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Revista de Estudios Sociales

versão impressa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.86 Bogotá out./dez. 2023  Epub 02-Nov-2023

https://doi.org/10.7440/res86.2023.09 

Otras voces

Vivir las injusticias globales como personales: los jóvenes alteractivistas*

Living Global Injustice as Personal Injustice: Young Alter-Activists

Viver as injustiças globais como pessoais: jovens alterativistas

Geoffrey Pleyers** 

**Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Ehess, Francia). Investigador en Fonds de la Recherche Scientifique (FNRS, Bélgica) y profesor en la Université catholique de Louvain (Bélgica). Presidente de la Asociación Internacional de Sociología (ISA, por sus siglas en inglés). Publicaciones recientes: Movimientos sociales en el siglo XXI (Buenos Aires: Clacso, 2018); “For a Global Sociology of Social Movements. Beyond Methodological Globalism and Extractivism”, Globalizations 8: 1-14, 2023, https://doi.org/10.1080/14747731.2023.2173866; “El Estallido a la luz de la ola global de movimientos sociales”, Polis. Revista Latinoamericana 22 (2): 320-351, 2023, http://dx.doi.org/10.32735/S0718-6568/2023-N65-1868; y “¿Sigue vigente el proyecto de sociología global después de la crítica decolonial?”, Mundos Plurales 10 (1): 197-204, 2023, https://doi.org/10.17141/mundosplurales.1.2023.5974. Geoffrey.Pleyers@uclouvain.be


Resumen:

El artículo se enfoca en las dimensiones subjetivas e individuales del compromiso desarrollado por jóvenes activistas en diferentes movimientos sociales contemporáneos. Se recurre a dos fuentes para su elaboración: estudios de caso en Bélgica, Francia y Chile; y análisis del discurso de una joven de Texas y de estudiantes tunecinos movilizados para distintas causas (la ecología, el derecho al aborto, la democracia y la justicia social). A partir de ellos se analiza cómo, en esta manera de ser activista, las fuentes de compromiso y la forma de “vivir” los movimientos sociales ya no se encuentran en las organizaciones o en los manifiestos, sino en la combinación de procesos de subjetivación personal -entendida como el trabajo que hace el sujeto para construirse a sí mismo como persona y autor de su vida- y en el deseo de volverse un actor frente a los problemas de su sociedad. En la segunda parte, el artículo apunta tres sesgos analíticos que llevaron a una visión individualista de esta forma de activismo: (i) la confusión entre los procesos de subjetivación y procesos de (auto)afirmación de un “yo auténtico”; (ii) la reducción del activismo a procesos de subjetivación cuando una voluntad combina estos procesos con otra que busca tener un impacto en la sociedad; y (iii) la consideración de que las dimensiones personales sustituyen las dimensiones colectivas del activismo. Lejos de un individualismo egoísta o centrado en la autorrealización, esta cultura alteractivista fomenta la combinación de procesos de subjetivación, la voluntad de convertirse en actor de su sociedad y el encuentro personal con los demás.

Palabras clave: activismo; democracia; juventud; movimientos sociales; subjetivación

Abstract:

The article focuses on the subjective and individual dimensions of the commitment made by young activists in different contemporary social movements. Two sources are used for its elaboration: case studies in Belgium, France, and Chile; and the analysis of discourses by a young woman from Texas and of Tunisian students mobilized for different causes (ecology, abortion rights, democracy, and social justice). On this basis, we examine how, in this activist way of life, the roots of commitment and the way of “living” social movements are no longer located within organizations or manifestos. Instead, they emerge from the interplay of personal subjectification, seen as the individual’s effort to shape themselves as a person and author of their own life, and the desire to become an active participant in addressing their society’s challenges. In the second section, we highlight three analytical biases that have contributed to an individualistic perspective on this form of activism: (i) the blurring of lines between the processes of subjectification and the (self-) affirmation of an “authentic self,” (ii) the reduction of activism to mere processes of subjectification, when one will combines these processes with another that stives to have an impact on society, and (iii) the consideration that personal dimensions replace the collective dimensions of activism. Far from a selfish individualism or a focus on self-fulfillment, this alter-activist culture encourages the combination of subjectification processes, the desire to become an actor in one’s society, and the personal encounter with others.

Keywords: activism; democracy; social movements; subjectification; youth

Resumo:

Este artigo enfoca as dimensões subjetivas e individuais do engajamento desenvolvido por jovens ativistas em diferentes movimentos sociais contemporâneos. Ele se baseia em duas fontes: estudos de caso na Bélgica, na França e no Chile; e análise de discurso de uma jovem do Texas e de estudantes tunisianos mobilizados por diferentes causas (ecologia, direito ao aborto, democracia e justiça social). Com base nisso, o artigo analisa como, nessa forma de ser ativista, as fontes de compromisso e a maneira de “viver” os movimentos sociais não se encontram mais em organizações ou manifestos, mas na combinação de processos de subjetivação pessoal - entendida como o trabalho que o sujeito faz para se construir como pessoa e autor de sua vida - e no desejo de se tornar um ator diante dos problemas de sua sociedade. Na segunda parte, o artigo aponta três vieses analíticos que levaram a uma visão individualista dessa forma de ativismo: (i) a confusão entre processos de subjetivação e processos de (auto)afirmação de um “eu autêntico”; (ii) a redução do ativismo a processos de subjetivação quando se combinam esses processos com outro que busca ter um impacto na sociedade; e (iii) a consideração de que as dimensões pessoais substituem as dimensões coletivas do ativismo. Longe de um individualismo egoísta ou focado na autorrealização, essa cultura alterativa incentiva a combinação de processos de subjetivação, a vontade de se tornar um ator em sua sociedade e o encontro pessoal com os outros.

Palavras-chave: ativismo; democracia; juventude; jovens; movimentos sociais; subjetivação

Introducción

El 30 de mayo de 2021, Paxton Smith fue elegida para representar a sus compañeros estudiantes en la ceremonia de graduación de su escuela secundaria en Dallas, Texas (Estados Unidos). Una vez en el pódium, sustituyó el discurso que habían aprobado sus profesores sobre su trabajo de fin de carrera por una vibrante alocución contra el proyecto de ley del Senado de Texas que limitaba drásticamente el derecho al aborto1. En su alocución apasionada, Paxton Smith presentó las restricciones del derecho al aborto como un problema social, colectivo y personal. Lo abordó a partir de la manera en que a ella le afecta directamente, al poner en duda sus aspiraciones y la construcción de sí misma como persona, privándola de la posibilidad de ser actora de su vida:

Tengo sueños, esperanzas y ambiciones. Todas las chicas aquí presentes las tienen. Hemos pasado toda nuestra vida trabajando por nuestro futuro, y sin nuestro consentimiento o participación, nos han quitado el control sobre nuestro futuro […] Me aterra pensar que, si mis anticonceptivos fallan, si me violan, entonces mis esperanzas, mis esfuerzos y mis sueños se verán truncados. Espero que sientan lo desgarrador que es, lo deshumanizante, que te quiten la autonomía sobre tu propio cuerpo. (Smith en Chappell, NPR, 2021, traducción del autor)

La ceremonia de graduación, que pretendía estar alejada de temas políticos, fue un escenario para manifestar la pérdida de control sobre su propia vida cuando su posibilidad de construirse como persona y de ser la autora de su vida se vieron amenazadas por un proyecto de ley. Esa experiencia personal resonó en las otras chicas del colegio, quienes grabaron videos y los difundieron en redes sociales; unas horas después se hizo viral y halló eco en miles de personas en Estados Unidos y otras partes del mundo. El discurso fue comentado por mujeres y periodistas locales, nacionales e internacionales, quienes difundieron, a su vez, esta muestra subjetiva de lucha.

