SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número60La Epistemología Cualitativa y el estudio de la subjetividad en una perspectiva cultural-histórica. Conversación con Fernando González Rey índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.60 Bogotá abr./jun. 2017

https://doi.org/10.7440/res60.2017.11 

Lecturas

Safier, Neil. 2016. La medición del Nuevo Mundo. La ciencia de la Ilustración en América del Sur . Madrid: Fundación Jorge Juan - Marcial Pons [449 pp.] [ Measuring the New World. Enlightenment and South America . Chicago: The University of Chicago Press, 2008].

Renán Silva* 

* Doctor en Historia Moderna de la Université de Paris I, Panthéon-Sorbonne (Francia). Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). rj.silva33@uniandes.edu.co


Neil Safier, doctor en Historia de Johns Hopkins University, historiador de la ciencia, especializado en problemas de la actividad de ciencia en el siglo XVIII en el subcontinente americano, director de la prestigiosa biblioteca John Carter Brown y profesor universitario en prestigiosas universidades de Estados Unidos y del Canadá, es el autor de una tesis doctoral de gran erudición y refinados análisis sobre la "Expedición científica geodésica hispano-francesa en el Reino de Quito". El presente libro, aparecido primero en inglés, es la versión, seguramente transformada por imperativos editoriales y por nuevas investigaciones, de esa tesis comenzada varios años antes y largamente trabajada.

El tema básico de la obra es presentado por al autor recordando que en el Reino de Quito, y a través de una expedición científica, se intentó resolver "uno de los mayores debates científicos del siglo XVIII": la polémica sobre la forma de la Tierra; un problema que se había discutido e investigado ampliamente en las academias y los salones de Europa entera, sin resolverse, y que ahora se trataba de aclarar "mediante observaciones hechas en suelo suramericano, cerca del Ecuador", tal como se indica en el Prefacio de la obra, aunque el autor sólo menciona de pasada que en realidad fueron dos expediciones, la primera a Suramérica y la segunda a Laponia (la que fue dirigida por Pierre-Louis Maupertuis), no encontrando el lector en la obra un análisis detallado al respecto, algo que se extraña, porque a lo mejor la consideración de ese punto hubiera dado luces nuevas sobre los argumentos de la presente obra, máxime si se tiene en cuenta cuáles son algunos de sus interrogantes principales.

Aunque los interrogantes principales de Safier se modifican y bifurcan a lo largo de su obra, en razón de las varias dimensiones del tema estudiado, en las páginas iniciales de su trabajo declara que sus preguntas tienen que ver ante todo con dos puntos. Primero, interrogarse si, y de qué manera, esas prácticas empíricas de investigación (observación, descripción, medición, registro) variaron al estar situadas en un contexto nuevo. Y segundo, lo que es el reverso del primer interrogante: cómo fueron afectadas esas prácticas de ciencia por los escenarios sociales y físicos de su itinerario, aunque ya sabemos que el acento parece estar puesto ante todo en el escenario social y "humano" (véase, por ejemplo, p. 31).

Neil Safier quiere responder a esas dos preguntas interrogando detalladamente la Expedición a Quito de 1735, una expedición que, según ya señalamos, tenía como meta "determinar de manera definitiva la forma real de la tierra", por un camino diferente del que había propuesto Newton bastantes años antes, acudiendo en esta oportunidad a la exploración empírica del problema, por el método de las observaciones y mediciones en el ecuador. Como se sabe, se trataba además de un debate en el que se enfrentaban científicos agrupados en bandos que defendían posiciones contrarias y que se identificaban por su aceptación de las posiciones que al respecto sostenía la Real Academia inglesa, o bien, que asumieran las posiciones dominantes en los salones y academias de París. El problema era pues asunto de ciencia y de política, de glorias imperiales, razón por la cual los resultados del trabajo de exploración fuera de Europa se esperaban con inusitado interés tanto en Francia y España como en Inglaterra (véanse pp. 31-42).

