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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.65 Bogotá jul./set. 2018

https://doi.org/10.7440/res65.2018.02 

Dossier

El tiempo y el presente en la historia global y su época*

Time and the Present in Global History and Its Epoch

O tempo e o presente na história global e sua época

Hugo Fazio** 

Daniela Fazio*** 

** Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Colombia).(Bogotá) Autor de numerosos trabajos de historia global y del tiempo presente. hfazio@uniandes.edu.co

*** Filosofa de la Universidad de los Andes. (Colombia).(Bogotá) Actualmente adelanta estudios de Historia en la Universidad de los Andes. d.fazio10@uniandes.edu.co.


RESUMEN:

Ninguna de las ciencias sociales ni las humanidades se han resistido al estudio del tiempo. Ello obedece a las profundas transformaciones que han sacudido a las sociedades contemporáneas y que han evidenciado la existencia, no de un sólo tiempo, sino de una pluralidad de expresiones temporales. En este artículo se abordan las nuevas expresiones de tiempo que ha comportado la globalidad histórica contemporánea. Desde esta mirada “en las alturas” se logra percibir de manera más diáfana el actual estado de cosas. El enfoque se organiza a partir de un eje histórico-historiográfico en constante diálogo con otras ciencias sociales, y toma como fundamento la concepción koselleckiana de tiempo. Es decir, su entendimiento como un entrelazamiento constante e históricamente variable de experiencias y expectativas.

PALABRAS CLAVE : aceleración; espacio de experiencia; globalidad histórica; horizonte de expectativa; horizonte espacio temporal compartido; presente histórico

ABSTRACT:

None of the social sciences or humanities has resisted the appeal of the study of time. That has been due to the profound changes which have shaken contemporary societies and shown the existence, not of a single time, but a plurality of temporal expressions. This article deals with the new expressions of time which have arisen from our historic contemporary globalism. From that standpoint “from the heights”, one is able to perceive the current state of things in a clearer way. The focus of this article is organized on the basis of a historical-historiographical axis which is in a constant dialogue with other social sciences and employs Reinhard Koselleck’s conception of time, that is, understanding it to be a constant and historically variable interlinking of experiences and expectations.

KEYWORDS: acceleration; historical globalism; historical present; horizon of expectation; shared temporal-spatial horizon; space of experience

RESUMO:

Nenhuma das ciências sociais nem das humanas tem se resistido ao estudo do tempo. Isso obedece às profundas transformações que vêm sacudindo as sociedades contemporâneas e evidenciando a existência não de um só tempo, mas de uma pluralidade de expressões temporais. Neste artigo, abordam-se as novas expressões de tempo que a globalidade histórica contemporânea tem comportado. Dessa visão “nas alturas”, pode-se perceber, de maneira mais transparente, o atual estado de coisas. A abordagem organiza-se a partir de um eixo histórico-historiográfico em constante diálogo com outras ciências sociais e toma como fundamento a concepção koselleckiana de tempo. Em outras palavras, seu entendimento como um entrelaçado permanente e historicamente variável de experiências e expectativas.

PALAVRAS-CHAVE:  aceleração; espaço de experiência; globalidade histórica; horizonte de expectativa; horizonte espaço temporal compartilhado; presente histórico

No todas las sociedades tienen reyes, parlamentos, sindicatos de trabajadores, grandes ciudades, burguesías, iglesias cristianas, diplomáticos o marinas militares. No quiero dudar de la importancia de la historia de estas instituciones, sino simplemente destacar que no son universales. El tiempo y el espacio sí lo son. Stephen Kern (2005, 10)

Resulta llamativa la importancia asignada en nuestro presente al estudio del tiempo en la sociedad. Ninguna de las ciencias sociales ni las humanidades se ha resistido a sus encantos; escritores, expertos en arte, sociólogos, filósofos, psicólogos, economistas, politólogos, antropólogos e historiadores se cuentan entre sus más asiduos visitantes. Algunas de las razones de este interés saltan a la vista: las profundas transformaciones que sacuden a las sociedades contemporáneas han puesto en evidencia la existencia de una pluralidad de expresiones temporales y espaciales, cuyas métricas no se reconocen en el reloj ni en el calendario, y los “tiempos” de las nuevas tecnologías que han posibilitado desarrollos hasta hace poco inimaginables, además de alterar algunas acciones de la cotidianidad de los ciudadanos en todos los lugares.

El interés creciente en la categoría tiempo constituye, de por sí, una poderosa señal de que algo importante está ocurriendo en las sociedades contemporáneas; son reflexiones que sobrevienen por lo general en momentos de grandes transformaciones. Hilando muy grueso, en la historia se observa que escasos han sido los períodos en que el tiempo suscitó tal interés. Quizá, la experiencia más cercana a la nuestra, aunque mucho menor en intensidad y cobertura, se vivió a finales del siglo XIX e inicios del XX en los países (Kern 1995; Ogle 2015; Osterhammel 2014 ), cuando los nuevos medios de transporte y de comunicación, los desarrollos industriales, las facilidades comunicativas, la afirmación del tiempo individual, las vocaciones expansivas de ciertos Estados, bajo la figura del colonialismo y el imperialismo; la difusión por todo el mundo de “la estructura estatal como norma predominante de organización social” (Grataloup 2013, 155), la consolidación del sistema capitalista1 y la imposición occidental del tiempo y el espacio (Goody 2008) trastocaron las vidas de los colectivos y de las personas en los distintos confines del planeta.