En su discurso, Paxton Smith no dio cifras, ni se refirió a la experiencia de las mujeres a las que se les niega abortar o a las que morirán como consecuencia de los abortos clandestinos. Ella abordó un tema político, pero lo hizo desde la manera en que la afecta como persona individual, al exponer su propia experiencia y sus sueños. La nueva ley que restringe el acceso al aborto en Texas tiene un impacto inmediato en la manera como jóvenes y mujeres se piensan y se construyen a sí mismas, independientemente de si necesitaran recurrir o no a un aborto durante su vida. La lucha de Smith es personal y subjetiva, pero es también colectiva y solidaria al hablar en nombre de “todas las chicas” de Texas.

Se podría argumentar que la intervención de Paxton Smith no es activismo y que no se trata de un movimiento social, pues estaba sola en el podio y no consultó a nadie antes de tomar esta iniciativa. De hecho, la adolescente texana explicó que escribió su discurso sola en su habitación y lo ensayó frente a un espejo y en la ducha (Herbst 2021). Sin embargo, en este artículo se defiende el argumento contrario. Si bien es cierto que Paxton Smith no estaba afiliada a ninguna organización militante, ni hizo referencia a colectivos en su defensa del derecho al aborto y lo defendió en términos muy personales, su rebeldía se inscribe en un amplio movimiento contra las restricciones al derecho al aborto en Texas y en todo Estados Unidos, y en un movimiento feminista internacional. Es más, el acto y la alocución de Paxton Smith revelan características centrales de una forma de activismo que ha sido clave en muchos movimientos sociales contemporáneos. Esta manera de ser activista, que llamé alteractivismo, es de compromiso, y el núcleo de estos movimientos y revueltas ya no está vinculado a organizaciones o manifiestos, sino a la combinación de procesos de subjetivación personal -entendida como el trabajo que hace el sujeto para construirse a sí mismo como persona y autor de su vida- y al deseo de volverse un actor frente a los problemas de su sociedad.

El argumento central de este artículo es que las dimensiones subjetivas e individuales y, en particular, los procesos de subjetivación personal constituyen una dimensión central de un tipo de compromiso adoptada por parte de los activistas contemporáneos. La raíz de su activismo radica en la importancia que ha adquirido la relación ética consigo mismos y los procesos de subjetivación. El análisis se basa en una investigación con jóvenes activistas en movimientos sociales surgidos desde 2011, a partir de entrevistas y grupos focales realizados con activistas ecologistas en Bélgica, con participantes en las ocupaciones de plazas públicas por el movimiento “Nuit Debout” en París (2016) y con participantes del estallido de 2019 en Chile. Para el análisis también se tuvieron en cuenta un documental con estudiantes tunecinos y el discurso de Paxton Smith.

En la primera sección del artículo se presenta el abordaje metodológico. La segunda sección sitúa la propuesta analítica en una corriente de análisis que propone integrar mejor las dimensiones subjetivas en los estudios sociológicos. Estas perspectivas cuestionan algunas divisiones clásicas de la ciencia política y de la sociología de los movimientos sociales que llevaron a considerar como esferas separadas la vida privada y el compromiso público, lo íntimo y lo político, la construcción de sí mismo y el activismo. La tercera sección muestra que los jóvenes alteractivistas no solo luchan por una causa e implementan valores alternativos en sus prácticas, sino que viven esta causa como un asunto que es al mismo tiempo social y profundamente personal. Para ellos, problemas como la corrupción, la destrucción del planeta, el racismo, los abusos sexistas o una ley contra el aborto se vuelven intolerables porque se sienten afectados y cuestionados en su manera de construirse como personas, de ser y de vivir.

La cuarta sección aclara tres malentendidos que resultan de una visión simplificada de los procesos de subjetivación en el alteractivismo. Primero, los procesos de subjetivación y la ética que valoran los alteractivistas no corresponden a la mera realización personal o a la afirmación de un yo auténtico frente a la opresión de la sociedad. Al contrario, son procesos de transformación de sí mismo que ocurren en la experiencia del movimiento y en las relaciones con otros activistas. En esta perspectiva, los movimientos sociales se juegan también en la interioridad de cada activista, les atraviesan. Segundo, el impulso del alteractivismo no radica en estos procesos de subjetivación, sino en la voluntad de combinarles con la capacidad de ser actores en la sociedad, de tener un impacto. Tercero, si bien el alteractivismo está impregnado de una fuerte dimensión personal, no se trata de un compromiso solitario o meramente individual. Es a la vez personal y colectivo. No lleva a la desaparición de las organizaciones colectivas, sino a la reformulación de las relaciones con ellas. Por último, se presentan las conclusiones.

Metodología

Esta propuesta analítica se basa en una investigación cualitativa, llevada a cabo con jóvenes alteractivistas desde 2011, a partir de un enfoque particular para los “movimientos de ocupación de plaza” y los movimientos ecologistas. Las hipótesis y los análisis se formularon a partir de trabajos de campo con distintos alcances e intensidad en diferentes países (Bélgica, Francia y Chile), en una perspectiva metodológica y epistemológica para una sociología global, que expuse en un artículo recién publicado (Pleyers 2023). El objetivo del presente análisis es profundizar la comprensión de una dimensión específica de esta forma de activismo: la relación consigo mismo y los procesos de subjetivación. Por lo tanto, lo que justifica la realización de trabajo de campo en distintos países es la voluntad de variar contextos, actores y situaciones para identificar lógicas de acción y motivaciones comunes a una parte de los activistas durante la última década.

La primera versión del análisis sobre la relación consigo mismo en el compromiso de jóvenes alteractivistas se desarrolló durante el análisis de los grupos focales con jóvenes ecologistas en la ciudad universitaria de Louvain-la-Neuve, Bélgica, en 2013. Esta investigación consistió en seis grupos focales con un grupo de 14 jóvenes (entre 19 y 29 años) involucrados en diferentes proyectos ecológicos. Se llevaron a cabo siguiendo el método de la intervención sociológica (Touraine 1979) y gracias a la colaboración de mi colega Priscilla Claeys. La segunda investigación se llevó a cabo en París durante la ocupación de la Plaza de la República por el movimiento “Nuit Debout” en la primavera de 2016. Consistió en 72 días de observación etnográfica, 30 entrevistas con jóvenes activistas y dos series de cinco grupos focales, cada una con seis participantes que tenían entre 24 y 30 años, realizadas durante la ocupación de la plaza en abril y mayo de 2016. Para el caso del Estallido de 2019 en Chile, el material empírico se colectó en Santiago en noviembre de 2019, en el marco de mi cuarta estancia de investigación en ese país. Consistió en observaciones etnográficas y 27 entrevistas con participantes de diferentes edades (19 a 72 años).

