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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.70 Bogotá out./dez. 2019

https://doi.org/10.7440/res70.2019.04 

Dossier

De movimientos, botellas y consideración: la producción cotidiana de lo común en asentamientos rurales del estado de São Paulo, Brasil*

On Movements, Bottles and Consideration: Everyday Production of the Common in Rural Settlements in the State of Sao Paulo, Brazil

De movimentos, garrafas e consideração: A produção cotidiana do comúm em assentamentos rurais do estado de São Paulo, Brasil

Nashieli Rangel Loera** 

** Doctora en Antropología Social por la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), Brasil. Profesora e investigadora del Departamento de Antropología y directora del Centro de Estudios Rurales (CERES) del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp), Brasil. Últimas publicaciones: “Os brasiguaios sem-terra na Reforma agrária” (en coautoría). Revista NERA 19 (34): 119-143, 2017; “Ocupaciones de tierra, campamentos, secretos y conocimientos: La producción social de una movilización en el extremo sur de bahía”. Cuadernos de Antropología Social 43: 179-199, 2016. nloera@unicamp.br


RESUMEN

Un asentamiento rural está íntimamente vinculado a otro a través de una red de personas, objetos y casas. Este trabajo busca explorar etnográficamente mecanismos de cohabitación y experiencias concretas que hacen posible la producción cotidiana de la vida en común en estos espacios mutuamente interconectados. Parto de la descripción de intercambios de un bien extremadamente valorado en un asentamiento localizado en el oeste del estado de São Paulo: botellas de agua congelada que son guardadas como tesoros y que siguen un circuito cotidiano entre las casas de viejos asentados, de nuevos asentados y de pueblos cercanos. Este bien, efímero, permite mapear la producción de vínculos entre las personas y su territorio, captando actos individuales de naturaleza colectiva.

PALABRAS CLAVE: Asentamientos rurales; circulación; consideración; movimiento; territorio.

ABSTRACT

A rural settlement is intimately linked to another through a network of people, objects and houses. This article seeks to ethnographically explore mechanisms of cohabitation and specific experiences that make the everyday production of community life possible in these mutually interconnected spaces. I start from the descriptions of exchanges of an extremely valued good in a settlement located in western Sao Paulo State: bottles of frozen water that are stored like treasures and that follow a daily circuit between the homes of old settlers, new settlers, and neighboring towns. This ephemeral good allows mapping the production of linkages between people and their territory, capturing individual acts of collective nature.

KEYWORDS: Circulation; consideration; movement; rural settlements; territory.

RESUMO

Um assentamento rural está intimamente vinculado a outro através de uma rede de pessoas, objetos e casas. Este trabalho explora, etnograficamente, mecanismos de coabitação e experiências concretas que fazem possível a produção cotidiana da vida em comúm nestes espaços mutuamente interconectados. Parto da descrição da troca de um bem extremamente valorizado em um assentamento rural localizado ao oeste do estado de São Paulo: garrafas de água congelada que são guardadas como tesouros e que seguem um circuito cotidiano entre as casas de velhos assentados, novos assentados e povoados próximos. Este item efémero, permite mapear a produção de vínculos entre as pessoas e seu território, capturando assim atos individuais de natureza coletiva.

PALAVRAS-CHAVE: Assentamentos rurais; circulação; consideração; movimento; território.

Preámbulo

En los últimos cuatro años, y como fruto de los resultados de una investigación etnográfica realizada entre 2010 y 2016 en campamentos organizados por colectivos indígenas y por movimientos sin-tierra en Brasil,(1) me he dedicado a reflexionar sobre la producción de conocimiento etnográfico y el rendimiento analítico, o los límites, de categorías sociológicas y émicas(2) que hasta entonces había movilizado para comprehender la dinámica social de las reivindicaciones por tierras y de los movimientos que las organizan, tema al cual he dedicado mis investigaciones desde 2003. Estas reflexiones, y principalmente lo que he llamado alargamiento analítico de las “formas a los efectos”, que explicaré a continuación, van de la mano con un interés de investigación más amplio compartido con colegas antropólogos de la Universidad de Buenos Aires, en relación con las formas y los lenguajes de reivindicaciones colectivas contemporáneas. Este interés nos llevó a enfocar nuestras preocupaciones analíticas y etnográficas en los mecanismos sociales que permiten la existencia de movimientos sociales, organizaciones, cooperativas, asociaciones, etcétera.

En el caso de las investigaciones relacionadas con las demandas por tierras en Brasil, el despliegue analítico mencionado, de las formas a los efectos, corresponde también a los desafíos que se nos fueron presentando en campo con la apertura a nuevos locus etnográficos, como son las retomadas de tierras y campamentos organizadas por colectivos indígenas Guaraní y Kaiowá del estado São Paulo y Mato Grosso del Sur.(3) Es necesario mencionar que las ocupaciones y los campamentos como formas de demanda y lucha por la tierra son estrategias más recientes entre colectivos indígenas, en comparación con trabajadores rurales sin tierra. En el caso de Brasil, desde poco antes del retorno democrático de 1984, las ocupaciones y los campamentos organizados por agricultores o campesinos sin tierra comenzaron a configurarse como un lenguaje de demanda, una “forma campamento”, como propone (Sigaud 2000), un lenguaje simbólico que fue legitimado por el propio Estado cuando, a finales de la década de 1970 e inicios de la década de 1980, realizó la distribución de lotes de tierra a las familias participantes en las primeras ocupaciones.(4) Así, establecer un campamento organizado por un movimiento se volvió la “forma” adecuada de “indicar” al Estado cuál era la tierra que se deseaba.(5) De esta manera, fue configurándose como lenguaje social y simbólico, entendido y compartido por participantes de los movimientos, por autoridades municipales y estatales y por representantes de los órganos del Estado encargados de las reparticiones de tierras. Los campamentos sin-tierra fueron adquiriendo características comunes: barracos,(6) lonas, banderas, movimientos sin-tierra y otras confederaciones campesinas, organizando las movilizaciones, pero también características propias que conformaron variaciones de ese lenguaje de demanda, como por ejemplo, el estatuto de dominio de la tierra (estatal o federal), la diversidad de personas y familias instaladas en los campamentos, que también reflejaba un perfil socioeconómico diverso, la relación establecida con las autoridades locales, los partidos y representantes del Estado, y los modos de circulación cotidiana de sus participantes y su relación con pueblos y ciudades cercanos.