En esta oportunidad, nuestra reflexión girará en torno a las nuevas expresiones de tiempo que comporta la globalidad histórica en el presente histórico contemporáneo. De manera deliberada, el nivel de observación se ubicará en un plano muy elevado -el mundial- porque somos de la opinión de que sólo una mirada desde esta altura permite identificar los procesos que han propiciado el estado actual de las cosas en lo que al tiempo y espacio respecta. El eje que nuclea la aproximación es básicamente histórico-historiográfico, aunque en diálogo permanente con ciertas tradiciones provenientes de otras disciplinas. Esta escogencia obedece a que la historia y la historiografía constituyen excelentes “barómetros” de los altibajos que las sociedades contemporáneas experimentan en sus relaciones con el tiempo.

La preferencia de este nivel de observación se basa en la tesis de que existe una serie de factores que apuntan en la dirección de la unicidad de ciertos procesos en el mundo en general. Así, por ejemplo, la correlación entre transformaciones sistémicas a nivel planetario y la conciencia de nuevos “tiempos” en la contemporaneidad se palpa de manera clara en los análisis de acontecimientos o situaciones sincrónicos a escala mundial ocurridos en las últimas décadas. La reproductibilidad de este tipo de sincronías demuestra que tales situaciones no han sido fruto del azar sino que responden a cambios de gran envergadura que han experimentado las sociedades contemporáneas, varios de los cuales no son perceptibles a simple vista, o su esencia es inasible cuando son analizados de manera aislada unos de otros.

La mayor frecuencia de situaciones en las cuales se presentan convergencias, interacciones y compenetraciones plantea la necesidad de pensar en el desarrollo de unas perspectivas analíticas que den cuenta de factores y situaciones que propician este tipo de conexiones sincrónicas. Valga señalar que preocupaciones similares son compartidas por aquellos estudiosos que se han visto empujados a desarrollar perspectivas “conectadas”, “cruzadas”, “transnacionales” y “globales” (Iriye 2014); enfoques que son, en su mayoría, muy oportunos en las condiciones del mundo actual, sin embargo, rara vez profundizan de manera suficiente en aquello que ha hecho posible la aparición de estos nuevos escenarios de mundialidad (Iriye 2013). Esta laguna o este vacío explicativo era precisamente lo que tanto criticaba el escritor italiano Alessandro Baricco con respecto a los discursos de la globalización, cuando escribía con cierto pesimismo que “se discute mucho sobre las consecuencias de la globalización y poquísimo sobre lo que es” (Baricco 2002, 78). En estas páginas, nuestra intención consiste precisamente en dar cuenta de aquellas dinámicas que han propiciado el actual “orden de las cosas”, y dejamos al lector la valoración de las bondades o los defectos que encierra esta nueva configuración de la contemporaneidad.

En la medida en que en el trasfondo de nuestra reflexión sobre la contemporaneidad se encuentra la concepción de tiempo desarrollada por Reinhart Koselleck, iniciaremos este escrito con unas breves glosas sobre sus principales nociones e ideas, esto con el fin de que el lector no versado en ciertas elucubraciones histórico-historiográficas pueda comprender mejor los ejes básicos de la argumentación que aquí se desarrollará.

El tiempo histórico en singular y en plural

Para el diseño de su concepción del tiempo histórico, Koselleck concibió dos categorías históricas y antropológicas: el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa. La primera se representa como un “pasado presente”, que se construye con base en experiencias sociales acumuladas. Al comportar eventos o situaciones compartidos, los cuales pueden ser rememorados por un buen número de personas, estas experiencias producen identificación social y participan de la definición del respectivo colectivo.

De entrada cabe destacar que Koselleck recurre a la noción de espacio, en vez de la de lugar, porque entiende que las experiencias disponen de elongaciones disímiles que se conservan en el tiempo. De este modo, constituye un espacio que se conforma como una totalidad en la que se sobrepone enrevesadamente una amplia gama de experiencias ocurridas en diferentes momentos y lugares. El espacio comporta una profundidad temporal y refleja el campo de experiencia de un determinado colectivo. Ahora bien, un espacio de experiencia nunca es estable, no permanece en una situación de reposo; más bien, se encuentra en permanente reacomodo, y sus latencias e intermitencias determinan una primera entrada que permite entender las maneras como los colectivos viven y perciben el transcurrir del tiempo. Para los fines propuestos en este escrito, esta sugestiva reflexión koselleckiana es de primer orden porque nos pone frente al hecho de que el pasado no constituye un asunto finiquitado, acabado, muerto, sino que mantiene latencias que se proyectan en el presente. De esta relación asociativa nace la representación del espacio de experiencia con un “pasado presente”.

El horizonte de expectativa, por su parte, constituye aquello que todavía no tiene una existencia real, es decir, representa “aquella línea tras la cual se abre en el futuro un nuevo espacio de experiencia”, en palabras del mismo (Koselleck 1993, 338). Al ser un “horizonte”, y no un estadio de tiempo, con ello se quiere significar que es dinámico, móvil, que se aleja a medida que uno se acerca, y que no existe una demarcación precisa con el momento presente. Es una noción lo suficientemente indeterminada como para incluir las esperanzas y los temores, los anhelos, deseos, riesgos, cálculos y preocupaciones. Es ante todo una categoría de tiempo. El horizonte de expectativa es aquello que “nos incita a propulsarnos hacia el porvenir con base en la experiencia presente, sin encerrarnos dentro de una trayectoria preestablecida” (Laïdi 2004, 109), convirtiendo al futuro en un complemento del presente. Con el ánimo de evitar posibles confusiones, digamos que el “horizonte” es distinto de cualquier tipo de utopía, porque no se inscribe dentro de ninguna filosofía de la historia ni responde a un pasado en particular; es una proyección que carece de la cualidad de realizarse como una experiencia. El “horizonte”, al ser dinámico, multiforme, y recabar su existencia en distintos factores, no queda atrapado en la cronología, sino que más bien se “realiza” dentro de una amplia constelación de escenarios posibles.

