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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.76 Bogotá abr./jun. 2021  Epub 07-Abr-2021

https://doi.org/10.7440/res76.2021.04 

dossier

Migración, degradación ambiental y percepciones del riesgo en la cuenca del río Reconquista (Buenos Aires, Argentina)*

Migration, Environmental Degradation, and Risk Perceptions in the Reconquista River Basin (Buenos Aires, Argentina)

Migração, degradação ambiental e percepções do risco na bacia do rio Reconquista (Buenos Aires, Argentina)

Victoria Castilla** 

Santiago Canevaro*** 

María Belén López**** 

** Doctora en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), México. Investigadora y docente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad Nacional de San Martín y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Últimas publicaciones: “Cuidados paternos en barrios pobres de Buenos Aires, Argentina”. Revista Publicar 18 (29): 56-76, 2020; “Violencias, amor y cuida-dos maternos en mujeres pobres de Buenos Aires”. Etnografías Contemporáneas 6 (10): 132-153, 2020. vickycastilla@yahoo.com.ar

*** Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Investigador y docente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad Nacional de San Martín y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Últimas publicaciones: Como de la familia. Afecto y desigualdad en el trabajo doméstico. Buenos Aires: Prometeo, 2020; “Nostalgias, ansiedades y ambivalencias en un contexto de ampliación de derechos. Los empleadores del servicio doméstico en la ciudad de Corrientes”. Revista Población y Sociedad 26 (1): 32-59, 2019. sancanevaro@gmail.com

**** Licenciada en Antropología Social y Cultural por la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Becaria doctoral en el International Development Research Center (IDRC)-Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Últimas publicaciones: “Un análisis sobre la seducción y el acoso en la universidad (San Martín, Argentina)” (en coautoría). Revista Punto Género 12: 48-72, 2019; “Las consejerías territoriales como espacios de decisión colectiva. La organización de las mujeres frente al embarazo no deseado y la violencia de género” (en coautoría). Revista Papeles de Trabajo 22: 126-141, 2018. lopez.belen87@gmail.com


RESUMEN

Los impactos del cambio climático son extensivos a distintas poblaciones con entornos variados. Sin embargo, sus repercusiones y mitigación adquieren diversas formas dependiendo tanto de las condiciones geomorfológicas de la zona afectada, como de los entramados socioambientales que allí se desenvuelven. A partir de una investigación etnográfica realizada entre los años 2017-2019 sobre una población migrante rural que reside en una zona urbana marginalizada en la cuenca del río Reconquista (General San Martín, Buenos Aires, Argentina) -donde se ubica uno de los basurales a cielo abierto más grandes de Latinoamérica (Ceamse)-, indagaremos por la relación entre las nociones de riesgos y las perspectivas ambientales socialmente situadas, considerando las experiencias y acciones tendientes a generar bienestar de quienes habitan esos territorios.

PALABRAS CLAVE: Buenos Aires; cambio climático; migración; riesgo ambiental situado; vulnerabilidad urbana

ABSTRACT

The impacts of climate change are extensive and affect different populations with varied environments. However, their repercussions and mitigation take on different forms depending on the geomorphological conditions of the affected area, as well as the socio-environmental networks that operate there. Based on an ethnographic research conducted between 2017-2019 on a rural migrant population residing in a marginalized urban area in the Reconquista River basin (General San Martín, Buenos Aires, Argentina) at the site of one of the largest open-air landfills in Latin America (Ceamse), we will investigate the relationship between notions of risk and socially situated environmental perspectives, considering the experiences and actions aimed at enhancing the well-being of those who inhabit these territories.

KEYWORDS: Buenos Aires; climate change; migration; situated environmental risk; urban vulnerability

RESUMO

Os impactos da mudança climática são extensivos a diferentes populações com ambientes variados. No entanto, suas repercussões e mitigação adquirem diversas formas que dependem tanto das condições geomorfológicas da área afetada, quanto das estruturas socioambientais que ali se desenvolvem. A partir de uma pesquisa etnográfica realizada entre 2017-2019 sobre uma população migrante rural que reside numa zona urbana marginalizada na bacia do rio Reconquista (General San Martín, Buenos Aires, Argentina) - onde se localiza um dos maiores lixões a céu aberto da América Latina (Ceamse) -, indagaremos pela relação entre as noções de riscos e as perspectivas ambientais socialmente situadas, considerando as experiências e as ações que tendem a gerar bem-estar para quem habita esses territórios.

PALAVRAS-CHAVE: Buenos Aires; migração; mudança climática; risco ambiental situado; vulnerabilidade urbana

Introducción

El cambio climático es un problema de escala global con consecuencias a escala local (OACDH 2017; ONU 2000 y 2015), que afecta desigualmente a los distintos grupos y territorios (Gudynas 2004; Martínez Allier 2007; Liu et al. 2019)1 y que incide en las dinámicas migratorias (OIM 2017; IDMC 2015; Black et al. 2011). Las poblaciones más perjudicadas son aquellas que residen en asentamientos informales, mayoritariamente en las márgenes de cursos de agua, como las que son objeto de este estudio. En general estas poblaciones viven en condiciones de extrema pobreza y están expuestas a una alta degradación ambiental, problemáticas que se refuerzan mutuamente (Besana, Gutiérrez y Grinberg 2015). Los sectores empobrecidos del campo y de la ciudad se ven obligados a establecerse en tierras con poco o nulo valor comercial, sobre todo en áreas inundables y expuestas a la contaminación ambiental de diversos orígenes: por derrames industriales, descargas cloacales, basurales a cielo abierto y cursos de agua degradados (Curutchet, Grinberg y Gutiérrez 2012). Por otra parte, la inadecuada provisión de servicios ambientales básicos agrava aún más las condiciones ambientales presentes en los asentamientos informales (Besana, Gutiérrez y Grinberg 2015).

Esta asociación entre pobreza y riesgo ambiental se correlaciona con la expansión de los asentamientos en los grandes conglomerados urbanos en las últimas décadas. En Argentina, desde 1980 comenzaron a observarse nuevos asentamientos ubicados en el primer cordón del Área Metropolitana de Buenos Aires (en adelante, AMBA), producto de los procesos de segregación urbana y exclusión social, económica, simbólica y política (Álvarez 2005). Si bien el cambio climático, combinado con las altas tasas de urbanización, tiene serias consecuencias en el ambiente y en la subsistencia de las personas, en este texto nos focalizamos en las relaciones de ambivalencia y tensión que grupos sociales vulnerables establecen con el entorno ambiental, a partir de la recuperación de trayectorias, experiencias y sentidos colectivos que enmarcan sus cursos de vida en contextos de vulnerabilidad.

Los asentamientos donde residen estos grupos se erigen sobre terrenos periurbanos, descampados, baldíos, cañaverales, lagunas o cauces de ríos que, en muchas ocasiones, fueron rellenados por los mismos habitantes con el fin de construir sus viviendas, veredas y calles, moldeando así el paisaje con un trazado urbano y disponiendo sectores para espacios de uso común. Se caracterizan por presentar trazados urbanos regulares, planificados y con perspectivas de mejora a corto y mediano plazo (Cravino 2001; Svampa 2018), y también por involucrar modos de organización colectiva con el fin de reclamar al Estado la posibilidad de formalizar la tenencia y ocupación de las tierras a través de su compra. De este modo intentan evitar quedar adscritos a las estigmatizaciones que trae aparejadas el término villa, asociado a zonas de pobreza y exclusión, y cuyos residentes suelen ser socialmente sospechosos de desviaciones sociales, marca que les restringe su vida laboral, escolar y el ejercicio de la ciudadanía (Cravino 2001).

