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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.75 Bogotá Jan./Mar. 2021

https://doi.org/10.7440/res75.2021.04 

Temas varios

Transferencias monetarias estatales e intimidad: la dimensión moral del dinero en los hogares argentinos*

State Money Transfers and Intimacy: The Moral Dimension of Money in Argentine Household

Transferências monetárias estatais e privacidade: a dimensão moral do dinheiro nas famílias argentinas

Martín Hornes** 

** Doctor en Sociología por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Argentina. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y profesor de grado de la Universidad Nacional de José Clemente Paz, de la Universidad de Buenos Aires y de la UNSAM, Argentina. Últimas publicaciones: Las tramas del dinero estatal. Saberes, prácticas y significados del dinero en las políticas sociales argentinas (2008-2015). Buenos Aires: TeseoPress, 2020; “La monetarización de las políticas sociales argentinas”. Sudamérica: Revista de Ciencias Sociales 12: 98-125. m_hornes@hotmail.com


RESUMEN

Este artículo propone una aproximación a los significados sociales y morales que adquiere el dinero estatal en los hogares titulares de programas sociales de transferencias monetarias (TM). A partir de un trabajo de campo etnográfico realizado en barrios populares del Municipio de Avellaneda -Provincia de Buenos Aires de la República Argentina-, se realiza una aproximación cualitativa de los presupuestos de diferentes hogares, con el objetivo de demostrar que la expansión y el arraigo de los programas sociales de TM transforma las dinámicas familiares de los sectores populares. En efecto, esta situación genera nuevas relaciones de poder que se movilizan a partir de disputas sobre construcciones sociales del género e interpretaciones intergeneracionales de los significados morales que dicho dinero adquiere.

PALABRAS CLAVE: Dinero; intimidad; relaciones de poder; significados morales; transferencias monetarias

ABSTRACT

This article proposes an approximation of the social and moral meanings that state money acquires in households holding cash transfer programs (TM). From an ethnographic field work carried out in popular neighborhoods of the Municipality of Avellaneda (Province of Buenos Aires of the Argentine Republic) a qualitative approximation of the budgets of different households is carried out, with the aim of demonstrating that the expansion and rooting of cash transfers programs transforms the family dynamics of the popular sectors. Indeed, this situation generates new power relations that are mobilized from disputes over social constructions of gender and intergenerational interpretations of the moral meanings that such money acquires.

KEYWORDS: Cash transfers; intimacy; money; moral meanings; power relations

RESUMO

Este artigo propõe uma abordagem sobre os significados sociais e morais que o dinheiro do Estado adquire em domicílios com programas sociais de transferência monetária (TM). Com base em um trabalho de campo etnográfico realizado em bairros populares do Município de Avellaneda -Província de Buenos Aires da República Argentina-, é ​​realizada uma aproximação qualitativa dos orçamentos de diferentes famílias, com o objetivo de demonstrar essa expansão e enraizamento os programas sociais da TM transformam a dinâmica familiar dos setores populares. Com efeito, essa situação gera novas relações de poder que se mobilizam a partir de disputas por construções sociais de gênero e interpretações intergeracionais dos significados morais que esse dinheiro adquire.

PALAVRAS-CHAVE: Dinheiro; privacidade; relações de poder; significados morais; transferências de dinheiro

Introducción

Durante los últimos veinte años, los programas sociales de transferencias monetarias (TM) se han convertido en las principales formas de intervención social para “combatir la pobreza” en la República Argentina. Esta situación se replica a escala global. Basta con mirar las políticas sociales de los países de Latinoamérica y del mundo para encontrar un esquema que se reitera: las TM en efectivo dirigidas a los sectores pobres han reemplazado a las viejas políticas de provisión de bienes y servicios, estableciendo nuevos requisitos y condiciones en tanto formas de inclusión social y bienestar (Hornes y Magloini 2020).

De forma reciente, en el marco de una amplia agenda de investigación sobre sociología del dinero en el mundo popular, hemos reconstruido la producción social de los significados del dinero proveniente de las TM en la República Argentina (2008-2015): indagamos acerca de la multiplicidad de tramas y sentidos asociados al dinero, a través del análisis de sus significados sociales y morales tanto en los circuitos de las políticas sociales de TM, como en la reconstrucción de la diversidad de sentidos plurales públicos sobre el dinero proveniente de las TM. En el caso específico de las políticas sociales, prestamos atención a los saberes expertos en políticas sociales, a los actores locales estales involucrados en la implementación de las políticas y a las prácticas monetarias de los hogares (Hornes 2017a).

En este trabajo analizamos las transformaciones en las dinámicas familiares de los hogares pertenecientes a los sectores populares en la República Argentina (2008-2011), a partir de la expansión y el arraigo de los programas sociales de TM. Demostraremos que los programas de TM modifican la organización doméstica de los hogares titulares, al establecer jerarquías morales y relaciones de poder movilizadas a partir de disputas intergeneracionales y construcciones sociales del género.

La renovada agenda sobre los estudios sociales de la economía y los significados del dinero anima nuestra discusión. Desde la década de los años 60 hasta finales de los años 90, distintos estudios de la antropología y la sociología económica se han detenido sobre los significados y usos sociales del dinero (Bohannan 1967; Dalton 1967; Bloch y Parry 1989; Dodd 2014; Guyer 1994). Aquellos trabajos fueron pioneros en el campo de indagación sobre el dinero y tuvieron la virtud de demostrar que este incide en la construcción de nuevas formas de representación del mundo social y en las relaciones entre los actores sociales. En las últimas dos décadas, distintos teóricos pertenecientes a las corrientes económicas regulacionistas y de las convenciones han reinterpretado los significados de la moneda más allá de las nociones tradicionales de medio de pago, valor de uso, medio de intercambio y reserva de valor (Blanc 2009; Aglietta y Orlean 1998).

La aparición de la obra de Viviana Zelizer (2011), titulada Los significados sociales del dinero, propone un nuevo horizonte de investigación sobre tales interpretaciones. En sus distintos trabajos, Zelizer (2011 y 2009) expuso los múltiples significados personales, sociales y morales que pueden acompañar las transferencias de dinero. En su libro, Zelizer (2011) muestra cómo el dinero puede introducir distinciones, disputas, negociaciones y evaluaciones incluso dentro de las relaciones de mayor confianza e intimidad. De igual manera, determinados casos pueden empujar a sus participantes a establecer límites específicos para garantizar diferentes transferencias. Otros trabajos se han sumado a las indagaciones de Zelizer, los cuales resaltan la dimensión más experiencial o sensible del dinero (Dufy y Weber 2009; Maurer 2006; Guyer 2004).