Las familias que acampan han ido aprendiendo a lo largo de los años la manera “adecuada” de relacionarse con el Estado. Dicho camino es muchas veces relatado por ellos mismos con términos como sacrificio, sufrimiento, dignidad y coraje, un vocabulario también movilizado por mis interlocutores y que describe la vivencia en el mundo de ocupaciones de tierras como una experiencia compartida. A mi modo de ver, este vocabulario nos da una pista para comprender los efectos concretos que tienen los campamentos en la vida de las personas. En el caso de las retomadas y los campamentos indígenas Guaraní y Kaiowá, por ejemplo, el sufrimiento también aparece como parte del vocabulario cotidiano, pues participar en las retomadas de tierra puede ser una cuestión de vida o muerte. Es necesario mencionar que la región de Mato Grosso do Sul es una de las más violentas a nivel nacional, en cuestiones de asesinatos y atentados contra la vida de indígenas por parte de grandes propietarios de tierra. Diversos campamentos montados a la orilla de carreteras y dentro de haciendas en el periodo en el cual realizamos el trabajo de campo sufrieron ataques y una violencia desmedida que en diversas ocasiones culminaron con el asesinato de líderes indígenas. Ese fue el caso de dos campamentos localizados en la región de Dourados, foco de nuestro estudio etnográfico. En 2016, sólo en esta región, se registraron cinco ataques e incendios a campamentos indígenas. Esta situación era completamente diferente a la de los campesinos sin-tierra en São Paulo, donde, hasta ese entonces, y durante años, acompañé a las familias que acampan en su cotidianidad, realizando trabajo de campo, sin que mi vida corriera peligro.

Para los Kaiowá, la experiencia de vivir a la orilla de la carretera en un campamento es narrada como sufrimiento, como también lo relatan mis interlocutores de los campamentos sin-tierra; sin embargo, para los primeros, apostar por la eficacia de la “forma campamento” como medio de demanda de tierra tiene “efectos” muy concretos de vida o muerte. (Mauss y Hubert 2002 [1902-1903]), en su Esbozo de una teoría general de la magia, mencionan la eficacia de los actos, capaces no sólo de producir convenciones: los actos son creadores, hacen. Sin embargo, como menciona (Sigaut 2006) al analizar la fórmula de la eficacia de Mauss, a esta habría que desconectarle la idea de utilidad y retomar de la física el sentido de eficacia: un efecto sensible o perceptible, y su percepción independiente de toda creencia y de toda teoría, es decir, la eficacia como efecto concreto en los cuerpos y en la vida de las personas.

La relevancia sociológica del análisis de los “efectos”, en el caso de los sin-tierra, se hizo aún más evidente a inicios de 2016. Justo después del impeachment de la expresidenta Dilma Rousseff, participantes en ocupaciones y campamentos rurales y urbanos organizados por movimientos u organizaciones sociales padecieron constantes amenazas: los ataques a punta de pistola se intensificaron, líderes de movimientos fueron asesinados, y otros incriminados, algunos incluso fueron acusados en procesos jurídicos y penales.(7) Según el último informe de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), publicado en agosto de 2018, el número de asesinatos en el campo se multiplicó en los últimos cuatro años, y 2017 sobresale como el año más violento desde 2003, en relación con el campo y los conflictos por tierras en Brasil. Sólo en ese año, setenta líderes campesinos fueron asesinados, 15% más que en 2016. En este contexto, los efectos de las movilizaciones por tierras fueron percibidos con fuerza no sólo por nuestros interlocutores, sino también por quienes realizamos investigaciones sobre el tema, lo que nos obligó a repensar nuestro campo y nuestro locus empírico. Fue también en este contexto que -preocupada por los efectos sensibles y cotidianos de la producción de la vida en común entre las familias que después de años de campamento fueron beneficiadas con un lote de tierra- retomé, a inicios de 2017,(8) mi investigación sobre asentamientos rurales y reanudé el contacto con antiguos acampados, ahora asentados, cuya trayectoria por el mundo de las ocupaciones de tierras acompañé, por lo menos, a lo largo de cinco años. Parto entonces de la idea explorada por (Pina Cabral y Silva 2013) y (Micaelo 2016) -en contextos campesinos semejantes- de que personas y tierra se constituyen mutuamente.(9)

Desde la mirada de la antropología y, de un modo específico, desde la producción de conocimiento de la etnografía, me propongo enfocar en lo que llamo engranajes sociales de cohabitación, o, dicho de otra manera, experiencias concretas que hacen posible la vida y ponen en movimiento la producción de vínculos en estos espacios mutuamente interconectados, como son los asentamientos rurales. Por un lado, tomo como inspiración metodológica el trabajo clásico de (Malinowski, Los argonautas del Pacífico occidental 1995 [1922]), en el cual el autor, al describir el circuito del Kula -un sofisticado y complejo intercambio de pulseras y collares realizado entre los habitantes de las islas Trobriand, en Papúa Nueva Guinea-, nos presenta no sólo una teoría nativa acerca de estos intercambios, sino una sociología de la vida trobriandesa, un modo singular de establecer relaciones y vínculos. De esta manera, parto de un asentamiento rural, y concentro mi atención en objetos -en este caso, botellas de agua- que circulan día a día de mano en mano entre asentados, parientes y conocidos de ciudades cercanas. Como intentaré mostrar, la circulación de estas botellas no se restringe a las fronteras de un asentamiento. En efecto, partir de estos intercambios cotidianos posibilitó tener una visión amplia de las interacciones y de los vínculos que van constituyendo interlocutores oriundos de diversas comunidades rurales y pequeñas ciudades de una región del oeste paulista. Por otro lado, tomo también como inspiración el potente trabajo de (Micaelo 2016), que se propone entender cómo se constituye un asentamiento rural a lo largo del tiempo. Este es uno de los escasos estudios recientes de asentamientos rurales que parten de una mirada etnográfica y exploran el entramado de las relaciones entre parentesco y territorio.

Descarto a priori un sentido común que encontramos en aproximaciones desde las ciencias sociales cuando se analizan la dinámica y el modus operandi de movimientos sociales: lo común como sinónimo de lo colectivo que representa un destino, o un punto de llegada. Según la pertinente reflexión de Fernández Álvarez, no se trata de “abordar prácticas, procesos y experiencias evaluadas por su distancia o proximidad con determinados principios normativos”; se trata, más bien, “de la captura de lo contingente, contradictorio, fluido”, de un “hacer juntos”, o mejor, de un “haciendo juntos” siempre en gerundio, lo que significa enfocarse en un devenir o en un transcurrir (2016, 18). Se trata de una relación política, en el sentido dado por (Rancière 1996), un acto de corta duración, contingente, una división de lo sensible que crea por instantes la posibilidad de producción de un mundo común.

Mi desafío, sin embargo, como ha sido también el del propio ejercicio etnográfico, no es sólo tomar este transcurrir o devenir como hilo conductor, sino intentar capturar esta naturaleza contingente de las interacciones y experiencias de vida de mis interlocutores asentados. Se trata de interacciones que posibilitan vínculos más o menos duraderos y la producción compartida de un lugar, de unos tiempos y de un territorio que se extienden más allá de las fronteras del asentamiento. Es un desafío analítico también, tomando como inspiración la lectura maussiana de Florence (Weber 2012): capturar actos individuales de naturaleza colectiva.