Una vez establecidas las hipótesis principales a partir de los datos de estas tres investigaciones, incluí elementos empíricos de dos fuentes secundarias. En el transcurso de esta investigación, descubrí el discurso de Paxton Smith. Se agregó al material empírico porque provee una ilustración particularmente clara de la centralidad de los procesos de subjetivación en un acto activista que parece aislado, pero contribuye a un movimiento colectivo para defender el derecho al aborto. Además del video leí diversos artículos de prensa en internet y seguí la difusión del caso en la red sociodigital Twitter. El caso de Túnez me pareció relevante porque permite contrarrestar el argumento de que las dimensiones subjetivas y los procesos de subjetivación son característicos de movimientos “posmaterialistas” de jóvenes en países democráticos occidentales, mientras en el Sur dominan las dimensiones de identidad comunitarias y reivindicaciones materiales. Para este caso, la base del soporte empírico es el documental Après le printemps, l’hiver (Después de la primavera, el invierno), realizado en 2016 por un equipo de sociólogos italianos, en el cual estudiantes de la Universidad de Túnez exponen sus perspectivas sobre la revolución de 2011 y la sociedad que resultó de ella (Diaco et al. 2016).

Integrar la subjetividad en el análisis del activismo

Individualización del activismo

La individualización del activismo no es un tema nuevo. Tanto sociólogos como psicólogos sociales se interesaron por el impacto de los movimientos sociales en la transformación personal de los participantes dentro de una movilización social, apuntando a la construcción de su identidad personal y colectiva (Melucci 1996) o a su manera de ver el mundo y las injusticias desde una liberación cognitiva (McAdam 1989). A partir del inicio siglo XXI se multiplicaron los estudios de las emociones en la sociología de los movimientos sociales (ver, por ejemplo, Jasper 2014; Gravante y Poma 2017).

Este artículo se inscribe en esta corriente de la sociología de los movimientos sociales, que invita a prestar más atención a las dimensiones personales que produce la participación en un movimiento social y a las dimensiones subjetivas y expresivas que genera el compromiso de cada participante. Al mismo tiempo, se distingue de la sociología de las emociones y, en particular, de sus versiones más utilitaristas, en tanto se enfoca en una dimensión específica de la experiencia y del activismo de una parte de los jóvenes movilizados: sus procesos de subjetivación. François Dubet (2013, 210) define estos últimos como la “capacidad de vivirse como el autor de su vida y como su propia referencia” y distingue esta aspiración a la autonomía como uno de los ejes centrales que orientan el comportamiento individual, junto al hecho de ser este un producto de su socialización, movido por sus intereses. Sociólogos como Charles Taylor (1992), Alain Touraine (2002) , Margareth Archer (2003) y Guy Bajoit (2013) han hecho de los procesos de subjetivación personal un elemento importante de la modernidad tardía, y, para algunos de ellos, el núcleo del modelo cultural de las sociedades contemporáneas y de los actores que las animan y las transforman.

La cultura alteractivista

En publicaciones anteriores (Pleyers 2010, 2016, 2018) mostré que detrás de los cambios en la forma de organizarse, en los movimientos sociales se encuentran una serie de transformaciones más profundas en la manera de ser activista, de percibir y manifestar las injusticias y de participar en movimientos sociales. Llamé esta “cultura activista”2 el alteractivismo. No es una identidad, ni un término utilizado por los actores, tampoco se refiere a una causa o movimiento específico. La cultura alteractivista sitúa la experiencia vivida, la creatividad y la coherencia entre valores y prácticas en el centro del compromiso. Los jóvenes que adoptan la cultura alteractivista combinan una gran sensibilidad hacia los retos globales con una fuerte dimensión personal de compromiso y un deseo de anclaje en el ámbito local y en las prácticas cotidianas. En el mapa de los actores sociales contemporáneos, la cultura alteractivista se sitúa entre las orientaciones anarquistas y las formas de militantismo en organizaciones más clásicas, como asociaciones cívicas, ONGs, sindicatos o partidos. Se trata de una cultura específica, que no se puede reducir ni a actores que se acercan a un “neoanarquismo” (con el cual comparten algunos valores, pero divergen en la posibilidad de aliarse con actores de la sociedad civil), ni a “futuros actores” de la sociedad. Son actores del mundo contemporáneo, productores de sus vidas y de su sociedad y, a la vez, productos de transformaciones sociales recientes, como la globalización, las redes socio-digitales y los procesos de individuación en la modernidad tardía (Beck, Giddens y Lash 1994).

En análisis anteriores (Pleyers 2016), me enfoque en la centralidad de la relación consigo mismo en esta forma de activismo. El presente artículo explora dimensiones más específicas de este fenómeno: la manera como jóvenes activistas viven las causas globales como causas personales, al incorporar los valores y las alternativas del movimiento a la construcción de sí mismos como personas.

Conviene aclarar que el alteractivismo es una cultura activista particular. Corresponde a la concepción del activismo de una parte de los activistas, pero no a todos, ya que, en cada época y cada movimiento social, coexisten múltiples maneras de ser activista. Si bien una parte de los jóvenes elige un activismo que corresponde a la cultura alteractivista, otros activistas se comprometen en asociaciones civiles, ONGs o proyectos locales, u optan por formas de militancia que se podría calificar de más tradicional, adhiriendo a una organización social o un partido que les permite volverse protagonistas de la arena social y política en su país (Vázquez et al. 2017). Por otro lado, conviene recordar que las ideologías, redes y organizaciones de extrema derecha encuentran un éxito creciente en movilizar jóvenes activistas. Así mismo, es importante precisar que la cultura alteractivista no es específica de los jóvenes, pero es más difundida entre ellos, ya que comparte características con las culturas juveniles del siglo XXI (Juris y Pleyers 2009; Reguillo 2012; Feixa, Leccardi y Nilan 2016).

La vida y el activismo

Los marcos analíticos de la participación política y del activismo permanecen a menudo anclados en concepciones del compromiso que permiten una codificación rápida, pero que no corresponden a la realidad de muchos activistas. Se registra el número de asociaciones a las que un activista pertenece y se contabiliza cuántas horas que dedica a la causa cada semana. Es decir, se estudia el activismo como si fuera parte de una esfera limitada de acciones y del tiempo de un ciudadano, y bajo la dirección de organizaciones o colectivos militantes. Estas perspectivas analíticas separan el activismo público, por un lado, y la vida privada, el compromiso y la construcción de sí mismo como persona, por el otro.