También apoyamos nuestro análisis en los trabajos de Ariel Wilkis (2017), quien ha explorado con detenimiento una multiplicidad de prácticas económicas y significados del dinero en los sectores populares. Wilkis (2017) ha logrado demostrar que el dinero puede generar múltiples conexiones entre actores sociales supuestamente disímiles. En efecto, una de las premisas centrales de su trabajo es que los múltiples significados del dinero aportan elementos para explorar e interpretar concepciones sobre el orden social. Wilkis (2014 y 2017) propone el concepto de capital moral -una subespecie de capital simbólico- como un instrumento analítico conceptual que permite vincular dinero, moral y poder, para observar cómo el dinero jerarquiza moralmente a las personas y, por lo tanto, produce relaciones de poder. Wilkis destaca que los hechos monetarios permiten recuperar la pluralidad de dinámicas morales a las que se exponen las personas y sus relaciones sociales en diferentes transacciones económicas.

Seguimos esta definición de capital moral para considerar el dinero como un transporte de valores morales y como un instrumento conceptual, a partir del cual se puede observar que las personas miden, comparan y evalúan constantemente sus virtudes morales en marcos contextuales específicos (Wilkis 2015). En una serie de trabajos hemos insistido en construir una agenda de sociología moral del dinero, la cual postula que la moral y el poder no son términos mutuamente excluyentes. El concepto de capital moral ilumina esa conexión singular para mostrar cómo se despliegan las luchas y las relaciones de poder, en torno a la evaluación del cumplimiento de obligaciones sociales y al reconocimiento de virtudes morales (Wilkis 2017; Wilkis y Hornes 2017).

Con el fin de analizar la expansión de los programas de TM y el arraigo de estas nuevas tecnologías monetarias en la vida cotidiana de las familias titulares, desplegamos las aproximaciones teóricas que hemos mencionado. Utilizaremos la clave analítica de la sociología moral del dinero para pensar las nuevas relaciones de poder que configuran los vínculos familiares, con la intención de mostrar cómo los programas de TM están transformando las relaciones sociales al interior de los hogares.

Este trabajo reúne hallazgos de mi tesis doctoral (Hornes 2017a). El material que tomamos como insumo es el resultado de un trabajo de campo etnográfico realizado en un barrio popular del Municipio de Avellaneda -dentro del primer cordón del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)-, en la República Argentina, durante el período 2008-2011. La inserción al trabajo de campo se vio favorecida por mi rol como trabajador social en un programa de TM denominado “Envión”,1 durante el período 2008-2010.2

El artículo se organiza en torno a la exposición de diferentes escenas etnográficas centradas en hogares titulares de TM, las cuales permiten analizar cómo el ingreso del dinero estatal transforma las formas de organización doméstica y las dinámicas familiares. Para finalizar, reflexionaremos sobre las nuevas relaciones de poder que se configuran en los hogares a partir de disputas basadas en los significados del dinero proveniente de las TM estatales.

Generización moral del dinero y relaciones de poder

Cálculos y más cálculos

Con Miriam nos conocimos hacia fines de 2008, en el quiosco que ella tenía antiguamente en el comedor de su casa. También conocí a su marido, Ernesto, tío de uno de los adolescentes que asistía al programa Envión. La familia también incluye dos hijas mujeres, de diecisiete y trece años, y dos varones, de siete y cinco años.

Compartimos tardes de largas conversaciones con Miriam. Ella se mostraba sumamente espontánea y parecía agradarle mucho el hecho de poder dialogar sobre la economía del hogar. Más de una vez le dije que parecía “una calculadora científica”, ya que recordaba en detalle cada uno de los gastos que había realizado diariamente. “Nunca dejo de hacer mis cuentitas”, decía ella.

En 2010, Miriam se encontraba desempleada y recibía la Asignación Universal por Hijo (AUH) para la Protección Social por cada uno de sus cuatro hijos.3 Ernesto trabajaba en un lavadero de autos en el barrio Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires. Miriam aseguraba que el sueldo de su marido rondaba “entre los 70 u 80 pesos por día”. Se refería al sueldo de Ernesto como “la plata gorda”, pues, según ella, “esa es la plata que usamos para comprar todas las cosas de acá por día, para comer, para pagar los gastos”. Miriam llevaba un registro detallado de lo que gastaba por día; era algo increíble escucharla enumerar cada uno de los ingredientes de las comidas que iba a hacer, con su respectivo precio: “es que somos muchos; acá tenés que cocinar para seis. Decí que Ernesto me trae y yo armo y desarmo”.

El “armo y desarmo” de Miriam englobaba todo un conjunto de prácticas económicas sobre las cuales ella se hacía responsable. Como muchos de los hogares pertenecientes a los sectores populares, Miriam y su familia debían recurrir a distintas prácticas económicas asociadas a líneas de crédito personales para acceder, por ejemplo, a la compra de un bien mueble o de elementos de necesidad.4 Las estrategias para poder acceder a ciertos bienes muebles o de consumo recaían sobre Miriam y era ella, en consecuencia, quien debía armonizar las posibilidades objetivas con las necesidades de la familia: “de los 800 (pesos) que cobré de los créditos, tengo que pagar 200 (pesos) de la zapatilla y tengo que pagar 300 (pesos) que había sacado de ropa para las fiestas que le compré a una señora que va a La Salada”. Además de la gestión de los créditos personales, la práctica del fiado era otra de las estrategias que empleaba Miriam para comprar alimentos o “salir del paso”: “el fiado también, ¿viste? Por ahí yo saco y saco pero después no tengo para pagar. Es vivir día a día. Ahora debo estar debiéndole unos 70 pesos por semana”.

Cuando se trataba de los gastos que pertenecían al hogar o involucraban al grupo familiar, Miriam prefería hablar en singular: “ahora tengo que juntar porque ya el salario que viene no lo puedo usar para pagar créditos, porque ya tengo que comprar las cosas para la escuela”. Esta forma de hablar se basaba en la división que trazaba Miriam entre ella y su marido. Esta división obedecía a la condición que este último tenía como principal responsable del sustento económico: “porque mi marido trabaja y él no sale a ningún lado, no compra nada, él se dedica a trabajar. Trae la plata, me la pone acá, en la mesa, y me dice: ‘vos arréglate y yo me arreglo’”.

En las charlas que teníamos con Miriam, me llamaba poderosamente la atención cómo ella volvía constantemente sobre la relación entre el presupuesto del hogar, la temporalidad de la organización de los gastos y una “calculabilidad” detallada y permanente.5 En más de una oportunidad, Miriam aseguraba que “es un presupuesto, entre las cosas de la escuela, la comida y mi cabeza de noche no duerme, calcula”. Yo respondía a esa clase de explicaciones con pequeños comentarios como “sos como una economista” o le preguntaba si realmente perdía el sueño por llevar la organización del presupuesto del hogar. Miriam respondía: “hay días que calculo todo. Claro, lo que voy a gastar mañana y voy pensando, ʻbueno, a verʼ, para que mañana no me levante embolada y diga ‘andá comprar esto y lo otro’, entonces me pongo a pensar: ‘bueno, tengo esta plata’”.