El Área Reconquista (en adelante, AR), donde se realizó la investigación que dio origen a este texto, se caracteriza por la presencia de diversos conglomerados ubicados sobre la cuenca del río homónimo, cuyos afluentes provienen de zonas de industrias tanto agropecuarias como metalúrgicas.2 Actualmente, estas industrias, en conjunto con las descargas cloacales y la instalación del relleno sanitario del complejo de Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (en adelante, Ceamse) Norte III, son las principales fuentes de contaminación del río Reconquista (Busnelli 2019). Ceamse es el relleno sanitario más grande del país y recibe aproximadamente 18.000 toneladas de residuos diarios, provenientes de todo el AMBA. Sobre estos terrenos -caracterizados por su alta contaminación- los/as habitantes -en su mayoría migrantes- idearon y construyeron calles, viviendas y espacios públicos (Álvarez 2005).3

Desde los inicios, estos espacios fueron conformándose como entramados socioambientales atravesados por sentidos, experiencias y moralidades vinculados a las consecuencias del cambio climático en la zona, en particular, a las olas de calor y las inundaciones, cada vez más frecuentes, así como por la contaminación, los escasos recursos, la poca presencia de las burocracias del Estado y los vínculos sociales entablados en los asentamientos. Siguiendo las narrativas de los hombres y las mujeres entrevistados/as en esta investigación, la construcción de sus comunidades y viviendas en estos entornos altamente contaminados -como es el caso del AR- es entendida como una mejora en las condiciones de vida y de bienestar, en la que intervienen los saberes y experiencias obtenidos en los lugares de origen de las poblaciones migrantes. De esta manera, la migración contribuye a las estrategias de adaptación en tanto incrementa las posibilidades de acción. En este proceso de adaptación al área de la cuenca del río Reconquista, se fueron delineando los sentidos atribuidos a lo potencialmente dañino, lo que permite entender los problemas del entorno como riesgos ambientales socialmente situados y definidos en estrecha relación con los agentes que los habitan (Douglas 1973). Los peligros cotidianos en entornos medioambientales altamente contaminados se inscriben en contextos y prácticas sociales específicas, pero no homogéneas. Las diversas perspectivas y percepciones del riesgo de los actores pueden variar según la trayectoria migratoria, las coyunturas y experiencias sociales, las identidades genéricas, entre otras.

Partiendo de una investigación cualitativa de tipo etnográfico realizada entre los años 2017 y 2019 sobre los riesgos ambientales situados y las dinámicas barriales asociadas a estos, en este texto describimos y analizamos la relación entre las nociones de riesgos y las perspectivas ambientales socialmente situadas, considerando las experiencias y acciones tendientes a generar bienestar de quienes habitan esos territorios. En particular, abordamos los modos en que dicha relación se vincula con: a) las experiencias migratorias rural-urbanas; b) las percepciones de los residuos como recursos o como basura; y c) las lógicas de cuidado enmarcadas en prácticas comunitarias situadas. Sostenemos que las nociones de riesgos ambientales en los asentamientos pobres, precarios o vulnerables se encuentran moldeadas por las lógicas de provisión de bienestar, en particular, aquellas relativas al acceso a la tierra y a la vivienda. Este entramado de sentidos y experiencias de riesgo y bienestar da forma al asentamiento, a las redes sociales que allí se conforman y a las subjetividades.

En el estudio se utilizó una metodología etnográfica, basada en el trabajo de campo en asentamientos marginales, pobres o vulnerables del AR, y dentro de la cual se desarrollaron técnicas cualitativas. Estas técnicas se diferenciaron de acuerdo con las etapas de la investigación. Durante la primera, se llevaron a cabo la aproximación y la identificación de interlocutores/as en el barrio vinculados/as a la problemática a abordar. En esta instancia se realizaron doce entrevistas abiertas que tuvieron como índices temáticos las categorías que operacionalizan los objetivos de la investigación, entre ellos, las trayectorias biográficas y migratorias, las lógicas de cuidado, las nociones y estrategias en el manejo de los residuos y la historia del barrio y su relación con el basural. Se realizaron observaciones -con esos mismos ejes- en instituciones barriales (comedores, bibliotecas, centros de día), en instituciones estatales (centros de salud, escuelas y jardines de infantes) y en ONG. Durante la segunda, se llevaron a cabo diecisiete entrevistas semiestructuradas a residentes que cumplieron con los criterios de inclusión y considerando los ejes de indagación de la etapa previa.

Tanto para los cuestionarios como para las entrevistas se contó con un consentimiento informado en el cual se explicitaban los objetivos de la investigación y la metodología utilizada, así como se aclaraba su carácter anónimo, voluntario y confidencial. Por tal motivo, a lo largo del texto no se emplean los nombres reales de los entrevistados y se ha borrado todo rasgo que pueda identificarlos directa o indirectamente, entre ellos, el nombre del barrio, de centros barriales, de centros de salud u otros. Con este propósito, crearemos un barrio tipo que aúne las características de los asentamientos de la zona y que provea un contexto fidedigno a las experiencias y significaciones de las personas que serán analizadas. Las entrevistas fueron grabadas o registradas en notas de campo cuando la grabación no fue posible, así como también los resultados de las observaciones. Los textos obtenidos de las entrevistas y las notas de campo fueron estudiados de acuerdo con las técnicas de análisis de contenidos por categorías e indicadores.

Riesgo situado y bienestar

La idea de que el riesgo varía según la estructura social, las instituciones, los valores y los sistemas de creencias fue considerada por primera vez por Mary Douglas (1992) en su crítica a los estudios psicológicos de la percepción del riesgo. Para la autora, las formas en que las personas entienden y reaccionan a diversos riesgos dependen de las propias concepciones de este, las cuales están culturalmente atravesadas por valores y creencias socialmente inscritas. Desde la perspectiva de Douglas, el riesgo no es un ente material objetivo, sino una elaboración, una construcción intelectual de los miembros de la sociedad que permite evaluaciones sociales de probabilidades y de valores.

Este carácter relacional del riesgo permite plantear preguntas teóricas y prácticas sobre por qué y cómo algo se considera un riesgo. Una comprensión relacional de este, en tanto enmarcado dentro de sistemas sociales humanos establecidos convencionalmente y de naturaleza simbólica, supone la existencia de diversos modos específicos de cognición vinculados con el riesgo, culturalmente ubicados e inscritos en prácticas sociales concretas (Rappaport y Dover 1996). De esta manera, se lo considera como un producto de la cognición situada que postula una asociación de riesgo entre un objeto de riesgo y un objeto en riesgo. Boholm y Corvellec (2011) revelan la importancia de las configuraciones cambiantes de sentido para explicar que los objetos de riesgo, los objetos en riesgo y las relaciones de riesgo no tienen una naturaleza ni un orden predefinidos. Para los autores, un objeto se convierte en un objeto de riesgo solo en relación con un objeto en riesgo. Recíprocamente, un objeto en riesgo emerge solo en conjunción con un objeto de riesgo, a través de un mecanismo causal -esto es, una conexión contingente de riesgo que los une-. Objetos de riesgo, objetos en riesgo y relaciones de riesgo no se construyen una por una, sino simultáneamente. Su identidad es relacional en el sentido de que está codeterminada y es variable en cada contexto social.