Con frecuencia, las encuestas en este tipo de estudios preguntan por el tiempo que se dedica al activismo cada semana. Esto no tiene sentido para una parte de los activistas. Una no solo es feminista o ecologista durante las dos horas semanales que pasa en la reunión de un grupo o en la manifestación del viernes. Una es feminista en la vida cotidiana, en la forma de ser, de relacionarse con los demás, de pensar y actuar en el entorno profesional, con su familia o entre amigos. Para un alteractivista, ser ecológico se traduce en la manera de desplazarse, de alimentarse (por ejemplo volverse vegetariano o comer menos carne), de bañarse (limitando su consumo de agua) y de elegir sus actividades de ocio; también es una forma de pensarse en el mundo y una manera de (re)conectar con la naturaleza y con los demás. Ser ecologista, también es vivir con la angustia de saber que su sociedad está destruyendo el planeta a un ritmo cada vez más frenético, sin que las cosas parezcan cambiar (Le Goff 2020).

Todo esto se manifiesta en una forma de pensar el lugar que uno ocupa en el mundo, el proyecto de vida, el futuro e incluso la orientación profesional. En este contexto, ¿qué sentido tiene la separación entre actividades que se consideran como activismo de otras que no lo serían? Hoy en día, es en las articulaciones entre la vida cotidiana y la política donde surgen nuevas formas de ciudadanía, nuevas subjetividades políticas y los actores de los movimientos sociales.

Vivir el activismo

La ética y el modelo de compromiso de los alteractivistas están arraigados en una relación consigo mismos, en un sentido de responsabilidad personal. Más que una serie de reivindicaciones dirigidas a los líderes políticos, los jóvenes alteractivistas consideran la democracia, la ecología o el feminismo como exigencias personales que tienen que implementar en prácticas concretas y que orientan su manera de ser. El compromiso tiene un fuerte componente prefigurativo: los valores promovidos por el movimiento se plasman en las prácticas de la vida cotidiana y del activismo.

Los alteractivistas viven el compromiso hacia los movimientos sociales en términos de esperanza, desencanto, cansancio y emociones, más que en términos de eficiencia, éxito o fracaso. No solo defienden una causa en las marchas y en los actos políticos, sino que esta llega a formar parte de su manera de ser y estar en el mundo. Para los alteractivistas, la corrupción que asola un país, el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad, la experiencia del racismo, los abusos sexistas o una ley contra el aborto, se vuelven intolerables, porque se sienten afectados de manera directa, no por sus intereses inmediatos, sino en su propia forma de percibir el mundo y sus relaciones con los demás, en su autodefinición con respecto a sus experiencias vividas y a sus aspiraciones futuras.

Jóvenes ecologistas en Bélgica: reflexividad y relación consigo mismos

La ecología está profundamente enraizada en la vida cotidiana de los jóvenes ecologistas que participaron en la serie de grupos focales en Bélgica. Se traduce en una serie de prácticas y acciones diarias, desde la forma de comer y desplazarse, hasta la manera de bañarse y, para muchos de ellos, de conectarse con la naturaleza. Lo que guía sus acciones es un fuerte sentido de responsabilidad personal frente a ese problema global y una exigencia de coherencia entre la ecología y sus prácticas.

Pero la ecología no se limita en sus acciones y prácticas; les afecta en su ser, en su manera de pensarse y de pensar su vida. Para ellos, la crisis ecológica no es solo una cuestión de calentamiento global y de desaparición de especies, es, además, una responsabilidad personal que pesa sobre ellos y la angustia de pensar que los seres humanos están destruyendo el planeta. Les impide conciliar el sueño por la noche, transformar su visión del futuro, su relación con los demás y la forma de construirse como personas. La reflexividad y la relación consigo mismos están en el centro de su compromiso, “tienes que cuestionarte internamente para saber hacia dónde vas. Lo más importante es mantener la coherencia contigo mismo”, afirmó un joven activista en la cuarta sesión de la Intervención Sociológica (25 de febrero de 2013).

Esta centralidad de la relación consigo mismo no se confunde con egoísmo o con un desinterés por los asuntos colectivos y públicos. El planeta y los demás están integrados en un círculo de reflexividad que guía la acción. Incluso cuando han perdido la esperanza de que estos conduzcan a un cambio rápido, los estudiantes explicaron que sienten un imperativo de actuar, ya que se enraíza en la relación consigo mismos y no solo en los impactos que pueda tener en la sociedad, como lo explicaron dos estudiantes:

Por encima de todo, no quiero formar parte de esto, de esta destrucción del planeta. No quiero pensar que la gente sufre por mis elecciones de consumo. (Una estudiante francesa, segunda sesión de la Intervención Sociológica, 11 de febrero de 2013, Louvain-la-Neuve, Bélgica)

Entiendo lo que ocurre a mi alrededor [el hecho de que el comportamiento de la mayoría de la gente no cambie a pesar de la urgencia del cambio climático] y actúo en consecuencia, pero sobre todo actúo para poder dormir por la noche sin la culpa de saber que estoy participando en la masacre del planeta. (Correo electrónico enviado por una estudiante belga antes de la reunión del primer aniversario de la Intervención Sociológica, febrero de 2014)

Para estos activistas, el motor principal del compromiso ya no se encuentra en una visión de una sociedad ideal o en el impacto de sus acciones en la sociedad, sino en la relación que tiene cada uno consigo mismo, como persona y actor ético (Touraine 2002; Pleyers, 2016).

Ser joven en el Túnez posrevolucionario

A partir de diciembre de 2010, Túnez fue conmovida por una revolución ciudadana que derrocó el régimen represivo y corrupto de Zine El Abidine Ben Ali e inició el proceso de las revoluciones árabes de 2011. Los ciudadanos la nombraron “la revolución de Jasmín” o la “revolución de la dignidad”. Los jóvenes, y en particular aquellos con educación superior pero sin empleo, jugaron un rol mayor en esta revolución. Se consideraban como “la población juvenil más educada, moderna y globalizada que ha encontrado Oriente Medio” (Austin, 2011, 82). La experiencia combinada de un alto nivel de educación, el uso de las redes sociales, una difícil inserción en el mercado laboral y una ciudadanía reprimida tuvo un profundo impacto en las subjetividades de toda una generación. Como individuos, muchos jóvenes del mundo árabe sienten que no tienen lugar en la sociedad y no creen en un futuro mejor. Como lo analizó Fahrad Khosrokhavar, “se sienten entre la espada y la pared, sin posibilidad de autoexpresión en la arena política controlada por las oligarquías, ni de autorrealización a través de ningún proyecto económico en una sociedad donde el emprendimiento económico requiere capital y relaciones ‘políticas’ que están fuera de su alcance” (2011, 284).