El entrelazamiento constante e históricamente variable entre experiencias y expectativas constituye el determinante básico que explica la naturaleza del tiempo en las experiencias humanas. Cuando el tiempo de la sociedad es entendido desde este ángulo se convierte en un tipo de registro que se encuentra al margen de cualquier secuencia cronológica, ya que no puede ajustarse a ningún criterio de linealidad, de intervalos regulares o de evolución, debido a que su cadencia se construye con base en la correspondencia de las respectivas experiencias vividas con las expectativas.

El advenimiento de la modernidad, que se presenta como una brecha en aumento entre los espacios y los horizontes, ocasionó una transformación en el manejo y el uso conferidos a la historia, la cual se convirtió en su más preclara expresión de cambio radical que se estaba produciendo. Como sostuviera el pensador alemán, con anterioridad a la época de la Ilustración, el modelo predominante de historia era la magistra vitae, la cual se articulaba en torno a cuatro preceptos fundamentales: una concepción circular del tiempo, el predominio del pasado, la repetición de los acontecimientos, que permitía a los antiguos inferir regularidades aplicables a las distintas épocas, y la existencia de historias en razón de la misma repetición de los acontecimientos (Koselleck 1993, 41-66). Fue a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el influjo del pensamiento ilustrado y de la Revolución Francesa, que la historia comenzó a demarcarse de la retórica, de la filosofía moral, de la teología y de la jurisprudencia, y fue sólo a partir de ese contexto intelectual que la historia empezó a conformar “un nuevo campo de experiencia”; “a partir de entonces pudo dejar despejado también el dominio específico de sus objetos” (Koselleck 2004, 47). La historia en su acepción moderna se convirtió en un “colectivo singular”, basado en un tiempo direccionado lineal, el tiempo de las manecillas del reloj, un tiempo irreversible que denota el ingreso en un nuevo régimen histórico, un tiempo nuevo (un progreso) y una modernidad orientada hacia el futuro (Charle 2012, 27).

Desde una perspectiva general, se puede sostener que ese régimen de modernidad e historia predominó hasta finales de la década de los años sesenta del siglo pasado, momento en el que sobrevino una poderosa y silenciosa revolución sociocultural que, como sostuviera Fernand Braudel, rompió los hábitos y resignaciones, y el tejido social y familiar quedó lo suficientemente desgarrado como para que se crearan nuevos géneros de vida en todos los niveles de la sociedad (Braudel 1979, 109). A partir de esta coyuntura histórica se dio inicio a aquello que hemos denominado el presente histórico contemporáneo, que se prolonga hasta la actualidad más inmediata.

La globalización intensificada como fundamento de la historia global

Es habitual encontrar en los estudios de la globalización una serie de consideraciones sobre el espacio y el tiempo. A título de ejemplo puede recordarse al geógrafo David Harvey, cuando sostiene que en nuestro presente ha tenido lugar una transformación de naturaleza civilizatoria, cuyo eje nodal se cristaliza en la “compresión del espacio y el tiempo”, situación que explica el acortamiento de los horizontes temporales, la reproducción de experiencias sociales en distintas dimensiones espacio temporales y la sincronización de los cambios en los distintos ámbitos sociales (Harvey 1992). En una perspectiva amplia se observa que mientras para algunos la globalización es fundamentalmente un fenómeno espacial, otros enfatizan en el predominio del tiempo. Difícil es de entrada señalar si el fenómeno alude a consideraciones espaciales o temporales y si las primeras predominan sobre las segundas, o viceversa. Lo cierto, y sobre eso queremos llamar la atención, es que una reflexión sobre el tiempo en la contemporaneidad difícilmente puede prescindir del fenómeno de la globalización en cuestión.

Esta es la razón que nos ha empujado a considerar como primer proceso característico del mundo contemporáneo la intensificación que ha experimentado la globalización. Sobre el particular cabe insistir en que ha sido fuerte la identificación de este fenómeno con nuevas modalidades de funcionamiento de las economías y con procesos de adaptación e integración comercial y financiera a nivel internacional. Ese predominio de una lectura economicista tiene una larga historia y no es particularmente importante para los propósitos de este escrito,2 pero lo que sí queremos resaltar es que hoy en día es cada vez más fuerte la comprensión de que la globalización es un fenómeno complejo, que adquiere manifestaciones específicas en distintos lugares, que se expresa desigualmente en los diferentes ámbitos sociales, y que son disímiles las valoraciones en función de la pluralidad de experiencias que los colectivos experimentan de lo global. Como acertadamente escribiera hace algunos años Néstor García Canclini, la complejidad del fenómeno es tal que, desde las experiencias, a lo sumo, pueden asumirse “globalizaciones tangenciales” (García Canclini 1999, 12), lo cual explica que, no obstante el hecho de que se reconozca en ella un fenómeno global, los individuos y colectivos tienden a asumirla y representarla de modo particular y segmentado.

