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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.63 Bogotá Jan./Mar. 2018

https://doi.org/10.7440/res63.2018.09 

Debate

Gobernanza del agua: pensar desde las +4 2día*

Diana Bocarejo Suescún** 

** Doctora en Antropología por la University of Chicago (Estados Unidos). Profesora asociada de la Universidad del Rosario (Colombia). Sus líneas de investigación incluyen la gobernanza del agua, las políticas del día a día y los estudios socio-ecológicos. Última publicación: Tipologías y topologías indígenas en el multiculturalismo colombiano. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Pontificia Universidad Javeriana - Universidad del Rosario, 2015. dbocarejo@gmail.com


(ver la imagen 1)

Fuente: Pedro Ruiz, 2012. Acrílico sobre tela. Dimensiones: 116 X 110 cm

Imagen 1 Ornitología  

(ver la imagen 2)

Fuente: Pedro Ruiz, 2009. Acrílico sobre madera. Dimensiones: 20 X 30 cm.

Imagen 2 Tierra caliente 

El agua es lo que hacemos de ella, afirma de manera provocativa el historiador Jamie Linton refiriéndose a cada instancia en la que “el agua se abstrae, incluidas las representaciones científicas como H2O” (Linton 2010, 4). La gobernanza del agua se refiere de manera amplia a la formulación, el establecimiento e implementación de políticas, legislación e instituciones asociadas a la gestión del agua, y a la clarificación de las funciones y responsabilidades del gobierno, la sociedad civil y el sector privado en relación con los recursos y servicios hídricos (International Water Management Institution 2010; Rees, Winpenny y Hall 2008; 13; Shah et al 2014; Water Governance Facility 2017). En suma, la gobernanza del agua se construye sobre las premisas de diferentes tipos de abstracciones, cómo dividimos y definimos las articulaciones entre la sociedad civil y el Estado por ejemplo, o entre los sectores públicos y los privados, o el lenguaje mismo de recursos y servicios prevalente en discusiones sobre gobernanza. A través de estas abstracciones, la gobernanza del agua define “esencialmente, quién recibe qué agua, cuándo y cómo, y quién tiene derecho al agua y servicios relacionados y sus beneficios” (Water Governance Facility 2017, s/p).

En esta corta discusión quiero proponer que políticamente el “agua es lo que hacemos de ella” en la práctica: en las abstracciones por medio de las cuales definimos sus contornos y límites y en las relaciones que fomentamos o eliminamos en nuestros entrelazamientos y ordenamientos cotidianos (con otras personas, y también con animales, plantas y objetos, entre otros). El agua es el agua en -y por- sus entrelazamientos o, mejor aún, enmarañamientos. Sus movimientos, cualidades, cantidades y conceptualizaciones están determinados por innumerables interacciones; por prácticas situadas llenas de luchas y expectativas que por lo general están lejos de ser relaciones ecológicas armónicas. Estas pueden incluir algas que comen peces, plantas de frailejón que absorben niebla, niños que juegan en canales de riego; mercurio y cadmio que viajan por los ríos, Escherichia coli en abundancia cerca de los centros poblados o diques, canales e hidroeléctricas que definen qué árboles o peces crecen y qué otros seres viven o mueren. Desde estos entrelazamientos, tanto pobladores ribereños como analistas han conceptualizado, por ejemplo, las aguas contaminadas, potables, resilientes o vivas. Mi propuesta es fortalecer otras miradas posibles frente a la gobernanza del agua, partiendo de los entrelazamientos desde los cuales localmente se conceptualizan y ordenan aquellas formaciones del agua que se busca conservar, transformar o recrear. Son propuestas desde normativas o expectativas locales que no necesariamente hacen parte de políticas institucionales pero que pueden ser cruciales en explicar por qué precisamente ciertas políticas públicas no están teniendo el alcance esperado o se piensan como ajenas a los contextos locales.

