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Revista de Salud Pública

versão impressa ISSN 0124-0064

Rev. salud pública vol.23 no.2 Bogotá mar./abr. 2021  Epub 02-Set-2021

https://doi.org/10.15446/rsap.v23n2.88485 

Artículos/Investigación

Transperiferismo, necropolítica y sufrimiento social. Etnografía experimental sobre las condiciones de vida de inmigrantes venezolanos en el Caribe colombiano

Transperiferism, Necropolitics and social suffering. Experimental ethnography on the living conditions of Venezuelan immigrants in the Colombian Caribbean

William A. Alvarez-Alvarez1 

José M. Romero-Tenorio2 

Paulo Villadiego-Alvarez3 

1 WA: Sociólogo. Ph. D. Sociología. Estancia postdoctoral, Departamento de Antropología. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia. williamlogia@gmail.com

2 JR: Filósofo. Ph. D. Filosofía, Universidad del Atlántico. Barranquilla, Colombia. joserotenorio@yahoo.es

3 PV: Lingüista. Ph. D.(c) Lingüística y Lenguas. Universidad Popular del Cesar. Valledupar, Colombia. pancenu@yahoo.com.ar


RESUMEN

Objetivos

En este trabajo exploramos la crueldad y el sufrimiento que experimentan inmigrantes venezolanos que habitan en un asentamiento irregular llamado Villa Caracas, en la periferia de Barranquilla. Nuestro objetivo principal se centró en analizar desde una perspectiva antropológica y filosófica la condición de lo humano, el dolor que toma forma a raíz de la extrema precariedad material manifiesta en el flujo transnacional migratorio entre Venezuela y Colombia.

Método

A través de una etnografía extendida por cerca de 6 meses, hecha mediante observación participante, entrevistas semiestructuradas y relatos de vida, describimos el sufrimiento social del inmigrante en su tránsito, asentamiento y supervivencia cotidiana.

Resultados

Los resultados preliminares de esta investigación nos llevaron a formular el concepto de transperiferismo como una categoría que engloba transversalmente el fenómeno migratorio con una perspectiva urbana.

Palabras Clave: Pobreza; inmigración; enfermedad; sufrimiento; Venezuela (fuente: DeCS, BIREME)

ABSTRACT

Objective

In this research we explore the cruelty and suffering experienced by a high percentage of Venezuelan immigrants who live in an irregular settlement called Villa Caracas on the outskirts of Barranquilla. Our main objective focused on analyzing from an anthropological and philosophical perspective the condition of the human, the pain that takes shape because of the extreme material precariousness manifested in the transnational migratory flow between Venezuela and Colombia.

Method

Through an ethnography extended for about 6 months applying participant observation, semi-structured interviews and life stories, we describe the social suffering that the immigrant experiences in their transit, settlement and daily survival.

Result

Based on the research, we formulate the concept of trans-periphery as a cate-gory that transversally encompasses the migratory phenomenon in cities.

Key Words: Poverty; immigration; illness; suffering; Venezuela (source: MeSH, NLM)

Migración Colombia cifró, al 30 de junio de 2019, 1 408 055 inmigrantes venezolanos, de los cuales 742 390 están en estado regular y 655 665 son irregulares. En el presente milenio este flujo migratorio se caracterizó por tres sucesivas expulsiones, como analiza Ramos 1: del 2003 al 2009, con la tercera elección presidencial de Chávez se reestructuró el sector petrolero, situación que expelió a 17 871 trabajadores, muchos de los cuales fueron acogidos en la industria extractivista colombiana; entre 2010-2014, el chavismo se cebó con las élites universitarias y profesionales, más aún cuando Maduro relevó a Chávez. En el último lustro las políticas subsidiarias que mantenían en una pobreza estratégica a las capas más vulnerables saltaron por los aires, por lo cual muchos se vieron obligados a salir del país masivamente.