Pero si bien el anteriormente señalado es el gran tema de la obra que reseñamos, los resultados de la ciencia -la comprobación del carácter "achatado hacia los polos de la tierra"- no son el problema que la obra interroga en primer lugar. La obra no es pues de manera estricta una obra de Historia de las Ciencias, sino de Historia social de las ciencias, aunque desde luego no tratamos de plantear la existencia de un infranqueable muro entre estas formas de practicar el acercamiento a la ciencia, un falso debate que durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX enfrentó a "internalistas" y "externalistas", y que no hay necesidad de volver a introducir en el siglo XXI. Sin embargo, no parece haber dudas de que se trata de énfasis diferentes, y de que en los llamados estudios sociales o culturales de la ciencia ha habido una fuerte tendencia a dejar de lado lo más específico del trabajo de las ciencias, poniendo los énfasis principales más bien en los problemas de recepción, en los ámbitos institucionales, en las condiciones sociales de los practicantes de la ciencia y en las formas de transmisión y recepción del conocimiento, antes que en las formas de demostración y de prueba.

En cuanto al enfoque social y cultural de la ciencia -entendiendo por enfoque los supuestos básicos sobre los que descansa un análisis-, Safier recalca con razones claras la importancia de definir la actividad de ciencia desde el principio, desde su raíz, como una actividad social, institucional, política y cultural, es decir, una actividad inscrita en la trama de los elementos que la condicionan y determinan, sin que nada de esto haga pensar, en su exposición, que el análisis de los axiomas, teoremas, hipótesis y métodos de comprobación del problema investigado no tenga importancia, sólo que en esta obra no ocupan el lugar central, una opción de enfoque y de método que, de todas maneras, no deja de tener sus consecuencias, incluso en el propio plano del enfoque social y cultural de la ciencia. Safier, que debe conocer muy bien la literatura estrictamente científica sobre el problema, recuerda en la obra cuáles son, en su opinión, los mejores trabajos al respecto, y aporta una amplia bibliografía que incluye esa clase de obras.

Hay que señalar además en este punto del enfoque de la obra, que ella se enriquece con una mirada global y conectada, en el marco de un examen inter/imperial que atraviesa el Atlántico, un punto sobre el que el autor dice cosas magníficas, introduciendo con firmeza la idea de que el propio mar Atlántico no debe ser pensado en función de construcciones estatales que son posteriores -como cuando se habla del Atlántico peruano o del Atlántico colombiano-, y, agregaríamos de nuestra parte, que ese mar no debe ser separado del Pacífico y de las navegaciones interiores, como lo pone de presente el itinerario de la propia Expedición de 1735, que llega por el Atlántico, pero debe buscar el Pacífico para llegar a Quito y navegar en el interior para subir a los Andes y luego descender de los Andes; La Condamine, como lo recuerda el libro, salió por el Amazonas, para buscar luego el Atlántico en su regreso (véanse, por ejemplo, pp. 91-131).

En función de lo que acabamos de decir, hay que saber bien entonces cuál es el objeto central de la obra -más allá de su tema-, y Safier se encarga de aclararlo ante el lector, indicando que cuando en su obra se habla de "medida y medición" (measuring), nos encontramos más bien ante una metáfora o un tratamiento metafórico (un rasgo en mi opinión exagerado a lo largo de toda la obra y que puede explicar su tendencia a la "sobre/interpretación"), pues se trata de discurrir, no sobre el proceso histórico empírico de medición física, sino sobre el encuentro entre dos mundos culturales, sobre el proceso de entender "una sociedad radicalmente distinta de la que sus miembros [los miembros de la Expedición] habían dejado atrás" (p. 33), pues mientras la Expedición medía en el sentido tradicional de la expresión, "también pesaban y evaluaban, mediante la observación [...]" un mundo social que se les revelaba en sus particularidades, y que, como todo etnógrafo, asimilaban con una dosis más o menos grande de etnocentrismo, lo que hace que la obra sea un estudio de historia social y cultural, muy influido por la antropología de los encuentros culturales, con sus posibles virtudes y defectos (véanse, por ejemplo, pp. 33-34).