Algunas de las preguntas que informan este corto debate son: ¿cómo se podría conmensurar la gestión del agua con los entrelazamientos entre personas, animales, plantas y elementos, entre otros, que configuran diversos tipos de agua (aguas que nosotros y/o las personas con quienes trabajamos definimos como “contaminadas”, o “vivas”, o “malas”) en contornos definidos como una cuenca, un río, un humedal o una ciénaga? ¿Cómo, aunque reconozcamos la inevitabilidad de las abstracciones humanas en el proceso de la gobernanza del agua, se pueden generar propuestas que traten de evitar formas de gestión en las que se “borran” o silencian los humanos o los animales, plantas y bosques (es decir, una gestión que podría ser considerada como antropocéntrica o como biológico-céntrica)? ¿Cómo pensar e incluir diversas metodologías desde intervenciones disciplinarias u otras formas de conocer y de estar en el mundo, que reivindiquen poblaciones ribereñas en Colombia, por ejemplo, para pensar la política y lo político del agua?

Para discutir algunas de estas preguntas, presento un breve ejercicio de traducción, asumiendo que la gobernanza del agua implica algún tipo de traducción de los entrelazamientos cotidianos de las personas con animales, plantas, elementos, entre otros, en formas incluyentes de gestión. Precisamente, se supone que la gobernanza, a diferencia de la gobernabilidad, trata de manera efectiva de incluir poblaciones locales siguiendo una aproximación al manejo de las aguas basado en los derechos humanos (Human Rights-Based Approach to Water and Sanitation) y en la que se “promueve la participación en la construcción colectiva de políticas y directrices [para consolidar] intereses y fines comunes y metas compartidas entre los diferentes actores involucrados en la gestión del agua” (Diálogo Interamericano de Gestión del Agua 2011, s/p). Para pensar en este ejercicio de traducción presento una serie de declaraciones que, diría, son teorizaciones sobre las prácticas que definen lo que es el agua localmente, y que vienen de pescadores y campesinos que, al igual que muchos otros vecinos, tejen una “cultura anfibia” a través de los flujos y fluctuaciones del río (Fals Borda 1980). Habitan la ciénaga La Rinconada, conectada al brazo de Mompox del río Magdalena, en Colombia. Además, presento un afiche en el que trabajamos con pobladores locales y dos artistas para realizar una representación de la ciénaga y algunos de sus enmarañamientos. Este ejemplo, creo, puede tener un “aire de familia” con muchos otros lugares en Colombia, Latinoamérica y el mundo. (ver la imagen 3)

Fuente: ciénaga La Rinconada, Magdalena. 2016. Valoraciones, expectativas y reflexiones sobre la ciénaga y sus pobladores. Bocarejo et al. 2016.

Imagen 3 Teorizar desde los enmarañamientos de la ciénaga 

Traducción número 1 (o la falta de interés por traducir prácticas locales)

En muchos casos en Colombia, la gobernanza del agua en las instituciones ambientales locales y nacionales es el trabajo de designar responsabilidades de cuidado ambiental, mientras que hábilmente se excusan las obligaciones de manejo y cuidado de otras instituciones. En este juego burocrático, los instrumentos utilizados en el marco de la gobernanza del agua tienden a seguir las fronteras políticas internas (corregimientos, municipios, departamentos), que en la gran mayoría de casos no tienen mucho que ver con contornos tales como los de una cuenca o una ciénaga, por ejemplo. Además, la institución regional “encargada de administrar el medio ambiente y propender por el desarrollo sostenible del Magdalena” es mejor conocida en diversos poblados del departamento como Corpaná (Corpa-nada, que no hace ni sirve para nada). Más allá de esta percepción, que muestra la enorme distancia entre pobladores y la corporación autónoma regional, en el caso específico aquí tratado no se conocen proyectos ni seguimientos de esta institución con las poblaciones locales frente al cuidado y manejo de dicha ciénaga. Cormagdalena, por su parte, es una institución que, en contraste, trabaja a lo largo de la cuenca del río Magdalena, pero que ha enfocado la gestión del agua principalmente en la recuperación de la navegabilidad del río y la generación de energía. En esta concentración de esfuerzos no se discuten las disposiciones internacionales mínimas sobre la inclusión efectiva de poblaciones locales en los procesos de gobernanza del agua. Las poblaciones locales que viven a lo largo del río son en su mayor parte silenciadas, ya que no son los “clientes” de las inversiones en navegabilidad ni en generación de energía; se consideran como obstáculos, o, en el mejor de los casos, como daños colaterales (receptores de planes de compensación que poco tienen que ver con los entrelazamientos locales que los habitantes buscan fomentar o cambiar).