En este contexto, se comparten las luchas sociales silentes de unos migrantes venezolanos por sobrevivir en un terreno baldío en la ciudad de Barranquilla (Colombia), renombrado por sus habitantes y vecinos como Villa Caracas. Por ello, se entrelazan dos temas. Para comenzar, está el tema que denominamos transperiferismo, a la luz de los últimos estudios de migración sur-sur 2, que se da entre países "que comparten una posición periférica en el mundo" 3, p,731). Seguidamente, la existencia de un territorio imposible, en este estudio de caso preciso, que va más allá de los lugares olvidados o terrains vagues postulados por Solá-Morales 4, delimitados por unas marcas de dolor y sufrimiento que pone en pie una particular necropolítica 5.

Villa Caracas es un barrio de invasión de venezolanos y emigrantes colombianos retornados que se asentaron en una loma situada en el barrio El Bosque de Barranquilla desde el 2011 hasta la actualidad. La mayoría proviene de los suburbios de Maracaibo (Venezuela); por tanto, es una emigración lineal de periferia a periferia. Muchos de ellos dependían de las políticas subsidiarias del chavismo, que administraba la pobreza como capital simbólico para apuntalar al régimen y que, por la decadencia del gobierno de Maduro, con factores como la deflación, el rentismo 6 y la injerencia exterior 7 ha forzado a un porcentaje de la población a emigrar en condiciones infrahumanas. De ahí que las investigaciones más recientes sobre migración sur-sur apuntan a describir un "proceso que se torna gradualmente más independiente de los factores estructurales -como las diferencias de desarrollo entre los países-, y que está cada vez más determinada por factores relacionales" 3, p.737).

Su llegada a Colombia no mejoró para nada su situación. De ahí que la movilidad ocupacional de estos inmigrantes se presenta de manera descendente 8, lo cual trae consigo elementos profundos de la estructura social que reproducen las desigualdades sociales y el grado de apertura para permitir el ascenso social de grupos vulnerables. Para lograr una mejor comprensión de este fenómeno, proponemos el concepto de transperiferismo como una alternativa epistémica para pensar los flujos migratorios en clave socioespacial, aspecto que nos permite observar el despliegue y configuración del sufrimiento humano a modo de una interface urbana periferia-periferia, en la cual se puede comprender el abandono social 9 y la precariedad material como una extensión transnacional 10 de la violencia estructural y política en ambos países (Venezuela y Colombia).

Indagando el terreno: objetivos

De esta violencia son testimonios las rugosidades del terreno, "que no pueden ser encaradas como herencias físico-territoriales, sino como herencias socioterritoriales o sociogeográficas" 11, p.43). La topología desencarnada, llena de montículos de casas destruidas que cedieron a lo arcilloso de sus cimientos (Figura 1), estrato a estrato, es depositario de una memoria de violencia y corrupción. Este terreno fue intervenido en varias ocasiones para recuperar un espacio estigmatizado por ser un foco de inseguridad, violencia e insalubridad en ese sector de la ciudad. A esto hay que añadir que la cimentación inestable desmorona todo intento urbanístico. Resignificado como un lugar históricamente empleado para deshacerse de desechos materiales -aún hoy sirve de escombrera para las obras colindantes, con sus característicos montículos- y orgánicos -violaciones, asesinatos, riñas, robos, junto con un elevado consumo de droga y pandillas-.

Figura 1 Rugosidades 

Esta memoria afecta a tal punto la rugosidad, cuyo terreno se volvió color azufre en el imaginario comunitario. De ahí que siempre se ha conocido como Loma Roja. Solá-Morales habla de terrains-vagues, espacios de libertad que escapan del control urbanístico 3, p.192). Sin embargo, Villa Caracas, por un lado, es un territorio imposible, cuya imposibilidad lo hizo posible: no fue invadido por la población local a causa del peso de esta memoria y, por tanto, los inmigrantes pudieron asentarse en él. Y por otro, esa rugosidad áspera se extiende por los cuerpos de sus habitantes, a modo de signos de enfermedad y sufrimiento, que el sistema público de salud colombiano no atiende (Figura 2).