Unos años después, los jóvenes tunecinos estaban desilusionados con las organizaciones y los dirigentes políticos que tenían la tarrea de transcribir los ideales democráticos en las instituciones y en las políticas públicas, pero no lograron dar a la ciudadanía, y en particular a la juventud, el futuro al cual aspiraba. El documental realizado en 2016, Après le printemps, l’hiver (Después de la primavera, el invierno, de Diaco et al. 2016), se centra en el trabajo reflexivo y la experiencia personal de jóvenes universitarios tunecinos en los años posteriores a la revolución. En esta época, ya habían perdido muchas de sus ilusiones sobre la ética de los políticos y su capacidad para transformar el país a profundidad. No obstante, la revolución tuvo un impacto profundo en sus subjetividades, en su relación con el Estado y con la sociedad, así como en su manera de ser y de pensarse como personas. Los jóvenes dicen ya no esperar mucho del presidente, de los partidos, de los sindicatos y de las organizaciones sociales (incluyendo las influyentes organizaciones musulmanas tunecinas), ponen sus esperanzas de cambio en un despertar ciudadano. A lo largo del documental, distintas voces explican que “ninguna organización había imaginado la revolución”, ni que esta fue llevada a cabo por los ciudadanos ordinarios, no por las organizaciones sociales o políticas. Es más, cuando todos los medios se enfocaban en la democratización de las instituciones y la política institucional, los estudiantes explicaban “no me interesa lo que haga el presidente”, “¿es la gente consciente de que las cosas pueden cambiar?”, “si hay un cambio, vendrá de nosotros mismos”.

El proceso social, cultural y político que siguió a la revolución de 2011 no consiguió evitar el retorno del autoritarismo al país, ni dar a los jóvenes tunecinos el futuro que esperaban, pero sí desencadenó profundos cambios en la subjetividad de los actores, en su relación con la sociedad y con el Estado. Los caminos para este cambio democrático no son tan sencillos como imaginaban los tunecinos a principios de 2011, e invitan a una profunda reflexión: “¿qué significa ser libre?”, se pregunta un estudiante en el documental, que traduce en un “hoy tenemos que crear algo”.

La expresión de estas subjetividades se plasma en la multiplicación de obras artísticas en diferentes ámbitos, desde el cine hasta el arte callejero (Laine, Suurpää y Ltifi 2017). Resistir es crear. A través de las imágenes, la música, los relatos biográficos y los sueños de los jóvenes universitarios tunecinos se expresan estas aspiraciones democráticas y preguntas sobre esperanzas que parecen cada vez más inalcanzables: “¿cómo se puede cambiar algo en el mundo y al mismo tiempo vivir su vida?”. Desde sus puntos de vista, la democracia no es solo una cuestión institucional, sino una cultural, que se expresa en las prácticas, es decir, ya sea participando en el debate público o estando más atentos a los demás.

Vivir el estallido en Chile

Desde el 18 de octubre de 2019 hasta el inicio de la pandemia por covid-19 en 2020, una revuelta ciudadana sacudió a Chile. El 25 de octubre de 2019 más de dos millones de personas salieron a las calles en distintos puntos del país para manifestarse en contra del modelo social y económico neoliberal. El “despertar chileno” (Ganter, Henríquez y

Zarzuri 2022), como se ha llamado el estallido, fue colectivo y social. Fue también profundamente personal. Al reunirse en las plazas, los ciudadanos compartieron sus experiencias y “abrieron los ojos”3 ante las injusticias de una sociedad dominada por el proyecto neoliberal y los intereses de la élite económica. Detrás del modelo neoliberal chileno, pregonado por los gobiernos, los ciudadanos volvieron a poner en el debate público lo que el gobierno y el discurso dominante habían invisibilizado: los sacrificios en vano exigidos en nombre de una sociedad que se proclama meritocrática, pero que sigue organizada por y para sus élites, y las bajas pensiones que condenan a un número creciente de ancianos a la pobreza.

La revuelta contra el neoliberalismo y su mito de una sociedad meritocrática impactó las subjetividades de los que ocuparon las plazas, transformando su relación con la sociedad, con los demás y consigo mismos. Después de dedicar la mayor parte de su tiempo y energía en el trabajo (Araujo y Martucceli 2012), en el estallido los ciudadanos chilenos expresaron el deseo de “recuperar su vida”, como lo repetían en varias entrevistas. Esto se traduce en reivindicaciones sociales, empezando por pensiones dignas; y en un cambio personal a partir del deseo de recuperar el control de sus vidas frente al proceso que formatea las subjetividades en una sociedad consumista y neoliberal.

Como cualquiera de los grandes movimientos sociales, el estallido en Chile es un movimiento que atraviesa todas las dimensiones de la sociedad, y también a los individuos que participan en ella. Cuando pregunté a una estudiante de derecho qué significó el estallido para ella, me contestó: “lo que ha cambiado para mí es que desde el 18 de octubre hablamos de nuestras emociones en las cenas familiares” (mujer entrevistada, octubre de 2019, Plaza Dignidad). El estallido transformó su manera de ser y de interactuar con los demás, de expresar sus emociones y su vulnerabilidad en espacios privados, como son las comidas familiares. La participación en este movimiento ha transformado la forma de ver su país, de relacionarse con los demás y con el Estado, su concepción de lo que es una “buena vida” (Araujo 2021) y lo que esperan de la democracia. Al combinar estas dimensiones colectivas y personales, el despertar chileno encarna un profundo proceso de redefinición de la identidad chilena, de lo que significa ser chileno en el siglo XXI.

La subjetivación en el activismo

La forma en que Paxton Smith, los jóvenes activistas en Bélgica, Túnez y Chile defienden su causa de una manera tan personal, profunda y marcada por una fuerte dimensión emocional se debe a que la corrupción del país, la desilusión hacia los dirigentes, la destrucción del planeta o una ley contra el aborto les afecta en este momento, y no es una amenaza potencial en un futuro lejano. La indignación que causa actúa de manera directa en su proceso de subjetivación, en sus maneras de pensarse, de ser autores de sus propias vidas y de encontrar en su ética personal la fundación de sus valores. Cuando habla de sus “esperanzas, [sus] esfuerzos y [sus] sueños […] truncados”, Paxton Smith explica a la audiencia de su escuela cómo el proyecto de ley en contra del aborto afecta su forma de concebirse a sí misma, su proyecto de vida y sus anhelos futuros. La priva de su autonomía a un nivel existencial. Es “desgarrador”, “deshumanizante”. Lo que está en juego va mucho más allá de los casos de aborto y la afecta directamente, como a “todas las chicas aquí presentes”.

Algunos sociólogos han explicado que en “la era del individuo” el compromiso hacia una causa en específico se ha vuelto menos profundo y más esporádico (Ion 1997), porque el activismo ya no involucra todas las esferas de la vida, sino que se ha vuelto efímero, según los deseos y las disponibilidades de los activistas. Ion contrasta esta forma de compromiso con el “compromiso total” que caracterizó grupos militantes que dedicaban su vida a una organización social o política, cuando esta gobernaba la mayoría de las esferas de su vida (el trabajo, los momentos de esparcimiento, el consumo, las vacaciones, los círculos de amigos y, a menudo, las relaciones de pareja).