Así pues, antes que axiomas o teoremas de ciencia, lo que la obra nos propone es un análisis de la propia Expedición francesa de 1735, desde el punto de vista de sus interacciones con el medio social con el que se encuentra en el Reino de Quito y en general en todo su itinerario. Como nos recuerda Safier, se trata de una Expedición compuesta por tres destacados científicos franceses (Charles Marie de La Condamine, Louis Godin y Pierre Bouguer), acompañados de siete auxiliares más, todos, gente de ciencia o prácticos de la actividad de ciencia, gentes que, como advierte el autor, eran parte de una jerarquía en el trabajo de las ciencias, e incluso, entre quienes había claras relaciones de "nepotismo de Antiguo Régimen", según lo menciona Safier.

A ese grupo de gentes venidas del Reino de Francia se sumaban los famosos hombres de ciencia españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, exploradores que habían sido impuestos como acompañantes de la Expedición francesa por la Corona española, que de otra manera aparecería en las luchas inter/imperiales, y ante la propia opinión pública europea en formación, como cediendo terrenos, soberanías y jurisdicciones a uno de sus grandes aliados y rivales (sin que puedan separarse esas dos figuras de la política entre potencias en el siglo XVIII).

Lo que al parecer vamos a estudiar, de manera aun más específica, es, por tanto, por una parte, un episodio cultural, una forma de relación social en el plano del conocimiento; y luego, por otra parte, el proceso de difusión de esos conocimientos (y de luchas por su atribución) en Europa, en el mundo de los sabios, pero no menos ante la opinión pública, a través de la prensa y de formatos nuevos de circulación del conocimiento como el mapa, los libros de historia y las enciclopedias.

Partiendo del reconocimiento de la indiscutible calidad de esta obra y de las virtudes -aunque también de las limitaciones- del llamado "enfoque social y cultural" de la historia de las ciencias, quisiéramos expresar algunas dudas sobre los argumentos centrales de este trabajo, sin pretender abarcar todo el contenido de la obra, y sin el menor ánimo de desaconsejar su lectura -todo lo contrario-, manteniendo de nuestra parte siempre el juicio en suspenso, y dejando abierta la posibilidad de que la crítica refleje, antes que sus posibles defectos, nuestra incomprensión de la obra, una obra que de todas maneras, y a pesar de la crítica, mantiene sus valores de erudición y de análisis.

Advirtamos sí que para hacer este balance de la obra, nos apoyaremos paralelamente en las presentaciones que de sus argumentos hace el autor, como en los desarrollos concretos de esos argumentos, tal como se manifiestan a lo largo de los capítulos que estructuran la obra, pues creemos que esa es una de las características de esta obra: la existencia de un cierto desajuste entre las proposiciones que declara asumir -su enfoque y argumentos- y el desarrollo concreto que de los episodios históricos respectivos presenta el libro.

En cuanto al primer argumento, el del "encuentro cultural", hay que decir que las observaciones del autor se dirigen a un punto preciso. Safier nos recuerda que en el proceso de la actividad de ciencia confluyen gentes de distintas posiciones sociales -en todos sus escalones-, cumpliendo todos ellos tareas y funciones que en su conjunto hacen posible el "trabajo de la ciencia". Así, por ejemplo, negros, indios y mestizos que fueron cargueros, que fueron guías, que fueron informantes, que realizaron toda clase de tareas menores, a veces insignificantes, pero siempre necesarias, y cuya presencia e importancia en la Expedición nadie puede negar.

Pero no puede dejar de indicarse que en este punto, de manera particular, el argumento de Safier se torna, digamos, retórico, pues la buena voluntad de querer recordar que sin las gentes que cumplen todas esas tareas menores que involucra el trabajo de exploración científica, la actividad de ciencia no marcharía (hecho que nadie puede desconocer y que en algunas páginas de esta obra adquiere tono de denuncia), no va acompañada de ninguna precisión mínima que permita diferenciar, en el campo de las ciencias, a título de qué se realizan esas diversas participaciones en el trabajo de exploración y de investigación de que se trata.

Podemos imaginar que nada le impedirá al autor reconocer que entre cargar un aparato -por ejemplo, un cuarto de círculo-, utilizarlo con competencia, o tomar la decisión de una medida astronómica y enseguida interpretar los datos que produce la medición, hay una diferencia grande, que difícilmente se puede "leer" en términos raciales o étnicos, o en términos de mundos coloniales y sociedades europeas dominantes, puesto que ese tipo de papeles distintos y la jerarquización que los acompaña no son particulares de esta Expedición, sino una característica general del trabajo en una sociedad que separa la actividad manual de la actividad intelectual, el trabajo que manda, del trabajo que ejecuta.