Otra dificultad que complejiza el entendimiento de la globalización es que, a diferencia de otros macroprocesos mundiales que se realizan de manera diacrónica en la larga duración -aunque con distintos ritmos en las diversas latitudes, y a veces con escasos eslabonamientos entre sí-, la globalización constituye también una especie de macroproceso transversal, cuya significación histórica radica en su capacidad para enlazar, encadenar y retroalimentar los itinerarios particulares (Osterhammel y Petersson 2005) . Justo en razón de esta transversalidad es que numerosos autores consideran que la globalización alude fundamentalmente a situaciones de tipo espacial. A nuestro modo de ver, sin embargo, esta espacialidad es un asunto igualmente temporal, en la medida en que resalta la condición presente porque impulsa la simultaneidad, la simetría, la sincronía, el encadenamiento, que son dinámicas que se realizan en el ahora. Para decirlo en otros términos, la espacialidad de la globalización se expresa temporalmente bajo la figuración de la condición presente: es cronotópica, 3 al enlazar tiempo y espacio bajo una misma rúbrica. Desde el observatorio panorámico mundial, ocurre que cuando la globalización alcanza unos altos niveles de intensidad, modifica en su esencia fenómenos tales como la internacionalidad al crear constelaciones inéditas que inducen a interacciones diferenciadas entre ámbitos, lugares y sociedades. La constatación de esto último es lo que nos ha llevado a sostener que la globalización no se refiere simplemente a la concreción de una espacialidad más abarcadora que recubre el planeta y que subsume las restantes configuraciones espaciales, sino que representa unos complejos entrelazamientos entre distintos ámbitos sociales, incluidos los propiamente locales, los territoriales e individuales, al tiempo que simboliza la intensificación de la expresividad de los itinerarios históricos particulares (Fazio 2011).

Este entendimiento de la globalización destaca que su naturaleza se realiza en las cambiantes condiciones de tiempo y de espacio que ha experimentado el mundo contemporáneo. El entrelazamiento de esta variedad de formas de espacio y de tiempo propicia el inicio de un nuevo régimen histórico que pone en escena las diacronías de los entramados históricos particulares (diferencias) con las sincronías de la contemporaneidad globalizada (homogeneidades).

Cuando el fenómeno es abordado con este nivel de abstracción, el sentido atribuido a la globalización deja de ser aquel que ponía énfasis sólo en los fenómenos integradores (por ejemplo, el mercado mundial o global) y se desliza hacia un entendimiento más dialéctico, en el que coexisten dinámicas que apuntan en la dirección de la homogeneización con otras que actúan en el sentido inverso, que refuerzan las diferencias y las apropiaciones locales. También se destaca que la globalización no sólo se realiza en la movilidad de factores, sino que también cobra vida en las formas de apropiación, incluidas las más locales e individuales.

Si bien a la globalización se le puede reconocer una larga historia (Stearns 2010), esta fisonomía compleja y dialéctica es consustancial sólo a nuestro presente y coincide con las fronteras temporales de aquello que hemos denominado el presente histórico. Este no es un período o una nueva subdivisión en la historia del mundo, sino que debe entenderse como problema, es decir, como un lapso de tiempo variable que recubre el intervalo en que las dinámicas que son actuales “asumieron por la primera vez una fisonomía más o menos clara”, según Geoffrey Barraclough (2005) De más está decir que el presente que tenemos en la mente no es aquel “instantáneo”, que abarca milésimas de segundo, ni el “extendido”, que se identifica con un período estable, sino un presente entendido como un intervalo de tiempo “en desarrollo” retrospectivo, cuya inteligibilidad arranca en el hoy y se proyecta hasta sus orígenes (cuando es perceptible en su origen la “fisonomía más o menos clara”).

En el trabajo antes mencionado sobre la globalización sostuvimos que esta constituye un excelente punto de arranque para reproblematizar los grandes dilemas sociales actuales. Pero también hemos reiterado que no constituye un adecuado punto de llegada porque no representa un nuevo paradigma, no constituye una gran narración del desarrollo histórico, carece de una jerarquía estable de factores que determinen su significado y de una “agenda” con problemas y enfoques claramente identificados (Hunt 2010 , 22). Además, y no obstante su pertinencia, no sirve para explicar la condición de ser de la contemporaneidad actual porque es un fenómeno que esconde tanto como descubre, dado que tiende a reducir el espectro de problemas del presente sólo a los que se pueden enunciar y explicar en sus propios términos espaciales y temporales.

Con el ánimo de corregir algunas de las “insuficiencias” que plantea un enfoque a partir de la globalización, hemos propuesto otro escalón en la escala de observación: la historia global, que se construye con base en la globalización, pero que tiene el mérito de dar cuenta de su radio de existencia y de incluir todo aquello que queda por fuera. Esta historia difiere en aspectos sustanciales de la comúnmente citada historia universal, en términos de Koselleck; esta última se conformó como un “colectivo singular” en acelerada progresión de hechos irrepetibles, que abarcaba las historias particulares, comportaba un sentido (Rossi 2012) , catalizado por el ideal del “progreso”, con una secuencia lineal en la que el presente se formaba y derivaba del pasado y se encaminaba en una determinada dirección: el futuro. Aquella historia se representaba como una línea ascendente a lo largo de la cual se ubicaban y distribuían los distintos colectivos, y en cuya cúspide se ubicaban las naciones más desarrolladas, las cuales señalaban la senda a seguir por las restantes colectividades. Su representación era arbórea, con un grueso tronco (basado en una abstracta experiencia histórica occidental) del cual se desprendían ramas con diversas alturas y extensiones (“el resto”).

A diferencia de la universal, la historia global no es un “colectivo singular” porque dispone de dos cualidades que la distinguen. Por una parte, representa un régimen histórico mundializado y contemporáneo que reemplaza la concepción progresiva y la presunción de universalidad del anterior. Este factor de diferencia entre la historia global y la universal lo inferimos de una sugestiva reflexión de Zaki Laïdi, cuando sostenía que lo global consiste “en compartir códigos instrumentales”, mientras que lo universal es más exigente: “implica compartir sentido. Compartir códigos revela la necesidad de un mundo en común. Compartir sentido se inscribe en la lógica de un mundo común” (Laïdi 2004, 406; énfasis de los autores). Desde este ángulo se puede sostener que la historia global se basa en la existencia de un mundo en común, y no de un hipotético mundo común, tal como se desprendía de las legendarias historias universales.