En la cultura alteractivista del siglo XXI, el compromiso ya no está apegado a organizaciones sociales o políticas. Sin embargo, esta forma de compromiso también implica todas las esferas de la vida de quien esté involucrado, incluida la construcción e identificación de sí mismo como sujeto de su propia vida, como lo ilustran el discurso de Paxton Smith y de los jóvenes activistas en Bélgica, Túnez y Chile.

Tres malentendidos

La transformación de sí mismo más que la afirmación de un yo auténtico

Charles Taylor (1992) mostró que la búsqueda de la autenticidad del ser se ha vuelto un elemento central en nuestra sociedad, un “modelo cultural subjetivista”, para retomar la formulación de Bajoit (2013) , o de la modernidad reflexiva de Beck, Giddens y Lash (1994). Como muchos individuos en nuestras sociedades, los alteractivistas se inscriben en este modelo cultural y son movidos por un afán de autenticidad. No obstante, los procesos de subjetivación y la ética que valoran los alteractivistas no corresponden a la mera realización personal o a la afirmación de un yo auténtico que, una vez liberado de los grilletes de un sistema opresivo, expresa la autenticidad del ser. En esta perspectiva, la resistencia al sistema residiría en la afirmación de esta subjetividad oprimida.

Para los alteractivistas, los procesos de subjetivación se llevan a cabo no a través de la autoafirmación de un “individuo auténtico”, sino en una transformación de sí mismo a partir del encuentro con otras personas en espacios de experiencia que fomentan la confianza y la apertura a los demás. Más que espacios de afirmación de subjetividades individuales preexistentes, los movimientos sociales se viven como espacios que fomentan el cuestionamiento y la transformación de las subjetividades individuales de los actores que participan en ellos.

Los periodistas y observadores del movimiento “Nuit Debout” en París en la primavera de 2016 se entusiasmaron al ver a jóvenes afirmando sus convicciones y aprendiendo a expresarse ante un público amplio, en momentos que encarnaban el paso de la indignación individual a la afirmación de un sujeto que se convierte en político. Sin embargo, más que hablar en público, los jóvenes que entrevisté en la plaza me explicaban que se trataba de aprender a “limitarse para no intervenir todo el tiempo” (entrevista con una estudiante, Place de la République, París, 13 de abril de 2016), de evitar apoderarse de espacios de intercambio y decisión. Los participantes estaban atentos a aprender de los argumentos de los demás y, eventualmente, cambiar de opinión escuchándoles: “todo el mundo quiere expresarse y decir lo que piensa, pero al mismo tiempo hay que tener en cuenta el trabajo y las opiniones de los demás, y no siempre se puede querer reinventarlo todo” (Grupo focal, segunda sesión, 18 de abril de 2016).

Para los jóvenes alteractivistas, las plazas ocupadas son espacios de experiencia, de experimentación y de encuentros que plantean muchas preguntas sobre sí mismos. Allí se cuestionaron y forjaron nuevas perspectivas acerca de la sociedad en la que viven, de sus vidas y de sus deseos y sueños a partir del encuentro y los intercambios con los demás ocupantes de la plaza, de los debates y de las iniciativas.

Los movimientos atraviesan los individuos

La opresión de las subjetividades por el sistema es un tema central de las teorías críticas. Como lo sintetiza John Holloway, “los oprimidos no son solo grupos particulares de personas (mujeres, indígenas, campesinos, trabajadores fabriles, etc.), sino también (y quizás especialmente) aspectos particulares de la personalidad de todos nosotros: nuestra confianza, nuestra sexualidad, nuestra naturaleza juguetona, nuestra creatividad” (2002, 28). Al retomar la perspectiva de los filósofos de la Escuela de Frankfurt (Marcuse 1961) y de Foucault (2001) , Alain Touraine (2002) sitúa la cuestión central de los movimientos sociales contemporáneos en una “resistencia del ser singular contra la producción de masas, el consumo de masas y la comunicación de masas. No podemos oponernos a esta invasión con principios universales, sino con la resistencia de nuestra experiencia singular” (391). Estos apuntes heredados de la teoría crítica develan la importancia del trabajo del sujeto sobre sí mismo para volverse autor de su vida (que hace presencia en el alteractivismo), y que constituyen tanto actos de resistencia a la opresión de la sociedad dominante (capitalista, patriarcal, colonial), como elementos de la realización de una sociedad alternativa.

Sin embargo, conviene completar y complejizar estas afirmaciones, y evitar una idealización de los seres oprimidos que ha plasmado una parte de la teoría crítica y de los proyectos emancipadores. El conflicto frente al sistema no opone individuos buenos a un sistema omnipotente. Si bien aspectos de la personalidad de cada uno están oprimidos, el sistema no solamente es algo externo al individuo. Hace parte también de esa personalidad. Al igual que otros individuos, los alteractivistas fueron socializados en una sociedad, con sus valores, hábitos, habitus y dominaciones interiorizadas. El capitalismo y su espíritu competitivo, el patriarcado, la colonialidad y el racismo están profundamente arraigados en los individuos durante su socialización, más aún cuando forman parte de grupos dominantes a nivel social, étnico o de género. En esta perspectiva, un movimiento social se juega también en lo íntimo de cada persona, poniendo en tensión dimensiones de su personalidad, sus deseos frente a sus aspiraciones, sus valores frente a sus hábitos.

El activismo se encarna en una lucha interna de individuos muy reflexivos en contra de sus propias tendencias a dominar a los demás, a reproducir el sistema, a implementar prácticas de competición o patriarcales. Más que la afirmación de un yo auténtico, los movimientos contemporáneos (feminista, ecológico, decoloniales, democráticos) atraviesan y cuestionan a los individuos implicados. Lo que se expresa en los encuentros, en las entrevistas, en los discursos de las asambleas, en las paredes de las ciudades que hospedaron un estallido, en los informes y en la creación artística es una subjetividad en plena transformación, más que un yo auténtico de repente liberado. Las subjetividades individuales y colectivas de los jóvenes alteractivistas se afirman tanto como se construyen en la experiencia de estos movimientos sociales.

Subjetivación y voluntad de ser actor en su sociedad

El compromiso de los alteractivistas no se reduce a procesos de subjetivación, ni a sus dimensiones subjetivas. Su activismo radica en una combinación de estos procesos de subjetivación y de un deseo de volverse actores frente a problemas de la sociedad que se viven como retos sociales y causas personales. Los alteractivistas construyen dispositivos que favorecen una concordancia subjetiva entre el proceso de subjetivación y la capacidad de actuar, de tener un impacto (Pleyers 2016), como lo son el compromiso prefigurativo y los espacios de experiencia. Sin embargo, construirse como “autor de su vida” y tener un impacto en la sociedad (la subjetivación y la agencia) no van siempre de la mano; transformarse a sí mismo no es suficiente para cambiar el mundo (Pleyers 2010, cap. 4).