Un claro ejemplo de la situación anteriormente descrita es la previsibilidad que mostraba Miriam al calcular el ingreso del dinero proveniente de la ayuda escolar6 con casi cuatro meses de anticipación. Conversábamos una tarde de mediados del mes de enero y Miriam afirmaba: “ahora lo que me va a favorecer mucho es la ayuda escolar, pero la cobro recién en abril”. Compartí con ellas mis inquietudes respecto a la forma en que podía favorecerle la ayuda escolar y el monto que recibiría, a lo cual respondió: “es una vez al año, cuando empieza la escuela. El año pasado habían pagado 750 (pesos) por cada chico. Si ahora en febrero me meto en un crédito por las cosas del colegio, yo sé que en abril yo ya cobro eso y cubro todo. Tengo que pagar; ya sé que esa plata me va a venir toda junta”.

En esta compleja tarea de organizar de los gastos del hogar, Miriam tenía una aliada incondicional, su hija mayor, Milagros: “claro ¿viste? Por ahí le digo a ella, ‘¿cuánto dejó tu papá? Fíjate y dejá algo para la noche’. Por suerte, con ella siempre hacemos todas las cuentas”. Esta alianza para organizar el dinero muestra una socialización de la construcción social del género que la madre transfiere a la hija. Como contrapartida, Miriam debía lidiar con las prácticas económicas de Ernesto y con la apreciación del resto de sus hijos, que se reflejaba en comentarios del tipo “es una rata mamá”. A ello, Miriam respondía: “no es que soy rata, economizo lo que tengo que tener. Porque Ernesto no piensa en el mañana, él piensa en hoy. Si tiene 100 (pesos) se los gasta porque no piensa en mañana”.7

La expresión “armo y desarmo”, a la que recurría Miriam para sintetizar la forma en que usaba el dinero proveniente del ingreso de Ernesto, parece dejarla aún más sujeta a una condición subjetiva y emocionalmente adversa. La supuesta libre disposición de los distintos dineros -“él trae la plata y me la pone arriba de la mesa”- obligaba a Miriam a resolver la organización del presupuesto del hogar tomando decisiones individuales sobre un conjunto de prácticas económicas que involucraban al resto de la familia. Además, en algunos casos tenía que soportar la descalificación de sus hijos y su marido -“mamá es una rata”- y transitar por momentos de mucha intranquilidad y angustia personal: “mi hija me dijo: ‘mami, ¿qué ojeras que tenés?’ Y yo le digo: ‘porque yo duermo pensando en las cuentas’”.

El “armo y desarmo” también introduce otra serie de discusiones respecto del dinero proveniente de los programas de TM. El dinero proveniente del trabajo de Ernesto es percibido por Miriam como “la plata gorda”. Esta denominación es interesante, ya que no solo remite a la diferencia cuantitativa de este ingreso con otros existentes en el hogar, sino que también introduce una clara diferenciación con respecto al “salario”, que es la categoría utilizada para referirse al dinero proveniente de la AUH. El origen diferenciado de estos dineros va dejando distintas huellas en sus significados. Para Miriam, “la plata gorda” es más significativa, lo cual se ve reflejado en sus apreciaciones de un marido que “para lo único que sirve es para trabajar”. En cambio, “el salario” tiene menor valor y significado y sólo sirve, en palabras de Miriam, “para salir del paso”. Las denominaciones utilizadas por Miriam evidencian que el significado de ambos dineros está entrelazado y que es imposible que uno exista independientemente del otro, puesto que dicho enlace es la condición que los hace posibles.

Visualizar la existencia de dineros diferenciados es también enunciar la existencia de una articulación entre significados asociados a un dinero ganado por los hombres y otro dinero gestionado por las mujeres. Mientras el dinero de los hombres proviene del trabajo, el de las mujeres es recibido a manera de subsidios estatales, dada su condición de titulares de los programas de TM y de administradoras de los ingresos que conforman los presupuestos de los hogares.

Tratar con el dinero

Patricia tiene 38 años. La conocí en el año 2009, pero por problemas personales tuvo que vivir ocho meses en la casa de su hermana, en Sarandí. Regresó a Villa Asunción cerca del mes de julio de 2010 y a mediados de enero de 2011 nos volvimos a encontrar. Ella estaba conviviendo con su novio en la casa de su suegra. Su pareja de ese momento era Marcelo, papá de Nahuel, uno de los adolescentes que participaba en el Envión. Además de Marcelo y su suegra, en la casa de Patricia vivían sus dos hijas, de ocho y cinco años de edad.

Si bien el presupuesto de la familia estaba conformado por ingresos económicos variados, en él se destacaba una fuerte presencia del dinero proveniente de TM. Patricia trabajaba tres veces por semana como empleada doméstica en una casa de familia. Cobraba $360 por mes, “o sea… nada”, aseguraba. A su vez, percibía la AUH por sus dos hijas menores y “los 80 (pesos) de ella”, como solía referirse Marcelo al dinero proveniente de la transferencia otorgada por el “Plan Más Vida”.8 Por su parte, Marcelo era beneficiario del programa “Argentina Trabaja”, por el cual recibía una transferencia de $1200 mensuales a cambio de trabajar cuatro horas diarias en las inmediaciones del barrio.9 Por último, la madre de Marcelo percibía una pensión de aproximadamente $700.

Desde que volvimos a conectarnos en enero de 2011, las visitas a la casa de Patricia y Marcelo fueron una instancia casi inevitable en la rutina diaria de trabajo de campo. Yo tenía una afinidad particular con Marcelo, relacionada con la incorporación de Nahuel al programa Envión. Además, la organización de los horarios de trabajo de Patricia y Marcelo me permitía aprovechar las mañanas para hablar con Patricia y a partir del mediodía, cuando Marcelo finalizaba su horario de trabajo en la cooperativa, incorporarlo a él también en la conversación.

Los encuentros en diferido tenían su atractivo. Cuando conversaba por la mañana con Patricia reconstruíamos todos los gastos del hogar y hablábamos de sus deseos de poder “arreglar su casita” y “darse algunos gustitos”. Pero cuando llegaba Marcelo, hacia el mediodía, la conversación entre nosotros giraba alrededor de expresiones como “arremangarse” o “cuidar el mango”. A continuación, describiré algunas de estas situaciones con el objeto de identificar las desigualdades de género que se ponen en juego al momento de definir las estrategias económicas sobre el presupuesto del hogar y las formas de denominar el uso del dinero.

En lo que se refería a la organización del presupuesto del hogar, al igual que Miriam, Patricia no dudaba en afirmar que era ella “la que maneja el dinero en el hogar. Porque sé lo que hace falta. Una más o menos sabe lo que se necesita en la casa”. Sin embargo, ese “manejo” implicaba para Patricia tener que considerar minuciosamente los ingresos que percibía y luego asignar los gastos necesarios para la alimentación, los impuestos, el cuidado de sus hijas y el añorado embellecimiento de su casa. Hablar de estos ingresos suponía mencionar las negociaciones y concesiones que Patricia debía realizar con Marcelo respecto de cada uno de los significados asociados al uso del dinero.