La contribución distintiva de una teoría relacional del riesgo nos invita a usar esta deconstrucción tripartita para analizar cómo individuos y grupos construyen redes semánticas que comprenden objetos en riesgo, objetos de riesgo y relaciones de riesgo, y cómo estas evolucionan con el tiempo. Asimismo, ofrece un marco para examinar de qué forma las personas producen, elaboran y actúan en sus vidas cotidianas, considerando las categorías y clasificaciones que son utilizadas para interpretar, producir y compartir información, y que implican análisis, abstracciones y esquemas conceptuales vinculados al riesgo.

Categorías nativas como peligro, daño o víctima, entre otras, están sujetas a reformulaciones y reevaluaciones habituales del grupo social. Además, la comprensión del riesgo puede oficiar de guía para la acción, y crear, a su vez, otras situaciones en las que una nueva comprensión de este puede desarrollarse y generar redes semánticas de significados incrustadas y, por lo tanto, cambiantes. Estas transformaciones se basan en la propia definición de riesgo como construcción epistémica que sirve para categorizar objetos externos y asociarlos con otros objetos, según lo que sabemos y creemos sobre las causales potencialmente dañinas. Así, estos entramados de sentidos atribuidos a las relaciones, objetos y sujetos se enmarcan en contextos macroeconómicos, sociales y culturales que los moldean. Es por eso que en los barrios pobres, marginales o vulnerables los riesgos no pueden pensarse por fuera de las constricciones cotidianas a las que se enfrentan las personas y a las estrategias que movilizan para contrarrestarlas.

A la desigualdad y la vulnerabilidad social características de los asentamientos del AR hay que sumarles los costos ambientales, producto de la contaminación, que deben enfrentar los hogares por residir en áreas degradadas, situación subvalorada en las estimaciones y caracterizaciones de pobreza (Chambers 1995). Como señala Merlinsky (2006), la vulnerabilidad social y el riesgo ambiental se relacionan a partir de la consideración de la distribución social del riesgo. Así, un riesgo es siempre un peligro de algo (a veces natural, a veces económico, a veces social) para alguien en una determinada red social, que implica un orden moral individual (Douglas 1992) y otro de Estado y de gubernamentalidad (Foucault 1991).

En particular, la contaminación ambiental es inherentemente incierta, lo que incluye enmascaramiento del peligro, su recesión y su normalización, así como también trabajos relacionales y colectivos. El conocimiento y la ignorancia de la contaminación y de sus efectos en la salud son siempre sociales y políticamente construidos y disputados -reconstruidos y refractados- por todo tipo de actores y actrices (Swistun 2014). En relación con lo anteriormente señalado, en este texto proponemos analizar la perspectiva de las personas sobre las experiencias y sentidos locales del riesgo, las necesidades y el bienestar, y las prácticas que resultan o no aceptables al respecto. Ponemos el foco en las formas en que el riesgo es percibido, no en sí mismo sino vinculado con otros fenómenos como la pobreza, la precariedad, las necesidades y los criterios de bienestar.

Así, las definiciones de riesgo que realizan las mujeres y hombres entrevistados/as residentes en el AR son entendidas como operaciones cognitivas que cobran sentido en las propias realidades cotidianas de los barrios pobres y vulnerables. Siendo estas definiciones de riesgo resultados cognitivos socialmente situados, es indispensable profundizar en las lógicas de las prácticas y experiencias presentes en las vidas cotidianas de las personas y los barrios. Es decir, estas definiciones no pueden ser comprendidas por fuera del contexto en el cual se inscriben, sino que deben considerarse aquellos aspectos que moldean los sentidos y percepciones que definen los riesgos ambientales, así como las reacciones individuales y colectivas que son respuesta a ellos. Por ejemplo, dar cuenta de las distintas responsabilidades de acción que se distribuyen entre los ámbitos del hogar y los comunitarios, entre hombres y mujeres o entre jóvenes y adultos puede ser una puerta de entrada para comprender las lógicas y los entramados sociales que configuran las percepciones del riesgo.

Comprender el carácter situado del riesgo implica reconocer esa misma condición con respecto a lo llamado ambiental. En consonancia con la definición de riesgo señalada en párrafos anteriores, la percepción ambiental es entendida como un proceso social de asignación de significados a los elementos del entorno natural y a sus cursos de transformación y deterioro. Este punto de vista permite señalar que los procesos de degradación ecológica, como la deforestación, la contaminación y los cambios climáticos, son comprendidos y percibidos de formas muy diversas por distintos sectores de la sociedad. Incluso cuando los sectores científicos e intelectuales han difundido las definiciones y consecuencias de los riesgos en relación con determinados ambientes, las comunidades e individuos pueden verlos como procesos que no son en sí mismos negativos o, simplemente, ni siquiera los identifican (Durand 2000; Arizpe, Paz y Velásquez 1993; Lowe y Rüdig 1986; Ellen 1989).

Al igual que el riesgo, el ambiente es considerado como una condición necesaria para el bienestar de los individuos y sociedades (Kilbourne 2006) presentes en contextos históricos, sociales, económicos y políticos que enmarcan sus sentidos situados. En el texto, partimos, entonces, de una relación entre las nociones de riesgos y las perspectivas ambientales situadas socialmente en su conexión con las experiencias y lógicas de acción tendientes a generar bienestar. Las experiencias personales, las historias familiares, los recuerdos o las amistades se producen en un contexto y sus huellas se imprimen en las personas que conforman los diversos grupos sociales. Los sujetos no son neutros, sino que es preciso tomar en cuenta las condiciones de pobreza, la satisfacción de necesidades y la provisión de bienestar, considerando además las trayectorias biográficas, migratorias y laborales como criterios que operan de manera crucial entre los vecinos del AR para percibir sus condiciones de riesgo ambiental. La forma en la que se concibe este tipo de riesgo define las estrategias para modificar el entorno y generar bienestar. En este se canalizan actividades de cuidado y asistencia orientadas a proporcionar bienestar físico, psíquico y emocional a las personas. Se trata de actividades diversas y desiguales que pueden realizarse de modo continuo o esporádico según el ciclo vital de las personas o las coyunturas críticas (Comas D’Argemir 2014). En dichas estrategias -colectivas e individuales- se entremezclan experiencias y saberes marcados por la migración, lo que contribuye a las posibilidades de adaptación de las poblaciones (Piguet y Laczko 2014).