Figura 2 Un herpes se extiende por el cuerpo del joven 

Desde una perspectiva filosófica, estas necromarcas son consecuencias de lo que Antonin Artaud denomina política de la crueldad12, p.36); a través de esta, el poder trabaja los cuerpos somatizando la violencia estructural desde adentro. Usualmente, el enfoque dominante para reflexionar sobre estos temas se realiza a través de una óptica foucaultiana 13, lo cual da una visión privilegiada sobre los procesos de subjetivación como ejercicio de un biopoder estructurante. Pero con Artaud se puede entender ese padecimiento corporal como itinerarios del ius (derecho) directamente sobre los cuerpos. De ahí el uso del vocablo somatización, en su sentido etimológico: convertirse (izein) en cuerpos (somatos).

Desde el posestructuralismo el poder ya constituido se incorpora en forma de habitus14, p.67) o de técnica disciplinaria previa13, p.216) desde el interior de los cuerpos. Para Artaud, por el contrario, el poder no se implanta antes del cuerpo que domina; surge, por el contrario, contemporáneamente, de tal manera que su opresión produce corporalidades complejas, como el cuerpo sin órganos, cuya capacidad de sometimiento no se traduce necesariamente en dominación: el propio hostigamiento de las hegemonías se puede transformar en mecanismos subversivos. Por ejemplo, en Villa Caracas, el sufrimiento generado por esta política de la crueldad revierte en un capital simbólico con el que los actores sociales comercian mediante sus identidades marginales. De esta manera, la política de la crueldad de Artaud permite analizar las dinámicas de Villa Caracas más allá de la victimización y hallar en el poder ejercido a través de la muerte un complejo mecanismo de subversión de los dominados.

MÉTODO

Aproximación al cuerpo del terreno

El trabajo de campo se extendió desde abril hasta septiembre de 2019. La entrada en este asentamiento se nos dio gracias a las misas sabatinas que realiza un padre de la orden carmelita que, a su vez, es profesor (Juan Diego) en nuestra Universidad de trabajo. Apoyados por él, conocimos a un par de líderes sociales que nos acompañaron a hacer visitas guiadas e introducirnos en la vida cotidiana de Villa Caracas. Esas visitas se fortalecieron en sucesivas salidas de campo, en una de las cuales fuimos asaltados por una pareja de jóvenes armados con pistolas. Una vez sucedido este hecho, observamos una dinámica comunitaria sorprendente en términos de cohesión, identidad y movilización.

A raíz de esta vicisitud, nuestro contacto con la comunidad se intensificó; así, diseñamos un plan de trabajo re-direccionado a describir las estrategias de supervivencia de una decena de personas que constituyen las redes de parentesco y apoyo de dos líderes sociales en Villa Caracas, mediante entrevistas a profundidad, participación observante y observación participante. Decenas de horas de grabación, fotografías y registro en nuestros diarios de campo constituyen el corpus de esta etnografía.

A continuación, invitamos a los lectores que nos acompañen por dos itinerarios simbólico-espaciales por Villa Caracas. La lectura que proponemos del problema y objeto planteado se construye a seis manos, tejiendo narraciones que redundan en perspectivas-territorios que describen trayectorias sobre cuerpos que padecen a razón de las formas en que el dolor se manifiesta por el biopoder.