En esta primera versión de la gestión del agua, definida de antemano por los megaproyectos de la recuperación de la navegabilidad y la producción de energía, no se han realizado esfuerzos activos de traducción de los diversos entrelazamientos locales en compromisos de gestión desde los cuales las aguas vivas se traten de preservar (por ejemplo, para la pesca y el acceso humano al consumo de agua), o desde los cuales las aguas malas o contaminadas se pretendan cambiar. Tanto desde las retóricas catastrofistas frente al estado del río como desde aquellas en donde prima el escepticismo o cinismo, a partir del cual se afirma que el río “ya se vendió” a las navieras y a las hidroeléctricas, se olvidan y aíslan las prácticas cotidianas desde las cuales los pobladores ribereños y muchas otras personas activamente siguen tratando de vivir, de pensar y de gestionar el río desde otras miradas.

Traducción número 2

Podemos ofrecer una traducción alternativa que siga los manuales de instituciones reconocidas que trabajan a nivel mundial en la gobernanza del agua y que, de hecho, han mostrado cómo la mala gestión de los recursos, la corrupción, los arreglos institucionales inadecuados, la inercia burocrática, la insuficiente capacidad humana y la falta de participación de diversos actores del agua repercuten de manera negativa en la gobernanza efectiva del agua (Cap-net 2014). Todos estos males se podrían relacionar fácilmente con la gestión del río Magdalena y muchos otros ríos en Colombia y el mundo. En cuanto a las propuestas para superar el silenciamiento de las poblaciones locales, los modelos de Gestión Integrada de Recursos Hídricos buscan incluir tipologías de los múltiples usuarios de agua y servicios ecosistémicos y un marco de gobernanza multinivel para “cuidar las brechas y crear puentes entre las brechas”(OECD 2015, 2). También, en las propuestas contemporáneas de gestión integrada se pretende anular el énfasis en los sistemas de abastecimiento en términos de cantidad, teniendo en cuenta los riesgos y problemas relacionados con el mantenimiento de la calidad del agua (OECD 2015), lo cual supondría un mayor énfasis frente a aquellas relaciones que aportan a la configuración de calidad del agua (humanos, peces, plantas, sedimentos, entre otros). Por lo tanto, el conocimiento experto contemporáneo sobre planificación de la gobernanza del agua hace un llamado a la incorporación de “todos los aspectos del complejo sistema físico y ecológico dentro de una cuenca (incluidos los efectos humanos)” (Cap-net 2014, 12).

Las discusiones que pretendo desarrollar desde estas traducciones (tan generales y caricaturescas como puedan llegar a ser) van más allá de deliberar acerca de la imposibilidad de aplicar modelos ideales en la práctica. El debate no radica en afirmar que estos son modelos “hechos para Dinamarca y no para Cundinamarca”, como estamos acostumbrados a escuchar. Aquí reflexiono sobre estas dos traducciones en otro nivel. En primer lugar, reflexiono sobre la definición de lo que cuenta como gestión, como gobernanza y, por ende, como perteneciente al ámbito de la política. Quiero destacar la relevancia de las prácticas cotidianas para planificar la gobernanza del agua y enmarcar lo que cuenta como “lo político” -algo que tiende a ser descuidado en ambas traducciones-. Sostengo que si la gobernanza del agua toma en serio la búsqueda de incluir a las poblaciones locales y ofrecer herramientas para la participación de las múltiples partes interesadas, los diferentes entrelazamientos cotidianos de los humanos con otros vecinos como plantas, animales y objetos son prácticas políticas, por cuanto desde allí se pueden llegar a definir formas de ordenamiento, de disputa y de proyección frente a qué aguas se busca cambiar, evitar o promover.