Para cada uno de los ingresos existentes en el presupuesto del hogar existía una clara y diferenciada denominación. Para Marcelo, el dinero que provenía de su trabajo en la cooperativa “barriendo como un burro” era “plata que se gana con el sudor de mi frente, no se puede derrochar”. Marcelo administraba personalmente ese dinero para “comprar la mercadería necesaria una vez al mes en el chino”. Sin embargo, que ese dinero fuese el producto del sudor de su frente también habilitaba a Marcelo a considerarlo como “plata de él”. Si bien Patricia no podía traspasar los límites que Marcelo le imponía respecto del dominio y uso del dinero que él percibía, ella reconocía esas instancias como un lugar desde el cual negociar el uso del dinero proveniente de la AUH: “digamos, a veces le doy y a veces no, pasa que el tipo se va a las cinco de la tarde y no vuelve hasta la una de la mañana. Ponéle, si pasa algo en ese trayecto, ¿yo cómo me manejo? Eso es lo que él no entiende”.

Al reparar en la jerarquización que realizaba Marcelo del dinero proveniente del programa Argentina Trabaja, es interesante ver la retroalimentación constante de significación que esta guarda en las apreciaciones sobre el dinero proveniente de los programas que percibía o las actividades que realizaba Patricia. Patricia percibía tres tipos de dineros distintos que aparecían claramente desjerarquizados en el presupuesto del hogar: el dinero proveniente de la AUH, el dinero que recibía a través del Plan Más Vida y el dinero que ganaba por su trabajo como empleada doméstica.

En cuanto al dinero que Patricia recibía a través de la AUH, este era percibido como “una ayuda, pero que no es mucho”. Patricia separaba ese dinero para distintos usos, entre los que ella identificaba como prioritarios, como la alimentación y el cuidado de sus hijas: “darles de comer, primero; comprar mercadería; comprar carne; pan todos los días; leche. Además, ropa, crecen los chicos: ropa, zapatillas...”. También separaba un monto menor que era claramente discriminado para algún gasto inesperado o imprevisto: “100 pesos los guardo por si tengo una emergencia, médicos, esas cosas”. En cuanto al dinero que percibía a través de la tarjeta electrónica del Plan Más Vida, era un dinero que Patricia “no considera”. De hecho, aunque Marcelo se refería a ese dinero como “los 80 (pesos) de ella”, lo cierto es que los incluía en los gastos que él mismo destinaba a la compra de mercadería: “Compro 200 pesos de carne más los 80 (pesos) de ella, son 280 (pesos) en carne”. En último lugar, Patricia identificaba el dinero que percibía a través de su trabajo como empleada doméstica como un monto inexistente, “o sea… nada”. Esta apreciación se sostenía sobre una interpretación diferenciada del dinero que ella y Marcelo percibían en relación con las actividades laborales que realizaban: “creo que si estuviera trabajando como él trabaja, con ese sueldo, sería trabajo, pero una cosa distinta es que yo estoy trabajando en casa de familia”.

Es necesario reconstruir este conjunto de significados asociados al dinero para trascender la diferencia de valor cuantitativa de los distintos dineros existentes en el hogar, para así observar cómo las desigualdades de género inciden en la construcción del significado y los usos del dinero. En este sentido, es notable la diferenciación del dinero establecida por la marca del género: el dinero que ganaba Marcelo “barriendo como un burro” no era igual al dinero proveniente de las TM, que era clasificado por el propio Marcelo como “los ochenta de ella” y que estaba destinado a la compra de alimentos u otros bienes básicos, o que era separado por Patricia para urgencias. “Con eso tratamos”, decía Patricia en el marco de nuestros primeros encuentros. Esas palabras, de alguna manera, sintetizaban la dinámica que adquiría la relación entre ambos cuando mediaban el dinero y las disputas concernientes a los distintos significados asociados a este.

Este tipo de disputas revelan determinados usos del dinero. Si bien Miriam parecía gozar de una mayor autonomía en comparación con Patricia en cuanto al manejo del dinero perteneciente al presupuesto del hogar, la realidad es que ella quedaba a cargo de la gestión de recursos escasos que la obligaban a contraer un cúmulo de deudas personales, para cubrir distintas necesidades de la familia. En el caso de Patricia, estas variables se revertían, ya que ella mostraba una explícita dependencia respecto de Marcelo en lo concerniente a la administración de los dineros existentes en el presupuesto del hogar. Patricia quería “darse un gusto”, asumir responsabilidades como las de Miriam para acceder a un crédito personal, “arreglar su casita” y así desafiar el sentido “más riguroso” que tenía Marcelo sobre el uso del dinero. Ante la imposibilidad de hacerlo y a causa de tener que lidiar con la tenencia de un dinero desjerarquizado frente a los ingresos de Marcelo, Patricia solo podía enunciar sus reclamos sobre el ejercicio de ciertas prácticas económicas a escondidas o en ausencia de Marcelo: “yo le digo: ‘papi, dale, dale, Marce…’. Pero no hay caso. Yo sé que las cosas no están para andar dándose gustos, pero bueno. Yo aprovecho cuando el patrón no está para comprar alguna cosita, comer un yogurt con las chicas”.

Ya fuera que se usara para créditos personales, para situaciones de riesgo o para incurrir en algunas prácticas económicas a escondidas, el dinero proveniente de las TM en los casos analizados aparece “marcado” (Zelizer 2011) por las tensiones morales que introducen las relaciones de género. Por un lado, hay un dinero proveniente del mundo del trabajo, al que se le asocian ciertas dimensiones morales y sobre el que se construye la identidad social del hombre como trabajador/proveedor (Eger 2013). Por el otro, el dinero de mujeres como Patricia y Miriam se inscribe en cambio en universos morales signados por la definición de una identidad social que, en términos de estatus, se sitúa de forma equivalente o complementaria a la posición demarcada por el sexo opuesto que parte de la representación de la madre como cuidadora del universo doméstico (Fonseca 2004). En estos marcos, ser las encargadas de cobrar el beneficio de la AUH las convierte en las responsables de gestionar ese dinero, pero sin descuidar en ningún momento el espacio del hogar.

Negociaciones y disputas intergeneracionales

Dineros en familia

Conocí a Erick en octubre del año 2008, cuando me incorporé al programa Envión. En ese momento, él tenía quince años y no estaba escolarizado porque había quedado libre de la escuela Nº 33, ubicada a unas tres cuadras de Villa Asunción. Dejar “libre” a un alumno era la estrategia que empleaban muchas escuelas para desvincular a algunos estudiantes que tenían problemas de comportamiento o repetían el año escolar de manera reiterada. Tal era el caso de Erick.

Puesto que el principal objetivo del programa Envión es acompañar a los adolescentes en su tránsito por el sistema educativo formal, así como evitar instancias de repitencia o abandono escolar, Erick y un grupo conformado por otros diez adolescentes que hacían parte del programa se volvieron una prioridad para el equipo de profesionales que formábamos parte del mismo. En el año 2009, ante la necesidad de escolarizar a dicho grupo de adolescentes, se incorporó un ciclo de formación denominado “Centro de Escolarización Secundaria para Adultos y Jóvenes” (CESAJ) dentro de las acciones e instalaciones del programa. Esta modalidad educativa especial -dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires- garantizaba cursar las asignaturas en el espacio físico en que funcionaba el programa Envión, con un cuerpo docente específicamente instruido para trabajar con grupos sociales vulnerables.