Con un ánimo puramente pedagógico, y sin mala intención, podemos ofrecer un ejemplo sencillo -analógico- al respecto. El libro de Safier tiene largas páginas de agradecimientos (véanse pp. 18-23), en donde menciona todas las ayudas, todos los estímulos, premios... con que contó para realizar su trabajo. Se trata en general del apoyo recibido por instituciones de ciencia, universidades, directores de bibliotecas, centros de investigación, en fin, agradecimientos a un gran acumulado de apoyos públicos y privados que hicieron posible este trabajo. Estoy seguro de que, considerado el asunto de manera amplia (¿o laxa?), también se podría decir que empleados de aeropuerto, porteros de edificios, empleados menores (en la jerarquía) de las bibliotecas, secretarias de centros de investigación, etcétera, apoyaron la tarea de Safier. Pero nadie diría que el autor ha hecho grandes esfuerzos por borrar de su trabajo esos apoyos, que aparecen olvidados en sus páginas de agradecimiento, mientras que se resaltan los de gentes que bajo otros títulos y condiciones apoyaron su trabajo.

Por otro lado, pero en la misma dirección, hay que recordar que la estructura de las tareas de ciencia en el marco de la división social del trabajo supone una jerarquización y unas funciones especializadas, producto de ese hecho que mencionamos hace un momento: la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, pero no fruto de ninguna actitud de superioridad social y desprecio, actitudes que por el contrario deben entenderse como expresión de ese rasgo de la sociedad. Se trata de un elemento estructural muy visible en el siglo XVIII en Europa y en América (en donde hay indios, negros y mestizos), y no de un hecho de "subalteridad colonial", sino ante todo un efecto de la división del trabajo y del carácter especializado de la actividad de ciencia; y en ningún caso de un elemento específico de la "ciencia de la Ilustración". Cualesquiera que hayan sido las utopías generosas del pensamiento social del siglo XIX sobre la desaparición de la división del trabajo en la sociedad futura, lo que hay que decir, en atención a lo que se puede observar, más allá de las ideologías, es que por ahora la partida la lleva ganada el pesimismo de Max Weber, con su idea del carácter de "larga duración" de las formas de jerarquización de la vida social y de la vida intelectual -no hay pues razón para declarar a una época histórica pretérita aquello que en la propia sociedad posterior se ha demostrado como una imposibilidad de la sociedad-.

Por último, sobre este punto hay que resaltar que el autor poco insiste en el hecho, varias veces constatado, de que los científicos naturalistas y astrónomos del siglo XVIII son precisamente uno de los primeros grupos de investigadores modernos que "pusieron pie en tierra", que se agacharon para levantar un instrumento y cargarlo por largos y difíciles recorridos, aunque los valores de honor que rondaban su trabajo no desaparecieran nunca. Una generación después, un aristócrata como Alejandro de Humboldt daría fe de ese proceso contradictorio de gentes de ciencia de orígenes nobles, que aun vinculan su trabajo con viejos valores de honor y mérito, al estilo de cómo esas valoraciones funcionan en las sociedades de Antiguo Régimen, pero que son al mismo tiempo investigadores modernos de terreno, que por las propias características del trabajo en el campo de las ciencias naturales, la geografía y la astronomía se han hecho exploradores y han compartido experiencias humanas y de conocimiento con gentes de diferente condición social y cultural en muchas partes del globo y han abierto la puerta a una reflexión humanística sobre la diversidad humana, que muchas veces, no hay por qué ocultarlo, recrearon con toques más o menos grandes de etnocentrismo, una situación sociológicamente explicable, que no anula el hecho de que de manera práctica una nueva conquista se estaba abriendo paso, de manera seguramente contradictoria, en el plano del conocimiento humano y de la igualdad social, en ese trabajo de exploración de nuevos mundos.

Un poco menos simplificadora resulta la parte del argumento que se dirige a mostrar que los exploradores europeos de la Expedición de 1735 adelantaron un visible trabajo de limpieza de toda huella del "trabajo americano" en sus descubrimientos, y la insistencia en que, en buena medida, apropiaban saber local, que luego cubrían con su autoridad y acumulaban como prestigio -una importante forma de capital cultural-.