En las prácticas cotidianas de los alteractivistas, la combinación de un proceso de subjetivación y una capacidad de acción se transcribe en tensiones y dilemas concretos (Jasper 2014). Para convertirse en actor, a menudo se requiere renunciar a la búsqueda de una coherencia total entre valores y prácticas, por ejemplo, en lo que va de la horizontalidad y de las deliberaciones muy incluyentes. Los jóvenes ecologistas en Bélgica aspiraban a mantener una fuerte coherencia entre sus valores ecológicos y democráticos y sus prácticas, pero no a costa del aislamiento social. No querían “encerrarse en una burbuja” y formar comunidades utópicas, al margen o fuera de la sociedad (Sesión 5 de la Intervención Sociológica, Louvain-la-Neuve, 25 de febrero de 2013). Participar en la vida social y no aislarse en espacios que se limitan a activistas muy similares a ellos, requiere aceptar compromisos, para los que cada activista tiene que establecer sus reglas de juego según su ética y un equilibrio entre subjetivación y acción. Otro dilema frecuente resulta del deseo de mantener un cuestionamiento permanente de sus prácticas en la búsqueda de una coherencia entre sus actos y valores, que puede llegar a paralizar la acción. Como resumió uno de los jóvenes ecologistas durante la última sesión de los grupos focales: “en un momento dado, hay que dejar de cuestionar y actuar. Entonces, es importante ponerse en perspectiva y volver a preguntarse, aun cuando es importante actuar” (Un estudiante, Sesión 5 de la Intervención Sociológica, 4 de marzo de 2013, Louvain-la-Neuve, Bélgica).

Un activismo personal y colectivo

Reinventar lo colectivo

Una importante dimensión personal impregna el compromiso de los alteractivistas, sin embargo, no es un compromiso solitario, sino todo lo contrario. El encuentro con el otro es fundamental en la experiencia del activismo (Achard 2022), ya que el subjetivarse es “una forma de producir sujetos en relación con otros” (Vommaro 2012, 70). El cuidado por los demás, por el planeta y por sí mismo son las raíces, los recursos, la esperanza y el objetivo de su compromiso. Nos lleva “al cuestionamiento de cómo se siente la política, el compromiso social” (Scribano 2021, 165) y el mismo activismo (McDonald 2006). La reflexividad y la relación consigo mismo están profundamente imbuidas de la relación con los demás, con el planeta y con el mundo.

Es por esto que la reinvención de lo colectivo y de lo común está en el centro de numerosas iniciativas de los alteractivistas. Encuentros interpersonales surgen en contextos, como espacios de experiencia que permiten establecer relaciones de confianza, para compartir con el otro sus convicciones, dudas políticas y existenciales, la fragilidad de la experiencia y los procesos de subjetivación.

Los grupos de apoyo feministas, los lugares de vida o las plazas ocupadas se vuelven espacios de experiencia, es decir, espacios suficientemente autónomos y distantes de la sociedad dominante para permitir a las personas vivir según sus propios principios, construir relaciones convivenciales, expresar su subjetividad y encontrar un entorno propicio a los procesos de subjetivación (Pleyers 2010; McDonald 2006). Estos proporcionan ambientes favorables para la experimentación y la subjetivación, donde se refuerzan mutuamente la autoproducción de sí y la búsqueda de un impacto transformador en la sociedad (Pleyers 2016). Con frecuencia, estos espacios y eventos constituyen una experiencia efímera, pero intensa y significativa en la vida de los jóvenes activistas, y suelen tener un impacto a largo plazo en su compromiso social o político, su visión del mundo y su subjetivación. El sociólogo Doug McAdam (1989) mostró cómo la acampada del “Freedom Summer” durante el movimiento por los derechos cívicos en Estados Unidos en 1964 tuvo un impacto en las orientaciones políticas de los participantes un cuarto de siglo después del evento.

Las organizaciones tradicionales no desaparecieron

Una de las principales características comunes en muchas revueltas y revoluciones de la década de 2010 es que fueron llevadas a cabo por ciudadanos ordinarios y no organizadas por militantes de organizaciones sociales, políticas o sindicales. Al punto que el sociólogo árabe Asef Bayat (2017) se refiere a estos ciudadanos aparentemente no organizados como “no movimientos”. En Túnez, la revolución sorprendió a muchos activistas de izquierda que tardaron en comprender lo que pasaba. Fue solo después de varias semanas que el principal sindicato, la UGTT, se involucró en el proceso como organización. El escenario se iba a reproducir en las revueltas ciudadanas a lo largo de la década. En Chile, los activistas de las organizaciones de izquierda llevaban años esperando y preparando una revuelta social contra el neoliberalismo, pero estuvieron desorientados cuando estalló la revuelta ciudadana en octubre de 2019, preguntándose cuál era su papel y su lugar en este movimiento sin precedentes y cuáles organizaciones lo habían impulsado.

Es más, en muchas ocupaciones de plaza durante la década de 2010, los activistas prohibieron las banderas y las pancartas de partidos políticos, de organizaciones militantes y hasta de asociaciones (Türkmen 2016). Los alteractivistas quieren controlar su activismo con autonomía y no volverse “peones de una organización”, para retomar una expresión repetida en varias entrevistas con jóvenes en Francia y Bélgica. Tampoco rechazan colaborar con organizaciones militantes, pero lo hacen esporádicamente y como “electrones libres” (Pleyers 2010, 48), es decir, se reservan el derecho de vincularse con organizaciones cuando son compatibles con sus ideas y su tipo de acción, pero sin comprometerse más allá de proyectos concretos.

Tanto los alteractivistas como los actores de las ocupaciones de plaza y de los estallidos no ven a las organizaciones como el estructurador del activismo (McDonald 2006), como sí lo hacían en el militantismo más clásico. Esto no significa que los ciudadanos y activistas que lideraron estos movimientos estuvieran desorganizados. La organización se da de otra manera, siguiendo otras lógicas. En lugar de organizaciones formales, los alteractivistas se movilizan en torno a proyectos específicos y están unidos por medio de redes informales y afinidades personales (Pleyers 2010), es decir, en “redes adhocráticas” definidas como “estructuras organizativas en las cuales los miembros que la componen en un primer momento adoptan roles ad hoc para cumplir con un propósito personal, con base en proyectos de vida individuales que luego se interpretan como objetivos colectivos” (Henríquez 2020, 42). Estas redes se reorganizan y se reconfiguran constantemente, cambian su apelación, se expanden cuando se prepara una fase más activa de movilización y se transforman en función de los proyectos colectivos y personales de quienes las guían.

Estas transformaciones del activismo tienen un impacto en la transformación de las organizaciones del mundo militante, sindical y político que buscan adaptarse a estas formas de activismo. Aunque las organizaciones formales ya no están en el centro de la estructuración y de la orientación del activismo y de los movimientos, estas no han desaparecido. Muchas iniciativas y movilizaciones no habrían sido posibles sin ellas. Por ejemplo, los sindicatos y las organizaciones militantes han desempeñado un papel fundamental en la aparición, la defensa frente a la represión o la facilitación de los movimientos de ocupación de plaza. En Nueva York, los sindicalistas lograron detener el primer desalojo de Occupy Wall Street por la policía. Tras la acampada, las reuniones de Occupy Wall Street se llevaron a cabo en un local de los sindicatos. En París, la ocupación de la Place de la République por el movimiento “Nuit Debout” fue posible gracias a que una asociación proporcionó asesoramiento práctico y jurídico, así como apoyo material para los nuevos ocupantes de la plaza.