Campamentos, asentamientos y efectos

Campamentos y asentamientos rurales han sido objeto de varias investigaciones desde la sociología y la antropología rural. En la década de 1990 empezaron a surgir en Brasil estudios que describían, bajo diversas aproximaciones, el modelo reciente de organización de los asentamientos, sus impactos socioeconómicos y las relaciones de poder y conflicto entre asentados.(10) Un número relativamente pequeño de trabajos de cuño etnográfico no exploró la visión de los movimientos o de sus líderes sobre los campamentos o las ocupaciones de tierra, sino el punto de vista de hombres y mujeres que no necesariamente se consideraban parte de los movimientos, pero que -movidos por el deseo de obtener un lote de tierra, de reunir a su familia, de salir de una situación de precariedad en la ciudad, entre otros- estaban dispuestos a pasar años “debajo de la lona” en campamentos de la reforma agraria, con la esperanza de ser asentados. Entre estos trabajos, están los de (Sigaud 2000 y 2002, L’Estoile y Sigaud 2006, Sigaud, Ernandez y Rosa 2008 y 2010, Ernandez 2003, Rosa 2011, Rangel Loera 2006 y 2015). Estos estudios exploraron la diversidad de casos específicos en diferentes estados de Brasil, como Río de Janeiro, São Paulo, Pernambuco y Río Grande del Sur, y formularon hipótesis acerca de las condiciones sociales que contribuyeron a la reproducción ampliada del fenómeno de los campamentos de la reforma agraria.

La diferencia sustancial entre campamentos y asentamientos es la siguiente: el campamento, conforme se ve en la imagen 1, corresponde a la ocupación temporal de tierras que no cumplen con su función social.(11)

Fuente: fotografía de la autora, junio de 2014.

Imagen 1. Campamento en la región de Pontal do Paranapanema, São Paulo 

El asentamiento se refiere a una propiedad de dimensiones variables, dependiendo de la región, que ha sido desapropiada por el Estado, y de la cual una dotación determinada de lotes de tierra se ha entregado a título de “usufructo” a los agricultores demandantes de tierra.(12) La “desapropiación” se efectúa mediante la compra de la propiedad por parte del Estado, transacción que se da generalmente en Títulos de la Deuda Agraria (TDA).(13) Este tipo de transacción, que implica la compra, y no la expropiación de tierra, ha sido duramente criticado por los movimientos y organizaciones de lucha por la tierra, en relación con la política del Estado brasileño en materia de repartición de tierras para atender las demandas sociales.(14)

Hasta hace poco, los campamentos, en su gran mayoría, correspondían a la etapa inicial de cualquier asentamiento, y la categoría “acampado”, hasta 2016, estaba incluida, en los formularios del Instituto de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), al lado de otras categorías de población considerada vulnerable, tales como poblaciones indígenas y quilombolas, o cimarrones en otros contextos latinoamericanos. En los últimos treinta años, con la presencia y fuerza que adquirieron los movimientos de trabajadores rurales en el proceso de reivindicación de derechos y beneficios del Estado, la categoría nativa “tiempo de campamento” es apropiada por el Estado brasileño, junto con otras, como “tiempo de agricultura” y “tiempo de municipio”, como criterios para la distribución de lotes de tierra (Rangel Loera 2015b). Estas distintas temporalidades son destacadas por los propios acampados, en el caso de São Paulo, y por representantes del Instituto de Tierras del Estado de São Paulo (ITESP), como medidas que contabilizan no sólo el tiempo, sino personas, dedicación y merecimiento. (Borges 2003) ya había destacado -en su etnografía sobre participantes en una ocupación urbana en una ciudad satélite de Brasilia- que el “Tiempo de Brasilia” era una categoría nativa que se había convertido en criterio fundamental para ser candidato a un lote en la periferia urbana de la capital.

Para los funcionarios del Gobierno, dentro y fuera de la ciudad, el “Tiempo de Brasilia” era apenas uno de los criterios para algún registro. En el Recanto das Emas no hubo una sola persona que no hiciera alusión al “Tiempo de Brasilia” [...]. Más que un concepto relativo a algo cronológico, el “Tiempo de Brasilia” se refiere a la conformación de lo que intenté llamar, inspirada en Pierce, “comunidad de creencia”. A lo largo de cinco años, o más, instaladas en varios lugares del Distrito Federal, miles de personas esperan esa metamorfosis social que las ungirá con el “Tiempo de Brasilia”. Durante esa espera, la creencia es moldeada, y con ella, la aceptación colectiva de un hábito (de un conjunto de reglas para actuar, según Peirce). (Borges 2003, 179-180; traducción propia)

En el caso de acampados sin-tierra, los años de espera en campamentos transforman a los acampados en candidatos a la reforma agraria y abren la posibilidad de que sean seleccionados, o indicados (para usar un término local), para ocupar un lote en un asentamiento ya establecido o que se formará a partir de un nuevo conjunto de indicados (Rangel Loera 2013). En este proceso, las reglas, las normas y los procedimientos para tratar con el Estado y con los movimientos van siendo aprendidos y puestos en marcha, así como las relaciones de proximidad, de parentesco y de amistad se producen y activan cotidianamente para transformar un campamento en un asentamiento.

De movimiento, botellas y consideración

Todos los asentamientos de São Paulo, de alguna forma, están vinculados entre sí (Rangel Loera 2006). La dinámica de su constitución se origina de la dinámica existente entre los campamentos de la reforma agraria, conformando una forma social, que llamo “Espiral de las ocupaciones de tierra”, que se extiende temporal y espacialmente. Esto es, parientes, amigos, conocidos y vecinos, de barrios rurales y urbanos o ciudades cercanas, invitan o son invitados para formar una ocupación de tierra o un campamento nuevo. Aquellos que al conquistar un pedazo de tierra se convierten en asentados van invitando, a su vez, a otros a una nueva ocupación. Así, se va tejiendo una compleja madeja de relaciones de interdependencia y de constitución de personas y territorios, como intentaré demostrar.

El asentamiento de donde parto para mis reflexiones etnográficas hace parte de una trama que vincula asentamientos rurales, pequeños pueblos, ciudades, casas, sus habitantes y objetos singulares.