Aquí hay que mencionar por lo menos dos elementos para matizar ese juicio crítico, que desde luego no es del todo falso. Por una parte, hay que recordar que esa transferencia de saber anónimo -muchas veces de carácter colectivo-, luego transformado en saber especializado con autor y copyright, ha sido hasta el presente, en Europa y América, una condición del conocimiento de la "ciencia exploradora" y del saber etnográfico, y ello desde el propio Heródoto hasta el mismísimo Lévi-Strauss, pasando por el Barón de Humboldt, aunque no menos hay que insistir en que entre el saber inicial transferido, fundamental para el descubrimiento de ciencia, y su forma posterior como material analizado y criticado hay una diferencia de naturaleza, hecho al que Safier parece poner poca atención, en parte porque los propios hallazgos científicos de la Expedición de 1735 son dejados de lado, en parte porque parece por momentos imaginar que la "nueva ciencia natural y la astronomía ilustrada" se agotan en el momento de la recolección y luego, cuando aparecen las disputas, en el momento de la verificación experimental, como si a ese saber le fuera ajeno el trabajo de la teoría.

Por otra parte, hay que volver a pensar con cuidado el viejo problema de la participación de los hombres de letras "españoles americanos" (me parece que esa debe ser su designación para esa época) en el proceso de acceso al saber ilustrado vigente en los grandes centros urbanos, que eran cabezas culturales de las monarquías europeas, proceso al que llegaban algo tarde las gentes cultas de Ultramar, por un problema de difusión del conocimiento, por el propio atraso de los estudios superiores, por el papel de la censura y por la propia distancia entre los territorios que formaban una "monarquía compuesta", para decirlo a la manera de John Elliott. Como se sabe, este es un viejo contencioso, que tuvo su comienzo temprano en el siglo XVIII y en el marco de la propia actividad expedicionaria, y que luego se trasladó al periodismo de Lima, Quito y Santafé, bajo la reivindicación del "negado talento americano", hacia 1790.

Las exploraciones del siglo XVIII por el subcontinente americano (o América del Sur, como también se dice en la obra con una cierta dosis de anacronismo) entraron en relaciones de variada naturaleza con los hombres de letras locales, y el modelo de esa relación no fue siempre el de unos científicos imperiales que se imponían a toda costa y de las peores maneras a los geógrafos y astrónomos locales en formación, quienes desde luego habían hecho sus propios avances en esos terrenos, y quienes, como es fácil de imaginar en muchas oportunidades, conocían mejor que sus pares europeos las situaciones directas de terreno, ya fuera porque habían explorado en calidad de "curiosos" -es decir, de investigadores con intereses de ciencia y/o comerciales-, o bien porque habían recibido informes al respecto de la botánica, de la minería o de la navegación por parte de algunos de los miembros de esa vasta cadena que hacía posible el saber de la historia natural y de la astronomía. Como ya lo hemos advertido, el propio autor de la obra recuerda varias veces que el esquema "centro/periferia" resulta insuficiente para entender esa dinámica de conocimiento y de intercambio, que a veces parece olvidar Safier, después de haberla afirmado. Lo que es importante resaltar es que, hasta donde lo permite ver la documentación histórica disponible, entre 1735 y principios del siglo XIX, en el momento del viaje de Humboldt por el mundo andino, la relación entre europeos y "europeos/americanos" tuvo varios rostros, y difícilmente se deja someter a un modelo que represente una sola figura.