Erick vivía con sus padres, Otilia (51 años) y Carlitos (52 años), y sus tres hermanos, Ezequiel (veintidós años), Richard (once años) y Tiziana (seis años). Su padre, Carlitos, trabajaba en la misma fábrica de plásticos hacía aproximadamente diecisiete años, a unas diez cuadras del barrio. Otilia, oriunda de la Provincia del Chaco, se había incorporado hacía aproximadamente cuatro meses al programa Argentina Trabaja. “Ahora que empecé a trabajar mi sueldito es una ayuda… tantos años que no trabajaba”, solía decir.

Hasta mediados del 2005, Erick y su familia vivieron en uno de los pasillos de Villa Asunción, quizás el más reconocido por los vecinos, llamado por todos “el pasillo de la T” en referencia a su forma de letra “T”. Erick recordaba con añoranza la vida en la villa: “estaba re bueno, estábamos todo el día jodiendo, en la puerta, boludeando”. Cuando Erick entró al programa la familia residía en una vivienda social que les fue adjudicada en el nuevo barrio “Santo Domingo”, lindante con el partido de Lanús. A diferencia del recuerdo nostálgico que tenía Erick, Otilia rememoraba Villa Asunción como un lugar marcado por la pobreza y la privación material: “yo les digo a los chicos que hay que cuidar la casita. ¿Sabés cómo vivíamos allá? Dormíamos todos en un cuarto, con colchones que después a la mañana se levantaban para armar el comedor”.

Durante el año 2009, Otilia se la pasó corriendo detrás de Erick para “que no se le escape el tema de la escuela”. Correr detrás de Erick significaba asistir a todas las reuniones que tenían lugar en las instalaciones del programa y ocuparse de la continuidad de Erick en la nueva modalidad educativa: “yo les digo que ellos tienen que estudiar, tener su futuro. Yo allá, en el Chaco, no pude seguir estudiando, no sabes cuánto me duele. Tuve que trabajar desde muy chiquita con la caña de azúcar, me vine a trabajar jovencita a casa de familia a Buenos Aires”. En los encuentros que mantuvimos durante ese año y en todas las conversaciones que llegué a tener con Otilia, reaparecían historias relacionadas con su vida en la provincia del Chaco y, posteriormente, con “la vida en la villa”.

Con el pasar de los encuentros, Otilia y yo fuimos forjando una estrecha intimidad. Así, pude darme cuenta de la relación que existía entre sus profundas creencias religiosas, su historia de vida personal y familiar y aquellos valores sociales y morales que constantemente procuraba transmitir a sus hijos. En los dichos de Otilia siempre había un espacio para agradecer a Dios: “por mi casita, que la vamos haciendo”, “por mi trabajito en la cooperativa”, “porque gracias a Dios en tres años tengo cosas que por más que hubiese querido tenerlas, no hubiese podido tenerlas”.

Me volví a encontrar con Erick y su familia hacia fines del año 2010. Erick, próximo a cumplir los dieciocho años, “estaba como loco”, ya que hacía unos meses estaba trabajando junto con su hermano mayor “haciendo divisiones y equipamiento de oficinas en durlock”. La expresión también hacía referencia al dinero que estaba ganando: “una bocha de guita, a veces me llevo 300 pesos por día, según lo que trabajemos”. Mientras conversábamos, me mostró unas “llantas (zapatillas) Adidas” que se había comprado en el shopping de Avellaneda. La mención a su participación en el Envión no hubiese surgido de no ser porque hablé de su madre, Otilia: “uh, Tincho, mi vieja me está volviendo loco para que termine la escuela”. El encuentro fue fugaz. “Yo me las pico, Tincho, que me están esperando”, me dijo Erick, mientras me daba un abrazo y corría dando saltos para subirse a un auto.

Unos días después me acerqué a la casa de Otilia. No le sorprendió mucho mi visita, “por qué me dijo Erick que andabas por el barrio”. Desde aquél reencuentro volví a visitarla varias veces y Otilia siempre se mostró muy dispuesta para cada uno de nuestros encuentros. Cuando yo llegaba a su casa, ella dejaba todos sus asuntos pendientes para poder dialogar conmigo. Aquella disposición para la conversación, según Otilia, no era casual, sino que era una cualidad de la familia: “como familia, nosotros somos de dialogar, eso es muy lindo. Sería mucho más fácil para la gente si lo practicaran, se ahorrarían mucho”. En una de mis visitas, Otilia compartió conmigo “el acuerdo” que había hecho con Erick. Él se había comprometido a terminar el año lectivo del CESAJ: “me quería dejar la escuela del Envión, pero lo sentamos con el padre y le dijimos que él lo tenía que hacer por su futuro”.

“El acuerdo” entre Erick y Otilia estaba basado en el establecimiento de una serie de cláusulas contractuales de índoles moral y económica. Según Otilia, “Erick se endulzó porque está viendo buena plata con el hermano, pero hubo que pararle la locomotora”. Al iniciar la segunda mitad del año con un trabajo diario junto con su hermano Ezequiel, Erick quiso abandonar sus estudios y el Envión. Otilia y Carlos se opusieron a aquella situación: “lo tuvimos que convencer de lo importante que es la escuela: llegamos al acuerdo de que trabajaba en la semana, menos los dos días que tenía que ir al Envión por la escuela”. Una de las formas de convencer a Erick fue “hacerle ver todo lo que en el Envión hacían por él y lo importante que era la platita del mes: él después quiere sus zapatillas, que la camperita, la joda; todo no se puede”. Este “acuerdo” ejemplificaba, en parte, las preocupaciones económicas y morales que Otilia tenía por su familia. En cada una de nuestras conversaciones, ella mostraba un marcado interés por poder transmitirles a sus hijos valores morales que se correspondieran con la posibilidad de un futuro económico próspero:

Acá hay muchos pibes que no tienen nada en la casa para comer, pero andan re facheros. Yo siempre les digo, cuando terminamos de comer: “vayan guardando, vayan encanutando, el día de mañana se pueden comprar un terreno y pueden también edificar su casita, y ya no tienen que vivir más conmigo. Para cuando ya tengan su marido y mujer, cuando ya estén en lo suyo”.

Las conversaciones con Otilia a menudo versaban sobre su pasado chaqueño, pero ella también hablaba de la adquisición de su casa en el barrio Santo Domingo: “en el Chaco íbamos a cosechar, y la cosecha sólo servía para poder sobrevivir hasta la próxima cosecha. Acá pudimos tener una cama, mesas, sillas, una cocina, heladera; todo eso llegamos a tener”. El relato de su progreso económico y social va acompañado de la posibilidad de que sus hijos pudieran disfrutar: “ahora, acá, con la plata hay que invertir, ahora, como les digo, esto es todo para ustedes”.