Cuando llegué a la pequeña ciudad de tres mil habitantes, localizada a 600 km al oeste de la capital del estado de São Paulo, fui recibida, como siempre, por Silvia y Arnaldo,(15) una pareja que se formó en 2011 durante la etapa de campamento. Los dos, separados de sus matrimonios anteriores, se casaron a finales de 2015, un poco después de recibir oficialmente su lote en el asentamiento adonde acababan de mudarse después de más de cinco años de deambular de campamento en campamento por el mundo de las ocupaciones de tierra. El asentamiento está localizado a 24 km de allí, aunque Silvia, así como otros miembros de su familia asentados, mantenía aún su vieja casa en esta pequeña ciudad mientras se instalaba completamente en su nuevo lote.(16) La pareja llegó por mí en su viejo carro. Me llamó la atención la cantidad de botellas de plástico (de dos litros) vacías que guardaban en la cajuela y que Arnaldo tuvo que hacer a un lado para acomodar mi mochila de viaje. En otras ocasiones, durante visitas de campo anteriores, ya me habían llamado la atención las botellas vacías desparramadas por las huertas y los patios de las casas de la extensa familia de Silvia, habitantes de la pequeña ciudad donde nos encontrábamos. Su papá, por ejemplo -que había estado casi cuatro años acampado guardando lugar para su hijo,(17) y que hoy está prácticamente ciego-, se sentaba durante horas, afuera de su vivienda improvisada en el campamento o en el patio de su pequeña casa en el pueblo, con una navaja en sus manos para raspar la etiqueta comercial de las botellas que se acumulaban en su casa, y decía estar poniendo su “marca”, chapéu [sombrero], apodo por el que es popularmente conocido Don Lorenzo. Varias veces lo había oído reclamar que no había recibido sus botellas de vuelta. El Japonés, como era conocido un vecino de Silvia en el campamento, acumulaba tantas botellas, que algunas, incluso, las mantenía colgadas en fila a lo largo del pequeño lote donde había montado una casa improvisada. Los vecinos constantemente bromeaban mencionando que su casa parecía un árbol de Navidad.

La casa de Silvia cuenta con dos cuartos, una sala y una gran cocina adjunta a un patio grande. Estaba llena de muebles, pues aún no se había llevado nada a la nueva morada en el asentamiento. Silvia me explicaba que esperaba poder cambiar el piso y rentarla cuando tuviera su casa definitiva en el lote, pero que en ese momento “mantener la casa era fundamental para mantenerse en el asentamiento”, afirmación que no era nada banal, como veremos.

Es necesario aclarar que conquistar un lote de tierra no significa la permanencia en el asentamiento, pues la burocracia del Estado brasileño puede tardar hasta cinco años, a fin de liberar créditos para la construcción de casas, comprar semillas o insumos que les permitan iniciar su producción agrícola o comprar ganado para la posterior venta de leche.

La instalación de familias en una propiedad como resultado de una política de reforma agraria por parte del Estado es considerada un “proyecto de asentamiento”. Como lo demuestra (Caume 2002), determinado espacio puede ser visto como un asentamiento sólo después de pasar por una serie de etapas que incluyen acciones estatales específicas -etapas que pueden ser finalizadas en cinco años, y en muchos casos en más de cinco años-. (Rangel Loera 2013, 39; traducción propia)

Los primeros años como asentados suelen ser los más difíciles para mantenerse en el lote. La mayoría de los asentados llegan completamente descapitalizados y sin ningún tipo de ayuda o ahorro que pueda servir para iniciar la vida en el nuevo lote. La venta de cualquier bien que posean, como una pequeña casa o un carro, o incluso un préstamo por parte de parientes, conocidos, o por algún banco, soluciona momentáneamente, o por algunos meses o años, su precaria situación.

Entre los asentados, muchos son antiguos vecinos, parientes y conocidos de ciudades y pueblos pequeños de los alrededores, y, así como Silvia y Arnaldo, es común que mantengan una casa en el pueblo. En esta casa es donde guardan pertenencias o muebles que pueden maltratarse en un asentamiento que está en su etapa inicial. Allí guardan alimentos que pueden echarse a perder y documentos importantes; se cargan celulares (ya que en el nuevo asentamiento aún no hay luz eléctrica); se guardan herramientas que pueden ser robadas fácilmente en los lotes del asentamiento que están aún sin cercas de protección; se guardan fertilizantes y venenos agrícolas para mantenerlos lejos de los animales domésticos y de otros de pequeño porte como gallinas; y, principalmente, se guarda un objeto que se encuentra en la mayoría de las casas del pueblo: un congelador grande, ubicado en la cocina o en el garaje, donde se guardan, como si fueran un tesoro, cuantas botellas de agua congelada quepan. Las botellas vacías son lavadas, una a una, llenadas de agua filtrada, y luego congeladas. Se trata de un ritual que se repite cada tres o cuatro días en diversas casas de la pequeña ciudad de Silvia y de otras ciudades de la región. Al llegar a su casa, Arnaldo sacó botellas de su congelador y llenó una pequeña hielera con seis botellas de dos litros, que eran las que cabían en ese recipiente. Salimos inmediatamente rumbo al asentamiento. Por ser el agua congelada un elemento efímero y de consumo rápido en épocas de calor, las idas y venidas de botellas en esta región suceden a un ritmo acelerado. Durante el verano es común que las temperaturas oscilen entre los 35 y 40 grados Celsius, o más. La falta de agua también es común, y con ese calor, beber un vaso de agua fresca durante el día no es nada banal. El hielo se derrite con rapidez, y en las casas de madera improvisadas dentro del nuevo asentamiento se hace necesario mantener en el congelador una o dos botellas en recipientes de cinco litros para que el agua helada sea consumida a lo largo del día. De esa manera, una gran cantidad de estas botellas circulan diariamente entre los diferentes pueblos o ciudades próximos al asentamiento, en un radio de hasta 40 km, así como entre vecinos del propio asentamiento, pero también entre asentamientos vecinos y más antiguos de la región que ya cuentan con servicios de luz eléctrica.

En varias ocasiones, durante mi estancia en el asentamiento, en el trayecto que hacíamos desde la pequeña ciudad vecina -que acoge diversas casas de la familia de Silvia- hasta su lote en el asentamiento, parábamos en casa de Ivete, hermana de Silvia. En una de las visitas, Ivete preparó un tereré [bebida de hierba mate que se toma helada] con el agua fría de una de las dos botellas que le llevó Arnaldo, y, a cambio, le entregó dos botellas vacías que recogió del fondo de su lote, donde acumulaba una montaña de ellas. Mientras tomábamos el tereré helado, Ivete actualizaba a Silvia sobre el trámite del crédito de la construcción de las casas, sobre los chismes de la familia y sobre el conocido de otro asentamiento que fue atacado por un jaguar mientras intentaba subir al tractor. Martha, la otra hermana de Silvia, quien no fue asentada, también guardaba en el congelador de su casa botellas para Ivete, ya que esta recientemente había puesto en venta su casa en el pueblo y, por lo tanto, no contaba con congelador. El marido de Ivete, que trabaja como albañil en una ciudad vecina al asentamiento, durante el trayecto de regreso a su casa pasaba varias veces durante la semana por la casa de su cuñada Martha, a 24 km de ahí, para recoger botellas. Durante estos trayectos, como me relataba, siempre aprovecha para hacer pequeños arreglos o servicios en la casa de su cuñada o de otros vecinos del pueblo donde habitó antes. En su etnografía de una ocupación urbana de una ciudad satélite de Brasilia, (Borges 2003) narra que encontró acumulados diversos objetos en los patios de las casas de sus interlocutores, entre ellos, tierra, arena y otros materiales de construcción, elementos que siempre estaban circulando y eran intercambiados en un lugar en el que “el gusto por el trueque” era especialmente significativo. En el caso de los asentamientos rurales, diría que, para un despistado, las botellas vacías que se acumulan en los lotes, en los carros o en las casas de pueblos cercanos y otras ciudades vecinas podrían parecer simplemente objetos tirados, sin uso, o basura desparramada, pero son objetos que están siempre, potencialmente, en el circuito de futuros intercambios.