Me parece que estamos aquí frente a un caso de análisis que va más allá de los documentos consultados, y que tiene que ver directamente con los modelos de análisis que se ponen en juego en la interpretación. Encuentro que en el trabajo de interpretación de la relación tendida entre esas dos "clases" de hombres de ciencia -los locales que inician su camino llenos de entusiasmo, y los exploradores europeos que conocen por primera vez un territorio-, el libro equivoca sus análisis, y en buena medida se convierte en una expresión del conocido "nacionalismo historiográfico", porque proyecta hacia atrás el "americanismo" de finales del siglo XVIII (que coexistía con la aceptación de los valores de la monarquía y el reconocimiento de la autoridad del Soberano), como le ocurre también con el "criollismo", que es posterior a la Independencia, como si tales fenómenos existieran a mediados del siglo XVIII, y como si las definiciones de identidad y de lealtad, que se conocerán después de 1808, estuvieran presentes en 1735 y años inmediatamente posteriores. Inventándolos como criollos y como americanos, hurtando esas figuras a su propia genealogía temporal, Safier no puede ver que todos son sujetos de la Monarquía (francesa o española), aunque ocupen diferentes posiciones en el espacio social de la monarquía, en cuanto a la ciencia, al poder y a una posible influencia cultural, un análisis que sorprende, ya que el autor advierte varias veces en su obra contra esa tendencia de "lectura" de los hechos.

No se trata, claro, de que Safier haga de los naturalistas locales revolucionarios tempranos o insurgentes en proceso de maduración. Nada de eso hay en su libro, por fortuna. Pero no me parece haber mayores dudas de que en el proceso de interpretación de las relaciones entre esos dos grupos de hombres de letras, Safier vuelve a tomar el camino, como es costumbre, de interpretar los episodios de 1735 a la luz de las situaciones posteriores, tal como los bosquejó la historia republicana del siglo XIX, y retira toda historicidad, todo proceso de formación, a esas "contradicciones" entre los sujetos de la monarquía localizados en el Nuevo y en el Viejo mundos, asumiendo, sin decirlo, la idea del protoamericanismo que en tantas oportunidades se ha predicado como una vieja circunstancia política y cultural de estas partes de la monarquía.

Pero como la ciencia viaja, como sus resultados deben llegar a Europa, y como hay que presentarlos de manera oral, gráfica y escrita ante la Corte y ante el nuevo público en formación, la segunda parte del argumento de Neil Safier tiene que ver con ese viaje de regreso. Aquí la idea es ante todo la de la "purificación" de todos los descubrimientos de cualquier rastro americano, y el uso de la imprenta en tales designios, bajo una perspectiva de análisis que en gran parte parece instrumentalizada y que deja la impresión de depender más del analista que del objeto analizado. Indiquemos que la presentación del problema hace pensar a veces en un funcionamiento de los miembros del nuevo campo en formación de la ciencia empírica -ante todo, por parte de La Condamine-, como si se tratara de gentes muy conscientes de ese trabajo de limpieza, adelantado a la manera de una "acción racional instrumental" que conoce sus fines, medios y funciones, y sabe calcular cada uno de los procedimientos puestos en marcha.

Según esa manera de ver y presentar las cosas, la actividad de ciencia no sería sino, de manera puramente derivada, un trabajo de conocimiento que busca, precisamente, conocer. Sería ante todo una labor de búsqueda de reconocimiento social, una búsqueda de prestigio y de honores, de legitimidad social y de competencia reconocida, y por supuesto, de imposición de autoridad. Para decirlo de manera resumida, y en el lenguaje en que se dice desde hace ya un cierto tiempo, simple asunto de poder, episodio de lucha en donde propiamente los elementos de ciencia son un accesorio, y en cierta manera una coartada, un elemento secundario frente a los honores sociales, a la escenificación teatral en la presentación de sus resultados, lo que en cierta manera deja la impresión de que haber sabido con cierta seguridad, sobre la base de un inicial expediente probatorio experimental, que "la tierra era achatada hacia sus polos" hubiera sido un pequeño enunciado de ciencia, simplemente al servicio de unos expedicionarios franceses, que de esta manera afirmaban así su carrera con prestigios y reconocimientos en las Cortes europeas, y rodeados en la "nueva esfera pública" -la del público moderno- del aura de héroes de una exploración hecha sin ninguna ayuda de los hombres de ciencia de esas alejadas regiones que habían visitado, y mucho menos con la ayuda de los cargueros, de los guías, de los informantes, y de todos aquellos que habían contribuido al éxito de la expedición y a sus resultados, una versión un tanto unilateral de los procesos analizados en la obra, tanto más cuanto que el propio autor recrea de manera amplia las polémicas casi inmediatas que sobre esos tópicos despertó la Expedición, en el momento del regreso de los exploradores, lo que indica que varias "apropiaciones" del suceso fueron posibles y que sus resultados fueron un objeto de disputa y malentendido público, que se mantendrá a lo largo del siglo XVIII.