En particular, en los barrios del AR, se incluyen aspectos como el apoyo económico, el acceso a la tierra y a las viviendas (compra, alquiler o construcción, esto último en mayor medida), los cuidados de hijos/as, dependientes y personas adultas, así como la ayuda práctica y emocional. De este modo disminuyen los riesgos de adversidad y las situaciones de dependencia, y son mujeres las que asumen la mayor parte de estas tareas. Forman parte de lo que se ha denominado economía del afecto (Comas D’Argemir 2000), que posee un valor económico al “economizar” gasto público cuando se efectúan en el hogar (Carrasco, Borderías y Torns 2011). A continuación, nos adentramos en la manera como aparecen las nociones de riesgos y las perspectivas ambientales socialmente situadas, considerando las dinámicas migratorias, laborales y de cuidado comunitario presentes en el territorio estudiado.

Percepción translocal del riesgo en la trayectoria migratoria rural-urbana

La migración puede contribuir a la gestión de los riesgos en tanto permite diversificar los medios de subsistencia y enfrentar las consecuencias de los cambios ambientales (Piguet y Laczko 2014; Black et al. 2011; OIM 2012), incluso cuando no exista una coherencia normativa entre las políticas migratorias y las relacionadas con el clima (OIM 2012; Mármora 2011). Retomando las reflexiones de Douglas, en los relatos de nuestros/as interlocutores/as se observan distintos modos de comprender lo ambiental, en fuerte vinculación con los entramados sociales, económicos y culturales en los que se encuentran. En este apartado daremos cuenta de las diversas visiones que las poblaciones de los barrios estudiados asignan a los problemas ambientales, matizadas por el contexto y también por las experiencias migratorias, ya que en su mayoría se trata de hombres y mujeres cuya procedencia es rural. Así, la percepción del riesgo (Douglas 1992), en este caso ambiental, es referenciada de formas distintas si se trata de un contexto urbano o de uno rural. En el primer caso, el riesgo está situado en la salud de los cuerpos que deben ser cuidados -principalmente, de los/as niños/as, ya que constituye el modo de articulación más frecuente con las burocracias del Estado-, mientras que en el segundo suele situarse en la producción primaria y en la alimentación.

La población residente en el AR posee un alto componente de migración de procedencia extranjera (en su mayoría de Paraguay y Bolivia), y también del noroeste y el noreste argentino. Lo más llamativo no es tanto la predominancia de una u otra colectividad de nacionalidad extranjera, o los lugares del país de donde migran, sino que en su mayoría provienen de zonas rurales. En muchos de los casos, sus residencias de origen fueron afectadas por fenómenos ambientales como inundaciones, sequías, granizadas o incendios. Estas situaciones se piensan relacionadas con los modos de producción agrícolas consistentes en grandes extensiones de monocultivo que generan la profundización de fenómenos ambientales (señalados anteriormente), con consecuencias cada vez más devastadoras sobre estas poblaciones rurales.

Si bien existen flujos migratorios provenientes de contextos donde los problemas ambientales afectan de manera directa, es preciso pensar esa asociación no como necesaria, sino más bien como posible. Los motivos no son siempre únicos, sino que pueden entrelazarse con falta de acceso a los servicios de salud o de educación, con problemas de violencia o inseguridad, con oportunidades laborales o de desarrollo individual. Otros de los motivos que se señalan son el económico y la falta de políticas públicas que, como bien argumentan algunas interlocutoras, generan dificultades a las poblaciones más empobrecidas y posicionan a las familias campesinas en un lugar de baja competitividad productiva. Esto sugiere que la problemática de la inequidad socioeconómica en el ámbito rural puede llegar a cobrar más relevancia que la degradación ambiental a la hora de optar por migrar.

Así, la ruralidad forma parte de un entramado de múltiples dimensiones que se articulan de modo complejo (Hall 2010) y dan marco a las prácticas y sentidos que las personas conforman, dependiendo de cada situación, experiencia y contexto. Migrar, retornar, pensar lo ambiental y considerar estrategias para el bienestar implican sedimentaciones distintas, no solo entre poblaciones rurales provenientes de diversos contextos nacionales y regionales, sino también en relación con su contexto actual posmigración. Asimismo, cabe aclarar que la migración puede no tratarse de un hecho disruptivo en la vida de estas poblaciones, sino de una práctica más con la cual ya se encontraban familiarizados socialmente antes de llevarla a cabo, y no como una medida extrema diaspórica.

La extensa bibliografía de estudios transnacionales ha demostrado ya que las poblaciones migratorias de la región mantienen un fuerte vínculo con sus hogares de origen y aportan a su manutención (Portes, Guarnizo y Landolt 1999; Martínez Pizarro, Cano Christiny y Contrucci 2014), por lo cual tampoco se trata de un hecho irreversible y de desconexión. Así, las poblaciones migrantes del AR realizan trayectorias de desplazamiento entre zonas rurales y zonas urbanas; para poder salirnos de la idea de esta trayectoria como una paradoja, por cuanto parten de una zona degradada por la agroindustria para arribar a la zona del AR con condiciones ambientales degradadas, es preciso indagar en las percepciones y valorizaciones que estas poblaciones asignan al riesgo (Douglas 1992).

Los modos en que se perciben y experimentan los riesgos en las biografías y vidas cotidianas de los/as migrantes entrevistados/as en la investigación se enmarcan dentro de asentamientos del AR. Para los fines de la exposición en este apartado, se presentará la historia del desarrollo de dichos asentamientos en un barrio tipo, a propósito del cual se describirán la creación, el desenvolvimiento y las características de la zona.

La historia del barrio A comienza a fines de la década de los ochenta, con las primeras ocupaciones sobre un terreno que sus residentes describen como “baldío, repleto de cañaverales”, con una laguna que emerge de los suelos de relleno sanitario de la cuenca del río, cuyos afluentes provenían desde zonas de industrias tanto agropecuarias como metalúrgicas y cercanas al complejo Ceamse Norte III. Al igual que muchos otros asentamientos del primer cordón del AMBA, esta zona es producto de fenómenos sociales más amplios de segregación urbana y exclusión social, económica, simbólica y política (Álvarez 2005).

Si bien existe un subregistro censal del área, en el AMBA la población de asentamientos informales creció un 41% entre 1981 y 1991, de aproximadamente 290.000 a 410.000 habitantes (Cravino, Del Río y Duarte 2008). Para 2006, se estimaba que había 1.065.884 personas (aproximadamente el 11,5% de la población total de esta zona bonaerense) que vivían en asentamientos informales. En 2015 había 965 villas y asentamientos con 324.687 hogares y un estimado de población que rondaba los 1,3 millones de personas (Observatorio del Conurbano Bonaerense 2020).

Además, la información disponible sobre hogares en asentamientos informales muestra que, en 17 de las 18 municipalidades del CRR, una gran área puede verse potencialmente afectada por los riesgos climáticos relacionados con las inundaciones. En vista de las crecientes amenazas climáticas, el Comité de la Cuenca del Río Reconquista (Comirec) considera que los asentamientos informales son altamente o algo vulnerables a los siguientes problemas: daños a la propiedad o bienes (88,9%), exposición a patógenos o enfermedades (77,8%) y exposición a factores climáticos (66,7%) (Janches, Henderson y MacColman 2014). Sin embargo, los impactos económicos de los eventos de inundaciones a gran escala en las economías locales y la seguridad alimentaria generalmente no han sido estimados todavía.