Otros dos elementos distintivos de esta historia pueden ser expuestos en palabras de dos estudiosos del derecho y de la historia contemporánea. El primero es Maria Rosaria Ferrarese, para quien “el presente constituye la dimensión temporal propia de la globalización” (Ferrarese 2002, 19), lo que apunta a que lo característico del hoy es que un dilatado presente ha reemplazado al futuro como núcleo organizativo del tiempo social. El segundo fue presentado por Agostino Giovagnoli, cuando sostenía que

[…] el conocimiento de la simultaneidad entre eventos que se verifican en lugares muy lejanos ha contribuido a difundir la sensación de vivir todos dentro de un mismo espacio: el espacio del mundo. Gradualmente, la distinción entre la contemporaneidad cronológica y la contemporaneidad histórica, entre el desarrollo de Europa y el atraso de los otros continentes, basada en la centralidad europea en la historia de la civilización, se ha vuelto insostenible. (Giovagnoli 2005, 47)

Con este énfasis en el presente y en la contemporaneidad histórica se infiere que propio de la historia global es el reconocimiento en su sincronía de todos los tipos de experiencias, lo que se ha traducido en un “descentramiento” de la “modernidad eurocéntrica”, en palabras de Arif Dirlik (2007 a, 48 y 95).

Desde una postura intelectual distinta, François Hartog (2003) ha insistido en que característico de nuestras sociedades ha sido el predominio de un régimen de historicidad presentista, es decir, uno en el cual la trama social se organiza en torno y en función del presente. Sin embargo, de este autor queremos destacar el hecho de que este “presente que parece omnipresente” acentúa la atomización del anterior régimen temporal porque produce una desarticulación de las correspondencias anteriormente existentes entre “el tiempo biológico, el tiempo social, el tiempo cultural”, y acrecienta las ambivalencias y ambigüedades que encierra el término contemporáneo, porque

[…] un mismo tiempo no significa un mismo espacio; una misma época no abarca el mismo universo cultural: y en una misma época se codean estructuras, ideas y prácticas que han evolucionado de manera diversa en relación con un mismo pasado, el cual, en sí, debe ser analizado en una progresión diferenciada. (Rousso 2012, 31)

El presente, de esta manera, se ha convertido en un intervalo que amalgama pasados y futuros y realza su sentido para que se mantengan como tiempos activos en el hoy.

Cuando se combinan estas distintas expresiones del tiempo presente se infiere que otra impronta que particulariza la historia global es ser un tejido en el cual el mundo en sí se ha convertido en parte intrínseca de su trama. Retomando una genial intuición de Ianni, el mundo se ha convertido en una categoría histórica (Ianni 1996, 4) de primer orden. Esta poderosa tesis invita a pensar que el planeta no puede seguir siendo percibido como un simple escenario donde se desenvuelve un conjunto de historias.

El mundo ya no puede contemplarse como un simple escenario o una suerte de macro estructura, sino como una necesaria historización, cuya unicidad ya no viene determinada metahistóricamente por la naturaleza y/o la geografía o por un centro neurálgico que organiza el conjunto. El mundo, en los hechos, se ha convertido en un entramado social, económico, político y cultural, etcétera, cuyos agentes y dinámicas, a través de actividades y tendencias complementarias y/o contrapuestas, colman de sentido el proceso de mundialización. (Fazio 2007, 77)

Desde este ángulo, la historia global da cuenta de los intersticios a través de los cuales los acontecimientos amplifican espacial y temporalmente sus resonancias, y sugiere que en el mundo se asiste a una concordancia y discordancia de temporalidades relativas, disimilitudes que obedecen a que en la historia global participan millares de experiencias.

En efecto, el mundo contemporáneo dispone de procesos tan compenetrados que sólo pueden ser aprehendidos en una escala global; son situaciones que ningún actor o agencia pueden dominar por sí solos, además de que varias de estas dinámicas disponen de temporalidades tan particulares que ninguna institución logra absorberlas dentro de la suya propia (Therborn 2012). Es en este sentido que sostenemos que la globalización, y por ende la historia global, favorecen la integración y la desintegración, promueven homogeneidades y heterogeneidades dentro de un mismo intervalo de tiempo. Se puede presentar una expresividad pendular en esta modulación contradictoria, y desde luego hay momentos en los que una cara de la moneda adquiere mayor visibilidad que la otra, pero ello no desdice el hecho de que el mundo contemporáneo haya adquirido visos inéditos de globalidad.

¿Modernidades o modernidad mundo?

La historia global mantiene otra diferencia con la universal: uno de los grandes “atributos” del predominio de Occidente en la historia del mundo durante los últimos siglos consistió en haber puesto los cimientos de la globalidad, al dotar al mundo con una infraestructura compartida, unos sistemas, unos códigos e instituciones y un ideal del progreso universales en apariencia, dado que no comportaban de manera clara el “sello” de Occidente, lo que permitió que terminaran siendo asumidos como “naturales” por parte de las sociedades extraeuropeas (Veneziani 1990) Ha sido tan significativo este proceso que no han faltado autores que han sostenido que este trasfondo histórico, en condiciones de globalización intensa, ha acentuado la integración, la movilidad y la unificación, con lo cual el mundo se ha vuelto “plano” (Friedman 2006), cuando, en realidad, lo opuesto ha sido lo que ha tendido a prevalecer.

Durante la segunda mitad del siglo XX, particularmente con los inicios de los procesos de descolonización, se fue tejiendo una historia global del mundo en la que, con base en aquella plataforma infraestructural forjada por Occidente, descollaron nuevas propuestas de modernización y nuevos itinerarios de modernidad, varios de los cuales han recusado segmentadamente el curso europeo occidental, han pretendido seguir rutas particulares, han recuperado o reactualizado ciertos elementos que les eran consustanciales o creado otros nuevos.