Es interesante observar cómo en las expresiones coloquiales de Otilia aparecían distintos significados asociados al dinero. En los registros reaparecían “acuerdos” con Erick, consejos de inversión para el mayor de sus hijos, deseos de ascenso económico, disfrute y satisfacción, así como palabras aleccionadoras respecto al uso del dinero y su correlación con un futuro económico próspero. Otilia tenía siempre muy presente la importancia de la unidad familiar: “gracias a Dios, todos somos de pensar en invertir, aportamos un granito de arena para la casa”. A su vez, aquellos “acuerdos” o consejos de inversión tenían su carga moral, “porque, por más pobre que seas, ellos aspiran, anhelan para tener y eso es bueno. Da mucho aliento ver que la plata no se la deliran”.

La historia de Erick y su mamá Otilia permite indagar sobre algunas de las tensiones morales existentes en torno a las disputas intergeneracionales sobre los sentidos asociados al dinero. El advenimiento de la mayoría de edad y la concreta posibilidad de ingreso al mercado laboral, otorga a los jóvenes la oportunidad de acceder a un dinero proveniente del trabajo. En el caso de Erick, ese dinero establece una competencia directa con el dinero proveniente del programa Envión, lo que resulta en una desjerarquización de este último. Ante la posibilidad de obtener “una bocha de guita” en una jornada de trabajo, el acceso a la misma cantidad de dinero a cambio de cumplir con un conjunto de condiciones mensuales no suena tan atractivo. La cantidad también hace a la cualidad, ya que el dinero comienza a forjar en los adolescentes una idea de autonomía económica que se plasma en la posibilidad de acceder a ciertos bienes, como las “llantas (zapatillas) Adidas”. Otilia, por otra parte, se preocupa por reivindicar los significados asociados al estudio. Para ello, intenta agrupar detrás del estudio cualidades que rejerarquicen ciertos valores morales -la unidad familiar- y los presenta como condición necesaria para conseguir la prosperidad económica.

Buenos comerciantes

Checho, al igual que Erick, formó parte del programa Envión desde su lanzamiento. Cuando lo conocí, tenía dieciséis años. Checho y Erick compartían también la experiencia de haber participado en la modalidad educativa denominada CESAJ. A diferencia de Erick, Checho tuvo una trayectoria bastante intermitente en el Envión. Suspensiones por mal comportamiento, descuentos de beca por inasistencia o prohibiciones de ciertas actividades, fueron algunas de las sanciones que Checho tuvo que afrontar hasta que, finalmente, fue dado de baja del programa a inicios de marzo de 2010.

Checho vive con su padre. Cuando tenía tres años, su madre lo abandonó para regresar a su provincia natal, Chaco. Juan, el padre de Checho, tiene aproximadamente cincuenta años, es analfabeto, nunca asistió a un establecimiento educativo y tiene una verdulería en el barrio. El negocio está instalado en el comedor de la casa. La ventana del mismo se comunica con una de las pocas calles asfaltadas del barrio -Pergamino- y, por ende, una de las más transitadas. Desde la esquina opuesta, sobre un poste de luz, se puede ver un cartel de cartón con la leyenda “La verdulería de Juan y Checho”. La vivienda se encuentra ubicada en la zona geográfica del barrio que los vecinos llaman “Los Depa”.

Checho y su padre son sumamente conocidos en el barrio, no solo por su antigüedad como residentes y su historia como comerciantes, sino también porque forman parte de “Los Oyuela”. “Los Oyuela” son una de las familias más numerosas del barrio y tienen una trayectoria particular ligada a innumerables conflictos familiares y comunitarios, según lo manifestado por varios vecinos. Una broma recurrente para descalificar ciertas prácticas entre los vecinos consiste en atribuir al otro algún parentesco con esa familia: “que querés, si este es un Oyuela”.

Comencé a tener un contacto más frecuente con Checho y Juan a raíz de las incesantes faltas acumuladas por el adolescente en el programa y que justificaba siempre con la misma frase: “tengo que trabajar”. Al margen de la acumulación de faltas, se había notado que en diferentes oportunidades Checho irrespetó a varios compañeros y talleristas en el marco del programa, hasta que, finalmente, se decidió suspenderlo por tiempo indeterminado.

Un martes por la tarde a mediados de agosto de 2009, al considerar que Checho asistía al CESAJ en las instalaciones del programa, decidí visitar sin previo aviso a su padre. Golpee la puerta y al instante apareció Juan. La verdulería estaba cerrada. Juan me invitó a pasar: “es la hora de la siesta, así que aprovecho para ver un poco de tele”, me aclaró. Juan y yo empezamos a conversar. Abordamos, en primer lugar, el tema de la suspensión de Checho, que para Juan había pasado casi inadvertida. Él se mostraba de acuerdo con los motivos y decía, entre otras cosas, lo siguiente: “no sé por qué este pibe no aprovecha, no hay caso, mira que yo le digo”. Le recordé que la suspensión no incluía la inasistencia a la escuela, ya que uno de los principales objetivos del programa era la terminalidad educativa. Esta aclaración desembocó en una conversación sobre las reiteradas ausencias de Checho al programa. Con cierta seriedad, Juan señaló que “Checho a veces tiene que ayudar acá” y, a continuación, mencionó dos situaciones en las cuales Checho se tenía que quedar a cargo de la verdulería.

La primera de ellas se presentaba cuando Juan tenía que ir a comprar verdura al Mercado Abastecedor del Partido de Avellaneda: “como yo no tengo camioneta, a mí por 50 (pesos) me lleva tres veces por semana el de la camioneta roja que vive sobre (la calle) La Rioja. Me cobra eso porque es amigo mío hace años”. En esos casos, Checho atendía la verdulería por la mañana hasta que su papá volvía del mercado. En otras oportunidades, Juan se iba a zanjear a (Florencio) Varela: “a veces, un vecino de acá que trabaja con un político de Varela nos lleva a zanjear al costado de la autopista. Pagan 60 (pesos) el día, y cuando enganchas tres días es buena guita, y en mano”. Seguramente, las cifras que mencionaba Juan hacían una diferencia en el presupuesto del hogar. Sin embargo, antes de cerrar nuestra conversación, se ocupó de señalar que “es bueno que Checho se gane la plata trabajando, que aprenda del esfuerzo. Después, él, cuando cobra lo del Envión, se compra sus cosas, su ropa”.

Ese martes de agosto tuvo lugar uno de los pocos encuentros que pude mantener con Juan. Se intentó contactarlo innumerables veces desde el programa Envión para conversar sobre la situación educativa de Checho y sobre su participación en el programa, pero todos los intentos fracasaron. Juan justificaba sus ausencias, a través de Checho, por problemas de horarios de trabajo o aduciendo que tenía que hacer trámites. A mí, personalmente, me eludió sin muchos rodeos, incluso luego de saber sobre mí desvinculación del programa.