RESULTADOS

Itinerario 1. Vidas infames y sufrimiento en los intersticios del necropoder

Una mujer angustiada se acerca a mí y me espeta: "necesito que me ayude con un chico que tiene un problema, pero no quiere decirnos qué tiene, Él quiere hablar con el padre Juan. ¿Puede usted acompañarlo? Creo que es algo que ver con los hombres". El anterior relato sucedió una mañana de sábado durante una misa a la que suelo asistir en Villa Caracas como parte del trabajo de campo, acompañando al asentamiento de inmigrantes venezolanos en esta parte de la ciudad. La escena siguiente fue desgarradora. Tras la misa, encontramos al joven en casa de una vecina, sentado, extremadamente delgado, piel amarilla y débil, susurraba al padre su padecimiento, le incomodaba la gente. Pidió ir a su casa a escasos 10 metros, se desplomó en el trayecto; José lo sostuvo antes que cayera al piso. Casa de madera, precaria, abierto el candado de su puerta, piso sin tierra, pilas de arena abultadas, ropa, dos colchones sucios, uno extendido y el otro enrollado en medio de la casa. Él entró con esfuerzo tumbándose sobre uno de los colchones; entonces musité para mí mismo: "él piensa morir". Lo ayudamos a sentarse para ver sus heridas; un herpes cubría un tercio de su espalda, una parte de su torso y su pectoral izquierdo. El padre lo bendijo: "Ten fe hijo, ¡fuerza!". Salimos de su casa. Parecía un ritual de extremaunción (Figura 3).

Figura 3 Extremaunción al migrante venezolano afectado por el herpes 

Fragmento diario de campo, mayo 2019

El anterior pasaje es solo un ejemplo de una decena de casos que hemos registrado desde el inicio de esta investigación. Una muestra del tipo de padecimiento al cual se enfrentan los inmigrantes en su vida cotidiana, principalmente en sus lugares de asentamiento precarios. Pero no todo es tristeza; el fin de la escena fue alentador: el padre Juan Diego le donó un medicamento que le ayudó a aumentar sus defensas, a la vez que comprometió a una vecina para que le suministrara tres raciones de comida diaria durante una semana mientras el recobra fuerzas. Una semana después, el chico podía mantenerse en pie. Sus condiciones de supervivencia no podrían ser peores: aprisionado al interior de un universo materialmente precario; una gonorrea mal tratada; bajas fuentes alimentarias; entornos contaminados e insalubres (el colchón en el que dormía fue usado por perros sarnosos); abuso y uso de drogas ilegales.

El sufrimiento que experimenta este tipo de población se extiende en el tiempo sin posibilidad de ser intervenido. Sus cuerpos son sometidos a un nivel de estrés que supera la capacidad individual y colectiva por resolver las crisis médicas que se presentan en las familias o comunidades de inmigrantes. El relato de vida de Kike así lo describe: "[...] en los últimos meses he sufrido dos infartos, me hicieron un cateterismo hace poco tiempo y me van a intervenir próximamente porque sufro de obstrucciones en las arterias coronarias". Todavía espera nuevamente una cirugía. Mientras tanto, le fueron recetados fármacos para disminuir su presión arterial, tratamiento que sigue de manera irregular por no contar con dinero. A finales del 2019 sufrió una isquemia cerebral que lo dejó postrado en una cama y sin movilidad en medio cuerpo. Aún en tales condiciones no recibe tratamiento.

Lo que nos interesa es etnografiar los rastros de la violencia estructural transnacional 15 que las complejas trayectorias migratorias dejaron en sus cuerpos. El muchacho en cuestión relata una situación adversa que se cartografía en su físico: contornos sinuosos que mapean incertidumbres o signos que, con el paso del tiempo, revelan una historia política, criminal y marginal propia de las periferias urbanas contemporáneas del Maracaibo poschavista. Sin conocer a nadie en Barranquilla, llegó a Villa Caracas por referencias. Armó una pequeña casa de madera, ganándose la vida en los bordes de la economía: reciclando, robando, pidiendo limosna, limpiando vidrios de carro en los semáforos. Al mismo tiempo, lleva una vida ajustada a los deseos y necesidades de un hombre de su edad (veintiún años). No es posible discernir si se contagió de gonorrea en Venezuela o en Colombia; en todo caso, ninguno de los dos sistemas de salud pudo erradicar esa enfermedad, la cual provocó dolencias posteriores.