Conclusión

Este artículo invita a prestar más atención a los procesos de subjetivación como una dimensión central del activismo. Sin embargo, reducir el activismo a una aspiración a la realización de sí mismo o a la afirmación de un yo auténtico es un falso análisis enraizado en tres sesgos analíticos que se discuten en los últimos apartados del artículo. El primer sesgo analítico es la confusión entre los procesos de subjetivación y los procesos de (auto)afirmación de un yo auténtico. Para los alteractivistas, la experiencia de participar en un movimiento social se traduce en una transformación de sí mismos más que en la afirmación de sí mismos. Si bien aspectos de la personalidad de cada uno están oprimidos por un sistema (designado como capitalista, colonial, patriarcal y destructor de la naturaleza según las causas), este sistema no es únicamente externo al individuo, es también parte de la personalidad de cada uno. Por lo tanto, los movimientos sociales contemporáneos se juegan también en lo íntimo de cada individuo.

Un segundo sesgo resulta de la identificación del activismo con los procesos de subjetivación. Si bien los procesos de subjetivación pueden constituir una dimensión importante del activismo, este último no se reduce a aquellos. La cultura alteractivista se funda en una voluntad de combinar los procesos de subjetivación y el deseo de tener un impacto en la sociedad. Por lo tanto, las luchas que llevan los alteractivistas combinan dimensiones subjetivas, expresivas y culturales con reivindicaciones sociales y económicas. Un tercer sesgo analítico sería considerar que el carácter personal de los procesos de subjetivación sustituye la dimensión colectiva del activismo. El encuentro con el otro, la reinvención de lo colectivo y de lo común son dimensiones fundamentales de la experiencia del activismo y de los movimientos sociales contemporáneos.

En la literatura académica dedicada al estudio de los movimientos sociales, las dimensiones subjetivas del activismo se consideran a menudo como prepolíticas o infrapolíticas, como etapas preliminares, antes de una movilización colectiva que les permita convertirse en políticos. Los movimientos sociales, las revueltas o las revoluciones se estudian como el momento de la conversión de la indignación individual a la movilización colectiva (Tarrow, Tilly y McAdam 2001) y a la crítica social en un espacio público (Cefaï 2007). De hecho, en la sociología política se define la subjetivación política como el proceso por el cual el sujeto se convierte en actor político cuando entra en el espacio público durante una movilización colectiva. En esta perspectiva, la indignación y las dimensiones personales y subjetivas son una chispa útil para prender el movimiento, un recurso en su primera etapa, pero ceden progresivamente el paso a dimensiones colectivas y organizativas vistas como más racionales y eficaces (Gamson 1975).

Los casos mencionados en este artículo cuestionan esta perspectiva de dos maneras. Primero, nos recuerdan que las dimensiones individuales y subjetivas son plenamente políticas. Las feministas de la década de 1970 ya habían proclamado que “lo personal es político”, y también lo son los procesos de subjetivación, de construcción de sí mismos como autores de sus vidas por los activistas, como en los casos estudiados. Los movimientos contemporáneos se desarrollan en la vida cotidiana y en las dimensiones más íntimas como es la construcción de uno mismo. En este sentido, es necesario resaltar la importancia de la experiencia cívica y de los actos que con frecuencia no son percibidos como políticos, aún en la vida cotidiana, además de la formación de los jóvenes como ciudadanos y sujetos políticos (Benedicto y Morán 2002).

Segundo, los casos y ejemplos evocados dejan claro que estas dimensiones personales del activismo no se desvanecen a medida que un movimiento social madura o cuando se consolidan sus dimensiones colectivas u organizacionales. Los procesos de subjetivación de los activistas no solo son un elemento importante en el surgimiento de movilizaciones, sino que permanecen componentes importantes a lo largo de su existencia. La relación consigo mismo y la búsqueda de coherencia personal siguen motivando la acción después de la fase de emergencia de un movimiento. Por lo tanto, la culminación del proceso de politización no se sitúa más allá de estos procesos personales de subjetivación, sino en una articulación constante entre estos y los procesos colectivos del activismo. El surgimiento y el mantenimiento de movimientos sociales no reside en un paso de la opinión individual a la acción colectiva, sino en una articulación constante entre las dimensiones individuales y colectivas del compromiso, entre los procesos de construcción de sí mismo como autor de su vida y la voluntad de ser actor en su mundo.

Por lo tanto, resumir la cultura alteractivista a una voluntad de realización personal, a una afirmación de sí mismo, a un proyecto únicamente personal o a un movimiento cultural, es un error tan grande como ignorar los componentes subjetivos del compromiso. Los casos evocados en este artículo mostraron que, si bien la relación consigo mismo es central en el activismo de hoy, los actores que adoptan esta forma de compromiso no son egoístas. Se oponen a la individualización capitalista, proponen e implementan una individualización solidaria, atenta a los otros y preocupada por el futuro común en su sociedad y su planeta. El discurso para defender el derecho al aborto de Paxton Smith, el compromiso para un país menos corrupto, más democrático y más libre de los jóvenes tunecinos, la lucha y las prácticas en contra del cambio climático sostenidas por los jóvenes ecologistas belgas y la fuerte carga subjetiva del compromiso de muchos participantes en el despertar chileno de 2019 muestran que el alteractivismo contribuye a producir movimientos que son a la vez personales, sociales, culturales y políticos, orientados tanto por la construcción que hace la persona de sí como autora de su vida y como actora de su mundo.

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* El artículo hace parte de una investigación sobre los movimientos sociales globales y el alteractivismo. No contó con financiamiento externo.

1Senate of Texas, Texas Heartbeat Act, Senate Bill 8. Esta ley proponía prohibir el aborto tras la detección de actividad cardiaca embrionaria o fetal, lo que normalmente ocurre después de unas seis semanas de embarazo. https://capitol.texas.gov/tlodocs/87R/billtext/html/SB00008F.HTM.

2Por cultura activista se entiende una visión del mundo, de cambio social, de movimiento y de las maneras de organizarse, de nombrar al adversario y de estar en el mundo, que orienta las prácticas y los discursos de los actores involucrados (Pleyers 2018, 17).

3Expresión repetida por los participantes y expuesta en innumerables obras de arte callejero alrededor de las plazas ocupadas.

Cómo citar: Pleyers, Geoffrey. 2023. “Vivir las injusticias globales como personales: los jóvenes alteractivistas”. Revista de Estudios Sociales 86: 157-173. https://doi.org/10.7440/res86.2023.09

Recibido: 14 de Marzo de 2023; Aprobado: 01 de Abril de 2023

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