Por una parte, lo político de algunos de estos entrelazamientos cotidianos surge de la manera en que la vida cotidiana ilumina vívidamente las relaciones con el Estado, el despojo, formas de ejercer la ciudadanía y ser ciudadano, efectos de los planes de gestión institucional, entre otros. Por ejemplo, Diana Ojeda et al. (2015, 117) explican cómo parte de la historia de la expansión de la agroindustria es la historia del despojo de la tierra y el agua, y cómo las distintas prácticas cotidianas de restricción del uso y el acceso a la tierra y el agua se traducen en formas violentas de producir y mantener paisajes del despojo. Juana Camacho (2015), Alejandro Camargo (2014) e Irene Vélez (2012) también han contribuido al estudio de los efectos socioecológicos de la apropiación, privatización e individualización de tierras y aguas, y explican los despojos materiales, simbólicos y morales. Además, la literatura contemporánea sobre materialidad e infraestructura del agua ha explorado la tecno-política de la vida cotidiana alrededor del acceso al agua, analizando formas contemporáneas de ciudadanía que demuestran “la centralidad de la infraestructura como objeto y medio de reivindicación del Estado” (Von Schnitzler 2016, 3) -una forma de “ciudadanía hidráulica”, siguiendo el análisis de Anand (2017; ver también López [2016] para un análisis sobre el acceso al agua y la fragmentación urbana en Medellín)-. Las políticas de las instituciones estatales frente al diseño, la implementación y las pautas de manejo de las infraestructuras del agua (contadores, sistemas de abastecimiento, diques, represas, entre otros) median diversas formas de gestión del agua. La política del agua se deriva “no de la manera en que la gente habla o escribe sobre el agua sino de las formas materiales en que la controlan y consumen” (Barnes 2014, 176; ver desde otra perspectiva también a Jensen y Morita [2015], y Star [1999]).

Mi contribución en este debate consiste en argumentar que diversas prácticas cotidianas son políticas cruciales para la gobernanza del agua, pues desde estas se conceptualizan, ordenan y manejan las diversas fluctuaciones de aquellas aguas que se pueden considerar como “vivas” o “malas” o “contaminadas”. En estas prácticas se definen y se toman decisiones en el día a día frente a las épocas de crecientes y de estiaje, el “genio” y los encantos de la ciénaga, las técnicas de pesca (si utilizar o no trasmallo ), si se pesca sólo para el consumo o para la venta, o si se cazan y/o protegen los patos, caimanes o nutrias. Para La Rinconada, las prácticas cotidianas de cuidado y manejo también muestran las formas creativas a través de las cuales muchos pescadores y agricultores definen sus vidas en relación con otros compañeros (plantas, animales y encantos); una afirmación que no está enmarcada por una aspiración romántica, sino por compromisos políticos reales. Estos compañeros y vecinos bien pueden representar conexiones inesperadas que abren “nuevas posibilidades para florecer” (Kirksey 2015, 4; véase también Haraway [2016]), de modo que “la potencialidad transformadora no es un privilegio humano, sino una materia relacional dispersa en la conexiones y el trabajo entre las personas, así como otros tipos de seres y cosas” (Lyons 2016, 75).

Así pues, como en las pinturas del artista colombiano Pedro Ruiz con las que inicio este texto, en muchas otras poblaciones ribereñas, tejer las atarrayas es tejer los ritmos cotidianos que oscilan entre las canoas, las plantas, los pájaros, las carreteras y otras infraestructuras, el cadmio y el mercurio, entre otros. El agua y la vida de las personas están entrelazas y más aún constituidas a través de dichos ritmos (para bien o para mal). En La Rinconada, la vida de sus habitantes, sus expectativas, y en particular sus compromisos actuales, se derivan de y hacia los ritmos de la pesca y la agricultura, la llegada de las hormigas y la lluvia, las aves que siguen para tener un día de pesca fructífero, los peligros y advertencias de los encantos, las decisiones de construir o destruir diques de tierra, y la variabilidad del color y turbidez del agua potable. Se trata de prácticas, de conocimientos y de expectativas de vida que no pueden ser subsumidos en categorías tales como “acceso o usos del agua” o “servicios ecosistémicos”, así se incluya, como en algunos casos, la categoría de servicios “culturales”. El problema no es sólo la simplificación de prácticas cotidianas como formas de uso, acceso o servicio cultural, sino cómo al hacerlo se tiende a obliterar su significado político. De ahí que los ritmos, fluctuaciones y prácticas cotidianos a través de los cuales se toman decisiones frente a la vida en la ciénaga o el río o el humedal tiendan a no considerarse como formas de manejo y queden inscritos en el ámbito de las creencias, las diferencias culturales, e incluidos, en el mejor de los casos, como servicios culturales del agua.