Además de Silvia y Arnaldo, Vera, vecina de la pareja en el mismo asentamiento, intercambia botellas o recibe un nuevo stock cada dos o tres días. Durante la semana, mientras ella se queda cuidando su lote, su marido, Dino, continúa trabajando en su ciudad de origen, localizada a 15 km del asentamiento. Dino sólo llega con nuevo cargamento de botellas congeladas los fines de semana, y durante la semana Vera las recibe de sus vecinos como una especie de préstamo. Sonia, vecina de lote de Vera, tiene parientes en otro pueblo cercano, localizado a 6 km, y sus conocidos le guardan en su congelador las botellas de agua helada y se las van enviando con alguien que visita el asentamiento o vive en él, o bien, se las llevan ellos mismos. Vera recibe de Sonia botellas llenas y le da el mismo número de botellas vacías, conforme me explicaba, y cuando Dino llega los fines de semana, le devuelve botellas llenas a su vecina. Hay, pues, una circulación intensa, prácticamente diaria, en los diversos asentamientos de la región.

En la pequeña ciudad rural de Minaçu, en el norte de Goiás, donde el movimiento es una constante y un valor, (Guedes 2013) identifica velocidades y ritmos diversos en la circulación de sus habitantes. Las mujeres, por ejemplo, generalmente recorren la ciudad a pie, a paso lento, sin afán. Incluso, este ritmo, este modo de circular, es identificado como femenino. Mientras que los hombres, en su búsqueda continua y acelerada, recurren a las motos o a los carros. Esta circulación acelerada, de alguna forma, narra también historias de andanzas y de farras, muchas veces relacionadas con la búsqueda de oro, en una región que es por excelencia minera. A su vez, también puede estar relacionada con la búsqueda de aventuras, de lo desconocido. Ya (Pietrafesa de Godoi 2014) enfatizaba que territorio no se refiere sólo a la materialidad del espacio, sino que este toma forma en las narrativas y es organizado discursivamente. Según esta autora, el territorio puede expresar el vínculo a un lugar particular, pero también “una relación entre personas, se refiere a la organización del espacio cargado de historia” (Pietrafesa de Godoi 2014, 449; traducción propia).

Para (Guedes 2013), en Minaçu es imposible pensar la movilidad y la inmovilidad de manera separada. El movimiento es central para configurar modos de pertenecer y de permanecer en este lugar. El movimiento forma parte constitutiva de las personas y de Minaçu, así como en el caso de los asentamientos rurales a los que me refiero. A manera de favor, como vimos, es común que vecinos de otros asentamientos congelen en sus refrigeradores el agua para sus parientes y conocidos recién instalados en el nuevo asentamiento, quienes a lo largo de la semana realizan diversas visitas formando parte de un vaivén de botellas que circulan de casa en casa con diversas intensidades. Durante la semana, sobre todo las mujeres -que son quienes por lo general se quedan en los lotes trabajando en sus casas y huertas, y cuidando de sus hijos pequeños y de sus animales-, circulan o hacen circular las botellas de mano en mano entre parientes y vecinos, en recorridos cortos de un lote a otro. Durante una visita al lote de Sonia, vecina de Vera, ella nos contaba que su hijo Gil, con tan sólo 17 años de edad y recién casado, había conocido a su novia en el asentamiento. La suegra de Gil, también vecina, estaba recién instalada en una pequeña casa de madera, a la que ahora se le agregaba un cuarto más para que los recién casados pudieran instalarse ahí. Sonia le había dado una tarea a Gil, la cual es común que sea también realizada por niños, niñas o adolescentes. Mientras platicábamos, el muchacho recorría una y otra vez el camino de tierra que unía una casa a otra llevando en una carretilla varias herramientas, además de tierra y botellas de plástico vacías que sacaba de una en una de un montón de escombros que se acumulaban en medio del terreno de Sonia. Gil parecía estar llevándose parte de su dote en botellas vacías. Gil me explicaba que, como parte de su mudanza -llevaba un pequeño tocador, ropa y utensilios-, llevaría también algunas botellas a la casa de la tía de su novia, que vivía en una pequeña ciudad a algunos kilómetros de distancia del asentamiento. Las botellas serían llenadas con agua, puestas en el congelador y guardadas en casa de la tía. Así, con el resto de las botellas vacías que se había llevado en su carretilla, comenzó a formar otro montón que se acumulaba junto a pedazos de madera, tierra y lona, ahora en medio del lote de su suegra. Otros hombres del asentamiento que trabajan durante la semana en haciendas o ciudades cercanas, como es el caso de Dino, suelen recorrer distancias mayores y a paso más acelerado (en carro, moto o bicicleta), llevando y trayendo botellas de agua, y en intervalos de tiempo mayores.(18)

En este circuito cotidiano, en este vaivén de botellas, se actualizan informaciones, se ejecutan pequeños servicios mutuos y se intercambian atenciones y cuidados. (Mauss 2012), en su clásico Ensayo, llamaba la atención sobre los intercambios como elemento estructural del mundo social. Como parte de un sistema de prestaciones totales (dar, recibir y retribuir), los intercambios no se dan entre individuos sino entre colectividades, que, además de objetos, intercambian atenciones, agrados, etcétera. Por otro lado, el autor enfatiza en que en estos sistemas de prestaciones totales, las personas y las cosas no están separadas, sino amalgamadas.