Todos las partes de la obra que tratan sobre el regreso de la Expedición, todas de gran calidad desde el punto de vista de su documentación y de los temas que recrean (las reediciones de la obra de Garcilaso de la Vega sobre la Historia de los Incas, los usos de los mapas del Amazonas y los relatos de que se acompañan, la manera que asume la presentación de Nuevo Mundo en la Encyclopédie, etcétera), dejan en el lector la impresión de una presentación que simplemente hace desaparecer la importancia científica de la Expedición, en función de intereses de poder, de nuevas formas divulgativas para el gran público, siempre bajo el designio, presente ante todo en La Condamine, de limpiar las trazas del mundo americano, de informar de manera parcial sobre sus paisajes, sobre sus usos y costumbres, con el fin bien establecido de mostrar la superioridad de Europa sobre América.

La tarea de limpieza habría empezado en el propio territorio del Virreinato del Perú, en el Reino de Quito, cuando se determinó construir una pirámide -una "forma geométrica europea"- en recuerdo de la tarea expedicionaria, como si esta hubiera existido al margen de la actividad de los americanos humildes o de los "criollos ilustrados", y continuada enseguida en Europa, en Holanda y en Francia y pronto en España, según la versión de Safier, una versión que tiene todo el aspecto de que será bien recibida por el público lector, sobre todo el del mundo americano (incluido el de los académicos de Estados Unidos, a quienes en años recientes esta versión les ha encantado), ya que restituye, en medio de una erudita bibliografía sobre las más recientes formas de practicar la historia cultural y la historia editorial, muchos de los conocidos tópicos del nacionalismo criollo en la historiografía, y lo hace en el espíritu y con el traje del humor historiográfico de nuestra época, lo que le da al libro el tono vindicativo y en parte de denuncia que domina el análisis histórico en años recientes.

Hay que señalar, ya para terminar, que estas observaciones que presento, que son parciales y discutibles, no anulan la riqueza de muchos de los análisis concretos que presenta Safier, a veces con gran finura (por ejemplo, cuando lee los datos editoriales que interesan hoy tanto a la Historia cultural), aunque no hacen desaparecer la idea de que la obra ha sido arrastrada, por la fuerza de su enfoque y de las proposiciones de análisis que de manera explícita o implícita son su sustrato historiográfico, mucho más allá y más acá de donde puede imaginar su autor. Es posible que desde este punto de vista, la obra sea el producto de una abigarrada relación de fuerza entre tres elementos diversos, articulados de manera compleja en una obra que ha durado varios años en su elaboración y que se ha visto sometida a proposiciones de análisis histórico no siempre concordantes unas con otras, que han estado en el centro de las discusiones de los historiadores desde por lo menos hace tres décadas.

Por un lado, la cola final del postmodernismo, tan presente en la historiografía norteamericana a finales del siglo XX, con su idea extrema de que el gesto retórico apabulla a la misma realidad y que los procesos sociales se reducen a formas de privilegio, de teatro y de poder, es decir, al ámbito de lo representacional. Por otro lado, una serie de proposiciones de análisis, que provienen sobre todo de la obra de Roger Chartier, que son una crítica y una moderación de las principales proposiciones de la historia postmoderna, extendidas recientemente al campo de la historia editorial, pero que en esta obra son -en mi opinión- ampliamente sometidas y dominadas por los elementos del análisis postmoderno. Finalmente, la tradición perpetuada, concretada aquí en la visión de un "nacionalismo americano", vigente ya en el marco de la dominación de la monarquía hispana y dependiente de la oposición entre los "americanos" y los "europeos", una visión supuestamente presente, además, en todos los grupos de la sociedad, a lo largo de su complejo sistema de estratificación social.

Esa compleja relación de fuerzas se expresa de varias formas en esta obra, siendo la más visible de ellas, un cierto desajuste entre muchas de las proposiciones que la obra afirma (por ejemplo, sobre la relación centro/periferia) y a las cuales trata de dar una forma nueva, y la vieja representación del problema, que termina imponiéndose de manera práctica en el análisis.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons