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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.72 Bogotá Apr./June 2020

https://doi.org/10.7440/res72.2020.07 

Temas varios

El repertorio de acción política en el ciclo de movilizaciones estudiantiles chilenas*

The Repertoire of Political Action in the Cycle of Chilean Student Mobilizations

O repertório de ação política no ciclo de mobilização estudantil chilena

Juan Sandoval** 

** Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid, España. Profesor Titular en la Escuela de Psicología e Investigador del Centro de Estudios CPMDH de la Universidad de Valparaíso, Chile. Últimas publicaciones: “Una generación ‘sin miedo’: análisis de discurso de jóvenes protagonistas del movimiento estudiantil chileno” (en coautoría). Última Década 27 (51): 225-257, 2019; “Validación de la escala de tendencias de acción política en una muestra de estudiantes universitarios chilenos” (en coautoría). Psykhe 27 (1): 1-17, 2018. juan.sandoval@uv.cl


RESUMEN

El artículo analiza las formas de acción política de jóvenes universitarios que participaron en el ciclo de movilizaciones estudiantiles surgidas en Chile en 2011. Para ello, se implementó un diseño descriptivo y analítico basado en entrevistas abiertas y análisis cualitativo. Se trabajó con participantes de diferentes formas de organización en las ciudades de Valparaíso, Santiago y Concepción. Los resultados mostraron tres formas de acción política -acción expresiva, acción de confrontación y acción violenta- y dos modos de relación y comunicación -la influencia de las nuevas tecnologías de la información y las formas de organización horizontal de los jóvenes-. Se concluye que la novedad del repertorio de acción de los jóvenes universitarios radica en su “carácter de acontecimiento”.

PALABRAS CLAVE: Acción política; Chile; jóvenes; movimiento estudiantil; protestas

ABSTRACT

This article analyzes the forms of political action taken by young university students who participated in the cycle of student mobilizations that arose in Chile in 2011. To this end, a descriptive and analytical design based on open interviews and qualitative analysis was implemented. The work carried out involved participants from different forms of organization in the cities of Valparaíso, Santiago and Concepción. The results revealed three forms of political action -expressive action, confrontational action and violent action- and two modes of relationship and communication -the influence of new information technologies and the modes of the youths' horizontal organization. It is concluded that the novelty of the action repertoire of the young university students lies in its characteristic as an “event.”

KEYWORDS: Chile; political action; protests; student movement; youth

RESUMO

Este artigo analisa as formas de ação política de jovens universitários que participaram do ciclo de mobilizações estudantis que surgiu no Chile em 2011. Para isso, foi implementado um desenho descritivo e analítico baseado em entrevistas abertas e análise qualitativa. Trabalhamos com participantes de diferentes formas de organização nas cidades de Valparaíso, Santiago e Concepción. Os resultados mostraram três formas de ação política - ação expressiva, ação de confronto e ação violenta - e dois modos de relacionamento e comunicação - a influência das novas tecnologias da informação e as formas de organização horizontal dos jovens. Conclui-se que a novidade do repertório de ação dos universitários reside em seu “caráter de acontecimento”.

PALAVRAS-CHAVE: Ação política; Chile; jovens; movimento estudantil; protestos

Introducción

En la última década hemos sido testigos en Chile de la irrupción de múltiples manifestaciones juveniles, dentro de las cuales se destacan las protestas de los estudiantes secundarios en 2006 (Bro 2011) y las movilizaciones universitarias que se vienen produciendo desde 2011 (Avendaño 2014; Guzmán-Concha 2012; Valderrama 2013) y que tienen su más reciente expresión en las manifestaciones feministas del 2018 (Richard 2018). Este ciclo de protestas, sin embargo, no constituye un hecho aislado; más bien guarda relación con otros movimientos que se han producido en Chile, como es el caso de los movimientos medioambientales y territoriales, el movimiento por las pensiones “NO+AFP” y el movimiento feminista. Igualmente, se relaciona con procesos ocurridos en otros países, como el 15M español, la primavera árabe, las protestas de Wall Street, las movilizaciones estudiantiles en Colombia o las manifestaciones por la legalización del aborto en Argentina.

Los protagonistas de este ciclo de movilizaciones son mayoritariamente jóvenes que se han distanciado cada vez más de los mecanismos de participación electoral (Arias-Cardona y Alvarado 2015), que cada día confían menos en las instituciones de la democracia representativa, y que se alejan de las formas clásicas de organización, en especial de los partidos políticos y los sindicatos (Baeza 2013; Sandoval 2012). Pero también son los protagonistas de un proceso de revitalización de múltiples organizaciones sociales, artístico-culturales y comunitarias, de carácter territorial o estudiantil (Instituto Nacional de la Juventud 2017; Zarzuri 2016), en las cuales utilizan nuevas formas de acción y participación. Al respecto, se ha propuesto que los procesos de asociatividad derivados de la participación en organizaciones de este tipo son un aspecto relevante para explicar la actividad política de los individuos (Teorell 2003), ya que, según (Kriger y Daiban 2015), los colectivos juveniles estarían dando cuenta de un proceso de repolitización que se experimentaría en los más diversos planos de la vida social.

Lo anterior nos indica que por debajo de los procesos de despolitización institucional que han vivido los jóvenes chilenos, se fueron incubando nuevas formas de ejercicio de la política, las cuales lograron adquirir visibilidad pública a partir del ciclo de movilizaciones estudiantiles del 2011, al configurarse un escenario de oportunidad en el que los jóvenes llevaron al espacio público sus formas de acción colectiva. Como propone (Aguilera 2012), las movilizaciones estudiantiles del 2011 pusieron fin a la dinámica nacional, modular y autónoma que había tenido el movimiento estudiantil chileno y dieron origen a un nuevo repertorio de acción colectiva. Así como en el movimiento 15M (Sampedro y Lobera 2014), la primavera árabe (Arditi 2012), el #OccupyWallStreet (Reguillo 2017), o los ciclos de movilizaciones de estudiantes en Colombia (Archila 2012), las protestas estudiantiles en Chile estuvieron caracterizadas por el uso masivo de las nuevas tecnologías (Valderrama 2013) y la emergencia de formas de acción-performance como los flash mobs (Ponce 2017).

Sin embargo, más allá de las descripciones disponibles en la literatura sobre estas “nuevas” formas de acción, no contamos con una lectura sobre el modo como estas se organizan y se relacionan entre sí en un nuevo repertorio de acción, y sobre cómo se articulan con las formas tradiciones de protesta del movimiento estudiantil. En este contexto, el presente trabajo se propone, en primer lugar, describir las formas de acción colectiva que jóvenes que participan en diferentes organizaciones han implementado durante las movilizaciones estudiantiles que iniciaron en Chile en 2011; y, en segundo lugar, desarrollar un marco analítico sobre el modo como se articulan estas diferentes formas de acción en un nuevo repertorio de acción política. El trabajo se centra en Santiago, Valparaíso y Concepción, las tres ciudades con mayor concentración urbana y población universitaria del país, y las que tuvieron mayor protagonismo en el activismo estudiantil de la última década.

El concepto de acción política

Algunos de los términos más utilizados en la clasificación de la acción política son convencional y no convencional. En el ya clásico trabajo de (Barnes et al. 1979), en el que se propone esta distinción, la participación política convencional se relaciona con los procesos electorales, mientras que la participación no convencional se relaciona con actos como peticiones, manifestaciones legales, daños a la propiedad o acciones violentas. Según (Sabucedo y Arce 1991), ambas formas de participación política se diferencian por el tipo de demanda que le hacen al sistema político: a través del poder constituido en la acción convencional, y por medio del enfrentamiento con la legalidad en la acción no convencional.

Si bien esta forma de clasificación ha sido puesta en discusión (Delfino, Zubieta y Muratori 2013; Sabucedo y Arce 1991; Sorribas y Brussino 2013), los resultados a nivel internacional confirman la existencia de una forma de acción política distinta a la convencional en los diferentes ciclos de manifestaciones (DiGrazia 2014; Quaranta 2012). Varios estudios han abordado estas formas de acción a través de otras nomenclaturas. Por ejemplo, se ha propuesto la idea de “prácticas no-normativas” con el propósito de identificar componentes diversos en los repertorios de acción (Tausch et al. 2011). Otros hablan de “tácticas transgresivas” para referirse a prácticas que interfieren en las rutinas cotidianas de la población o las autoridades, de modo ilegal, semilegal o incluso violento (Van Dyke, Soule y Taylor 2004). También se habla de “prácticas contenciosas” para subrayar el carácter disruptivo de estas nuevas formas de acción política (Sorribas y Brussino 2013). En nuestro caso, entenderemos estas formas de acción como prácticas directas, comprometidas con causas concretas, y cuyo objetivo son demandas específicas, que muchas veces constituyen acciones no sistemáticas, pero que implican una mayor implicación emocional por parte de sus protagonistas.

Por las características antes señaladas, estas formas de acción política han tendido a predominar en los llamados nuevos movimientos sociales de finales del siglo XX, como los feministas, ecologistas, pacifistas (Rucht 1992), y en los movimientos estudiantiles (Aranda 2000), que a través de la ocupación del espacio público instalaron una suerte de “democracia de la protesta” (Fillieule y Tartakowsky 2015). Sin embargo, a partir de la crisis de los sistemas de representación y sus modalidades de participación convencional en la mayoría de las democracias occidentales, estas formas de acción fueron aumentando su protagonismo en los llamados “novísimos” movimientos sociales, surgidos en el ciclo de movilizaciones de comienzos del siglo XXI, especialmente a partir del aumento de la influencia de las nuevas tecnologías de la información y la irrupción de nuevas formas de ocupación del espacio público (Reguillo 2017; Lugo 2017).

Como se puede colegir del “World Protests 2006-2013” (Ortiz et al. 2013), las manifestaciones y los ciclos de protestas se han intensificado en el mundo, especialmente en los llamados países desarrollados y en América Latina, conclusión que coincide con estudios anteriores (Norris 2002) y da cuenta del aumento de la legitimidad de las manifestaciones en los últimos años (Fillieule y Tartakowsky 2015). Sin embargo, más allá de los cambios cuantitativos, en este nuevo ciclo de movilizaciones estaríamos también frente a un cambio cualitativo en el repertorio de acción política, como ha quedado en evidencia en los estudios acerca del 15M (Sampedro y Lobera 2014), la primavera árabe (Arditi 2012), el #OccupyWallStreet o el #Yosoy132 (Reguillo 2017), y que desde nuestra perspectiva es una conclusión también aplicable al ciclo de protestas de los estudiantes chilenos.

En este ciclo de movilizaciones, no sólo encontramos acciones como recogida de firmas, boicots y marchas (Norris 2002), sino también nuevas prácticas políticas como la acción conectiva que posibilitan las nuevas tecnologías de la información (Bennett y Segerberg 2014), que les otorgan autonomía comunicacional e informativa a los movimientos; la generación de micro-espacios en los cuales se recrean nuevas formas de organización y comunicación como las acampadas en espacios públicos (McCurdy, Feigenbaum y Frenzel 2016); la redefinición de las lógicas clásicas de radicalización de los movimientos (Portos 2019); y las acciones performativas como los flash mobs (Molnár 2013), en las cuales se mezclan herramientas tecnológicas con prácticas expresivas de ocupación del espacio público. Es decir, estas nuevas formas de acción se caracterizan: “Por su carácter abierto, que no se circunscribe a ninguna ideología particular; por su tono festivo, en el que caben todas y cada una de las indignaciones contra el sistema; por su capacidad tecnológica, que ha convertido internet en un aliado fundamental y en un espacio de viralización eficaz” (Reguillo 2017, 56).

Lo anterior daría cuenta de una transformación de los repertorios de acción política, que corresponden a “un conjunto limitado de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas, a través de un proceso de elección relativamente deliberado” (Tilly 2002, 31). Según Tilly (2002), es en los ciclos de protesta donde la gente aprende la manera de accionar colectivamente, de modo que los actores de un lugar y un momento determinado desarrollan una cantidad limitada de formas de acción organizadas en repertorios. Precisamente, las manifestaciones de los últimos años son el contexto en el cual se han articulado prácticas tradicionales con un conjunto de formas nuevas de acción, lo que ha dado forma a un repertorio caracterizado por otras maneras de representar la protesta, en el marco de unos repertorios anclados culturalmente (Tarrow 2012). Es decir, las experiencias de movilización se constituyen en el espacio en el que se rehacen nuevas prácticas políticas.

De lo anterior se deriva una característica de estas nuevas formas de acción política: su articulación desde la “lógica del acontecimiento” (Lazzarato 2010), es decir, manifestaciones que irrumpen a pesar de que el contexto del que forman parte las define como improbables o imposibles. Son prácticas que perturban el statu quo y generan nuevas posibilidades de acción porque actúan como “pasadizos” o “conectores” entre el mundo actual y otro posible, lo que constituye nuevos modos de poner en acción formas de hacer, sentir y decir distintas a las que impone la política formal (Arditi 2012; Reguillo 2017). Desde nuestra perspectiva, este es el sello característico de los ciclos de movilización de la última década, incluido el de los estudiantes universitarios chilenos.

El caso del movimiento estudiantil chileno

El ciclo de movilizaciones estudiantiles que comenzó en 2011 en Chile se debe entender en un contexto histórico de cuestionamiento del sistema político y económico consolidado en la postdictadura (Labarca 2016; Pereda-Pérez y Howard 2015). Después de más de dos décadas de neoliberalismo en democracia, Chile vive los efectos de los altos niveles de desigualdad económica generados por la alta concentración de los recursos entre los más ricos del país (Larrañaga y Rodríguez 2014), lo que se suma a las inequidades territoriales, etarias y de género. Pero este ciclo de protestas también se debe entender en el marco de las limitaciones que ha tenido el desarrollo postdictatorial de la democracia en Chile, la cual, incluso después de los intentos por superar los enclaves autoritarios de la constitución política de 1980 (Fuentes 2012), no ha logrado procesar y resolver con éxito los conflictos ambientales, territoriales, étnicos y de género del país (Salinas 2016).

En este contexto, desde la década del 2000 se agudiza el distanciamiento de los jóvenes de la política formal y sus instituciones, lo que evidenció una crisis de sentido y legitimidad política que ha sido ampliamente descrita por la literatura sociológica chilena (Baeza 2013; Sandoval 2012; Siavelis 2016). Sin embargo, también se generaron otros procesos que en principio resultaron invisibles para la política formal, por su carácter latente, como el surgimiento de nuevas formas de organización y acción colectiva entre los jóvenes. Como describen varios autores, más allá de la política formal, durante estos años los jóvenes han construido nuevas y diversas formas de acción política a partir de sus experiencias de participación en grupos políticos, culturales, de voluntariado, y en las llamadas “tribus urbanas” (Hatibovic, Sandoval y Cárdenas 2012; Zarzuri 2016; Sandoval y Carvallo 2017). Para entender estas experiencias políticas diversas, conceptualizamos a los jóvenes como una categoría plural, en la cual se reconocen diversas subjetividades, y se evita normalizar la juventud simplemente como una etapa del ciclo de vida de los individuos. Nos referimos a la categoría juventudes, en la cual convergen distintos significados y formas de ser joven (Filardo 2018).

Son estos jóvenes de características heterogéneas los que protagonizan el ciclo de movilizaciones estudiantiles que comienza en 2011 y que se caracteriza por romper con el carácter sectorial que había tenido el movimiento estudiantil chileno en la postdictadura (Aguilera 2012). El movimiento estudiantil, al transcender las demandas particulares, se articuló a partir de la confrontación con el discurso de la mercantilización de lo social que se había naturalizado en el modelo de sociedad chileno (Sandoval 2015). Para (Labarca 2016), el movimiento estudiantil chileno representó el resurgimiento de un marco de acción colectiva que parecía perdido por los efectos de la dictadura y de una transición pactada, y su puesta en escena, a partir del 2011, logró cuestionar el carácter social del Estado en su conjunto. Lo anterior se tradujo en que el movimiento estudiantil logró rebasar los clivajes tradicionales de la política nacional (la disyunción dictadura-democracia), ampliando su capacidad de representación de demandas cada vez más transversales al sistema mercantil, e instaurando un nuevo “clivaje” en la distinción Estado-Mercado (Avendaño 2014), lo que luego se transformaría en una demanda estructural: gratuidad universal en la educación superior.

Por su capacidad de ir más allá de las lógicas tradicionales de la política, el movimiento estudiantil del 2011 puso en escena un repertorio diverso de prácticas políticas, muchas de las cuales provenían de sus formas de organización cotidiana en colectivos políticos, grupos de voluntariado o de acción artístico-cultural (Sandoval y Carvallo 2017). Nos referimos a unos repertorios en los cuales se “diversifican los espacios sociales de conflicto, [se] multiplican los conflictos que se construyen y [se] apunta a distintos destinatarios de la acción” (Aguilera 2012, 105). En este nuevo repertorio se produce una apropiación simbólico-material del espacio público a partir de manifestaciones estéticas, simbólicas y performáticas (Guzmán-Concha 2012; García y Aguirre 2014). Si bien el movimiento estudiantil chileno no recurre a las acampadas de plazas, descritas en los casos de Madrid o Nueva York, sí recurre a múltiples acciones de “ocupación” transitoria del espacio público, transformando también la calle en un “espacio intermedio” (Reguillo 2017), es decir, en un espacio en el cual el movimiento genera sus propias coordenadas espacio-temporales. De ahí que para (Paredes 2018), las marchas estudiantiles hayan tenido la capacidad de hacer una operación de inscripción performativa del espacio público.

Por otro lado, en el repertorio del movimiento estudiantil chileno también sobresale el uso masivo de las tecnologías de la información y la comunicación en las acciones de protesta (Valderrama 2013). Así, se registran “redes de confianza online” a partir del uso de plataformas como Facebook, que permitieron la vinculación de sujetos desconocidos entre sí, en torno a un objetivo común (Ponce y Miranda 2016). Estas formas de acción actuaron sobre el carácter del propio movimiento, especialmente desde el punto de vista de la convocatoria y coordinación del timing de las protestas, lo que posibilitó la emergencia de formas de acción-performance como los flash mobs, característicos del movimiento chileno (Ponce 2017). Este nuevo repertorio de acción aumentó la capacidad del movimiento estudiantil para influir en la opinión pública, cuestión que se vio refrendada por el alto nivel de apoyo ciudadano que llegó a tener el movimiento en su etapa de mayor desarrollo.

A partir de la anterior evidencia, podemos identificar varios nodos a partir de los cuales se puede analizar empíricamente el modo como se organizan estas diferentes formas de acción en el nuevo repertorio que los jóvenes chilenos ponen en juego a partir del ciclo de movilizaciones estudiantiles del 2011.

Metodología

Se realizó un estudio cualitativo con un diseño de tipo descriptivo y analítico. Descriptivo porque la investigación se pregunta por las formas de acción política de los jóvenes universitarios que participan en distintas organizaciones; y analítico, porque el estudio se propone construir un modelo comprensivo del modo como se articulan estas prácticas políticas en un nuevo repertorio de acción.

Los participantes fueron 16 jóvenes universitarios, 9 mujeres y 7 hombres, con un promedio de edad de 23,3 años (ver la tabla 1). Ningún participante era militante de partidos políticos tradicionales, y todos eran integrantes de algunas de las siguientes formas de organización:

  1. Colectivos políticos locales (CPL). Grupos de carácter plural que se proponen objetivos políticos explícitos e implementan formas de organización asociados a un territorio o a una temática específica.

  2. Colectivos políticos institucionalizados (CPI). Grupos que se proponen objetivos políticos explícitos e implementan formas de organización estables con presencia en más de un territorio. La mayoría de estos colectivos siguieron el proceso de institucionalización movimiento-partido.

  3. Grupos voluntarios (GV). Grupos que realizan acciones de ayuda y solidaridad en espacios territoriales externos a las universidades, y que mantienen una forma de organización regular y permanente en el tiempo.

  4. Grupos artístico-culturales (GAC). Grupos que realizan actividades artístico-culturales -como teatro, performance o grafitis- como medios de expresión de su politicidad.

Estas cuatro posiciones se exploraron en las tres ciudades donde se concentra la mayor cantidad de estudiantes universitarios del país: Santiago, Valparaíso y Concepción (Ministerio de Educación 2018).

Tabla 1 Participantes en el estudio 

Características CPL CPI GV GAC
Promedio edad 22,5 años 24 años 23,25 años 23,5 años
Ciudades: Valparaíso Santiago Concepción 2 1 1 1 2 1 1 1 2 2 1 1
Género: Mujeres Hombres 3 1 2 2 3 1 3 1
Total por posición 4 4 4 4

Fuente: elaboración propia.

Como técnica de producción de información se utilizó la entrevista abierta, la cual permite explorar la experiencia subjetiva de una determinada posición social, y posibilita la reconstrucción idiosincrática de las prácticas y trayectorias de unos sujetos que comparten una experiencia común (Alonso 2015). Las entrevistas se estructuraron con base en un guion abierto de conversación, en el cual se contempló la exploración de tres dimensiones fundamentales: a) la trayectoria personal del entrevistado en el grupo; b) las condiciones de funcionamiento de los grupos; y c) las prácticas políticas específicas que implementa el colectivo del cual forma parte el entrevistado, y las valoraciones subjetivas asociadas a ellas.

La convocatoria de los participantes se llevó a cabo a través de pares simétricos que actuaron como informantes claves en las distintas ciudades incluidas en el estudio. Las entrevistas se realizaron entre junio y agosto del 2015. Para facilitar el vínculo y disminuir los efectos de la asimetría etaria e institucional con los entrevistados, las entrevistas fueron realizadas por investigadores jóvenes en las universidades de los entrevistados. Las sesiones tuvieron una duración aproximada de una hora y fueron grabadas en audio, con aprobación previa y firma por parte de los participantes de una carta de consentimiento informado, en la cual se señalaban los objetivos del estudio y se garantizaban las condiciones de confidencialidad y anonimato de los participantes y los colectivos a los cuales pertenecían. Con el propósito de dar cumplimiento al protocolo ético del estudio, los testimonios de los entrevistados serán citados como ejemplos del tipo de organización a la cual pertenecen, obviando el nombre específico del colectivo en el cual participan.

Las entrevistas fueron sometidas a un plan de análisis específico. La estrategia analítica supuso, en primer lugar, transcribir de manera literal cada entrevista con el propósito de codificar los temas y subtemas de cada transcripción (​Coffey y Atkinson 2005). En segundo lugar, se ordenaron los tópicos de cada entrevista y se realizó un análisis comparativo, primero entre las entrevistas de una misma forma de organización juvenil, y, luego, de manera transversal entre todas las entrevistas. En tercer lugar, por similitud o diferencia semántica se articularon los diferentes tópicos en categorías temáticas. Finalmente, dichas categorías se analizaron desde una perspectiva discursiva, con el propósito de “interpretar lo comprendido” (Canales 2013), es decir, situando las categorías en el marco de sentido donde se producen y adquieren significado, a saber: las experiencias de participación y organización de los propios jóvenes. El producto de este ejercicio de interpretación corresponde a los ejes temáticos a partir de los cuales caracterizamos el repertorio de acción de los jóvenes, y que se presentan como resultados de esta investigación.

Resultados

A partir del análisis de los relatos de los jóvenes participantes en este trabajo, identificamos que el repertorio de acción política que estos describen se estructura a partir de tres formas de acción específica -las acciones expresivas, las acciones de confrontación y las acciones violentas- y dos modos de relación y comunicación, que actuarían como condiciones de posibilidad para que estas se articulen como un repertorio de acción (ver la tabla 2). A continuación, se presentan las principales características de cada uno de estos elementos.

Tabla 2 Componentes del repertorio de acción 

Repertorio de acción política
Formas de acción política Acciones expresivas Acciones lúdicas Performance Flash mobs
Acciones de confrontación Marchas Tomas de locales universitarios Ocupación de espacio público (velatones, cacerolazos, etcétera)
Acciones violentas Violencia inorgánica* contra la propiedad Violencia inorgánica contra las personas
Modos de relación y comunicación política Modos de comunicación y convocatoria Nuevas tecnologías de la información y la comunicación
Modos de organización Formas de organización horizontal (redes y asambleas)

*Acciones violentas que no forman parte de la estrategia deliberada de una organización política.

Fuente: elaboración propia.

Las acciones expresivas

El primer eje que podemos identificar en el repertorio de acción de los jóvenes es un conjunto de prácticas de ocupación del espacio público en las cuales predominan las dimensiones estéticas, expresivas y performáticas. Nos referimos a la presencia de formas de acción-performance como los flash mobs, es decir, formas de acción en las que un conglomerado espontáneo y anónimo de personas actúan conjuntamente en un lugar público para realizar algo inusual o notable, para luego desarticularse. Es un tipo de acción que recurre al uso de disfraces, máscaras, marionetas gigantes y carteles con ironías y dibujos que ridiculizan a las élites; son formas de acción en las cuales los jóvenes utilizan contenidos de la cultura musical y televisiva para construir la protesta como una escena. El lugar de estas formas de acción en el ciclo de movilizaciones estudiantiles queda claro en el siguiente testimonio:

[…] yo creo que el 2011 tuvo esa gracia, como de mostrarnos otras formas de movilizarse, sobre todo de darle espacio a gente que no necesariamente se sentía así ultra politizada de movilizarse y como aportar en la lucha de la movilización. Yo participé del “thriller”,(1) por ejemplo (risas) Eh [...] y había cabros [jóvenes] que no sé, que no van a asambleas, que no están ni ahí con esas formas de participar, pero que sí estaban dispuestos, sí querían hacer algo por la movilización [...] su efectividad no tiene que ver con que logran que la educación sea gratuita de inmediato, sino con que suman gente a la lucha. (Entrevista CPI)

Como se puede constatar, los jóvenes valoran el aporte diversificador de estas actividades en las movilizaciones estudiantiles, y las consideran acciones capaces de convocar a aquellos actores menos politizados. Pero también estas formas de acción se constituyen para los jóvenes en un puente que facilita el acercamiento entre sus demandas y el resto de la sociedad. Lo anterior, por dos razones fundamentales: primero, porque las acciones lúdicas y expresivas logran simplificar el mensaje político del movimiento, permitiéndoles comunicar mejor sus demandas y la convocatoria de sus actividades; y, segundo, porque este tipo de acciones establecen una conexión emotiva y vivencial con los demás integrantes de la sociedad, lo que posibilita que la ciudadanía alcance altos niveles de empatía con el movimiento:

[…] creo que finalmente lo que llegaron a hacer fue generar mayor masividad, tenían un mensaje simple, que tenía una carga ideológica muy compleja, muy grande, y que, si se utilizaba el tema de las marchas para explicarlo, como de llegar a convencerlos a todos, de pensar de una misma forma, no iba a tener la misma masividad que tuvo al final. Al simplificar el mensaje, hacer algo estéticamente más atractivo, más emotivo, se lograba que la gente llegara por lo entretenido, por lo novedoso y también porque compartían la idea general que se daba. (Entrevista GV)

Queda claro que los jóvenes recurren a esta dimensión expresiva y lúdica como una manera de escenificar una manifestación que tiene en cuenta a su público, pero no para convencerlos de un argumento complejo, sino para establecer una conexión emotiva y solidaria entre los actores de la escena y quienes los observan, porque estas formas de manifestación se realizan frente a un público y para este (Fillieule y Tartakowsky 2015). Como señala (Ponce 2017), la empatía que logró generar este tipo de acciones estuvo en la base del cambio en la valoración negativa que había tenido la ciudadanía de las manifestaciones estudiantiles.

De este modo, las acciones expresivas se presentan en el relato de los jóvenes como escenificaciones que interrumpen el orden del espacio cotidiano, a través de una acción que reviste originalidad y que se propone lograr mayores niveles de solidaridad con el movimiento. Es relevante la figura de la escena para entender este tipo de acciones, ya que su sentido radica precisamente en la capacidad de transformar lugares de la ciudad -que, por ejemplo, podrían ser la representación física del poder administrativo- en espacios creativos y transgresores (García y Aguirre 2014). De allí su carácter táctico, más que estratégico; es decir, si como (De Certeau 1999) entendemos el espacio como lugares practicados o como el resultado de un cruce de lugares en movimiento, estas acciones performáticas tendrían la capacidad de transformar en espacio los lugares geométricamente organizados de antemano, jugando, por consiguiente, con los límites de lo posible. Así, este tipo de manifestaciones se inscriben en el espacio público “para disputar sus sentidos sedimentados” (Paredes 2018, 48). Por ello, las acciones expresivas no se proponen intervenir estratégicamente en las dimensiones institucionales de la política, sino generar acciones transitorias, contingentes, que, sin embargo, son capaces de actuar en el nivel emotivo de la solidaridad, y, así, aumentar la adhesión de aquellos que como público se enfrentan a ese proceso de resignificación de ciertos lugares en espacios de creación y transgresión.

Acciones de confrontación

Un segundo eje que los jóvenes identifican como constitutivo de su repertorio de acción son los paros, las marchas y las tomas de locales universitarios, los cuales se perciben como las formas más recurrentes de la acción colectiva del movimiento social y estudiantil. Para los jóvenes, la apropiación del espacio público a través de acciones de protesta, como marchas y tomas, emerge como la estrategia definitoria de la acción colectiva del movimiento estudiantil, razón por la cual perciben como legítimas las acciones orientadas a “perturbar” el orden cotidiano. Estas formas de acción posibilitan que el movimiento establezca explícitamente un conflicto y una ruptura en la opinión pública, como queda ejemplificado en el siguiente testimonio:

[…] yo estoy a favor de las tomas y las marchas, eh […] soy una [ríe] fiel creyente de que, si el movimiento social no llega a las calles, si el movimiento social no crea una ruptura social clara, eh [...] no es el movimiento social, o sea, hay que salir a marchar y hay que crear esta ruptura dentro del cotidiano de la gente. (Entrevista CPI)

Es decir, según los jóvenes, lo que define canónicamente a una protesta estudiantil sería precisamente la ocupación de las calles y explicitar el conflicto. Y si bien los jóvenes están conscientes de los riesgos que ha supuesto cierto grado de rutinización de estas formas de acción en los últimos años, consideran que estas siguen siendo las formas de acción más importantes del movimiento estudiantil. Para los jóvenes, las marchas y otras formas de acción (velatones, cacerolazos, etcétera) actúan como manifestación de la fuerza, masividad y vitalidad del movimiento. Pero también emerge entre los jóvenes un relato específico sobre las tomas de los locales universitarios, en el marco de las movilizaciones estudiantiles:

Yo estoy de acuerdo cien por ciento con las marchas. Creo que es necesario manifestarse de una forma que ellos te vean. Que ellos vean que estás ahí, inquietos, que tienes cosas que decir. [¿Y las tomas?] Con las tomas igual, creo que es súper válida una toma, tomarse el espacio, cuando se tomaban los colegios era súper válido porque dentro de ellos igual se hacían cosas que eran para educarse ellos mismos, o sea, hacían conversatorios dentro de las tomas, se hacían foros, y es un espacio para que también los estudiantes que no están involucrados dentro de los colectivos, que no están en las organizaciones, para que vayan aprendiendo, vayan viendo las otras posturas. (Entrevista CPL)

Como se puede constatar, las tomas emergen como una forma de acción que va más allá de la pura muestra de fuerza. Actúan también en la base del proceso de reproducción del propio movimiento al constituirse en un espacio de socialización política. Allí, el proceso de la autoformación aparece como un rasgo característico del ciclo de movilizaciones de los últimos años.

El que marchas y tomas sean la base del movimiento estudiantil no es original. (Tarrow 2012) sostiene que las protestas callejeras constituyen la principal expresión no electoral de la política moderna. Del mismo modo, existen estudios que han destacado la importancia de esta forma de acción en los repertorios juveniles (Delfino, Zubieta y Muratori 2013). Los jóvenes que participaron en este trabajo destacan que el lugar de este tipo de acciones es explicitar el conflicto, de modo que su interlocutor fundamental es la autoridad. Es decir, lo que se propondría esta forma de acción política es interpelar a quienes representan la negación de aquello que se demanda, porque en ese contexto una demanda no representa una petición, sino más bien una confrontación con aquello que impide o se opone a la satisfacción de la necesidad del colectivo social. Así, su definición supone el establecimiento de un antagonismo con quien representa el poder (Laclau 2005). Para los jóvenes, las marchas y otras formas de acción, como las velatones y los cacerolazos, representan la materialización contingente de este antagonismo, pues disputan el espacio público a la autoridad y dan muestra de fuerza del movimiento estudiantil.

Acciones violentas

El tercer eje que podemos identificar en el repertorio de acción de los jóvenes son las acciones violentas, es decir, aquellas formas de acción que suponen daño a la propiedad pública o privada, o un enfrentamiento directo con otros sujetos en el marco de manifestaciones públicas. La mayoría de los entrevistados no comparten la violencia en sí misma, no le asignan un lugar entre sus formas de acción, y la evalúan como un tipo de práctica que genera efectos negativos en la sociedad y en las mismas organizaciones. Sin embargo, los jóvenes también comparten la idea de que existe cierta inevitabilidad de las manifestaciones violentas en las protestas sociales. Para la mayoría, estas formas de acción deben ser entendidas en el marco de un sistema de relaciones sociales violento, como queda ejemplificado en el siguiente testimonio:

[…] la violencia empieza desde arriba [...] violencia es esperar cuatro horas en un consultorio para que te atiendan, para que te atiendan mal y te den amoxicilina, ¿cachay? [¿entiendes?] […] eso es violencia. Violencia es que en nuestro país personas que no hagan nada ganen dieciséis millones de pesos y personas que trabajan todo el día partiéndose el lomo ganen menos de trescientas lucas.(2) (Entrevista CPL)

Los jóvenes asumen que la acumulación de los efectos de una estructura social injusta genera las manifestaciones de violencia, y despliega, con ello, una operación retórica que suspende el juicio moral sobre estas acciones al definirlas como efectos de una violencia estructural. Es decir, recurren a una hipótesis energética para explicar la violencia, sosteniendo que la acumulación de ira que genera la situación de injusticia debe ser liberada de alguna forma. De esta manera, la violencia irrumpe como la escenificación de la ruptura de la gente con el orden social, que se identifica como el causante de la frustración:

[…] si la gente tiene rabia ¿cachai? [¿entiendes?] [...] están todos llenos de ira y al final tení [tienes] que botar esa ira de alguna manera, y por eso yo creo que la mayoría de la gente está cansada, y es por eso que salen a dejar la cagá. (Entrevista GAC)

Cabe destacar que los jóvenes siempre se ubican fuera de los episodios de violencia y construyen un discurso como espectadores de otros que devienen en protagonistas de estas formas de acción. A partir de esa posición de observadores, los jóvenes elaboran una visión crítica sobre las manifestaciones de la violencia, no sólo desde un punto de vista sustantivo, sino también táctico, pues consideran que la mayoría de las veces los episodios de violencia generan un quiebre entre la ciudadanía y los actores movilizados.

De este modo, el lugar de la violencia en el repertorio de acción que describen los jóvenes es ambivalente, ya que, por un lado, se presenta como un tipo de acción que es rechazada, pero que, al mismo tiempo, se percibe como inevitable. Tal como describen (Berroeta y Sandoval 2014), los jóvenes realizan dos operaciones discursivas en este relato: por un lado, establecen una disyunción entre ellos como estudiantes y los protagonistas de la violencia; mientras que, por otro lado, suspenden el juicio moral sobre la violencia al definirla como una reacción a las condiciones estructurales, que serían su causa y justificación. Es decir, la violencia ocuparía un lugar en el repertorio de acción, pero sus protagonistas no serían los estudiantes organizados, sino más bien otros sujetos que actuarían de un modo fundamentalmente inorgánico. Siguiendo la distinción que (Žižek 2009) hace entre violencia subjetiva y violencia sistémica, diríamos que aquellos que encarnan la violencia en el repertorio de acción que describen los jóvenes representan el momento episódico de la violencia subjetiva, la cual debería entenderse en el marco del carácter objetivo de la “violencia sistémica” en la cual estos sujetos viven.

Modos de organización: horizontalidad, asamblea y redes

Un cuarto eje que aparece asociado a los repertorios de acción de los jóvenes es el de sus formas de organización. Para los jóvenes, la implementación de formas de organización en las cuales predomina la horizontalidad entre sus integrantes constituye una de las condiciones de posibilidad de sus prácticas políticas, bajo el entendimiento de que en ellas se juega la materialización de sus visiones acerca de la democracia participativa. Estas prácticas de auto-organización se expresan de diferente manera, según el nivel de formalización que tienen los colectivos. De este modo, por ejemplo, los colectivos que están en proceso de institucionalización ponen en juego estos principios en diferentes espacios y niveles, a través de la coordinación de una red de mesas de trabajo, donde, a pesar de existir una diferenciación de roles, se promueve la democracia como valor fundamental de la organización:

Nosotros tenemos una mesa nacional que se elige a través de un congreso. Además de la mesa nacional tenemos mesas regionales, por ejemplo, la sección en la que estoy yo tiene una mesa regional, y además de esa mesa regional, las distintas universidades también tienen sus propias mesas. (Entrevista CPI)

Por su parte, los colectivos y organizaciones locales o temáticas mantienen estructuras orgánicas de menor complejidad. Son grupos que prácticamente no tienen diferenciación de roles, y en los cuales se promueven las responsabilidades rotativas con el fin de potenciar a todos los integrantes del grupo. Sus reuniones son de tipo asamblea y predominan en su acción las dimensiones tácticas por sobre las estratégicas, lo que las convierte en organizaciones en constante deliberación. Así queda ilustrado en el siguiente testimonio:

Tenemos asamblea cada dos semanas: los sábados nos juntamos y discutimos los distintos temas entre todos. Ahí tiramos como el trabajo más a largo plazo, pero igual estamos acá casi todos los días, entonces también hay harto de organización de un día para otro; se va viendo la urgencia. (Entrevista GAC)

Como podemos constatar, si bien damos cuenta de organizaciones diversas, todas ellas están atravesadas por el discurso de la horizontalidad como principio organizador. En los colectivos de mayor complejidad, que deben asumir el desafío de la coordinación entre diferentes ciudades y regiones, el principio de la horizontalidad se expresa en la idea de una red de mesas interconectadas. Por su parte, en los colectivos locales y culturales, este principio se manifiesta a través de las vocerías rotativas y la deliberación de asambleas. Entre ambas formas de organización podemos encontrar diversas versiones, en las cuales el peso de la red o la asamblea varía dependiendo de los niveles de formalización de los grupos o colectivos.

De este modo, los jóvenes reivindican de diferentes maneras el valor de las relaciones horizontales en sus formas de organización, porque constituyen las condiciones básicas para poder llevar a cabo con éxito las nuevas formas de acción política que implementan (Aguilera 2012). Como describen (Sandoval y Carvallo 2017), estas formas de organización están comprometidas con el ejercicio de la democracia directa, entendida como una forma de vida y organización, más que como una pura gestión de gobierno.

Modos de comunicación y convocatoria: el impacto de las nuevas tecnologías

El quinto eje que aparece en los relatos de los jóvenes es el impacto que han tenido las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en sus repertorios de acción política, especialmente desde el punto de vista de la organización, convocatoria y coordinación del timing de las actividades, manifestaciones y protestas. Para todos los jóvenes, las llamadas “redes sociales” cumplen un rol crucial en el funcionamiento de sus organizaciones. Informan que utilizan de manera intensa estos medios para contactarse y comunicarse entre sí, y también para comunicar sus propuestas, denunciar lo que rechazan y difundir sus convocatorias y actividades a otros actores de la sociedad. Las redes sociales más utilizadas son Facebook y WhatsApp, mientras que Twitter y YouTube ocupan un lugar de menor protagonismo:

En términos generales, ahora, casi siempre nos organizamos por las redes, Facebook, WhatsApp, esa es como la forma [...] En cada reunión se hace una planificación y en la otra se dice -ya, hicimos todo esto-, se ve lo que hicimos, qué no se hizo, si se logró o no se logró y se deja el tema y se termina de coordinar por “Face” o WhatsApp para la otra sesión […] para el otro mes en este caso […]. (Entrevista CPL)

Los jóvenes tienen muy claro que las redes tecnológicas han generado una nueva forma de hacer política, pues a la hora de evaluar la incidencia de las redes en los movimientos sociales concuerdan en que el mayor valor de estas herramientas es que generan un canal de comunicación autónomo y alternativo a los medios oficiales como la televisión, los diarios y la radio. Las redes sociales les permiten a los diferentes grupos y colectivos informar aquello que sucede en su contexto inmediato y, además, reaccionar de manera contingente y oportuna a los cambios que se producen en su entorno.

[…] todo se difunde por Facebook, o sea, desde el lugar donde se va a hacer la marcha, hasta a quién agarraron detenido, cómo lo agarraron, eeeh […] se visibiliza caleta [mucho] los conflictos. Podemos tener nuestra propia manera de informar de lo que hacemos. (Entrevista CPL)

[…] como a nivel de difundir información y de poder organizarse también. Como a nivel de cómo la gente se organiza para ciertas cosas o que salen actividades de manera espontánea, intervenciones entretenidas o cosas así, yo creo que son fundamentales las redes sociales para que todo esto funcione. (Entrevista GV)

Como se puede constatar en los testimonios anteriores, las redes sociales sostienen la capacidad de respuesta de los grupos juveniles, hacen viable su flexibilidad y coordinación remota, y, así, constituyen a la distancia redes de confianza que hacen posibles acciones espontáneas (Ponce y Miranda 2016). Se convierten en herramientas cruciales en el logro de la visibilidad pública que han tenido las acciones del movimiento estudiantil.

De este modo, como describen algunos autores (Cárdenas 2014; Ponce 2017; Valderrama 2013), el hecho de que las nuevas tecnologías amplíen la extensión y eficacia de las acciones del movimiento estudiantil supone dos efectos importantes. Primero, que les dan viabilidad a sus modos de organización horizontal, y se constituyen en el espacio que hace materialmente posible el ejercicio de la democracia directa y la participación, incluso en aquellos grupos que han optado por el camino de la institucionalización como movimiento-partido. Y segundo, que las redes digitales posibilitan que los jóvenes se comuniquen de un modo directo con la ciudadanía y den a conocer sus propósitos de movilización, lo que, a su vez, permite que el movimiento no sólo logre visibilizarse e interactuar discursivamente en el espacio público, sino también ganar mayores niveles de legitimidad social.

La importancia teórica de la irrupción de las nuevas tecnologías en los modos de comunicación y coordinación de los jóvenes, es que posibilita la reconceptualización de sus prácticas como una acción política sin estructura o un movimiento sin organización (Reinghold 2004), lo que permite entender la capacidad de articulación que tienen los jóvenes, más allá de sus estructuras organizacionales, para reaccionar contingentemente a los hechos que ocurren en su realidad social. Podríamos decir que las redes digitales constituyen la infraestructura comunicacional para las formas de acción de los jóvenes, al actuar como “vectores de polinización” que politizan un espacio público en expansión (Reguillo 2017). Pero las nuevas tecnologías también cumplen un rol crucial en los procesos de institucionalización de los colectivos en grupos políticos de mayor complejidad, pues permiten mantener los valores y prácticas del movimiento original en la configuración de nuevas formas de organización (Subirats 2015).

Conclusiones

A partir de los resultados presentados en este trabajo, podemos concluir que el nuevo repertorio de acción política que se pone en juego en el ciclo de movilizaciones de los estudiantes chilenos, se constituye a partir de la articulación de prácticas específicas que se despliegan en las manifestaciones, con estructuras organizativas y de comunicación que desarrollan los colectivos y grupos que participan en ellas. Hablamos de un repertorio en el que reconocemos tres formas de acción: expresivas, de confrontación y de violencia. Estas, a su vez, se articulan en las posibilidades organizativas y comunicacionales que facilitan las nuevas tecnologías y las orgánicas horizontales y en red.