Estos estudios tienen su correlato en las descripciones provistas por nuestras/os interlocutores/as. Celeste, una mujer de 39 años que migró a los 27 años de forma definitiva al país desde Paraguay -cuando ella tenía 15 años ya su familia se había mudado de una zona rural a una periurbana de Paraguay-, al recordar su vida en el campo mencionaba que uno de los efectos del cambio climático era la alternancia de épocas de sequía prolongada y periodos de lluvias intensas e incesantes. Estos fenómenos eran problemáticos porque complicaban la cosecha, lo que provocaba que su población se quedara sin alimentos propios y sin productos para vender, lo cual también implicaba una pérdida de sustento económico. Al igual que ella, Mirta, otra migrante vecina de Celeste proveniente de un área rural de Paraguay, y quien migró cuando tenía 15 años, se sumó a la conversación y remarcó que tales efectos no generaban lo mismo en las poblaciones ricas que en las más pobres. Ambas argumentaban que las industrias extranjeras (puntualmente hablaban de los agropecuarios brasileños) tienen mucho dinero para costear maquinarias y comprar terrenos, algo que en el caso de las poblaciones más pobres es más complicado, y que su accionar culmina con la venta total o parcial de los terrenos de las familias campesinas aledañas: “tu vecino, por más que no quiere vender, sale vendiendo. Porque, ¿qué pasa? Le marcan veneno, viste que lo van pulverizando, y te tenés que ir. Porque ya no te sirve a vos tu tierra porque está envenenada” (entrevista con Mirta, 41 años, migrante externa).

En el caso de Carolina, una mujer de unos 45 años que migró desde un área rural de la provincia de Misiones y que cocina en el jardín comunitario del barrio, las problemáticas medioambientales en su zona de origen también se sitúan en las cosechas. Ella proviene de un área productora de yerba mate, y al preguntarle por los problemas ambientales señaló que detectó el impacto en las plantas que “están todas como manchadas, las frutas están todas manchadas como si las hubiera salpicado con lavandina o con ácido o algo”, y argumentó que ello se debía a “la papelera que está ahí, que genera polución”.

Estas representaciones que rondan la idea de peligro ambiental distan de las problemáticas ambientales y las repercusiones que identifican en sus vidas actuales en contextos urbanos. Esto puede observarse de forma concreta en el diálogo que tuvimos con Carolina, quien resalta, tanto en la entrevista como en distintos registros de campo recabados durante un taller de cocina que compartimos con ella, la problemática ambiental en la polución generada por la basura y cómo esto afecta la salud de los/as niños/as del barrio. Contrastando con el caso de su región de origen, donde podía detectar una problemática ambiental en el aspecto de las plantas, señala que en el caso de la ciudad lo nota menos, “porque tengo menos plantas, tal vez”. En cambio, su reflexión en torno a lo ambiental suele surgir a partir de las afecciones que padecen los/as niños/as del barrio. En la esquina del jardín donde cocina se sitúa un basural barrial donde diariamente se quema basura, y ella suele encargarse de cerrar las ventanas y puertas cada vez que siente olor a basura quemada; asegura que este es el motivo por el cual los/as niños/as tienen “problemas de pulmón”. De todas formas, Carolina aclara que no volvería a vivir en una zona rural, dado que allí encuentra un riesgo vinculado a la falta de acceso a servicios básicos como luz, agua corriente y gas, que no le permite mantener emprendimientos rentables. Si bien el AR suele presentar carencias en algunas zonas, para la migrante, en su zona de residencia actual, hay una entidad gubernamental a la que se puede reclamar, lo que en su zona de origen no existe:

Carolina: Decía, “cucha, ¿cómo yo voy a venir a producir algo acá si cuando se le canta me cortan el agua, me cortan la electricidad y yo no puedo reclamar nada?”. Entrevistadores: ¿Y acá sí podés reclamar? C: Y acá dentro de todo se puede reclamar. Y te dan pelota. (Entrevista con Carolina, 46 años, migrante interna)

Así, la percepción de riesgo se enlaza con la historia previa y con las posibilidades futuras de las entrevistadas que fueron retratadas en este apartado. En estas experiencias se evidencia que el pasado rural se aleja de un “pasado ideal” y que la realidad urbana en la que se encuentran viviendo, por más problemática que pueda tornarse en cuanto a la situación ambiental que atraviesan, les concede mayores posibilidades para desarrollar estrategias de bienestar. El espacio urbano, entonces, es considerado por estas poblaciones migrantes más propicio para poder mejorar sus condiciones de vida.

Ambivalencias en torno a lo ambiental: entre basura y recurso

En concordancia con lo señalado por Mantiñán (2011) en su estudio sobre la población residente en el AR que se dedica al cirujeo,4 desde la perspectiva de las personas entrevistadas, existe un doble sentido asignado a la basura: como riesgo y como recurso. Esta noción se enmarca en una percepción ambigua en torno a la degradación ambiental de los lugares en los que residen, ya que las personas entrevistadas del AR no necesariamente identifican en ellos problemas o riesgos ambientales.

Así, el bienestar no parte de un contexto ambiental ideal, sino de que las comunidades barriales del AR ponen en marcha estrategias para las mejoras de su bienestar cotidiano de forma situada, a partir de las cuales a la vez modifican el entorno.5 En este punto, consideramos relevante pensar que la contribución distintiva desde una teoría relacional del riesgo (Boholm y Corvellec 2011) es proporcionar una deconstrucción tripartita de elementos de riesgo que se basan en nociones de valor, daño y causalidad contingente.

Esto se vincula con aquello que nos comentó Mabel, una mujer de 43 años, hija de una de las fundadoras de los primeros comedores del barrio y lideresa barrial, migrante de Paraguay, quien dirige un espacio para la atención de problemáticas que padecen las mujeres migrantes de la zona. En una ocasión en que fuimos a conocer el comedor de su madre nos comentó que la basura, para quienes residen en la zona, tiene esa doble faceta, como problemática para la salud de la población y como insumo de subsistencia. Es decir, por un lado, aparece como fuente de ingreso para muchas familias de carreros o gente que recolecta materiales descartados que siguen teniendo utilidad (productos defectuosos, con desperfectos o que están recientemente vencidos) y que se venden en la feria. Y, por otro lado, genera problemas de salud para quienes realizan esa tarea, entre los cuales Mabel señaló los daños en la piel o cortes y enfermedades pulmonares como la neumonía, que en invierno son mucho más frecuentes en esa zona.

En el caso de Rita, vecina de 40 años quien migró de pequeña de un área rural del Chaco, puede observarse que percibe el riesgo con base en el cuidado de sus hijos/as. Entre las estrategias que emplea para conseguir insumos alimenticios, indicó que suele cosechar verduras, como acelga, calabaza y tomate, al costado de la montaña de basura de la quema. Si bien ella reconoce que estos vegetales crecen en un terreno impregnado de químicos tóxicos que se vierten para acelerar la descomposición de la basura, nos comenta que no deja de hacerlo dado que sus hijos/as “nunca se descompusieron por comerlas” y se encuentran saludables. Así, ante la urgencia de “llenar la olla”, optó por convivir con la contaminación, si bien evita los riesgos cuando se trata de cuidar a los/as niños/as. A su vez, mencionó que en los primeros momentos en que habitaron el terreno su casa solía inundarse seguido, por lo cual ella lo fue rellenando con basura, mientras su marido trabajaba la mayor parte del día. En su caso, además de ser insumo para la construcción del hogar, la basura representó un recurso de supervivencia en épocas difíciles de la economía de su familia cuando se vieron en la obligación de salir a cirujear con sus hijas para poder obtener alimentos. En la historia de Rita encontramos aspectos de la dimensión relacional que tiene la basura en la vida de ella y de su familia, al ser, por un lado, un problema potencial, y por otro, una fuente de oportunidad para hacer frente a la inundación y al hambre.