Que el desciframiento de la naturaleza del tiempo social se encuentre entrelazado con el tema de la modernidad representa de por sí un interesante problema. Importantes estudiosos de la contemporaneidad, como los sociólogos Göran Therborn (1999) y Jürgen Habermas, consideran que la modernidad alude a las maneras en que las sociedades asumen el tiempo (Habermas 2000, 171).

Resultan interesantes los señalamientos de estos autores porque discurren sobre el tiempo social en asocio con la noción de modernidad y no con la de modernización, lo que en sí entraña una actitud sutil en el entendimiento del tiempo. Por un lado, la modernización representa construcción, constituye un andar, presupone un avance cronológico y lineal del tiempo, “es un concepto teleológico, la meta por alcanzar domina el proceso: el futuro está en obra” (Hartog 2016, 40). Con la modernidad, por el contrario, el andar se encuentra incrustado, lo que se traduce en que las condiciones, elongaciones y profundidades temporales son heterogéneas, en razón de la disimilitud de experiencias históricas. Dicho, en otros términos, la modernización se inscribe dentro de una concepción newtoniana del tiempo, es decir, un tiempo uniforme, homogéneo, discreto, lineal, direccional y absoluto (Bevernage y Lorenz 2013, 17), el tiempo que corre según la dirección de las manecillas del reloj y que existe al margen de los fenómenos naturales y sociales. A diferencia de ello, la modernidad es “einsteinizada” (Chesneaux 1996), es decir, se refiere a que el tiempo constituye una manifestación interna de los mismos fenómenos sociales, dispone de cadencias múltiples, su carácter es complejo, sus expresiones son heterogéneas, y en su desciframiento también participa el investigador. Esta “einsteinización” resulta ser un asunto de primer orden porque, de entrada, recusa la idea de la existencia de un tiempo único en la historia y en la sociedad, pone en duda el entendimiento del tiempo como un fenómeno superficial y “visible”, pues reconoce que constituye un atributo intrínseco de cualquier fenómeno; con “einsteinizado” se quiere reconocer un entrecruzamiento de variados ritmos, que se sobreponen, colisionan y entrecruzan (Jeanneney 2001). Este entendimiento “einsteinizado” del tiempo y, de suyo, de la modernidad se encuentra en el trasfondo del reconocimiento de variadas experiencias de modernidad, como ocurre con las siempre citadas “múltiples modernidades” de Charles Taylor (2006, 225).

Otros autores han propuesto variaciones interpretativas que gravitan en torno a una idea similar. El sociólogo Göran Therborn, por ejemplo, ha identificado cuatro rutas principales hacia la modernidad y reconoce que, en ocasiones, se pueden presentar situaciones que mezclan elementos de distintas rutas y producen nuevas síntesis (Therborn 1999). Shalini Randeria avanzó un paso en esta misma dirección cuando acuñó la noción de modernidades entramadas, expresión que ha tenido la virtud de destacar los entrecruzamientos que registran las diferentes experiencias históricas, que, en su conjunto, van definiendo el sentido y el contenido que adquieren la historia y la modernidad globales (Randeria 2009).

En sus numerosos trabajos, el historiador Serge Gruzinski (2004; 2015) ha demostrado que la occidentalización nunca se ejerció sobre una tabla rasa. En ese mismo orden de ideas, Guadalupe Valencia ha verificado la existencia de numerosos estratos temporales en el México de hoy, y que ciertas situaciones o determinados acontecimientos han actualizado algunos pasados que se encontraban silenciados:

Lo interesante de la insurrección zapatista es que no sólo enarbola un tiempo viejo (el de la revolución mexicana) sino que crea un tiempo nuevo: el de la defensa de la existencia legítima de varios tiempos, de varios mundos, en un intento de refundación de la nación. (Valencia 2010, 98)

Una situación similar encuentra la mencionada socióloga mexicana en el caso de la Bolivia contemporánea, país donde los movimientos sociales campesinos, indígenas y mineros han propiciado la inclusión de sus tradiciones en los proyectos de la sociedad altiplánica contemporánea.

La contemporaneidad hegemónica, que se edificó como modernidad oligárquica, no logró borrar una contemporaneidad mayoritaria que se fincaba en tiempos de larguísima data. Hoy enarbolan, por lo menos en el plano jurídico, la pluri-nacionalidad, que supone la coexistencia de diversas naciones, con sus propias historias, con sus particulares pasados, con sus propios tiempos. (Valencia 2012, 61-62)

En términos generales se observa que, por doquier, el tiempo rector del Estado (cuando lo hubo) ha entrado en barrena y que colectivos o grupos antes débilmente representados aparecen en la escena política nacional planteando sus reivindicaciones y demandas, con una correspondiente acentuación de la competencia de múltiples temporalidades.

Si queremos brindar una explicación en términos koselleckianos, podemos decir que lo que ha venido ocurriendo consiste en una bifurcación entre experiencias y expectativas. En dicha separación intervienen los distintos estratos de tiempo que confluyen en las expectativas, la permanente ampliación de las escalas espaciales de experiencias, es decir, de aquellos lugares en donde se acumulan disímiles segmentos de experiencias, la inclusión de espacios de experiencias antes “silenciados” y el aumento en el número de los actores participantes, crecientes en las condiciones actuales, que hace cada vez más difícil no sólo que las experiencias y las expectativas conserven un vínculo de sentido, sino que tiendan a distanciarse y a disociarse cada vez más. En nuestra contemporaneidad la sincronía convive y se compenetra con las experiencias diacrónicas, con lo cual la modernidad adquiere visos de globalidad.