Volví a reencontrarme con Checho durante mi regreso al trabajo de campo, en enero de 2011. “Narigón, Narigón”, me gritó desde la puerta de su casa y verdulería, aludiendo a mi nariz prominente: “estoy laburando en el negocio, tomate unos mates conmigo”. Tomamos unos mates en la puerta de su casa, mientras algunos de los incontables “Primos Oyuela” pasaban a saludarlo o a conversar con él unos minutos. Exaltado como siempre y mientras hablaba a los gritos con sus primos, Checho me contó de manera un tanto desordenada cómo estaban sus cosas: “trabajando, Narigón, dejá a la gilada del Envión”. Esto último lo dijo para descalificar a otros adolescentes pertenecientes al programa que se encontraban a metros nuestros. “Yo estoy haciendo una bocha de plata”, aseguraba, mientras me contaba sobre sus trabajos: “un poco acá le ayudo a mi viejo, pero la posta la estoy haciendo con uno que salgo a pegar carteles”. Checho estaba trabajando en una imprenta próxima al barrio: “acá, en la imprenta de (la calle) Agüero, laburo con el padre del Damián. La onda es que salimos a eso de las cuatro de la mañana y pegamos los carteles de la publicidad donde tocan las bandas”. Bastó que preguntara sobre su papá para que me interrumpiera violentamente: “dejá ese… no me hablés, es una rata. Se va a laburar afuera y me clava acá todo el día… no me paga un mango. Se fue a hacer una changa a (Francisco) Solano”.

La situación de Checho ofrece un contrapunto interesante respecto a la situación anteriormente descrita en relación a Erick. Al comparar ambos casos, aparece un conjunto de dineros y valores contrapuestos y significativamente diferentes, que refleja lo que para cada universo familiar significan el trabajo y el estudio. En el caso de Checho, el dinero proveniente del programa Envión es desjerarquizado por su padre, Juan, quien sitúa ese dinero en un escalafón menor con respecto al dinero que se obtiene producto del esfuerzo y el trabajo. Analfabeto y sin haber recibido ningún tipo de instrucción en el marco de una institución educativa, Juan tiende a disminuir la importancia atribuida a la educación formal desde la intervención del programa Envión. Desde su perspectiva, el “esfuerzo” que conlleva el “trabajo” se convierte en el marco de valorización moral y económica. Por lo tanto, para Juan, mientras Checho perteneciera al programa debía ganarse ese dinero “ayudando” en el negocio, es decir, haciendo aquello que él considera que es un verdadero trabajo.

En cuanto a Erick, sus padres intentaban jerarquizar el dinero procedente del Envión al enaltecer los valores morales de la educación. Aquí nos encontramos con otros valores en pugna que se circunscriben al universo del trabajo. A diferencia de lo que le ocurre a Erick con su familia, Checho se siente impulsado a entrar al mundo del trabajo para obtener un dinero que, por su cualidad y cantidad, pueda competir de forma directa con el de su padre y le permita realizar sus propias evaluaciones morales y económicas. Estas evaluaciones morales y económicas que Checho incorpora a partir de la competencia con su padre es un ejemplo claro de disputa intergeneracional sobre el uso del dinero. Al dejar de lado ese dinero de “la gilada del Envión”, Checho se desprende de esos condicionamientos e ingresa a un orden en el cual le es posible reapropiarse de las clasificaciones ligadas al mundo del trabajo. “Laburando en la imprenta”, Checho puede descalificar lo que antes era una “ayuda” en el negocio que no llegaba a ser reconocida como actividad laboral: “no me paga un mango”. Nuevamente, nos encontramos con una situación en la que el dinero construye una idea específica de autonomía. Autonomía que le otorga a Checho la posibilidad de sostener una coexistencia de dineros diferentes provenientes del trabajo en el ámbito del hogar. Esto lo sitúa en una relación de competencia pareja y directa con su padre, Juan.

Conclusión: dinero, moral y poder en la vida familiar

Viviana Zelizer introdujo el concepto de monedas domésticas para referirse a distintas clases de dineros presentes en las dinámicas familiares:

[…] los hogares tradicionales consideran los fondos del ama de casa como una clase de dinero muy distinto a la asignación de los hijos o al dinero personal del marido. Se usa de una manera muy diferente, se adjudica de modos especiales y su cantidad se establece según cálculos que tienen que ver tanto con el género como con la clase social. (Zelizer 2011, 44)

Esta clasificación bien puede aplicarse a las reconstrucciones etnográficas que se expusieron en este artículo.

Al analizar los presupuestos de Miriam y Patricia encontramos un denominador común en la diferenciación de los dineros como condición necesaria para otorgarles un significado: el dinero proveniente del trabajo asociado al universo masculino es contrapuesto al dinero proveniente de los programas de TM, que se circunscribe dentro del universo femenino. En la base de esta diferenciación hay una serie de valores morales asociados, por un lado, al sacrificio y el esfuerzo en el trabajo -“barriendo como un burro”- y, por otro lado, a la reproducción y el cuidado del hogar -“arreglárselas” o “darse un gustito”-.

Los significados morales generan disputas sobre los usos del dinero. Desde los esquemas de apreciación masculinos, el dinero proveniente del trabajo debe estar claramente diferenciado para la adquisición de los alimentos o el pago de servicios del hogar. Ahora bien, desde los esquemas femeninos, al hecho de tener que lidiar con la administración de un dinero escaso para la satisfacción de las necesidades del hogar se suma todo un conjunto de prácticas referidas al manejo del dinero proveniente de las TM -“separar”, “calcular todo el día” o “gastar a escondidas”-.

Dicha dinámica interpela y reconstruye las relaciones de género. En los presupuestos de los hogares de Miriam y Patricia, la articulación entre dineros marcados como del hombre (trabajo) y de la mujer (programas de TM) condiciona un conjunto de prácticas económicas. En el caso de Miriam, hay una explícita enunciación de autonomía sobre el manejo de los ingresos y dineros circulantes en el hogar: “yo armo y desarmo”. Sin embargo, esa autonomía se desvanece ante la presencia de un dinero que lleva a Miriam a asumir individualmente la gestión de una serie de deudas familiares. En el caso de Patricia, si bien la dependencia de Marcelo respecto del uso del dinero es explícita, esta también la habilita implícitamente a contar con un margen de disimulación y maniobra para “separar” o “gastar a escondidas”.

Mostrar esta diferenciación de significados, usos y formas de circulación del dinero estatal en la esfera doméstica permite volver sobre el análisis de las relaciones de poder. Es posible interpretar a las TM como una “pieza de dinero” (Wilkis 2017) que produce y devela jerarquías morales entre los miembros de las familias: el dinero proveniente del mundo del trabajo representa una pieza de mayor jerarquía moral que aquel distribuido a partir de las políticas de TM. Al tener en cuenta que el dinero proveniente del trabajo se asocia a los hombres y el dinero recibido por TM a las mujeres, cada una de estas piezas de dineros arrastran diferentes obligaciones generizadas. Mientras que los hombres pueden jerarquizar su rol en el espacio doméstico a través del valor moral que es inherente al dinero ganado en el mundo del trabajo, las mujeres deben mutualizar el dinero que reciben como titulares de los programas sociales a un conjunto de obligaciones y responsabilidades -económicas y afectivas- de reproducción de los hogares.

Cuando analizamos la confrontación de las situaciones entre Erick y Checho y sus respectivos padres, también encontramos dineros diferenciados que entran en una relación de competencia. Estas situaciones se originan en la contraposición del dinero del programa Envión con otros dineros provenientes del trabajo y viceversa. Las condiciones que forman parte de los programas de TM -la AUH y el programa Envión, por ejemplo- generan conflictos particulares y tensiones entre las perspectivas morales de padres e hijos. Frente a la existencia de otros dineros, la ecuación de las condiciones referidas a la terminación de los estudios propuesta por los programas entra en conflicto con los valores económicos y morales del mundo del trabajo.