Sin embargo, cuando proponemos un nuevo repertorio de acción, no nos referimos a que los manifestantes de hoy realicen sólo actividades nuevas, en el sentido de acciones que nunca antes se hayan desplegado en el escenario de la protesta social; sino, más bien, a que las prácticas que implementan hoy responden a una nueva lógica política que actúa como marco de sentido de este repertorio de acción. La novedad de esta lógica política, en la que se mezclan la acción-performance y las manifestaciones tradicionales de la protesta con la influencia contextual de las nuevas tecnologías y las formas de organización horizontal, es que desplaza el debate teórico sobre la acción política desde el problema de sus fundamentos e identidades hacia la pregunta por sus discursos y prácticas (Sandoval 2015). Es decir, los testimonios de los jóvenes dan cuenta de una “política fluida”, en la cual se articulan de manera contingente acciones, emociones y flujos tecnológicos diversos (Lasén y Martínez 2008).

Desde esta perspectiva, lo nuevo de este repertorio de acción política es su “carácter de acontecimiento” (Lazzarato 2010). Un acontecimiento como las manifestaciones estudiantiles chilenas no se puede predecir desde la lógica de la política tradicional, ya que representa una ruptura, una discontinuidad con el orden social en el que emerge, y, por ello, necesariamente se ubica fuera de dicho orden. Si el acontecimiento fuera parte de la situación, se asimilaría a las reglas que la regulan, y, en consecuencia, nada nuevo podría emerger, puesto que las acciones del movimiento serían una secuencia más dentro del orden ya establecido. Es decir, las formas de acción expresiva, las acciones de confrontación y la propia acción violenta que se despliegan en el movimiento estudiantil no pueden ser explicadas a partir de una pura relación causal, porque, precisamente, en cuanto acontecimiento exceden las condiciones que las originan y se transforman en algo radicalmente nuevo.

Sin embargo, como categoría teórica, “el acontecimiento”, además de ser externo a la situación en la cual emerge, debe tener un lugar en ella con el fin de tener significado. Por ello, el movimiento estudiantil chileno emerge en torno a demandas que hacen sentido en el contexto de un cuestionamiento al sistema político y económico. Recordemos que una demanda no es sólo una petición o un reclamo; es una confrontación con aquello que impide o se opone a la satisfacción de nuestra necesidad como colectivo (Laclau 2005). El movimiento estudiantil del 2011 inició como una reacción sectorial ante las políticas que profundizaban la mercantilización de la educación superior durante el primer gobierno del presidente Sebastián Piñera. Sin embargo, a medida que avanzó el movimiento, esas demandas particulares se articularon en una demanda política capaz de establecer un antagonismo explícito con el orden político y económico postdictatorial (Labarca 2016; Pereda-Pérez y Howard 2015).

Esta perspectiva del acontecimiento ha sido cuestionada por algunos intelectuales y activistas, pues representaría una mirada en la cual se renuncia a la construcción de un relato general donde se pudiera inscribir estratégicamente la acción política. Es verdad que muchas de estas acciones no tienen un plan previamente diseñado; es más, las tácticas que se ejecutan son las que definen retroactivamente el plan en la mayoría de ellas (Arditi 2012). Lo anterior, sin embargo, sólo constituye una debilidad, si mantenemos una visión de la política como una acción racional que se despliega en el tiempo. Por el contrario, el caso de los estudiantes chilenos muestra claramente que en la propia práctica que enfrentó el orden establecido se fue redefiniendo lo que era posible de hacer, proponer y esperar, porque, en palabras de (Lazzarato 2010, 45), “el problema que se puede construir a partir del acontecimiento no contiene implícitamente sus soluciones, [las] que deben por el contrario ser creadas” en el propio proceso. Las marchas, los flash mobs, e incluso los episodios de violencia, no responden a una estrategia totalmente constituida antes de su ejecución, más bien son tácticas que adquieren su significado en la trama simbólica y material en las cuales tienen lugar.

En la configuración de esta trama tienen un papel crucial las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, no sólo por las posibilidades concretas de acción que permiten, sino porque, en cuanto infraestructura comunicacional, posibilitan que el nuevo repertorio de acción no dependa exclusivamente de las organizaciones intermedias tradicionales, lo que permite, a su vez, la acción conectiva entre redes de individuos en las cuales las propias herramientas tecnológicas sostienen la organización del movimiento (Bennett y Segerberg 2014). Por ello, proponemos que las redes digitales constituyen la infraestructura comunicacional para las formas de acción que desarrollan los jóvenes, dado que las manifestaciones estudiantiles, como la mayoría de los novísimos movimientos sociales, se apoyan cada vez menos en identidades colectivas previas, y cada vez más en la efervescencia tecnológica, en las comunidades de confianza online y en el deseo contingente de transgredir un orden social percibido como ilegítimo (Lugo 2017).

Por lo tanto, desde esta perspectiva, concluimos que el repertorio de acción de los jóvenes universitarios descrito en este trabajo responde a un proceso en el cual las prácticas políticas se van modificando con el transcurrir del tiempo. Así, se invierte en su configuración la relación entre táctica y estrategia, de modo que la táctica va reconfigurando la estrategia, que ya no obedece a una lógica causal, sino que emerge como un acontecimiento capaz de romper con aquello que le antecede. Aquí yace el carácter novedoso y potencialmente transformador de las prácticas políticas descritas en este trabajo por los jóvenes participantes. Tendremos que analizar los ciclos de movilizaciones estudiantiles por venir para saber si, en efecto, este nuevo repertorio de acción es capaz de constituirse en ese proceso transformador que sus protagonistas propugnan. Lo que podemos afirmar, para terminar, es que hasta ahora los jóvenes universitarios han sido capaces de interrumpir aquello que se daba por hecho en el Chile post-dictatorial, y han activado el ciclo de movilización social más significativo de las últimas décadas.

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* Este artículo presenta resultados del Proyecto FONDECYT Regular Nº 1180847, financiado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT).

1El “Thriller por la educación” fue un flash mob realizado el 23 de junio del 2011 frente al Palacio Presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile. En la actividad se reunieron más de 4.000 estudiantes vestidos de zombis, los cuales bailaron masivamente el tema musical Thriller, de Michael Jackson.

2La palabra “lucas” es un término popular utilizado para referirse al billete de mayor circulación en Chile, y cuyo valor es de 1.000 pesos (US 1,5).

Cómo citar: Sandoval, Juan. 2020. “El repertorio de acción política en el ciclo de movilizaciones estudiantiles chilenas”. Revista de Estudios Sociales 72: 86-98. https://doi.org/10.7440/res72.2020.07

Recibido: 28 de Mayo de 2019; Aprobado: 16 de Diciembre de 2019

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