El horizonte espacio temporal común

Si concentramos la mirada en el mundo en general, se puede sostener que este se ha vuelto más plural y que la alteridad se realiza en su interior. Esta coexistencia de experiencias disímiles sugiere que nos encontramos en un estadio histórico nuevo en el cual prevalece un régimen de múltiples temporalidades, en el que distintos colectivos recuperan elementos de diferentes pasados -reales o imaginarios- para ser sintetizados en el presente y realizados como devenir, que sustituye al anterior porvenir. Tales elongaciones y recogimientos continuos y fragmentarios dotan de relieve al mundo y a la historia global.

Esta impronta multifacética, topológica, no desdice la existencia de un “horizonte espacio temporal compartido”, que constituye otro elemento que dota de sentido al mundo. Un primer indicio en esta dirección se encuentra en el predominio de un régimen presentista de historicidad, que, como lo señalamos, realza la condición de actualidad en la manera como las sociedades asumen el tiempo que cuentan con un porvenir cerrado, un futuro imprevisible, un presente omnipresente y un pasado incesante y compulsivamente visitado y revisitado (Hartog 2005, 292) .

El lento andar del nuevo régimen y la sustitución del anterior se iniciaron a finales de la década de los sesenta del siglo XX, cuando se manifestó con contundencia el cuestionamiento al ideal del progreso, es decir, cuando se produjeron una desvalorización del futuro y una ruptura en la secuencialidad cronológica entre pasado y presente que entrañaba la historia como “colectivo singular”:

A diferencia de lo que ocurría en la época de la revolución industrial, el futuro ya no aparece como una dimensión libertadora; se ha convertido en una rutina en la cual no intervienen las voluntades individuales, sino una serie de estructuras tecnológicas impersonales, como las empresas o los grandes grupos de comunicación global. El tiempo ya no está a nuestra disposición. (Marramao 2008, 21)

Junto con la pérdida de centralidad del futuro, el nuevo régimen entraña una relación nueva con el pasado, por la importancia que se le había conferido a la historia como “colectivo singular”, que no era otra que ser una condición básica para experimentar el futuro en cuanto horizonte de expectativa. De esa manera comenzó a perder fuerza aquella construcción social historicista del tiempo que se representaba como flujo del agua en el río, con la correspondiente disminución del “valor del pasado en tanto que punto de orientación existencial y social en el tiempo”. También entrañó una modificación de la idea de presente, el cual, dentro de la concepción historicista, se reducía a un breve intervalo de tiempo entre un pasado (menguante) y un futuro (abierto) (Gumbrecht 2016, 126), reposicionándose como un intervalo que compendia el ayer y el porvenir. De ahí emana la importancia que han adquirido temas como la memoria, que convoca el pasado en el presente, o la fascinación con los temas religiosos, debido a la importancia que se les confiere a los espacios de experiencias.

Una característica de este presente consiste en ser global, es decir, el régimen de historicidad actual es presentista y global. Esta impronta obedece a que, como se ha sostenido previamente, la actualidad encierra una amplia gama de elementos de sincronicidad y de diacronía, con dilatados encadenamientos y resonancias de temporalidades y de espacialidades. Es un régimen plástico y elástico en su gravitación en torno al presente, no constituye un fenómeno genérico que se establezca sin más, de una vez por todas, ni que se perciba de manera idéntica en todos los confines del planeta, sino que es un tipo de configuración que “organiza” numerosas condiciones temporales, como pueden ser “la simultaneidad de lo no contemporáneo”, las asimetrías entre las temporalidades, la glocalización, etcétera. La elasticidad de este presente no corresponde con la noción de período, sino con la de un presente problematizado. Alegóricamente, esta resonancia se puede visualizar en la imagen que proyecta la plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México, donde en un mismo lugar, el habitante se relaciona con tres temporalidades diferentes -las raíces indígenas, el período colonial y la modernidad clásica-, todas ellas superpuestas entre sí.

Otro rasgo de este horizonte espacio temporal compartido está representado por dinámicas tales como la aceleración y la urgencia. Hartmut Rosa, uno de los sociólogos que ha acometido uno de los estudios más prolijos de las estructuras temporales del presente con base en la noción de aceleración, distingue tres dimensiones en las cuales se visualiza esta cadencia sistémica y estructural del tiempo: primero, la aceleración técnica y tecnológica, es decir, de aquellos procesos que se encaminan en una determinada dirección; segundo, la aceleración del cambio social, que designa el ritmo de transformación de las prácticas, las acciones, el vínculo social y los modelos relacionales; por último, la aceleración del ritmo de vida, que se traduce en la experimentación de un número mayor de episodios de acción o de experiencia por unidad de tiempo (Rosa 2010, 94-105).

La cadencia que ha adquirido esta aceleración queda claramente ejemplificada en la velocidad con que se suceden los cambios a nivel de las generaciones. En los albores de la época moderna, estos se sucedían pausadamente a través de las generaciones, lo que implicaba que el panorama social cambiara pausadamente. Distinto fue lo que sobrevino durante el siglo XX, cuando las transformaciones se acortaron y se sincronizaron con la sucesión de una generación a otra. En el tiempo presente, la cadencia se vuelve vertiginosa porque las transformaciones se producen varias veces durante una misma generación (Rosa y Chapoutot 2013, 93), lo que explica que una persona haya podido experimentar vivencias de sociedad distintas durante su niñez, su juventud, otra muy distinta durante la edad madura y otra al final de su vida.

En condiciones de la actualidad, esta aceleración -entendida como la prontitud con que se suceden series de cambios parciales, con cadencias y alcances desiguales en las distintas esferas- impacta poderosamente las sociedades, puesto que acentúa la desincronización entre los diferentes factores y debilita correlativamente los mecanismos e instancias de integración social. Por último, la aceleración constituye un elocuente testimonio de cuánto el presente se ha distanciado de la gran transformación de tipo revolucionario, rasgo inherente de la historia en los dos siglos anteriores, porque el escenario que prevalece es más bien el de un régimen de cambios permanentes, que son “de envergaduras casi imperceptibles en lo inmediato, pero que, debido a la frecuencia de su ocurrencia, su acumulación y sobreposición, se convierten en transformaciones profundas en el mediano y en el largo plazo” (Fazio et al. 2015, 24) .