Con una desproporcional cifra, más del 95% de las personas entrevistadas para esta investigación manifestaron que su migración se debió al hambre que padecían en Venezuela. La política económica del poschavismo, junto con las sanciones internacionales y una elevada inflación constituyen una suma de elementos que desestabilizan la vida cotidiana de las comunidades que, en un primer momento, sirvieron de bastión popular al chavismo (y luego a un primer gobierno de Maduro), para luego convertirse en los primeros detractores y principales víctimas de este pospopulismo. Las consecuencias son inevitables: las mismas que dan pie para pensar la dimensión horizontal de esta coyuntura.

Estructuralmente presionados, a las poblaciones periféricas les quedan pocas alternativas: migrar, padecer o resistir. Aquellos que tienen la oportunidad lo hacen arriesgándolo todo; otros optan por quedarse impulsados a sobrevivir o, en palabras de la Mona (lideresa comunitaria de Villa Caracas), a "deambular como zombis escarbando las canecas de basura, comiendo lo que haya, incluso tierra". Pero entre resistir y padecer existe una fina línea que divide lo humano de lo no humano, y es en ese intersticio donde se manifiesta y filtra la necropolítica. La Mona no solo huyó por el hambre, sino también por otra serie de factores extremadamente violentos. Nos dice que su hija mayor "se quedó allá para no dejar al marido, pero yo me la quiero traer aquí porque la relación con ese hombre es jodida, les ha tocado muy duro, pasan mucha hambre... Si viera usted que un día él casi me la mata porque a ella le dio un ataque de hambre y, en medio de la noche, literalmente, intentó comérselo a mordiscos".

Media docena de migrantes entrevistados en Villa Caracas afirmaron haber pensado alguna vez en el canibalismo a causa de la hambruna. De hecho, ha sido justamente este límite entre lo humano y lo no humano lo que ha determinado su impulso migratorio. Del otro lado de la frontera, en Colombia, el padecimiento toma otra forma: la hambruna pasa a un segundo lugar; las afecciones crónicas, infectocontagiosas o virales se apoderan de los cuerpos, lo cual convierte la vida cotidiana de los migrantes en lo que Roberto Abadie denomina una tortura moderada16. Por lo tanto, resistir las penurias de la precariedad adquiere otro nivel semántico, al mismo tiempo que la resignificación de lo humano. No obstante, la migración transperiférica sur-sur nos plantea una estética común (por ejemplo, si se comparan las favelas de Rio de Janeiro y las comunas de Medellín como similares, salvaguardando algunas diferencias). Así, nuestro registro etnográfico describe dos universos de lo humano y lo social completamente opuestos en Villa Caracas.

Cuando analizamos las trayectorias geográficas de esta inmigración forzada, observamos lo que denominamos desplazamiento transperiférico o transperiferismo. Nuestro largo periodo de observación en campo nos ayudó a desarrollar este concepto. Pudimos establecer patrones singulares en las cartografías sociourbanas de los inmigrantes desde su expulsión al asentamiento. Empleamos este término para hacer alusión a las condiciones socioeconómicas, culturales o étnicas que experimenta un porcentaje de la población migrante. Concentrados o segregados hacia los bordes de la ciudad, también en los contornos de la economía, las periferias urbanas se han convertido en lugares representativos de la migración en Colombia, en un laboratorio urbano que nos muestra la crisis de la inmigración, su complejidad interior y las paradojas de juntar dos estructuras sociales precarias en espacios urbanos conflictivos conocidos como villas miseria, invasiones, chavolas o periferias 17.

Sin embargo, nuestro interés investigativo no pretende fijarse exclusivamente en las polaridades, sino en los bordes, porque hemos encontrado aquí el drenaje por donde fluye y se articula una necropolítica que se incorpora principalmente en el padecimiento que manifiestan los cuerpos de los migrantes, a modo de enfermedades que, durante el proceso de expulsión, permanecen latentes. Esta acumulación del dolor no puede ser concebida en términos de un sufrimiento singularizado; más bien, se cristaliza en el padecimiento que producen, por ejemplo, un herpes, VIH, hepatitis o diabetes, enfermedades comunes que registramos en Villa Caracas, en una suerte de "resiliencia mortífera por parte de una masa" 18, p.44).