Por el contrario, lo que propongo aquí es considerar cómo en muchas de las prácticas del día a día se toman decisiones, se hacen juicios retrospectivos y prospectivos sobre qué tipo de relaciones y entrelazamientos se busca cambiar o fomentar y, en últimas, sobre qué aguas se busca configurar. Juicios que considero éticos, enmarcados en las discusiones sobre las posibilidades e imposibilidades de una buena vida en los enmarañamientos de una ciénaga o de un río. Por ejemplo, es precisamente al definir cuáles son las relaciones y los entrelazamientos que deben fomentarse en la conceptualización de las “aguas vivas” que en los comités de pescadores y agricultores en La Rinconada se ha tratado de prohibir el trasmallo, de no pescar en las noches, de “dejar descansar la ciénaga” los fines de semana, de mostrar con orgullo la tradición de mujeres pescadoras en la zona, de narrar los encantos de la ciénaga, entre otros aspectos. Estos hablan de algunos de los entrelazamientos que configuran la ciénaga. Entrelazamientos que son parciales y desde los cuales se definen formas de manejo y se podrían definir formas de interacción con instituciones, académicos y estudios técnicos.

Un segundo grupo de discusiones que busco presentar sobre la gobernanza del agua es la reticencia generalizada de pensar en relaciones más que en entidades, dimensiones y/o actores prexistentes y en muchos casos aislados. Las propuestas sobre Gestión Integrada de los Recursos Hídricos tienden a dividir y a crear entidades discretas a través de las “cuatro dimensiones” de la gestión del agua (social, económica, ambiental y política) o de los diversos servicios ecosistémicos (Cap-Net 2014; Nieto et al. 2015). Estas contribuciones trabajan menos en los vínculos y aún menos en los entrelazamientos e imbricaciones que definen ciertas aguas (como las “aguas vivas” que se pretende fomentar en La Rinconada). Aquí, tal vez lo que debemos hacer en una primera instancia, más que seguir modelos preestablecidos de gobernanza del agua, es plantear mejores preguntas sobre las formas en que diferentes seres se moldean entre sí, y cómo en el proceso se configura lo que definimos como agua. Los peces, las personas, las hormigas, las plantas, la calidad del agua, etcétera, se constituyen a través de sus entrelazamientos, y no a través de su existencia aislada.

Cuando los ictiólogos estudian peces (por ejemplo, el emblemático bocachico en el río Magdalena) se explica cómo su reproducción depende, en muchos lugares, de la posibilidad o imposibilidad de migrar de la especie, dadas las hidroeléctricas en la cuenca, y que su vida depende también del oxígeno y de los nutrientes que se mueven por las aguas. El oxígeno y los nutrientes, a su vez, están condicionados por las muchas interacciones entre humanos, animales y plantas. Las tripas de los peces pueden mostrar huellas de mercurio, que muy probablemente proviene de las actividades mineras de oro. Como muchos otros peces, se considera que los bocachicos son activos en la formación de ciclos de nutrientes en el agua, liberando carbono y nitrógeno, y que no sólo los humanos los comen, sino también las nutrias y muchos otros animales (Granado et al. 2012; Jiménez Segura et al. 2014). En suma, el bocachico es lo que es en sus entrelazamientos con otras criaturas y otros elementos y objetos diversos.

Considero que mejores preguntas y mejores maneras de entender estos entrelazamientos pueden servir para proporcionar una abstracción que, si bien está todavía mediada por las personas, puede ayudar a resistir lo que al inicio indiqué como el antropocentrismo o biólogo-centrismo en la gestión del agua. Por lo menos, pueden proporcionar una visión antropocéntrica o biocéntrica de cómo somos lo que somos en nuestros entrelazamientos, al igual que el bocachico. Esto implica proponer que la gobernanza del agua debe comenzar por entrelazamientos y terminar con entrelazamientos. Por ejemplo, para las poblaciones locales, como en La Rinconada, se reconocen como cruciales algunos entrelazamientos y enmarañamientos frente a lo que se define como aguas vivas (entre peces, oxígeno, conexiones río-ciénaga, herramientas y horarios de pesca, etcétera), que a su vez tratan de hacer frente a los enmarañamientos de las aguas malas (mercurio, E. coli, escasez de peces y otros animales, disminución de oxígeno en la ciénaga). Desde estos entrelazamientos parciales no sólo se pueden articular diversos conocimientos disciplinares (en antropología, biología o ingeniería, entre otros) sino definir mejores preguntas, metodologías y propuestas para la gobernanza.

