarría, sociólogo del exilio español de 1939 y uno de los padres institucionalizadores de la sociología en América Latina. Precisamente la vocación de las siguientes páginas es continuar esas cadenas de aprendizaje y valorizar en la actualidad el discurso democrático y político de nuestros clásicos disciplinarios.

1 Por ejemplo, la creación de la Asociación Latinoamericana de Sociología, fundada por Gino Germani en 1950, representó la confirmación en el espacio público de la tradición sociológica regional, la voluntad de asociacionismo de los científicos sociales, la capacidad de mancomunar esfuerzos para encarar los problemas sociales de la región desde una perspectiva latinoamericana y de clara aspiración latinoamericanista (Germani 1959, 435).

2 Jorge Graciarena perteneció a la primera camada de sociólogos profesionales argentinos formados por Germani, compuesta, entre otros miembros, por Ana María Babini, Ruth Sautu, Regina Gibaja, Norberto Rodríguez Bustamante, Enrique Butelman y Torcuato Di Tella (Germani 2004, 147).

3 Gino Germani avaló y facilitó la inserción de Jorge Graciarena en las incipientes redes académicas de la sociología latinoamericana. Por ejemplo, ambos acudieron a dos importantes seminarios latinoamericanos sobre enseñanza e investigación en ciencias sociales organizados por la Unesco, donde participaron algunos de los sociólogos más destacados de la región como José Medina Echavarría, Peter Heintz y Lucien Brams, de Flacso; Orlando M. Carvalho y Luis A. Costa Pinto, de Brasil; Pablo González Casanova, de México; Eduardo Hamuy y Guillermo Briones, profesores chilenos de Flacso; Isaac Ganón, de Uruguay; y José A. Silva Michelena, de Venezuela. Nos referimos al “Primer Seminário Sul-Americano para o ensino universitário das ciências sociais”, celebrado en Río de Janeiro en 1956, y al “Seminario Latinoamericano sobre Metodología de la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias Sociales”, organizado en Santiago de Chile en 1958 (Germani1959, 430).

4 Graciarena fue testigo de las críticas y de los ataques a la sociología científica en Argentina durante la década de los sesenta, provenientes, sobre todo, de los sectores tradicionales de la derecha católica (Germani 2010). Durante ese período presenció cómo las ciencias sociales se convirtieron en un ámbito de militancia y de pugna ideológica. Fue el auge de la teoría de la dependencia y de la sociología crítica, las cuales incorporaron el marxismo como orientación básica de muchos de sus postulados. Se puso en duda y se cuestionó la forma anterior de hacer sociología y de pensar la realidad (Murmis 2005). Años después, y ya desde el exilio, escribió varios trabajos sobre los acontecimientos de esa época, la universidad o el movimiento estudiantil argentinos, seguramente para encontrar un sentido al porqué de su destierro, y también tratando de hallar algunas respuestas al declive democrático de su país (Graciarena, 1971).

5 Graciarena se refirió de la siguiente forma a aquellas actividades académicas y docentes: “Cuando llegué para desempeñar la misión, a comienzos de 1966, mi tarea estaba estrechamente vinculada al Programa Latinoamericano de Estudios de Sociología del Desarrollo (Pledes), que se acaba de organizar dentro de la todavía existente Facultad de Sociología. Este Programa tenía como meta principal la formación de un nivel de graduado en sociología, equivalente en su organización al ‘master' de las universidades de los Estados Unidos. Se había previsto también la realización de un doctorado pero éste nunca fue puesto en práctica, salvo para algún caso excepcional anterior a mi participación […] En cuanto a docencia mis tareas consistieron principalmente en dictar varios cursos diferentes sobre el tema general ‘Problemas sociales del desarrollo de América Latina' y en la dirección de una cierta cantidad de trabajos pedagógicos y de siete tesis y monografías de grado” (Graciarena 1968a, 1-2).

6 En la Unesco hubo interés profesional por las ciencias sociales y por la sociología, dada la presencia del sociólogo británico Thomas H. Marshall en la dirección del Departamento de Ciencias Sociales. El objetivo principal de este organismo era crear en la región latinoamericana un centro de investigación y de enseñanza de ciencias sociales, a semejanza del Centro de Investigaciones sobre los Problemas del Desarrollo Económico y Social en el Asia Meridional de Nueva Delhi (Franco 2007, 29). De esta manera, en 1957 la Unesco y los gobiernos latinoamericanos acordaron la creación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), que, gracias a la insistencia del Gobierno chileno y de la Universidad de Chile, se radicó en Santiago. En ese mismo año, la Unesco también colaboró en la fundación del Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciências Sociais, en Río de Janeiro, dedicado a la investigación sociológica.