Cuando Silvia no puede trasladarse a su pueblo acude a su excuñada, conocida como Preta, y asentada desde hace más de quince años en el asentamiento que colinda con el de Silvia, y al que se llega caminando en menos de 15 minutos. La primera vez que conocí a Preta, Arnaldo y Silvia le hacían una visita para recoger las botellas que ella les guardaba en su congelador. Arnaldo sacó al menos diez botellas vacías y empolvadas de la cajuela del carro y se las entregó al marido de Preta, quien, después de ofrecernos una bebida helada, sacó de su cocina varias botellas llenas y, como si estuviera montando una exhibición en un aparador, las fue colocando en fila mientras se formaba una barrera en la pequeña barda que dividía el patio de la terraza de su casa. Ya otra asentada, Doña Soco, vecina de Silvia e instalada junto con sus dos hijos en el nuevo asentamiento, no cuenta, como muchos otros asentados, con una red cercana de casas o parientes a los que pueda acudir en caso de necesidad. Todos los días, ella recorre con su carretilla los lotes vecinos en busca de agua, muchas veces agua del pozo, ya que no cuenta con uno en su lote. En otros momentos, hace su recorrido en busca de botellas de agua helada, y, en ocasiones, en agradecimiento por el favor que recibe, suele dejar un litro de leche de la ordeña matinal de la única vaca con la que cuenta. Es a través de esta circulación en los lotes, y en este movimiento cotidiano de pequeños y aparentemente insignificantes intercambios, que doña Soco va conociendo a sus nuevos vecinos. Es así como se le tiene consideración, palabra utilizada por Silvia para describir una especie de cuidado y afecto que va siendo cotidianamente producido en este vaivén.(19) Consideración fue también la palabra que Preta utilizó para describir la relación que mantenía con Silvia, a pesar de ya no estar casada con su hermano. Preta, entre otros diversos actos de cuidado cotidiano, guarda siempre en su refrigerador las botellas que Silvia le lleva; le dedica tiempo a su excuñada en cada nuevo intercambio de botellas; le prepara almuerzo; le habla de las novedades en la familia; le comparte verduras de su huerta. Fue precisamente en atención a su excuñada que Preta, a pedido de Silvia, nos recibió cierta vez en su casa con una gallinada.(20) En esa ocasión, también nos llevó a su huerta para recoger espigas de elote, y pasó toda una tarde enseñándonos el arte de hacer tamales. “Atención” vinculada a consideración, tampoco es una palabra que utilizo de manera aleatoria:

La noción consideración implica atención: esto es, estar consciente del otro, responder a los requisitos del otro, estar específicamente concentrado en otro, más que en el resto de las personas. Exige, sobre todo, apoyo continuo. Las personas con las que hablamos sobre el asunto no mencionan “dar” consideración, sino más vagamente “tener” consideración. En verdad, la forma más común de hablar sobre el asunto es la hipostasiada, hablando de consideración como existiendo, como estando o no presente en determinando contexto relacional. No es algo que las personas den unas a los otras, es algo que las crea como personas conjuntamente. (Pina Cabral y Silva 2013, 26; traducción propia)

En las imágenes 2 y 3, tres vecinas de dos asentamientos diferentes se reúnen una tarde para la preparación de tamales que serían repartidos después entre sus familias del asentamiento y entre otros parientes y amigos de pueblos cercanos y otros más lejanos. Los elotes, que sirven de materia prima, oriundos del lote de una de ellas, se juntan con las manos de otras, con la plática, con las habilidades y con el cuidado y la consideración que este momento produce y que las vincula.

Fuente: fotografía de Lidia Torres, enero de 2017. De izquierda a derecha, Vera, Preta y Silvia.

Imagen 2 Una tarde de café y tamales en el asentamiento de Preta 

Fuente: fotografía de Lidia Torres, enero de 2017.

Imagen 3 Proceso de producción de los tamales 

“Consideración” -dicen los antropólogos Pina Cabral y Silva, que realizaron trabajo de campo entre comunidades rurales del sur de Bahía- “es lo que da significado a las relaciones entre personas; es lo que les atribuye relevancia” (2013, 25; traducción propia). Implica una atención a la existencia del otro, crea mutualidad, fundamental en la propia constitución de la persona y constitutiva de cualquier relación.(21)

Esencialmente, lo que comunican las personas cuando registran la consideración de otros para con ellas -y claro, cuando ellas mismas planean sus vidas en el sentido de considerar al otro- es que la relación que existe entre ellos se realizó, fue validada, “existe realmente”, no fue sólo en potencia. (Pina Cabral y Silva 2013, 25; traducción propia)

A su vez, de acuerdo con estos autores, la mutualidad establece lazos de obligación con el otro que se extienden temporalmente en contextos de creciente alcance. De esta manera, argumento que es en esa circulación y en ese movimiento cotidianos -en ese vaivén entre vecinos asentados, parientes y conocidos que constantemente intercambian objetos, como las botellas que circulan amalgamadas a atenciones y cuidados mutuos- que se producen vínculos y modos de cohabitación que hacen posible la producción de la vida en común y este territorio ampliado. Es también en este proceso que conocidos se transforman en vecinos o en parientes, en personas a las que se les tiene consideración, y que, por tanto, adquieren importancia para la propia existencia.

Vecinalidad, según Pina Cabral y Pietrafesa de Godoi, “por oposición a vecindad describe una proximidad abierta entre espacios de residencia, se refiere a procesos de aproximación territorial constitutiva [...]. La vecinalidad se produce en red a partir de las participaciones constitutivas entre las personas” (2014, 13). En el caso de los asentamientos rurales, vistos como conquistas de nuevos territorios, fruto de procesos de distribución de tierras por parte del Estado brasileño, se posibilitan nuevas territorialidades. De acuerdo con Pietrafesa de Godoi, en estas situaciones “las redes -de mediadores, aliados, parientes y amigos- son claramente importantes [...] las redes de relaciones organizan cualquier territorio” (2014, 450; traducción propia).

(Micaelo 2016), en su etnografía Essa terra que tomo de conta, aborda el proceso de reterritorialización de antiguos habitantes de ingenios de azúcar y nuevos asentados en las tierras que el ingenio de Arupema ocupaba, en la zona de Mata de Pernambuco. En este lugar, la producción cotidiana de la pertenencia va de la mano con la producción de relaciones y con la movilidad territorial como condición constitutiva de las dinámicas familiares. Como describe Micaelo, cambios sobre todo a partir de las movilizaciones de lucha por la tierra en los últimos veinte años en esta región alteraron sustancialmente la estructura territorial, social y política. Según esta antropóloga, en el asentamiento de Arupema los asentados, con un futuro imprevisible en el horizonte, van resolviendo sus vidas en la cotidianidad. Las casas y parcelas son categorías locales a través de las cuales, como menciona la autora, los asentados crean y recrean su relación con la tierra dentro del asentamiento. Es con la residencia, la presencia y el trabajo constante en la tierra que se legitima su posesión: “Este valor que tiene la presencia continua parece instaurar un nuevo régimen de valor de la tierra que se diferencia del antiguo modelo, donde la posesión de la tierra pasaba necesariamente por la dependencia al señor del ingenio” (Micaelo 2016, 146; traducción propia). En este lugar, una nueva unión de pareja implica una nueva casa en la parcela y, por tanto, una nueva red de relaciones que se abre y reafirma con la división de tareas diarias entre vecinos, con los consejos dados y con la preparación de alimentos y su repartición. Como ya han señalado diversas etnografías realizadas en universos indígenas y campesinos, en el compartir alimentos y sustancias, no sólo se produce a la persona, sino que también se “emparienta”, se crean relaciones, se aproxima.