Además, al interior de este proceso se van agregando otras afecciones médicas que surgen de los efectos colaterales del intersticio jurídico-público del Estado de excepción 19 colombiano, en cuanto al reconocimiento de un otro (migrante) que se asume como paciente del Estado 20 en su doble acepción; a) enfermos en tratamientos; o b) en víctimas de un sistema sanitario que convierte a la espera en instrumento de dominación y sufrimiento. Media docena de nuestros interlocutores afirman que sus enfermedades se agudizan cada día; la angustia que les produce sobrevivir en esas condiciones, su lucha y espera a ser reconocidos como ciudadanos, entre esos intersticios, incrementa no solo el padecimiento de sus cuerpos, sino también la manera en que el necropoder se condensa y expande en la periferia.

Lo que Milton Santos llamó rugosidades del territorio 11 representa mejor que ningún otro concepto los abismos presentes en los bordes que se pliegan constructiva y regularmente uno sobre otro, capa sobre capa a medida que en el territorio las agencias comunitarias en conjunto con el asistencialismo público y humanitario superponen elementos modernistas de equipamiento urbano; con esto, me refiero a la intervención de los servicios públicos, un tipo de normalización que debe principalmente ser antecedida por el cemento. El resultado de esta investigación deja entrever las dinámicas socioculturales manifiestas entre los bordes urbanos que se acentúan alrededor de Villa Caracas, las cuales inciden en la supervivencia y bienestar de la comunidad; en otros términos, una producción de conflictos interétnicos potencializados en la rugosidad de un terreno o enclave étnico-nacional que refuerza el estigma, el racismo y el clasismo que desde nuestra observación participante resumimos como una guerra transperiférica entre pobres, o bien, lo que Portes et ál.21 denominan colectivamente como asimilación descendente.

Itinerario 2. Política de la crueldad como acción política de los marginados

Acabamos de describir cómo el poder se ejerce por medio de la muerte sobre existencias retenidas en los bordes (de lo legal, de lo biológico, de lo humano), y que una leve sacudida las sitúa en un lado u otro de la frontera. En este apartado, queremos repensar estas vidas al límite en función de políticas de la crueldad infringidas sobre los cuerpos, desarrollando parte del pensamiento de Antonin Artaud.

Frantz Fanon entendió que el poder ejerce su violencia "en intervalos" 22, p.42): la policía entra con toda impunidad a cualquier casa de Villa Caracas, y en cualquier momento, aprovechando que la mayoría son migrantes ilegales. Hablando con un agente se lamenta de que, a veces, no puede actuar con mayor violencia: "la pendejada de los derechos humanos", exclama. "Cuando quieren joder", nos dice otro miembro de ese colectivo, les solicita la documentación y, si no la tienen, los trasladan a unas jaulas por unas horas, donde están amontonados. Las fuerzas represivas del Estado desgarran, por tanto, el territorio, lo cual les impide hallar una unicidad espacial y temporal; así como afirma Fanon, su ocupación implica una división del espacio en compartimentos 22.

La rugosidad describe un paisaje siempre a medio hacer (Figura 4). Camiones llenos de escombros de obras aledañas vacían sus volquetas con la venia de la policía; los vecinos se quejan y ellos se ríen o se quedan impasibles. Estas humillaciones que hemos registrado responden a una política de la crueldad con la que el poder trasplanta "la violencia en sus casas y en sus cerebros" 22, p.42). Se trata de trabajar los cuerpos desde sus vísceras y "sus imaginarios culturales" 4, p.43).

