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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.79 Bogotá jan./mar. 2022  Epub 27-Jan-2022

https://doi.org/10.7440/res79.2022.07 

Temas Varios

Deconstruyendo machos, construyendo personas. Relatos de alejamiento de la masculinidad hegemónica en España*

Deconstructing Machos, Constructing People. Narratives of Alienation from Hegemonic Masculinity in Spain

Desconstruindo machos, construindo pessoas. Relatos de distanciamento da masculinidade hegemônica na Espanha

Juan Antonio Rodríguez-del-Pino** 

Marcela Jabbaz Churba*** 

**Doctor en Estudios de Género por la Universidad de Valencia, España. Profesor en el Departamento de Sociología y Antropología Social de la Facultad de Ciencias, e investigador del Institut Universitari d’Estudis de les Dones de la Universidad de Valencia, España. Últimas publicaciones: “Responsabilidad social e igualdad de género. Un compromiso de las organizaciones necesario”. En Nuevas tendencias sociales en la responsabilidad social corporativa, coordinado por María Ángeles Abellán y Juan Antonio Rodríguez-del-Pino, 19-30. Valencia: Editorial Tirant lo Blanch, 2021; “The Male Savage Mind: Violent Male Interrelationships from Casual to Daily Occurrences”. En Sexualities, Gender and Violence. A View from the Iberian Peninsula, editado por Begonya Enguix y Cristina Pereira, 189-208. Nueva York: Nova Publishiers, 2020. juan.rodriguez@uv.es

***Doctora en Sociología por la Universidad de Valencia, España. Profesora en el Departamento de Sociología y Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales, e investigadora del Institut Universitari d’Estudis de les Dones de la Universidad de Valencia, España. Últimas publicaciones: Menores en disputa. Custodia, visitas y patria potestad en la Comunidad Valenciana (en coautoría). Madrid: Tirant lo Blanch, 2020; “The Gender Pay Gap in Scientific Institutions. Case Study” (en coautoría). Convergencia 80: 1-27, 2019. marcela.jabbaz@uv.es


Resumen:

Esta investigación analiza algunas de las alternativas que ciertos hombres encuentran como medio de desafío y resignificación del lugar ocupado hasta ahora por la idea hegemónica de masculinidad. Entre las dificultades de este proceso personal y social, a la vez externo e interno, resulta importante el conflicto con los hombres que se aferran a una idea monolítica de masculinidad. Alejarse del modelo tradicional comporta confrontaciones en múltiples sentidos. Con una metodología basada en algunas autobiografías, observamos cómo cinco hombres seleccionados por la diversidad de sus características reconstruyen sus historias vitales y llevan a cabo una reflexión crítica sobre sus cuerpos y su género, asignado, percibido y transformado.

Palabras clave: Diversidad; España; masculinidad; modelos alternativos; narrativas autobiográficas

Abstract:

This study analyzes some of the alternatives that certain men use as a means to challenge and redefine the place hitherto occupied by the hegemonic idea of masculinity. One of the major difficulties involved in this personal and social process, both external and internal, concerns the conflict with men who cling to a monolithic idea of masculinity. Moving away from the traditional model involves confrontations in multiple senses. With a methodology based on autobiographies, we observe how five men selected for the diversity of their characteristics reconstruct their life stories and critically reflect on their bodies and their assigned, perceived, and transformed gender.

Keywords: Alternative models; autobiographical narratives; diversity; masculinity; Spain

Resumo:

Esta pesquisa analisa algumas das alternativas que certos homens encontram como forma de desafiar e ressignificar o lugar ocupado até então pela ideia hegemônica de masculinidade. Entre as dificuldades desse processo pessoal e social, tanto externo quanto interno, um eixo importante ocupa o conflito com os homens que se apegam a uma ideia monolítica de masculinidade. Afastar-se do modelo tradicional envolve confrontos em múltiplos sentidos. A partir de uma metodologia baseada em algumas autobiografias, observamos como cinco homens selecionados pela diversidade de suas características reconstroem suas histórias de vida e realizam uma reflexão crítica sobre seus corpos e seu gênero (atribuído, percebido e transformado).

Palavras-chave: Diversidade; Espanha; masculinidade; modelos alternativos; narrativas autobiográficas

Introducción

Los atributos de género aparecen antes del nacimiento (Delgado 2012; Caro y Fernández-Llébrez 2010), mediante el cúmulo de expectativas, ni bien se prefigura el sexo en la ecografía. Luego se van subrayando a través de una socialización generizada conforme niños y niñas conviven en una sociedad que reproduce las diferencias y las transforma en desigualdades. En principio, los atributos de género son aceptados de forma independiente de la posición que se ocupe en la estructura social. Como señaló Pierre Bourdieu, el proceso de división generizante instaura una jerarquía que no está exenta de violencia, pero de un tipo particular a la que denominó violencia simbólica y que es producida de forma activa, también, por quienes están en posición de subordinación:

[La violencia simbólica es] esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural. (2000, 224-225)

Esa apelación a la naturaleza de las cosas señalada por Bourdieu ha sido una constante desde las revoluciones burguesas que necesitaron, en un mundo que había perdido la magia del orden divino, un nuevo fundamento para legitimar el inmovilismo social y la dominación de género. Pero no hay nada natural en lo humano; es una construcción social frente a la cual es posible rebelarse. Por ello, en el presente texto analizamos las posiciones de hombres que cuestionan su estatus privilegiado y desafían los poderes existentes, incluida la dominación simbólica de la que participan. Es un proceso no exento de contradicciones personales y de posicionamientos muy diversos. Queremos recorrer algunas experiencias de hombres que han encontrado maneras alternativas y diferentes a los modelos masculinos tradicionales y que, con ello, cuestionan el modelo hegemónico de masculinidad. Es un proceso de hombre en construcción, inacabado, que no aspira a componer un nuevo modelo de masculinidad, específico y único, sino cuyo fundamento es el rechazo del modelo hegemónico existente en la actualidad.

Las coordenadas geográficas y temporales, y las tradiciones e instituciones culturales, influyen en cómo se desarrolla y se consolida el concepto de hombre. Como en el resto de Europa, durante gran parte del siglo XX, España estuvo marcada por imágenes violentas de guerra. Quizás la particularidad en nuestro medio sea que la dictadura franquista reforzó y prolongó la moral conservadora en un clima de violencia hasta el último cuarto del siglo XX. Durante cuarenta años, entre 1936 y 1977, el discurso franquista acicateó a la población con una idea de nación que repudiaba a una España feminizada y blanda (Box 2018). El modelo de masculinidad se desarrolló en ese periodo sobre la moral nacional-católica y se justificó como ley natural e inapelable (Vicent 2006). Su cerrazón y espíritu monolítico aún hoy se pueden entrever en ciertas actitudes y posicionamientos políticos. El proceso conducía a crear una masculinidad no discutida y única, en la que las alternativas no fueran consideradas como posibles (Sonlleva-Velasco y Torrego-Egido 2018). De manera simbólica, “la España fascista masculinizó a la nación en idéntica correspondencia con la feminización de la España enemiga, considerada torcida y curva” (Box 2018, 54).

Pese a ello, existen a lo largo del periodo muestras de masculinidades diferentes y alternativas desde el movimiento homosexual y trans del momento (Lomas 2018), que eran asumidas como una forma de reivindicación y rebeldía antifranquista. Pero no fue hasta hace pocas décadas (Rodríguez y Aguado 2019) cuando algunos hombres heterosexuales empezaron a mostrarse con formas de ser hombre diferentes a las tradicionales. Es en un recorrido histórico extenso en el que situamos la emergencia de masculinidades alternativas, plurales y en construcción, pues recogen el espíritu de resistencia presente en los momentos más oscuros. No obstante, el debate abierto debió esperar un tiempo más para ubicarse en un escenario de mayores libertades con el retorno democrático. Un ejemplo de esa eclosión lo encontramos en Valencia: desde 1985 Joan Vílchez impulsó los grupos de hombres desde la Sociedad de Sexología del País Valenciano,1 motivado por su propia sensación de incomunicación con las personas de su sexo (Rodríguez y Aguado 2019, 100).

Entonces, para recoger en el momento actual algunas de las diferentes formas de cuestionar el modelo hegemónico de masculinidad, en el estudio que presentamos aquí hemos propuesto a algunos hombres que elaboren sus autobiografías a partir de dos simples preguntas: ¿cuándo fue el momento en el que tuvo conciencia de su construcción diferente de género, su producción como hombre? Y, luego, ¿cuáles fueron las señales de malestar que le llevaron a cuestionar los atributos y roles asignados, así como la necesidad de abandono de las posiciones de privilegio? Si bien los relatos recogen elementos a lo largo de todas sus vidas, estas preguntas fueron necesarias para poder centrar la información y la autorreflexión requeridas.

El artículo gira en torno a la contestación social encarnada en biografías particulares frente al modelo único y hegemónico de masculinidad, lo que plantea la posibilidad de abrir el abanico a distintas y más complejas formas de ser y asumir la masculinidad en la sociedad actual.

La diversidad en el género (masculino)

Los estudios sobre masculinidades han intentado comprender por qué los hombres actúan como actúan en la interactuación con ellos mismos, con otros hombres y en sus relaciones con las mujeres (García 2019). Resulta importante comprender el papel de la socialización en el desarrollo de los individuos en una comunidad en la cual la socialización en el género es una parte constitutiva fundamental. También resulta imprescindible situar este proceso y sus múltiples condicionamientos en un espacio específico. Como sabemos, “el género no solo está siempre localizado, sino que necesita un lugar para su existencia” (Delgado 2019, 53), y este espacio social de construcción de la subjetividad en el que se interactúa cotidianamente influye en cómo el individuo interioriza la socialización recibida. Por esa razón, el género no es un concepto unívoco, sino que es una categoría política atravesada por diferentes intereses y conflictos (Braidotti 2005).

Tras una extensa revisión de las teorías feministas, Geneviève Fraisse (2018) señala el desarrollo que ha tenido el concepto género en la literatura y apunta que en esta es a veces uno, dos y tres. El género es uno como género humano (neutro, universal, especie); dos, binario (gramatical, del masculino y el femenino); y tres (los sexos, el continuo), incluyendo el deseo en continua performance (Butler [1990] 2011). Añade que estas distintas formas de entender el género marcan la trayectoria social y política de distintos momentos y formas del feminismo. De este modo, la categoría política género se está volviendo cada vez más compleja, pero también más polisémica y difusa.

Frente a estos ejes que se plantean en el debate teórico, incorporamos otra veta, otro matiz: una visión porosa del género masculino. Para interpretar las narrativas que analizamos aquí, utilizamos la definición que los participantes tienen de la masculinidad. Un concepto de género que resulta maleable en una época en la que el sujeto está en continuo tránsito, transformación, cambio, etcétera; un individuo volátil en un entorno social plagado de incertidumbres y cambios vertiginosos, una sociedad que también es líquida. De esta manera, según hemos observado en el trabajo empírico, la construcción de otras masculinidades o de otras formas de ser hombre presenta nuevas y diferentes dimensiones: puede mantenerse en visiones binarias, cuestionando de diversas formas los preceptos de la masculinidad hegemónica; puede volver borrosas las fronteras de lo masculino y lo femenino; y, en otras ocasiones, puede ser posgénero (no binarias). No existe un modelo único de llegada (Butler [1990] 2011).

Desde los estudios críticos sobre hombres (CSM, según sus siglas en inglés), Jeff Hearn (2004) indica que en la propia formación del concepto individuo, como personas y cuerpos, se asiste a un proceso profundo de cambio histórico. Más que formadas como miembros encarnados fijos de colectividades dadas y definidas por divisiones sociales únicas, las personas pueden aparecer cada vez más, existir y formarse en las relaciones sociales, espacios y prácticas, entre múltiples diferenciales de potencia. Las personas y los cuerpos ya no aparecen tan equivalentes.

Lo que resulta evidente, y este es el principal eje del presente texto, es que frente a un modelo tradicionalmente afirmativo de hombre existen unos que construyen sus propios modos de ser de una manera diferente y diferenciada, sin poseer unos referentes comunes ni consolidados. Se construyen como hombres diferentes según avanzan en sus trayectorias vitales.

La pretendida naturaleza masculina

Uno de los elementos centrales de la socialización contemporánea consiste en transmitir la creencia de que la forma natural de entender las relaciones de pareja es que se funden en un tipo específico de vínculo: el amor romántico. Distintas disciplinas como la historia, la antropología y la sociología muestran cómo este tipo de cemento que une a la pareja es una construcción social bastante reciente en la historia de la humanidad (Herrera 2010) y que, además, solo existe en determinadas culturas. En realidad, se circunscribe a un tiempo y un espacio muy concretos (Esteban 2011).

La creencia en el amor eterno pone a las personas en una situación de vulnerabilidad emocional, especialmente a las mujeres, a quienes se les asigna ser guardianas del rol social emocional, sobre todo porque sobre ellas reposa el compromiso de fidelidad (Delgado 2012). A los hombres, por el contrario, se les ha adscrito el rol de Don Juan vinculado a la conquista (nótese el término bélico asociado con la conducta masculina) y a la promiscuidad. Por un lado, celos y, por otro, el control sobre la mujer como si fuera una posesión (Aresti 2010). Estas ideas fueron pacientemente fomentadas durante la época romántica, entre los siglos XVI y XIX, y cabe señalar que eran coherentes respecto de la principal función del hombre en la sociedad, que era la de gobernar los asuntos públicos y tener presencia en los negocios y el mercado. Pero para ello precisaba del matrimonio como compromiso en el ámbito privado de sujeción de la mujer, que le permitiría acceder a su cuerpo (Pateman 1988), y le libraba de tiempo y responsabilidades en las tareas hogareñas. Así, el matrimonio y la formación de la unidad familiar ya no eran solo un acuerdo económico instrumental entre las partes, sino un acuerdo privado legítimo y sancionado por el amor y el “respeto” (fidelidad) que las mujeres debían a sus maridos.

El modelo de masculinidad que mayor calado ha tenido en la cultura occidental es el constituido por un hombre blanco, de un buen nivel cultural y económico, y que es buen padre de familia. A este modelo se le ha denominado masculinidad hegemónica (Christensen y Jensen 2014; Connell y Messerschmidt 2005). Este ser idealizado, investido de una serie de características y atributos, tiene un supuesto atractivo no solo para las mujeres, sino también para los hombres: “de forma histórica, se ha ido asociando el atractivo masculino con la fuerza y el poder” (Padrós 2012, 171). Todos los elementos descritos van conformando históricamente un modelo de masculinidad que se articula con todo un andamiaje normativo, jurídico-político, económico y cultural.

La asignación de roles sociales y sexuales así construidos necesita, para perpetuarse, del aprendizaje por parte de mujeres y hombres de unas imágenes y reglas masculinas heteronormativas en la escuela, en las familias y mediante las diferentes formas de transmisión cultural. Un momento trascendente es cuando se producen definiciones en torno a la propia identidad en la transición a la vida adulta, sobre todo en la adolescencia. La dureza emocional de los hombres jóvenes es una muestra del esfuerzo por acentuar la cultura patriarcal, así como la identidad masculina. La exhibición de actos violentos forma parte de los ritos de iniciación entre los grupos de iguales; se convierten por lo tanto en fuente de autoestima (Delgado 2012). El prestigio varonil está justamente asociado a la dureza emocional. Asumir la identidad normativa reduce también la tensión y el conflicto intergeneracional, y se refuerza el adultocentrismo (Duarte 2018).

También encontramos el ejercicio de la violencia como forma de intercambio en las relaciones (Venegas 2010), ya sea con otros hombres (compañerismo, conflicto, etcétera) o, evidentemente, con las mujeres, como podemos ver en diferentes contextos sociales. De hecho, para hacerse hombre, en el sentido masculino del término y parafraseando a Simone de Beauvoir, asegura Enrique Gil-Calvo, “hay que aprender a serlo. […] Esta construcción personal está regulada por los códigos culturales que impone la interacción con los demás” (2006, 27).

Pero la construcción de la identidad de género es resultado de una revisión permanente de la forma en que nos “identificamos individualmente como hombres y mujeres a lo largo de nuestra vida. Por lo tanto, no es algo estático ni monolítico” (Garaizabal y Fernández-Llébrez 2010, 134). Los procesos de identidad se construyen y deconstruyen a lo largo de nuestra vida y, si bien es cierto que los estándares de conducta que adoptamos influyen significativamente en nuestra juventud, los estudios de caso muestran las posibilidades de rebelión y cambio que se abren durante la adolescencia contra los mandatos de género recibidos, tal y como se observa en ciertos estudios recientes (Jabbaz, Rodríguez y Gil 2020). No obstante, todavía se necesita más investigación para comprender las complicadas relaciones entre individuos, corporalidad, socialización y género que eliminan la imagen inequívoca de cada género, con referencias a formas de actuar más diversas y libres.

Como ya señalamos, el modelo tradicional de masculinidad descansa en la idea de un hombre idealizado que se concreta en el hecho de que la categoría hombre niega a todos los hombres no blancos (Haraway 2014, 35). Y también niega a los que no sean heterosexuales. Todo esto deja un margen muy escueto para actuar, ser y sentirse hombre. Por ello, en el proceso de autoconstrucción como sujetos, se puede observar que los hombres desarrollan su identidad de género excediendo los márgenes, manteniendo algunos roles y representaciones características, y creando otras que no necesariamente son reconocidas o justificadas por los demás (Córdova y Hernández 2016, 576)

Otras masculinidades: las rupturas y lo nuevo

Como la realidad es tozuda, el mismo término masculino se ha transformado y hoy es variable, polisémico. Los intereses masculinos son reinterpretados, individual y colectivamente. Asociaciones de hombres reclaman para sí mismos una mayor capacidad emotiva y un compromiso con los cuidados, y organizan talleres, grupos de reflexión, congresos y encuentros académicos. Ya no existe un único concepto de masculinidad y sus variadas acepciones adoptan un carácter complejo: lo masculino ya no se define socialmente por integrar el binomio que lo confronta con lo femenino, sino también con otros masculinos. El concepto resulta esquivo incluso a los mismos hombres que lo reconfiguran (García 2008). De este modo, se produce un debate semántico y se hace referencia a nuevas masculinidades, otras masculinidades, a hombres diferentes o a hombres por la igualdad.

Pero el modelo tradicional del varón no ha sido sustituido por otro positivo, sino por una serie de pautas que implican una renuncia activa al ejercicio de una posición de privilegio, lo que exige autocontrol para no practicar ninguna forma de poder o violencia naturalizados, en sus formas abiertas o sutiles y silenciosas. Esto exige un proceso de revisión de valores, normas y pautas sociales interiorizadas y la decidida voluntad de abdicar de estas (Delgado 2019). Se produce mediante decisiones cotidianas que conllevan una cesión de los privilegios atribuidos en el marco del modelo tradicional de masculinidad en el cual están insertos y que continúa ejerciendo influencia en sus relaciones interpersonales. Pero ¿basta con la voluntad para vencer los privilegios? ¿Cuáles son, además, las alianzas que han de configurarse? ¿Cuáles están disponibles? Porque es imposible confluir sin una agenda común, al menos con unos mínimos. Estas preguntas, no obstante, no son el objeto de este estudio centrado en algunas narrativas autobiográficas, pero sí podemos observar que en la actualidad el movimiento hacia las distintas masculinidades parece avanzar por un carril paralelo al movimiento reivindicativo de las luchas feministas. En este estudio, encontramos nuevas formas de interactuar en las relaciones entre los propios hombres. Ahora se condenan ciertas conductas y prácticas, no igualitarias y sexistas, que antes estaban normalizadas y, además, encontramos distintas actitudes masculinas a favor de estos cambios.

Metodología

El estudio aquí descrito tiene como objetivo mostrar la experiencia actual de diferentes hombres que, durante sus procesos de socialización, a la vez complejos y múltiples, vivieron una ruptura que les hizo cuestionar primero el modelo de masculinidad hegemónica y luego, ante esta evidencia, los argumentos más esencialistas en torno al significado de ser un hombre.

De esta manera, el método de investigación utilizado, estudios comparativos de casos, en los que el caso es una persona, refleja la convergencia “entre el testimonio subjetivo de un individuo y la plasmación de una vida como reflejo de una época, de unas normas sociales y de unos valores compartidos con la comunidad de la que forma parte el sujeto” (Pujadas 1992, 44). Estos son elementos de la producción de sentido individuales que tienen una dimensión social inmediata y, por ello, no son solo historias individuales, sino que también explican los cambios sociales. Las historias privadas de experiencias integran, una a una y progresivamente, un relato social en un tiempo histórico particular.

La forma más interesante de explorar la subjetividad de la masculinidad reside en recoger las experiencias de los protagonistas (Mosse 2001). Para indagar en el mundo propio de los sujetos participantes recurrimos a la narración autobiográfica escrita por hombres que de un modo u otro se oponen al modelo vigente de masculinidad. Esto nos permitió reconstruir sus vidas personales para compararlas e incorporarlas a un contexto social determinado. Los detalles particulares de cada historia se pueden conectar a otras historias especiales y el descubrimiento de conexiones va más allá de los simples datos de referencia privados. Escribir historias personales les da a los autores (sujetos participantes que escriben las autobiografías) la oportunidad de pensar en lo que quieren decir sin la presión de una entrevista con alguien desconocido para ellos.

En opinión de Pujadas, el relato de vida consistiría en “la historia de una vida tal como la cuenta la persona que la ha vivido” (1992, 13), por lo que la construcción de narrativas supone la interacción entre distintas subjetividades, entre el equipo investigador y los protagonistas de sus biografías. Esta interacción implica reconocer que las preguntas que se formulan en la investigación no son ingenuas, tienen un valor heurístico e intervienen indirectamente en la escritura del texto: contribuyen a conformar la narrativa en sí misma. El objetivo del análisis narrativo es, así, obtener historias que puedan ser consideradas como la actuación privada del narrador y su contexto, influenciadas por el momento y circunstancias en que se performatizan la realidad y los efectos de la memoria en la reconstrucción del pasado cercano o lejano (Riessman 2002).

A los hombres participantes se les pidió que escribieran descriptivamente sobre sus experiencias como hombres: cómo se fue construyendo, cuándo y cómo descubrieron las diferencias entre mujeres y hombres, y cómo los hacía sentir esto, entre otros aspectos. También se les pidió que ilustraran el relato con fotografías que fueran, por algún motivo, representativas de sentimientos o momentos. Las fotos tomadas por los narradores de las biografías permitieron reforzar las historias que documentamos, y fueron una buena herramienta para conocer la forma en que el participante se dibuja y las razones subyacentes a ello. Estas imágenes nos interesaron por la intencionalidad que poseen; como ha señalado Sarah Pink: “la foto es [...] una estrategia manipuladora. Una foto no puede ser verdadera, porque una cámara no registra una realidad preexistente o independiente [...] La gente usa cámaras para crear imágenes que, a su vez, crean y evocan una realidad que es tanto pasada como presente” (1996, 132).

La técnica autobiográfica consistente en narraciones acompañadas de fotografías da acceso a información que facilita la comprensión integral del transcurso de la vida del protagonista, y sus vivencias con las personas, grupos o instituciones con las que se relaciona. Hemos buscado acceder a los procesos de refuerzo, pero también a las dudas, inconformidades y situaciones incómodas relacionadas con el propio género. Al hacer un abordaje centrado en el estudio de las pautas pasadas y presentes de estos individuos, considerados unidades o tipos sociales: “es posible familiarizarse con la concatenación peculiar de factores de un caso determinado y hacer predicciones de comportamientos o pautas” (Vallés 1999, 146).

Los casos fueron seleccionados intencionalmente por la diversidad de sus características, tomando en cuenta la edad, con quién convive, la clase social, el nivel educativo y la actividad ocupacional. Respecto de la edad, teniendo en cuenta que el tiempo es uno de los ejes de la narración, era importante que confluyeran dos cuestiones: que tuvieran la suficiente edad como para cuestionar de manera consciente los valores del modelo adultocéntrico (Duarte 2018) y relacionados con la masculinidad hegemónica y, al mismo tiempo, que esto no fuera demasiado lejano en el tiempo, para evitar el olvido de los detalles. Por ello, elegimos hombres entre los 20 y 30 años, con la excepción de uno de 45, para evitar el sesgo generacional. Pero los elementos más importantes de la selección de casos estuvieron relacionados con la diversidad de estilos masculinos que incorporamos para aproximarnos a los contenidos de la crítica masculina al concepto hegemónico de ser “hombre” en la sociedad actual. Más allá de los datos sociodemográficos, nuestro interés estaba en observar cómo cada caso había configurado su masculinidad particular. Entonces, sobre los protagonistas de las narrativas se puede decir lo siguiente:

El joven identificado como RB 1, al que llamaremos Pedro, tiene 21 años y es estudiante universitario. Es originario de Venezuela y vive actualmente con su padre y la pareja mujer de su padre en Valencia (España). Lo hemos tomado como un caso en el que su masculinidad evolucionó hacia un patrón de desafío de la masculinidad hegemónica que le condujo al momento actual en el que se ha autoidentificado como una persona de género no binario.

El joven identificado como RB 2, al que llamaremos José, tiene 20 años y terminó el bachillerato. Su origen familiar es muy tradicional y vive con su madre, padre, hermanos y hermanas. Él mismo es conformista y se construyó a partir de parámetros más cercanos al patrón de masculinidad hegemónica, especialmente por las ventajas que ve en la posición del hombre, pero admite al mismo tiempo que sus amigos puedan escoger otras opciones. Tiene una visión amplia respecto de las opciones identitarias de los demás hombres o sus formas masculinas de ser. Por lo tanto, podríamos decir que no es un activista de la masculinidad hegemónica, sino que elabora un conformismo pasivo y no expansivo.

RB 3 es un joven al que llamaremos Adrián, de 23 años y universitario. Es un hombre transexual y, como es de un pueblo más alejado de Valencia, vive en un piso de estudiantes con otro compañero. Adrián se construyó aceptando los patrones de masculinidad hegemónica más socialmente reconocidos, pero, como él mismo relata, enfatizando los rasgos físicos.

RB 4 es un hombre de 31 años al que llamaremos Alonso, que trabaja como telefonista, vive con su compañera y proviene de un entorno familiar poco favorecedor del desarrollo personal. Acaba de terminar sus estudios secundarios obligatorios. Decidió que quería una masculinidad diferente a partir de observar un continuo conflicto familiar, no exento de violencia, desde su niñez.

Finalmente, RB 5, a quien llamaremos Enrique, es un maestro de 45 años que vive con su pareja mujer, y parece tener el entorno social y ocupacional más estable. Si bien por su generación y trasfondo social y familiar asumió los principios de la sociedad patriarcal, gracias a las prácticas cotidianas se movió hacia posiciones más igualitarias y respetuosas de sus relaciones consigo mismo y con los de otros géneros.

La siguiente tabla resume las variables sociodemográficas de los protagonistas:

Tabla 1. Relatos biográficos 

Fuente: elaboración propia.

Estas narrativas autobiográficas inéditas nos permitieron explorar la forma en que se describe la subjetividad de cada individuo en sus experiencias particulares. La idea detrás de esta búsqueda cualitativa fue comprender los argumentos que legitimaron ciertos tipos de comportamientos, realidades subjetivas y diferentes procesos de implicación social a través de los cuales se transmite la identidad hegemónica, y también los procesos mediante los cuales son cuestionados.

Resultados: análisis de las narrativas subjetivadas

En los relatos recogidos no se identifica un momento concreto de la vida que refleje el fin de una etapa vital como la niñez y el inicio de otra nueva y desconocida, la juventud o la adultez masculina en la que se descubren como hombres, ni tampoco ningún rito de paso,2 suceso o hito especial que los haya influenciado de un modo trascendental o que marque una ruptura tajante entre un hoy y un ayer. Respecto de la masculinidad, a excepción del joven transgénero, los protagonistas presentan un proceso de integración gradual y difuso que desde la infancia poco a poco se ha ido entretejiendo y que, en algún momento, impreciso, hizo que se reconocieran a sí mismos como hombres y, por tanto, diferentes de las mujeres a través de diversas actividades, conductas, juegos, espacios, etcétera.

Aun así, sí que es posible determinar ciertos hechos que denotan un cambio de actitud a lo largo de las vidas de los narradores. Estos cambios en ocasiones son percibidos como triviales y son captados por el individuo como modificaciones apenas perceptibles, pero que, a la vez, suponen un giro en el rumbo de sus vidas, aunque ellos, en el momento de vivir esa situación, apenas fueron conscientes de ello. Situaciones que iremos desgranando y que sucedieron durante la infancia, en el entorno familiar o en el escolar, donde era palpable la diferencia de cómo debían comportarse un chico y una chica.

Si bien la sociedad se transforma a un ritmo acelerado, en múltiples dimensiones, lo cierto es que el prototipo masculino sigue perdurando aún hoy, sin ser cuestionado por la mayoría de los hombres, en particular, y de la sociedad, en general. De hecho, se podría decir que este modelo tradicional de comportamiento viril parece mantenerse y reforzarse frente a otras formas alternativas de actuar, tanto ante sí mismo como ante los demás. Pequeños gestos transgresores en los cuales el individuo ejerce su libertad de elección, que pueden consistir en la decidida voluntad de no querer ejercer un privilegio, son a menudo reprobados y penalizados por los otros y, poco a poco, reprimidos por el propio sujeto.

Dicho esto, hubo que instar a los hombres que participaron a iniciar su relato biográfico bajo ciertas premisas y conceptualizaciones, y comenzar con la siguiente pregunta autorreflexiva: ¿qué es para ustedes un hombre?

Un hombre de verdad

Si bien las respuestas fueron muy diversas, en general los participantes no hicieron referencia a ningún tipo de naturaleza masculina y coincidieron en apreciar a la figura tradicionalmente aceptada de hombre como una producción cultural de nuestro tiempo y sociedad: “Es un prototipo establecido por la sociedad” (Alonso); “Hasta hace no mucho pensaba que los hombres tenían que ser masculinos y las mujeres más femeninas […] hoy considero que es una mentira cultural” (José). De este modo, tanto José como Alonso se alejan de las concepciones esencialistas y plantean el encuadramiento del ser hombre dentro de una categoría social, como un prototipo, más allá de las particularidades. Y Alonso agrega: “Es sentirse como tal, independientemente de sus gustos individuales y personales” (Alonso).

Asimismo, veremos a continuación que la respuesta de Enrique muestra, tal y como señala Pierre Bourdieu, que “el orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina” (2000, 22), y que en la narración se observa a través de un orden material con consecuencias estéticas (esto es, que se puede percibir desde los sentidos): “Yo me he dado cuenta que soy un hombre en contraste con las mujeres. Me explico: cuando voy por la calle no siento el mismo temor que ellas a andar solas, por ejemplo. En una palabra, ser hombre, para mí, es sentirse poderoso” (Enrique). De esta manera, Enrique entiende la noción masculina no solo como categoría, sino como jerarquización y se ubica en ese espacio social de privilegio que adquiere por ser hombre, porque su posición es atribuida y no obedece a ningún deseo o voluntad. En la narración de Enrique se observa cierta necesidad de evidenciar esta situación injusta de desigualdad de género por la cual las mujeres se sienten amenazadas en la calle.

A su vez, en el relato que sigue, de José, se puede observar con claridad la imposición en la infancia de la imagen social de cómo debe ser un hombre y cómo debe comportarse. Todo ello desde la mirada adultocéntrica que sustenta las “relaciones de poder de quienes portan la mayoridad sobre otros/as sin poder” (Duarte 2018, 44): “A mi papá le preocupaba que entablara más amistades con niñas que con niños. ‘Hay que jugar más con los chicosʼ, ¡me decía!” (José). Y en otras ocasiones con aseveraciones más directas: “Cuando tenía unos seis o siete años mi abuela me exigió que debía ‘dejar de caminar como una mujerʼ” (Pedro).

Paso a paso, y como con una arcilla fresca, se va modelando lo que se ha de ser, es decir, un hombre de verdad. Y esa división binaria, socialmente definida, es asumida como natural, como lo moral, adecuada a su sexo y aceptada como ineludible, y exenta de cuestionamiento por parte de la mayoría: “Durante la infancia pensaba ya que unas cosas [son] para las chicas y otras para los chicos […] Las cosas que eran para las chicas yo no las quería para mí” (José). Entendemos que estas providencias vienen dadas muy a menudo por personas que son importantes en nuestra vida, como padres, abuelas y abuelos, etcétera, que están cerca del hombre en construcción. Estas personas llevan a cabo una tarea gradual y sistemática de socialización de género del individuo, que lo introduce poco a poco en los mandatos patriarcales.

A la hora de “comportarse como un hombre” también influyen las actividades practicadas entre pares para reforzar la virilidad, como la que se expone en la imagen 1, Luchando por sus vidas, en la que hay dos adolescentes en una postura claramente violenta a pesar de ser amigos desde la infancia, o tal vez por esto. Esta imagen refuerza la idea, incluso en hombres con patrones teóricamente menos patriarcales, según la cual las relaciones masculinas se afianzan mayoritariamente a través de posturas violentas como fórmula para consolidar la masculinidad deseada y, por ende, la aceptación por parte del grupo de pares.

Fuente: archivo personal

Imagen 1. Luchando por sus vidas. 

Se puede decir, entonces, que ser o comportarse como un hombre implica actuar según los parámetros válidos fijados desde fuera por la cultura dominante, desde la perspectiva viril. El juego permite escenificar, sin cuestionar, su evidente necesidad de ser aceptados por otros hombres. Su mayor temor es el miedo a ser rechazados por sus compañeros. En la imagen, los hombres adolescentes se divierten utilizando posturas agresivas, desafiantes y violentas, que refuerzan los atributos considerados socialmente como los más viriles, así como, muy a menudo, el uso de un lenguaje bastante agresivo, rudo y visceral (Kimmel 2019).

A partir de los datos biográficos recopilados, también percibimos otros juegos que involucran peleas y otras conductas que desarrollan la agresividad y la competencia. Estos juegos de guerra son habituales entre los hombres en su infancia y adolescencia, y refuerzan sus vínculos con la solidaridad masculina: “Desde niño he ido repitiendo hábitos que veía en los chicos, como simulacros de peleas, fútbol y coleccionar tarjetas de fútbol” (Adrián). Estos juegos asociados al imaginario masculino forman parte del proceso de consolidación de referencias individuales y, por tanto, son un espacio exclusivo que solo puede tener valor si no se admiten niñas: “Cuando era niño, quería juguetes de guerra, pero pensé que las niñas no deberían tenerlos. […] Para mi primera comunión me regalaron un juego de carros de carreras de juguete y cuando vino una amiga a jugar no se los enseñé porque pensé ‘las niñas no juegan con estoʼ” (José).

Estas actitudes estereotipadas restringen las posibilidades de relación y, en el caso de los juegos compartidos, se asocian al estándar de lo tradicionalmente ligado a elementos del imaginario masculino en los que se exagera la conducta viril más básica y negativa. Cuando los participantes miraron hacia atrás, criticaron sus actitudes: “Es actuar como crees que debería ser un hombre, pero de la forma más prehistórica posible” (Adrián).

Masculinidad contra feminidad

Masculinidad y feminidad comparten el hecho de erigirse en moldes dentro de los cuales las personas humanas sexuadas han de esforzarse por encajar, sin excepciones ni ambigüedades. Pero, al igual que otras construcciones binarias, se trata de una elaboración jerárquica en la que los polos no son equivalentes en términos de poder, sino que existe una supremacía de lo masculino. Tanto las mujeres como los hombres que desean una sociedad más igualitaria no suelen perseguir un modelo de feminidad o de masculinidad, y los hombres entrevistados no tienen certezas ni ideales cerrados, sino que plantean una crítica al molde ideológico de la masculinidad que los presiona socialmente y le infunde todo tipo de restricciones a su capacidad de ser y sentir.

Los hombres entrevistados nos indicaron que en sus vidas se vieron muy presionados para aceptar estos mandatos de género, incluyendo el rechazo de todo lo que se considere femenino: “Cuando era pequeño veía cómo los chicos se pegaban y me asustaba, me daba mucho miedo, me violentaba y me hacía sentir extraño porque eran ‘pensamientos de chicasʼ y yo no quería ser una niña, no quería que me rechazaran ‘por ser una nenaza’” (Enrique). Este testimonio muestra el conflicto interno de Enrique entre el rechazo de la violencia y la necesidad de aceptarla como parte de los valores establecidos para su género.

Quizás estas fisuras no siempre hagan que los protagonistas acepten los mandatos patriarcales en su totalidad, pero a Enrique le producían un gran malestar. Sus sentimientos incluían mucha ambigüedad, en ocasiones por la necesidad de rechazar las actitudes y formas de actuar con las que se sentía incómodo y, en otros momentos, al aceptar los costos de ser parte del clan en el grupo de iguales: “Pero era curioso que cuando estaba con mujeres (mi madre, hermana, compañeras de clase, etcétera) me sentía mejor que estando con chicos, aunque, claro, tenía que jugar a los juegos de chicos con ellas para que no dijeran… ¡ya sabes!” (Enrique).

Aunque no lo manifiesta a viva voz, en el testimonio de Enrique se recoge el temor de tener algo malo, porque sentirse bien estando con mujeres no era lo correcto. De esta forma, el niño interpelado pronto acepta el prototipo de hombre que se ve reforzado, finalmente, por la posible interiorización de los valores dominantes y la imagen externa que quiere proyectar. En este caso, Enrique realiza enormes esfuerzos para reconciliar y lograr coherencia entre sus sentimientos y las demandas externas, y construye así un trasunto de homofobia que recae sobre sí mismo.

Desencanto masculino: la rebelión de género

Una escenificación asumida y reproducida de forma continua por las instituciones responsables del proceso de socialización de los individuos son las fiestas. “[En Navidad] incluso pedí una muñeca con pelo que se pudiera peinar, pero, claro, no me la compraron porque era un juguete de niña” (Alonso). La sociedad categoriza, ordena y perpetúa una estructura social parcialmente segregada por sexos, pero con suficiente carga simbólica y material como para establecer pautas y reglas diferenciadoras.

Algunos de nuestros protagonistas rechazan esta visión reduccionista del individuo a su rol genérico ya que, aunque los postulados sociales los inducen a impostar la actitud esperada, su carácter restrictivo y el dolor que les produce los alejan y los llevan a la contestación, porque necesitan actuar de otra manera: “Al identificarme como hombre a veces lo siento como una identidad ‘débil’ o ‘vulnerable’ […] Por eso asocio mi masculinidad con la depresión” (Pedro). Aunque parezca contradictorio, Pedro asocia ser masculino con ser vulnerable. Las normas sociales que se le imponen a él como hombre lo hacen vulnerable (Restrepo 1994), porque le producen malestar y quizás, por ello, entre otras cuestiones, se redefine a sí mismo para asumir una identidad posgénero alejada de las categorías binarias impuestas socialmente. “A los 17 años descubrí que había géneros no binarios […] Ahora me veo con un género fluido y dos identidades: hombre y mujer, o mayoritariamente sin ningún género” (Pedro).

En otros casos, las respuestas son más adaptativas, como en el caso de José: “Nos hacen creer que solo hay una forma de ser hombre, creando una visión de túnel para que no puedas salir de ella” (José). Esta visión como dentro de un túnel en la que todos los individuos están comprimidos y atrapados da a entender que quien salga del túnel, es decir, de las determinaciones genéricas, ya no será un hombre. La falta de otros modelos masculinos positivos, y no solo de aquellos que rechazan la actitud hegemónica, los pone en una situación muy difícil.

José cuestiona solo la superficie del modelo masculino y esconde las dificultades que observa, enfatizando los privilegios: “Me siento cómodo siendo hombre” (José). ¡Esta es una expresión muy reveladora! Incluye los privilegios y la comodidad de pertenecer a esta categoría social, pero a la vez, y considerando que los participantes asumen diferentes tendencias hacia distintas masculinidades, podemos agregar: “Me siento cómodo siendo hombre”, pero ¿qué hombre? ¿Y resignando qué cosas? “La sociedad te enseña cómo ‘ser hombre’ y tú decides si quieres o no serlo o simplemente ser natural, y no eres ni más ni menos, ni diferente, y ese soy yo, y si tú estás a gusto contigo, ya no hay problema” (José).

Otra posición es la de Enrique, un hombre un poco mayor que el resto, de 45 años, quien vivió momentos de menor apertura social: “Admito que lo pasé muy mal durante mi infancia y adolescencia. Fui intimidado, ahora diríamos que sufrí bullying. Yo era regordete y no era como los otros chicos a la hora de hacer amigos. Ahora, de adulto, lo veo de otra manera” (Enrique). En el caso de Enrique el ideal masculino se vio obstaculizado también porque fue discriminado por su aspecto físico. Estas experiencias le marcaron profundamente.

Visto a largo plazo, se podría decir que la imposición de mandatos de género ya no es tan opresiva para los jóvenes españoles como en otras épocas de la historia, sino que se encuentran en medio de tensiones y contradicciones (Jabbaz, Rodríguez y Gil 2020).

Ser hombres de carne y hueso (y en plural)

La idea de masculinidades abiertas, porosas, de fronteras genéricas difusas, nos parece interesante, ya que ofrece una forma flexible de considerar a los hombres y sus masculinidades. Por esta razón, todos los casos aquí descritos representan una forma diferente de construir la masculinidad. También hay otros, pero quisimos mostrar aquí solo algunos de los existentes en el panorama español actual que desafían los viejos patrones sociales.

De esta manera, el primer caso, el de Pedro, es la historia de un individuo que nació biológicamente hombre pero que, aunque no se siente dentro de los parámetros masculinos de la tradición latina (otro estereotipo), tampoco siente que pertenezca a los parámetros femeninos. En su país de nacimiento, Venezuela, a él le resultó difícil expresar estas discrepancias sociales, pero cuando llegó a España encontró un entorno en el que se sentía más libre para autoexplorarse y llamarse a sí mismo persona agénero.

En el relato de José encontramos la construcción de un hombre que, aparentemente, acepta los estándares patriarcales tradicionales: “Me siento cómodo siendo un hombre”. Sin embargo, en su discurso podemos vislumbrar cambios progresivos y casi imperceptibles en sus formas de comportarse y un movimiento hacia actitudes menos tradicionales que le llevan a decir que “un hombre es una persona que se siente así, sean cuales sean sus gustos”.

En el relato de Adrián, en las primeras etapas de lo que llamó su “transición”, tuvo la necesidad de confirmar su virilidad adquiriendo un cuerpo bien musculoso. El sentido de pertenencia, al menos inicialmente, significó lograr esta transición en su apariencia y modo de presentación: “La cuestión es que la imagen que siempre he creado de ‘cómo debe ser un hombre’ se caracteriza sobre todo por el tipo de cuerpo: musculado, con vello y barba. […] Voy al gym desde que comencé la transición para conseguir el físico que siempre he deseado tener, seguramente sometido al estándar [social]” (Adrián).

El anterior argumento refuerza la necesidad que tienen algunas personas trans que desean “seguir todas las fases del proceso de modificación de su cuerpo para obtener una apariencia estereotípica, esperando conseguir con ello una posición codificada en el sistema sexo/género” (Mas 2015, 497). Y Adrián admite abiertamente que su transición tal vez se realiza dentro de la norma social. Para él este ritual de pasaje es parte esencial en la construcción de su identidad. Pero también tuvo que hacer frente a las instituciones sociales: “La mía era una escuela privada parcialmente financiada por el Estado y lo primero que hicieron fue clasificarte como hombre o mujer por el uniforme. Pantalones para niños y faldas para niñas. Decidí ponerme un chándal que era unisex” (Adrián).

Adrián incluyó, mezclada entre sus anotaciones, la imagen 2, a la que hemos denominado Cuerpo en exposición. Nos cedió esta fotografía para incluirla en este artículo como retrato personal en el que adopta una pose aparentemente casual. La imagen muestra la virilidad del sujeto en un físico perfectamente desarrollado.

Fuente: archivo personal

Imagen 2. Cuerpo en exposición. 

En esta imagen podemos ver un cuerpo socializado (Bourdieu 2000), en el sentido de que se ajusta a los estándares de nuestra sociedad en lo que respecta a lo que debe ser un hombre, aunque… ¿Qué cuerpo no está socializado? En otras palabras, todas las culturas sostienen uno u otro modelo físico estereotipado según el género socialmente asignado.

Pero lo que lo distingue es que, al ser un hombre transexual, busca reforzar su masculinidad rediseñando su anterior cuerpo femenino y feminizado. Esta búsqueda de hipermasculinidad o el desarrollo de un tipo de cuerpo híbrido, como lo describe Rossi Braidotti (2005) , se puede ver en la expresión intencionalmente seria de los labios y en lo que muestra de su cuerpo, para indicarle al observador que es el perfecto hombre y que refleja el sentido prefigurado sostenido que de este se tiene en gran parte de la sociedad occidental. En esta construcción de la masculinidad hay una confrontación con las determinaciones sociales encarnadas en uno mismo y el sentido de superación queda expresado en el contenido que Enrique Gil-Calvo le da al concepto de héroe: “Encuentra la autorrealización desarrollando sus capacidades al máximo y ello tanto en cantidad o extensión (todas las capacidades que pueda en todos los campos posibles) como en calidad e intensidad […] a quien intenta superar no es tanto a sus competidores, sino a él mismo” (2008, 136).