A nivel político y social, la situación no es distinta porque durante nuestro presente histórico han comenzado a tener lugar revoluciones, como las de 1989, que en lugar de fabricar utopías se encaminaron a una reapropiación del pasado nacional. “En lugar de proyectarse hacia el futuro, fueron revoluciones que engendraron sociedades obsesionadas con el pasado”. Un escenario similar ha vuelto a repetirse con las revueltas árabes de 2011, que “carecían de modelo y de horizonte; no podían ni inspirarse en el pasado ni imaginar el futuro por el que luchaban” (Traverso 2016, 252) .

Hemos querido detenernos brevemente en las interesantes tesis de Rosa, porque en su conjunto brindan una adecuada radiografía de las sociedades contemporáneas y del papel que le corresponde al tiempo social en la determinación de muchos de los procesos y dinámicas que experimenta la contemporaneidad. Nos ha parecido igualmente muy importante el hecho de que la aceleración ha intervenido también en el trastrocamiento de las relaciones fluidas entre pasado, presente y futuro, en la medida en que acorta los vínculos entre ellos en torno a un presente en permanente desarrollo. Un par de flaquezas de esta tesis se visualizan cuando se habla de aceleración porque presupone la persistencia del régimen moderno de tiempo, en la medida en que implícitamente conjetura la orientación en una determinada dirección (Han 2015, 19) y prevé el acortamiento o la superación del presente, cuando en realidad su dilatación constituye su rasgo más característico. Urgencia, por el contrario, en algunos casos, es un concepto que da mejor cuenta del acontecer, en la medida en que significa compresión de tiempo, denota inmediatez y se encuentra gobernado por “la interrupción, lo discontinuo, el tiempo en migajas” (Bouton 2013, 103) , con lo cual el cambio no queda identificado con una direccionalidad dada o presupuesta. Sin embargo, la urgencia no puede ser un sustituto de la aceleración, sino un complemento, porque es una imagen carente de facultades para explicar las transformaciones que han experimentado el tiempo y las sociedades en la actualidad.

El horizonte compartido, de esta manera, apunta a un presente que se ha vuelto omnipresente, debido a la primacía de las condiciones de urgencia y aceleración. Este es un presente que altera las correspondencias y las interacciones entre las dinámicas diacrónicas y sincrónicas, introduce una importante alteración en el sentido de la historia, ya que no puede seguir representándose como una flecha en proyección. Con estas modificaciones, la diacronía y la sincronía tienden a conjugarse de manera barroca, dando origen a desarrollos que rompen las secuencialidades a las que las nociones de tiempo nos tenían habituados.

Otro rasgo característico de este “horizonte” se observa en la desvalorización parcial de los tiempos homogeneizadores durables, ya sean de tipo mundial o nacional. De manera similar a lo ocurrido con el presente, cuya realidad se recaba en el problema, también el tiempo tiende a disociarse de las instituciones y se realiza en la ritmicidad propia de las cosas o los problemas. En razón de ello, el escenario imperante es más bien aquel en el cual los tiempos se independizan en función de ámbitos, sectores o colectivos en que se encuentren inscritos, cada uno de ellos con cadencias, alcances y ritmos diferenciados. Como resultado de la transversalidad de la globalización, estos diferenciales topológicos (multidimensionales) y no geométricos se entrecruzan, chocan y entran en resonancia, produciendo nuevos resultados o síntesis. Estas nuevas maneras de vivir y experimentar las condiciones de espacio y tiempo resultan ser muy importantes, por cuanto evidencian la profundidad de los cambios que ha experimentado la historia misma en el presente, cuya trama comporta la “simultaneidad de lo no simultáneo”.

Una última característica consiste en que, a diferencia de las sociedades que conocimos hasta hace relativamente poco tiempo atrás, los espacios de experiencia y los horizontes de expectativa, en lugar de alejarse, tienden a realizarse en una enrevesada proximidad, lo que conduce a que el pasado y el futuro se aproximen y converjan en un presente que dilata sus fronteras, con lo cual la historia de “colectivo singular” se convierte en una “historia en plural” (Olsen 2012), pero no como dispensadora de ejemplos, como ocurría con la magistra vitae, sino como confluencia de itinerarios dentro de un presente en desarrollo que ralentiza la transformación de “lo pasado en experiencia” haciendo más difícil la creación de una “imagen de futuro” (Gumbrecht 2010, 55) , pero que estimula la reflexividad del presente mundial actual.

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Cómo citar: Fazio, Hugo y Daniela Fazio. 2018. “El tiempo y el presente en la historia global y su época”. Revista de Estudios Sociales 65: 12-21. https://doi.org/10.7440/res65.2018.02

* El artículo sintetiza un conjunto de reflexiones que los autores vienen adelantando dentro de su línea de investigación sobre el presente histórico contemporáneo

1Sobre el particular, Arif Dirlik (2007b, 126) escribió: “Without capitalism, Eurocentrism might have remained just parochial ethnocentrism”.

2Quien desee profundizar en la pluralidad de interpretaciones de la globalización puede remitirse al libro de Hugo Fazio ¿Qué es la globalización? Contenido, explicación y representación. Bogotá, Ediciones Uniandes, 2011.

3La noción ha sido extensamente analizada por Guadalupe Valencia García en su libro Entre cronos y kairós. Las formas del tiempo sociohistórico. Barcelona: Antropos, 2007.

Recibido: 29 de Agosto de 2017; Aprobado: 15 de Diciembre de 2017

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