En un asentamiento reciente, con cuatro años de existencia, como el que fue el foco de mi análisis, y en el cual los asentados no tenían una relación previa con la tierra, compartir en esta etapa inicial una sustancia vital como el agua, a través de la circulación de botellas, establece una política de cuidado y atención del otro. Así, se pone también en movimiento un complejo engranaje de producción del lugar, siendo la consideración aquello que liga y que permite la producción común de una cotidianidad compartida. Así, este territorio ampliado de los asentamientos rurales y pueblos del oeste de São Paulo es producido día a día por este cúmulo de acciones individuales de naturaleza colectiva y por pequeños, pero no insignificantes, instantes. Al mismo tiempo, la persona, en el sentido antropológico del término, va siendo también producida por este territorio y por esta intensidad de vínculos contingentes.

Notas finales o la producción cotidiana del territorio

¿Cómo capturar la contingencia de lo social? O, parafraseando a (Mauss 2012), el aspecto vivo en el cual la sociedad y los hombres toman consciencia sentimental de ellos mismos y de su situación frente al otro. Según este antropólogo, la observación concreta de la vida social es un medio para nuevos descubrimientos. El desafío parece amplificado cuando nos enfocamos en los asentamientos rurales, pero también en pueblos y comunidades rurales cercanos, donde el movimiento, en su sentido más amplio, parece ser el principio vital, aquello que permite que la vida, especialmente la vida en común, sea posible. Esta dinámica también desafía un doble sentido común: primero, el que opone el universo rural al urbano, y, segundo, el que identifica al rural como inmóvil, quieto, una vida social considerada opuesta al universo urbano, que es visto como el lugar del movimiento, del acelere. El movimiento o, mejor dicho, la circulación de personas, objetos, afectos, cuidados y consideración, como mencionaban Silvia y Preta, sería, parafraseando al antropólogo (Malinowski 1995 [1922]), parte de una estructura de vida, la raíz crucial de la vitalidad en este mundo social.

Tomando esta reflexión como inspiración, y aquello que se me presentaba en campo como significativo para mis interlocutores, me propuse seguir un objeto en particular de gran importancia en un asentamiento rural en el oeste del estado de São Paulo: botellas de agua congelada que circulan de mano en mano en distancias cortas, y otras no tan cortas, y a diferentes ritmos y velocidades, entre vecinos dentro del asentamiento, y entre otros asentamientos, pueblos y ciudades cercanos. No estaba interesada en una aproximación a la “vida social de las cosas” como lo hace (Appadurai 1988), sino -a partir de estos objetos vitales que circulan entre los asentados- en seguir el rastro, ese transcurrir en gerundio, de la producción de vínculos, de la vida en común entre las personas y su territorio que conforma un complejo engranaje social que es constantemente actualizado en la contingencia, ese pequeño instante capturado en su devenir.

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Cómo citar: Rangel Loera, Nashieli. 2019. “De movimientos, botellas y consideración: la producción cotidiana de lo común en asentamientos rurales del estado de São Paulo, Brasil”. Revista de Estudios Sociales 70: 37-48. https://doi.org/10.7440/res70.2019.04

* Diversas reflexiones de este artículo son, por un lado, despliegues etnográficos del trabajo de campo realizado en el marco del proyecto de investigación “As Formas de acampamento” (n. de proceso 2010/02331-6), financiado bajo la modalidad joven investigador, de agosto de 2010 a julio de 2015, por la Fundação de Amparo à Pesquisa do estado de São Paulo (FAPESP), y de agosto de 2015 a julio de 2016 por la Unicamp. Por otro lado, son resultado de discusiones realizadas a mediados de 2017 en la Universidad de los Andes (Bogotá), como parte de las actividades del grupo de trabajo del Clacso (2016-2019) “Reinvenciones de lo común”. Agradezco a los alumnos e investigadores del CERES/Unicamp los aportes y comentarios realizados a la versión preliminar de este texto, en el marco de los debates del curso “Lecturas dirigidas en Antropología Social”, llevados a cabo durante el segundo semestre de 2018 en la Unicamp. Agradezco también a los organizadores de la publicación y a los evaluadores anónimos de la Revista por las valiosas sugerencias y recomendaciones.

2Me refiero a categorías locales movilizadas por mis interlocutores: acampados, asentados, representantes del Estado, etcétera.

3Elis Corrado (2017), en su tesis de maestría, menciona los diversos sentidos que han ido adquiriendo, entre los Guaraní y Kaiowá de Mato Grosso del Sur, los términos “campamento” y “retomada”. También menciona la discusión en encuentros de diversas organizaciones indígenas para llegar a un consenso de un término que sea lo menos exógeno posible. Entre los Kaiowá, por ejemplo, el término nativo Tekohárã (la tierra que está siendo, que es y que será) fue durante algún tiempo sustituido por campamento. El término “retomada” es el más utilizado por otros colectivos y grupos indígenas para denominar las movilizaciones por la recuperación de sus territorios, como es el caso, por ejemplo, de grupos indígenas del noroeste brasileño, como los Tupinamba, conforme ha sido demostrado por Fernandes Alarcon (2013).

4Desde las primeras ocupaciones de tierra, estos acontecimientos fueron tratados como “invasiones” en la prensa brasileña. En mi trabajo retomo el término nativo “ocupación”, que es el que utilizan mis interlocutores, quienes participan en las movilizaciones. En el caso del estado de São Paulo, la primera ocupación de la cual se tiene registro se efectuó en la hacienda Primavera, en la región de Andradina, en el oeste del estado. Como resultado de esta ocupación, 264 familias fueron asentadas el día 8 de julio de 1980 (Mançano Fernandes 1999). Para más detalles sobre la sociogénesis de las movilizaciones por reforma agraria en Brasil ver Sigaud, Ernandez y Rosa (2010).

5En la literatura antropológica y sociológica sobre ocupaciones de tierra y movimientos sociales rurales en Brasil se destaca el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST). Sin embargo, hasta finales de la primera década del 2000 existían más de cien organizaciones de trabajadores rurales en lucha por la tierra a nivel nacional (NERA-FCT/UNESP 2016). Trabajos recientes, como el de Rosa (2011) y Rangel Loera (2015a), han destacado otros movimientos que organizan ocupaciones de tierra. Para más información sobre la presencia de movimientos de lucha por la tierra en Brasil, por estado, ver “DATALUTA-Banco de Datos de la Lucha por la Tierra: Informe Brasil 2015” (2016).

6Barraco es como llaman a las pequeñas cabañas o casas improvisadas hechas de madera o bambú y lona negra que montan de manera temporal, una vez que se instalan en una tierra ocupada. Términos y frases de mis interlocutores se encuentran en itálicas a lo largo del texto.

7Es el caso de una investigación iniciada en mayo de 2016, “Comissão Parlamentar de Inquerito do INCRA e FUNAI”, propuesta por un miembro de la llamada bancada ruralista, que cuestiona la veracidad de procesos de distribución de tierras ya desapropiadas por el Estado. Además, fueron incriminados líderes indígenas, representantes de organizaciones de lucha por la tierra, funcionarios del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA) y de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), y colegas antropólogas que participaron en la producción de informes técnicos sobre tierras de ocupación tradicional.