Casos como los de Erick y Checho muestran que las perspectivas morales de padres e hijos referidas al trabajo o al estudio tienden a jerarquizar o desjerarquizar uno u otro dinero. Según el caso específico, las evaluaciones económicas y morales conjugan valores de cantidad y significado y, al hacerlo, revelan que los sentidos plurales del dinero admiten distintas escalas de valor (Guyer 2004).10 Conviene detenerse en la cantidad y en la cualidad del dinero transferido a través de las TM y mostrar las dos caras de una misma moneda, ya que la jerarquización/desjerarquización del dinero se establece a partir de dichos atributos. En el caso de Erick, el dinero del Envión aparece desjerarquizado por su menor cuantía ante el dinero proveniente del mundo del trabajo. En el caso de Checho la desjerarquización estaba relacionada con las actividades vinculadas a su adquisición y a la imposibilidad de competir con su padre.

Cuando abordamos trabajos tradicionales del campo de las TM, suele suceder que los saberes expertos u otros agentes vinculados al circuito de las políticas públicas conciben las problemáticas de las escenas etnográficas analizadas en este artículo como eventos donde se realiza un uso indebido o erróneo del dinero proveniente de las TM. Desde la perspectiva de ciertos saberes expertos, estos eventos podrían retratar a las mujeres como “ineficientes” en el uso de los fondos provenientes de las TM. Esto sucede ya sea porque perderían la posibilidad de revertir desigualdades de género o porque se vería afectada o disminuida la acumulación de capital humano, frente a las complejas tramas de negociaciones sobre la terminación de los estudios que se da en los hogares (Hornes 2019).

El andamiaje conceptual que aquí se desplegó en torno al dinero, la moral y el poder, permite comprender cómo el dinero de las TM produce más cosas en la vida social que las dimensiones consideradas únicamente por los expertos. La expansión del dinero proveniente de las TM revela que el orden social familiar está enraizado en un orden monetario: las familias negocian el estatus y la autoridad de sus distintos miembros al lidiar con diferentes “piezas de dinero” (Wilkis 2017), que trasladan valores y jerarquías morales y que producen, por lo tanto, relaciones de poder.

Con este análisis, esperamos generar un aporte para que las TM estatales no sólo sean explicadas desde sus efectos distributivos cuantitativos, sino también desde un punto de vista cualitativo. Así, será posible interpretar qué nuevas formas de vulnerabilidad se expresan en los hogares titulares de TM, a través de la dimensión moral del dinero.

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* El artículo presenta algunos de los resultados de la tesis de doctorado en Sociología del autor, titulada “Políticas sociales y significados plurales del dinero: la producción social de las transferencias monetarias”.

1 El programa Envión estaba dirigido a adolescentes entre doce y dieciocho años que se encontraran en situación de vulnerabilidad social, con el objetivo de que finalizaran sus estudios secundarios y participaran —a contra turno de la escuela— en talleres de apoyo escolar, capacitación y oficios. Bajo la condición de cumplir con estos requisitos, los adolescentes beneficiarios recibirían un estipendio mensual, en forma de beca, que ascendía a la suma de $150 (para la época, un valor aproximado a USD 49). Véase Hornes (2017b).

2Con el fin de conservar la identidad y la confidencialidad de las personas que me otorgaron su confianza e hicieron parte de la investigación, reemplazaré con nombres ficticios las identidades de las personas y los territorios donde se desarrolló el trabajo etnográfico.

3Se trata del programa de TM más relevante de la República Argentina, bajo dependencia directa de la Agencia Nacional de la Seguridad Social (ANSES), destinado a trabajadores informales, desocupados o titulares de programas sociales. Su objetivo es garantizar una asignación familiar similar a la que perciben los trabajadores registrados. Véase Hornes y Maglioni (2020).

4Lapavitzas (2009) sostiene que ante la crisis económica mundial acaecida entre los años 2008 y 2009, la banca desplegó nuevas estrategias de búsqueda de ganancia a través de la proliferación de medios de créditos (difusión de tarjetas y créditos personales) destinados, principalmente, al consumo de los hogares. Para trabajos etnográficos que retoman esta perspectiva en relación a los hogares de sectores populares, se pueden consultar: Ossandón (2012), Muller y Vicente (2012) y Muller (2009).

5El concepto de calculabilidad es planteado por Michel Callon (1998) para discutir con aquellas definiciones económicas que se refieren a los mecanismos de cálculos como estrictamente racionales. En contraposición, el autor afirma que los marcos de calculabilidad se generan y reproducen en las relaciones sociales de acuerdo a la interrelación de una serie de elementos: la información que poseen los agentes, sus esquemas de percepción y apreciación y las herramientas o recursos con los que cuentan. Magdalena Villarreal (2010) retoma dichas conceptualizaciones para aplicarlas al análisis de la economía desde una perspectiva de género en las comunidades rurales mexicanas.

6Me refiero al Programa de Becas extraordinarias, financiado por el Fondo Provincial de Becas Extraordinarias de la Dirección General de Cultura y Educación, del Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Para más información, se puede consultar la guía de programas sociales en: http://servicios.abc.gov.ar/servicios/requisitos_esc_anual.pdf

7Podemos apreciar aquí lo que Isabelle Guérin (2010) y Pascale Absi (2009) denominan la dimensión sexuada de la moneda: un conjunto de derechos y obligaciones que recaen sobre los usos del dinero y que se sustentan sobre construcciones sociales que naturalizan calidades altruistas de la mujer.

8Creado en 1994, el “Plan Más Vida” consistió en una intervención nutricional materno-infantil basada en la entrega diaria de leche y una canasta de alimentos a familias pobres de la Provincia de Buenos Aires. A partir de marzo de 2008, el Plan Más Vida introdujo un sistema de pago de un subsidio no remunerativo a las familias beneficiarias, a través de la entrega de una tarjeta electrónica destinada exclusivamente a la compra de alimentos. Véase Dallorso (2010).

9Se trata de un programa de TM, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación Argentina, basado en una contraprestación laboral que los titulares cumplen en las localidades donde residen, bajo supervisión de las autoridades municipales. Desde 2015 se lo conoce como el programa “Hacemos Futuro”. Véase Hornes y Maglioni (2020).

10En su libro Marginal Gains, Jane Guyer (2004) explica cómo el dinero puede ser considerado como algo más complejo que cantidades ordenadas en forma continua e introduce una discusión sobre la relación entre diversas escalas de valor, usos y sentidos sociales del dinero.

Cómo citar: Hornes, Martín. 2021. “Transferencias monetarias estatales e intimidad: la dimensión moral del dinero en los hogares argentinos”. Revista de Estudios Sociales 75: 30-41. https://doi.org/10.7440/res75.2021.04

Recibido: 14 de Abril de 2020; Aprobado: 02 de Julio de 2020

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