7 Como una muestra, sabemos que en el IX Congreso Latinoamericano de Sociología, celebrado en Ciudad de México del 21 al 25 de noviembre de 1969, bajo los auspicios de la Unesco y de la Universidad Nacional Autónoma de México, Graciarena coordinó una de las seis sesiones principales del encuentro, la dedicada a “La investigación sociológica en América Latina” (Graciarena 1969c, 759).

8 En 1965 salió a la luz un programa de investigación que generó un verdadero escándalo en la academia, en la política y en la opinión pública chilena y latinoamericana, conocido como Proyecto Camelot, que profundizó el descrédito en la región de la política externa de Estados Unidos (Navarro y Quesada 2010). Este programa, diseñado para medir, predecir y controlar conflictos internos tendientes a la desestabilización social de países de la periferia, nació en la Special Operations Office, perteneciente a la American University, y fue contratado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos para ser aplicado en Chile. La denuncia del Camelot la realizó Johan Galtung, profesor noruego que en ese entonces desempeñaba labores de capacitación en la Flacso de Santiago de Chile.

9 Las ideas de Prebisch y sus propuestas para articular un proceso de industrialización y de sustitución de importaciones para la región, incluidas en su célebre informe de 1949 Estudio económico de América Latina, constituyeron la base del esquema teórico del centro-periferia y reunieron a su alrededor a todo este grupo de científicos sociales bajo lo que denominamos “la Cepal clásica”, también conocida como “pensamiento cepalino” o “escuela estructuralista latinoamericana” (Di Filippo 2007). Una escuela que influyó sobremanera en las ciencias sociales latinoamericanas hasta 1973, fecha del golpe militar de Augusto Pinochet en Chile, que provocó, en consecuencia, el retraimiento de este pensamiento crítico, heterodoxo y reformista.

10 Después, José Medina Echavarría se encargó de dirigir la División de Planificación Social del ILPES desde 1963 hasta su retiro, en 1974 (Gurrieri 1980, 135), que se destacó en ese entonces por concentrar a importantes autores, como Fernando H. Cardoso, Enzo Faletto, José Luis Reyna, Francisco Weffort y el propio Jorge Graciarena, quienes aportaron esfuerzos en la renovación de la sociología y las ciencias sociales regionales. El resultado de la influencia de la personalidad y obra de Medina Echavarría sobre Cardoso o Faletto, por ejemplo, motivó el nacimiento de la teoría de la dependencia, con la publicación en 1969 del clásico trabajo de estos autores Dependencia y desarrollo en América Latina (Cardoso1977; Faletto 1996).

11 Jorge Graciarena fue uno de los compañeros que estuvo cerca en el desenlace de la vida de José Medina Echavarría. De hecho, en un artículo de 1975 agradeció, de la forma que sigue, su deuda intelectual: “La influencia que este autor ha tenido en mi pensamiento es mucho mayor que lo que aquí pueda reconocer” (Graciarena 1975b, 101). Años después, Graciarena se encargó de recuperar varios trabajos del sociólogo exiliado español y de poner en valor su obra. Por ejemplo, recuperó un texto de Medina titulado “Razón de la sociología” -publicado en 1986, con edición de Andrés Lira y José Luis Reyna, en Estudios Sociológicos 4 (10)- y editó el libro póstumo La sociología como ciencia social concreta (1980, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica - Instituto de Cooperación Iberoamericana). También le dedicó el trabajo “Universidad, inteligencia e ideología. En torno a algunas ideas de José Medina Echavarría” (en Universidad y desarrollo en América Latina y el Caribe. Caracas: Unesco - Cepal - PNUD, 9-28, 1984).

12 Carmelo Soria era un ciudadano español que se había exiliado en Chile tras la Guerra Civil y que trabajaba en las Naciones Unidas como funcionario de la Cepal.

13 El tema de la democracia empezó a copar el debate académico regional y fue considerado por la sociología latinoamericana como principal preocupación intelectual a partir de finales de los años setenta. Justamente en octubre de 1978, el profesor argentino Francisco Delich, en aquel entonces presidente de Clacso, convocó a un conjunto de importantes académicos latinoamericanos y extranjeros para reflexionar en San José de Costa Rica sobre las posibilidades futuras de la democracia en América Latina. En esa reunión participaron autores como Fernando H. Cardoso, Albert O. Hirschman, Guillermo O'Donnell, Norberto Bobbio, Torcuato Di Tella, Shmuel Noah Eisenstadt, Gino Germani, Seymour M. Lipset, Alessandro Pizzorno y Raúl Prebisch, y el propio Jorge Graciarena, quien presentó el trabajo “La democracia en la sociedad y la política. Apuntes sobre un caso concreto” (incluido en Los límites de la democracia, coordinado por Francisco Delich, tomo 2. Buenos Aires: Clacso, 191-202, 1985).


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