8En la literatura nacional sobre el tema, asentamiento es el nombre genérico dado a las nuevas unidades de producción agrícola creadas por el Estado en beneficio de los demandantes de tierra.

9Esta relación de mutua constitución entre tierra y persona ha sido ampliamente discutida por una literatura antropológica que aborda principalmente colectivos indígenas. Strathern (2009), por ejemplo, quien es una inspiración para diversos estudios en esta área, desnaturaliza la relación entre tierra y propiedad a partir del caso de Melanesia. Otros trabajos de intelectuales indígenas también abordan la cuestión, como el de Pichinao Huenchuleo (2012) sobre el caso Mapuche, y el de Kopenawa y Albert (2015) sobre los Yanomami, para citar algunos ejemplos. Sin embargo, son pocos los trabajos recientes que han explorado esta cuestión, en el caso de poblaciones campesinas en el contexto brasileño. Entre estos, los trabajos de Pina Cabral y Silva (2013) y Micaelo (2016). Para una aproximación —a partir de otros contextos campesinos— a la producción social y material de territorios, ver Pietrafesa de Godoi y Menezes (2013), Moreira (2007); Mançano Fernandes, Welch y Gonçalves (2014) y Yie (2018).

10Entre estos estudios se encuentran los de Rapchan (1993), Lechat (1993), Bergamasco (1996), Bergamasco y Cabello (2003), Caume (2002); Martins (2003), Sparovek (2003), entre otros. A finales de la década de los 90 e inicio de los 2000 surgieron también algunos estudios sobre la dinámica de las etapas que anteceden los asentamientos, esto es, las ocupaciones de tierra y el establecimiento de campamentos. Destaco los trabajos de Mançano Fernandes (1999 y 2000), Stédile y Mançano Fernandes (1999), Meszaros (2000), Navarro (2005), Wolford (2003 y 2006), Branford y Rocha (2004) y Ondetti (2006), que se enfocaron en las organizaciones que promovían las ocupaciones de tierra, prestando especial atención al Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST).

11El artículo 184 de la Constitución brasileña de 1988 establece: “Es de competencia de la Unión desapropiar por interés social, para fines de reforma agraria, el inmueble rural que no esté cumpliendo su función social, mediante previa y justa indemnización en títulos de la deuda agraria, con cláusula de preservación del valor real, rescatables en un plazo de veinte años, a partir del segundo año de su emisión, y cuya utilización será definida por ley”. El artículo 186 define que la función social se cumple cuando “la propiedad rural atiende simultáneamente, según criterios y grados de exigencias establecidos por ley, a los siguientes requisitos: I- aprovechamiento racional y adecuado; II- utilización adecuada de los recursos naturales disponibles y preservación del medio ambiente; III- observación de las disposiciones que regulan las relaciones de trabajo; IV- exploración que favorezca el bienestar de los propietarios y trabajadores” (Senado Federal 1988, traducción propia).

12Para más información, ver Bergamasco (1996).

13Los TDA fueron creados por el Gobierno federal en 1964 y hoy en día son emitidos por el Tesoro Nacional. Al comienzo fueron pensados para financiar proyectos de reforma agraria en el país. Según la información disponible en la página del Tesoro Nacional-Ministerio de Economía, los TDA pueden ser utilizados en el sector público en las siguientes situaciones, según el decreto 578/92: a) pago de hasta 50% del impuesto sobre la propiedad territorial rural; b) pago de precios de tierras públicas; c) prestación de garantías; d) depósito para asegurar la ejecución de acciones judiciales o administrativas; e) fianza como garantía colateral de cualquier contrato de obras o servicios celebrados con la Unión, en los términos de la convocatoria de licitación (ley 8.666/93), y préstamos o financiamientos en establecimientos de la Unión, autarquías federales y sociedades de economía mixta, entidades o fondos de aplicación a las actividades rurales creadas para este fin. [Traducción propia, original en: http://www.tesouro.fazenda.gov.br/titulos-da-divida-agraria]

14La acción del Estado brasileño en la distribución de tierras en respuesta a la demanda social es definida en la constitución como “desapropiación”, diferente a expropiación, o cuando la tierra se le quita a su propietario y es devuelta al Estado sin implicar la compra de la propiedad. En Brasil, este tipo de procesos de expropiación es realizado en casos de tierras consideradas de ocupación tradicional, como las tierras indígenas, y tierras donde se encuentra explotación de mano de obra esclava.

15Los nombres de mis interlocutores son ficticios.

16Se trataba de un asentamiento reciente y con una composición socioeconómica heterogénea: treinta y cinco lotes, la mayoría de los cuales estaban habitados por familias que acompañé a lo largo de cinco años, cuando aún se encontraban en la etapa de campamento.

17Es común en los campamentos que padres o madres jubilados u otros miembros de la familia ocupen el lugar de sus hijos o parientes hasta ser indicados para un lote en un asentamiento. Es lo que llaman “guardar el lugar [guardar vaga]”. Durante este tiempo, mientras los hijos trabajan, los padres cumplen con las exigencias y tareas del campamento, y los hijos ayudan a su representante con el gasto mensual de comida, transporte, etcétera, que les permite mantenerse en el campamento. Para más detalles ver Rangel Loera (2015a).

18Esta situación de trabajo fuera del lote es común en los primeros años de asentamiento y suele cambiar cuando inician los proyectos productivos en los lotes propios.

19Es principalmente entre las mujeres que se demuestra la dosis de cuidado, de atenciones y de afecto que constituye la consideración, o se hacen comentarios sobre esta. Utilizo cuidado y afecto en este contexto prácticamente como sinónimos, aunque también el uso de esta última palabra no es aleatorio. Inspirada en el trabajo de Favret-Saada (2016), diría que afectos vinculados a la consideración son efectos reales, bombardeos de intensidades específicas que modifican la propia percepción y, por tanto, al ser, a la persona, aunque son difícilmente significables y narrables.

20Plato a base de pollo con especias y condimentos, y mezclado con arroz.

21Los autores movilizan la noción mutualidad inspirados en un trabajo reciente de Marshall Sahlins (2013), quien, para pensar un sistema de parentesco, debate también la noción de “persona”. Para este autor, un sistema de parentesco puede ser un enredo de participaciones intersubjetivas que se fundan justamente en la mutualidad del ser. Los parientes, dice Sahlins, parecen ser constitutivos unos de otros, coexisten. Si comparten las más variadas experiencias, que pueden ser de sufrimiento, dolor, alegría, etcétera, la experiencia entonces va más allá de lo individual, y el ser no es uno, sino mutuo.

Recibido: 30 de Octubre de 2018; Aprobado: 02 de Mayo de 2019

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