Por un lado, Adrián dice adaptarse a la norma social binaria en la medida en que establece un camino de pasaje de un género a otro, pero al mismo tiempo desafía la construcción genérica que inicialmente le fue asignada y lo hace de una forma radical.

También tenemos el relato de Alonso, un hombre que nació en una familia poco favorecedora y que fue criado dentro de los parámetros patriarcales, pero que siempre fue diferente a los demás hombres. Se sintió excluido y no deseado porque rechazaba los estándares masculinos tradicionales, como la violencia en sus interacciones con otros hombres, o la agresión verbal o física contra las mujeres como una forma de relacionarse y mostrar poder.

Y, finalmente, el relato de Enrique nos muestra a un hombre, ahora adulto, algo mayor que los demás, que se crio en las tradiciones vigentes durante los años posteriores al fin del franquismo, cuando los parámetros masculinos hegemónicos todavía eran ampliamente aceptados. Los principios que le enseñaron desde pequeño fueron los tradicionales. Su padre “era alguien a quien tenía miedo” por su severidad y violencia: “Si te golpean, tú los devuelves”. Su madre le inculcó la otra cara de lo mismo: “No hagas eso, es para niñas”. Y todo esto lo convirtió en un niño tímido y reservado. No fue sino hasta los 17 o 18 años que Enrique empezó a descubrir otras formas menos estereotipadas y más abiertas de relacionarse y comportarse en grupos universitarios y con parejas sexuales: “Sorprendentes formas de ser hombre que hasta entonces pensaba que eran solo para drogadictos, maricones y hombres queer. Pero encontré estas formas de comportarme mejor […] y me sentí más yo” (Enrique).

Estas reflexiones refuerzan la idea cada vez más plausible, según la cual se están cuestionando categorías que hasta ahora eran inamovibles; por ejemplo, la categoría binaria tradicional de hombre y mujer está dando paso a modelos de relación múltiple con una revisión del género masculino. Ahora hablamos de hombres en plural, rompiendo estereotipos obsoletos. O quizás evolucionando hacia un nuevo modelo de relaciones entre personas sin género que nos acerca a las relaciones cíborg planteadas en la ficción creada por la epistemóloga Donna Haraway (2014). Aún quedan muchos desafíos para la masculinidad y apenas hemos comenzado el camino.

Conclusiones

La sociedad española está cambiando. Los individuos se van adaptando; las mujeres, los hombres y sus relaciones también se están transformando, lo que significa que la relación de los hombres entre sí también se ha modificado. Asimismo, la autoimagen y el vínculo de ellos con sus propios cuerpos igualmente va variando. Esto implica que los hombres, de una manera progresiva, han tenido que cambiar sus formas de ser y actuar para poder adaptarse a los cambios vertiginosos que la sociedad les demanda.

Vemos cómo “la desaparición de las divisiones categóricas entre el yo y los demás ha creado una especie de heteroglosia de la especie, una hibridación colosal” (Braidotti 2005, 263). Los límites de lo que era un hombre, que en otras ocasiones parecían claramente definidos, ahora se están borrando. Hay una especie de sfumato en el que los elementos sociales y culturales que configuraban las características típicamente masculinas se evaporan y dan paso a formas de ser hombre alejadas de los modelos tradicionalmente entendidos de virilidad.

Otro elemento que surge de las narrativas escritas es que los hombres, en general, también sienten una gran presión social y viven estos cambios en una gran soledad. Esta situación suele hacerlos entrar en pánico, ya que para ellos supone un sentimiento que muchas veces han intentado ocultar, pero que en determinados momentos aflora a la superficie. Se sienten observados por otros, con diferentes connotaciones si el observador es un hombre o una mujer. Mostrar debilidad, especialmente frente a otros hombres, todavía se considera un signo de vulnerabilidad.

El veredicto social del resto de hombres puede suponer para ellos mucha presión, porque puede permitirles la integración en el grupo, o la exclusión y el ostracismo social. Ser aceptado como uno más del colectivo de los que ostentan y ejercen el poder o ser señalado como un diferente; y, como nos plantea Pierre Bourdieu, un diferente es todo lo que un hombre no debe ser, es decir, un afeminado, una mujer o un desviado (Bourdieu 2000). Ese temor conlleva implicaciones y respuestas muy diversas, aunque casi indefectiblemente pasa por no mostrar sus sentimientos ante el resto, para protegerse y aparentar ante los demás que se es “un hombre de verdad”. Pero esto también los llena de angustia y contradicciones. En los relatos se observa cómo las historias vitales van mostrando que cualquiera de las opciones hoy encierra angustia para la masculinidad y ello contrasta con las brechas objetivas que indican que sigue existiendo supremacía masculina en tantas dimensiones.

En definitiva, es cierto que una parte aún importante de hombres tiene “la sensación de que aquellas ventajas a las que creían tener derecho les han sido arrebatadas por parte de fuerzas anónimas y poderosas” (Kimmel 2019, 14); por tanto, responden con acritud -y en ocasiones con violencia- a los continuos cambios que se están produciendo en los procesos de relación entre mujeres y hombres. Pero otros, que nunca se han sentido muy identificados con los modelos de ser hombre que tradicionalmente se les ofrecían, buscan nuevas formas para realizar la necesaria adaptación. Por ello hemos mostrado algunas posibles respuestas frente a la masculinidad hegemónica, pero somos conscientes de que pueden existir otras múltiples maneras de ser hombre. Esto nos sirve para observar a los hombres no como un modelo uniforme y totémico, sino variable y cambiante, porque la igualdad de género y en el género es lenta, pero cada vez más imparable.

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*Este artículo ha sido redactado en el marco del Proyecto de Investigación I+D+I para grupos de investigación emergentes, “Construïnt homes. Joves valencians i la representació de les seues masculinitats”, Generalitat Valenciana, Conselleria d’Innovació, Universitats, Ciència i Societat digital (2019-2021). N.º de referencia: GVA/2019/173.

1El grupo se creó como un espacio donde fuera posible otro tipo de comunicación entre hombres, distinta a la que conocía hasta entonces. Para más información ver: http://joanvilchez.com/articulos/sexologo-valencia-grupos-de-hombres-valencia-1985/

2A partir de la definición de Arnold van Gennep (2008), para quien el rito de paso cumple la función social de escenificar simbólicamente la transición entre dos estados fijos, estables y culturalmente reproducibles.

Cómo citar: Rodríguez-del-Pino, Juan Antonio y Marcela Jabbaz Churba. 2022. “Deconstruyendo machos, construyendo personas. Relatos de alejamiento de la masculinidad hegemónica en España”. Revista de Estudios Sociales 79: 108-124. https://doi.org/10.7440/res79.2022.07

Recibido: 16 de Octubre de 2020; Aprobado: 11 de Mayo de 2021

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