Quizás, entonces, la gobernanza del agua como traducción no sea un proceso de conmensuración en el que se pretende generar equivalencias definitivas con diversos mundos y aguas. Mi propuesta es que la gobernanza del agua no va a conmensurar prácticas cotidianas y conceptualizaciones sobre diversas “aguas” como las aguas vivas, malas o contaminadas en planes de gestión equivalentes que resuelven las diferencias en una voz univoca. No podremos entender o conocer la magnitud de los entrelazamientos que configuran, lo que es el agua, ni las complejas maneras en que se viven dichos entrelazamientos/enmarañamientos en una gran variedad de lugares -y esto no se refiere a las limitaciones del trabajo científico ni a sus escalas de análisis, como comúnmente se asume-. Quizás, entonces, la gobernanza del agua, más que un proceso de conmensuración a través de la traducción, es mejor concebida como un “tipo de disyunción comunicativa” (De la Cadena 2015), en el que la gestión del agua va a lograr mostrar, sólo de manera parcial, la densidad y profundidad a través de las cuales el agua es mucho más que H2O. Sin embargo, a través de conexiones parciales y conocimientos parciales pensados desde los entrelazamientos y enmarañamientos de personas, animales, plantas y objetos, entre otros -frente a la preocupación, disputa o expectativa por cambiar o fomentar ciertas aguas-, se podrían generar otras formas de activar la gobernanza del agua y de incluir activamente a los pobladores locales. Esto implica plantearnos preguntas parciales pero conjuntas a nivel del trabajo interdisciplinar y con las poblaciones ribereñas (que pocas veces se hace), mientras que en la mayoría de los casos se favorecen diagnósticos sociales, económicos o ambientales separados, que poco dialogan entre sí. También implica pensar metodologías y conocimientos parciales que finalicen en propuestas de gestión que, si bien también parciales, partan de una apuesta más clara frente a las posibilidades de generar acuerdos y compromisos conjuntos que incluyen y tratan de propiciar alternativas más allá del catastrofismo y del cinismo sobre el estado y las posibilidades de manejo del río.

Referencias

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** Esta reflexión surge de diversos proyectos de investigación en la Zona Bananera, en nueve poblaciones ribereñas de las cuencas altas, medias y bajas del río Magdalena, y de conversaciones aún sostenidas con colegas ingenieros, biólogos y antropólogos de diversas universidades e instituciones. Esta ilustración hizo parte de un proyecto conjunto con el CIRMAG en el 2016, en el que entre varios colegas realizamos una investigación y una serie de productos asociados. Entre estos realizamos afiches con y para las nueve poblaciones donde trabajamos, en los que si bien no tenían aún por objeto indagar sobre gobernanza del agua específicamente, se pueden entrever algunas de las rutinas cotidianas y reflexiones de los ribereños sobre la ciénaga. Cada dibujo fue realizado con pasteles a mano por los artistas Rafael Díaz y Fernando Zuluaga. Ver otros resultados y equipo de trabajo en: http://dianabocarejo.com/

1Esta expresión, utilizada de manera recurrente en Colombia, se refiere a que la creación de políticas públicas “ideales” están hechas para contextos de otros países (como Dinamarca) y no para los problemas sociales, políticos o económicos del país.

2El trasmallo es una red que funciona como una pared sostenida por flotadores con piezas de plomo que la mantienen dentro del agua; por lo general es tejido para que los peces más pequeños queden atrapados (todos los demás animales quedan también atrapados).

3Por cuidado me refiero a prácticas éticas y políticas en las que, como explica Puig de la Bellacasa, “en la lógica del cuidado, definir ‘bueno’, ‘peor’, y ‘mejor’ no precede la práctica sino que hace parte de esta” (Puig de la Bellacasa 2017, 42). Cuidado no supone una postura neutral ni una postura romántica sino el reconocimiento de un compromiso y vinculación con una serie de entrelazamientos muchas veces complejos y problemáticos.

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