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Tecnura

versión impresa ISSN 0123-921X

Tecnura vol.26 no.74 Bogotá oct./dic. 2022  Epub 19-Sep-2022

 

EDITORIAL

EDITORIAL

CÉSAR AUGUSTO GARCÍA-UBAQUE1 

1 Director


Hace unos años, como parte de una sesión de trabajo conjunta entre las diferentes salas de la comisión nacional de calidad de educación superior del Ministerio de Educación Nacional en Colombia, el padre Gerardo Remolina, ex-Rector de la Universidad Javeriana; presentó sus reflexiones sobre CALIDAD Y PERTINENCIA DE LA EDUCACIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA HUMANA. Su intervención continua siendo oportuna, y pertinente para nuestra Universidad Distrital; y es por ello he querido presentar en estas líneas, algunos aspectos importantes de su intervención, con el ánimo de contribuir a la reflexión permanente y la búsqueda de esos elementos que nos permitan materializar su misión: “formar profesionales, con bases sólidas que estén en capacidad de llevar a cabo, de forma autónoma, competente y ética, diferentes procesos de adaptación tecnológica, producción académica, e investigaciones originales, tanto en la industria como en la academia, para contribuir así a su desarrollo personal, familiar y de la sociedad en general”.

“El hablar de educación, es hablar del ser humano en cuanto tal y de su integridad. De nada valdría tener una educación que formara excelentes científicos y técnicos sin un soporte y una consistencia verdaderamente humanos”. En Colombia se ha venido insistiendo en la formación técnica y tecnológica como imprescindible y de gran importancia para el país. Sin embargo, ligado a esta insistencia, existe el peligro de caer en el inmediatismo pragmático, que privilegia los resultados a corto plazo en el campo de la innovación tecnológica, y descuida una visión que tenga como meta la formación humana. Se pretende, decía el padre Remolina; la humanización de los robots, y por otra, la robotización de los seres humanos. Esto es hacer robots dotados de inteligencia artificial, de sentimientos, de afectividad y aún de la capacidad de tomar decisiones responsables (éticas); y paradójicamente, hacer de los seres humanos robots cada vez más funcionales y efectivos, que a la manera de artefactos mecánicos o electrónicos, realicen operaciones altamente eficaces, económicamente productivas y competitivas para un mundo cuyo ideal se ha forjado a partir de expectativas materiales y utilitaristas; donde lo verdaderamente humano se ha venido silenciando o ha sido puesto al margen de nuestras intenciones.

Este problema de la concepción de educación no es exclusivo de los países en desarrollo; también se da en países desarrollados, como los Estados Unidos de Norteamérica o los países de la Unión Europea, determinados por la competitividad y la innovación, y guiados estos últimos por la famosa “Carta de Bolonia” por la cual los Ministros de Educación constituyeron "La Europa del conocimiento”. Ésta, según Reiser, transformó a la universidad europea en una “Fábrica de aprendizaje", alterando de manera nefasta su esencia. El nuevo sistema trata de “estrategias de mercado”, de “capacidad para la competitividad", de “procedimientos de reclutamiento de estudiantes y profesores” (no de su vocación), de “gerencia de las instituciones universitarias”, de la “creación de espacios de mercado basados en el conocimiento”, de “eficiencia", de “sinergias”, del “potencial para la innovación y desarrollo social y económico". En ningún lugar se trata del espíritu que se forma con la educación. Nunca se habla de que el saber, el conocimiento y la sabiduría son valores que el ser humano procura y ama por sí mismos. Según el profesor Reiser, “este documento (la carta de Bolonia), manifiesta un espíritu de triste materialismo y utilitarismo”.

Es necesario tomar conciencia de la gravedad de lo que está ocurriendo y corregir el rumbo, con frecuencia implícito, que se ha venido trazando. La respuesta a la pregunta sobre los aportes de las ciencias, las artes y las humanidades para una educación con calidad y pertinencia para todos, parece ser obvia: no se trata de contraponer o excluir ciencias o disciplinas, sino de integrarlas. La educación con calidad debe propender por una auténtica formación integral del ser humano, en la que las ciencias, las artes y las humanidades no sean simples aportes, sino elementos constitutivos. A ella deben contribuir no sólo las ciencias, sino también las artes y todas las disciplinas, especialmente las Ciencias Humanas y Sociales; y de manera especial la Ética, la Pedagogía, la Psicología, la Antropología, y la Filosofía. La formación integral, no debe centrarse tanto en las ciencias o en las disciplinas, sino en la persona misma, en las facultades y en las estructuras fundamentales del ser humano. No es una integración desde fuera, sino desde dentro; es decir, el núcleo de integración no puede ser otro que la persona.

Reflexionar, sobre la educación y su calidad, exige que cada época se interrogue críticamente acerca del modelo de ser humano, de sociedad y de cultura que desea realizar, para contrastarlo con el modelo explícito o implícito, o con la ausencia de modelo, que de hecho está implementando. Es decir, exige una seria reflexión ética y moral como algo absolutamente imprescindible. Cuál es el modelo de ser humano que pretende formar nuestra sociedad colombiana? Y ¿Cómo lo fundamenta o justifica? Lo anterior hace evidente que quien colabora en el proceso de educación (docente o institución), debería tener muy claros y definidos su modelo antropológico, sus principios éticos, sus valores e ideales. La formación integral implica una concepción del hombre en su conjunto: es decir, implica una antropología y una visión del mundo o cosmovisión. Pero ¿sobre quién recae la responsabilidad definitiva de la formación integral? En últimas, sobre el sujeto mismo del proceso formativo, es decir, sobre la persona y, en nuestro caso, sobre el estudiante. Es claro también que las instituciones educativas no pueden ir más allá de orientar y estimular el proceso, de abrir horizontes, y de ofrecer posibilidades y ayudas.

Pero lo anterior plantea, de todas maneras la pregunta por los contenidos de la formación integral. En este sentido, la formación integral no puede confundirse con la articulación de determinadas asignaturas en un plan de estudios. Aunque hoy en día se distingue con mayor claridad lo que es un currículo de lo que es un plan de estudios, con mucha frecuencia para nosotros los ingenieros, esta diferencia no es clara. La formación integral puede descansar en un currículo, pero no en un plan de estudios, ni siquiera en un plan de estudios humanísticos. El asunto no es el de combinar de manera complementaria diversas asignaturas “humanísticas” con las asignaturas propias de una profesión, ni el de darle a ésta un cierto sabor humanista combinado la enseñanza técnica.

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