Ahora bien, no siempre los desechos se vinculan directamente con aspectos negativos o riesgos que no se deben asumir. El consumo de alimentos recuperados de las montañas del Ceamse no necesariamente es percibido como generador de malestares en la salud. Por ejemplo, Ana, vecina de 43 años migrante de la provincia norteña de Chaco y cuya familia emigró de Paraguay, nos contó lo siguiente:

Ana: En el barrio sí, ahí empezó el tiradero de basura, lo que es el Ceamse. Ahí a la orilla de la vía te das cuenta que supura, hace como tipo los volcanes, ves que larga todo eso de la misma basura que se tiró ahí para el relleno, eso es una contaminación. Yo cuando era chica y vivía más lejos y nos veníamos a esa quema,6 venía y juntaba los caramelos de animalitos, palitos de la selva,7 los juntaba de la quema.

Entrevistadores: ¿Eran de llevarse cosas?

A: Sí, veníamos con mi hermana y el marido, yo era chica y venía a juntar golosinas, era una práctica habitual

E: ¿Y ahora qué pensás de eso?

A: Mis sobrinas lo hacen, juntan cosas para vender en la feria, he comido muchas veces de la quema, así que… sé que no está bien pero nunca me enfermé de eso, la mayoría del que vive en el barrio come de la quema, el que no va, seguro compra o consume algo que sale de ahí. (Entrevista con Ana, 43 años, migrante externa)

Ana no desconoce la peligrosidad que el consumo de residuos implica, pero emplea una praxis que le permite detectar de forma cognitiva un recurso en la quema, por cuanto contribuye a mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Por su parte, Elsa, una mujer de unos 40 años de edad, lideresa de uno de los merenderos que funciona en el mismo sitio donde se gestiona un jardín comunitario, y una de las vecinas más antiguas, relató la historia del barrio y su trayectoria allí. En lo que refiere a la construcción de su vivienda, mencionó que la ocupación del terreno donde esta se emplaza sucedió luego de diversos encuentros recreativos en el terreno lindero, realizados por la comunidad boliviana para jugar al fútbol los fines de semana. Menciona que fue la comunidad paraguaya la que comenzó a construir con cemento en el barrio, lo cual frenó el avance de las topadoras8 policiales que permanentemente desalojaban a familias que se instalaron allí con viviendas más precarias.

Para Elsa, los habitantes del barrio “se la hicimos fácil a la municipalidad”, dado que fueron las personas quienes trazaron las calles y, luego de diversas demandas de las familias que fueron ocupando los terrenos, el gobierno municipal proveyó su pavimentación. Así fue que los vecinos protagonizaron el proceso de “paso de villa a barrio”. La hija de Elsa recordaba -con cierta nostalgia- que junto con su prima solían bañarse en verano en una laguna que ahora se encuentra tapada con casas construidas. Decía, con cierto tono de humor, que se trataba de un agua bastante sucia que les provocaba sarpullido en la piel.

En la actualidad, una situación semejante a la que mencionaba la hija de Elsa se presenta en el montículo de basura de entre 6 y 8 metros en el que juegan los/as niños/as del barrio. Este se ubica en un terreno de aproximadamente 200 m2, que en su centro alberga un depósito policial de autos. Se trata de un espacio de referencia en el barrio, al que todos llaman “la montaña”, aprovechado por camiones de constructoras privadas, desde hace décadas, para tirar sus escombros. Si bien “la montaña” fue reducida por los vecinos para aprovechar el terreno, sigue recibiendo residuos tanto de agentes externos como de vecinos que arrojan y queman basura en una de sus esquinas, a cambio de una moneda ofrecida por familias del barrio que no tienen acceso al servicio de recolección de basura, o queman cableado para poder tener rédito del cobre.

El centro cultural en el cual Elsa prepara las meriendas fue construido en un espacio ganado a dicha montaña de basura, sin que por ello se haya eliminado el hábito vecinal de arrojar los residuos allí. Otro uso que les dan a los desechos sólidos quienes poblaron el área es para la construcción de sus casas, con escombros y otros materiales recuperados en “la montaña”. Así, quienes conviven allí entablan un vínculo ambivalente con este lugar: por un lado, pueden mantener sus viviendas y veredas limpias y obtener provechos de los residuos y del espacio; por el otro, entienden que se exponen a afecciones de salud provocadas por el humo de la quema de basura, las plagas de ratas y mosquitos, y la contaminación del suelo.

De esta forma, se presenta una ambivalencia en las percepciones sobre los contextos socioambientales contaminantes y vulnerados donde residen las poblaciones de la zona. La identidad relacional de los objetos de y en riesgo, así como los vínculos de riesgo que se establecen (Boholm y Corvellec 2011) en el AR son siempre fluctuantes y dinámicos con respecto a las condiciones de vulnerabilidad y apremio en las que se desarrollan las vidas de las personas entrevistadas. A su vez, esto tiene sus repercusiones a la hora de adoptar estrategias para aumentar el bienestar. La basura, en particular, aparece en este caso como un factor reconocido como problemático y potencialmente dañino, aunque es utilizado para enfrentar otros malestares, como la falta de alimentos o las inundaciones comunes en estas zonas de cuenca. Finalmente, encontramos que la posibilidad de adaptación a distintos entornos se da porque los marcos de interpretación y acción deben tener una cierta flexibilidad cognitiva (Lave 1988).

Contaminación, bienestar y entramado barrial

En los apartados precedentes expusimos diversos registros sobre las percepciones individuales en torno al riesgo ambiental, así como también las estrategias de respuesta que despliegan las personas. Estas percepciones constituyen una dimensión fundamental para comprender las propias nociones de riesgos (Douglas [1966] 1973; Boholm y Corvellec 2011). En consonancia con lo analizado en el apartado anterior sobre el uso de la basura como recurso de las familias, en este abordamos los modos en que las consideraciones individuales sobre el riesgo ambiental se vinculan con lógicas de provisión de bienestar (Comas D’Argemir 2014). Nos detenemos en el uso de los residuos de viviendas y de industria, y en las estrategias colectivas desplegadas en los barrios para satisfacer necesidades de vivienda y servicios.

En lo que refiere a la construcción de las viviendas en los barrios pobres y vulnerables del AR donde se realizó trabajo de campo, el uso de los residuos para tal fin constituye una práctica frecuente. Por ejemplo, Diana, una mujer migrante paraguaya de 34 años, indicó que utilizó diversos residuos para la construcción de su casa, ya que cuando ella y su marido compraron el terreno (de modo informal, esto es, por fuera de los requisitos que establece la ley), la mayor parte de este estaba ocupado por “un piletón de cemento”. Las estrategias empleadas para rellenar fueron diversas. Por lo general, ella junto con otros/as vecinos/as buscaron escombros en “la montaña” y los llevaron a su terreno, ubicado a unos 150 metros. Asimismo, Diana y su marido compraron escombros a vecinos, quienes los traían en camiones, los descargaban en la calle y luego la ayudaban a “volcarlos en el piletón”. Cuando no era posible comprar escombros y no había ningún/a vecino/a disponible, ella iba a “la montaña” y recogía diversos residuos para completar el relleno de su terreno.

Un proceso semejante relató María, de 44 años y migrante como Diana. María señaló que el relleno de una laguna con tierra y escombros, con el fin de construir viviendas, produjo un “avance” en el barrio ya que dejó de ser un lugar “refeo”, con mucha basura e insectos. Desde su perspectiva, con los rellenos y la constante construcción de viviendas sobre la laguna, la “gente cuida más” el entorno y tira menos basura.

Entrevistadores: Cuando llegaste, ¿cómo era el barrio? María: no había casas, o sea, era una laguna con basural, entonces cuando nosotros compramos la casa, la gente empieza a trabajar de a poquito… E: [Se le muestra un mapa del barrio y ella indica dónde estaba la laguna]. Había mucha basura acumulada… por eso la gente… hay algunos terrenos que son chiquititos, porque de a poquito la gente va ahí [al basural] Va a cargar… eeh… tierra, cascotes y eso, para hacer relleno… rellenar más o menos y de a poquito va avanzando [las construcciones sobre el basural y la laguna]. Porque antes era refeo, ni podías entrar, con mucha basura, más con este calor vienen mucha mosca, mosquito. Pero ahora no tanto porque ahora la gente empieza a cuidar más porque la gente antes “traje basura”… y ¡lo tiraban! En cualquier parte lo tiraban. (Entrevista con María, 44 años, migrante externa)

Tanto en los relatos de Diana como en los de María -y en los de otras entrevistadas- con respecto a la construcción del barrio y sus viviendas, se evidencia el uso de los residuos, entendidos como “cascotes” y “basura”, como elementos de relleno de los terrenos. Asimismo, dan cuenta de la presencia de un entramado vecinal que facilita las mejoras en infraestructura. Esto último también fue descrito por Eduardo, un migrante boliviano que reside en el AR desde hace más de dos décadas. Al preguntarle por las problemáticas puntuales del barrio, Eduardo señaló que una de las peores afecciones ambientales que padecen es el problema de la higiene, pero en vinculación con la falta de servicios públicos. Eduardo mencionaba que, si bien entre las familias residentes se organizan para mantener limpias las calles, no alcanzan estas estrategias vecinales para resolver la recolección de los residuos de todo el barrio.

No es que el vecino es sucio, sino que se da por lo que estamos viviendo… si tuviéramos una buena, la limpieza, algo ordenado, en la zona, como a cualquier zona, bien, las calles limpitas, la acera limpia, entonces a partir de eso, todo adentro va a ser, pero si está todo sucio afuera, ¿cómo se puede vivir?, ¿cómo se puede mejorar? (Entrevista con Eduardo, 60 años, migrante externo)

Las nociones de basura y limpieza presentes en muchas de las entrevistas realizadas se encuentran enmarcadas dentro de las dinámicas barriales y los condicionamientos estructurales propios de los asentamientos pobres del AR (Merlinsky 2006). Asimismo, las nociones de riesgo se ensamblan en lógicas de provisión de cuidados también moldeadas por dichas variables. Son estas condiciones de pobreza y vulnerabilidad, junto con la necesidad de elaborar estrategias individuales y comunitarias para los problemas de contaminación ambiental producidos por otros/as residentes y el Ceamse, las que moldean tanto la distribución social de los riesgos ambientales (Chambers 1995; Merlinsky 2006) como del bienestar (Comas D’Argemir 2000). Así, rellenar lagunas con basura para obtener terrenos donde construir viviendas constituye en sí mismo una acción comprendida en las lógicas de provisión de bienestar de las familias. Los riesgos que acarrea la falta de vivienda se priorizan frente a los riesgos de la contaminación. No se trata solo de un desconocimiento de la contaminación y sus consecuencias, sino de establecer un orden de prioridades de riesgos y posibles peligros en relación con el contexto barrial. Así, las personas y las redes que conforman los asentamientos del AR definen las nociones de riesgos según los momentos y las circunstancias.

Uno de los problemas del “afuera” de las viviendas que remarcó Eduardo es el basural Ceamse, que según él genera olor fuerte, aumento de insectos y emanación de químicos en el aire que perjudican a sus hijos/as, principalmente en verano, cuando “se siente más”. Tanto en los discursos de los/as entrevistados/as como de los/as profesionales de la salud, existe una relación entre la presencia de basura y afecciones respiratorias y de la piel. Otro de los problemas del “afuera” es el acceso al agua, la luz y el gas. En los barrios donde se realizó trabajo de campo, el acceso a la red de agua potable de toda la población había mejorado hacía pocos años, pero aún no existía una cobertura completa. No obstante, en la actualidad la mayoría de los hogares no cuenta con acceso a la red de gas y las conexiones a la red eléctrica suelen ser informales.

Eduardo mencionaba que, si bien se está proyectando la instalación de medidores en el barrio, los costos del servicio son tan altos que no podrían asumirlos. Tanto los problemas de acceso a los servicios de luz, gas y agua como los de contaminación dan cuenta de una dimensión político-institucional del riesgo, en la cual los vínculos entre las burocracias del Estado y los/as ciudadanos/as se entrecruzan moldeando los modos en que lo gestionan. En consonancia con lo que mencionamos de Diana y María, frente a la falta de respuestas rápidas de los distintos niveles del Estado, los habitantes de los barrios pobres del AR elaboran estrategias colectivas. Así, Eduardo, se refería a los modos en que se organizan “entre vecinos” para, por ejemplo, acceder al agua.

Eduardo: entre vecinos [nos preguntamos] “¿Che, vos tenés agua?”, “No, tenemos que ir a traer desde allá”, “No, ¿por qué no traemos un caño?”, y listo. Y así, traemos un caño. “¿Vamos a romper?”, “Rompamos”, así, “Hagamos”, y había que hacerlo. Entrevistadores: ¿Y el caño de dónde lo sacaban? Ed: ¡Comprábamos!... Cada uno pone...el caño vale 100 pesos, listo, 25, 25, 10, qué sé yo. Y se junta y se extiende hacia donde pueda. E: Claro. ¿Y la luz? También… Ed: Cada uno, así como con los caños… “¿Quién tiene más necesidad?, ¿quién puede más?”… Bueno se hacía [conexión de luz] solo para su casa y listo… después cada uno, el que quiere póngase luz. Por eso hay 20.000 cables en un poste. (Entrevista con Eduardo, 60 años, migrante externo)

En el transcurso del trabajo de campo, vario/as entrevistados/as comentaron que estaban realizando los trámites para la obtención de los servicios, y señalaban que debían afrontar los gastos no solo de la instalación dentro de la vivienda sino también, a futuro, de los servicios. En la actualidad, la mayoría obtiene dichos servicios a través de adhesiones irregulares a las redes oficiales (de gas, electricidad y agua) y, por ende, no pagan y no se encuentran en condiciones económicas de hacerlo. Este uso colectivo de los recursos provistos por el entorno y para la modificación de este es una de las principales formas en que las familias residentes de la zona aumentan su bienestar. Es a partir de estas prácticas que los/as vecinos/as desarrollan sus vidas en contextos que reconocen como adversos en términos ambientales, pero que no padecen de forma pasiva, sino que mejoran activamente elaborando un entramado social y de infraestructura e impactando en la construcción y conformación del barrio.

Conclusiones

El artículo se centró en explorar y profundizar en las diversas formas locales que las poblaciones del AR tienen para lidiar con las consecuencias del cambio climático en el marco de un proyecto de investigación-acción en curso. De esta manera, tanto las migraciones como la degradación ambiental y la configuración de nuevas periferias urbanas que se consolidan como efecto de sus consecuencias guardan, como vimos, diversos modos de apropiación por parte de los/as agentes y actores/actrices sociales en el territorio estudiado.

En tal sentido, a lo largo del artículo hemos indagado en los diferentes modos de percepción del riesgo considerando las trayectorias, experiencias y acciones tendientes a generar bienestar entre quienes habitan territorios de gran contaminación ambiental, como es el AR. Hemos evidenciado, a través del registro etnográfico, las diversas maneras en las cuales las nociones de riesgo se enmarcan en dinámicas migratorias, estrategias de supervivencia y opciones de construir formas de vida. Asimismo, encontramos que las consideraciones en torno al ambiente y a los riesgos que este suscita no operan en el vacío, sino que se enmarcan en formas culturales situadas en la percepción del entorno y sus posibilidades (presentes en relación con el pasado y el futuro). Evidenciamos que las diversas perspectivas y percepciones del riesgo de los actores pueden variar según trayectorias, coyunturas, experiencias o identidades genéricas.

El contexto socioambiental configura así las formas de percibir el riesgo, dependiendo de si se sitúa en una zona geomorfológica urbana o rural. En el primer caso, se recopilaron visiones del peligro ambiental en la corporalidad de las personas bajo cuidado, principalmente los/as niños/as, y en el segundo, el riesgo fue analizado en vinculación con la actividad agroproductiva y la explotación extractivista que encuentran más dificultoso mitigar, dada su situación de desigualdad social frente a los grandes productores y la falta de soporte estatal. En ese sentido, al comparar la forma en que las poblaciones migrantes entienden el peligro ambiental en sus regiones de origen y en los entornos urbanos adonde llegan, se encuentra que consideran estos últimos como contextos ambientales más amigables para desarrollar mejores condiciones de vida.

La dimensión relacional de la basura supuso reconstituir sus múltiples sentidos inscritos en vínculos y trayectorias que se enmarcan en contextos socioambientales contaminantes y vulnerados. La condición ambivalente de la basura (como riesgo y como recurso) puede ser vista en acción cuando uno reconstruye las prácticas y experiencias situadas de las personas que se relacionan y viven de y con tales objetos. Así, vimos que el manejo cotidiano y las evaluaciones que realizan son variables, de acuerdo con las oportunidades que se puedan derivar de la basura y según sus necesidades. A su vez, las nociones de riesgo se enlazan con lógicas de cuidado. El manejo de la basura se entrelaza con lógicas de provisión de bienestar de las familias, que elaboran sus estrategias a partir de un orden de prioridades que considera posibles peligros, en un contexto barrial marcado por la pobreza y la vulnerabilidad. De esta manera, los barrios del AR se van construyendo y habitando en este entramado de necesidades, recursos, contaminación y nociones de riesgos.

El esfuerzo por comprender los sentidos nativos en torno al riesgo y demás categorías se inscribe en una investigación situada para comprender aquellos fenómenos que investigadores/as y políticas públicas muchas veces definen a partir de miradas normativas sobre fenómenos que aparecen únicamente como condenables. Aunque no fue el foco del artículo, consideramos que el diálogo que se produce entre las categorías emic de daño, riesgo o peligro y lo que analistas y políticas públicas destacan puede considerarse un nodo para una futura investigación, asociada con la profusión de textos y artículos sobre temáticas como cambio climático, polución y crisis ambientales.

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* Este artículo es el resultado del trabajo de campo realizado en el marco del proyecto de investigación-acción participativa “Estrategias socioambientales para fortalecer la resiliencia de las mujeres trabajadoras migrantes en la cuenca del río Reconquista, Buenos Aires, Argentina” (Eidaes-Unsam), financiado por el International Development Research Center (IDRC). Agradecemos a quienes integran el proyecto por sus aportes a estas reflexiones, como también a las distintas vecinas del área que abrieron sus puertas y aportaron también al análisis.

1Estudios como el de Liu et al. (2019) muestran cómo las emisiones de dióxido de carbono a nivel global tienen una correlación con los niveles socioeconómicos de las sociedades que los generan, por lo cual la mitigación debe focalizarse de forma distinta según el contexto social en el que se encuentra cada zona.

2La cuenca del río Reconquista (CRR) incluye un total de 134 cursos de agua que abarcan 82 kilómetros. El estado natural de su curso se ha modificado, especialmente a través de proyectos financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para el control de inundaciones a gran escala que se finalizaron parcialmente en 2006. Casi todas las vías navegables se han transformado mediante la actividad humana, incluidas las canalizaciones abiertas y cerradas, las rectificaciones y la pavimentación (IMAE-USAL-PNUMA 2005).

3Según el último censo de población del año 2010, en toda la CRR habitan 4.239.091 personas. En el partido de San Martín, que forma parte de esta cuenca, viven 405.122, de las que 37.850 son migrantes. Estas cifras no contabilizan al AR, donde no llegaron el censo ni las estadísticas oficiales, como la Encuesta Permanente de Hogares. Las organizaciones de esta región estiman que en la zona viven unas 110.000 personas, con una predominancia de hogares migrantes o descendientes de familias migrantes, provenientes tanto de diferentes lugares de Argentina como de otros países.

4Refiere a la acción de recolección de basura para la subsistencia de la vida, en tanto en cuanto quien la practica vende lo recolectado (cobre, vidrio, entre otros materiales) o lo consume.

5Debemos recordar la relevancia que tiene el Ceamse en la zona, dado que es el complejo de relleno sanitario más grande de Argentina y concentra la basura del área de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.

6Se refiere al basural del Ceamse, donde mucha gente suele acercarse a buscar recursos entre los desechos.

7Se trata de unas golosinas que las industrias y distribuidoras descartan en el Ceamse cuando no se pueden comercializar.

8Refiere a máquinas de excavación utilizadas para derrumbar las casillas que la población construía de forma irregular.

Cómo citar: Castilla, Victoria, Santiago Canevaro y María Belén López. 2021. “Migración, degradación ambiental y percepciones del riesgo en la cuenca del río Reconquista (Buenos Aires, Argentina)”. Revista de Estudios Sociales 76: 41-57. https://doi.org/10.7440/res76.2021.04

Recibido: 31 de Julio de 2020; Aprobado: 18 de Noviembre de 2020

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