Figura 4 Pliegue sobre pliegue, escombros sobre escombros 

Artaud, mucho antes que Foucault, describía cómo "los individuos no están adoctrinados por ideas, sino por actos anatómicos y fisiológicos lentos" 12, p.31-32). El poder practica sobre los cuerpos una suerte de ortopedia simbólica que organiza, incluso, las funciones biológicas de forma similar a como lo hace un forense sobre un cadáver al que le practica una autopsia en una fría cama de metal. Antes de ser desmembrado, se marcan con signos discontinuos los recorridos del bisturí, que corresponden con un mapa definitorio de funciones preestablecidas. El cuerpo está cartografado lentamente. De ahí las marcas discontinuas. Todo lo que tiene de emergente y visceral el cuerpo se bloquea 23.

Sin embargo, ese estatus fronterizo en el que una circunstancia como una gonorrea o una simple herida mal curada los lleva a la muerte (o, incluso, la falta de documentación a la categoría jurídica de ilegal) hace de la crueldad una forma de acción política de los damnificados. Las funciones biológicas de estos venezolanos no pueden estar organizadas, ya que ni ellos mismos saben si pueden comer el mismo día u otro. Como ilustra Frantz Fanon: "Allí se nace y se muere en cualquier parte, de cualquier cosa [...] los hombres están unos sobre otros, las casuchas unas sobre otras" 22, p.42-43). Imposible de sistematizar la infamia, de ordenarla, al presentarse completamente anárquica. Es ahí donde Artaud reflexiona sobre otros tipos de corporalidades, entre ellas, el cuerpo sin órganos, por medio de las cuales los oprimidos pueden resistir al sistema por la misma violencia ejercida sobre ellos.

Ese amontonamiento de cuerpos es palpable en Villa Caracas. Esteban nos lleva a su lugar de residencia: una pequeña chabola dividida en dos por un cartón; caben en cada espacio ajustados colchones en los que encontramos dos familias completas, tiradas para guarecerse del penetrante sol de Barranquilla. El tetris macabro está conformado por Esteban, su mujer y sus tres hijos (uno de ellos, recién nacido). Del otro lado, una familia de siete miembros en las mismas condiciones. En una infravivienda de apenas 30 metros, 13 seres.

Ese hacinamiento nos deja una amarga sensación de anonimato con la que el Estado trata a estas personas. Por ser "vidas infames fronterizas", el poder no las puede introducir en ninguno de sus circuitos de producción, porque no discierne contornos entre ese amasijo. Los invisibiliza al no estar en grado de reconducirlos a esquemas de pobreza onegeizados 24, p.205). Lo que alcanzamos a etnografiar es esa realidad antes que las ONG sistematicen la pobreza con pulseras que marcan el grado de desnutrición infantil o que determinen las enfermedades venéreas o el embarazo precoz (cada vez vemos más de estas instituciones en Villa Caracas); es decir, que acomoden esa realidad a protocolos determinados por burocracias que diseñan programas de desarrollo tejidos bajo sus propias concepciones hegemónicas.

En este sentido, este trabajo es un acto político que quiere mostrar y desenmascarar lo obsceno, lo que el poder quiere dejar fuera de la escena del teatro de la crueldad, siguiendo el alegato de Artaud: "Todo es por el momento sexual y obsceno/porque no ha podido ser jamás trabajado y /cultivado/fuera de lo obsceno/y el cuerpo que allí baila/no se puede separar de lo obsceno/y han sistemáticamente abrazado la vida obscena/pero hay que destruir/esta danza de cuerpos obscenos para sustituirla por la danza/de nuestros cuerpos" 12, p.57).

La acción política cruel que los oprimidos pueden hacer para subvertir el sistema, o al menos incomodarlo, es darle los cadáveres ya fabricados. Que el poder no pueda cobrarse las cabezas previamente maquilladas, sino ofrecérselas con toda la podredumbre incorporada.

Como la que se trasplanta en el brazo de Roberto, venezolano de 58 años, hinchado por la infección que le provocan unos clavos que le sirven para fijar su hueso quebrado por un accidente de moto. La dejación del Estado aplica a su extremidad un torniquete que va haciendo que, semana a semana, la piel alrededor de esos tornillos cobre tonalidades, que van del morado al verdoso. El hospital público lo atendió en urgencias, pero, inmediatamente después, lo expulsó sin medicamentos, que no se los puede costear. Un simple antibiótico evitaría estas gradaciones cromáticas y olfativas; empieza a oler a podrido su brazo y a sentir acorchadas las terminaciones nerviosas. Nos planteamos el dilema ético de todo investigador a intervenir en el contexto; no pudimos soportarlo y le compramos unos medicamentos: acetaminofén (paracetamol) para el dolor y amoxicilina para la infección: un total de 40 000 pesos colombianos (al cambio, 12 dólares).

El servicio de prestación de salud, tal cual se ha establecido, genera más riesgos que beneficios para esta población. Su atención se traduce en un cumplimiento a los tratados y convenciones sobre derechos humanos, pero esta superficial atención muestra dos aspectos: a) la pública institucionalización de un discurso humanitario internacional que debe cumplirse sin profundizar en el despliegue de sus forma o mecanismo de implementación (bios), b) la privada gestión de tales directrices mantiene con vida los cuerpos migrantes dentro de su esfera legal; atiende y reduce clínicamente su sufrimiento (necro), pero, en la esfera pública, los efectos de esta gestión codeterminan la degradación de sus cuerpos otorgándoles el absoluto control en la gestión de su cuidado, vida o muerte. Las necromarcas en los cuerpos de los transperiféricos representan el ciclo de tortura al que son expuestos: enfermedad-sufrimiento-atención médica-enfermedad-sufrimiento, cuerpos acumulando dolor en zonas para el abandono social o desechos humanos. La bionecropolítica circula dentro y fuera de la ley. Nace de la excepción en el ejercicio soberano de implementar políticas interpeladas por la emergencia social, bajo el amparo del cooperativismo internacional.

El análisis sobre la expulsión de inmigrantes de una periferia a otra, lo que hemos dado a llamar transperiferismo, no es más que una de las complejas aristas de la actual situación política en los países Latinoamericanos y del Caribe. Este y otros trabajos sobre los movimientos de poblaciones nos sitúan frente a un neoliberalismo que no se impone únicamente desde arriba, desde corporaciones internacionales con un grado de injerencia cada vez mayor en los gobiernos corruptos del cono sur; más bien ese poder se dirime en gradaciones, intensidades, rugosidades, cuyo principal valor es el sufrimiento y la muerte. Gestionando la crueldad, el poder delimita el territorio con nuevas relaciones sociales y espaciales, reproduciendo, a la vez, en las trayectorias vitales, procesos de alienación social basados en las fluctuaciones del capital de la pobreza. La guerra transperiférica de los pobres los lleva a acometer actos de crueldad tan extremos como, por ejemplo, mercantilizar con los niños venezolanos para la mendicidad.

Es así que analizamos y trascendimos la forma en que la violencia estructural intensifica el sufrimiento humano, describiendo sus efectos en el cuerpo de los inmigrantes (enfermedades crónicas), ya no visto en perspectiva biopolítica periférica, sino como los intersticios rugosos representados en los bordes del contraste estructural de dos economías políticas (Colombia-Venezuela) que oprimen similarmente a los pobres en sus periferias urbanas, acumulando en su interior lo que William Álvarez denomina marginalidad avanzada. De modo que el padecimiento humano, la violencia criminal, la xenofobia y la precariedad material que sufren migrantes/retornados en Villa Caracas dan muestra del efectivo movimiento del necro-poder en su geografía.

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Conflictos de intereses: Ninguno.

Financiación: Financiado por MinCiencias (Colombia), en el marco del proyecto de investigación con código CT 176-2019. También financiado con recursos de la estancia posdoctoral de William Álvarez, patrocinada por Minciencias.

Recibido: 21 de Junio de 2020; Revisado: 14 de Febrero de 2021; Aprobado: 22 de Febrero de 2021

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